C7: Historias.
Durante mi corta vida, tenía la muy molesta cualidad de meterme en problemas innecesarios en los momentos menos oportunos. Un claro ejemplo puede contar mi madre de mi primera semana en sexto grado, cuando terminé con un nudillo roto y con una expulsión por defender a un chico de ser violentamente estafado por un vendedor de chicles.
Era viernes y yo, muy a pesar de que pude ser una persona normal y completar mi primera semana con perfección y con cero problemas, preferí defender a aquel chico desconocido. Pero no crean que fue por puro gusto, una chica no se juega la salud de sus nudillos en vano; el vendedor de chicles de aproximadamente doce años, le había vendido a un pelirrojo una caja vacía a cinco dólares, y luego de que este fuera a quejarse, se negó a devolverle su dinero y hasta se dispuso a golpearlo. Nada en mí iba a quedarse mirando a que eso ocurriera, así que, en un impulso mío por meterme en problemas innecesarios, me puse de pie y le planté un puñetazo en el rostro.
Terminé con un nudillo roto, expulsada y con una madre molesta, pero el terminó con un ojo morado y con unos cuantos espectadores que estoy segura le recordaron más de una vez lo divertido que fue verlo llorar luego de que una niña dos años menor que él lo golpeara.
Sin embargo, ya no soy una niña que poco razona, no estoy en sexto grado y no puedo darme el lujo de actuar antes de pensar, pero, a pesar de eso, sigo metiéndome en lugares donde, me guste o no, no necesito estar.
Y aquí estoy, caminando detrás de un ojiazul, hacia quién sabe dónde, cuyo propósito es mostrarme quién sabe qué cosa. Estoy, como en sexto grado, metida en lugares innecesarios, sin embargo, aunque tenga la edad que tenga, estoy segura que será costumbre.
—Ashton, no quiero ser molesta, pero, ¿a dónde vamos?
Observo cada parte de la casa con cada paso y estoy segura de una sola cosa: le habrá costado, como mínimo, quince años recorrerla completamente.
—¿No querías saber de mí?
—Sí, pero si vas a mostrarme algún tipo de cuarto rojo o una colección de huesos, no me interesa —aclaro.
—Muchas películas —replica, volteando a verme—. ¿Tu madre te deja ver las cincuenta sombras de Gray?
Lo observo con ojos entrecerrados.
—No estarías mal de comediante, Sage.
—Y tú tampoco como periodista.
Abro mis labios para defenderme, pero mi atención es captada por una enorme puerta plegable de madera frente a mí. Ashton la abre, pero no sin antes voltear para ver mi expresión de constipación.
—Bienvenida a mi espacio personal —se hizo a un lado, dejándome pasar.
Lo único que tengo para decir es que este, definitivamente, es el espacio personal más entretenido que he conocido, y no es que conozca muchos espacios personales como estos. Una habitación del tamaño de mi sala, con un enorme televisor sobre una chimenea, un sillón y un enorme mueble, en el que probablemente quepan unas quince personas sin problemas. En la mitad de las paredes se encuentran estanterías de cemento, con cientos de libros en ellas, en la otra mitad, fotos, cuadros y álbumes de discos antiguos, más al costado: una bolsa de boxeo y una mesa de tenis. Eso por decir solo algunas de las cosas que aquí están.
Y, no es que sea algo muy especial y poco común, pero puedo asegurar que no lo esperaba de él: un chico callado, poco expresivo y de muy bajo perfil.
—Esto es... —mis ojos detectaron un libro grueso, el cual pude reconocer de inmediato como el que había visto en la biblioteca la semana pasada—. ¡No te creo, tienes este libro!
Mis pasos se fueron rápidamente a esa estantería, tomando el libro entre mis dedos.
—Los quince idiomas del amor —cita su nombre—. ¿La has leído?
—No, pero sé todo sobre él —comienzo a ver su contenido—. Una chica que es torturada de niña se casa con un millonario mayor que ella que no ama, pero se enamora de su hijo, el cual es sordo, pero sabe quince idiomas, sin embargo, nunca ha amado a nadie.
—¿Qué pasaría si te cuento el final?
—Te mataría —advierto—. Pero puedes decirme si vale la pena gastar el dinero que me da mi tía para comprarlo.
—Lo vale —asegura.
Mi teléfono vibra, anunciando su apagón total. Maldigo por lo bajo no dejarlo cargando anoche y vuelvo a guardarlo en mi bolsillo.
—¿No tendrás un cargador por ahí?
Él asiente, tendiendo su mano.
—Pásamelo, lo podré a cargar cerca del sonido —informa.
Vuelvo a colocar el libro en su lugar, pasándole mi móvil y paseando cuidadosamente por toda sala, hasta llegar a las fotografías. Familiares, con amigos, pero hay dos cosas que llaman mi plena atención: uno; no hay ni una con él y alguna chica, y dos; de una foto a otra, en las fotografías familiares deja de aparecer una figura materna.
—¿Tu madre? —me decido a preguntar, él asiente.
—Murió cuando tenía trece, en un accidente automovilístico —cometa, afirmando mi hipotesis.
—Lo siento —bajo la mirada—. ¿Por qué no veo ninguna chica en estas fotos?
Mi cambio drástico de conversación lo hace reír.
—No me digas, ¿eres gay? —hago contacto visual—. No quise que sonara así, yo... No es que eso esté mal, solo quería saber... Si eres gay...
—No soy gay —aclara de inmediato—. He tenido novias, si es lo que quieres saber, solo que... Ninguna se ha ganado un puesto en esta pared.
Lo observo avergonzada, con un rubor en mis mejillas.
—Me cuesta tomarles cariño a las personas —confiesa.
—¿Eso quiere decir que tienes novias sin tenerles cariño?
—Eso quiere decir que se necesita más que un título para tener un espacio verdadero no solo en esta pared, si no aquí —señala su pecho.
—¿Hombre difícil? —bromeo.
—Práctico, diría yo —se encoge de hombros—. Si lo ves de otra forma, todo es más sencillo si no cuelgas fotografías de esa persona, así te ahorras quitarlas luego.
—Y dime, ¿alguna vez has quitado la foto de una persona?
—Estuve a punto de colgar una —confirma.
Lo observo con detenimiento. Ahí lo tengo, el perfecto hijo colgado de su suéter que necesito jalar con cuidado para poder obtener la información necesaria.
—¿Y tú, Camyl? —su pregunta me toma de sorpresa—. ¿Alguna vez has quitado la fotografía de alguien?
Trago saliva, pero no por lo que creen. No conservo algún ex novio tóxico del cual me costó centenares soltar, todo lo contrario, de las solo dos relaciones serias que he mantenido, se me ha sido sencillo soltarme. Había aprendido con el tiempo a soltar aquello que decide irse, sin embargo, existía una fotografía que se había ganado un espacio en la sala familia, una que dolió quitar.
—Hubo una —mi voz suena carrasposa.
—Por ese tono, imagino que no fue agradable.
—Para nada, más porque no se trataba de un ex novio —confieso—. Si no de una amistad que creía sería duradera.
—West —dedujo—. Lamento lo que pasó entre ustedes.
Cambio mi vista, evitando el tema.
—Tenis, ¿eh? —poso mi mirada en la mesa de tenis—. Amo el tenis.
—Cuando quieras jugamos y te hago trizas.
Suelto una carcajada llena de sarcasmo, para luego entrar en un pequeño silencio.
—¿Por qué? —ubico mis ojos con los suyos.
—Fui dos años a entrenamiento y...
—No sobre el tenis —interrumpo—. ¿Por qué me enseñas todo esto? Digo, es tu espacio personal y por lo que he visto, no pareces ser alguien muy abierto a todo el mundo.
—No lo soy —afirma—. Pero parecías persistente con querer saber de mí, así que te traje aquí.
—¿Así sin más? —él asiente—. El lunes en clase de alemán ignoraste por completo mi presencia, no querías hacer el trabajo conmigo, incluso me llamaste egocéntrica y controladora, ¿y ahora me traes a este lugar para que vea tu espacio personal? ¿Por qué el cambio?
Él deja salir un suspiro, pensando su respuesta. De mi parte, recuesto mi cuerpo en la mesa de tenis.
—Puede que me caigas bien —se encoge de hombros—. El que me hicieras frente el día de la clase me pareció interesante, no todos te lanzan tus verdades sin pensarlo dos veces, eso me agrada.
—Entonces, ¿te parezco agradable?
—Entre otras cosas, sí —confiesa—. Eres peculiar, Harrison; fresca agradable, buena amiga.
—Vaya, bastante profundo para alguien tan poco expresivo como tú —sonreí—. Pero a todas estas, hay algo que no me has respondido.
Una sonrisa se forma en él, dándome a entender que sabe exactamente de lo que hablo.
—¿Puedo saber la causa de tu interés hacia mí?
Trago saliva, sintiendo mis mejillas colorearse. Demonios, si no digo algo convincente terminará creyendo que él me interesa de otra forma y luego de tanto, lo menos que deseo son malentendidos con el crush de mi mejor amiga.
—Es que... —comienzo a buscar alguna buena excusa—. Conozco a alguien, una chica que está interesada en ti, es de la clase de... Comercio.
—¿Comercio? —alza una ceja.
Asiento.
—Es algo tímida, y yo, como buena mujer que ayuda a otras, quise averiguar más de ti.
Sus labios no dieron respuesta, pero su extrañado rostro me hizo conocerla. Él está confundido, y cómo no, si de mí solo salen incoherencias.
Todo sería tan sencillo si dijéramos lo que sentimos sin tantos tapujos, y sí, lo digo yo: la chica que le gusta su vecino y no se atreve a decírselo, pero a diferencia de Chelsea, yo no estoy obsesionada con que algo entre nosotros suceda. No me esfuerzo por su atención, porque para mí no tiene sentido luchar a tal magnitud para que un chico me observe de la forma que deseo. Yo podría simplemente decirle a Asher «oye, tú me gustas», y él podría rechazarme, o no, de ambas maneras, no lo hago, porque algo en mí espera que sea él el que de de ese enorme paso, pero, si en algún momento él llega a causar un efecto más grande en mí, iría a decírselo sin pensarlo dos veces.
Le había propuesto miles de veces la idea de simplemente decirle a la cara lo mucho que Ashton le gusta, pero una y otra vez, ella se negaba, pero no podía juzgarla, cada quién sabe por qué hacemos las cosas, o por qué no las hacemos.
La puerta se abre, llamando nuestra atención de forma repentina y sobresaltándome.
—Ashton, necesito... —un hombre de unos treinta y tantos aparece en la puerta, callando de inmediato al verme—. No sabía que tenías visitas.
—Sí... Yo... —se muestra algo nervioso—. Camyl, él es mi padre. Papá, ella es Camyl Harrison, una compañera de la escuela, vino para hacer un trabajo.
—He visto los cuadernos, pero no sabía que ahora estudiabas en esta habitación —alza amabas cejas, con una sonrisa—. Un placer, Camyl.
Extiende su mano, presentándose. Sin pensarlo, la tomo, esbozando una sonrisa.
—Te quedarás a cenar, imagino —sus ojos pasan a Ashton.
—Yo... No le he preguntado aún —el rubio voltea hacia mí.
Ambas miradas se estancan en mí, en espera de alguna respuesta. ¿Quedarme a la cena? Con Ashton, su padre y West... Interesante, esa escena definitivamente no me agrada demasiado, pero decir que no en esta situación se me hace mucho más difícil de lo común.
—Sería un placer —esbozo una sonrisa.
—Perfecto, le diré a Sofía que tendremos una invitada esta noche —anuncia con emoción—. Le encantará saber que trajiste una chica a la casa.
—Papá... —regaña el rubio—. Es solo una amiga.
—Una muy bonita, por cierto —me sonríe.
Sonreí de vuelta, deleitándome de la incómoda situación en la que Ashton se encontraba. Debo admitir que, del uno al diez, su padre era un once. Ya sé de dónde había sacado la postura el rubio, porque si algo es seguro, es que su progenitor es más guapo en persona que en las fotografías de la repisa.
—Le diré a Sofía que traiga sus cosas, así terminan el trabajo aquí, más cómodos —ofrece—. Mandaré a traer algunos bocadillos.
Posa su mano sobre el hombro de su hijo por unos segundos, en señal de despedida, para luego dar media vuelta y retirarse. Apenas eso sucede, ambos estallamos en carcajadas, dirigiéndonos al mueble. Ashton es, exactamente, todo lo que nunca imaginé. Puedo reconocer que West se había ganado un buen amigo, lo cual me alegra, sin saber la razón. Después de toda nuestra fatídica amistad, algo en ambos siguió esperando que el otro prosperara, aunque nos detestáramos a muerte cada día luego de nuestra pelea final.
Ashton es alguien decidido, con una marcada personalidad, y por más que me sorprende esa confesión sobre lo mucho que le comencé a agradar, sabía que no pasaba eso con cualquiera. Solo había que fijarse en Chelsea y lo persistente que su es su actitud hacia ella. Las ganas de saltar de mi puesto y preguntarle si en algún remoto día de su vida cruzaría más que quince palabras con mi mejor amiga no paraban, pero a pesar de que sabía que su respuesta puede solucionar muchas cosas, la pelirroja me atacaría cuál oso enojado al saberlo y, podré querer ayudar mucho, pero nunca haría algo que se tratase de sus temas personales sin antes consultárselo.
Había aprendido mucho luego de West, aunque, acostumbrarme a Chels no fue plato sencillo. Ella y West era como comida la comida china y la tailandesa, como la mostaza y el yogurt, ni siquiera se puede intentar combinarse, en lo absoluto, pero eso lo supe desde que se conocieron y creo firmemente que estaría mal seguir detallando tanto, sin siquiera contarles lo sucedido, así que ahí va:
West y yo solíamos ir cada verano a un campamento fuera de la ciudad; fogatas, cero teléfonos, chicos guapos y diversión, era lo mejor que tenía la secundaria y sin papá, el moreno se había convertido en lo más parecido a un hermano mayor que tenía. Nos pasábamos de un lado al otro juntos siempre, sin respiro.
Ese verano prometía ser más emocionante y lleno de cosas nuevas, y así fue, pero no necesariamente de un modo agradable. Ahí conocí a Chels, mi compañera de cabaña en ese tiempo; nos llevamos bien al instante, con los días nos fuimos contando cada detalle de nuestras vidas, incluso la convencí para que entraramos a la misma preparatoria juntas. Pero hubo un error, uno que posiblemente haya sido el detonante de todo.
Conforme los días pasaban, mi nueva amiga y yo cada vez estábamos más tiempo juntas, y por alguna razón, West y ella no lograba llevarse, no sabía si eran celos, rivalidad o simples intereses distintos, pero sin darme cuenta, aquello comenzó a afectarnos. Tres semanas más arriba, nos preparábamos para nuestra última semana, las competencias llegaron y West estaba más alejado de mí de lo que nunca pudiese imaginar. Éramos similares a dos personas que una vez se toparon en el supermercado, compartieron unas palabras, siguieron su curso y luego de casualidad se encontraron en una fiesta; saludos escasos y poco afecto.
Dolía ver la vida imagen de una amistad en ruinas y yo no tenía idea del porqué, intenté más de lo que podía contar que él y Chelsea se llevaran, pero era imposible e intentaba partirme en dos los más que podía para estar con ambos, y aun así, a él parecía molestarle el hecho de que hiciera nuevos amigos. Pero entonces las competencias acabaron, la semana pasó volando y solo nos quedaba una noche, y entonces ocurrió: la noche en la que todo acabó.
Me encontraba cambiándome a ventana abierta —con cortina cerrada—, dispuesta a colocarme mi pijama y salir a la última fogata. Está demás decir que mi algo ya formado cuerpo podía verse con total claridad si alguien decidirse espiar por aquella ventana, sin embargo, yo, ignorando las hormonas adolescentes del tercer año, decidí no preocuparme, puesto a qué se suponía todos estaría en la fogata. Terminé de cambiarme y me dirigí al lugar. A penas mi presencia llegó, todos los ojos fueron dirigidos hacia mí, seguido de Chelsea acercarse a gran velocidad para luego mostrarme su teléfono.
Por alguna razón, el pequeño wifi portátil que poseía la coordinadora estaba encendido y todos tenían acceso a sus móviles ya que era la última noche ahí. Una foto mía en ropa interior fue lo mejor que pudo parar en sus dispositivos electrónicos esa noche. No podría describir con palabras lo avergonzada y molesta que me sentí al instante, aunque debo admitir que ninguno de los chicos a cargo del campamento dejó aquello así, buscaron el origen de la foto hasta llegar a una cabaña varonil: la cabaña de West. Y podía sentirme avergonzada, quemada, burlada y arruinada, pero nada era comparado al dolor que sentí cuando me enteré. Luego de llorar como una idiota, tomé impulso y fui hasta su cabaña, acompañada por Chelsea y dispuesta a encararlo por su traición, y cómo olvidar sus palabras apenas me vio:
—Yo no lo hice y lo sabes —se limitó a decir—. Sé que no tengo que explicarte porque eso tú ya lo sabes, ¿no es así, puqui?
—En tu vida vuelvas a llamarme así —escupí con enojo—. ¿Cómo pudiste?
Algo en sus ojos cambió luego de mis palabras, parecía dolido y sorprendido a la vez, como si mis palabras le cayeran de sorpresa.
—Camyl, por el amor de Dios, me conoces, sabes que no he hecho nada.
—¿Y cómo explicas que todos recibimos el mensaje desde tu teléfono? —se integró la pelirroja—. Deja de ser tan descarado y di la verdad, que ya todos lo sabemos.
—Tú no sabes una mierda, Chelsea, así que cierra la boca —la acalló, con rabia—. ¿Puedes pedirle que se vaya? Esto es algo entre tú y yo.
—¿Entre tú y yo? —repetí—. No, West, ya no hay tú y yo. Llevas semanas comportándote como si nuestra amistad ya no te impotara, ¿y ahora esto? No necesito saber más, es suficiente por una noche.
—Camyl, por favor —me tomó de los brazos—. Sabes que yo no sería capaz de hacerte eso, lo sabes.
—Suéltame —ordené, dejando escapar una lágrima—. Confiaba en ti... Eras como mi hermano, no puedo creer que hayas hecho eso.
—Camyl...
—Ya vámonos de aquí, cariño —Chels tomó mi mano—. No vale la pena.
Le di una última mirada, dando media vuelta.
—¡Vamos, puqui, eres mi hermana! —vociferó, desde la puerta de su cabaña, viendo cómo me alejaba—. ¡Demonios, Camyl, sabes que yo no lo hice!
No puedo decir que ahí cerró el capítulo, porque no fue así: día tras día, luego de volver, fue a verme, con la esperanza de que le recibiera, pero no lo hice. Durante un mes entero el moreno tocaba a mi puerta, mi madre lo recibía y le daba bocadillos, esperando que yo bajara, pero no me atrevía a verle luego de todo, de que me haya expuesto de tal forma tan vergonzosa. Irrumpió cualquier respeto que se supone que teníamos, arruinó lo que quedaba de mi verano y nuestra amistad.
Intenté excusarlo, una y otra vez, pero no encontraba la excusa necesaria para olvidar lo que hizo. No pretendía verle y menos permitirle una explicación a algo tan evidente, no como cuando mi padre hacía llorar a mi madre y luego iba a mi habitación a disculparse conmigo por hacerlo, haciéndome creer que la amaba, que nos amaba y luego esfumarse. No daría el poder de hacerme eso.
Desde ese momento comenzó mi odio por tres cosas; uno: los campamentos, dos: cambiarme con la ventana abierta y tres: mi tan llamativo apodo inventado por mi madre, «puqui».
No podía perdonarle por algo así, menos olvidarlo, me dediqué a pasar página y superarlo, algo más difícil de lo que suena.
La tarde pasó con tranquilidad y luego de terminar el difícil y alargado trabajo de alemán la cena llegó, lo que significa que debía centrarme en la misma mesa que él, sin enfrentamientos para no provocar que la cena de los Sage se volviera una cacería sangrienta. Pero aquí estamos, uno frente al otro, dedicándonos miradas de repulsión e intentando no olvidar sabotear la deliciosa comida.
—Todo está muy delicioso, señor Sage —agradecí, masticando la comida—. Se lo agradezco.
—No agradezcas, bonita, para esta casa es un placer recibir visitas.
Lo noto. Porque de otra manera, West no estuviera ahí.
—Y dime Camyl, es tu último año, ¿qué deseas estudiar?
—Periodismo.
—Interesante carrera —da un sorbo a su jugo—. ¿Te dijo Ashton que su tío tiene un canal de televisión? GoldenPlus, ¿te suena? De seguro puedes pasarte por ahí para algunas prácticas, le hará bien a tu currículum.
—¿GoldenPlus? —casi me atraganto—. ¡Claro que me suena! La cadena más grande en California, Florida, Arizona y por supuesto aquí.
—Veo que estás informada —forma una sonrisa—. Haré unas llamadas y le diré a Ashton que te mantenga informada.
—¡Wow! Eso es increíble —suelto con entusiasmo—. ¡Muchas gracias!
El sonido de un teléfono comienza a resonar en la habitación. Puedo notar como Ashton rueda los ojos y vuelve su mirada hacia su padre.
—Anda, contesta, no soporto ese sonido —le pide, en un noto amargo.
No recibe respuesta, su padre se pone de pie y se aleja para contestar la llamada. De pronto, una mujer de unos cuarenta años que parecía ser la trabajadora se acerca a nosotros con algo en sus manos, algo que pude reconocer como mi móvil.
—Pequeño, Ashton, el teléfono que estaba en la habitación no para de sonar —se lo extiende.
—Gracias, Sofi —toma el teléfono, entregándolo de inmediato.
Comienzo a revisar con cautela el contenido de este: casi cien mensajes de whatsapp, treinta llamadas perdidas y hasta quince mensajes de texto. Me fui directo al chat de mi madre preocupada por mi paradero y le expliqué la situación, informando que ya iba de regreso, cosa que obviamente, es más que falso.
—Mi madre está bastante preocupada, debo irme a casa —aviso, poniéndome de pie.
—Por supuesto, yo te llevo —Ashton se pone de pie.
—Tomaré un taxi, no es necesario.
—Basta ya, Camyl, yo te traje; yo te regreso a tu casa, no te preocupes.
No pongo objeción y asiento, tomando mis cosas y partiendo del lugar, sin siquiera dedicarle una mirada a West, quién se había mantenido callado durante la cena, él, al igual que yo, no le apetecía del todo armar un show frente a las narices del padre de su mejor amigo.
El camino a casa no fue más que música en la radio y hablar sobre lo bien que había quedado el trabajo. Nada fuera de lo común, hasta que aparcamos en frente a mi casa.
—Te agradezco todo lo de hoy, nunca la había pasado tan bien haciendo un trabajo —sonrío, recordando el tan largo día.
—Ni yo me había sentido tan relajado al escuchar a mi padre hablar sobre sus contactos —sincera.
Suelto una carcajada.
—Hasta luego, Ashton —me despido, saliendo del auto y avanzando hasta la entrada.
—¡Hasta luego, señorita periodista! —vocifera, desde su auto.
Le dedico una divertida sonrisa, para luego abrir la puerta de mi casa. Y más vale que no...
La alta figura de mi pelirroja amiga se encuentra en el mueble, junto a un bowl de palomitas, viendo un programador de teléfono.
¡Demonios! Olvidé por completo nuestra cena juntas.
—Hasta que llegas —dice, sin siquiera inmutarse, con la vista fija en la televisión—. Si no fuera porque tu madre me convenció, ya me hubiera ido.
—Chels...
—Te dejé miles de mensajes, Camyl, miles. En whatsapp, de texto, te llamé más de nueve veces.
—Mi teléfono murió y el padre de Ashton me pidió que me quedara a cenar —me acerco a ella—. Y me hubiera negado, pero olvidé por completo esto.
—¿Has cenado con Ashton y su padre? —su voz suena desconcertada—. ¡Increíble! Yo aquí como una idiota esperándote, y tú ganando puntos con el padre del chico que me gusta.
Se puso de pie, molesta, tomando su bolso de un jalón.
—¿Disculpa? —copio su acción—. Estaba haciendo exactamente lo que me pediste.
—¡Pero no así!
—¿Y cómo demonios entonces, Chelsea? —mis mejillas se tornaron rojas, mientras que mi molestia subía—. Desde que estás detrás de Ashton no he hecho más que ayudarte, hacer lo que me pides, y sí, olvidé esto, ¿pero no eras tú la que esta mañana no tenía idea de esto?
—¿Estás diciendo que soy una mala amiga? —frunce el ceño.
—No, pero tampoco me parece justo que insinúes que yo lo soy.
No obtuve respuesta, de su parte, se dedica a fijar su vista hasta otro punto.
—Dios mío, Chelsea, ya no puedo con tus peleas desenfrenadas. Aquí todos cometemos errores y yo solo intento ayudarme, deja de verme como una enemiga.
—Es solo que... Él te trajo a casa, te gritó como si se tuvieran mucha confianza y ¡hasta cenaste con su padre!
—¿Y eso qué? —alzo una ceja—. Te recuerdo que la idea de que él y yo fuéramos amigos fue tuya, no mía.
—Lo sé, pero...
—No hay, peros, Chels, o hay confianza o no hay nada —sentencio—. Y creo que hemos pasado por mucho como para ahora tener problemas de estos.
Ella parece pensárselo con más claridad, y lanza un suspiro.
—Tienes razón, yo... No sé qué me pasó —se abalanza sobre mí, abrazándome—. Soy una idiota, no sé cómo me soportas.
Me encojo de hombros, mientras me suelta.
—Va enserio, Camyl. Sé que soy un desastre y que te vuelvo loca con todas mis decisiones, pero no sé qué haría si te perdiera —me regala una sonrisa—. Eres la mejor amiga del mundo.
—Nunca me perderás —aseguro—. ¿Por qué no mejor nos dejamos de peleas y te quedas a dormir? ¡Tengo que contarte lo que pasó hoy!
—¡Está bien! —salta de emoción, cayendo directo al sillón.
Dejo mi mochila sobre el otro extremo, tomando asiento a su lado y disponiendo a comer palomitas muestras le cuento.
En ese simple momento, mi día estaba cerrando con el mejor pie.
¿Qué más quieren para la cuarentena qué un capítulo de casi cuatro mil quinientas palabras?
Les digo que por un momento quise repartir este capítulo en dos, peeero, si lo hubiera hecho perdería el sazón y el sentido con el que lo hice, así queeee... ¡Ahí tienen su capítulo!
Ahí tienen la historia de West y puqui. También un poquito más de Ashton, que yo sé que quieren, pero no crean que eso serán todo lo que sabrán de él. Los próximos capítulos serán una bomba comparados con este...
¡Disfruten el capítulo! Y quédense en su casita, cuídense a ustedes mismo y al resto.❤️
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top