C20: la balanza.
•Jeff Weater en galería•
¿Cuánto pesan las cosas en nuestra balanza?
Si hablamos de la vida, de lo que la integran, de cada persona, momento, sentimiento u objeto que hacen el estar aquí, en un punto dentro del mundo, algo con más valor que existencia pura, siempre habrá algo que se encargue de nivelar; una balanza que nos diga qué tanto afecta un lado al otro. Es difícil saberlo, realmente, porque la sencillez no está asignado a los adjetivos de la vida diaria, mucho menos cuando se te es complicado el simple hecho de saber qué es lo que quieres en verdad para ti y tu futuro, de eso se trata, de lo ignorantes que somos por naturaleza, en la forma como nos comportamos, dejando de ver eso que amamos, más que otras cosas, por enfocarnos en algo sin importancia, por razones erróneas; lo queramos o no, somos simples novatos jugando a moldear al mundo a nuestro gusto, y, creo que no hace falta decir que no lo estamos haciendo de la mejor manera.
Es bastante enredado decirlo, pero, vivimos tan ciegos, que la única forma que el universo tiene de hacernos ver lo mal que estamos es quitando algo de nuestra balanza, poco a poco, pieza por pieza, hasta que llega la hora de tomar aquello que más peso tiene y hacernos caer por completo en un tan brusco movimiento como para no poder predecirlo. Si se trata de dolor, este solo llega cuando la única cosa que mantenía nuestra balanza cumpliendo el objetivo por el que fue creado, es arrebatada sin piedad y desestabiliza nuestro cielo.
A los once años, cuando mi madre y yo fuimos de compras, dos hombres armados asaltaron la tienda, robaron todo lo que pudieron, incluyendo el bolso de mi madre, donde se encontraba mi collar dorado, con un dije en forma de delfín, el que mi tía Sunny me había regalado después de la partida de mi padre, era mi favorito, yo solía creer que me daba buena suerte, y, recuerdo exactamente lo que sentí cuando lo perdí, como si una parte de mí fuera arrancada de repente, me sentí sola, perdida, arrollada por el dolor. Luego, al llegar a casa, tan sola y vacía, pensé que, en realidad, odiaba ese collar, era horrible y me daba comezón. Fue así como entendí que no se trataba del objeto, si no de lo que representaba para mí el que simplemente, desapareciera de mi vida; no sentía un vacío porque ya no lo tuviera, me sentía así porque mi subconsciente estaba diciéndome que eso, al igual que Cody Harrison, había abandonado mi vida y nunca, jamás, regresaría.
Desde ahí supe que las despedidas no serían iguales para mí que como para el resto, yo no solo diría adiós, no olvidaría todo y seguiría mi camino, yo, con cada persona que se fuera de mi vida, sufriría un desbalance emocional agotador, porque, no hay que dar tantas explicaciones, cuando algo se va, se lleva una parte de nosotros, sea lo que sea. Perdí a West, no logré superarlo, Holder desapareció y, de cierta forma, mi alma nunca estará tranquila por ello, Jeff dejó de formar parte de las pocas figuras masculinas que tenía, digamos que eso me dolió más a mí que a mi tía y, ahora, Chelsea cada vez se más lejana, así que, de nuevo, puedo sentir cómo los engranajes de mis emociones van reajustándose.
Me parece gracioso, en ciertas ocasiones, la forma en la que me llevo bien con una gran mayoría, en cómo me adapto, lo ágil que soy para hacer amigos y socializar, porque, al final del día, aunque suene mal, me cuesta recordar el nombre de todos, por la sencilla razón de que no me interesan. De diez personas con las que puedo compartir un día, solo tres son aquellas a las que les permito entrar, porque, como dije, soy buena para decir adiós, sin embargo, estoy muy dañada como para soportarlos.
Cuando abrí los ojos esta mañana, viendo a todos llenos de alegría, listos para regresar a lo aburrido de nuestra vida cotidiana, solo se implantó un dolor en mi pecho que me advertía que algo malo estaba por suceder, pero, aunque me preocupaba ese detalle, no dejé de pensar en Ashton y eso que quería hablar conmigo, pero que al final, jamás dijo. Digo, es algo de esperarse, la única oportunidad a solas que tuvo conmigo fue cuando quise desquitarme en el bosque, en ese momento en el que casi se arma la tercera guerra mundial; cuando estuvo tan cerca de mí que ni siquiera puedo recordar los detalles de las palabras que pronunció, y, si ni siquiera pude formular oraciones claras y concretas en ese momento, ¿cómo es que él iba a recordar que quería decirme algo?
Sin embargo, con mi mente sumergida en mis problemáticos asuntos al bajar de la montaña, olvidé por completo que, en casa, tenía dos personas más por las que preocuparme, pero, vamos, ¿cómo podría tenerlo siempre presente? El problema de nuestra balanza es que, sin darnos cuenta, cada vez vamos agregando más cosas y en algún momento, no somos capaces de controlar que cada una de ellas permanezcan sanamente ahí, porque somos humanos, no tenemos oído biónico, ojos escaneadores de problemas ajenos, no podemos leer mentes, predecir el futuro, tampoco peseemos un collar que nos de una pequeña descarga eléctrica cuando alguien que queremos está en problemas, o, incluso, un itinerario para visitar a todos a cada hora, mucho menos el tiempo para hacerlo.
Ese es el agrio chiste de esto, por más que intentemos controlar todo, por igual y balanceado, al finalizar las cosas, no podemos saber qué nos deparará la vida. Al terminar el día, chicos, nuestra balanza no sirve una mierda.
Pues, heme aqui, a solo minutos de llegar al hotel de nuevo, a esperas del bus que nos llevará a Cherry Woody, con el teléfono en mi oreja, con una muy mala cobertura, intentando comunicarme con mi madre, luego de leer los casi cincuenta mensajes diciéndome que mi tía había estado sintiéndose mal durante la tarde y que, luego de que tuviera hemorragia, fueron directo al hospital, cuyo mensaje fue enviado a las tres de la mañana, el día de ayer. Recuerdo que, ella, en un intento inocente por querer retenerme en casa, aseguró que sería el momento perfecto para estar juntas y yo, como un ser humano imperfecto y real, que no tiene idea de lo que pasará en las siguientes horas, dije que no, porque, como dije, la vida sería más sencilla si pudiéramos saber cosas como estas, sin embargo, ¿qué le importa a la vida el que nosotros tengamos comodidad?
Estoy firmemente segura de que el más importante punto de la vida es que nos sintamos incómodos con ella.
Tomo una de las sillas que adornan la recepción, subiéndome sobre ella y alzando el teléfono en mis manos, para intentar conseguir más barras de cobertura y acaparando alguna de las miradas del resto, quienes esperan pacientes junto a sus pesadas mochilas, disfrutando un poco más el tiempo alejado de la fea realidad. Uno de los botones camina hacia mí posición, con una clara expresión de confusión.
—Señorita, no puede subirse ahí —forma una forzada sonrisa en sus labios.
—¿Tiene algún lugar que tenga cobertura? —ignoro su advertencia.
—No, pero podemos ofrecerle un descuento en el servicio de telefonía del hotel. Tenemos precios desde veinte dólares por media hora o veinticinco por...
—No, gracias —interrumpo—. Solo deme diez minutos y me bajaré de aquí, lo prometo.
—Lo siento, pero no podemos permitir que...
—¡Es urgente! ¿Entiende eso? —mi alzo de voz añade más tensión a mi alrededor—. ¡Si no fuera sumamente importante no estaría aquí, sobre una fea silla en un tonto resort que no tiene un buen servicio de telefonía gratis!
El silencio comienza a reinar en toda la amplia sala, dejando que la incomodidad salte a mi cuerpo. A la lejanía, el cabello rubio de Sage camina hacia mi dirección, atrayendo todas las miradas que faltaban por agruparse, hasta detenerse frente a mí, con ojos preocupados y con la figura de West siguiendo sus pasos.
—¿Hay algún problema? —su pregunta se dirige hacia el botones.
—La señorita no quiere bajar de nuestro inmobiliario, acabo de ofrecerle un descuento para que pueda realizar una llamada desde el hotel, pero se niega a aceptarlo —explica, sin borrar la falsa sonrisa de su rostro.
—¿Debo pagar? ¡Solo tengo cinco dólares! ¿Cuántos minutos me da eso? ¿Tres? —abrumada, alzo mis brazos después en su dirección.
—¿Cuánto es la tarifa? —Ashton cuestiona, con cautela.
—Veinte dólares por media hora, veinticinco por una hora —menciona nuevamente—. En caso de querer un tiempo más prolongado, existen más planes disponibles.
Sus ojos azules se van hacia mí, por unos cortos segundos, para luego llevar su mano hasta su bolsillo delantero derecho, sacando un arrugado y viejo billete de veinte dólares y extendiéndolo hacia el hombre. Antes de que pueda hacerlo, mi mano salta en su dirección y toma su brazo, para impedirlo. Ya tengo suficiente como para lidiar con esto, un nuevo gesto de su parte, porque, da la casualidad, que cada vez que tengo un problema, él aparece, como si, a diferencia del resto, tuviera una batiseñal que se activara cada vez que Camyl Harrison se mete en un lío.
—No tienes que hacer esto, Sage —detengo, tragando saliva.
—Pero quiero hacerlo —retira mi mano de su brazo, cuidadosamente, entregado el dinero al botones—. ¿Dónde puede hacer la llamada?
—Justo aquí —con un movimiento rápido, da media vuelta y toma un teléfono fijo que se encontraba tras el mostrador, entregándoselo a Ashton—. Gracias por su colaboración.
—Gracias por su hospitalidad —el sarcasmo se añade a mi voz con facilidad.
West da un paso adelante, estirando su mano hacia mí, con la intención de ayudarme a bajar. Le doy una mirada, analizando sus facciones y, por feo que suene, lo único que habita en mi mente es el hecho de que esas manos pudieron estar, si es que no estuvieron, en cualquier parte del cuerpo de la chica con la que menos soporto compartir la misma atmósfera, es por ello que, sin poder reprimir mis pensamientos, mi rostro se arruga en señal de asco, dejándolo un poco desentendido de la situación. Sin decir palabras, me limito a bajar por mi cuenta, tomando con rapidez el teléfono de las manos de Sage.
Estoy segura que, a pesar de mi preocupación, hay espacio para preguntarme a mí misma lo que muchos, indirectamente, han querido cuestionarme: ¿cómo es que este chico siempre está ahí? ¿Es por West o por Chelsea? ¿Solo es mi mente confundiendo mis ideas? O, mejor dicho, ¿por qué, de pronto, comienza a importarme el que esté? Porque, como ya lo sé, él siempre ha estado, solo no lo notaba hasta ahora y, hace unos días eso no causaba un debate en mí, pero dado todo lo que ha estado pasado a su alrededor, no puedo evitar preguntarme si realmente estoy cómoda teniéndolo cerca y notándolo como algo más arriba del chico aburrido, solo, insípido y neutro que había sido para mí durante años.
Mis dedos comienzan a marca el número de mi madre con una velocidad desconocida para mí. Coloco el teléfono sobre mi oreja, respiro hondo y solo espero, sintiendo mi sangre arder dentro de mis venas con cada repique.
—Heather Valwood —el sonido amargo en su voz me hace detener la respuesta unos segundos.
—Mamá —dije, tragando saliva—. Soy yo, recibí tus mensajes, acabo de llegar al hotel, ¿cómo está ella?
—¡Oh, puqui! ¡Estaba volviéndome loca! —vocifera—. Ella está estable, logramos llegar a tiempo, todo estará bien con ella.
—Mamá, ¿por qué solo dices ella?
Un tenebroso silencio se posiciona en la comunicación.
—Mamá, dime, ¿cómo está el bebé?
Mis ojos, sin pensar lo que hacen, se van directo a Jeff, a una larga distancia de mí, charlando con los padres, con una enorme sonrisa en su rostro, dando la cara a pesar de que sé a la perfección que su error remueve su alma a cada segundo. Él simplemente está ahí, ignorante, no porque lo quiera así, si no porque alguien más lo convirtió en eso; en una persona que no sabe qué pasa con la mujer que ama y con su bebé, el mismo que, según él, no existe, porque así somos, nos paseamos por el mundo sin saber qué nos matará, qué se llevará a los que queremos y, sinceramente, es lo que más odio de la vida misma. Pasamos cada segundo haciendo cosas que probablemente no tengan importante, perdemos nuestro tiempo sin saber que lo estamos haciendo, estamos absueltos de todo, somos idiotas, sin saberlo, sin siquiera poder prevenirlo, simplemente lo somos.
No tengo nada en contra de vivir, pero siempre habrá ese sentimiento de querer que no sea cómo es ahora, jamás desaparecerán esas enormes ganas de cambiar aspectos del mundo en los que no tenemos control y esa es la peor parte de crecer, cuando ves que, aunque somos nosotros los habitantes inteligentes de este planeta, en realidad no tenemos tanto poder en él como parece.
—Está en riesgo, Cam, sobrevivieron la noche pero literalmente, el embarazo está matando a tu tía y... Hay que tomar una decisión antes de esta noche —un suspiro se presenta luego de esa oración—. Ella está afectada, así que me pidió que yo eligiera qué hacer con el bebé, pero no puedo, puqui, yo no soy tan fuerte como aparento y no puedo hacer esto sin ti. Tú eres lo único que me mantiene de pie, tú siempre me sacas de mis problemas, de mis errores... —un entrecortado silencio me hace entender que, en el rostro de mi madre, figuran lágrimas—. Eres mi brújula, puqui, yo no sabría qué hacer si algo te pasa y, ¿ahora debo decidir sobre esto? Simplemente, no puedo hacerlo.
Todo esa opresión en el pecho causa el agite de mi corazón, llenado mis pupilas de agua salada.
—Bien, mami, esto es lo que haremos —enderezo mi espalda, reteniendo las lágrimas—. Tú irás con ella y pondrás station nineteen, porque sabes que es su favorita, en media hora comienza, y estarás ahí hasta que yo llegue, llevaré una solución para esto, lo prometo.
—Está bien, lo haré... Dejaré que me guíes, igual que siempre lo has hecho.
—¿Qué puedo decir? Tú me criaste, hiciste un gran trabajo conmigo.
—Es cierto —puedo escuchar un cambio en su humor—. Te amo, puqui, no tardes tanto.
En silencio, cuelgo la llamada y permanezco en el lugar, tomando cortas respiraciones para poder tranquilizarme. Si lo que ella dice es cierto, si se supone que siempre ayudo a encontrar caminos correctos en los cuales conducir, si debo llevar una solución a ese hospital, tengo que pensar rápido, hacer las cosas correctas, porque este, sin duda, no es el momento para equivocarme, no puedo dar marcha atrás. Lo peor de todo es que sí tengo una solución, ya sé la respuesta, sé, exactamente, qué debo hacer en los próximos segundo, sin embargo, no tengo la menor idea de si será lo correcto y, quiero pensar que sí, pero, ¿quién soy yo para medir las consecuencias de esto?
Él está allá y ella en el hospital, no puedo callar, no me permitiré seguir observándolo, sabiendo que lo más probable es que el hijo del que no tiene idea de que existe muera antes del anochecer, no seguiré sintiéndome mal por quitarle la oportunidad de ser padre a alguien que puede con el papel, aunque no lo posea por mucho tiempo.
Hay una gran posibilidad de que todo mi juicio esté nublado por el estrés y la necesidad de desahogarme con todos mis problemas paternos de la infancia, pero, justo ahora, es algo que no me importa en lo absoluto.
—Gracias —volteo para darle frente a las miradas preocupada de los chicos—, a ambos. Yo... Tengo un asunto familiar, debo irme, pero prometo llamarlos, luego, tal vez.
Dejando sus rostros con una expresión de confusión, doy media vuelta, avanzando mis pasos en dirección a mi objetivo, con pisadas fuertes, donde mi espalda recta y mirada decisiva se encargan de esconder el temblor de mis manos, el nerviosismo de mi corazón y el desastre de mi cabeza. Con cada espacio que avanzo, las ganas de dar vuelta atrás crecen, pero intento ignorarlas, lo más que puedo, al llegar a una distancia cercana a Jeff, mi presencia parece llamar su atención y la de los dos adultos a su lado, haciendo callar la conversación; porque claro, no hay nada que te ponga más nervioso que el silencio que se forma entre un grupo de personas en cuanto te ven llegar.
—Una disculpa por la interrupción, pero necesito hablar con el profesor Weater, es algo importante —con la voz más amable, sonreí en dirección a Lorena Canon y Damien Sage.
Y así, la expresión esperada aparece: ese rostro de “¿pasa algo?”, que te tienta a gritar todo a voz popular, sin tapujos, sin tacto; solo lanzar la bomba y esperar a ver el alcance de la explosión. Sería una mentir decir que no se me da bien mentir, es falso, puede que se me haga difícil decir que no a algo, también evitar los malos entendidos, incluso el mandarín, en algunos casos, si me atrevo a ser sincera, pero mentir no entra en esa clasificación, porque no es sano decir que los seres humanos somos expertos que en el arte de mentir, cuando en realidad somos los dioses del engaño. Con las manos en sus bolsillos delanteros, le da una mirada amable a los presentes y se acerca a mí, caminando unos pasos más en dirección contraria a ellos, hasta tener la suficiente privacidad necesaria.
—¿Quieres hablar de tu padre, Cam? —cuestiona, con semblante preocupado.
—No realmente —niego—. Escucha, Jeff, necesito que me perdones, ¿bien? Tú... Eres lo más parecido a un padre que he tenido, pero luego de lo que diré, tienes que entender que ellas son mi familia, son todo lo que tengo y no podía ir en contra de sus intereses.
—Bien, Camyl, ahora estás asustándome —cruzó los brazos sobre su pecho, con preocupación—. ¿Qué está pasando?
—Antes, tienes que prometer que estarás calmado y harás exactamente lo que te diga —doy rodeos, esperando suavizar el golpe.
—Cam...
—Promételo, Jeff —insisto—. No te lo diré hasta que lo hagas.
—Bien —accede al fin—. Lo prometo.
Un silencio se hace presente, mientras sus ojos me observan sin hacer movimientos, aparentemente creando ideas posibles en su cabeza para comprender mi actitud, yo, por el contrario, trago saliva y me preparo para decirlo, armando el rompecabezas mentalmente para poder encontrar la forma correcta de decirlo. Estúpido, eso es, porque no hay forma linda y suave de decirle el lío que está sucediendo.
—Mi tía está embarazada, y claro está que es tuyo. Ella no quería decírtelo, se enteró luego de que terminaran —esas palabras bastan para que su rostro cambie drásticamente—. Ahora, el problema es que, en este momento, está en el hospital, internada y en peligro. No me preguntes detalles, no los conozco, pero sé perfectamente que lo que realmente necesita ahora es tu apoyo y el de la familia; sé que la amas, sé que cometiste errores y probablemente el estar ahí no lo arreglará en lo absoluto, pero sé quién eres y no te creo merecedor de estar ahí, viviendo tu vida, sin saber esto. Es tu hijo, es la mujer que amas, tú debes de enterarte, antes de que sea tarde.
Su respiración cesa, casi al instante, puedo sentir desde mi posición lo rápido que late su corazón, con la velocidad en la que bombea su sangre en este instante, sus ojos se encuentran tan perdidos que doy un paso adelante para comprobar si está bien, si realmente escuchó lo que dijo, pero a juzgar con su descompuesto estado, estará deseando no haberlo hecho.
—Mi auto está afuera, te llevaré —reacciona segundos después, solo para tocar su bolsillo delantero en busca de las llaves y comenzar a caminar fuera del lugar.
Existe otro factor peligro además de la balanza, y ese es: el tiempo. Están tan aliados y complementados, que casi son el mismo. Este significa algo diferente para cada quién, es el que tanto tarda cuando estamos en la clase que odiamos, el que corre cuando estamos con amigos, ese que parece inexistente cada vez que cerramos los ojos antes de dormir y, con lo que suele parecer segundos, podemos ver la luz del día nuevamente, es quien nos quita todo en un parpadeo. Lo que tenemos en común todos en cuanto al tiempo, es que por más que querramos controlarlo, se nos es imposible y, la finalizar nuestro día, pase lo que pase, siempre quedará el sentimiento de pensar que lo estás perdiendo y no saber cómo aprovecharlo.
Eso se debe a, quizá, el hecho de que no puedes saber qué pasos te sombran y cuáles te faltan, hasta que estás cansado, en medio del bosque, rodeado de lobos hambrientos y solo necesitas caminar cinco pasos más para estar a salvo, o, en situaciones distintas, estando en una cálida cabaña, porque tal vez te adelantaste a todo y llegaste antes de que la luna llena saliera, pero, no marcaste tus huellas y, antes de emprender el viaje, olvidaste preguntarte algo; ¿sabes cómo volver a casa?
Se pueden escuchar nuestros pasos resonar por toda la enorme sala principal, pero lo peor llega cuando subimos al auto, mientras el silencio comienza a arroparlos hasta arriba y nos quita la visibilidad que necesitamos. Puedo ver sus manos inquietas apretar el volante, intentando no llevar el auto a un accidente seguro, cuando sé que lo único que lo detiene para no conducir saltándose los semáforos en rojo, soy yo, la misma cobarde que no puede ni mirarle a los ojos, limitándome a enviar mensajes de texto a mi madre, avisando de nuestra pronta llegada. Cuando el auto se detiene y pongo un pie fuera de él, descubro que el silencio en el auto no es lo peor; ir por los pasillos de un hospital sintiendo como si te faltara la voz, eso sí lo es.
—¿En qué piso están? —la voz de Jeff suena entrecortada al subir en el ascensor.
—Es el quinto piso —aviso, llevando mi mano hacia su hombro—. Todo va a estar bien, Jeff.
—Camyl —pronuncia mi nombre en un tono de angustia, dejando seguir un frío silencio, con la música estática del elevador como fondo—. Gracias por decírmelo, conozco a Sunny y... Quizá nunca me hubiera enterado.
—Lamento no decirlo antes, pero...
—No tienes que explicarme nada, es tu familia, tienes derecho a estar de su lado —una afligida sonrisa se esculpe en su rostro.
Las puertas del elevador se abren, dejando entrar una corriente de aire por nuestro cuerpo. Dirijo mía pasos en busca del número de habitación correspondiente, con la figura de mi profesor de alemán siguiéndome, hasta que logro localizar a mi madre, justo en la puerta de la habitación, recostada en ella y con su mirada agotada puesta en el suelo; es así como la voz en mi cabeza vuelve a gritar problemas, mucho más alto.
—Mamá —pronuncio, captando su atención.
—¡Oh, puqui! —ella no tarda en saltar para abrazarme, para luego pasar sus ojos de mí, hasta Jeff, de forma consecutiva—. Es... Bueno tenerte aquí, Jeff —se despega de mí, un poco confundida—. Camyl, ¿podemos hablar un momento a solas?
El tono rígido de mi madre hace que mi estómago se revuelva, trago saliva y nos alejamos un poco, teniendo más privacidad, la cual, sinceramente, no la quiero si en ella debo ser reprendida y probablemente castigada.
—¿Le dijiste? —cuestiona, con molestia.
—Por supuesto que sí, tú querías una solución, pues ahí la tienes —me encojo de hombros—. Tiene derecho a saber, mamá.
—¡Eso es decisión de tu tía, no tuya! —reprende, en un susurro.
—¡No lo es! —replico, tomando una bocanada de aire—. Escucha, mamá, ella es genial, lo sé, tú también lo eres, estoy segura de que ni tú o ninguna otra mujer necesitan de un hombre para ser buenas madres, pero esta es la situación: el hecho de que mi padre sea el peor en su papel no significa que ningún hombre sea digno de serlo. Esto no es algo que nosotras podamos solucionar, porque no es nuestra pérdida, es de ellos; no existe mejor persona en la que puedan apoyarse, que el uno al otro.
Un silencio arropa nuestro ambiente, dejando el rostro enojado de mi madre un poco más relajado y pensativo. Ella solo se limita a voltear ligeramente su mirada hacia Jeff los siguientes segundos, de pie justo al lado de la puerta, como si solo estuviera esperando el momento perfecto para darle una patada y entrar a ver a mi tía, luego lleva sus ojos hacia mí, nuevamente, tragando saliva.
—Te lo dije, ¿no? Siempre me traes las soluciones que necesito —esboza una pequeña sonrisa, pasando su manos por un mechón de mi cabello. Da media vuelta, captando la atención de Jeff—. Puedes entrar, estará feliz de verte, solo... Intenta no alterarla.
Los ojos vacíos de Jeff se iluminan al escuchar las palabras de mi madre, casi de forma inmediata, con un movimiento rápido, se da media vuelta y lleva su mano hasta la manija de la puerta, pero se detiene, de forma imprevista, quedando de pie en esa misma posición durante unos cuantos segundos, sin ejercer movimiento. Desde donde estoy, puedo notar a simple vista cómo su mano no deja de temblar, no es necesario ninguna otra señal para comprobar el miedo que corre por su cuerpo, al menos no para mí, porque yo, al igual que él, conserva el temor de seguir perdiendo las cosas que ama.
Con pisadas ágiles, rodeo a mi madre y logro llegar hasta él, tomando su fría y sudorosa mano, haciéndolo girar hacia mí.
—¿Recuerdas que ella dijo que quemó tu suéter de la universidad? Ya sabes, el de color vino que tiene una mancha de mostaza en la manga izquierda —alzo una ceja, con una sonrisa en mi rostro, intentando parecer despreocupada. Él asiente, con curiosidad—. Pues, no lo hizo, en vez de eso, se la pasó todo el día buscando en internet cómo sacar esa mancha, y logró encontrar una forma, pero al final, se dio cuenta de que si la lavaba, tu aroma desaparecería, y ella quería tener un recordatorio de ti.
Inevitablemente, su sonrisa aparece, sus hombros comienzan a relajarse y su mano para de temblar. Algunas veces, perder algo es lo único que necesitamos para salvarnos, sin embargo, ¿cómo se describiría cuando aquello regresa? Quizá, la llegada de mi padre sea solo una oportunidad para ser más fuerte, tal vez no cambie nada, todo siga igual y su intención no sea otra, más que una vida feliz para sus hijos; hay posibilidades de que, seamos tan invisibles y poco importantes en su vida que jamás se enteró que curso la preparatoria en Cherry Woody, existe la posibilidad de que lo menos que quiera, sea verme de nuevo.
Pero, ¿qué pasará si no es así y me falta una parte de la historia?
—¿Qué crees que esté haciendo Alessa en este momento? —la pregunta de West me hace girar la cabeza con lentitud hacia él.
Mi expresión cargada de confusión y una mezcla de eres un idiota, no tarda en causar una actitud evasiva en el moreno.
—¡No me mires de esa forma! —me da un pequeño empujón—. Tú... Puedes escribirle un texto y preguntarle.
—West, llevo aquí desde esta mañana, mi teléfono ha muerto —suelto un suspiro frustrado—. Además, ¿ayer no estabas besándote con la rubia francesa?
—Lo estaba, pero, no lo sé, quizá la que me interese sea Alessandra.
—Claro, seguro conseguirás conquistarla con el plan que estás llevando.
Una carcajada sale de él, deja caer su cabeza en la fría pared de hospital, con la mirada fija en la puerta color marrón que está frente a nosotros. Estar aquí, a un costado del pasillo, tomando asiento en el suelo, junto a West, viendo pasar a los doctores de un lado al otro, teniendo el privilegio de no escuchar ese sonido tan traumante para cualquiera; el de la muerte, es sinceramente, lo que necesitaba luego de todo lo sucedido en la semana. Claramente, no soy fan de los hospitales, nunca lo fui, tampoco lo seré, pero, porque alguna razón, muy a pesar de que en estos lugares las personas pierden mucho más que lágrimas, hoy parezco estar viendo el otro rostro de las cosas, donde no solo se pierde, si no también se gana.
¿Y qué gano yo en todo esto?
No mucho, mi tía está en cirugía, mi madre llamó a la familia, causando más pánico, no soy capaz de mirar a Jeff y notar su semblante acabado, además de que, la única persona a la que creí tendría en momentos como estos, parece poner primero nuestro pleito, que nuestras promesas, y sí, está claro que hablo de Chelsea. Aún así, la mano de West sostiene la mía, mientras pasa su dedo índice por el esmalte de mis uñas, intentando encontrar no sé qué sobre ellas, y eso, suene raro o no, es lo único que me mantiene cuerda en estos momentos. Una vez, me hicieron una pregunta, simple y lógica, tanto, que ni siquiera me tomó de sorpresa; ¿cómo es que no estás enamorada de él? ¿Y cómo él no intenta conquistarte? Era tan sencillo cuestionarse algo como eso, porque jamás sería capaz de negar aquellos dotes de señor perfecto que West posee, sin embargo, creo que ese pequeño sentimiento que tenemos entre nosotros, sobrepasa lo inestable de las relaciones románticas humanas y sí, quizá seamos mucho más temperamentales que una pareja de enamorados.
Muchas veces creemos que lo que todo necesitamos, es una pareja, pero no es así, lo que realmente requerimos, es amor, alguien con quién compartir esos detalles de ti que no serías capaz de confiarlos ni a ti misma. El amor, viene en cajas diferentes; las relaciones amorosas, en algún momento, llegan a su fin, eso no quiere decir que las amistades no lo hagan, pero, lo único que se debe hacer para determinar cómo queremos estar unidos, es sentir esa conexión y decidir a qué lado apunta; en todos los sentidos posibles, un amigo es mucho mejor que un novio.
—Debo decirte algo, puqui —sus ojos vuelven a mí de forma imprevista, luego de un largo silencio.
—No me digas que embarazaste a alguien, Fernández —bufo, con preocupación.
—¡Por supuesto que no! —suelta mi mano, con sorpresa—. Demonios, Camyl, me siento ofendido.
—Sí, claro, ¿vas a decirme o no? —me burlo, dándole un pequeño empujón.
Su respuesta se hace tardar unos cuantos segundos, lo necesario para alterar mi curiosidad y hacerme acomodar mi postura, para verlo cara a cara.
—Es sobre... Ty —decirlo, le cuesta un momento—. Puede que... Sepa la razón por la que, mágicamente, dejó de hablarte.
—¿Qué demonios hiciste, West Fernández? —mi ceño se arruga de inmediato.
—¡Nada que no debiera! —se defiende—. Puqui, no sé cómo decir esto, pero... Él te presumió, no como la chica de sus sueños, si no como un trofeo, quería saber qué era salir con la chica imposible de Cherry Woody —sus palabras entran en mis oídos de forma brusca—. Él... Incluso le dijo a sus amigos que su propósito era descubrir que hay detrás de la desaparición de Holder, y que tú eras el móvil para lograrlo.
No contesto, opto por permanecer en silencio, con la mirada en el cruce del pasillo. ¿Qué puedo decir? No me lo esperaba, pero... No duele, no afecta absolutamente nada en mí, digo, no se puede esquivar una bala y luego sentirse mal por ello, en el mundo en el que vivimos, la guerra es más latente de lo que pensamos, por ello, todos hemos aprendido a usar chalecos antibalas y hasta prevenidos, en caso de recibir una bomba. A la lejanía, justo donde mis ojos están, la espalda ensanchada y tan particular de Ashton hace su aparición, moviendo su cabeza de un lado al otro, hasta que sus ojos llegan a nuestra posición, en busca de alguien en específico: yo, porque, mi mamá me enseñó a leer las actitudes, y la suya, lleva mi nombre.
—¿Faltó a la segunda cita por ti, no? —lanzo mi primera pregunta, volviendo mis ojos a él.
—Es correcto —asiente—. Yo... Lo confronté el lunes por la mañana, iba a decírtelo cuando estuve en tu casa, pero... Parecía que estábamos a punto de volver a ser amigos, o lo que sea que seamos, no quería arruinarlo.
No pude evitar sonreir.
—¿Qué le hiciste?
—Rompí su guitarra —se encoge de hombros.
—¿Qué tú qué? —un mar de carcajadas comienzan a salir de mí. Al notar la presencia del rubio más cerca de nuestra posición, elevo mi rostro para verle—. ¿Tú sabías de esto?
—¿De qué hablan? —con un tono de confusión, se detiene frente a nosotros, con una bolsa de plástico en su mano derecha.
—¿Que si sabía? —West se pone de pie, tomando a Sage de los hombros—. Él escuchó a Ty hablar de ti, fue el de la idea.
—No conocía ese lado vengativo de ti, Sage —comento, con una sonrisa burlista.
Con una curvatura de lado en sus labios como respuesta, da un paso hacia mí, alzando su mano en mi dirección y ayudando a levantarme de suelo posteriormente, en un tan rápido y descordinado movimiento como para hacer que mi pecho chocase con el suyo.
—Ese lado mío solo aparece cuando intentan dañar a quién me importa —menciona, clavando sus ojos en los míos—. Te traje algunas cosas —suelta mi mano con lentitud, para luego entregarme la bolsa.
Con curiosidad, reviso su contenido, cautelosamente, encontrando un paquete de maníes con chocolate, una botella de Coca-Cola y lo que parece ser una pequeña memoria para celular.
—La memoria tiene un par de películas, algunos artículos que pueden gustarte, quizá te sirvan para tus pasantías, también hay libros, todo lo que puedes necesitar para no aburrirte aquí —explica, con amabilidad.
Desde un punto de vista diferente, de la chica que sigue manteniendo la mirada en el chico, puedo asegurar que esto, es mil veces mejor que la búsqueda del tesoro en la cita con Ty.
Muy bien, lo admito, muy poco logra superar una cita como esa, pero, ¿qué sentido tienen si las intenciones son todo, menos buenas? Teniendo en cuenta la información que tengo sobre el crush de mi mejor amiga, el hecho de que no es bueno conviviendo con personas, porque no le interesa mucho hacerlo, logro suponer que este tipo de cosas no es algo que haga diariamente. Sin embargo, ¿cómo puedo comparar esto con los detalles de Ty? Son situaciones del todo distintas, uno me gusta, o al menos lo hacía antes de saber que es un verdadero idiota, pero, el otro no es más que alguien a quien debo direccionar hacia mi mejor amiga, si es que, a estas alturas, la puede seguir llamando de esa forma. Es estúpido, porque Ashton no es un cordero que pueda guiar hacia donde deseo, y, aunque lo fuera, no creo que sea capaz de seguir mis órdenes tan fácilmente; hay códigos, que se supone que debo seguir, pero, ¿estoy en lo correcto o mi madre siempre tuvo la razón, y los códigos son inservibles?
Sigo en el intento de descifrar qué pregunta existencial se me es más complicada, si el hecho de no saber si me he estado equivocando durante años, o el por qué de, que justo ahora, la oración «ese lado mío solo aparece cuando intentan dañar a quién me importa», cause más curiosidad e impacto en mí, que enterarme del engaño de la cara bonita de Ty Asher.
—Iré por algo de comer, porque acabo de darme cuenta que a mi mejor amigo le preocupa la salud de alguien más que no soy yo —el comentario de West hizo que Sage rodara los ojos—. Nos vemos luego.
Con pasos desorientados, West se aleja de nosotros, camino a la cafetería, dejando un vacío algo difícil de sustentar entre nosotros.
—La mitad de los chicos terminaron intoxicados, luego de que te fuiste, nos dieron camarones en una extraña salsa, y, aunque estuve tentado a probarlos, mi padre quiso hablar conmigo en ese exacto momento —comienza a contar, apoyando su espalda en la pared—. Tú... ¿Cómo estás con lo de Asher?
—Eso es algo que no me importa ahora —copio su posición—. Tal vez nunca me importe, no soy alguien que se centre en la traición de los ámbitos amorosos.
—¿La traición en los ámbitos amorosos? Eso suena a que la traición es algo está en el paquete de estar enamorado. No me digas que Camyl Harrison es una de esas chicas que juraron no enamorarse porque les rompieron el corazón —bromea, sacando un pequeño chocolate de su bolsillo delantero izquierdo y comenzando a comerlo.
—No podría, jamás me han roto el corazón —me encojo de hombros—, al menos no en el sentido romántico.
—He de suponer, que tampoco te has enamorado aún —sonríe de lado, dándole otro mordisco a su chocolate.
—¿Cómo llegaste a esa suposición? —alzo una ceja, con diversión.
—Pues... —en un rápido momento, gira su rostro hacia mí, acercándolo un poco, con una lentitud capaz de alterar mi ansiedad—. Mi madre decía que, si aún no te han roto el corazón, es porque todavía no has amado a alguien lo suficiente.
Trago saliva, mientras mis ojos se centran en sus pecas, casi invisibles, haciendo un intento por evitar contarlas.
—Poético, ¿dices que el amor duele? ¿Eres de eso chicos? —mi vista se va a sus ojos, nuevamente.
—Digo que el amor se trata de sentir, con cada parte de tu ser, tanto, como para que consuma todos los rincones de tu mente, al grado de que una corriente eléctrica pase desde tus pies, hasta tu nariz, cada vez que estás cerca de esa persona, que cuando estés caminando por la calle, no dejes de ver cosas que te recuerden a él; que con solo un beso, se guarde el sabor de sus labios en tu memoria —cuidadosamente, lleva si dedo gordo hasta mi nariz, manteniéndola ahí, durante unos segundos—. Camyl, la vida duele por sí sola, cuando solo te preocupas por ti, cuando te amas a ti mismo, ¿puedes imaginarte cómo es cuando tienes a alguien más a quién amar?
Un silencio nos arropa de pronto, su mano cambia de posición, recorriendo con tranquilidad el contorno de mi nariz, hasta acabar en mis mejillas, provocando un terrible sonrojo que se me es imposible ocultar, incluso después de que su mano se separa de mi piel, dejando la sensación de sus manos, por más de lo que puedo contar.
—Asumo que tú sí has estado enamorado —el noto de mi voz se vuelve tímido.
—No todavía —aclara, con una sonrisa ladina—, pero, teniendo en cuenta una palabra tan fuerte, tan difícil de sentir, o decir, y tan imposible de borrar, no me espero sentir menos que eso.
Estoy a punto de responder, con las palabras perfectas rodeando mis labios y queriendo sacar a flote aquel tema del que siempre habla, pero que nunca cuenta; quién fue la chica cuya foto estuvo a punto de colgar, pero, como es de esperarse cada vez que algo como eso se acerca, la interrupción se dio a conocer, con nombre y apellido. La voz de Chelsea llamando mi nombre nos hace voltear, de forma inmediata, trayendo consigo una separación instantánea, dejando nuestros cuerpos, en un mínimo de tres pasos de lejanía.
—¿Chels? —arrugo el entrecejo al verla de pie a una pequeña distancia de nosostros.
La sorpresa en mi rostro, habla más que mil palabras, porque, no hay más que decir, a estas alturas de la noche, el verla aquí se había vuelto una escena imposible para mí. Con pasos rápidos, me acerco a ella, intentando descifrar su descolocado rostro, mientras le regala una coqueta sonrisa a Sage; vestida con ropa deportiva, parece un poco despeinada, con un bolso en su espalda que pesa lo suficiente como para hacerla encorvarse, con los audífonos en sus orejas y el teléfono en medio de una llamada.
—Mamá, estaré bien, lo prometo, pero ahora debo colgar —habla arrastrando las palabras, acabando con la llamada—. ¡Sorpresa! Vine a... Hacerte compañía, aunque por lo visto, es lo que menos necesitas.
El sarcasmo en su voz me hace rodar los ojos. La tomo del brazo, alejándonos del rubio lo más que se pueda, en busca de más privacidad.
—¿Vienes a seguir discutiendo? ¿Estás de broma, Chels? —cruzo los brazos sobre mi pecho—. No es el momento, ni el lugar para tus inseguridades.
—¿Inseguridades? ¡Tú no has visto la forma en la que se estaban mirando! —su actitud forzada cambia a una más dispuesta a decir todo lo que piensa.
—¡Estaba diciéndome algo importante!
—¿Antes o después de que te acariciara el rostro? —acentua sus cejas—. Tú... Jamás habías actuado así conmigo.
—Tú jamás habías desconfiado de mí —afirmo, en respuesta—. Yo... No pienso hablar de esto ahora, estoy muy ocupada interesada en la salud de mi tía.
Decido dar un paso atrás, dispuesta a dar la vuelta e irme, pero la pelirroja me detiene en cuanto nota mis intenciones.
—Lo siento —suelta, de forma inesperada—. Es solo que tú... Eres perfecta, Camyl, eres hermosa, talentosa, optimista, ayudas a todo el que puedas, siempre ves lo bueno en las malas situaciones, das los mejores consejos, te llevas bien con todos, no conozco algo que hagas mal, tú... Eres una competencia que me condenaría a la derrota.
Con el rostro confundido, me tomo el tiempo de pensar en sus palabras. ¿Desde hace cuánto se ha sentido amenazada por mí? Y, más importante, ¿por qué razón no lo había dicho? He creído durante mucho tiempo que, todos esos sentimientos de Chelsea hacia un chico tan insípido, se deben a solo una razón: capricho. Pero, ahora, sé que esa palabra no pertenece a las características imponentes de Ashton Sage, ¿y si realmente le gusta y no es un simple intento por encontrar un chico que no le rompa el corazón?
Tal vez, ella lo es la única que no ha sido una buena amiga últimamente.
—¿Me consideras una competencia? —me alerto, volviendo mis pasos hacia ella—. Chelsea, ¿desde cuándo pensar que tu mejor amiga está compitiendo contigo por un chico está bien?
—Sí, lo sé, soy una pésima mejor amiga, ya lo habías dicho en la fogata —suelta un bufido, cruzándose de hombros—. ¿Me culpas? ¡No he mantenido una verdadera conversación con él en años, a ti te conoce desde hace un mes y te mira como si fueras el amor de su vida!
—Estás viendo cosas donde no las hay —aseguro, rodando los ojos.
—¿Estás segura? —endereza su espalda, acercándose a mí, con preocupación—. Yo... Necesito que seas sincera, Cam, por mí, por favor. Dime, ¿te gusta Ashton?
La pregunta cae en mí cuál balde de agua, haciendo que mis manos sudorosas entraran en un frío poco tranquilizante, dejándome con miles de respuestas sarcásticas por decir, pero me detengo, al ver la expresión seria de mi vida. Desde aquí, no se trata solo de una simple diferencia, aquí hay más, existe miedo, dentro de sus ojos, que me dicen que hay algo más que solo celos en sus palabras, alguna otra razón se encuentra plantado en sus recientes muestras de inseguridad, y, quizá los códigos no hagan las cosas bien, pero el número veintitres, dice con claridad que, si alguna vez el miedo de sentirse inferior a alguien comienza a robar la paz de tu mejor amiga, no puedes hacer más que darle a conocer su valor. Yo, Camyl Harrison, no pensaría en de romper el código número treinta y cuatro, y sentirme atraída por el crush de mi mejor amiga, no por el miedo a romper más reglas, si no, por lo mucho que podría lastimarla.
Existen límites que, sencillamente, no pueden romperse.
—Ashton Sage no significa nada para mí, Chelsea, él es amigo de West, ¿bien? Es bueno conmigo, pero no significa que seamos cercanos. Él es un simple chico, uno muy aburrido, no tiene nada que pueda interesarme —las palabras salen de mí sin siquiera detenerse para ser procesados.
La sonrisa de la pelirroja aparece, sin embargo, se borra casi de inmediato, al mismo tiempo en el que sus ojos se distraen con algo justo detrás de mí.
—Lamento molestar —no logro evitar que mis ojos se cierren con fuerza al escuchar esa voz.
Con lentitud y vergüenza, giro sobre mis talones, quedando frente al protagonista de nuestra charla, con afirmación que me esperé saliendo de sus sorprendidos ojos, que se dedican a no mirar mis ojos, ni por un segundo, porque claro, no puedo intentar arreglar algo sin romper otra cosa, después de lo mucho que mi madre me enseñó a cuidar lo que digo y sobre todo, dónde lo hago, no logré evitar dejar la parte estúpida de mi subconsciente fuera de mi boca.
—Tu tía acaba de salir de cirugía —informa, llevando la mirada a su teléfono, de forma evasiva—. Solo quería avisarte antes de irme.
—¿Te irás? —la pregunta no lo inmutó ni un poco.
—Es tarde, nos vemos en clase —con un noto cortante, se acerca a Chelsea, plantando un beso en su mejilla, para luego pasar a mi lado, como si yo no estuviera—. Que tengan una linda noche, chicas.
Y es así, como su figura se aleja, con rapidez, perdiéndolo de vista a los pocos segundos, dejándome en medio del pasillo, rodeada de mis lamentos, al darme cuenta de lo que hice. Sin duda alguna, lo peor de perder cosas, sea de la balanza o no, es cuando la culpa de todo cae rotundamente en uno mismo, porque, hay que aceptar que culpar a otros de nuestras desgracias es lo mejor que sabemos hacer, es lo que nos salva de caer en el remordimiento, porque en el fondo sabemos, que si perdemos algo que nos importa gracias a nuestras malas decisiones, nos tocará reparar el daño e idear un plan para recuperarlo.
Y nadie aquí es bueno aceptando sus errores, mucho menos intentando eliminarlos.
Dios, al fin la inspiración me miró a los ojos y me ayudó a terminar este cap.
Iba a publicarlo en sábado, peero, después de tardar tanto en actualizar, creo que lo mejor es que se deleiten con esta belleza de capitulo, y lean muy bien cada detalle, porque desde aquí, se desencadenan muchas cosaaas. Si ven algún error, díganme, no lo corregí antes de publicarlo. <3
En fin, disfrútenlo, y, feliz halloween atrasado. ✌🏻♥️
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top