Capítulo 9: Hermano

«Todo está marchando tal como lo planeé». En un par de meses, Lelouch se había hecho con un alto prestigio, se había presentado ante la familia Britannia y había logrado meterse en el bolsillo a su joven heredera, se había granjeado la admiración y el respaldo de los ciudadanos como Zero, había conseguido que Kallen trabajara para él —eso sí, todavía no formaba parte de su plan; antes, tenía que demostrar de qué madera estaba hecha— y pronto su primer blanco iba a caer en sus garras. Si eso no era un buen principio, ¿qué otra cosa lo era?

El juicio contra el Dr. Asprius iniciaría hoy y ya estaba preparándose para acudir. Lelouch se metió en el chorro del agua. Este se deshizo en millones de gotas que salpicaron por doquier. Elevó la cabeza y se cubrió la cara con sus manos. Se apartó un poco dejando que la lluvia vivificante se regara por su blanco pecho lampiño. El agua aspó sus brazos y piernas. «La fortuna está de mi lado». El pensamiento le dibujó una sonrisa en los labios porque más que una idea era una realidad. Adoraba cuando la realidad se adaptaba a su manera. Lelouch se dio la media vuelta. El agua y la espuma descendieron paulatinamente por su espalda. Terminada la ducha y secándose el pelo húmedo con un paño, se fue a su dormitorio. Su cuerpo brillaba por la mojadura. Abrió su enorme closet donde tenía toda su ropa organizada. Escogió una camisa blanca y un traje negro. Abrió el cajón en el que guardaba sus corbatas. Casi todas eran de tonalidades violeta con distintos grados de saturación. Cogió una de color borgoña. Se vistió y salió en dirección al tribunal.

La sala estaba más o menos repleta. Tomando en cuenta que el occiso era una figura pública, le pareció normal. Se sentó en el segundo banco. Quería estar cerca relativamente de la parte demandada, para estudiar las reacciones del preso y para que este lo observara. No pretendía ocultarse. Su propósito se cumplió de forma instantánea. Los ojos del Dr. Asprius aterrizaron sobre él, mientras se dirigía hacia donde estaba el abogado Gottwald. Lelouch le sonrió y lo saludó alegremente con la mano. El hombre rehuyó a su mirada con brusquedad. Comparecieron los fiscales y, más adelante, el juez. Y este dio comienzo al juicio.

El fiscal Weinberg se puso de pie, indicó bajo qué cargo lo estaban imputando y pasó a narrar los sucesos. El acusado visitó a la víctima, lo mató golpeándolo con un jarrón apenas este le dio la espalda, se fue, compró gasolina, volvió al lugar, incendió la casa y raptó el cuerpo. La autopsia reveló que la causa de la muerte fue un fuerte traumatismo en su cabeza. La primera evidencia fue una huella de zapato, descubierta en el césped de la casa de la víctima, que coincidía con el que llevaba el doctor esa noche. Las siguientes fueron la gasolina que estaba en el maletero de su auto y el recibo que subrayaba que efectuó la compra media hora antes del incendio. La evidencia más contundente fue el arma homicida: el jarrón, ahora roto.

—En este jarrón —indicó Gino sosteniendo una bolsa de plástico que contenía los pedazos— fueron encontradas las huellas digitales del Sr. Asprius y la sangre de la víctima.

El desempeño de la defensa había sido flojo, rayando en lo mediocre. El abogado no refutó ninguna de las evidencias entregadas por la fiscalía cuando tan fácil pudo alegar, por ejemplo, que no necesariamente la gasolina comprada fue empleada para ese fin. Su desidia solo podía explicarse de dos modos: era un abogado pésimo (lo cual desdeciría su reputación) o lo hacía aposta (siendo él, Lelouch se hubiera esforzado un poco más interpretando su papel). El gesto desencajado del Dr. Asprius evidenciaba la falta de comunicación entre él y su abogado.

—Primero, había una huella del zapato del acusado que, según su frescura, lo ubica en la hora; segundo, un recibo de compra de gasolina que, por cierto, estaba en la cajuela de su auto abandonado a tres calles del norte y, tercero, las huellas del acusado y la sangre de la víctima en el arma homicida —enumeró la fiscal Alstreim—. Cada evidencia apunta al hecho de que Bartley Asprius cometió este asesinato.

El testigo de la fiscalía fue llamado al estrado. Nada más ni nada menos que el ama de llaves que denunció al Dr. Asprius. Lelouch pensó que su declaración era innecesaria ya que las huellas en el jarrón y del zapato confirmaban la presencia del acusado en la escena del crimen, sin embargo, esta sería la oportunidad de la defensa para desacreditar al testigo ocular. Centró su mirada en Jeremiah. Tenía curiosidad en saber cómo procedería. ¿Estaría guardando su as para el final o no? Contaba la testigo, luego de que el fiscal Weinberg le preguntara si era el acusado el hombre que vio la noche en que la casa se incendió y su jefe desapareció:

—No mucha gente viene a casa del Sr. Sawazaki. No era inusual, así que miré varias veces.

—No más preguntas, su señoría.

Y el fiscal se retiró, seguido a esas palabras.

—La defensa puede interrogar al testigo —concedió el juez.

El abogado Gottwald se irguió.

—La defensa no tiene nada que preguntar.

El acusado se aturulló. Sentía que cada evidencia entregada por la fiscalía era un nuevo clavo en el ataúd. Esto había firmado su sentencia. Frente a tal desvergüenza, Lelouch no pudo menos que reírse entre dientes. Se fue. Ya no había nada nuevo que ver. El abogado Gottwald le facilitó todo. Asprius sería un pendejo si no apercibía que iban a perder si proseguían en ese curso. Dado que la defensa proporcionó escasas evidencias, el juicio concluyó. Pareciera que el juez se hubiera apiadado del acusado debido a la ineptitud del abogado. Se declaró que el próximo juicio se llevaría a cabo dentro de cuatro días. Por lo tanto, ese sería el periodo que tendría para armar la defensa. Lelouch tenía decidido visitar al doctor, luego de pegar unas vueltas en su coche. Se dijo que esta vez no se iría con las manos vacías.


https://youtu.be/CJzkx6Mub7k

A la misma hora del juicio, tenía lugar la reunión de Suzaku con el presidente Charles en las instalaciones de Camelot. Era la primera vez que escuchaba el nombre. Si bien, no procuraba mantener su existencia en secreto, los miembros eran reservados revelando información al público, por lo que los medios no les prestaron atención, entre tantas novedades que sucedían al día. De este modo podrían trabajar cómodamente ocultándose a plena vista. Sin embargo, esa moderación estaría por cambiar. Ya que el presidente Charles no lo aclaró, Suzaku supuso que la razón estaría ligada a su campaña electoral. De lo contrario, no estaría él ahí.

¿Qué era Camelot? Una división especial de investigación fundada por Britannia Corps especializada en ingeniería robótica. ¿En qué se ocupaban? En desarrollar un robot que revolucionaría por completo la industria tecnológica. El fiscal iba a tener el honor de enterarse con anticipación. Euphemia también. Al parecer, su función se limitaba a recibirlo, pero su padre le pidió unirse para su sorpresa. No vio cómo negarse. Fueron atendidos por la líder, Rakshata Chawla, una mujer alta y atractiva de piel cobriza. Los guio a través de la sede. A Suzaku le costó seguirle el ritmo a la científica en su parloteo. Aun así, escuchó cortés, mientras escudriñaba la zona con la mirada. Suzaku quedó impresionado ante todos los adelantos tecnológicos que llegó a ver. No tenía idea de cuántos proyectos a favor de la ciencia había impulsado la empresa matriz de Britannia Corps. A lo sumo, todo lo que sabía era que el conglomerado arrasó por completo la pequeña, oscura y anticuada ciudad Pendragón y que dicha demolición dio nacimiento a la vasta, luminosa y moderna metrópolis que hoy en día era. Fuera de eso, a Suzaku no se le hubiera ocurrido que al presidente le interesara tanto la ciencia y la tecnología. Tuvo que participárselo: su estupor no pasaba inadvertido.

—Fue gracias a mi hermano.

—No sabía que tenía un hermano.

—Porque no se habla sobre él. Murió años atrás —refirió con un esfuerzo—. Contrario a mí, que dediqué mi vida a los negocios, renunció a su herencia para entregarse a la ciencia. Con todo, siempre hubo entre nosotros esa conexión de gemelos —explicó—. Me hizo dar cuenta de que la ciencia es el futuro de la humanidad, la luz en medio de la ignorancia y el remedio a la incertidumbre que desde antaño nos ha sometido.

Era extraño. Lo que más deseaba en el mundo cuando era niño era tener un hermano. Ser hijo único era agridulce: aunque tenía toda la atención de los mayores, a veces se sentía solo. Con su madre muerta y el desinterés de su padre por volver a casarse, su esperanza fue mermando. Al hacerse amigo de Lelouch, ese vacío se llenó. Lelouch era mayor por unos meses y eso le bastó para tratarlo como un hermano afectivo, lo cual implicaba protegerlo de aquellos que lo molestaban, compartir, jugar con él y enseñarle. Irónicamente, fue Suzaku quien terminó aprendiendo más de Lelouch. Al menos, Suzaku siempre tuvo el rol del protector.

—Suzaku, ¿estás bien? —inquirió Euphemia, que caminaba a su lado.

—No es nada, Euphie —sonrió, tranquilizándola. Cuando se volvió hacia ella, tuvo que alzar la cabeza percibiendo que la había bajado inconscientemente—. Solo pensaba en lo que dijo tu padre. Es posible que haya sentido esa conexión con Lelouch. Fue el hermano que jamás tuve.

Esas palabras desgarraron el interior de Euphemia. Sus mejillas perdieron su color y ralentizó su caminata hasta detenerse. A pesar de sí misma, prefirió aguardar que su respiración se acompasara y seguir adelante. Llegaron a la cabina del cuarto de prueba en donde Suzaku conoció a Lloyd Asplund, uno de los principales activos científicos de Camelot y, con el consentimiento del presidente y bajo la supervisión de la líder, era el desarrollador del prototipo que estaría por ver en acción. Susodicha invención estaba detrás del vidrio.

—Vamos, muchacho. Echa un vistazo, es lo que quieres —lo animó Rakshata—. Te prometo que no muerde. No le hemos diseñado dientes.

Picado por las ansias y carcomido por las dudas, Suzaku se acercó con cuidado a la ventana. Debajo de ellos, dentro de un espacio gris, estaba un imponente robot humanoide blanco que mínimo debía medir cuatro metros de altura.

—¿Qué le parece? —inquirió el presidente con una sonrisa amable.

—Es... enorme —resolló. Estaba hipnotizado admirando el robot como los niños cuando ven un cachorro en la tienda de mascotas.

—¿Quiere montarlo? —soltó Lloyd con avidez.

La inopinada pregunta sirvió para que Suzaku desviara la vista por un minuto de la máquina.

—Lloyd, por favor, no atosigue al fiscal Kururugi —amonestó el presidente Charles, suave—. El Knightmare no opera a distancia, necesitan ser piloteados.

—Puedes observar la cabina del piloto sobresalir en la unidad. Es esa que parece una joroba. Por fortuna, no tiene que montarse, fiscalito. Ya tenemos un piloto —añadió Rakshata.

—Nuestro fiscal se hará una mejor idea de lo que es capaz de hacer un Knightmare con una demostración —señaló el presidente.

—Será un placer.

—¿C-cómo dijo que se llamaba? —tartamudeó Suzaku.

—La línea de robots se llamará Knightmare —contestó Lloyd—. Ordinario, ¿no? En vista de que es el primero en su especie, lo renombré como Lancelot. Tenía el derecho. Después de todo, soy su creador.

Knightmare. Era un juego de palabras en inglés de «Knight» y «Nightmare». Suzaku lo juzgó apropiado para hacer alusión a su intimidante aspecto. Una vez que el piloto se introdujo en la cabina y lo prendió, recorrió en círculos el cuarto. El Knightmare estaba equipado con unos patines automáticos con propulsor, permitiéndole tener una gran movilidad y alcanzar altas velocidades; dos sensores de movimiento retráctiles en el pecho habilitados en la recolección de datos visuales y termodinámicos; dos escudos de rayos en el antebrazo y cuatro proyectiles en sus muñecas y caderas. Estaba capacitado en la defensa y el ataque. Para muestra de ello; una máquina disparó contra el Lancelot y este se resguardó a sí mismo proyectando una energía verde con forma de escudo resultando completamente incólume. Posteriormente, el Lancelot disparó uno de sus misiles contra un muro sólido y lo destruyó en un solo impacto. Todos aplaudieron. Suzaku veía como el bolígrafo sobre el tablero no paraba de dar brincos desde que esa cosa empezó a moverse.

—Aún está en fase experimental, de manera que no le hemos instalado un asiento eyector —indicó Rakshata—. No me convencen esos sensores. Estoy considerando en removerlos y en cambiar el sistema de propulsión —la científica pasó su brazo por los hombros de Suzaku y lo hizo inclinarse sobre la ventana. Se estremeció. Al tener los rostros tan juntos, le llegó un olor similar a tabaco. Podría ser que estuviera fumando antes de verlos—. ¿Notas que los motores están en ambos lados de los pies? Sería mejor si fueran colocados en las piernas, ¿no crees?

—¡Los sensores y los motores están bien! —discrepó Lloyd, mosqueado—. Tan solo le falta diseñarle un armamento.

—¿Algo así como una espada? No estaría mal. Es un caballero, a final de cuentas.

—Hay algo que no me ha aclarado, señor presidente —intervino Suzaku interrumpiendo las divagaciones en voz alta de Lloyd y Rakshata—. Si pretende producir en masa estos robots gigantes, ¿para qué los usará?

—Creí que no era menester decirlo. Usted es inteligente. Tuvo que haberlo inferido —repuso sin borrar su sonrisa—. Con los Knightmares potenciaremos la fuerza armada asegurando la seguridad en nuestras fronteras. Estos robots forman parte del plan que estoy diseñando para esta ciudad y, gradualmente, para este país: la Conexión Ragnarök.

El fiscal Kururugi se imaginó las expresiones de pavor de turistas e inmigrantes mirando filas de Knightmares desplegados en los puntos limítrofes del país. Para controlar la inmigración ilegal, necesitarían aplicar las políticas existentes y crear nuevas reformas, no robots como si estuvieran en guerra. No le gustaba que unas máquinas poderosas estuvieran en disposición de la milicia. Charles podría jurar que los Knightmares ayudarían a salvaguardar la soberanía de la nación, empero esta era la clase de armas que eran utilizadas para las represiones. Algún político o el propio presidente Charles argumentaría que el potencial de los Knightmares era desperdiciado, por lo que ampliarían sus funciones y de allí ¿qué? ¿Se convertiría en la nueva policía? La imagen de un ciudadano indefenso contra ese monstruo le producía escalofríos.

—Lo desaprueba, ¿o estoy equivocado? —inquirió el presidente.

Suzaku siempre fue expresivo. Supuso que habría fruncido el entrecejo o los labios. O tal vez su silencio fue el que lo delató. No decir nada era una respuesta. Suzaku sintió los ojos de los científicos de Camelot, Euphemia y el presidente atravesarlo cual si fueran flechas. Ojeó su entorno y se apabulló más. Estaba en su territorio. ¿Qué podía decir que no sabía?

—Fiscal Kururugi, se lo dije, la ciencia y la tecnología son el futuro —prosiguió el presidente Charles—. Cuando se case, a ciencia cierta tendrá un robot que le prepare de comer, le haga la cama y sea la niñera de sus hijos. Si queremos adueñarnos del futuro, debemos adaptarnos al cambio y evolucionar.

—El fiscal Kururugi no te desaprueba, papá —intervino Euphemia. Su voz, al igual que su postura, era firme. Su tono estaba desprovisto de petulancia, una actitud que solía estar latente en las palabras de Charles, incluso en Lelouch. El magnate le lanzó una mirada a su hija pequeña—. Estoy segura de que entiende que el cambio es una fuerza incontenible y que está de acuerdo porque es necesario muchas veces. Es posible que los Knightmare sean vistos agresivos y no me parece que el refuerzo de nuestra seguridad entrañe romper fronteras.

—No vamos a romperlas, impondremos límites que es diferente. Es la única forma de ponerle fin a esta crisis que la lenidad nos ha traído —la corrigió su padre—. No es posible, querida hija. Es un hecho. Lo sé, como también sé que no nos llevará a ninguna parte oír las opiniones de los demás. Un presidente sabe lo que es mejor para su país. Ningún otro.

—¿Y acaso la forma de ponerles fin es inventando máquinas de guerra? —cuestionó Suzaku cogiendo brío—. Usted y yo tenemos visiones distintas del futuro, señor presidente, y se me ocurren varias formas que descartan la violencia.

—No lo dudo —asintió—. Una pena que no pueda ponerlas en práctica a no ser que tenga el poder —insinuó el presidente estirando la comisura derecha de su labio. En teoría, esa mueca era una sonrisa—. Independientemente de que crea que sus formas sean las correctas, habrá alguien que difiera de usted porque sus beneficios se ven afectados. La violencia es inherente al cambio.

Bueno, no le preguntó si había reflexionado en su proposición, que era el motivo por el cual presumía que fue invitado, no obstante, esa sugerencia fue un recordatorio sutil de su charla en la fiesta. En todo caso, ya apercibía que Charles pretendía gobernar el país y encumbrarlo de la misma manera que administraba su casa e hizo grande su empresa: infundiendo temor. Si estaba en lo cierto o no, no lo sabía. El asunto era que a Suzaku no le gustaba. Y no estaba solo. De soslayo, vislumbró a Euphemia. Intercambiaron una sonrisita. Arthur no era todo lo que tenían en común.

https://youtu.be/Z4Hf8iFplto

Al Dr. Asprius no le extrañó recibir otra visita del abogado Lamperouge. Se habían visto el uno al otro en el juicio. Sería una confrontación pareja: no se había traído a la sexy pelirroja. Tras sentarse, la echó de menos. Hasta cierto punto le causaba zozobra la idea de quedarse a solas con él. En su mirada había una oscuridad que lo incomodaba. Quizás su impresión era un desvarío. Sin su monóculo su visión no era perfecta: veía las imágenes borrosas por el ojo derecho. No había dormido las ocho horas recomendadas desde que lo internaron: su lecho era demasiado duro y frío para su espalda y no le inspiraba confianza su compañero de celda. Tampoco él se había alimentado bien. Su paladar estaba muy acostumbrado a la gastronomía francesa. La comida en prisión era de mediana calidad y las raciones eran insuficientes. Bajo esas condiciones, no estaba en sus plenas facultades.

—Usted otra vez, ¿vino para que firme su contrato? —preguntó Bartley.

—En principio, sí. Aunque, de igual modo, estoy aquí para conversar. No debe haber hecho muchos amigos, ¿verdad? —aventuró, ladeando la cabeza—. Es un recién llegado aún —el preso se abstuvo de confirmárselo. No era su propósito provocarlo, así que cambió de tema—: analice esto conmigo, ¿quiere? En el 2008, a un hombre lo condenaron cinco años por robar una panadería. En ese mismo año, un banquero de inversión que manipuló los precios de las acciones es puesto en libertad condicional. Dígame, en ambos casos, ¿el juez dictó una mala sentencia o el abogado era inepto? ¿Qué cree?

—¿Qué? —soltó Bartley poniendo una mueca.

—Responda, por favor —pidió Lelouch, sonriente.

El doctor se rascó la nuca. No entendía a qué venía cuento estas historias. ¿Trataba de decirle que su abogado era incompetente por su nulo trabajo en el juicio?

—Yo que sé.... ¿El abogado era inepto? —contestó, desganado.

—Error. Hay una tercera opción: fue un juicio amañado —rebatió. Bartley parpadeó, atónito. Había sido una pregunta capciosa. El abogado se arrellanó en su molesto asiento subiendo su pierna por encima de la otra—. Hoy fue un desastre, ¿no? Tal vez no maneje conocimientos jurídicos, pero, en el fondo, sabe que algo anduvo mal. No se equivoca. En el momento que la fiscalía lo acusó por asesinato, usted pudo ganar este juicio, ¿sabe por qué? —preguntó. El ceño del hombre se acentuó. Lelouch aguantó la respuesta a su pregunta en la punta de su ávida lengua hasta que constató de que Asprius lo escuchaba con sus cinco sentidos—. Porque el cargo es asesinato. Mire, para que lo juzguen de asesino, debe probarse que tuvo intención de matarlo. En otras palabras, que fue un crimen premeditado. Y usted no tiene motivos. Esa es la diferencia entre un caso de asesinato y otro de homicidio —expuso Lelouch. El recluso liberó aire por la boca—. Su increíble abogado no se lo explicó, ¿eh, doctor? Ustedes no se comunican.

—¿Cómo lo...? —empezó. No logró terminar de enunciar la pregunta. Guardó silencio como si estuviera censurándose en su fuero interno—. ¡Oiga! Déjese de rodeos y dígame que quiere de mí para que me deje en paz —gimió.

Asprius realizó un ademán brusco con el brazo, como invitándolo a cruzar la puerta. Apenas lo bajó, se giró en su silla tratando de darle la espalda. El intento le salió a medias, así que se quedó de perfil. Lelouch se fijó en su cuello. Había un corte no muy profundo. Mao cumplió.

—Esto no se trata de lo que yo quiero, sino de lo que usted quiere —señaló—. La última vez que nos vimos, le dije que pensara en usted. ¿Lo hizo? ¿Ya descubrió lo que quiere? —hizo una pausa. El prisionero vaciló—. ¿Quiere salir?

—¿Qué inocente en su sano juicio quiere permanecer en prisión? —gruñó Asprius, ofendido.

—Eso pensé —convino Lelouch—. Y, después de lo que vio en el juicio, ¿está seguro de que lo exonerarán?

—No —admitió Asprius—. Ni estoy seguro si debo confiar en usted.

—Pues solo hay dos formas de salir de aquí: ganando el caso o en un ataúd —observó. El reo se tocó en el corte, de golpe, como si estuviera aplastando un mosquito. Se volvió hacia él de frente, cual estaban al inicio—. Si su abogado no puede ayudarlo, yo sí. Soy lo más parecido a la esperanza que usted tiene ahora —Lelouch se agachó, puso su portafolio en sus piernas y sacó el contrato. Lo colocó sobre la superficie—. Temo que será imposible desmentir que estuvo ahí. La fiscalía tiene evidencia contundente. Pero puedo mostrar en la corte que estuvo en el lugar y en el momento equivocados cuando otro lo asesinó, siempre que me dé la oportunidad. No deje que su desconfianza se apodere de usted, hombre. No tiene razones para pensar mal de mí, más allá de que soy un extraño que quiere ayudarlo —el abogado sacó su reloj del bolsillo del pecho y verificó la hora—. Le restan siete minutos. ¿Cómo quiere aprovecharlos? ¿Hablando del clima o contándome lo que pasó esa noche?

Lelouch guardó el reloj y entrecruzó los dedos. Descansó las manos en el regazo a la espera de que Asprius tomara una decisión. El doctor suspiró. Si bien, el abogado volvió a meterse el reloj en el bolsillo, tuvo la sensación de que Asprius escuchaba su tic tac taladrándole en las orejas. Ese hombre era un libro abierto. Es por ello que Lelouch ya sabía la decisión que iba a tomar antes que el mismo Asprius lo supiera. 

https://youtu.be/KPmS-rI6pjY

C.C. recibió un mensaje de Jeremiah indicándole que había perdido el juicio, justo al finalizar su manicura. Se arriesgaba facilitándole las cosas a Lelouch, pero si ese era el modo en que podía ayudarlos asumía las consecuencias. C.C. le escribió que tuviera cuidado avisándole que ser muy obvio podría alertar a Schneizel. Estaba al tanto de que Lelouch fue al juzgado aquella mañana. Si lo conocía tan bien como pensaba, iría a visitarlo para terminarlo de convencer de que firmara con él. Sería cuestión de tiempo para que llegara con buenas noticias.

Enseguida de mandar el mensaje, reparó en la fecha indicada en la esquina superior derecha de la pantalla y se acordó de algo importante. Dejó el teléfono, cerró el esmalte de purpurina color verde limón y penetró en la oficina de Kallen, quien estaba repasando las noticias del caso en su computadora, documentándose.

—¡Oye! Tengo una emergencia femenina, ¿te molestaría regalarme una toalla? —preguntó.

Kallen miró en su bolso y sacó un estuche. Lo destapó y le tendió un tampón.

—Solo tengo tampones. ¿Sabes cómo usarla?

—Sí, sí sé. No te preocupes. Gracias.

C.C. cogió el tampón y se fue. Acto continuo, se encerró en el baño. Quitó el plástico inferior, estiró el cordón azul que se asomaba, encajó el dedo en la base y retiró el plástico sobrante. Se sentó sobre el inodoro con la tapa cerrada y se subió la falda, descubriéndose las piernas. Alrededor del muslo izquierdo tenía un cuchillo enfundado en una vaina de cuero. La agarró y con una precisión quirúrgica se hizo un corte en la cara interior del muslo derecho. C.C. se mordió el labio reprimiendo el gesto de dolor. Rápidamente, se limpió con el tampón. Apenas la sangre se frenó, envolvió el tampón en papel higiénico y lo desechó a la basura. Abrió el espejo del baño y sacó una gasa con la que se cubrió la cortada. Ya estaba picando menos. Calculó que en una hora el ardor cesaría. Guardó el cuchillo y se bajó la falda. Pensar que aquella arma la consiguió de un ladronzuelo que intentó robarla. Decidió conservarla. Una mujer sola en el bajo mundo debía defenderse. La ironía radicaba en que se había infringido más heridas a sí misma en sus secretos rituales de purgación que a ladrones y asesinos. En la actualidad, la usaba para su visita puntual de cada mes.

A final de cuentas, los muebles no sangraban.

Delante del espejo, C.C. se adecentó. ¿Quizás tuvo que aguardar hasta llegar a casa? Sacudió la cabeza. ¡Qué va! Con que Lelouch, Tamaki y Kallen lo vieran, estaba bien. Daba igual la hora. Se le antojó un cigarrillo, de manera que salió a buscarlo. Afuera se topó con Tamaki, quien estaba bebiendo una cerveza. No le había revelado dónde las tenía guardadas, debió encontrarlas por su cuenta.

—¡Hola, Cecilia! —saludó, alegre—. Mira, conseguí esto por ahí escondido —dijo al reparar en donde reposaban sus ojos topacios. Le ofreció su botella—, ¿quieres un poco?

—No, gracias.

—¿Segura? Bueno, si cambias de opinión, hay más en la cocina —dijo moviendo la barbilla en esa dirección. Tamaki ingirió otro largo trago y se paró—. Veré si la nueva quiere.

Ella estaba por decirle, por enésima vez, ya había perdido la cuenta, que no la llamara por ninguno de esos nombres, que lo odiaba, sin embargo, lo descartó considerándolo un caso perdido. Preguntó en su lugar:

—¿Crees que es prudente beber con tus problemas de hígado?

—¡Ay, mi pequeña Catalina! No se trata de qué vives, sino cómo vives. No puedo dejar la cerveza. La amo demasiado. Al menos, si me explotan las tripas aquí, tendré las cosas que más me gustan: cerveza y mujeres guapas.

C.C. se echó a reír. No creyó que algún día Tamaki hablaría con sentido. Podría ser la única vez que estaban de acuerdo. De algo había que morirse. Tamaki sonrió, congraciado. Lelouch llegó en esto. Tamaki escondió la botella detrás de él.

—Buenas tardes, equipo. Vengo de visitar a Bartley Asprius en la cárcel. Tengo el placer de informar que trabajaremos en su caso.

—¿Cómo? ¿Firmó con nosotros? —indagó Kallen saliendo de su oficina al reconocer su voz.

En segundos todos se congregaron en el centro del vestíbulo.

—Te dije que lo obtendríamos. Compruébalo por ti misma —le recordó, dirigiéndose a ella con una sonrisa resplandeciente. Sacó de su portafolio el contrato firmado por el Dr. Asprius y se lo tendió. La pelirroja lo aceptó remisa sin acabar de digerir el anuncio—. Hoy se celebró el primer juicio y pude enterarme más detalles del siniestro. La fiscalía acusó a nuestro cliente de asesinato. Será más fácil para nosotros demostrar su inocencia. Hasta el momento, tienen un testigo ocular y una huella de zapato como evidencias de que estuvo ahí. El Dr. Asprius no lo niega. En sus palabras, fue a ver a la víctima. Ellos eran amigos. Antes de ser el director del Centro Médico de Britannia, fue médico psiquiatra de su hija, quien fue diagnosticada de trastorno bipolar; a pesar de que murió en un accidente hace unos años, continuaban charlando de vez en cuando. Esa noche, según relata el buen doctor, estaba con otra persona: Luciano Bradley, el guardaespaldas de Schneizel el Britannia.

Lelouch les envió una mirada cargada de entendimiento tanto a Tamaki como a C.C. Los tres sabían que Luciano estaba involucrado en la salida clandestina de Bartley. Si estaba diciendo la verdad, puede que Luciano fuera más que un intermediario entre el traficante de personas y el sospechoso. En su mente, Lelouch había establecido una línea temporal para reordenar los acontecimientos y se percató de que a Sawazaki lo asesinaron la noche en que cenó con los Britannia. No vio a Luciano en la mansión. Aquello explicaría su gran ausencia.

—Adivinaré. Asprius dice que el guardaespaldas lo mató, le dio miedo y huyó —terció C.C.

—Es factible —opinó Kallen—. Si él no fue, alguien más tuvo que hacerlo y, si hay evidencia de que un tercero es el responsable, el Dr. Asprius es solo un testigo y sería mejor para armar nuestra defensa.

—¡Qué extraño que el ama de llaves no vio a Bradley! —exclamó Tamaki.

—Los testigos pueden ser coaccionados o sobornados —repuso el abogado Lamperouge. Su sonrisa matizó la amargura en su tono, aunque no pudo disimular el brillo extraño que asomó en sus ojos. Era la sombra de un doloroso flashback que le cruzó por la mente—. No teman por el ama de llaves: no es imposible tumbar un testimonio. Incluso si el arma homicida tiene las huellas de nuestro cliente, que parece la peor evidencia en nuestra contra, no es determinante. Sospecho que el próximo movimiento de la fiscalía será encontrar vídeos que prueben que el Dr. Asprius es el incendiario. Tenemos que adelantarnos. Si la fortuna nos acompaña, podría ser que capturemos una imagen de Luciano. Tamaki, tú y tus hombres seguirán a los fiscales.

—¿Y después qué? —cuestionó Kallen, volviéndose a Lelouch—. Supongamos que la fiscalía buscará el vídeo y Tamaki llega primero, ¿qué hará a continuación? ¿Lo robará para ti? No puedes presentar evidencia obtenida de forma ilegal en la corte.

—Tampoco sería conveniente si, en efecto, el vídeo muestra a Asprius quemando la casa.

—A ver si lo entendí. Sigues sin confiar en tu cliente, pero ¿lo vas a liberar de todos modos?

—Prefiero creer en evidencias tangibles que no mienten —acotó Lelouch—. Aunque le daré el beneficio de la duda.

La pelirroja resopló mientras colocaba una mano en su cintura y se frotaba la frente, ¿de qué se sorprendía? O, más bien, ¿qué la molestaba? No eran sus métodos. Lelouch ya le había dicho que esa era la forma de hacer justicia y ella se había resignado medianamente. Fue sincero y le resultó más desagradable. Eran su injusta suspicacia y su actitud maliciosa lo que no le gustaba. Kallen cuidaba a sus clientes igual que a sus amigos. Repentinamente, sonó un teléfono. Lelouch le lanzó una mirada discreta a C.C. Esta asintió.

—Kallen, es hora del almuerzo. Me apetecería comer pizza, ¿te sumas? —invitó.

—Sí, ¿por qué no? —suspiró.

Eso no fue difícil. El roce les valió de excusa para llevarse a Kallen. A razón de que C.C. no quería subirse en su moto, tomó prestadas las llaves del automóvil de Lelouch. Lo último que oyeron de ellas ese día fue cuando la pelirroja la llamó en tono burlón «cobarde». C.C. ignoró el comentario. En el acto, Lelouch fue a su despacho y sacó el celular de uno de los cajones. Se lo tiró a Tamaki que estaba parado en el umbral. Había ensayado el guion que Lelouch le suministró numerosas veces. Sabía con exactitud qué decir:

—Agencia de Servicios Kioto. Dígame, ¿cómo puedo ayudarle? —dijo Tamaki engrosando la voz para imprimirle mayor formalidad a sus palabras—. Sí —hizo una pausa—. Para optar nuestros servicios, es necesario que usted se haga miembro, ¿le interesa? —inquirió mirando al techo para acordarse de lo que venía después—. Muy bien, en ese caso, necesitamos que nos envíe una serie de recaudos: su libro de familia; una constancia de ingresos, puede servir el documento de propiedad de su vivienda... ¿Lo está apuntando todo, señorita li Britannia?...

Tamaki se alejó instintivamente buscando una mejor señal. A Lelouch le pareció innecesario seguirlo. Escribió el guion basándose en la cándida y gentil personalidad de Euphemia, por tanto, en las posibles preguntas que podría dar. Si surgía algún contratiempo, confiaba en que el ingenio callejero del gánster no lo decepcionaría —había una primera vez para todo, pero esta no: al perro le gustaba enorgullecer a su amo. Lelouch había recolectado información específica de los Britannia en sus citas con la ingenua Euphemia hasta el presente. Aun si su relación con la familia era buena y a la larga se convertía en el prometido de la joven heredera, sabía que podía acercarse todavía más. En unos días, una criada comenzaría a trabajar para ellos y esa mujer sería sus ojos y oídos en esa casa. Muy pronto estaría al tanto de sus secretos y sus pecados.

https://youtu.be/jp4xAOVsZyI

Suzaku convocó al traficante a su despacho para interrogarlo como parte de su investigación sobre Zero. Había interpelado al sospechoso por asesinato, Bartley Asprius, pero no averiguó nada crucial para añadir al informe. A duras penas distinguió el aspecto de sus atacantes. La historia del traficante no era diferente a su declaración en el departamento de policía. Era útil y a la vez inútil. No le hacía falta una descripción de Zero y los Caballeros Negros ni tampoco lo que hizo. Sabía quién era el criminal y bajo qué cargos demandarlo. Por ahora, el traficante era la única pista que tenía.

—¡Le he dicho todo lo que sé! No puedo darle lo que no tengo. ¡Déjeme ir!

—Imposible. Tenemos una grabación de usted confesando que transportaría al Dr. Asprius fuera del país. Me da curiosidad descubrir las razones que tendría un vigilante enmascarado para atraparlo y enviarlo a la fiscalía.

—¿Y cómo voy a saberlo? —gimió, a la defensiva—. ¡Pregúntele usted mismo! Es su trabajo.

En eso tenía razón. Suzaku hizo girar el bolígrafo en su mano con gesto distraído. Le ordenó al inspector Darlton escoltar al hombre. Estaba claro que lo atormentaba revivir el trauma. Cooperar con ellos más de lo que hizo no podía. Los guardias, los otros testigos, no pudieron ver nada. Las cajas en que fueron empaquetados los sospechosos estaban siendo procesadas. El fiscal tenía la corazonada de que saldrían limpias. Esperaba equivocarse.

Estaba entregado a sus cavilaciones cuando, de repente, un pensamiento saltó. Ni Zero ni su gente pudo acarrear unas cajas pesadas a pie. De hecho, los guardias declararon haber entrevisto pasar fugaz un camión de botellas de agua. La fiscalía tenía cámaras de seguridad. Era probable que captara una imagen de la matrícula. Es más, era un hecho que debió robar el vehículo. Algo así tuvo que haber sido reportado. Si su hipótesis era cierta, lograría dibujar un rastro que lo condujera a Zero. ¿Cuántos camiones con esas características los roban? Ganado por el ímpetu, Suzaku se puso de pie y le solicitó a Cécile que viniera consigo. Ella acató asumiedo que el fiscal le explicaría más adelante. Casualmente, en el pasillo, tropezaron con el fiscal Weinberg que iba saliendo. Intercambiaron una sonrisa cortés a modo de saludo y pasaron de largo.

Gino andaba en la búsqueda de las cajas negras de los automóviles estacionados en esa área aquella noche. La policía obtuvo un registro e investigó casi todos los autos, a excepción de dos. Ninguno de los CCTV contenía nada que aportara al caso. En consecuencia, la evidencia que les urgía tener quizás estaba en uno de esos automóviles. Sus rezos fueron respondidos: la detective Nu le telefoneó para participarle que localizaron a uno. El fiscal expresó su deseo de estar ahí. Tras colgar, dejó lo que estaba haciendo, se volvió a poner su chaqueta y partió.

https://youtu.be/O9fBNr8M6tI

¿Cuál era la semejanza entre un reality show y una campaña presidencial? Había más de una, para comenzar. En síntesis, ambas procuraban atraer la atención de un público con ayuda de una cámara y un escándalo rara vez. Charles zi Britannia entendía cómo funcionaba el juego mediático. Su relación con la prensa había sido turbulenta. El magnate acusó a los medios en reiteradas ocasiones de manipular la verdad y de ser cómplices de funcionarios que realizaron una terrible gerencia. Sin embargo, ahí estaba dando una conferencia. Ser candidato a la presidencia suponía estar delante de las pantallas con frecuencia. Solo así su palabra era difundida por todo el país. El presidente consintió contestar una pregunta más antes de finalizar. Varios periodistas alzaron su mano. El presidente de Britannia Corps eligió a la rubia sentada al fondo. La aludida se levantó con energía.

—Milly Ashford, de Noticias KT-TV —se presentó—. Sr. zi Britannia, bien sabido es que la inmigración es el punto neurálgico de su campaña electoral, en su mitin más reciente declaró que los inmigrantes eran distintos y sacó anuncios de japoneses bajo la influencia del refrain, ¿no cree que los está demonizando?

—Está descontextualizando mis palabras para provocar polémica y no pienso permitírselo. A ustedes, los medios, no les interesa publicar la verdad, sino noticias sensacionalistas a costa de la buena fe del pueblo —la atajó fijando en ella su mirada de acero—. Es cierto. Dije que somos distintos, por tanto, la prioridad de la nación debía ser para con sus ciudadanos, no los inmigrantes, y dije que son bienvenidos con tal de que lo hagan legalmente. Los anuncios no están trucados. Son reales. Eso creo y eso dije, pero no puedo interpretarlo por usted.

¿Qué era una conferencia sin que el candidato se enzarzaran con algún reportero? Nada que generara interés en la gente. Charles dio por acabada la ronda de preguntas y se retiró. Su leal asesora, Alicia Lohmeyer, iba pisándole los talones. La pareja se montó en un BMW blanco y abandonaron el lugar a comparsa de los flashes de las cámaras y un tifón de voces dispares.

—Qué muchacha más cínica. Que sea la última vez que la dejen pasar a mis ruedas de prensa.

—Me encargaré de eso, querido —aseguró Alicia.

—¿Cómo va el caso del doctor?

—El Dr. Asprius firmó con Lelouch. Ya se puso manos a la obra —informó con ligereza—. Por ahora, está en una carrera contra la fiscalía en la caza de evidencias, buscando una copia de CCTV. No dudo que terminará encontrándola. Él es tan determinado y perspicaz como tú —observó sonriendo de un modo raro—. Sin embargo, no dejo de pensar que quizás está en desventaja —añadió con un suspiro—. Tiene que lidiar contra dos fiscales.

—Necesitará toda la ayuda posible. Muy bien —consintió el presidente Charles—. Me reportaste que está trabajando con una abogada.

—Una abogada suspendida, así es. Su activo más nuevo —confirmó Alicia—.  Lelouch ve en ella una aliada potencial.

—La pobre abogada ha sufrido bastante —sonrió meneando la cabeza—. Que su licencia le sea restablecida para que preste toda la colaboración que pueda a Lelouch.

Alicia asintió. El presidente solía usar un tono levemente grave y siempre finalizaba sus frases con inflexiones, en señal de que no estaba dando sugerencias ni peticiones. Con ella no tenía que posicionarse. Era consciente de los límites entre ellos. Una mujer inteligente. Cualidad que estimaba. El viejo Britannia echó una mirada a la ventana. Pasaron al lado de un cartel de su campaña que acuñaba su lema: «La evolución es progreso».

No nada más los planes de Lelouch iban a viento en popa.

https://youtu.be/SYhlkyyIoiA

El fiscal Weinberg se reunió con la detective Nu enfrente de la casa del dueño de automóvil. El sol irritaba de sobremanera. El verano estaba golpeando horriblemente a Pendragón. En virtud de que trabajaba en el campo, ella estaba preparada: traía puestas unas gafas oscuras. Gino debió conformarse con entrecerrar los ojos y formar con sus manos una especie de binoculares para el día.

—De hoy en adelante, ¿supervisará las escenas del crimen, fiscal Weinberg? Está haciéndose muy amigo del fiscal Kururugi —apuntó la detective, medio en broma, medio en serio.

Gino se tomó el comentario como un halago y sonrió. Avanzaron juntos. Siendo la detective del caso, dejó que tocara el timbre. Aguardaron pacientes que les abrieran. Tras unos minutos, salió una mujer. Villetta sacó su placa y se la enseñó. Habló primero:

—¿Cómo está, señorita? Él es el fiscal Gino Weinberg y yo soy la detective Villetta Nu, del departamento de policía. Nos gustaría pedirle la caja negra de su auto. Creemos que contiene algo importante. Seremos rápidos. Se lo prometo. Agradeceríamos su ayuda.

La interlocutora paseó la mirada de la placa que sostenía la detective a ella y al fiscal como si así fuera a detectar la autenticidad del acto. La mujer aceptó. Los llevó a su garaje, el cual estaba abierto cuando llegaron y, a juzgar por la reacción de alarma de su propietaria, no fue un descuido. El coche seguía ahí, no obstante, alguien rompió el parabrisas y robó la caja negra ¡en sus narices! La detective ordenó a sus oficiales peinar la zona con la esperanza de que el ladrón no estuviera lejos. No lo hallarían. A ninguno de ellos, en realidad, porque justo en ese entonces iban en su camioneta de camino a entregar al abogado Lamperouge el botín.

Dos días después, un policía descubrió al traficante muerto en su celda de detención durante la mañana. Todo parecía indicar que se ahorcó: se colgó de los barrotes de su ventana con las sábanas. Se apresuraron a bajarlo. Las marcas horizontales en torno a su cuello podrían haber confirmado la causa del deceso, aunque no daban nada por hecho. ¿Acaso Zero se arrepintió y decidió matarlo por la noche? La autopsia proporcionaría más detalles. En el pasado, ya se habían suicidado sospechosos en custodia. La particularidad era que este no era acusado. Tan solo lo mantenían vigilado mientras lo investigaban, pues no había más que una grabación que insinuaba que era un traficante. Asimismo, iba a comparecer como un testigo en el caso del asesinato de Sawazaki en el próximo juicio. Aquello no sería agrado de la fiscalía. Menos del jefe Tohdoh. Degradaría la imagen de la comisaría. En medio del caos en lo que llamaban al forense y los policías iban y venían de un lado a otro, había uno que se escabullía silbando despreocupadamente sin temor de sonar insensible. Luciano miró por encima del hombro la conmoción por breves instantes. Sus labios curvaron una sonrisa maliciosa.

https://youtu.be/rT8Moi7kHvA

La Agencia de Servicios Kioto despachó a una criada a la mansión Britannia. Su nombre era Shiroi Yuki. De nacionalidad japonesa. Llevaba trabajando diez años para la compañía, pese que se mudó a Pendragón hace doce años. Además de hacer el aseo, Yuki sabía dar masajes y cocinar. Su especialidad era la gastronomía japonesa, desde luego. La directora Cornelia imaginaba que las sirvientas de aquella agencia debían poseer ciertas habilidades que las hacían destacar por encima del promedio. Aquel currículum le resultaba exorbitante en un sentido positivo. Para ser joven, era capaz de hacer de todo un poco. Sus referencias eran buenas. Estuvo al servicio de dos reputadas familias. No se quedó con ninguna por distintas razones. Yuki le refirió por lo bajo que fue un acuerdo mutuo entre ella y las esposas. La directora Cornelia sonrió. Eso lo podía intuir. Era guapa. De seguro que sus ojazos de color ámbar cautivaban a los hombres. Cornelia tenía programada una junta con los accionistas a las once en punto, pero ante la inminente llegada de Yuki la pospuso. Alguien tenía que darle la bienvenida y evaluar que estuviera cualificada. Esa persona era ella ni más ni menos. Como su padre rara vez estaba en casa y su hermano estaba ocupado con la empresa, la propia Cornelia asumió la responsabilidad del hogar y con la ferocidad de una leona lo había protegido.

—Actualmente, nuestra cocina no necesita apoyo, pero nunca viene mal una mano extra —explicó—. ¿Cuál diría que es su mejor habilidad?

—Guardar secretos —contestó con su voz pastosa—. Pero supongo que me está preguntando en qué soy más eficiente. Diría que la limpieza.

Hábil, discreta y lista. Yuki era perfecta, a simple vista. Claro que una mucama no era como un pasante. En el contrato para formar parte de la clientela (el cual había leído completo tres veces con la finalidad de evitar confusiones y cerciorarse en lo que estaba metiéndose) había dos cláusulas: en primer término, una vez que adquiría la membresía permanente, había que renovarla cada año cancelando una modesta suma y, en segundo, había un periodo de prueba de dos semanas en el que si el cliente no estaba satisfecho con el servicio tenía todo el derecho de «despedir» a su criada y sería sustituida por otra. Un sistema meticuloso y estricto, pero funcional.

La directora Cornelia les ordenó a las otras mucamas ayudarla a adaptarse e inspeccionarla. Pensó, a su vez, pedirle el favor a Euphie; entretanto, ella estuviera en la empresa. Fue a su dormitorio, donde observó que había varios potes de pintura en el suelo y que ella estaba pintando en un caballete, y se lo participó. De buena gana, accedió:

—¡Segura! Lo haré con mucho gusto —exclamó Euphemia—. No voy a estar toda la tarde, así que echaré un vistazo ahora.

—Está bien. Me alegra contar contigo —expresó con cariño—. Veo que estás pintando. ¿Volvió la inspiración?

—¡Sí! ¿No es genial? Tuve una chispa estos días y ¡aproveché! Ya temía haberla perdido.

Cornelia se acercó y le limpió con el pulgar una mancha de pintura en su mejilla. El gesto le provocó cosquillas a Euphemia.

—No quiero entretenerte por más tiempo, así que me voy. De nuevo, gracias.

—¡No hay de qué!

Euphemia siguió con la mirada a su hermana hasta que desapareció tras cruzar la puerta. Se volvió a su lienzo. Le faltaba poco para concluir su obra. Decidió dibujar algo simple y eligió el conejo de porcelana que decoraba su cómoda. En momentos como este, Euphemia se contentaba de que la pintura no fuera su trabajo ya que en tal situación tendría que pintar siempre, aunque le faltara la inspiración o no tuviera ganas o atravesara por algún bajón emocional. En cambio, así podría pintar cuando se le antojara. El arte la ayudaba a asimilar y expulsar sus emociones y sentimientos y, a la larga, le traía calma y, ciertamente, eso le hacía falta. Sus días habían sido agitados, en especial la noche en que fue al teatro con Lelouch. Pronto nació en sus entrañas un deseo de pintar un retrato. Euphemia adoraba dibujar rostros. Consideraba que las expresiones eran poderosas. Podían transmitir muchísimo. Tenía en su mente alguien concreto. Bien que, antes que nada, tenía que preguntarle si estaría dispuesto a modelar para ella...

https://youtu.be/ki3-KxOXv5Q

Kallen, desde otro punto de la ciudad, iba saliendo del colegio de abogados. La contactaron en la mañana solicitando su presencia para discutir su suspensión. Eso podía significar dos cosas: o le restituirían su licencia o se la quitarían para siempre. Su lógica se decantaba por la primera opción, debido a que una suspensión, aplicándose al concepto, era temporal. No obstante, una parte de ella albergaba dudas. Habiendo perdido el apetito y sabiendo que no iba a averiguar nada cruzando los brazos, se preparó y partió para acabar con todo de una vez. Al final, sus temores se disiparon. Revocaron su suspensión. No lo comprendió de inmediato. Apenas se enteraba qué ocurría. Era como estar y no estar en aquella sala. Las oraciones sonaron como un mensaje críptico. No fueron severos. Se lo repitieron. Esta vez más pausadamente. Podía volver a ejercer. Ella asintió. 

No fue hasta que estaba fuera que las palabras tuvieron sentido y penetraron en ella. Se vio obligada a hacer una parada, dado que la calle estaba dándole vueltas y ella no estaba caminando sin rumbo. Por sus mejillas rodaban algunas lagrimitas. Sonreía. Aguardó recomponerse. Se enjuagó la humedad en su cara con el dorso de la mano mientras se reía de sí misma. «Debo parecer una loca». En ese instante, recibió un recado de la Lengua Viperina. Quería verla en el despacho. No explicó por qué. Para cuando le remitió su respuesta, se sentía mejor. Se subió a su moto y se puso en marcha.

https://youtu.be/nJdWKQKqJpQ

El bufete estaba abierto. Había un silencio palpable. ¿En dónde se habían metido todos? Siendo una secretaria, C.C. debería estar en el vestíbulo para atender a los clientes y Tamaki no tenía por qué estar ahí, pero era tan ruidoso que su presencia se sentía. Por lo general, estaba echado en el sofá rascándose un testículo o bebiendo cerveza.

—¡Lelouch! ¡Estoy aquí! ¿En dónde estás?

Siquiera él debía estar. ¿Para qué la habría citado sino? Kallen giró en redondo, conforme se adentraba. En la biblioteca jurídica tampoco había nadie. Pasó al interior de su oficina para dejar su bolso y aliviar el peso. Se sentó en su escritorio y avistó que Lelouch, de la nada, estaba parado al pie de su puerta. Dio un respingo.

—¡Ah! ¡Maldita sea! ¡No hagas eso! —riñó Kallen acusándolo con el dedo.

—Perdón, no pretendía asustarte. Me olvido que puedo ser demasiado sigiloso —indicó con voz suave—. Como debiste haberte dado cuenta, ni C.C. ni Tamaki están. C.C. se tomará un permiso muy largo. Prometió visitarnos de cuando en cuando. Y Tamaki continúa haciéndole seguimiento a los fiscales, tal como se lo pedí. Por lo que tendremos la oficina para nosotros solos —manifestó caminando hacia ella mientras hacía gala de su gracia felina. Acabó apoyando ambas manos en las esquinas del escritorio—. Está bien así, ¿verdad? —preguntó, inclinándose.

—No —repuso Kallen alzando la cabeza hacia él—, aunque tampoco me ofreces alternativas.

Él esbozó esa sonrisa de depredador que ya había visto anteriormente, cuando la tenía contra las cuerdas. O eso creía. Ella colocó sus manos atrás y se reclinó para ponerse cómoda, pensando que si relajaba su postura y guardaba calma disfrazaría sus nervios y que él no se percataría del efecto que ejercía en ella. Odiaba que conociera tan bien dónde estaban sus botones y cuáles oprimir, como si fuera su muñeca. Pero más detestaba que le fuera tan ridículamente fácil provocarla. Fue por esa razón que trató de devolverle la sonrisa.

—Excelente —ronroneó—. ¿Te complace este anuncio o recibiste una noticia externa? Estás muy alegre...

Lelouch no sería Lelouch si no fuera observador.

—Mi reacción no coincide con tus expectativas, ¿es eso? —replicó Kallen en tono desafiante, arqueando una ceja—. No es por el anuncio. Vengo del colegio de abogados, ¡me devolvieron mi licencia!

—¡Conque esa es la explicación! Casi le atino: era mi posibilidad número cuatro. Felicidades, Kallen —expresó Lelouch con honestidad, sonriente—. Bueno, Urabe me consignó el vídeo de la caja negra que la fiscalía estaba por obtener. Me gustaría que lo revisaras.

—Vale —afirmó—. Por cierto, ¿quién es Urabe?

—Uno de los miembros que está en la banda de Tamaki. . Es un buen hombre. Te agradaría. Ven conmigo —convidó, enderezándose y yéndose de una vez. Kallen fue detrás de él.

https://youtu.be/VViJZyQoAEg

Fueron a su oficina. Dedujo que lo había examinado a solas la primera vez, a razón de que el vídeo ya estaba listo para reproducir en su computadora y no dijo que lo viera con él. Lelouch se tendió en su asiento. La japonesa se paró atrás. Lo inició. El CCTV mostraba a un hombre, presumiblemente por su complexión y estatura, introducir con apremio un cuerpo, un cadáver por deducción, en la cajuela de un automóvil. Estaba a oscuras. ¿El alumbrado no funcionaba esa noche?

Kallen se dobló hacia adelante para apercibir más detalles de la silueta negra. Un mechón se le corrió al frente rozando a Lelouch. Ella se lo recogió. Él se distrajo con el olor del cabello de la mujer. Ladeó la cabeza. Estaban muy cerca el uno del otro, al punto de que su respiración lijaba sus tímpanos. Sus astutos ojos se deslizaron hacia abajo delineando los contornos de su rostro. Sus pestañas largas, su nariz respingona, sus labios carnosos, rojos y brillantes cual rubíes. Con cautela se apartó y redirigió su mirada a la pantalla.

—Parece que es Asprius escondiendo el cuerpo, ¿no? —aventuró ella por decir algo. Si acaso la estaba probando, no sabía qué quería que advirtiera exactamente.

—De hecho, no podemos decir que lo sea porque la imagen es oscura. Su cara no se distingue bien —señaló suspirando. Kallen detectó algo latente en ese suspiro. Creyó que se trataba de un malestar—. Exigí una copia del expediente con las evidencias reunidas. De acuerdo con la matrícula, este es el coche del sospechoso, el cual fue abandonado unas cuantas calles al este, y no fue en este vehículo en que la policía descubrió el cuerpo...

—Cambió de autos en el trayecto. Eso pasó —resopló Kallen—. Lo planeó todo.

—O lo ayudaron. El Dr. Asprius me dijo que su coche experimentó algunos problemas y, por ese motivo, tuvo que irse en otro automóvil que casualmente el dueño olvidó las llaves.

—¡Aj! No sabe mentir. Tú debiste notarlo —gruñó, frustrada.

—¿Para qué están los abogados? Para mentir por sus clientes —reconoció Lelouch, sonriente.

—¡No explica por qué huye con un cadáver del que supuestamente no tuvo nada que ver!

—Pudo ser coaccionado o extorsionado —sugirió Lelouch, encogiéndose de hombros—. Ten en cuenta que somos abogados, no nos corresponde juzgar a nuestros clientes, y que la verdad es que da igual lo sucedió, sino lo que el jurado cree que pudo suceder. Anhelaba que el vídeo confirmara la presencia de Luciano en la escena del crimen, pero se cuidó las espaldas —el hombre se pellizcó el puente de la nariz. Fue ahí que Kallen verificó que, en efecto, él estaba disgustado: debía lidiar con un inesperado percance—. Voy a tener que tenderle una trampa. Lo invitaré bajo la premisa de que lo tengo capturado en vídeo y le sonsacaré información.

—Ataca con lo que sabes y juega con lo que ignoras, ¡ja! —repitió Kallen, mordaz.

https://youtu.be/CXbfnuFwPGs

Ella exhaló forzosamente y se derrumbó en el sillón frente a su escritorio. Recogió las piernas y las cruzó. Lelouch se limitó a observarla atento.

—¿En qué piensas?

—Me resulta extraño que un abogado que usa las lagunas jurídicas a su beneficio desapruebe un vigilante enmascarado.

—Que mis métodos no sean limpios, no quiere decir que sean ilegales —se defendió Lelouch con mesura—. Y Zero romperá cualquier ley que se interponga entre él y su visión de justicia. En mi opinión, su plan tiene tantos defectos lógicos que raya en la idiotez: no puede combatir las noches ni erradicar la injusticia por siempre. Es como aspirar un mundo próspero y pacífico. Solo un adolescente idealista creería que algo así es posible. Las buenas y malas épocas prescriben. Es la ley del péndulo. Y Zero es nada más un hombre con sus propias limitaciones, mientras el mal es inherente a la naturaleza humana, ¿cómo puedes vencer algo que es inagotable? —sentenció. Debajo del deje socarrón en su voz, el dolor lastraba sus palabras. Kallen no lo apercibió: no lo estaba mirando. «A no ser que Zero tenga otros planes», hubiera querido añadir. Su prudencia lo detuvo y, en su lugar, dijo después—: podría decir lo mismo de ti, charlatana, ¿por qué un loco puede ponerse una máscara, violar la ley en nombre de la justicia y que esté bien y por qué un abogado que maneja unos métodos poco convencionales está mal?

—¿Uhm? —soltó, despistada—. ¿No puedes inferirlo?

—Preferiría que me lo dijeras.

—Qué importa —rezongó, abrazándose a sus piernas.

—A mí me importa —susurró.

Su afirmación incentivó a Kallen a cruzar su mirada con la suya. Quizás a causa de la luz que proyectaba contra el respaldo de su sillón, sintió que el violeta en sus ojos era más penetrante de lo normal. Brillaban de un modo que hizo a Kallen estremecerse.

—¿Sabes por qué me suspendieron? —preguntó con voz débil.

—No.

—¿Ni por curiosidad lo averiguaste?

—Los antecedentes de mi personal no son recaudos pertinentes en la contratación.

—¡Vaya! —exclamó amagando una sonrisa. Se ladeó en su dirección—. En la firma donde trabajaba, como era novata, me asignaron casos pequeños: divorcios, acosos laborales, cosas de ese estilo. La mayoría estaban relacionados con mujeres. Quizás porque pensaban que las entendería mejor. ¿Sabías que las causas más frecuentes de que una mujer tenga moretones en la cara son los deportes rudos y el abuso doméstico? —inquirió. Lelouch no respondió. A lo mejor porque no quería interrumpir su relato. Kallen se rió sin alegría, para sofocar el silencio—. Yo no. Lo supe en el trabajo, al igual que las mujeres con pelo largo son las víctimas comunes de los asaltos sexuales y violaciones. ¡No pienses que tengo mi cabello así por eso! —agregó inmediatamente. Lelouch sonrió divertido ante su ultimátum—. Con el pasar del tiempo, acumulé más experiencia y me dieron casos más pesados —explicó, volviendo a ensimismarse en su papel de narradora—; por el que me suspendieron fue uno de una mujer que mató a su esposo como defensa personal. Traté de reducir su condena, pero el juicio no falló a mi favor. No pude comprender por qué: él iba a golpear a su hijo para castigarla, ¿y qué podía hacer una mujer abusada por diez años contra un maltratador? El juez lo justificó diciendo que el esposo no podía reaccionar de otra forma al enterarse de que tenía un amante. ¡¿Quién coño designa a nuestros jueces?! —espetó la pelirroja elevando el timbre de su voz, enfadada—. Vi en rojo y lo golpeé. Fui suspendida y me botaron de la firma —prosiguió. Se mordió el labio, para tragarse las emociones que iban aflorando en la medida que deshilaba su retahíla—. Llámalo orgullo o como quieras, no lo lamenté y durante meses estuve sintiéndome mal por sentirme bien —admitió, sin aire—. Y vienes tú con tu percepción de la ley y lo haces ver tan fácil...

—No fue fácil —interrumpió endureciendo las facciones. Ahora era él quien no la miraba.

—¡Okey! Como sea —bufó, brusca—. Sabes, creo que esa mujer no era la única que estaba marcada por la violencia —musitó—. En mi adolescencia fui rebelde. Decía siempre lo que pensaba y solía fugarme de noche para correr en mi moto. Buscaba emociones. Mi madrastra me abofeteaba cuando veía los cardenales en mis piernas —contó. Una sonrisa triste vagó por sus labios—. Y, bueno, cuando era niña estaba ansiosa por aprender artes marciales para dar golpes. No para cuidar y proteger. Ya te lo conté, ¿no? —preguntó al hacer memoria. La nostalgia poseyó a Kallen distendiendo los músculos de su rostro—. Mi hermano cambió mi modo de ver las cosas. Me sugirió ser abogada y yo decidí convertirme por él. Le prometí ser la mejor y...

Al visualizar la sonrisa gentil de su hermano en su mente, olvidó el resto y no pudo concluir. Pestañeó varias veces e intentó retomar el hilo. No fue menester porque Lelouch intervino:

—Y ya que desapareció sientes que honrar esa promesa es todo lo que puedes hacer por él, ¿cierto?

—Sí —confirmó abriendo mucho los ojos, sorprendida de que hubiera rescatado su pensamiento. Asintió con la cabeza—. No creo que esto fuera la idea que él tenía de un buen abogado ¿o sí lo es?

Lo estaba reconociendo. Ella estaba aprendiendo a mirar las cosas desde el ángulo que él quería. Lelouch le sonrió a medias.

—Lo es —concordó en un susurro—. No hay nada malo contigo, Kallen. La violencia es una respuesta y tu hermano te ayudó a canalizarla para que saliera de una manera sana. Con la abogacía es lo mismo —le aseguró Lelouch juntando las puntas de sus dedos—. Escucha, los abogados no siempre estaremos del lado correcto de la ley. A veces nos tocará defender a personas desalmadas. Sin embargo, no es nuestro trabajo realizar juicios de valor y determinar qué lado es socialmente justo. Eso le corresponde al juez. Nuestro trabajo es proteger los derechos y los intereses de los clientes. Es por eso que muchos abogados anulan su sentido moral. La prioridad es el deber con el cliente y el deber es la muerte del honor —declaró. Kallen asintió con desgana. No le estaba gustando el sesgo que estaba tomando la cátedra de Lelouch. Fue ahí cuando él amplió su sonrisa—. Irónicamente, los abogados no podemos cumplir con nuestro trabajo sin juzgar los casos que pasan por nuestras manos. No podemos evitarlo. Somos seres humanos, después de todo. El problema es que eso nos plantea un dilema. En mi opinión, creo que en este tipo de situaciones lo más sabio es seguir nuestro sentido personal de la justicia.

—¿O sea...?

—Es mejor flexibilizar la ética profesional y adoptar métodos cuestionables antes que doblegar la moral humana.

—¿Incluso si eso implica traicionar al cliente como en este caso?

—Entonces, ¿prefieres traicionarte a ti misma? —la interpeló Lelouch. Kallen hizo un mohín. Tampoco estaba de acuerdo con eso—. Es duro, ¿no? Pero creo que vale la pena ser abogados incorrectos, si es por una causa socialmente justa. En este paticular, no deberías sentirte mal ya que no vamos a traicionar a Asprius, él se traicionará a sí mismo —señaló—. Si no querías tomar este tipo de decisiones difíciles, debiste convertirte en fiscal o jueza. Es su trabajo proteger la ley. Pero, si quieres proteger a las personas, elegiste el camino adecuado. Ahora bien, solo te falta pensar qué tipo de abogada quieres ser. Si bien, yo me defino como un abogado ganador, también soy un abogado firme en mis convicciones y en ese sentido nos asemejamos. Por eso y más, me encantaría que trabajáramos juntos —expresó Lelouch, ofreciéndole, a su vez, una sonrisa confidente—. Y te prometo que de aquí en adelante te ayudaré a hacer realidad el sueño de tu hermano, ¿qué dices?

En su fuero interno, Kallen se llevó a sí misma una bocanada de reproches. Siempre apreció la sinceridad. Se consideraba transparente. Estaba orgullosa de ser quien era. Pero desde que conoció a Lelouch le incomodaba ser franca. Cada vez que sus ojos intensos se clavaban en ella, no podía evitar sentir que estaba desnudándola con la mirada, sumergiéndose en su piel y apoderándose de su alma. No le gustaba que él le hiciera eso. Era una sensación absurda. La avergonzaba pensarlo. Y, con todo, las dos veces que ella se había abierto a él, él fue cálido, sin tomar en cuenta su habitual hostilidad. Comprendió que su amabilidad le molestaba más que su altivez. La proposición la hizo vacilar. La sensación era remotamente conocida.

https://youtu.be/6itvdQ9ZW8Q

Lelouch lograba comprender a Kallen mucho mejor de lo que otra persona llegaría a hacerlo o incluso de lo que ella misma entendía. También el sistema judicial lo había decepcionado. También tenía que cumplir una promesa a su hermana. Sus objetivos estaban alineados. Los dos podían ayudarse el uno al otro y ganar. Ya sabía que odiaba a Charles zi Britannia y a su compañía casi tanto como él, por destrozar su vida de alguna manera. Igual que él. Se preguntó cuántos límites estaría determinada a romper para hacer justicia a su hermano. Su respuesta sería clave.

El repiqueteo de su celular sobresaltó a Kallen. Lelouch atendió la llamada tranquilamente.

—¿Sí?

Lelouch, soy Suzaku. Espero no haber interrumpido nada importante. Necesito que nos veamos. En mi apartamento, podría ser. ¿Es mucho pedir?

—No. Ahora estaría bien.

Perfecto. Por favor, anota mi dirección...

¿De qué quería hablar Suzaku? Si le pidió que se reunieran en ese preciso momento no era para tener un duelo de miradas. No se atrevería a molestarlo por una nimiedad. No obstante, Suzaku no sonaba angustiado. Por el contrario, su tono estaba templada. Ese detalle acució su curiosidad. Él escribió la dirección en un papel y aseguró que estaría ahí en cuarenta y cinco minutos. Su amigo se lo agradeció. Lelouch colgó y se incorporó.

—Se me presentó un imprevisto, voy a tener que cerrar el bufete antes —anunció—. Piensa en mi propuesta y...

—Sí —soltó, levantándose un minuto más tarde—. Mi respuesta es sí. Trabajemos juntos.

Sus palabras eran un eco de la certeza y el aplomo que su voz y su mirada reflejaban. Era una estupidez preguntarle si estaba segura. Lelouch intuyó que esta sería la última vez que Kallen lo desaprobaría. Le correspondió con una sonrisa cómplice.

https://youtu.be/_M6oMnoJqU0

Con quince minutos de anticipación con respecto a la hora que había calculado que tardaría, Lelouch se plantó de cara en el apartamento de Suzaku. Su llegada coincidió con la salida de uno de los residentes del edificio que tuvo la amabilidad de retener la puertas para dejarlo pasar. Lelouch presionó el timbre. Recordó que su amigo vivía antes en una casa tradicional japonesa de dos plantas. A lo mejor Suzaku la vendió cuando el negocio de su padre quebró o se deshizo de ella porque era bastante grande para un hombre ahogado en la soledad.

—¿Lelouch? ¿De dónde saliste? —el aludido se movió en dirección de aquella voz dulce que susurró su nombre.

—De un cuento de hadas —respondió él, juguetón. Su broma le sacó una sonrisa a Euphemia, quien bajó la cabeza para ocultar el rubor que había subido sus mejillas.

—Perdón, quise decir, ¿qué haces aquí?

—Suzaku me llamó. ¿A ti también?

—¿Eh? No, no, yo vine por Arthur. Un gato que adoptamos de mascota.

Realmente, Euphemia venía a visitar a Suzaku. Su mentirilla blanca quizás no era muy convincente ya que hallaría extraño que «compartieran» un gato, pero era el único pretexto que había acudido a su mente. Lelouch, fiel a su carácter discreto, no la interrogó, porque era tan sagaz como para entrever sus verdaderas intenciones.

—Siendo así...

Lelouch se inclinó sobre el sistema de control de accesos al lado de la puerta. Había miles de combinaciones, pero solo necesitaba una, ¿cuál sería la correcta? Barajó dieciséis posibles códigos. Tendría tres intentos, así que velozmente las fue descartando y probó su suerte.

—No puedes hacer eso. No está bien —indicó Euphemia, dubitativa—. Deberíamos esperar a que Suzaku llegue...

—Lo podremos esperar en el interior —replicó sin romper el contacto visual para no perder su concentración. No acertó con la primera. Intentó con la segunda. El sistema de seguridad le contestó con un «clic» y él sonrió—. Listo.

Jaló la puerta. Extendió el brazo a modo de ademán de invitación. Ella aguantó un suspiro resignada e ingresó. Luego él y cerró la puerta. Casi se tropezó con el animal que había mencionado Euphemia al darse la media vuelta. Lelouch esperó que el gato se largara. Pero Arthur se sentó y fijó sus enormes ojazos verdes en el curioso extraño, lo que obligó a Lelouch a franquearlo.

—¿No te gustan los gatos? —preguntó la joven Britannia.

—Mi relación con los animales es igual que con los niños: no me aproximo a ellos a menos que lo hagan primero —repuso, lacónico.

—¡Ay! Hubiera jurado que te gustaban. Creo que son similares —sonrió, divertida.

—¿Ah, sí? ¿Por qué? —indagó, arqueando una ceja.

—¡Oh! Bueno, porque son independientes, inteligentes y... 

Euphemia se atajó a sí misma. La tercera semejanza tenía que ver con sus miradas: eran iguales de intensas. Se contuvo de decirla por temor a su reacción y porque, entonces, él estaba a centímetros de ella. Ya era muy tarde para arrepentirse por hacer el comentario.

—¿Y ya? —inquirió Lelouch cuando esas palabras quedaron flotando en el aire por un rato. Apocada, movió la cabeza afirmativamente—. No se me hubiera ocurrido. Tienes razón: hay un cierto parecido —concedió, sonriendo con picardía—. Me gusta.

https://youtu.be/okrGjoLmglg

A priori, un gato no superaba a un león por ser pequeño y enclenque; pero subestimarlo era un error. Los siglos habían hecho olvidar a la gente que los gatos tan solo tenían dos mil años como animal doméstico, por lo tanto, conservaban su instinto depredador. Un gato era un felino como cualquier otro con garras largas y dientes afilados y que compensaba su falta de fuerza con su astucia. A Lelouch le gustaba la analogía. De repente, tuvo curiosidad: ¿podría un gato domar a una leona? Viéndose en un apartamento solo con ella y con un sofá detrás de ellos, cayó la inspiración sobre él como rayo. Bien decía el refrán que los ratones hacían fiesta cuando los gatos no estaban. En este contexto, el humano era quien no estaba y este gatito tenía ganas de marcar su territorio.

Lelouch estampó sus labios sobre los de Euphemia, arrojándola sobre el sofá. Mientras sus dedos se anclaban en su nuca, su mano libre recorría su costado hasta llegar a las orillas de su blusa. La haló. Euphemia sintió una corriente de aire ascender por su vientre tan pronto él ahuecó su mano en su cintura desnuda. Lelouch dejó que sus manos vagaran lentamente por sus caderas y su trasero. Por un segundo, tuvo la impresión de que era un artista y Euphemia era una obra de arte cuyas delicadas y hermosas formas estaba él esculpiendo. Apretó su culo contra él, consiguiendo que ella se arqueara. La joven Britannia no pudo menos que corresponder con timidez a su lengua fría que serpenteaba dentro de su boca, en aras de desatar los sentimientos más profundos de su corazón y su vientre. Así nomás estaban ambos paladeando las gotas de saliva y embriagándose con la respiración del otro, con los corazones latiéndoles a mil cuando el maullido de Arthur trajo a la mujer a la realidad.Apartó levemente a Lelouch de ella con ambas manos. Él frunció el ceño, confundido.

—¿Euphie?

—Lo siento, Lelouch —gimió Euphemia con tristeza—. No podemos...

—¿Por qué no? —indagó él—. Euphie, ¿cuál es el problema?

Arthur maulló. Lelouch y Euphemia miraron a su izquierda. A unos metros de distancia estaba la gata observándolos con cierto placer voyerista. Lelouch descartó tal pensamiento ridículo con vergüenza. Los gatos no tienen comportamientos ni trastornos parafílicos. Era él quien proyectaba su libido en Arthur. «Maldita gata». Lelouch nunca había tenido el deseo de patear a un animal. Sino fuera porque Euphemia lo desaprobaría rotundamente, lo habría hecho.

Ella, por otro lado, creyó percibir un atisbo reprobatorio en aquellos ojos rasgados. El rayo de luz que penetraba el cristal de la ventana caía sobre el felino. La sombra mudaba el amarillo de sus ojos en verde, iguales a los de...

—¡Suzaku!

Los dos oyeron la alegre tonada del sistema de control de accesos. Alguien estaba abriendo la puerta. El humano había llegado a casa. Euphemia se quitó a Lelouch de encima. Apeló tanta fuerza que lo tiró al suelo, sin querer. Lo ayudó a ponerse de pie. Suzaku se quedó de piedra al hallar en su sala a Lelouch con Euphemia.

—¡Lelouch! ¡Euphemia! ¿Cómo entraron?

—Por la puerta —respondió su amigo, acomodándose la ropa—. Tienes que usar un sistema de seguridad más eficiente.

—¿Y qué pasó? —preguntó Suzaku, tentativo. Sin estar seguro de que estaba preparado para oír la respuesta.

—Lelouch tropezó con la alfombra —se adelantó Euphemia. El abogado le dirigió una mirada oscura a la mujer de reojo—. No estuvimos por más de diez minutos. Ya me voy: solo vine a recoger a Arthur. No quiero robarle más el tiempo a tu visita —dijo, acalorada. Le costaba articular las palabras—. Me gustó verte de nuevo, Lelouch —agregó, dirigiéndose por última vez al aludido. Se volvió a Suzaku—. No tienes que acompañarme a la salida. Sé dónde está.

Euphemia cogió nerviosa a la gata en brazos, como si temiera que comenzara a contar lo que había sucedido en su ausencia y se largó. Un consternado Suzaku la siguió con la mirada.

—Euphie... —murmuró Suzaku. Con afán de detenerla, estiró la mano.

—Suzaku —dijo Lelouch. El interpelado se volteó hacia él. Por el modo en que lo vislumbró, parecía recordar que el abogado estaba ahí—. ¿Tú querías hablar conmigo?

—Sí.

https://youtu.be/o7HDkA--R3Q

Suzaku esparció la mirada por la sala como si no supiera en dónde enfocarla. Decidió sentarse en el mullido sillón. Lelouch lo imitó, tendiéndose en el sofá en el que había estado acostado con Euphemia. Suzaku apoyó los codos en las rodillas, entrecruzó los dedos y se encorvó ligeramente. Admiró sus manos. Entre el pulgar y el índice, tenía la piel arrugada. Era una cicatriz pálida y brillante que tenía desde hace bastantes años. Cuando Lelouch ya se estaba impacientando por el silencio, Suzaku había puesto en orden sus ideas:

—Lelouch —empezó. Su voz estaba ronca, hizo una pausa para carraspear—. Gino o el fiscal Weinberg, quien está a cargo del caso del Dr. Asprius, me notificó que lo representarías en la corte...

—¿Y quieres saber por qué? —atinó en adivinar Lelouch, recostando la espalda del respaldo y echando una pierna sobre la otra—. No me llamaste para que te confirmara una información oficial, supongo.

—La otra vez, cuando apareciste en el primer juicio del vicepresidente de Britannia Corps y alegaste ser su abogado defensor, lo dejé pasar, aunque fue raro. No calculo tan bien las probabilidades como tú; pero las coincidencias se dan una vez, no dos —enfatizó en la última palabra, a su vez que lo miraba fijamente.

A Lelouch se le escapó una risa llena de aire. Salvo en el juicio de diecisiete años atrás en que actuó solidario, Suzaku era egoísta y engreído, una actitud legítima del heredero de una empresa y, además, de un hijo único. Cuando consideró a Suzaku como su aliado en la fiscalía y en el régimen administrativo, había divisado únicamente el lado positivo. No imaginó que iba a entrometerse en sus movidas, pero ahí estaba interpretando el papel del amigo preocupado. Exigiéndole una explicación que no podía darle, al menos, ahora. Al igual que Kallen, él tenía que probarse.

—Suzaku, a estas alturas, debiste haber inferido que Charles zi Britannia tiene metidas sus manos en esto, él es uno de los que salen beneficiados de la desaparición física de Sawazaki, y tú sabes perfectamente de lo que es capaz por sus objetivos y cómo logra encubrir sus crímenes. Hablé con el Dr. Asprius y me dijo que no lo mató. Temía que el abogado Gottwald no hiciera su trabajo para sacarlo de la cárcel y, en efecto, así fue. Pregúntale al fiscal Weinberg. Te dirá que en el primer juicio presentó poca evidencia. Y, bueno, decidí defenderlo: no quiero que otro inocente salga perjudicado por los tejemanejes de Britannia Corps —explicó, empleando un tono suave para infundir un aire razonable a sus acciones—. El diez por ciento de prisioneros en nuestro país son inocentes. ¿Eso traducido a números cuánto es? Es igual, basta que un hombre inocente esté preso para que se demuestren las imperfecciones de nuestro sistema judicial.

Era la misma explicación que le dio a su hermana cuando lo interrogó sobre el vicepresidente de Britannia Corps. Improvisó en el reglón final haciendo alusión a su charla en la pizzería, pensando que si tocaba algunas cuerdas de su corazón no tendría más remedio que adherirse a sus motivos. A veces las emociones superan la lógica y Suzaku había demostrado ser una persona sensible. Tanto así que se había ganado la fama de ser un fiscal empático por su sintonía natural con los sentimientos de los otros. Suzaku miró abajo. Estaba dándole vueltas.

—Me gustaría creerte, Lelouch, pero es que se me hace difícil suponer que no sientas rencor contra una persona que te mintió y perjuró en el juicio de tu madre —se sinceró Suzaku—. Sabes, mi primera clase en la universidad fue Introducción al Derecho. El profesor nos habló del Código Hammurabi y la Ley del Talión. Aun si no asistimos a la misma escuela, tuviste que haberla estudiado —contó. Suzaku se vio forzado a hacer una pausa para tragar saliva. De repente, tenía un nudo en la garganta—. Me preocupa que te aproveches de la ingenuidad de ese hombre acercándote con buenas intenciones para asegurarte de que vaya preso.

Suzaku era un fiscal perceptivo. Contra sus enemigos, esa cualidad iba a ser necesaria. Contra él, un problema. Lelouch fingió horrorizarse empinando los hombros por un brevísimo instante como los gatos cuando se erizan, como si nunca hubiera pasado perversa idea por su mente.

—¡Suzaku, por favor! No me ofendas.

—¿Me vas a negar que esta no sería una buena oportunidad de vengarte? —lo encaró Suzaku.

—No, pero ya te aclaré mi intención y no tienes ninguna prueba de tu hipótesis —indicó con aspereza. Quería evitar a toda costa ponerse a la defensiva o sonar agresivo para no alentar las sospechas de Suzaku. Debía ponerle un alto a su interrogatorio que empezaba a fastidiarlo. Echó su brazo en el respaldo y dijo—: mira, te aseguro que no tienes de qué preocuparte. Yo era un niño y sufrí mucho dolor entonces. Era lógico que deseara que pagaran. Sin embargo, crecí y maduré. Ese hombre era un peón de Britannia Corps, ¿por qué desperdiciar mi juventud odiándolo? La venganza es un acto pueril —afirmó Lelouch. Acentuó su despreocupación con una sonrisa—. Aunque si no crees en tu mejor amigo, no puedo hacer la gran cosa.

—No me tomes a mal —imploró Suzaku—. Todo lo que quiero es ayudarte...

—¡Oh, sí! Seguro que quieres ayudarme enamorándote de la hija del hombre que ordenó el asesinato de mi madre —replicó Lelouch sin piedad—. Despierta, Suzaku. Tú no eres Romeo y Euphemia no es Julieta. Es la hija de Charles zi Britannia, el hombre que quieres llevar ante la justicia. ¿Cómo te atreves a acusarme de venganza cuando tonteas con ella? ¿Es parte de tu plan? —inquirió. Suzaku sacudió la cabeza vivamente, abrió la boca para defenderse, pero Lelouch prosiguió—: ¿crees que tienes el valor de mirar a Euphemia a los ojos y decirle que debes arrestar a su padre? ¿O en serio crees que no la romperás? —Las preguntas flagelaron a Suzaku, cortándole la respiración. El escenario desfiguró su expresión—. No, es obvio que no —se respondió apretando los dientes.

Se puso de pie.

Lelouch se marchó dejando a Suzaku clavado en el sillón. ¿Para qué detenerlo? Tenía razón en desconfiar de él. La misma Euphemia le había dicho que su familia era lo más importante para ella. Jamás le perdonaría que se llevara a su padre. Incluso si lo comprendiera el estigma estaría allí: no cambiaría los hechos. Y él no soportaría que lo odiara o, peor, su indiferencia. Imaginar el dolor surcar por aquel hermoso rostro lo descolocó. Era verdad. Suzaku la amaba. Y tenía que decidir tarde o temprano entre su amor por Euphemia o su promesa a su amigo.


https://youtu.be/S4-Hn2d4u34

Las últimas horas habían sido intensas para Schneizel. El Dr. Asprius había firmado con el abogado Lamperouge. No podía juzgarlo. El abogado Gottwald no intentó presentar una defensa decente, según el reporte del informante que había designado a acudir el juicio. De inmediato, lo convocó en su estudio privado en la mansión. Fue directo. Le preguntó si creía que estaban bromeando. El abogado Gottwald hincó las rodillas, se dobló hacia adelante, poniéndose en cuatro patas y rogó su perdón. El presidente Schneizel se incorporó de su escritorio y lo empujó con el pie, tumbándolo.

—Levántate —ordenó. Jeremiah se reintegró con rapidez y se volvió hacia él hundiendo el mentón en el cuello—. No llegué tan lejos para que descarrile todos mis esfuerzos. Ni el éxito ni el dinero ni la reputación que tiene le pertenece. Con un chasquido de dedos, puedo hacer que desaparezcan. No me importa el pasado ni si se lo dio mi padre: él ya no es el presidente.

La puerta se abrió, interrumpiéndolos. En el umbral, apareció Kanon.

—Presidente Schneizel...

—Estoy ocupado —masculló sin retirar la vista del abogado.

—Es imperativo —insistió Kanon—. Los resultados salieron.

Tres palabras eran suficientes. Decían todo y decían nada. Mediante un ademán, el presidente Schneizel despidió a Jeremiah. Este se levantó con torpeza, se arregló la ropa desordenada y se largó dando traspiés. Casi corriendo. Kanon esperó paciente que ambos estuvieran solos y procedió. Le tendió el sobre que su mano tensaba. El hombre lo agarró. Ya estaba abierto, por lo que se limitó a meter la mano.

—¿Lo leíste?

—Sí.

—¿Cuál fue el resultado?

Kanon tragó saliva, previo a responder.

—Fue positivo.

El presidente Schneizel sacó unos papeles. Eran una prueba de ADN que comparaba la sangre del abogado Lamperouge, la cual consiguieron una muestra la vez pasada que Euphemia lo invitó a cenar, con la de su padre, que el laboratorio conservaba por unos exámenes médicos anuales. En efecto. El análisis reveló once alelos en común. Su teoría había sido cierta.

—No luces sorprendido —observó Kanon.

—Porque no lo estoy. Sabía que mi padre tenía una amante desde hace tiempo. En cuanto a la existencia de un hermano bastardo, en mi corazón lo sabía también, aun cuando no tenía evidencia —repuso, imperturbable—. Te dije que jamás olvidaba una cara. Habíamos tenido el placer de conocernos hace diecisiete años en el juicio de su madre: ha cambiado bastante —el presidente volvió la vista atrás. Donde estaba Kanon. Se disculpó con una sonrisa—. No lo sabes porque no éramos tan íntimos en ese entonces. Su madre era Marianne Lamperouge. Era la prestigiosa líder de nuestro equipo legal y la abogada personal de mi padre y lo hubiera continuado siendo si no se habría puesto a recabar información contra nosotros. Era perder a su amante o su imperio y su legado. La elección estaba clara. Nunca iba a recuperar el trabajo de su vida. En cambio, el dolor del luto se cura sana con el paso del los años. Pero en la noche de su muerte sobrevivieron sus hijos. Un fatal error. Injustificable de mi padre —recalcó el presidente, frotándose los dedos con aire pensativo—. ¿Sabes cómo se rompe un alma, Kanon? —preguntó—. Asesina delante de sus ojos a su familia y déjalo vivir y dale tiempo para que el dolor endurezca su corazón y su sangre se convierta en hiel.

—Si un adulto apenas puede sobrellevar en sus hombros una tragedia; a un niño lo aplasta.

—Por eso, ellos tenían que morir.

—Los niños crecen...

—Y los niños se hacen hombres —ratificó—. Es peligroso un hombre que no se terminó de romper: sabe que puede sobrevivir. A mi padre no le afectaban esos pequeños cabos sueltos. Él estaba más pendiente del juicio —señaló, resintiéndose—. Yo no podía dormir sabiendo que en la mente de un niño estaba germinando deseos de venganza. Era una amenaza contra nuestro imperio y, como hijo de Charles zi Britannia, era mi deber actuar. Tenía que completar el trabajo en ese momento que era un niño. Así que emprendí mis averiguaciones. Supe que él y su hermana, quien muy posiblemente sea otra bastarda, estaban hospedándose en la casa de Genbu Kururugi. Era el dueño de una pequeña empresa que estaba al borde la bancarrota en aquella época. Negociamos. Le propuse una oferta tentadora: él me entregaba a los niños y yo restablecía su poder. No tuve que insistir demasiado. Estaba deseoso de sacar a flote su compañía. Sin embargo..., —el presidente Schneizel torció el gesto— él se suicidó esa noche —dijo sin sonar convencido— y Lelouch y su hermana se desvanecieron en el viento. Mandé a registrar la ciudad, fuera de ella y el país. Al cabo de un año, uno de los equipos de búsqueda me llevó unos cadáveres en descomposición de unos niños que intentaron huir cruzando la frontera. Los identificamos como nuestros desaparecidos por ciertos objetos que tenían. Creí que ese había sido el final hasta ahora. Kanon, te conté la historia para que tuvieras una mejor idea de quién es nuestro abogado —explicó, acercándose despacio a su asistente—. Quiero que vayas a visitar a nuestro amigo, el Dr. Asprius, y le digas que Lelouch, el hijo de su paciente: la abogada Marianne Lamperouge, vino del mundo de los muertos para cobrar venganza —siseó—. Sé que lo persuadirás de romper el contrato.

—Deja todo en mis manos —manifestó, guiñando los ojos para no asentir con la cabeza—. ¿Crees que él lo sabe?

—Lo dudo, francamente. Hubiera usado esa carta con nosotros desde el primer momento.

—¿Puedo preguntarte qué harás a continuación ahora que manejas esta nueva información?

—Modificar la estrategia —contestó—. Haciendo de lado su sed de venganza y de que es un bastardo, él es mi hermano. Un Britannia. Y yo prometí que sería un presidente diferente a mis antecesores. Haré todo cuanto esté en mis manos para evitar un baño de sangre.

El presidente Schneizel y su asistente Maldini salieron sigilosos del despacho. Doblaron hacia la derecha donde sus caminos se cruzaron con el de alguien más.

—¡Euphie! —exclamó el presidente, perplejo—. No escuché que llegaste.

—Acabo de hacerlo —balbuceó ella. Estaba tan blanca que parecía haber visto un fantasma. Además de que sus ojos estaban desorbitados y su pecho subía y bajaba a gran la velocidad—. Pensé que estabas en la empresa, querido hermano.

—Pude venir temprano —replicó, forzando una sonrisa—. ¿Ibas...?

—¡A mi habitación a darme un baño! En la calle me atrapó un calor sofocante. ¡Uf! Lo siento. Hablemos más tarde. Con permiso.

Euphemia se alejó rápidamente a zancadas. Schneizel la siguió con la mirada. Sin temor a equivocarse —pues la conocía al grado de que sabía cuáles eran sus pensamientos, sus sueños, sus secretos y sus sentimientos, aunque nunca había compartido esa clase de confidencias con él—, la había notado extraña. No le dio buena espina. ¿Acaso debería preocuparse también por su dulce hermana?


N/A:  ¡Uf, malvaviscos asados! ¡Se destapó la olla, finalmente! Lelouch es el hermano de Euphemia y Schneizel y, por lo tanto, es hijo de Charles, su enemigo, ¡es un Britannia! ¿Sorprendidos? Pues los que vieron la serie no lo están. Era un detalle que se reveló en el segundo capítulo. Sin duda, la verdadera identidad de Lelouch no era un añadido a la mezcla de este personaje, era algo vital en su ADN. Cuando estaba desarrollando el borrador del fanfic, de manera inconsciente escribí que Lelouch no conocía su origen y que, eventualmente, los lectores iban a descubrirlo. Conforme avanzó el tiempo, fue una idea que resonó fuerte dentro de mí, apoderándose y me encantó. En la actualidad, ya no se puede escribir tragedias como en el pasado. Se han ido adaptando como todo. Pero aquí encontré una forma de volver a esos orígenes del teatro griego. Por si no sabían, el público, al asistir a las obras, ya resabían lo que iba a suceder porque eran mitos que se contaban una y otra vez. Aquí no, o no saben absolutamente nada (no vale decir que lo predicen) o sí saben porque es la adaptación de algo (el cine, en general, ya no apuesta por asombrar, sino por imitar al medio en que se basó). Debido a que CGB era un fanfic, me pude agarrar de eso para escribir una primera parte de la que me gustaría pensar que Sófocles y Esquilo estarían orgullosos de mí. Los espectadores de la tragedia clásica sentían una mezcla de pena y terror cuando manejaban cierta información devastadora que los personajes ignoran y que supone su propia destrucción y la de su entorno. Terror por vivir una experiencia similar o que algo así les pasara y pena porque ven que le pasa al pobre héroe. Y a esto sucede lo que sería una catarsis que es una sensación de alivio y purgación emocional. Prácticamente, es un buen ejercicio terapéutico para liberar las tensiones que llevan dentro (como el hecho de estar confinados durante un año en sus casas) y de los problemas de la vida real ya que, sin importar qué errores ustedes hayan cometido en sus vidas, no se han acostado con alguno de sus familiares... Creo yo :v

El incesto ha sido un tópico que ha estado latente en la cultura de occidente. Lo hemos visto desde la mitología griega hasta nuestra cultura pop con programas como Juego de Tronos, la popular serie de televisión. Y, bueno, sabemos que muchas familias de la realeza lo practicaron. Hablando por mí, lo encuentro un tema tan intrigante y, a la vez, repulsivo que nunca he tenido oportunidad de tratar y aunque los Britannia en este fic son una especie de Kennedy's contemporáneos, siguen siendo una familia poderosa que se equipara al linaje de Agamenón o a la familia de El Rey Lear. Así que he aquí cómo y por qué he tomado esta decisión. Todavía hay cosas que no he dicho, obvio, no obstante, confío en que ustedes son inteligentes y atarán cabos. ¡Uf! Ha sido una carga terrible fingiendo que no sé que Lelouch es un Britannia cuando algunos de ustedes me lo echaban en cara. Estas plataformas en que se suben obras de ficción han eliminado ese distanciamiento entre autor y lector/espectador; así que he querido mantener las apariencias y no arruinarles la experiencia. Sé que el final del episodio no habría tenido tanto impacto en ustedes si hubieran compartido conmigo esto. Ahora podemos hablar sin tapujos.

Por cierto, este capítulo no tenía un título definido y fue, ya cuando revisé el borrador, en el proceso que decidí el nombre: hasta este punto reconozco que no me había dado cuenta de cuántas relaciones de hermanos hay aquí. Y esto me lo traje de la serie. Que sepan que la fraternidad es un tema importante en Code Geass.

Porque no quiero extenderme más de lo que ya he lo hecho, voy a pasar a las preguntas: ¿ustedes creen que Euphemia oyó lo que Schneizel le contó a Kanon? ¿Qué creen que hará a continuación el presidente Schneizel? ¿Les parece que Lelouch sabe que es un Britannia? En caso de ser negativa su respuesta, ¿qué creen que hará Lelouch cuando lo sepa? ¿Continuará con su plan de seducir a su propia medio hermana a sabiendas de eso? Euphemia no tiene suerte en el romance porque está enamorada de dos hombres prohibidos: uno es justamente su medio hermano y el otro quiere llevar a su familia a las autoridades, ¿qué creen que elija Suzaku: el amor o el deber? ¡Kallen y Lelouch van a trabajar juntos! Ahora, ellos le harán frente a Anya y a Gino, si es que Asprius no renuncia a firmar con ellos porque Kanon irá a hablar con él, ¿expectativas para esta asociación? ¿Esto aumenta sus ansias de ver el juicio? Pero, antes, ¿por qué creen que Charles habrá usado su influencia para devolverle a Kallen su licencia? ¿Qué es lo que más les gustó de este episodio? ¿Qué esperan para el siguiente? ¿Qué les ha parecido mi idea de este trágico romance incestuoso?

¡Lelouch vi Britannia les ordena dejar sus votos y comentarios!

Sin más, esperando de corazón que les haya gustado. Tienen una cita con este fanfic este 1 de febrero.

No se pierdan el décimo capítulo de esta historia, ya muy cerca del final de la primera parte: «Verdad».

Posdata: normalmente, en las telenovelas suramericanas, se cree que los protagonistas, en algún punto de la trama, son hermanos y luego esta información se desmiente. Aquí no hacemos eso, que sepan.

Posdata #2: no es coincidencia que Lelouch y Euphemia se estén metiendo mano en el departamento de Suzaku ni más ni menos y en la siguiente escena Schneizel aparece para decirnos que son hermanos xD

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top