Capítulo XVII: Aurora Boreal
En el aeropuerto internacional de Tokio se encontraba aquel pintoresco grupo que pasaba un rato pacientemente en la zona de espera. El mayor de todos ellos, un chico fornido y castaño, mataba el tiempo con ayuda de un videojuego al que le quedaban pocos minutos de vida antes de que la batería se agotara. El más pequeño del grupo, que debería estar entrando ya en las quince primaveras, miraba por encima del hombro de su amigo castaño y musitaba instrucciones para que el otro muchacho pudiera jugar correctamente. Otro chico, moreno y que era quizá uno o dos años menor que el castaño, tenía la mirada fija en un libro de texto que estaba escrito en italiano. Y la única chica del grupo, rubia y con un escultural cuerpo de infarto obtenido a lo largo de su adolescencia, ayudaba al chico moreno con su pronunciación del italiano.
—Pasajeros del vuelo doscientos cuarenta y cinco con destino a Florencia, Italia, por favor comiencen a abordar por la compuerta G.
La voz femenina que anunció aquello fue suficiente para que el chico castaño apagara si videojuego y estirara los brazos por encima de la cabeza. Sus amigos y él se pusieron en pie y comenzaron las emotivas despedidas.
—Bueno, parece que es hora —dijo J.P y le dio una palmada en la espalda a su amigo moreno—. Buen viaje, Kouichi.
—Serán seis largos meses —se quejó Kouichi soltando un suspiro—. Será difícil estar tanto tiempo lejos de Japón.
—Promete que escribirás —intervino Zoe.
—Y también promete que traerás obsequios cuando vuelvas —secundó Tommy.
Kouichi rió.
—Los extrañaré —admitió con un dejo de tristeza—. Estoy poco acostumbrado a estar por mi cuenta, será difícil sin ustedes.
—Te aseguro que encontrarás a alguna sensual chica italiana —comentó J.P alzando las cejas y sonriendo sugestivamente de oreja a oreja.
Zoe tuvo que hacerlo callar mediante una fuerte bofetada que le dejó la mejilla roja al chico castaño.
—Vaya, en verdad los extrañaré —comentó Kouichi entre risas—. Tendría que existir alguna forma de ir todos juntos.
—Te sentará bien el nuevo ambiente, estar lejos de Japón es lo que necesitas.
J.P cambió el tono de su voz a uno más serio, más maduro. Puede que el cambio hubiera sido influenciado por lo dolorosos que eran los golpes de Zoe. Sea como fuere, Kouichi soltó un triste suspiro y asintió resignado.
—Tienes razón, J.P —dijo con la mirada agachada—. Quizá todos lo necesitamos, de alguna u otra manera.
—Cuando hayas llegado a Italia, intenta pensar en él lo menos posible —dijo Zoe intentando esbozar una sonrisa de apoyo, a pesar de que sus bellos ojos verdes se habían cubierto por una fina capa de lágrimas—. Trata de divertirte y estarás bien.
—Lo extraño… —confesó Kouichi de mala gana y miró hacia el techo de la zona de espera intentando así ahuyentar las lágrimas—. A veces me pregunto si él estará perdido aún en Mundo Digital.
—Seguramente es así —intervino Tommy optimista—. ¡Quizá en este momento está con mi hermano Takuya!
—Posiblemente estén discutiendo por alguna cosa estúpida —rió J.P—. Ya me lo imagino, sin duda han intentado sacarse los ojos en más de una ocasión.
—Sí, y Kouji siempre es el ganador en esas peleas —secundó Zoe.
Las risas se hicieron presentes por un minuto entero, hasta que ellas mismas se apagaron paulatinamente. Volvieron a sumirse en un silencio sepulcral, tal y como ocurría cada vez que esos dos nombres salían a colación en cualquier momento del día. Zoe enjugó un par de lágrimas con el dorso de su mano y J.P parpadeó un par de veces intentando que el enrojecimiento en sus ojos dejara de ser tan evidente.
—Pasajeros del vuelo doscientos cuarenta y cinco con destino a Florencia, Italia, por favor comiencen a abordar por la compuerta G.
Kouichi echó mano de su equipaje y comenzó a repartir abrazos para sus amigos.
—Cuídate —dijo J.P cuando fue su turno.
—Te extrañaremos —dijo Zoe y acompañó su abrazo con un beso en la mejilla.
—Vuelve pronto —dijo Tommy, a quien Kouichi despidió con un abrazo y revolviendo un poco su cabello.
Su despedida final consistió en agitar un poco los dedos. Avanzó hacia la compuerta y entregó su boleto de avión para perderse por aquel pasillo que lo conduciría a su vuelo.
El silencio volvió a hacerse presente.
J.P se decidió a evitar que el sepulcral silencio se apoderara de ellos.
—Quiero una hamburguesa, ¿qué opinan?
— ¡Sí! —Exclamó Tommy entusiasmado—. ¡Yo quiero un batido de chocolate!
Las risas regresaron y los dos muchachos echaron a caminar hacia la salida del aeropuerto. Zoe, por otro lado, decidió rezagarse un momento. Sus ojos verdes se mantenían fijos en aquel avión que podían ver a través de un enorme ventanal. Vio a Kouichi subir al avión a pesar de que su amigo no se dio cuenta de su presencia. Soltó un triste suspiro y metió una mano a su bolsillo para buscar su teléfono. Cuando sus manos se cerraron sobre aquel aparato, se dio cuenta de que había salido tan aprisa de su casa que no se había fijado en realidad de lo que había tomado de encima de la mesa de noche.
Al sacar su D-Scan de su bolsillo, lo miró fijamente y presionó un botón con el que encendió la pantalla. Las intermitentes imágenes de Kazemon y Zephyrmon le devolvieron la mirada, ellas sonreían cálidamente. Zoe suspiró de nuevo y habló en voz baja:
—Takuya y Kouji no están en el Mundo Digital, ¿cierto?
Kazemon negó con la cabeza, Zoe asintió resignada y optó por seguir a sus amigos, que la llamaban a gritos desde la entrada del aeropuerto.
Era un día perfecto para hacer un picnic.
Comer al aire libre, con una manta dispuesta sobre el césped en la que ambos podían sentarse o recostarse. Una cesta de la que la chica sacaba racimos de uvas, de la que el chico había sacado un par de vasos desechables para servir la limonada fría.
Para ambos, era perfecto.
—Aún estoy un poco hambrienta —confesó ella entre risas cuando él le dio a probar la última uva que quedaba en el racimo—. ¿Queda más comida ahí dentro?
—Me parece que ya se ha terminado todo —respondió él y se recostó a un lado de ella.
La chica le mostró la corona de flores que estaba haciendo, él tuvo que admitir que luciría de maravilla en combinación el cabello castaño con mechones de color verde que usaba ella.
—Dentro de un rato tengo que irme —dijo ella con un falso dejo de tristeza que lo hizo reír.
— ¿Tienes planes para esta tarde?
—Joe ha dicho que me ayudaría un poco con el álgebra.
— ¿Por qué no me lo has pedido a mí?
—Lo habría hecho si Matt no hubiera comentado que has estado aprobando con la nota mínima.
—Matt siempre lo exagera todo —rió él.
Ella respondió con una cálida sonrisa y se incorporó para mirarlo.
—Me he divertido contigo hoy, Tai —dijo ella—. Esta fue una de las mejores citas de la vida.
Él se sonrojo y sonrió de vuelta.
— ¡Lo sabía! ¡Así que sí estaban saliendo!
— ¡Te lo dije! ¡Nunca me equivoco en estas cosas!
Tai y Mimi tuvieron que levantarse, un poco apenados, cuando escucharon las voces de sus dos fieles compañeros que habían salido de entre los arbustos. Las mejillas de ambas partes de la feliz pareja se tornaron de un intenso color rojo.
—Pa-Palmon, ¿qué haces aquí? —reclamó Mimi indignada.
Tai tan sólo balbuceaba.
—Y pensar que Gomamon ha dicho que Joe quiere invitarla a salir —comentó Agumon intentando parecer apesadumbrado.
— ¿Joe? —Preguntó Palmon, las mejillas de Mimi no podían enrojecerse más—. Creí que era Izzy quien estaba perdidamente enamorado de ella.
Más risas, Mimi se encontraba completamente sorprendida.
—Vamos, Agumon —dijo Tai cuando recuperó el habla—. Ayúdame a recoger las cosas.
Agumon accedió, pronto el picnic hubo desaparecido.
Mimi se unió para dejar totalmente limpio el lugar, cosa que fue casi imposible cuando Agumon comenzó a revolverlo todo en busca de algún bocadillo sobreviviente. Tai tuvo que controlar el hambre de su amigo dándole un golpe en la cabeza.
—Tai, casi lo olvido —dijo Mimi cuando consiguió dejar la cesta fuera del alcance de Agumon—. Matt me ha dado entradas gratis para su concierto del sábado.
—Sora comentó algo sobre eso —dijo el chico estirando los brazos por encima de su cabeza—. Había olvidado por completo comentarlo con Matt. Sus ensayos y mis prácticas de soccer de esta semana han sido brutales, no hemos tenido tiempo de conversar.
—Sucede que… Matt me dio tres entradas —continuó Mimi y agachó un poco la mirada sintiéndose apenada—. Le he entregado una a Izzy, así que… Me preguntaba si tú querrías ir conmigo.
Él parpadeó incrédulo un par de veces.
— ¿Estás invitándome al concierto de Matt? —Dijo confundido—. Se supone que somos sus amigos, es obvio que debemos estar ahí.
Ella lo miró con impaciencia y puso los ojos en blanco.
Era algo con lo que ella debía lidiar constantemente: Tai podía ser un poco tonto en multiples ocasiones cuando se trataba de salir juntos como pareja.
— ¡Mimi! —Exclamó Palmon de repente, salvando así a Tai de un inminente golpe que le habría dejado el ojo morado—. ¡Mira el cielo!
Ella obedeció y se quedó sin habla cuando sus ojos presenciaron el momento en el que aquella estela de colores se postró en el cielo. Asemejaba a una serpiente, se movía en ondas que propagaban las luces de colores por todas partes.
Fue un espectáculo precioso, pero para los dos muchachos resultó tan inquietante que un escalofrío apareció en sus espaldas.
— ¿Una aurora boreal? —preguntó Tai incrédulo.
—Igual que aquella vez… —comentó Mimi con un hilo de voz.
En ese momento escucharon un fuerte estruendo que los ensordeció por un breve instante. Un sonido similar al de una explosión, combinada con el chirrido de los metales y el feroz rugido que ellos sólo pudieron asociar a algún Digimon de proporciones descomunales.
—Tai… ¿Qué es eso? —Musitó Mimi—. ¿Tú también lo has escuchado?
Pero cuando Tai separó los labios para responder, aquella luz se hizo presente. Sus pupilas se contrajeron hasta parecer tan solo un par de diminutos puntos negros y así, sin más, los dos se esfumaron sin dejar rastro.
Algo que alguna vez debieron agradecer fue eso: que su llamado no fue tan brutal como pasó con los otros.
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