C25: Caí.

¿Alguna vez alguien te ha visto llorar? ¿Hundir tu cabeza en la almohada y no parar hasta sentir tu pecho arder? ¿Contener la respiración en medio de una crisis y sentir cómo tus pulmones se contraen?

Cuando el dolor llega a ti, no da pisadas fuertes, no escandaliza, no avanza con calma. Va tan silencioso, tan pacífico, que raramente notas que está ahí, pocas veces descubres que se esconde baja tu cama como el monstruo al que le tenías cuando tenías siete años, uno cuyo ojos cubiertos en lágrimas brillan en la oscuridad, cargando unas pesadas y oxidadas cadenas por todo tu pasillo, penando, infectando cada parte de ti. La comida deja de ser amigable, el tomar agua pierde importancia, estar despierta ya no es una opción, duele mucho para llevarlo a cabo, la cama se adapta a tu cuerpo y te da la comodidad que el mundo exterior te está quitando.

Habrían mil formas de describir el dolor, la pena, la tristeza, sin embargo, no terminaría nunca. Me cansaría de decir lo desgarrante que es, la forma en la que tus huesos duelen con cada paso que das, el cómo tu cabello se cae con facilidad al peinarte o incluso como se queda en tu almohada al despertarte, tendría que destacar cómo tú corazón late con una velocidad aterradora, haciendo que te preguntes la razón de ello y al darte una respuesta, solo sabe latir más fuerte, y más fuerte, hasta dolerte el pecho. Si me decidiera hablar del dolor, probablemente mencionaría cómo tus ojos arden al sentir el sol, cómo confundes tu nudo en la garganta con una gripe, el curioso sentimiento de cuando tu nariz se obstruye por completo luego de una larga jornada de llanto, haciéndote olvidar incluso cómo se debe respirar y te siembra la duda de si en realidad sigues deseando hacerlo, también podría soltar información sobre cómo tus ojos cambian de color, tu iris olvida el tono miel que aviva tu rostro y lo convierte en un color tan oscuro como tu habitación, de la que te rehúsas a salir.

Si tan solo por fin tomara el paso para hablar de mi tristeza, de mi dolor y mi sufrimiento, seguramente mencionaría que olvidé que soy la chica que todo lo organiza, que todo lo soluciona, y tras ello, me convertí en el tesoro robado por unos piratas que me tienen secuestrada en el medio del mar, amenazando con matarme. Es probable que cuente cómo desperté un lunes dispuesta a cambiar el sentido de las cosas y que como resultado, terminé sepultando la poca cordura que me quedaba.

Si yo, siquiera pudiera comunicar mi sentir, diría que la persona que me dio esperanzas y sueños de vida, en tan solo un día, creó en mí las ganas de terminarla.

Dos días antes.

—Entonces, hablé con un amigo, que es amigo de la chica con la que West está saliendo y me dijo, que tienes el cien por ciento de probabilidades de salir con él.

Llevé un pedazo de fruta a mi boca, observando a Monique conversar y soltar una mentira tras otra. Me mantuve callada, no soy tan hipócrita como para criticar a una mentirosa cuando claramente me convertí en una.

No a la altura de Monique, claro está.

—¡Ay, que emoción! —Chelsea agitó sus manos—. Estuve pensando, quiero hacer un festejo por mi cumpleaños, quizá una fogata. Lo invitaré y ahí pasará.

—¿Pasará? —alcé mi ceja, captando la atención de ambas.

—Lo besaré —aseguró la pelirroja.

Su comentario me hizo tragar el trozo de fruta de forma brusca, raspando mi garganta y haciéndome toser desesperadamente.

Decidí olvidar lo ocurrido la última semana y todo el rollo en el que metí mis sentimientos estando con Ashton, cancelé por completo dicho tema y comencé a evitarlo desde esta mañana, algo que no me sirvió de mucho considerando que es lunes y la primera clase fue justo a su lado, en la que decidió fingir dolor de cabeza para huir a la enfermería en cuando quise tener la mínima conversación con él. No podía juzgarlo, reclamarle, ni siquiera detenerlo, por más que quisiera; debía seguir en pie con mis decisiones y mantenerme al margen de todo lo que tenga que ver con él.

—¿Eso no es acoso? —mis palabras captaron la atención de ambas.

No pude decidir quién me lanzó más odio con su mirada, definitivamente estaban bastante parejas.

—¿Por qué sería acoso? —Monique rodó sus ojos.

—Mmm, quizá porque estás besando a alguien sin su consentimiento.

—Él dará su consentimiento —la voz de la pelirroja hizo énfasis en su oración con un ápice de molestia—. Siempre consigo lo que quiero, no será la excepción con Ashton.

La observé con detenimiento sin omitir ningún tipo de comentario. Cada oportunidad en la que había podido interactuar con Chelsea, las había evitado, algo que en realidad no había sido tan constante, ya que al parecer había decidido que mi presencia en su vida no era tan necesaria al menos que quisiera seguir ayudándola con Ashton, cosa que si no había pasado anteriormente, mucho menos pasaría en la actualidad. Sin embargo, mi estómago se retorcía dentro de tantos conflictos de mi vida, no sabía si mi mejor oportunidad era salir escapando de todo, me sentía al borde de un brote psicótico sin retorno con todas las voces en mi cabeza.

Cada segundo, veía de un código tras otro que iba rompiendo.

Pero, no era la única cosa que se había roto en mi vida durante esa semana. Había recibido un correo de rechazo para renovación de mis prácticas en el canal de televisión, lamentablemente muy a pesar de ser la favorita de todos ahí, el último mes mi falta de concentración dañó cada parte de mí esfuerzo. Evidentemente, no se lo mencioné a nadie, archivé el correo luego de enviar un agradecimiento.

Ajusté mi espalda al asiento, observando a las chicas conversar, palabra tras otra; felices, brillantes, emocionadas. Entonces fue ahí cuando lo sentí, cuando noté que en la gran mesa vacía, había alguien en la conversación que estaba sobrando, y claro que era yo.

Sin embargo, comencé a indagar en cada paso por la amistad, en todo lo que habíamos logrado juntas, en cada paso de nuestra formación, de nuestra unión. No lograba entender en qué momento todo eso había cambiado y sin siquiera notarlo, me sentía la persona más horrible del mundo sentada allí, frente a mi amiga, luego de estar mintiéndole en la cara, de nada me servía hacerme la víctima cuando claramente el error estaba en mí, en mis decisiones. Todo ese tiempo me había excusado a mí misma con la idea de que no estaba mal porque simplemente ella no está enamorada, porque realmente solo lo estaba idealizando, incluso me repetí que de todos modos él no estaba interesado en ella, pero, ¿por qué en vez de ayudarla, me interesé en él? ¿Por qué en vez de ir y ser una verdadera amiga, decidí ser egoísta? La culpa de nuestra separación nunca había sido Monique, ni su actitud, ni la obsesión de Chelsea por el chico.

La culpa era mía.

Yo era eso que siempre detesté, lo que juré destruir al crear los códigos. Era la traidora, era la mala amiga, la egoísta, la roba chicos, la mentirosa, la rompe códigos: cada malestar que mi cuerpo sentía solo eran los síntomas de mis malas decisiones, de mi papel de víctima falsa que sufre cuando los demás la acusan por hacer algo indebido, esa era yo.

Pude sentir mi corazón acelerándose a la par con los recuerdos que aparecían en mi mente cuál flash, recordándome cada cosa que había hecho con él, cada beso, cada caricia, aquellas noches juntas. Me dolía, me retumbaba, sabía que él no era solo una diversión para mí, sabía que había algo más fuerte para nosotros, pero permitirme sufrir por ello sería peor que haber aceptado considerarlo como un sentimiento principalmente, porque ahí la víctima nunca fui yo, si no ella: Chelsea. Por alguna razón, sentí mi cuerpo estremecerse, mis manos comenzaron a temblar de forma descontrolada, sentí cómo gotas de sudor frío pasaban por mi frente, mi pecho se contrajo de forma brusca y mi respiración se cerró.

Me incliné hacia adelante de forma repentina, llamando la atención de los presentes, intenté tomar el vaso de agua a mi costado, pero mis manos lo dejaron resbalar hasta el suelo, derramándose en el suelo.

—¿Cam? —la mano de Chelsea llegó a mi brazo, con preocupación.

La miré, buscando alguna voz en mi interior, pero no hubo nada, no sentía aire en mis pulmones, me sentía exasperada. Cada intento por respirar se volvía imposible y de mi boca solo salían balbuceos. No entendía qué pasaba en mí, nunca me había pasado algo similar, quería gritar, quería llorar, sentía mucho miedo de no poder hacer nada de aquello, era como estar pasando por una parálisis del sueño, pero despierta.

Me puse de pie, cerrando mis ojos con brusquedad, en busca de la calma interior en mí, sin poder conseguirlo.

Necesitaba pedir ayuda, debía pedirla, podía sentir mi corazón latir con extrema fuerza, mi vista comenzó a tornarse borrosa, seguido de golpes en mi estómago. Escuchaba las voces a mi alrededor, eran como gritos lejanos, uno tras otro, llamando mi nombre y pidiendo ayuda, parecía que todos en el comedor ya habían notado mi estado decadente, sin embargo, en lo poco que pude ver y escuchar, solo resaltaba la desesperación, ninguno sabía que hacer, todos estaban igual de aterrados que yo.

Monique agitaba un abanico en mi dirección, con una mueca en su rostro, con miedo, sin saber cómo manejar la situación. Chelsea, por su lado, solo me removía de un lado al otro, hasta que mi brazo la empujó con lentitud, pidiéndole espacio. Comencé a sentir un par de lágrimas salir de mis ojos, con mi mano tomando mi pecho y haciendo ademanes para explicar lo que sentía, sin embargo, todo seguía igual, a la lejanía vi entrar a la directora, en compañía de la enfermera, corriendo hacia mí y dando indicaciones.

Esta llegó hacia mí y comenzó a hablarme, sin embargo, su voz parecía estar lejos de mí. Era exactamente a estar en un sueño y escuchar las voces de lo que ocurre a tu alrededor entrar dentro de él: sabes que no son reales, porque no parecen como tal. Solo podía escuchar zumbidos en mi oreja, sin parar, aturdiendo mi razón por completo.

—¡Camyl! —de un grito, sentí mis pies tocar tierra.

Mis ojos se enfocaron en la mujer frente a mí, sentí mis pulmones expandirse, permitiendo el paso del oxigeno a ellos. A pesar de ello, no me sentía en la capacidad de respirar correctamente, mi corazón seguía corriendo y mi cuerpo se tambaleaba.

—¿Tranquila, si? —tomó mi cuerpo con cuidado y me dejó sobre una silla, sin soltar mis manos—. Estoy contigo, tomemos respiraciones pequeñas, ¿vale?

Asentí, apretando su mano con fuerza.

—Vamos, tú puedes. Todo está en tu mente, debes decirle que no está en guerra, que puede bajar la guardia.

Tragué saliva, inhalando y exhalando con paciencia, poco a poco.

Pasaron al rededor de quince minutos, hasta que pude recuperar la cordura y control de mi propio cuerpo. Mi presión seguía elevada, por lo que la mujer me llevó con ella a la enfermería, sin permitir que nadie fuera conmigo luego de que esa haya sido mi petición.

Me mantuvo allí durante media hora, mientras llamaba a mis contactos de emergencia, sin obtener respuesta. Mi madre estaba en una conferencia, mi tía había asistido a un chequeo médico en compañía de Jeff, quién por obvias razones había faltado a la escuela. Acostada en la camilla con una manta cubriendo todo mi cuerpo, solo sentía mis lágrimas caer sin razón alguna, mi cuerpo estaba cansada, casi como si me hubieran dado una golpiza, podía sentir la mirada de la enfermera en mí durante cada minuto, mientras tecleaba algo en la computadora y hacía anotaciones en lo que parecía ser mi expediente médico, con angustia, con incertidumbre, a esa distancia percibía que la mujer quería saltar a abrazarme como si fuera un triste perrito bajo la lluvia, triste, roto, lastimado y abandonado.

Y una parte de mí, lo era.

Por su parte, ella ya había conversado conmigo, intentando indagar un poco más en mi salud, sin embargo solo opté por decirle que estaba bajo una carga emocional que no quería mencionar. Asintió por lo bajo, para luego explicarme lo que me había sucedido: un ataque de pánico. Esa fue su respuesta, me explicó lo que era, también por qué solía presentarse, sobre todo en jóvenes como yo, me dijo que podía seguir presentando muchos más si no obtenía ayuda para saber la fuente del problema. Me dio folletos, me inscribió en un grupo de ayuda todos los domingos, además de derivar mi caso a la terapeuta de Cherry Woody, con tres días de descanso para bajar mi carga de estrés.

Escuchaba el sonido de mi celular a mi lado, mensaje tras mensajes, pero me negué a revisarlos, no me apetecía lidiar con más en esos momentos. O eso creí, hasta que la puerta sonó, con tres golpes específicos. La enfermera se puso de pie, abriéndola un poco, para luego sonreír y dar paso a la persona detrás de ella.

Mi cuerpo tumbado se elevó al instante, en posición de defensa, una mirada de asombro se fue hasta allá, sin poder dar crédito a lo que estaba ocurriendo frente a mis ojos.

—Gracias por venir, los contactos de emergencia no contestaron, pero vi su apellido en el registro, ¿es usted su tío, no es cierto?

—No, no lo es —mi voz se hizo oír por primera vez.

Su mirada se fue hacia mí.

Ahí estaba él, Cody Harrison. Con su atuendo de padre, con su cabello recién cortado, oliendo a loción familiar, con una sonrisa ancha, como si no recordara lo asqueroso ser humano que era.

Pero, ¿entonces qué tanto me parezco a él?

—Soy su padre —intentó susurrar, pero logré escucharlo—. ¿Podría dejarnos solos un momento?

La mirada de la enfermera se fue hacia mí por unos segundos.

—Tuvo un ataque de pánico, no está en las mejores condiciones para ningún tipo de emociones fuertes —explicó—. Solo unos minutos.

Procedió a retirarse, no sin antes hacerme una seña para que estuviera tranquila.

Instantáneamente mi corazón se aceleró. Era la segunda vez que lo tenía frente a mí, pero ese día sí sabía quien era, pero tampoco era por mérito propio. Caminó hacia mí, haciendo contacto visual de forma intermitente, podía ver su nerviosismo en el movimiento de sus manos. Si hubiera imaginado que terminarían llamándolo, posiblemente hubiera preferido pedirle a West que viniera a recogerme.

—Yo... No sabía que, ya sabes, estaba registrado en tu expediente —fueron sus primeras palabras.

—No lo estás —añadí, tajante, sin quitarle la mirada—. Pero estás registrado con ese apellido en, ya sabes, los expedientes de tus otros hijos.

El silencio reinó nuevamente.

Tenía dos opciones, quedarme ahí y seguir escuchando las tonterías que podían salir de su boca, o ponerme de pie e irme de ahí, la segunda opción era la que quería tomar, muy obstante, por más que esa era la respuesta correcta, mis pies no reaccionaban.

—Tuviste un ataque de pánico, ¿no? —no esperó a mi respuesta y prosiguió—. ¿Te pasa algo? La última vez que tuviste uno, tenías cinco años.

Una carcajada salió de mí.

—No sé qué es más gracioso, si tu pregunta o el hecho de que creas que los únicos sucesos de mi vida ocurrieron hasta donde estuviste presente.

—No fue lo que quise decir, hija, sabes que...

—¿Hija? —interrumpí—. ¿Cómo te atreves a llamarme así?

—Camyl, eres mi...

—Yo no soy nada para ti, eso lo haz dejado claro los últimos once años.

Sentí una reacción eléctrica y de un jalón, mis pies ya estaban tocando el suelo. Le di la espalda y comencé a doblar las sábanas con rapidez, buscando mis cosas y guardándolas en mi bolso. No tenía ni idea de qué estaba pasando conmigo, con mi salud mental y mi estado emocional, pero sí sabía algo a la perfección: su presencia ahí no traería nada bueno para mi vida, solo terminaría arruinandome mucho más.

—Déjame llevarte a casa, por favor —habló a mis espaldas.

Volteé con cuidado, con mi ceño fruncido.

—No pienso pasar más tiempo en tu presencia.

—Por favor, Camyl, no está bien. No me perdonaría si algo te pasa de camino a casa.

Esa frase me dejó estática, quieta en mi posición, sin poder reaccionar por unos minutos.

—¿Quieres saber cómo fue mi primer beso? —mis palabras captaron su atención—. Salí temprano de clase de piano una tarde cuando tenía trece, no quise molestar a mamá, ya que trabajaba día y noche antes de conseguir la galería, llegaba muy tarde y siempre la veía con ojeras, odiaba verla así. Entonces, me fue caminando a casa, estaba cerca, conocía el camino, pero tenía que pasar por ese bar que siempre me dio miedo, así que decidí tomar otra ruta, una mejor, pensé.

—Cam...

—¡No! Escucharás mi historia —di un paso más hacia él, imponente—. ¡Pasé por el parque, igual al que solíamos ir juntos! Decidí quedarme unos minutos más, no había ido a uno desde que te habías ido porque me lastimaba. Habían unos chicos, mayores que yo, más fuertes, nunca los había visto, pero parecían inofensivos, pero bueno, tú siempre pareciste inofensivo, ¿no? —una lágrima resbaló por mi mejilla—. Para ahorrarte los sucios detalles, ahí fue mi primer beso, con un chico sujetando mis brazos, con su cuerpo pegado al mío, mientras su amigo metía su lengua en mi boca, pero no te preocupes, antes de que pudiera tocar otra cosa, una señora que estaba pasando logró rescatarme.

Sonreí sarcástica, secando el llanto que no paraba de salir de mis ojos.

Cada parte de mí cuerpo dolía al verlo frente a mí, viendo sus ojos tornarse cristalinos. Quería abrazarlo, quería decirle lo mucho que lo extrañé, que guardé sus cartas, aunque nunca las abrí, que bajo mi cama tengo un cajón con todos los obsequios que hice para él en cada día del padre, que todavía tengo la lista que hice con las películas que veríamos cuando regresara, deseaba llorar entre sus brazos, solo estar ahí, escucharlo decirme cuánto me amaba, sus disculpas, quería creer todas sus excusas, pensar que solo había cometido un error. Lo quería a él, solo quería a mi padre.

Pero no podía, simplemente no podía.

—No tienes el derecho de llamarme hija, no puedes venir y decirme que morirás si me pasara algo, ¡porque lo que me pasó en esta vida, fuiste tú! ¡Me abandonaste! —mis manos golpearon su pecho—. ¡Ni siquiera fuiste capaz de reconocerme! ¿Qué clase de padre no reconoce a su hija? ¡Tengo tus cejas, tengo tu color de cabello, tus ojos, mi nariz es idéntica a la tuya! ¿Cómo no fuiste capaz de sospecharlo?

Sus manos tomaron las mías.

—Lo siento tanto, créeme... No sé cómo remediar todo esto, pero quiero hacerlo, Camyl, es por eso que he regresado.

Me solté de su agarre.

—¿Quieres saber la verdad? Desde que supe que regresabas, que venías con tu nueva familia, con tus hijos... Mi vida se arruinó, poco a poco, todo se fue derrumbando, todo lo que había logrado desde que me dejaste —mi voz rota comenzó a sollozar—. Yo quería que regresaras, rogaba al cielo cada noche por ello, lo hice durante años.

—Sé que fui un pésimo padre, no tengo cómo excusar mis actos.

—No fuiste un pésimo padre, porque ni siquiera estuviste suficiente para convertirte en uno, al menos no conmigo.

Sentí su rostro palidecer luego de aquello.

Escuché la puerta abrirse con suma rapidez, dejando al descubierto la silueta de mi madre con un rostro desencajado, despeinada, desesperada. Intentó dar un paso hacia mí pero su detuvo de forma brusca al ver la figura masculina que se encontraba en la habitación conmigo. Observé su sorpresa, pero noté algo que me sorprendió, no estaba asombrada de verlo, si no de que estuviese conmigo, ella ya sabía que él había regresado, y a juzgar por sus expresiones, ya lo había tenido frente a ella antes de eso.

—Camyl —llamó mi madre, con ansiosa mirada en busca de conocer mi estado de salud.

Asentí, haciéndole saber que estaba bien, o al menos respirando.

—No sé por qué regresaste, Cody Harrison, pero si lo que buscas es saldar tus pecados, supongo que con tres hijos nuevos para tu colección ya lo has hecho. Le diste a ellos un padre, a mí me quitaste el mío —acallé mi llanto—. No quiero verte cerca de mí, te odio como no tienes la menor de las ideas, no cambiarás eso.

Le regalé una última mirada, caminando fuera de la habitación. Mi madre permaneció ahí durante cinco minutos más, mientras caminaba hacia la salida, sin poder controlar las lágrimas que soltaba mi ser, una tras otra.

Ahí supe que todavía faltaba seguir tocando fondo, mucho más hondo.

Presente.

Seguramente no querrán una historia triste, menos viniendo de mí, la pobre chica cuyo padre la abandonó, nada más recurrente que eso. Nunca piensas que puedes ser tú, que puede pasarte a ti, siempre buscas ese amor incondicional que viste que otros le brindan a sus hijas y dices, ¿fue algo que hice para que él saliera huyendo? Te repites eso cuando tu padre se va, lo haces cuando tú mejor amigo se aleja, lo haces cuando tu ex novio desaparece sin dejar rastro, también cuando ves a tu amiga preferir otra compañía a la tuya, incluso, en algunas ocasiones, antes de preguntarte si hiciste algo mal para ocasionar dicha distancia, prefieres directamente marcar una estrecha frontera entre ese chico y tú, porque es más fácil saber la respuesta, tener claro que tú lo hiciste a un lado por elección, el qué aspecto de ti lo causó, en vez de pasar noches oscuras llorando bajo tus sábanas, repitiendo patrones, analizando tus pasos, tus emociones, buscando una señal que te enseñe la respuestas a tus súplicas, las mismas que buscan saber qué es lo que hay en ti que te hace tan inaceptable de conservar.

No pensaba someter mi vida ante un desastre como este, sin embargo, van dos días desde lo que pasó, dejé de responder mensajes, dejé de abrir las ventanas en las mañanas, de encender el televisor para ver el noticiero, luego de cada comida las náuseas me arropan, no bajé las escaleras más, ni siquiera logro sacar un pie fuera de mi cama, entrar a la ducha no parece siquiera una opción.

Sé que algo está mal desde el momento en el que sentí cómo lloraba incluso estando dormida.

Dos toques en la puerta se oyen por la habitación, pero decido no inmutarme, puedo escuchar el sonido de algo resbalarse por la madera del piso, como si alguien pasara un papel por debajo de la puerta. Reúno algo de fuerzas y camino hasta ella, con mis manos dentro de mi suéter. Tal como pensé, una hoja doblada está justo frente a mi puerta, en lo que parece ser una carta.

Me inclino con cuidado y la tomo entre mis manos.

—West —leo el nombre plasmado en la primera cara de la carta.

La conservo junto a mí y devuelvo mi cuerpo a la posición anterior, llevando las cobijas hasta lo más alto. Enciendo la lampara al costado de mi cama, permitiéndole a la luz iluminar el contenido de dicho papel.

Suspiro, y decido abrirla.

"Tu mamá me mudó al cuarto de invitados, traje conmigo un juego de dardos con el rostro de tu progenitor, por si quieres jugar. Te amo, Harrison, no lo olvides"

Una minúscula sonrisa sale de mí. Lo amo, claro que sí, siempre ha sido el hermano que nunca tuve, pero mi corazón está apagado, mi cuerpo está cansado, no sé cómo escapar de mi tristeza.

Y por ahora, tampoco deseo hacerlo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top