C1: Los Códigos.

Camyl.

Había una vez, en lo más lejano de Cleveland, una institución nació, llenándose de prestigios y de un alumnado de mucho dinero. Su categoría creció con rapidez, al igual que el costo para asistir allí. Sus aulas se llenaron con alumnos, o como ellos lo veían; billeteras llenas de dinero y tarjetas de créditos ilimitadas. Con el prestigio y el crecimiento de la institución, los problemas acontecieron, y lo que fue un sueño hecho realidad para el fundador, se vio arrebatado por los altos costos de una vida.

Escándalo tras escándalo, expulsión tras expulsión, hicieron notar que tener a personas a las que no les importa nada, ya que tienen todo el dinero para pagarlo, no era un buen negocio. Más pérdidas que ganancias.

Pasaron los años y el supuesto reino para adolescentes cayó, dejándolo en manos de un mejor postor, uno que evolucionó conforme la vida lo hacía. La tecnología avanzó, y la institución creció más que con el anterior dueño, mejores posibilidades hubo. Mucho más alumnado atrajo, más dinero, más empoderamiento.

Luego de veinte años, unas alumnas destacadas decidieron que si el mundo evolucionaba, debían marcar unas reglas claras, para así crear una mejor supervivencia. Fue así como los códigos aparecieron, marcando un momento crítico en la secundaria, y en toda la institución. Las creadoras con solo un año allí, hicieron cambiar todos los estándares del lugar, agrupando de forma armónica toda la secundaria, todo el espacio escolar.

Los códigos eran prósperos cada día que transcurría, con esas reglas más de veinte rupturas de amistades se evitaron, era básicamente un milagro tanta buena fortuna dentro de ese recinto.

Cuatro años después de su creación, los códigos seguían ahí, siendo algo evidente que debían cumplir. Tras la creación original, unos subcódigos se crearon, procurando la mejoría no solo de amistades; también de relaciones románticas, relaciones en los estudiantes, incluso en los profesores. Tras esos cuatro largos años, quién rompía las normas, sufría las consecuencias. Era juzgado por todos, pero, principalmente, por él mismo.

Los códigos fueron creados para un propósito: mantener una unión inseparable entre los estudiantes, y llevar a la reflexión sobre los errores.

Y aquí estoy yo, adolescente de dieciséis años, castaña y cocreadora de los tan nombrados códigos. ¿Te gustó la historia que te conté? No eres el único, a todos les encanta escucharla, nos creen salvadoras de la sociedad, pero la verdad, para mí una sociedad sin reglas, no es una sociedad.

—¿Rojo canela o rosa pálido? —Chelsea alza los labiales frente a mi rostro.

—Yo te diría que rojo canela, pero sería en vano ya que te lo pondrás y a la segunda hora cambiarás por el rosa pálido.

—Me conoces, por eso somos mejores amigas —lanza un beso mientras saca su espejo de su bolso, aplicando el labial rosa.

Me propongo a verme en el espejo del auto, acomodo mi cabello y le hago retoques a mi maquillaje.

—¡Ah! Debo decirte algo —da un salto para centrar su atención en mí.

—¿Agregaste otro código a la lista? —intento adivinar.

—Sip, pero no se trata de eso —guardo el espejo para enfocar mi mirada en ella—. No me mates, pero, siendo presidentas del comité de organización escolar, debemos estar al pendiente de los nuevos cada año, así que... Como es el primer día de clases le dije al director que integraríamos a los nuevos.

Mi rostro cambia de inmediato, me propongo a objetar, pero me interrumpe.

—¡Vamos, C! Es una gran oportunidad, ¿recuerdas cómo estábamos en nuestro primer día? Debemos ayudar a que ellos se sientan a gusto, y conozcan los códigos —intenta convencerme.

—Chelsea —me quejo—. Me inscribí a clases de alemán, no puedo faltar a mi primer día.

—¡Y no lo harás! —promete—. Juro que solo será un momento, luego puedes irte a tu inútil clase de alemán —hace mofa.

—¡No es inútil! —defiendo, con una sonrisa—. Algún día viajaré a Alemania y te llamaré para restregártelo.

—Sí, sí. Me pregunto cuántos idiomas debes aprender para al fin salir de la ciudad —me da un pequeño empujón, tomando sus cosas.

Golpe bajo.

—¡Oye! —le espeto, mientras tomo mi bolso—. ¿Estás conmigo en mi contra?

—Código número trece: búrlate siempre con tu mejor amiga, nunca de ella —cita—. Ahora mueve tu gordo trasero que vamos tarde a nuestro primer día.

Le regalo una sonrisa, saliendo del auto. Mis tacones hacen contacto con el rústico suelo del estacionamiento, mientras que mi vista viaja por todo el espacio escolar. Estudiantes suben y bajan de sus autos, otros llegan en bicicleta. La armonía que segrega del instituto es bastante agradable, cinco años aquí y nunca llegué a pensar que mi último año sería tan duro.

Y solo es el primer día.

Chelsea y yo nos abrimos paso entre todos, saludando con una sonrisa a nuestros amigos, hasta llegar a la entrada, donde un grupo de nuevos alumnos nos espera.

—¡Bienvenidos al instituto Cherry Woody! —anuncia Chelsea.

Así es ella, siempre con una sonrisa ante todos. Creo que la razón por la que seguimos siendo amigas es por nuestras diferencias, eso nos unen. Muchos ven a Chelsea como una manipuladora, una chica que solo quiere tener un control total, y quizá lo sea.

Pero, ¿quién en esta vida es realmente la persona que dice ser?

—Soy Chelsea Canon, vicepresidenta del consejo estudiantil, a sus órdenes —se presenta, agitando su cabello hacia atrás.

Paso mi vista por el pequeño grupo de nuevos estudiantes, parecen un grupo bastante tranquilo, pero todos somos así los primeros días de la escuela. Bueno, no todos. Chelsea agita sus manos frente a mi rostro, haciendo que caiga de nueva en la realidad.

—Yo... —titubeo, aclarando mi mente—. Soy la presidenta del consejo estudiantil, Camyl Harrison. Llevo toda mi preparatoria aquí, y sé lo difícil que puede ser una nueva escuela, pero estamos aquí para ustedes. En la mañana tan... —observo el clima. Debí haber ensayado esto más de una vez—... Cálida, conoceremos la escuela, cada parte. Les encantará.

O eso espero.

Dios, ¿cómo pude hacer una presentación tan mala? Necesito reparar mis diálogos. En la escuela soy conocida por muchas cosas; los códigos, primeramente. Ser presidenta estudiantil tiene beneficios, puedes saltarte clases sin que te cuenten inasistencias, incluso puedes cancelar cualquier clase, siempre y cuando tengas una buena razón.

Entramos al instituto, guiando a los nuevos ingresos. Dejo que Chels empiece el recorrido, mientras releo mis tareas de alemán.

—Lindo discurso —un susurro me sobresalta, haciendo que mis libretas impacten con el frío suelo.

Solo me toca ver mis papeles y cuadernos esparcidos por todo el lugar. Buen inicio de semana, Cam, muy bueno.

Necesito mejor suerte en mi vida.

—Oh... Yo lo siento mucho —se disculpa el culpable.

La culpable, mejor dicho. Me agacho para tomar mis cosas, la chica a mi lado repite mi acción, ayudando y convirtiendo la situación en algo más fácil.

—No te preocupes, fue mi culpa —le regalo una sonrisa.

Rubia, posiblemente de nuestro año, parecía simpática, con una linda expresión y acento francés.

—Soy Monique —me extiende el resto de mis papeles—. Vengo de París.

—Camyl Harrison —me presento—. Soy de aquí. Lindo acento, a propósito.

—Gracias. Yo soy de Washington, la verdad, pero pasé trece años en París, aprendí cosas —se encoge de hombros.

—¿París? —Chelsea hace su aparición—. ¡Asombroso! Soy Chelsea Canon. Vicepresidenta del consejo estudiantil y mejor amiga de la castaña aquí presente —me señala—. Es un gusto conocerte.

—El gusto es mío —Monique actúa de forma cortés.

Si algo ama Chelsea, es París, la única clase en la que me acompañó fue Francés, todo por su enorme sueño de visitar alguna vez la capital del país. Claro que yo tomé la clase para agregar un idioma más a mi lista, París me parece lo más estúpido y cliché del mundo, nunca, en mi vida, pondría un pie allí.

Hay lugares con entera belleza en el mundo, ¿por qué aferrarse a un lugar que fuera de la Torre Eiffel no es nada interesante?

Fácil: extensas películas y series románticas, y aun así, nunca lograré comprender por qué aferrarse a vivir las historias de otros si puedes vivir las tuyas, nuevas y mejoradas. Pero, no se puede luchar contra la falta de creatividad de todos.

—Camyl, ¿sí puedes? —Chels agita las manos frente a mí rostros—. ¿En dónde estás, Cam?

—Lo siento —sonrío—. ¿A dónde?

—Quiero mostrarle toda la escuela con gran detalle a Monique. Ya sabes. Además, quiero saber más sobre Francia. ¿Crees que puedas seguir con los nuevos sin mí? —muerde su labio inferior.

No. No. No. Claramente no. ¿Acaso no escuchó lo detestable de mi discurso? Estoy más que perdido hoy, muy, pero muy perdida.

Pero, no puedo decirlo. Otro dato sobre mí: no puedo decir «no». Muchas veces siento que estoy en una mala imitación de Sí, señor. Pero, al fin y al cabo, para eso están las mejores amigas, muy bien lo dice el código veinte: siempre ayuda a tu mejor amiga a cumplir sus sueños. París era el suyo, Monique venía de ahí.

—Claro. Vete, yo estaré bien —decido cumplir.

—¡Gracias, gracias, gracias! —la pelirroja salta para abrazarme—. O debería decir: merci.

Guiña el ojo, dando media vuelta. La observo irse por el pasillo sin dejar de hablar, como es ella, la mayoría del tiempo.

Relajo los hombros, sin poder sacar todo el peso que siento en ellos. Aferro los libros a mi pecho y volteo, encontrando a cinco chicos perdidos en sus pensamientos, era obvio: eran nuevos.

Pero bien, una presentación, es una presentación, y yo estoy a punto de hacerles, desde mi perspectiva, la presentación del instituto Cherry Woody.

En la primera puerta, haciendo su voraz entrada: Caroline Thormp; sinónimo de frialdad, sensualidad, superficialidad, reinado y glamour, pero, sobre todo, estupidez y mitomanía. Ella, chicos, es millonaria, pero en sus sueños. Di cerca de ella que fuiste a la playa un fin de semana y verás que intentará superarte diciendo que pasó todo un año en Cancún, deleitando sus playas, pasando el tiempo en hoteles cinco estrellas, bailando de una discoteca a otra y socializando con guapos de la alta sociedad.

Claramente todo es falso; nunca, en su corta vida, ha salido del país. No sólo por no tener el dinero para comprar un pasaje de avión, también por su miedo inédito hacia las alturas.

No tengo tanto dinero como para hacer un tour por el mundo entero, tampoco para comprar ropa Gucci todos los días, pero no es algo que me vuelva loca a tal grado de inventar sucesos nunca ocurridos en mi vida, claro que en su situación, se le escapa de las manos.

—¿Dónde está el baño? —una castaña interrumpe mis pensamientos.

—Segundo corredor a la derecha.

Bien, ¿en dónde estábamos?

En presentaciones. Cierto. Al otro lado del corredor, cruzando hacia las escaleras, Steve McGoyns. Es catalogado como el chico con más posibilidades de ser alguien exitoso en un cercano futuro, o eso le dijo un día alguna vidente descerebrada que quería ganar dinero a costa de alimentar el ego de un idiota con poca gentileza. Gracias a esas palabras, decidió entrar al negocio que más le favorecía, que según él, era ser modelo, y por alguna extraña razón que aún no logro comprender, un intento de mánager con más ego que él le consiguió un trabajo.

Y la fama llegó a él. Aunque sigue siendo un idiota, gana miles de dólares al año sólo por hacer el intento de sonreír. Existen chicas que pagan grandes sumas de dinero por verlo en persona, mientras que Cherry Woody pagarían lo que fuera para no verlo nunca jamás.

—¿Ese es Steve McGoyns? —alguien salta para preguntar.

Me limito a rodar los ojos y seguir con mi guía turística por el lugar.

Cerrando su casillero, o al menos intentándolo, se encuentra Ty Asher. El sueño de toda chica, incluso para esta chica. Buenas notas, talento en actuación, familia generosa, carisma, cariño y emprendimiento, básicamente es el príncipe azul que todas esperan tener algún día. He estado enamorada de él desde que aprendí a respirar, pero cada vez parece estar más fuera de mis posibilidades.

Al pasar a mi lado, un guiño sale de él. Siento mis piernas temblar y mi corazón latir a mil segundos por hora, para luego quebrarse al verlo tan inalcanzable. La vida es cruel, ciudadanos, es hora de superarlo.

—¿Hay club de arte?

—Preguntas, preguntas, preguntas. ¿Qué sus padres no preguntaron todas esas estupideces antes de inscribirlos? —dejo salir mi mal humor.

Al notar el afligido rostro del joven, decido retractarme.

—Sí hay, pueden inscribirse a partir de mañana a los grupos que deseen. En secretaría podrán encontrar la información que necesitan.

Claramente, no podía faltar el sabelotodo con complejo de súper genio. Cargando libros sobre su pecho, Holly Korina, chica que presume de forma irritante sus logros creyendo que son mayores que los demás. Desafortunadamente, es mi prima, por ende, todo lo que yo soy ahora, es una rabieta más para ella. Aunque he de admitir que verla llorar y amenazar con denunciar abuso psicológico de mi parte si no renunciaba a mi cargo de presidenta del consejo estudiantil fue, sin duda, lo más gracioso que mis ojos pudieron presenciar.

Luego de recibir su mirada llena de odio y envidia, un beso al aire es lo que recibe de mi parte.

—¿Dónde están los baños?

Fluch —me quejo, dejando a todos en asombro por mí drástico y notorio cambio de idioma.

Una de las cualidades de estudiar idiomas, es tener la satisfacción de decir la cantidad de malas palabras que desees sin que los demás no puedan entender.

—Segundo corredor a la derecha —repito.

Ruedo mis ojos, dejando escapar un resoplido lleno de enojo, mientras volteo.

Y allí estaba él. Ashton Sage, junto a su inseparable amigo, West Fernández. No es el capitán del equipo de fútbol, ni corredor profesional, tampoco modelo de revistas, su voz no es melodiosa, no tiene material de actor, no pertenece a grupos escolares, salvo los que son obligatorios, no es el más deseado por todas, no presume de su dinero y tampoco conduce autos modernos. Él es sólo un chico más que, probablemente, lo único productivo que haga en su vida sea respirar y enviar mensajes de textos.

No es un idiota, tampoco un príncipe de sólo sentimientos. Es sólo un chico.

El chico que, por alguna razón que desconozco, llegó al corazón de Chelsea, convirtiéndose en su crush desde el día que lo conoció. Por razones que desconozco aún más, él nunca le ha dirigido más de diez palabras, incluso cuando ella ha intentado de forma obsesiva, que eso pase.

De tantos chicos que existen, de los muchos que vivirían y morirían por Chelsea, ella decidió encapricharse con uno que, ni para pedirle un lápiz, le habla.

Pero bien, eso ya es otra historia que, por razones de tiempo y palabras, no les contaré el día de hoy.

HEY, CHIQUIS.♥️

ESTRENÉ CAPÍTULO ANTEEES.

Sean bienvenidos a esta maravilla de capítulo; sin olvidar dejar su seisy voto y su espectacular comentario.

»Camyl Harrison en galería.«

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