Capítulo XVI: CC y Clarisse, Primer Encuentro
En el Campo del Infierno fue el único sitio donde ella y su pequeño, pero sádico, cómplice pudieron encontrar un buen escondite. Se encontraban en un sitio tan apartado de la Zona Verde, tan distante de cualquier otra zona o dimensión, que no había motivos para preocuparse. Y aún así, ella resguardó aquel oscuro castillo colocando compañías de Ogremons y Fugamons en cada entrada. Los cielos eran resguardados por una considerable cantidad de Devidramons, eso sin contar a los sanguinarios Astamons que vigilaban los interiores.
Oculta dentro de su fortaleza, aquella siniestra persona de rubios cabellos y fríos ojos azules ordenó que se construyera un panel de vigilancia desde podía ver todo lo que ocurría en cada una de las Zonas, con ayuda de una compañía Hi-VisionMonitormons a quienes tuvo que infectar con su oscuridad para que éstos obedecieran ciegamente sus órdenes.
En aquella ocasión, ella se encontraba en una de las tantas celdas que había ordenado que se construyesen. Celdas, calabozos, prisiones para todas y cada de una de sus víctimas a las que encadenaba de pies y manos para así evitar escapes indeseados.
Habría que admitirlo, estaba aprendiendo de sus errores del pasado.
Cuando abrió la puerta de la celda, se detuvo frente a su prisionera y la miró con auténtico y rebosante odio durante un minuto entero. Su víctima, una mujer de excéntrico cabello verde y enigmáticos ojos amarillos, no se inmutó siquiera con la siniestra presencia de su acompañante.
—Mírame —ordenó Clarisse, aunque la indiferencia fue su única respuesta.
Fue necesario que Clarisse chasqueara los dedos una vez, sólo una vez, para que ese par de SkullGizamons, mutaciones creadas por ella y sus experimentos, salieran de su DigiLector. El par de SkullGizamons se encargó de tomar las cadenas de la prisionera para crear un arnés. Un arnés que la sujetaba por el cuello y la levantaba a pocos centímetros del suelo. La pobre prisionera no pudo evitar demostrar que estaba siendo víctima de la falta de oxígeno, aunque estaba consciente de que nada podría hacerle daño.
Era inmortal, sí. Pero, ¿qué le aseguraba que las reglas de ese extraño poder que poseía también funcionarían en ese mundo tan extraño?
—Váyanse —ordenó Clarisse cuando la tarea de los SkullGizamons estuvo hecha.
El par de súbditos pasaron detrás de ella. Clarisse no quitaba su fría mirada de las manos de CC, que con sus delgados dedos intentaba retirar las cadenas que presionaban contra su traquea.
—Sé que no puedes morir, y tú también lo sabes —habló Clarisse de nuevo, CC intentó mantenerse indiferente—. ¿Por qué no dejas de fingir y me lo demuestras?
Silencio.
La única respuesta de CC fueron un par de pataleos cuando ella intentó hacer que su cuerpo se levantara un poco más y así, engañar a la fuerza de gravedad que la traicionaba.
— ¿No vas a mostrarme lo que sabes hacer, bruja?
Clarisse, intentando reprimir un acceso de ira, buscó entre sus ropas el incentivo que necesitaba.
Un látigo de color negro.
— ¡Responde! —Silencio—. Entonces, será de la mala manera.
Acentuó sus palabras dándole una sacudida el látigo. El sonido de la prensa de cuero cortando el aire fue suficiente para que el cuerpo de CC se tensara. Deleitada con el terror que se reflejaba en esos ojos amarillos, Clarisse avanzó un par de pasos y se preparó para lanzar el primer golpe. Esperó, pues sabía bien que la expectación resulta más dolorosa que cualquier golpe directo.
—Sé bien de dónde vienes, bruja —siseó, CC no se dignó a mirarla—. Sé también que tienes un poder ajeno a este mundo. Un poder que yo quiero poseer. Sé bien a quién se lo otorgaste, sé…
—No importa lo que quieras, mi cómplice y yo no podemos dártelo.
CC fue cautelosa al no mencionar el nombre de Lelouch. Claro que esa discreción no fue suficiente para librarse del golpe que Clarisse asestó con el látigo, como castigo por esa interrupción. CC apretó con fuerza los dientes, el golpe se quedó remarcado en color rojo en su piel. Sus ropajes se rasgaron un poco, el dolor punzante no desapareció en ningún momento. Esbozando una cruel y sádica sonrisa, Clarisse se preparó para lanzar el segundo golpe.
—No hablo de ese remedo de príncipe —dijo Clarisse—. Lelouch Lamperouge, él es tu cómplice. —Un escalofrío recorrió la espalda de CC cuando escuchó a Clarisse pronunciar aquél nombre—. No, bruja. Me refiero a ella. A la zorra a quien le otorgaste ese poder.
Nene, pensó CC y luchó por mantenerse en silencio. Sabía bien que se encontraba desprotegida pues Clarisse parecía saber todo acerca de ella. Por tanto, la única manera de salvar su pellejo era mantener la boca cerrada. El silencio podía representar una afirmación, así como también se interpretaba como una negación. De esa forma, estaría segura.
—Quiero saber cómo funciona ese poder —sentenció Clarisse—. ¿Qué es lo que puedes hacer con él? ¿Cómo afecta a quienes no lo poseen? ¿Cuántas personas más lo tienen en sus cuerpos? ¡Dilo ya!
Tres golpes del látigo utilizó Clarisse para hacer que CC prorrumpiera en una respuesta.
—Es… Es complicado…
Escupió un poco de sangre y esbozó una mueca de dolor cuando intentó pestañear, gracias al corte que se había abierto cerca del rabillo de su ojo izquierdo. La sangre comenzaba a gotear por las puntas de sus pies, aquellos tres últimos golpes fueron suficientes para abrir severos cortes en toda la extensión de su abdomen.
—Imagino que lo es —asintió Clarisse—. También imagino que no hablarás.
—En eso estás en lo correcto.
CC no iba a dejarse vencer, no tan fácilmente.
Clarisse continuó con su discurso tras castigar a CC con cinco golpes del látigo, mismos que lograron destruir toda la parte inferior de sus ropas así como también se abrió una serie de golpes sangrantes que abarcaban toda la extensión de sus piernas. Los gritos de CC eran música para los oídos de la sádica rubia.
—Si no vas a cooperar, bruja, tendré que conseguir la información mediante otros medios.
Clarisse rió con frialdad y atacó con otro buen surtido de golpes que consiguieron empujar a CC a un estado de inconsciencia.
La sangre se encharcó a sus pies, al mismo tiempo que los ojos azules de Clarisse comenzaron a tornarse un poco rojos. Una pequeña mancha de color rojo carmesí, que parecía ser una forma de canalizar toda la maldad que albergaba en su interior.
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