C14: Alzamiento militar.
Mentir.
Otro cuestionamiento lógico que nos hacemos cada día de nuestras vidas, porque fácil, sí es; tanto utilizarlas, como aceptarlas, o fingir hacerlo. Porque, hay que ser sinceros, mentimos con tan solo respirar, y por ello no me refiero a ser el creador de la mentira, hay más de un papel que puedes interpretar dentro de ella.
Ser el mentiroso original es, sinceramente, lo que menos está mal dentro de un engaño; si bien mentir está mal, en ocasiones, hacerlo es la única opción que favorece, y nosotros siempre, siempre, buscamos aquello que no pueda perjudicarnos. Le llaman instinto de supervivencia. Si eres la persona cuyo problema o situación se acumuló, haciendo reaccionar una respuesta sencilla y falsa, solo eres humano, cometiendo errores, claro que, hay unos peores que otros. Claramente, hay personas que están llenas de egoísmo, y, a su consecuencia, envuelven su vida de falsa palabras, pero, ¿el inventar una mentira te vuelve tan malo?
Seamos sinceros, aunque mientras para conseguir a un chico, para caerle mejor a alguien, para salvarte el pellejo, para ayudar a alguien o incluso, para lograr tus más vanidosos cometidos, el que la mentira esté presente solo significa autoayuda. Los mentirosos son egoístas, caprichosos y solo se preocupan por sus propios intereses.
Así que, desde donde yo lo veo, tomando en cuenta de que decimos mentiras de forma constante y repetitiva, todos poseemos dichos adjetivos, y eso no te hace una mala persona.
Caroline Thormp miente más de lo común, es su naturaleza, con diagnóstico incluido. Sin embargo, no la llamaría un ser despreciable, tampoco alguien malo, por una única razón: ella no daña a nadie con sus palabras, todo lo contrario, se protege a sí misma del mundo que la rodea. Toda esa sociedad materialista, que juzga duramente, es abrumadora, y algunas personas, al igual que Caroline, solo crean un campo de protección. Existen algunos que no hablan con nadie, otros que nunca se enamoran, algunos, no salen dos veces con la misma persona, y ella, se oculta tras falsas capas de una vida inventada, lo que es, básicamente lo que muchos hacen y no todos tienen un papel firmado por un doctor, que cubre cada cosa que pueda ocasionar sus palabras.
Y, si ella sonríe y es feliz haciéndolo, ¿quiénes somos nosotros para culparla? Es vanidosa, odiosa, caprichosa, manipuladora y extremadamente egocéntrica, al igual que muchas otras personas que conozco. Porque, hay que entender algo: ser quién eres no te hace una mala persona, aun así, siempre debes tomar en cuenta el mejorar, por ti mismo, no por anexas opiniones.
Pero, ¿qué pasa cuando no mentimos? A veces, todo sale mal, y otras, se vuelve más fácil que si hubiéramos decidido mentir.
No siempre, claro está.
Si Jeff le hubiera aclarado a mi tía que esa chica en su teléfono no era solo una compañera de trabajo, las cosas terminarían de la misma forma: mal, porque las mentiras no siempre arreglan nuestros problemas, si West, en su momento, hubiera dicho la verdad sobre lo que hizo, nuestra relación no cambiaría su estado actual, y si yo, Camyl Marie Harrison, no hubiera mentido a mi madre sobre la cantidad de cartas que recibí de mi padre durante los últimos años, nada hubiera cambiado, pero, sinceramente, podría mirar más tiempo el rostro de mi madre sin sentir un puntazo en el pecho.
Sí, hablo de cartas de verdad, escritas con su puño y letra, con direcciones falsas —porque créanme, al recibir la primera, investigué de dónde venían—. Once años de cartas guardadas bajo el tapete de mi cama, de las cuales, solo una fue abierta. Con cada párrafo, nunca hubo nada concreto, solo un montón de palabras llenas de excusas y la línea repetitiva de: «te amo, hija, no lo olvides jamás», refiriéndome solo a la primera carta, claro está, la cual llegó diez meses luego de que se fuera.
Veamos, ¿cómo mi yo de seis años le explicaba a mi madre que su esposo, mi progenitor, me envió una carta y a ella solo un correo de tres líneas, semanas después de irse? Claro, nada sencillo. Es por ello que le conté a una sola persona: mi tía, ella me aconsejó guardarlo en secreto, así durante algunos años, hasta que yo comencé a mentir y aseguré que no había recibido más de esas cartas.
Nunca las leí, tampoco tengo intención de hacerlo, pero, por alguna razón, teniendo en cuenta de que estoy frente a todo el consejo de estudiantes, hablando sobre el itinerario de los próximos meses, viendo como Caroline y Monique se sonríen la una a la otra, solo puedo pensar en que, ni siquiera juntando a esas dos, lograrían alcanzar mi alto porcentaje de mentira e hipocresía hacia mi propia madre.
—¿Hockey sobre hielo? —Monique arruga su frente—. Es algo típico, aburrido y a nadie en esta escuela le gusta.
—Sarah, disculpa mi insistencia, pero, ¿qué hace ella aquí? —con semblante aburrido, lanzo mi pregunta.
—Cam, es un tema que trataremos al terminar la reunión —aclara esta.
Dejo salir una risa silenciosa, preguntándome desde cuánto la presidenta del consejo se entera de todo al terminar las reuniones.
—Como sea —añado, tajante—. Querida, Monique, el hockey es una de las actividades que estarán presentes en la feria del mes que viene, a petición de los estudiantes. Cherry Woody cada semana del primer mes de clases, coloca libretas en todos los pasillos, para que anoten las propuestas para la feria, el hockey es una de las más mencionadas.
Solo recibo una falsa sonrisa de su parte.
—Como decía, Jona, la feria es lo más lejano, entonces estamos bien hasta ahora, solo debemos estar al pendiente de las peticiones, para así ir programando todo —acomodo mi postura—. Ahora, lo portante es nuestra actividad del primer mes, recordemos que último y penúltimo año organiza viajes y visitas al comenzar el año.
—El año pasado fuimos al museo de artes en Chicago —cuenta Chelsea—. Sin embargo, esta vez, para los de último año, pensamos en hacer algo menos... Estudiantil.
—¿Un acuario? —pregunta María.
—Buena idea, María, pero no para este mes —la pelirroja esboza una feliz sonrisa—. Una excursión; el plan es subir el monte Witcherman, y acampar durante dos días al llegar a la cima, está programado para el fin de semana que viene, solo para los próximos graduados.
—¿Padres? —Sarah alza ambas cejas.
—Solo tres; los voceros de nuestro año, Heater Valwood, mi madre, Lorena Canon y —pasa sus ojos color verde por su libreta, formando una expresión de extrañeza—, Damien Sage.
Su vista se fue a mí, como si intentara preguntarme acerca de ese nombre, que, claramente, le pertenece al padre de su crush. Sé perfectamente qué vendrá después, la típica y poco sana pregunta que se presenta constantemente cuando la única conexión con el capricho de mi mejor amiga, soy yo.
«¿Sabías que su padre hace parte de los voceros?». Tan solo pensarlo, puedo escuchar su noto de voz expectante hacerme la pregunta.
—¿Quién lo organizará? —cuestiono.
—De hecho, estaba pensando en Monique, María, tú y yo —forma una tímida sonrisa—. Monique tiene algunos contactos para ayudarnos con la comida y transporte, la idea es mía, nadie mejor que yo para hacerla realidad; María es mi mano derecha y tú sabes más que nadie sobre el tema de campamentos.
Guardo silencio, durante unos segundos, recibiendo la libreta de Chelsea con sus anotaciones. Observo con interés y precisión, uniendo los datos.
Lo mejor de todo, es su buena caligrafía. La pelirroja, desde que tengo memoria, se ha centrado, más que todo, en la decoración al escribir sus letras, mi madre, cada que la observa escribir, suele decirle que su dedicación para realizar cada curva en una letra, es maravillosamente armoniosa.
—¿Quién está de acuerdo? —observo a las personas sentadas en la mesa.
Los diez alzan la mano. Monique, Caroline y otros más, que están de pie, hicieron lo mismo.
Cabe destacar algo importante: sigo sin entender la razón por la cual las chicas cuyos nombres comienzan por m y c, están presentes, porque si de algo estoy completamente segura es de que ningúna de ellas pertenece al consejo, ni siquiera forman parte del subconsejo. En cuestión de Caroline, en ningún segundo de toda su vida ha mostrado interés por pertenecer, inclusive, un año y medio atrás, formó un grupo de protesta para afirmar la supuesta «corrupción» en el consejo.
Sí, ese mes fue todo un programa de televisión. Todo terminó cuando el director le dijo que, de no tener pruebas para el día siguiente y seguía con sus acusaciones, la suspendería durante tres días, y luego de ahí, dejó de meter sus narices en todo lo que tuviera que ver con la organización de la escuela. Aún así, lo entendería, quizá cambió de opinión, sin embargo, no debería de estar aquí, pero, ¿Monique? Ella es más nueva que el cabello oscuro de María, y, aunque la escuela abre puertas desde que pones un pie en él, para formar parte del consejo estudiantil debes, por lo mínimo, pasar una prueba de tres semanas, y, claramente, solo llevamos dos desde que las clases comenzaron.
—Perfecto —me pongo de pie—. Quiero a todos trabajando en lo que hemos acordado hoy, la próxima reunión será el miércoles de la semana que viene, no falten.
El resto comienza a copiar mi acción, abandonando la sala, todos, a excepción de María, Sarah, Monique y su cómplice. Las observo con extrañeza, mientras que Chelsea se detiene a mi lado.
—Hay que hablar, Cam —pronuncia Sarah—. María, debes tomar nota.
La pequeña María asiente, ajustando sus lentes. María Topper: inteligente, aficionada a las caricaturas, ama las películas de terror y en sus momentos libres actúa en el teatro nacional, es, en resumen, una completa ternura, con su carácter, claro está, el mismo que fue completamente formado por su padre; mejor conocido, como el director de Cherry Woody. La pelinegra, pequeña y con ojos cafés claros es lo más parecido a la mano derecha de todos, ella se absuelve de los líos y siempre, siempre, busca lo mejor para la escuela.
—¿Hay algún problema, Sarah? —alzo una ceja.
—De hecho —toma asiento nuevamente—. Lo hay.
Cruzo miradas con la pelirroja, volviendo a mi asiento y prestando gran atención a Sarah. ¿Quién es Sarah? Se los diré, desde mi más sincera perspectiva, pero antes, debería reformular la pregunta. El término perfecto es: ¿qué es Sarah?
Sarah Montgomery es un esbelto monstro rubio, con ojos grises y piel de porcelana, solo puedes pensar en un ángel cada que la ves caminar por los pasillos, pero la chica incluso logra superar los estándares de maldad que conserva mi amable y dedicada prima Holly Korina, y, lo más emocionante de eso, es que son más amigas de lo que mi prima y yo lo seremos algún día, en una realidad alterna. Es como ver a las peores enemigas, pasearse juntas por la cafetería e ir al spa para hacerse manicura. Son gentiles, se apoyan, pero se odian, todos lo saben, solo que, por alguna extraña razón, ellas siguen insistiendo en fingir quererse.
Sarah ha querido estar en mi lugar desde que me alisté como candidata. Es buena para muchas cosas, sinceramente, es de gran ayuda dentro del consejo, pero como líder no le va muy bien.
Ella no tiene balance entre lo que está bien y lo que está mal.
—He recibido muchos comentarios sobre una persona que ha estado rompiendo muchos códigos últimamente —mueve su lapicero frente a sus ojos—. Una chica, cuyo nombre es igual al tuyo. ¿Tienes algo que decir sobre eso?
—Disculpa, Sarah, ¿me perdí de algo? No recuerdo cuándo tu puesto en el consejo te permitió hacerme perder mi valioso tiempo.
—Vamos, Camyl, sabes que esto es serio. Eres una de las fundadoras de los códigos, todos los cumple gracias a ustedes y, ¿cómo crees que se ve que la presidenta del consejo no siga sus propias normas? —forma una maliciosa sonrisa—. Recuerda que, si estás en este puesto debes cuidar lo que haces, si dejas un solo hilo mal puesto... Boom, alguien lo tira y se te arma un golpe de estado.
—Estoy segura que eso es lo que más quisieras —Chelsea resalta su voz, con su vista puesta en la ventana.
—Te equivocas, Chels, yo solo quiero lo mejor para la escuela, y si Camyl, siendo la presidenta, no se comporta, ¿qué ejemplo está dando?
Muy a pesar de que no hay tropas luchando con ella, yo siento esto como un estúpido golpe de estado, porque con solo unas cuántas personas más que se vuelvan en mi contra, mis pasos serían cada vez más débiles. Tomo aire, relajó mi espalda y la observo con una sonrisa.
María, quien sigue de pie, no para de escribir en su pequeña libreta.
—María —la llamo, ella se detiene para mirarme—. Según las normas, si alguien incumple alguno de los códigos, ¿sirve como falta?
—Bueno, Cam, no hay ninguna regla que involucre sus códigos —replica, tímida.
—Entonces, creo que ya no hay más de qué hablar —les regalo una sonrisa—. Sarah, querida, el que rompa o no los códigos que Chelsea y yo creamos, no significa que mi puesto en el consejo deba de ser cuestionado. Yo no inventé las reglas, y, la próxima vez que quieras desterrarme de esto, procura que sea con algo que valga la pena.
Sin más que decir, vuelvo a levantarme y camino hacia la puerta, sintiendo los pasos de mi mejor amiga detrás de mí.
Desde que tengo memoria, no había sido cuestionada jamás, en ninguna ocasión, sin embargo, eso no significa que nunca he merecido serlo, y no hablo solo de la enorme y deplorable mentira hacia mi madre, si no de otras cosas más. Nada importante, hay que decirlo, pero son cosas que, sencillamente, están ahí, como mancha en las vidas de todos, al igual que las mentiras.
Ya sabemos qué pasa cuando las decimos, pero no lo que pasa en caso de que decidamos hacer lo contrario.
Luego de las pizzas, de las preguntas raras y de tales conversaciones con un chico del que no sabía mucho hasta hace poco más de una semana, llegué a casa, dejando que mi cerebro cuestionara todo lo sucedido. Como era de esperarse, ninguno de mis debates mentales pudo darme una respuesta. Aún así, con la mente echa un ocho, tomé asiento en el sillón, frente al televisor, mientras veía los programas aburridos que mamá ama, con una bowl de palomitas y a la espera de la llegada prometida de mi vecino, Ty Asher, pero esto nunca sucedió. Omití decirle a mi madre que, en realidad, mi objetivo al estar sentada junto a ella era solo para esperar que tocara la puerta de entrada, justo así, sin planearlo, me ahorré muchas conversaciones.
Incluso, me ahorré un mensaje, uno que sí quería recibir. Me fui a dormir sin explicación alguna a su desplante, sin llamada, mensaje o visita, ni siquiera una simple mentira, absolutamente nada.
Hoy, por la mañana, en el momento exacto en el que mi madre y yo salíamos de casa, él, del otro lado de la calle, a dos casas de la posición de la mía, hacía lo mismo. Pero, ¿qué recibí? Una simple mirada que se convirtió en un misterio en cuanto subió a su auto y comenzó a evitar toparse conmigo en todo el día.
Hora: doce y treinta del medio día. Mensajes: veinte, ninguno de un remitente parecido. Explicaciones, o mentiras: cero. He aquí donde surge la pregunta; ¿preferimos la verdad o la mentira? Tal vez, en el fondo, no nos importa cuál sea, mientras haya palabras, mientras tenga alguna explicación, porque, aunque no lo digamos, el silencio es peor que una mentira.
—No corras, Camyl, no estás en un maratón —las palabras de Chelsea me hacen bajar mi ritmo.
—Fue Monique, ella está inventando todo eso para perjudicarme.
—Bueno, creo que inventar no sería la palabra apropiada.
Me detengo en seco, para observarla.
—¿Ahora? ¿Estás de chiste? —formo una mueca—. Además, ¿qué demonios hace ahí?
—No lo sé —se encoge de hombros—. Quizá quiere ayudar.
—¿Ayudar? Si quisiera hacerlo no estuviera apoyando a Sarah —resoplo—. ¿Qué diablos planea?
—Ella... No dijo nada sobre Sarah, debe ser algo repentino, por...
—Alto —la interrumpo—. ¿Ella no dijo nada sobre Sarah? Disculpa, Chelsea, ¿de algo me estoy perdiendo?
Puedo ver como traga saliva y comienza a mover su pulsera de la suerte de un lado al otro, haciendo fuerte contacto con su pálida piel.
—No te enojes —pronuncia, en voz baja.
Ruedo los ojos y procedo a caminar, pero ella no tarda en seguirme.
—Ella está arrepentida de haberte tratado así, Cam.
Me detengo nuevamente, pero esta vez de forma muy brusca. Porque claro que para mis oídos, escuchar una oración semejante a esa, es un terrible dolor de tímpanos.
—Entonces sabías de esto —aseguro, ella asiente—. ¿Está arrepentida de haberme acusado de estar detrás de Ashton? Si es así, amiga pelirroja, ¿por qué demonios está dándole información a Sarah?
—Cam, no fue ella, eso lo sé. Hemos estado hablando estos días y ella lo siente mucho, hicimos las paces, le pedí que me ayudara con lo del campamento —cuenta—. Ella prometió disculparse contigo.
—¿De qué me sirve ser la presidenta del consejo si me entero de todo en último tiempo? —sonrío con sorna.
—Puqui, no te enojes. Monique no es tan mala como parece, ella...
—¿Sabes qué, Chelsea? —la interrumpo, por segunda vez, cerrando mis ojos con fuerza y tomando aire, para luego mirarla—. Dile al señor Dognimon que tengo un resfriado, me iré a casa.
Doy media vuelta para irme, pero la pelirroja toma mi brazo.
—Camyl...
—No —me suelto, de forma brusca—. Has estado haciendo las paces con ella, sin decirme, incluso sabías que ella estaría ahí y también lo ocultaste, ¿y sabes qué? Yo también he ocultado cosas, lo peor es que no me siento mal por ello, como seguramente, tú tampoco.
Le dedico una última mirada y me alejo, sin antes detallar bien su rostro lleno de constipación.
Cuando una mentira se vuelve satisfactoria, estás en completos problemas, con la persona a la que va dirigida esta, o con el mundo, pero más que todo, contigo misma, porque cuando dices la primera mentira, te seguirán más de ellas, y no, no está mal. Hay veces, en muchas ocasiones de la vida, que se nos es imposible no hacerlo, es tan común como respirar y es algo que nos acompaña, desde que somos pequeños, hasta que envejecemos, cada año con más costumbre.
Lo malo, lo dañino y lo severo está cuando esas mentiras tienen un solo destino: uno mismo. Cuando comienzas a mentirte a ti mismo, solo te queda esperar, pacientemente, el día en el que tú descubrirás tu propia verdad, y te dolerá aceptarla. Puedo vivir con una mentira, pero no con un permanente sentimiento de que hay algo que nunca debí decir, pero que aún así, lo hice. Llegando a la salida, el olor a lluvia y césped mojado entra por mis fosas nasales. Al ponerme de pie en la enorme puerta, con mi mochila en mi espalda, mis suposiciones se hacen ciertas, hay una verdadera llovizna afuera, pero disfrutaría más este clima si mi auto no estuviera estacionado algo lejos de la entrada.
Es, o salir y enfrentar la lluvia, o quedarme a dentro y es probable que para enfrentar algo peor.
Detengo mi auto frente a casa, tomando aire y observando cómo los vidrios de mi auto ser cubiertos por agua, como si se estuviera dentro de un auto lavado. Mamá dijo, antes de salir, que llevara un paraguas porque el cielo estaba puesto para una buena lluvia, pero, como siempre, no le tomé importancia. Pero la lluvia es lo que menos me importa, si no todo lo que acaba de pasar y la sinceridad con la que le hablé a Chelsea, y sí, necesitamos mentir, en ocasiones, es más fácil, como un atajo que no lastima a nadie, sin embargo, en la verdad, hay tantos sentimientos encontrados y ninguno tiene descripción. Es como estar tranquila, feliz, desahogada, por al fin haber dicho lo que es cierto, pero, se mezcla con la incertidumbre de no saber qué consecuencias te depara.
Porque la verdad, te pone cara a cara con tus consecuencias, la mentira solo las retrasa todo el tiempo que nosotros podamos sostener la misma.
Tomo mis cosas, apago el motor y salgo del auto, apresurando mis puertas hasta entrar a la casa, dejando un enorme charco de agua junto a la puerta. El problema está, cuando retiro mi suéter y lo cuelgo en el perchero, haciendo contacto con un abrigo que no le pertenece a nadie en esta casa. Camino un poco más hacia delante, hasta hacer contacto con la sala y el invitado inesperado.
—Cam —pronuncia, con sorpresa, al verme.
—¿Qué haces aquí?
Las fuertes pisadas desde las escaleras hicieron que volteara casi de inmediato, encontrando a mi madre, con el teléfono en su oreja, un atuendo improvisado y un peinado poco elaborado. Al verme, una sonrisa se despliega en su rostro.
—Debo colgar, pero no te muevas de ahí, iré en cuanto pueda —habla al teléfono, para luego terminar la llamada—. Puqui, tengo una reunión con un comprador, luego debo ir a buscar a tu tía y llevarla a su departamento, hay comida en el microondas y... —deja de hablar de pronto, para observarme con ojos entrecerrados—. ¿Por qué no estás en la escuela?
Me encojo de hombros.
—Tengo jaquecas —excuso—. ¿Qué hace él aquí?
Mi debo apuntó al moreno sentado en el sillón.
—Vino por lo del trabajo en la galería —explica, para luego caminar en su dirección—. Te llevaría a tu casa, West, pero estoy contra el reloj, puedes quedarte mientras se calma un poco y luego puqui te llevará.
—Camyl, mamá, ese es mi nombre —avanzo por la sala, hasta llegar al sillón.
—Como sea. Llegaré tarde, así que no me esperes —se dirige a mí, plantando un beso en mi frente—. Pórtense bien, y, West, te llamaré para explicarte mejor de qué va tu puesto.
Este asiente, con una sonrisa. Mamá sale disparada de la casa, con un paraguas sobre ella, dejando un mar de silencio entre West y yo. Tomo el control remoto y enciendo el televisor, pasando un canal, tras otro.
—Puedo llevarte ahora, si quieres —rompo el silencio.
—Estoy bien aquí —suspira—. Aunque puedo irme ahora, si quieres.
—Estoy bien así —le doy una pequeña mirada—. Creí que no le harías caso a lo del trabajo.
—Lo necesito y... No tengo razones verdaderas para no intentarlo.
Sigo con la vista puesta en la televisión, mientras intento buscar una respuesta.
—Si tienes jaquecas, ¿por qué no tomas una pastilla? —sigue la conversación.
—Porque las jaquecas son falsas —me encojo de hombros—. Solo quería irme de la escuela.
—¿Pasó algo?
—Han pasado muchas cosas —confieso—, pero no las hablaré contigo.
Una carcajada seca sale de sus labios.
—Nuestra relación es más inestable que cualquier noviazgo tóxico —comenta.
Aunque no quiera, comienzo a reír ante sus palabras.
West Fernández es conocido como un chicho inmaduro, mujeriego, de esos que nunca sabe diferenciar un momento serio, llenando cada día, cada segundo, con imprudencias y chistes fuera de lugar. Sin embargo, el West Fernández que yo conocí y que, la verdad, no sé si aún lo conozco, es uno bastante diferente; alguien con mucho tacto, sensible y que solo se llena la boca de palabras chistosas para no notarse tan aburrido e intentar alegrar aquellas situaciones que lo ameritan.
Un West que, cuando pienso mucho, se me es imposible pensar en el daño que pudo causarme.
—Dios mío, Camyl, yo no lo hice —dice de pronto, con un nudo en su garganta—. Lo sé, las pruebas dicen lo contrario, pero... Te amo, puqui, eras como una hermana para mí y jamás haría algo para lastimarte.
Trago saliva, acomodando mi postura.
—Te extraño —pronuncio, casi en un susurro—. A veces, ni siquiera me importa si realmente lo hiciste, solo quisiera que las cosas fueran como antes, pero... No se puede cambiar el pasado.
—¿Y el futuro? —endereza su espalda, para mirarme—. Puedes ignorarme, puedes fingir que la amistad entre Chelsea y tú es mejor que la nuestra, incluso puedes crear unos estúpidos códigos para protegerte, pero nada de eso puede salvarte de la realidad, Camyl, y lo sabes.
Giro mi vista hacia él, con mis facciones tensas, sin decir ninguna palabra. Es difícil, y siempre lo será, el explicar cómo nos llevamos, por la simple razón de que ninguno de los dos lo entendemos, porque siempre ponemos barreras, entre ambos, pero luego, cuando menos lo notamos, nos encontramos uno junto al otro, hablando de una forma tan abierta que se es imposible pensar en lo que sucedió antes.
—Yo... Discutí con Chelsea —confieso—. Todo estaba bien, ¿sabes? Ser mejores amigas era fácil, pero ahora... No quiero perderla a ella como pasó contigo, no de nuevo.
—La amistad no es fácil, puqui, y hacer códigos para ello no hará que cambie.
—Pero de algo sirve, para no cometer los mismos errores —hago contacto con sus ojos.
—Solo recuerda que, pase lo que pase, no me has perdido, tampoco lo harás —su mano viaja hasta la mía—. Te prometo que algún día te demostraré que yo no lo hice, que nunca te traicioné.
—Puedes quedarte aquí, ¿lo sabes? Si algún día no puedes o no quieres seguir en casa de Ashton, tú... Eres bienvenido —tomo su mano con fuerza—. Tú... Puedes quedarte, hoy, mañana, si quieres.
Una sonrisa se forma en su rostro, mientras que, en el mío, a mucha diferencia, mis ojos comienzan a cristalizarse.
—¿Qué pasa, puqui?
—Necesito un amigo —trago saliva.
—Y yo necesito a una amiga —se acerca un poco, pasando un brazo por mis hombros—. Me quedaré hoy, vemos un maratón de películas y pedimos comida china, ¿te parece?
—No he escuchado algo mejor desde hace tiempo.
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