Capítulo 8: Pecado

Villetta examinaba las imágenes de CCTV que su equipo decomisó de una de las gasolineras cercanas al incendio. En ellas se observaba al Dr. Asprius llenando de gas los contenedores de su automóvil. Cada diez segundos volteaba la cabeza de un lado a otro, apoyaba la mano contra el muro y se enderezaba una y otra vez, en lo que esperaba que terminara. Había leído esas expresiones cientos de veces en asesinos novatos. El vídeo tenía la fecha del día del siniestro, lo que la conllevó a pensar que no fue un crimen premeditado.

Con toda la evidencia reunida hasta ahora, Villetta pudo obtener los registros de compra. Pagó ciento cincuenta con su tarjeta de crédito. Lo curioso era que un automóvil del modelo que manejaba él necesitaba solo cien. Incluso si era una evidencia circunstancial, era muy sospechoso que comprara gasolina extra y justo treinta minutos antes del incendio. En su experiencia, había aprendido que era habitual que los pirómanos se quedaran en las escenas del crimen para contemplar su obra. Ya había mandado obtener una copia de vídeo del incendio. Si Asprius fue capturado en unas de esas imágenes, su arresto era oficial. De momento estaba buscando un ángulo que permitiera ver la matrícula de su auto. Cuando creyó percibir algo, congeló la imagen y la aumentó. Villetta se inclinó sobre la computadora y memorizó la matrícula. Se levantó de golpe.

—¡Lo tenemos! ¡Muévanse! —exclamó a viva voz, mientras se colocaba su abrigo.

Los oficiales abandonaron todo lo que hacían y siguieron a su superior fuera de la comisaría.

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Lelouch rondaba los diecisiete años cuando se dio cuenta del inmenso poder de la seducción. Antes, no podía menos que sentirse envanecido y, a su vez, un tanto confundido por los elogios que escuchaba y los suspiros que arrancaba de las muchachas. No fue sino hasta ese punto en que lo sometió a consideración. La seducción no era solo un medio para el placer. Era un arte que entrelazaba el carisma y las palabras. Era un arma más efectiva que la violencia y con la que podía granjearse favores y conseguir oportunidades. Y, como todo arte exige ser trabajado, comenzó a instruirse pasando su tiempo con mujeres para averiguar sus deseos, sus gustos y cómo podría complacerlas de la mejor forma.

Claro que la elocuencia no lo era todo. El sexo fue otra historia. Decidió que su primera vez fuera con una chica hermosa y tan virginal como él por la cual sentía cierto afecto, para así evitarse ser juzgado y librarse de expectativas. Aun si el acto fue para iniciarse de una vez por todas, la elección fue completamente sentimental. Después estuvo con mujeres al azar y putas. Fue perfeccionando sus técnicas con cada nuevo encuentro movido, en parte, por una sorpresiva curiosidad «científica», y, en parte, por su naturaleza meticulosa. Fue gracias a eso junto a su encanto y amabilidad que se convirtió en un amante ideal o si no, al menos, era lo que le gustaba creer de sí mismo, no sin cierto orgullo.

Lelouch estaba de pie delante de la ventana bebiendo un coñac. Sus ojos violáceos reflejaban el movimiento del tráfico. Las luces de Pendragón resplandecían sobre su pecho desnudo. De repente, él escuchó un ruido. Era su acompañante dándose la vuelta en la cama. Había echado un sedante en la copa que le sirvió con el pretexto de que sería parte del juego previo. La pobre cayó rendida antes de que se bajara los pantalones. Tuvo que drogarla: el sexo consumía sus energías y no era seguro si esa noche tenía que salir como Zero. Las necesitaría, en ese caso. De cualquier modo, tenía su coartada y ya estaba estableciendo su reputación de playboy.

El tiempo le daría la razón porque en eso su celular vibró sobre la mesita de noche. Era Tamaki. Habían ubicado al traficante. Lo captaron hablando con Luciano, lo que prácticamente confirmaría su teoría. Lelouch, entonces, le dio dos instrucciones: llamar a C.C. para que contactara a los reporteros y los citara en la fiscalía con la premisa de que verían algo interesante y enviar a Urabe para recogerlo —Zero no podía acudir en el automóvil de Lelouch ni este podría verse paseando por ahí en la mitad de la noche—. Ya había reservado en el hotel horas previas, de manera que tenía su traje guardado. Al recibir un mensaje, bajó. Usó las escaleras para evitar las cámaras. Se cambiaría en la camioneta.

Al cabo de unos veinte minutos, llegaron al lugar. Lo pusieron al corriente. Luciano se había ido no hace mucho. El traficante volvió a ingresar al edificio y permaneció allí. Dedujo que el traficante había hecho su misión o estaba a punto. Como fuera, era su nueva pista. Teniendo presente eso, ordenó a Minami bloquear las rutas de salida y al resto, ir con él. Se colocó una máscara negra, la pieza más valiosa del conjunto. Sus acólitos, por otro lado, se armaron con un bate de metal. Entraron en acción. Sin problemas penetraron en la propiedad. Subieron hasta el cuarto piso donde fue que lo alcanzaron a ver por última vez.

Los peones, el alfil y su rey se detuvieron frente a la puerta.

—¿Entramos? —indagó Zero.

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En su pregunta se advertía un barrunto de diversión escalofriante. Por supuesto, la respuesta era obvia. Urabe destrozó el pomo descargando el bate numerosas veces y envió la puerta atrás de una patada. El traficante apenas pudo ponerse a salvo cuando los Caballeros Negros se le echaron encima. Dos lo agarraron cada uno de un brazo. El traficante forcejeaba por soltarse. Sugiyama minó su resistencia metiéndole varios puñetazos en el abdomen. Paralelamente, el líder vagaba por el apartamento. Se detuvo frente a tres fotos colgadas. Se tomó su tiempo de reconocerlas en la medida en que los Caballeros Negros alzaban en vilo al traficante y lo llevaban a la azotea. Acabada su inspección, siguió a sus acompañantes.

—¡¿Quiénes son ustedes?! ¡¿Qué es lo que...?!

Sugiyama lo calló fustigándolo con el bate haciendo crujir sus costillas. El traficante dejó que se le escapara un gemido. Sus piernas temblaron débiles y, como ya lo habían bajado, cayó de rodillas.

—Tus dudas podrán ser resueltas si respondes a mis preguntas —estableció Zero—. ¿Por qué te reuniste con el guardaespaldas de Schneizel el Britannia?

—¿Quién? —resolló.

—El hombre de traje de negro y cabello anaranjado con quien estuviste. Quiero saber de qué hablaron —respondió, paciente.

—¿Es guardaespaldas? ¡No lo sabía! Lo digo de verdad. Nunca pregunto por esos detalles a ninguna de las personas con las que me relaciono —explicó azorado volviendo la cara a su captor.

Zero lo miró por unos segundos y, acto seguido, realizó un ademán. Sugiyama cogió su mano derecha y dobló su meñique con brusquedad. El traficante aulló. El dedo le quedó suspendido en una posición tan antinatural que dolía solo verlo.

—Lo preguntaré una vez más —advirtió, suave—: ¿por qué te reuniste con el guardaespaldas de Schneizel el Britannia?

—¡Ya se lo dije! ¡No sé nada! —insistió el hombre apretando los dientes con el propósito de mantener el aplomo en su voz.

Era la respuesta incorrecta. Sugiyama ya sabía qué hacer. El anular fue el siguiente. Esta vez se oyó el hueso quebrarse. Fue un ruido estremecedor. En casi todos se apoderó la sensación de que era su propio hueso el que se había fracturado. Si bien, Tamaki ya había roto varios huesos en el pasado, no lograba acostumbrarse. Zero fue el único que no se inmutó. Al traficante se le anegaron de lágrimas los ojos. Podía sentir como la vida se le iba en esos dedos.

—¿Seguro?

—¡Sí, maldita sea! ¡SÍ! —chilló.

—De acuerdo —asintió Zero—. Tú no le temes a la muerte, ¿o sí?

El traficante demoró un poco en interpretar el significado de sus palabras ya que su mente se desconectó de su cuerpo. No podía sentir ni pensar en otra cosa que fuera el dolor. Habiéndolo hecho, fijó sus ojos desorbitados en el misterioso enmascarado. Tenía la frente perlada y los cabellos negros adheridos a ella.

—¡No tienes razones para matarme!

—Tampoco las tengo para dejarte vivir. Eres un criminal. Un tumor —señaló—. No deberías temer a los Britannia. Para ellos, eres insignificante. Compruébalo, ¡mira a tu alrededor! No vendrán a salvarte. Si mueres, será mejor: sus asuntos ilegales permanecerán en silencio y ya podrán conseguir otro traficante. En sus manos no está tu vida, sino en las mías —agregó con frialdad—. Y creo que tu vida saldará los pecados que has cometido. Es hora de ajustar cuentas. Arrójenlo.

Urabe y Sugiyama levantaron al traficante y lo colgaron cabeza abajo para que apreciara los metros de altura que separaban la azotea del suelo pavimentado. Irónicamente, a pesar de que lo envolvía una brisa gélida, le faltaba oxígeno en los pulmones, pues al invertir la posición de su cuerpo el aire los había abandonado y el corazón le subió (o le bajó) hasta la garganta.

—Me encantará decirle a tu hija que tu lealtad hacia Britannia fue más valiosa que tu vida —comentó Zero, alejándose.

—¡No puedes hacer esto! ¡No estás por encima de la justicia!

A Zero le hizo gracia la acusación y se giró hacia él. De no haber tenido la máscara, lo habría visto sonreír. Un delincuente reprochándole su moralidad. Era una escena en clave de humor.

—No estoy por encima de la justicia —corrigió—. Yo soy la justicia y me cansé de no hacer nada.

El traficante descendió unas pulgadas que, para él, equivalieron unos metros y vociferó, casi llorando:

—¡Está bien! ¡Te lo diré! —gimió, rindiéndose. Tamaki sacó una cámara y comenzó a grabar su confesión—. ¡Quería enviar a alguien a China hoy! ¡De eso estuvimos hablando!

—¿A quién?

—¡A un tal Bartley Asprius! —contestó con duro esfuerzo, ahogándose con su saliva—. Se suponía que vendría en este momento.

Zero se asomó. Asprius estaba dirigiéndose precisamente hacia el apartamento del traficante.

—P-A, P-F, ¡vigilen al rehén! —ordenó—. ¡Los demás capturen a ese hombre!

La infantería se precipitó a velocidad vertiginosa hacia las escaleras. Zero agarró al traficante por su camisa y lo atrajo violentamente hacia él. Necesitaba decirle algo cara a cara.

—Muy bien, basura. No morirás hoy —le anunció con voz gutural—, pero vas a vivir el resto de tus días pudriéndote en prisión y le dirás al detective y al fiscal cuando te interroguen que Zero y los Caballeros Negros serán los defensores de los ciudadanos desamparados de esta nación. Nosotros castigaremos a los impunes y corruptos sin importar cuán poderosos sean. Nuestra guerra es con ellos. El sistema judicial puede unirse a esta lucha con nosotros o en nuestra contra. Querernos o temernos. ¡Da igual! No van a detener lo que hemos empezado. Hoy la justicia renacerá este amanecer vestida de negro.

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De un tirón feroz, Zero lo lanzó contra el suelo. El traficante se apoyó en cuatro patas tratando de recuperar el aliento. Su semblante se había puesto blanco del horror. Zero sacó una pistola semiautomática calibre nueve y lo golpeó con la culata, dejándolo inconsciente y a cargo de Urabe y Sugiyama. Ellos sostuvieron sus extremidades y así lo acarrearon. Zero se sumó a la persecución. Asprius no era tan veloz (resultaba irrisorio ver cómo la papada le bamboleaba al correr). Pero llevaba ocho pisos de ventaja. Estaba a punto de subirse al coche en que llegó cuando otro vehículo avanzó hacia él peligrosamente, acorralándolo. Era Minami. El doctor volvió sobre sus pasos con temor de ser arrollado. Yoshida fue el primero en darle alcance y descargó sobre su espalda un batazo derribando al prófugo.

—Buen trabajo —dijo Zero, desacelerando el ritmo de su marcha tras ver que el doctor yacía inmóvil—. Revisen la cajuela. Ahí debe estar el cadáver desaparecido.

Minami se agachó y registró en los bolsillos del médico en busca de la llave del auto. La sacó y, de inmediato, abrió el maletero. El repugnante olor a descomposición fue lo que solucionó la incógnita. Zero, entonces, dividió a sus caballeros en dos grupos. Al primero le encomendó custodiar el auto en ausencia de la policía. En vista de que Britannia Corps hizo todo lo posible para sacar a un sospechoso de homicidio a escondidas, no podían asegurar que después mandaran a sus matones para deshacerse del cuerpo. Era mejor preservar la evidencia hasta que llegara la policía. Era su deber recolectar evidencias. De otra manera sería inadmisible en la corte.

El deber de Zero era desenmascarar a los corruptos y entregarlos a las instancias respectivas. Y, de eso, se iba a ocupar el segundo grupo. Lástima que ya no se podía confiar en el sistema judicial. Las ansias de poder de algunos funcionarios había corrompido el sistema. Que Suzaku se hubiera convertido en fiscal era el mejor regalo que la suerte pudo prepararle. Le hacía falta un caballero en su tablero y su viejo amigo se perfilaba como el candidato perfecto por su rectitud, su heroísmo, su buena reputación y su sentido del deber. Si en verdad quería ayudarlo, esta era la manera. Esto serviría como su prueba de fuego.

En los escalones de la fiscalía, dejaron dos enormes cajas destinadas al fiscal Kururugi. Los guardias de seguridad no consiguieron notar quién las colocó ahí, aunque sí vislumbraron un camión repartidor de agua que pasó fugaz. Intrigados por el contenido de la caja y llamados al deber, notificaron al buen fiscal. Este tuvo que abrirse paso en un remolino de reporteros que se agolpaban para tomar fotos.

—¿Estas son las cajas que me enviaron? —inquirió el fiscal Kururugi, extrañado, divisando a los guardias. Enseguida, se fijó en las videocámaras y micrófonos que traía la muchedumbre que atravesó. No se había percatado que eran reporteros— ¿y ustedes por qué están aquí? No los llamamos.

Una mujer con una melena dorada y sonrisa de oreja a oreja se codeó entre sus colegas para acercarse al fiscal.

—¡Hola! ¿Qué tal? Soy Milly Ashford, de Noticia KT-TV —se presentó la rubia, enérgica—. Alguien contactó a nuestra agencia asegurando que un viaje a la fiscalía arrojaría resultados interesantes y nos hemos topado con estas cajas, ¿tiene idea de lo que hay adentro?

A Suzaku le hubiera gustado saber eso y quién era el remitente, pero la verdad era que no. Y si lo supiera no se lo diría. Sin poder contenerse, el fiscal Kururugi pidió a los guardias que las abrieran. Rompieron el adhesivo de seguridad. Cuando iban a abrir una de las cajas, esta se meneó, lo que sobresaltó a todos y avivó la curiosidad. Con un temor que antes no había, los guardias terminaron por abrirlas cautelosamente. Adentro estaban el traficante y Bartley Asprius atados y amordazados. El primero estaba despierto, luchando contra sus ligaduras y gritando quién sabe qué. Había también una cámara en su caja. El segundo permanecía inconsciente. Ambos llevaban una cinta alrededor de ellos que al juntarlas formaban una dirección. Los reporteros empujaron al desconcertado Suzaku al abalanzarse para tomar más fotos. Suzaku reconoció al Dr. Asprius; al otro no. Sintió como se incubaba un genuino deseo de averiguar más.

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De forma eventual, el propósito de Zero fue cumpliéndose satisfactoriamente. La madrugada de Pendragón fue sacudida por la captura del presunto incendiario y sospechoso del asesinato del político Sawasaki, no por la policía, sino por un supuesto vigilante enmascarado llamado Zero y sus acólitos, los Caballeros Negros. Así fue retransmitido por los medios que habían recogido el testimonio del detenido. El único que llegó a ver a sus captores con claridad. Para el mediodía, ningún alma ignoraba su existencia. Se hizo la mar de opiniones. Usuarios en redes sociales y ciudadanos de a pie entrevistados, en su mayoría, acogieron la hazaña de Zero con furiosa exultación en detrimento del desempeño de la policía, pues había rastreado y atrapado con rapidez y eficiencia a un asesino que la policía andaba cazando desde hace setenta y dos horas. Tal vez era lo que necesitaban. Estaban hartos de las noticias del hampa, las muertes y las desapariciones. En el punto de ebullición de la jornada, salieron unos funcionarios a manifestar su desaprobación y, aunque sus bocas no titubeaban, sus ojos estaban lacrimosos. Tenían miedo de las acciones de Zero y cómo resonarían en la gente.

Suzaku decidió entregar a los sospechosos a la policía, poco después del ajetreo en frente de la fiscalía, y se fue a casa. Al día siguiente o unas horas más tarde, encendió la televisión en tanto desayunaba. Puso el canal de noticias y oyó las reacciones de la gente. Estaba triste. No quería imaginar cuán decepcionados debían estar los ciudadanos en Pendragón con el sistema de justicia para aclamar a un enmascarado como su protector. En aquello, tocaron el timbre. Fue a abrir. Se pasmó al ver a Euphemia. Había olvidado que le correspondía cuidar a Arthur.

Suzaku miró las fachas en las que estaba y se abochornó. Si lo hubiera recordado, se habría vestido con algo mejor que un pantalón a cuadros y una camisa holgada. ¿Tan tarde despertó? Quiso ver la hora, pero no le parecía bien darle la espalda a Euphemia.

—¡Hola, Suzaku! —lo saludó con alegría—. Perdona que haya venido tan temprano. Hoy mi horario está al tope y no podía venir luego. ¿Está bien si paso?

—¡P-por supuesto!

¿Qué podía hacer? Además, no podía negar que le gustaban sus visitas. Ella entró. Atraída por las voces de la televisión, las siguió hasta llegar a la sala. Arthur fue con ella, al principio; luego, cogió una desviación. Euphemia estaba familiarizada con la casa entonces. Dejó una maceta de bambú que había traído consigo y le echó un vistazo a lo que sintonizaba la televisión.

—¡Oh, Zero! —exclamó. Suzaku se situó junto a ella—. ¿Mirabas las novedades?

—Escuchaba las opiniones de la gente, más que todo —aclaró—. ¿Qué piensas de esto?

—Es complicado... —vaciló Euphemia.

—Inténtalo —la animó Suzaku, sonriente, tendiéndose en el sofá.

—Bueno —comenzó sin evitar devolverle la sonrisa. De alguna manera, Suzaku se las arreglaba o tenía algo que la hacía sentir cómoda—. Entiendo a la gente. La inseguridad se ha arraigado como uno de nuestros peores problemas y Zero ofrece una solución eficaz, aun si es al margen de la ley. Es normal que la gente lo considere una esperanza. Es el héroe que quieren, empero no el que necesitan. Y Zero es un ciudadano común. Lo que hace es peligroso no solo contra quienes luchará, sino para sí mismo —explicó. Enseguida, lanzó una mirada a su interlocutor, quien había adoptado una expresión atenta—. ¿Y tú?

—Mi opinión es similar. Creo que las intenciones de Zero son nobles, sin embargo, no puedo consentir lo que se propone. No como planea hacerlo —enfatizó Suzaku, acerando su voz en esa frase—. No se me ocurrió eso. Es cierto. Zero es otro ciudadano común impulsado por la furia y el deseo de hacer justicia. Ni el sistema ni las leyes son perfectas ni todas las personas son infalibles ni incorruptibles, no todas —admitió con un suspiro—, pero pueden cambiar. Si todos los hombres buenos nos uniéramos, haríamos la diferencia —afirmó con seguridad. Se rió de sí mismo tras una pausa. Se pasó la mano por la cabeza con vergüenza—. Debes verme como un idealista y un tonto. Adelante. Es lo que varios me dicen.

—Idealista tal vez. Tonto, no me lo parece. ¡Ojalá encuentres a más como tú! —expresó.

Un alivio y un regocijo inconmensurables lo inundaron. La felicidad que conocía no era ni sombra de lo que estaba sintiendo. Había una persona en la ciudad que no lo juzgaba como un tonto.

—Gracias. ¿Y qué es esto? —cambió de tema Suzaku, refiriéndose a la planta.

—¡Es tuyo! —exclamó Euphemia balbuceante, como acordándose de por qué estaba ahí—. Lo vi de camino a tu apartamento y me hizo pensar en la metáfora que me dijiste. Es perfecto para ti porque es un bambú artificial. No tendrás que preocuparte por regarla ni nada —añadió, emocionada con su propia explicación—. ¿Sabes lo que me gusta del bambú, Suzaku? Que siempre asciende en busca de la luz. Es lo que tú debes hacer —dictaminó—. ¿Te gusta?

—Me encanta. Muchas gracias —respondió Suzaku, conmovido. ¿Iba a dejar de agradecerle a esta mujer en algún momento? La contestación era no.

No era un amante de las plantas ni era de gustos exóticos, pero que lo hubiera comprado por el significado que entrañaba para su familia era lo que lo tornaba especial.

—¡De nada! —repuso, loca de contenta—. Suzaku, no solo vine por Arthur y para darte este regalo. Hay otra razón —señaló bajando la voz y enseriándose—. A mi papá le gustaría que fueras a nuestra casa. Dice que tiene algo que mostrarte. No me dijo qué y no quise ser entrometida.

—No lo sé.

—¡Oh! Tanto que amaría que fueras —lamentó haciendo un puchero.

—¿De verdad?

El ingenuo fiscal no era capaz de huir de las tácticas femeninas, a diferencia de su amigo de la infancia. Realmente no deseaba ir. De seguro era una estratagema para convencerlo de que apoyara su campaña presidencial. Algo que se oponía. Bien que mentiría si no confesara que le gustaría saber qué quería mostrarle. Estaba por ceder ante los encantos de la joven cuando sonó su celular. Se disculpó con ella y fue a atender la llamada. Era el fiscal Waldstein. Exigía su presencia en su oficina cuanto antes.

Kallen tenía un excelente humor aquella mañana. No por su herida que, pese a que ya no le dolía tanto como antes, le escocía un poco al moverse con brusquedad y, por desgracia, solía olvidar que no estaba recuperada completamente. Sin mencionar que, por culpa de su reciente plática con C.C., cada vez que se miraba los puntos de sutura al vestirse sus pensamientos se encauzaban hacia Lelouch, lo que la ponía nerviosa. La causa fue el desayuno. Ohgi había decidido preparar ramen de Miso, uno de sus platillos favoritos. Esos días había sido muy atento con ella debido a su herida; por lo cual, se estaba encargando de cocinar y lavar los trastos sin pedirle nada. Sin embargo, eso había sido apenas el inicio. Mientras estaban comiendo, él le habló de Zero, los Caballeros Negros, lo que habían hecho y lo que planeaban hacer a largo plazo. Aunque Kallen no expresó su opinión, una sonrisa asomó sus labios al llevarse una cucharada de sopa a la boca.

Posteriormente, fue al bufete. Estaban C.C. y Tamaki. C.C. estaba de cabeza desparramada en el sofá fumando. Tamaki se hallaba tendido a pierna suelta en el sillón contiguo. Miraba la televisión mientras bostezaba perezosamente y se rascaba un testículo. Lelouch no había llegado. Kallen fue a su oficina, mas, dado que el caso del vicepresidente Kirihara se cerró y no habían venido nuevos clientes, terminó aburriéndose y emigró hacia donde había gente.

—¿En dónde está Lelouch? ¿Nos dará algo qué hacer? —se quejó.

—No regresó a casa —contestó C.C., viendo las espirales que creaba el humo de su cigarrillo—. Habrá pasado la noche con alguna mujer.

—¡Oh, sí! Lucho es un galán —rió Tamaki, apagando la televisión—. Me contó una vez que una sexy puta con buen trasero y enormes pechos no le cobró luego de que follaron.

—¡Pfff! Debe ser mentira —bufó Kallen, incrédula—. Ese idiota diría lo que fuera con tal de hacer alarde.

—De hecho, Tamaki olvidó mencionar el detalle más relevante: me dijo que no me cobró ya que no había estado con un cliente joven y apuesto en meses. ¡No me habían ofendido tanto en mi vida! Yo fui a pagar un servicio. No tuvimos sexo casual ni hicimos el amor.

Sobresaltada, Kallen se dio la media vuelta. Lelouch estaba parado detrás de ella. C.C. soltó una risita tonta, claramente divertida. Tamaki se unió enseguida a ella. Kallen puso una mueca. Su aversión hacia él no era ningún secreto. Aun así, era incómodo haber sido atrapada hablando a sus espaldas.

—¡¿De dónde saliste?! Hace diez segundos no estabas ahí.

—De lo más recóndito del infierno —respondió Lelouch con una sonrisa juguetona. Kallen resopló. Al menos, en eso estaban de acuerdo. El abogado se movió hacia al centro del cuarto para concentrar la atención de sus empleados—. Tenemos un nuevo caso. Al Dr. Bartley Asprius lo acusan de incendiario y de asesinar al candidato Atsushi Sawazaki. Lo representaremos en la corte.

—¡¿Qué?! ¿Por qué? —protestó Kallen—. Es una mala persona. Por algo lo encerraron.

—Somos abogados, charlatana. Nuestro trabajo no es juzgar a los clientes. Ten en cuenta que no todos los acusados que defenderemos serán inocentes —observó Lelouch, circunspecto.

—¿Y por qué vamos a defender a este justamente? No nos ha contratado, ¿o sí?

—Porque es un caso de alto perfil. Estaremos en la mira de todos. Si ganamos, tendremos a los acaudalados alineándose frente a nosotros con bolsas de dinero y si perdemos, habremos recibido una buena paga por ser un caso difícil.

¿Era una jodida broma? ¡No! ¡En verdad, lo haría por publicidad! ¿Cómo a las mujeres podía gustarles un tipo con personalidad tan repugnante? Ser soberbio no era suficiente, tenía que ser pesetero. Frustrada, Kallen se masajeó la frente y entrecerró los ojos, dedicándole, de paso, esa mirada severa que le daba cada vez que reprochaba su actitud. El cinismo en su tono era la guinda del pastel.

—Eres ruin.

—Sí, Kallen. Soy muy malvado —confirmó él, serpenteando hacia ella. Su rostro se iluminó con una sonrisa peligrosa que aceleró su pulso—. Mi maldad se la debo a las mujeres. Durante toda mi vida, crecí rodeado de mujeres. Percibí que compensaban su desventaja física con su lengua. Casualmente, tampoco yo era muy fuerte y me sentó bien este descubrimiento. Veía en el lenguaje un arma mucho más letal que la fuerza.

Siendo un hombre tan retorcido, no era extraño que su humor lo fuera también. Ella se sintió tentada a reírse solo por el hecho de que fuera tan inteligente como para seguirle la corriente y bromear, claro que esa afirmación fue dicha en serio. Contuvo las ganas porque no quería hacerse cómplice.

—No tires mierda sobre las mujeres justificando tu manera de ser —advirtió Kallen—. ¡¿Tú no dirás nada?! —preguntó, volviéndose a C.C., impasible.

—¿Decir qué? Soy un mueble —se excusó, apática.

—El mueble más hermoso que he visto —añadió Tamaki.

Él quiso tenderse junto a ella. C.C. lo alejó lanzando una patada al aire. La pelirroja arrugó el ceño. ¿Era un pretexto para no entrometerse o creía que no era una persona? Era demasiado rebuscado para que fuera la primera opción. Nunca sabría cuando esa mujer hablaba en serio y cuando no, definitivamente.

—Estoy seguro de que puedo convencerlo de contratarnos y que se entregue. Para ello, hay que visitarlo en la prisión —dijo Lelouch—. C.C., necesito que vayas con tu loco exnovio y le pidas simular un atentado contra Asprius. Te compraré una pizza si lo haces.

—Hecho.

—¡¿Enloqueciste?! —cuestionó Kallen alzando la voz—. Mira, una cosa es que mientas para salirte con la tuya y otra es organizar un atentado.

—No será un atentado real. Es otra mentira —refutó. Al ver la tierna expresión desorientada de Kallen, Lelouch se lo explicó con una sonrisa. Era vital que lo entendiera—. La verdad es cuestión de perspectivas. Una mentira puede parecer verdad y una verdad puede sonar como una mentira. Al final, todo vale mientras sea creíble.

—Esa es tu filosofía de vida, ¿no?

—Está bien, iremos en mi auto —rió, omitiendo su puya.

—Seguro —gruñó, resignándose—. Solo una cosa: la última vez me pediste que no interviniera y acepté porque no tenía idea del puto caso. Esta vez sí me dejarás o búscate un monigote.

Si esa era su condición, no tenía reparos en acceder. Lelouch le pidió a C.C. que los dejara tomar la ventaja por quince minutos. Era mejor evitar llegar juntos para diluir sospechas. A Tamaki lo puso al cuidado del bufete y a ensayar un guion que había escrito, el cual aseguró que sería clave para la siguiente etapa de su plan. Le sugirió practicar con C.C. las primeras veces para orientarlo.

Mientras lo esperaba dando vuelta junto a su deslumbrante Volvo, Kallen se repetía sus palabras para sus adentros. Tenía un punto, aun si no le gustaba reconocerlo. Con su lengua plateada y su agudeza mental, Lelouch podría persuadirlo de entregarse. Ya había constatado su poder en otras oportunidades. Contra sus deseos, Lelouch se había ganado el beneficio de la duda.

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Suzaku coincidió con Gino en el pasillo en dirección a la oficina del fiscal jefe. Le contó que también había sido convocado por un mensaje, por lo que la curiosidad aumentó el doble en ambos. ¿Trabajarían juntos? No se les ocurría otra cosa. De todas formas, se enterarían en breve. Entraron y saludaron a su jefe. Este les devolvió con sobriedad el gesto sin levantar la mirada siquiera. Estaba leyendo unos papeles. Los dejó aguardando de pie, como si no tuviera idea de que estaban allí, hasta que terminó. Se quitó su monóculo.

—Bien. Los dos deben estar al tanto de que Bartley Asprius fue puesto bajo custodia. Es el sospechoso principal del asesinato de Atsushi Sawazaki. Será el caso de mayor envergadura que hayamos tenido desde que procesamos al vicepresidente de Britannia Corps. Los medios serán un problema: harán cobertura de todo. El abogado Gottwald indicó que lo defenderá en la corte en una declaración a la prensa —explicó—. Fiscal Weinberg, usted será asignado a este caso. Puede solicitar apoyo si lo desea. Procure ganar.

—Sí, señor —asintió Gino.

—Retírese y vaya preparándose para el primer juicio.

Gino obedeció. Suzaku estaba boquiabierto. ¡Quería reservar ese caso! Sin embargo, el fiscal Waldstein, no, Britannia Corps lo había apartado de él. En un arrebato, se inclinó sobre él plantando las manos en el escritorio ruidosamente.

—¡Señor! Lo siento. Con el respeto que usted y Gino se merecen, ese caso debe ser mío...

—Usted recién trabajó en un caso importante y perdió, ¿ya quiere otro? ¡Qué ambicioso! —señaló burlón. Suzaku se echó para atrás, como recordando cuál era su lugar. No le estaba riñendo a simple vista, aunque no le gustaba que le haya restregado su «derrota». ¿Es que solo quería encerrar a quienes juzgan sin tener en cuenta su inocencia o culpabilidad? Inadmisible—. No se preocupe, fiscal Kururugi, que igual tendrá un caso más relevante que el de su colega. A usted le voy a designar el de Zero —sentenció. Suzaku abrió los ojos más de la cuenta—. Pese a que los ciudadanos lo aclaman como un héroe y van a protestar en cuanto sepa nuestra posición, no podemos dejar libre a un hombre que ha violentado la ley. Usted lo debe de entender y sé que tiene la determinación para llevar este caso hasta sus últimas consecuencias. ¿Bien?

La pregunta retórica sobraba: las órdenes no se someten a discusiones. La formulaba tan solo para asegurarse de que había quedado claro. No tuvo más opción que asentir. ¿Lo puso en el caso de Zero para alejarlo de los que involucraban a Britannia Corps o simplemente lo asignó porque era el más apto para resolverlo? Sea como fuere, estaba dentro.

https://youtu.be/FP9S169_gvw

Lelouch y Kallen estaban a la espera de su futuro cliente del otro lado de la cabina de visitas de la cárcel. Del lado de la liberad. Asprius tardó unos minutos. Tan pronto como posó sus ojos en ellos, los reconoció. El abogado Lamperouge, que había dado mucho de qué hablar estos días por haber liberado al vicepresidente de Britannia Corps. A la pelirroja la había visto en la fiesta de los Britannia. Su hermosura no había pasado desapercibida para nadie. No tuvo el placer de intercambiar palabras con ella, como sí con Lamperouge. Por tanto, desconocía su nombre. De cualquiera manera, esta visita lo ofuscó. No sabía cómo tomársela. De una cosa estaba seguro, eso sí. Hubiera preferido que viniera su abogado. Era insufrible estar en la cárcel en la compañía de asesinos, violadores y pedófilos. No era como ellos. Jamás lo sería. No veía la hora de salir. Se sentiría más sereno si su abogado compartía sus estrategias con él. Con cierta vacilación, Asprius se sentó.

—Me da gusto volver a verlo, Dr. Asprius. Perdone si me salto la pregunta que sucede a los saludos. Creo que es obvio que no está bien en sus circunstancias. No sé si se acordará de mí. Nos vimos un mes atrás en la mansión Britannia. Soy Lelouch Lamperouge, abogado —dijo, sacando del bolsillo una tarjeta de presentación y poniéndola de cara contra el vidrio—. Ella es Kallen Stadtfeld, mi secretaria. Venimos porque nos interesa tomar su caso.

—Lo siento, yo ya tengo un abogado —repuso, lacónico.

—Sí, el abogado Jeremiah Gottwald. El mejor de Pendragón. Debe estar tranquilo, supongo —señaló. El Dr. Asprius cruzó los brazos e inspiró profundo enviando una mirada rápida al piso—. Aunque, hay algo que me intriga, ¿por qué el presidente Charles prestaría al abogado de su compañía en su juicio? —indagó avistando primero al presidiario y luego a Kallen a modo de llamar su atención.

—El presidente Charles y yo somos amigos —respondió—. Entiende mi situación injusta y tiene la amabilidad de conseguir un abogado para mí.

—Claro, tiene que ser eso. Usted no tiene nada que ofrecer a Charles como el reportero Ried o el rector Stadtfeld para ayudarlo a potenciar su influjo, escalar en el poder y consolidarlo. ¡En contraste, usted es el que debe su éxito a Britannia Corps! Es insignificante, sin ofender —agregó con una sonrisa. Lelouch cambió la posición de su pierna y entrelazó los dedos de sus manos sobre su regazo—. Sabe, no debería confiar en Charles zi Britannia. ¿A usted no le ha picado la curiosidad que el exvicepresidente Kirihara decidiera reemplazar al abogado Gottwald contratándome? La confidencialidad entre abogado y cliente no me permite revelar muchos detalles. Sin embargo, puedo decirle que él me dijo que desconfiaba de ellos. Es raro, siendo un personaje central en la compañía, ¿por qué Charles querría deshacerse de él? Digo, destruir su reputación y mandarlo a la cárcel era una forma limpia de hacerlo —cuestionó el abogado con un tono aparentemente inofensivo. Una nube ensombreció el semblante del preso. Las preguntas habían hecho clic en su cabeza—. Pregúntense, hombre, ¿por qué está preso y no muerto? A no ser que tenga una razón para perdonar su vida, el presidente Charles trataría de matarlo...

—O encerrarlo de por vida —murmuró Kallen, sutil.

—Si usted asesinó a Sawazaki bajo sus órdenes... —prosiguió Lelouch.

—¡No soy un asesino! ¡Soy inocente! —atajó el Dr. Asprius con violencia, como si fuera la enésima vez que lo aclarara.

—Tampoco soy abogado. Soy un solucionador de problemas con una admisión para ejercer la abogacía —replicó Lelouch, sarcástico. Kallen suspiró poniendo los ojos en blanco. El Dr. Asprius no lo trataba con tanta asiduidad, por lo que no pudo notar que estaba mofándose—. Y usted tiene un problema y podemos resolverlo.

—¿Y no cree que si no han intentado matarme es porque el presidente Charles no tiene nada que ver y soy inocente? —debatió.

—¿Ve que está dándome la razón? Si usted no lo mató, alguien más lo hizo y quiere que se lleve toda la responsabilidad. Para encubrir la verdad, ¿no sería más seguro eliminarlo?

Lelouch dejó de hablar para que el preso pudiera evaluar con lógica la situación expuesta.

—Quizás debería escuchar las razones por las que tendría que contratar nuestros servicios —intervino Kallen, aprovechando el silencio.

—Escuche, doctor. Del mismo modo que saqué a Kirihara, me cercioraría de que usted salga de la cárcel. Mi tasa de éxito es del 100%. Nunca apuesto por un caso que voy a perder.

—Mi abogado me dijo exactamente lo mismo —rió con escepticismo.

—La verdad es que es factible ganar el caso —repuso Kallen—. Por lo que pudimos estudiar: las evidencias contra usted son circunstanciales y fáciles de explicar. Dependiendo del cargo que le atribuya la fiscalía, preparar la defensa puede ser más o menos sencilla.

—Básicamente, si su abogado pierde en el juicio fue porque quiso —apuntó Lelouch.

—¿Por qué quieren mi caso? No es usual que los abogados sean los que pidan a sus clientes defenderlos. ¿Qué desean de mí? ¿No tienen dinero? ¿Creen que hacen una buena acción por protegerme de Britannia Corps?

—Despreocúpese de nosotros y piense en usted. ¿Qué quiere? ¿Salir? —contestó Lelouch, esquivo—. Tiene el número de nuestro bufete ahí. Le aconsejo memorizarlo si eso quiere.

https://youtu.be/NdKz4ECXdfo

El tiempo de visita expiró. Kallen y Lelouch tuvieron que despedirse. Conforme iban saliendo de la penitenciaría, la mujer rebobinaba en su mente las intervenciones de cada uno tratando de reordenarlas y estudiarlas. Tenía muchos pensamientos encontrados. No creía que habían convencido al doctor. Sin embargo, la fría calma distintiva de Lelouch no había abandonado su expresión. ¿Quería decir que todo iba según el plan? Kallen recordó que Lelouch tenía un As bajo la manga que le quedaba por usar. Con una pregunta cebo, Lelouch le hizo ver cuán poco útil era para Charles y cómo lo manipuló para asesinar a un hombre. Si el presidente de Britannia Corps resultaba ser la mente maestra de este crimen y el Dr. Asprius era tan solo un cómplice, era una amenaza. Un atentado sería la confirmación de esa idea. Por supuesto, si dudaba todavía, ellos no podían hacer nada. Y si Britannia Corps lo convirtió en un hombre exitoso, como dijo Lelouch, sería más difícil demoler su confianza. El golpe de gracia sería que, al final, el abogado Gottwald perdiera de una forma tan evidente que le sirviera de cachetada al Dr. Asprius y fue, por ello, que resaltó que era un caso imposible de perder. Ciertamente, Lelouch pensaba más ágil que cualquiera que haya conocido como si hubiera previsto el escenario de antemano. ¡Aterrador!

—¿Crees de verdad que el Dr. Aspirius es culpable? —preguntó Kallen.

Por ley natural, un abogado confía en todo su cliente y cuando él sostuvo enfáticamente que no era un asesino, Lelouch fue sarcástico a modo de dar su opinión y, al mismo tiempo, entrar en su juego. O, al menos, le dio esa impresión.

—Si no tienes nada que ocultar, no tiene sentido que huyas de la escena del crimen.

—Podría pensar que el juicio iba a ser manipulado o tuvo miedo. La gente hace estupideces cuando permite que el miedo guíe sus acciones —sugirió Kallen—. O tal vez sí sea culpable. Estaba nervioso y lo noté muy reticente. Ni siquiera confía en su excelente abogado, ¿no te pareció extraño?

—Te diste cuenta, ¿eh? —sonrió, gratamente sorprendido. Se giró hacia ella, regalándole una mirada golosa—. Eres mejor de lo que pensaba.

La japonesa enderezó los hombros y alzó la barbilla hacia su rostro. A la par, que trataba de meterse en la cabeza que el rojo en sus orejas y mejillas se debía al clima y no al cumplido de Lelouch. Infló el pecho de orgullo.

—No me subestimes. Que no tenga tu labia no me hace menos competente que tú —rezongó con convicción—. ¿Por qué crees que sea? Según tus poderosas habilidades deductivas.

—Creo que no se ha reunido con él ni ha recibido mensajes de Charles. Posiblemente lo único que tiene como garantía de su pronta libertad es su palabra, pero las promesas son cosas que el viento se lleva. Por tanto, se aferra a su confianza en Charles zi Britannia y los hechos para mantener su decisión.

—Será complicado. Parecía dispuesto a defender a Charles a morir.

—La confianza es como un muro, charlatana: a simple vista, es sólido —observó el abogado con una sonrisa maligna—. Pero no existe muro que no pueda derrumbarse ni romperse.

Kallen tomó aire y cruzó los brazos.

—Creí que lo ibas a convencer de entregarse —le recordó, incisiva—. Eso dijiste.

—Vamos poco a poco. Viste que se portó a la defensiva con nosotros. Asegurémonos de que nos contrate primero y después planificaremos la defensa.

—¡Quiero que me cuentes lo que planeas! —exigió, descruzándose de brazos. Si bien, estaba haciendo una reclamación, su tono, más bien, parecía una súplica—. ¡¿Cómo puedo ayudarte o hacer algo si tú no me dices nada?! Debí verme como estúpida reaccionando igual de sorprendida que Bartley Asprius por cada cosa que soltabas. ¡No me gusta que me dejes fuera, Lelouch! ¡¿Okey?!

—Es cierto. Prometo que te contaré mis planes con precisión —concedió Lelouch. Su sonrisa se ensanchó más. Parecía divertirse con su disgusto o intentaba alegrarla. Quién demonios lo entendía—. Si sirve de consuelo, lo hiciste bien —agregó. Ella no se convenció—. Acompáñame. Me gustaría echar un vistazo a la escena del crimen.

Declaradas sus intenciones, Lelouch reanudó la marcha estableciendo el compás del ritmo. Kallen exhaló ostensiblemente y fue tras él.

https://youtu.be/FKU6enL9TfE

C.C. se dejó caer en la silla con pereza frente al preso en la cabina de visitas. Pese que había un vidrio de por medio, no sentía que pudiera contenerlo. Durante los primeros minutos de la visita, se reconocieron el uno al otro a través de la mirada. La última vez que C.C. vio a Mao fue hace cinco años en las afueras de su edificio, siendo escoltado por la policía. Iba esposado. Antes de subirse a la patrulla, la miró por encima de su hombro para enviarle un beso de despedida. Más adelante, oyó que lo trasladarían a Pendragón y ahora el destino lo traía devuelta a ella al mudarse.

Los años no pasaban sobre C.C. El cutis fino, los párpados entrecerrados, los labios finos como dos lijas cortantes y las comisuras caídas. ¡Era ella! Debía tener treinta, pero conservaba un encanto juvenil. Eso le gustó. Era como si nada había cambiado. Emocionado, Mao se rió entrecortadamente. Se inclinó para admirarla de cerca y se llevó los dedos a la boca de modo inconsciente.

La mujer tenía los hombros tensos y la mirada ausente. Estaba tan reconcentrada en su respiración que olvidó la estrategia que tenía preparada. Los ojos saltones y el cabello blanco alborotado del prisionero le conferían un aspecto demente.

—Hola, Mao —dijo por fin, parpadeando—. Cuánto tiempo.

—Bastante —sonrió, mordiéndose las uñas—. Sabía que algún día vendrías a verme.

—Es cierto. Siempre ha habido una conexión especial entre nosotros —asintió, esforzándose por devolverle una sonrisa tímida—. ¿No es irónico? Saliste de una celda para entrar en otra. No debes haber estado bien.

—¡Qué linda eres por preocuparte! —exclamó, conmovido—. Me las he apañado —repuso, encogiéndose de hombros—. Me entretengo contando los días que faltan para que volvamos juntos. Queda poco. Incluso te dibujé en mi pared. No me consuela más que oír tus gritos en mis sueños, pero así siento que estás conmigo.

Al tener celdas contiguas, Mao y C.C. estaban familiarizados con los gritos del otro. Horrible, aunque cierto.

—Aún después de estos años sigues pensando en mí. Quiere decir que si te pido un favor, ¿lo harías?

—Por ti todo —declaró, todavía con los dedos metidos en la boca y mirándola intensamente.

—Necesito que vayas con un hombre llamado Bartley Asprius y lo ataques. No lo mates. La intención es que crea que es víctima de un atentado.

La sonrisa se barrió del semblante de Mao. Bajó la mano. C.C. reparó que casi no tenía uñas.

—Es por él, ¿no? —rumió.

—¿Estás celoso? —preguntó C.C. haciéndose la inocente.

—¡Desde luego! —ladró Mao, estampando de golpe la mano contra el vidrio. El gesto tomó desprevenida a C.C. que dio un respingo—. ¡Ese maldito infeliz fue el que te apartó de mí!

—No deberías —manifestó con dulzura colocando su mano sobre el vidrio para que pareciera que tocaba la suya—. Lelouch me desprecia por mi pasado. No soy más que una criminal. En sus ojos siempre hay repugnancia. Para él, represento lo peor del ser humano. ¡Es un infierno estar con alguien así! —el quiebre en su voz alertó a Mao, quien se dobló hacia adelante con ansiedad—. No me considera su igual. Soy una herramienta para sus fines —sollozó—. O es lo que le dejo creer —añadió con frialdad. Se sorbió la nariz y se limpió los ojos llorosos con cuidado para no arruinar el rímel—. Solo estoy con él porque nuestros objetivos están alineados. Tú puedes leer mi mente. Sabes, entonces, que te digo la verdad, ¿no?

—Lo sé —asintió Mao con evidente preocupación.

—Y dijiste que harías lo que fuera por mí. ¿No quieres ayudarme?

—Sí...

—Entonces, ayúdame ayudándolo —instó—. Te lo pido por mí, por nosotros.

Hubo una larga pausa en que nada más se escuchaba el martilleo del dedo de Mao contra la superficie. C.C. aguardó, quieta. De repente, él exhaló por la boca con tanta fuerza que empañó el vidrio. Se humedeció el dedo con la lengua y delineó un corazón.

—Tenías que haber empezado explicándome cuán importante era esto para ti —sus labios se contorsionaron en una sonrisa extraña—. Está bien, mi adorada C.C. Lo haré. ¡Por ti, no por él! —recalcó escribiendo «C.C.» dentro de la figura.

—Gracias, Mao.

—¿Volverás a visitarme pronto?

—Es muy posible.

—Perfecto —dijo. Ella se incorporó para salir. Había hecho su trabajo—. ¡Oh, C.C.! Cuando me den la libertad condicional, buscaré a mi rival, lo descuartizaré y te haré llegar los trozos uno por uno en una bonita caja envuelta —la mujer se volvió lentamente hacia él, que seguía inmóvil en su asiento. El hombre no dijo nada hasta que estalló en una carcajada parcialmente audible—. ¡No me hagas caso! Ese es un grillito que tengo en la cabeza y a veces habla...

C.C. asintió despacio. Una vez que cerró la puerta detrás de sí, se pegó a ella y espiró como si hubiera contenido el aire por siglos.

https://youtu.be/UCJ4BeBGq04

Kallen y Lelouch llegaron a la escena del crimen. El detective, la policía y los criminalistas habían dejado su huella como firma de que estuvieron ahí: un precinto rodeaba la casa restringiendo el acceso. En el exterior, esta estaba en buen estado. En el interior, estaba todo negro. No había moros en la costa, por lo que Lelouch levantó la cinta y se deslizó por debajo. Kallen titubeó. Una cosa era echar un vistazo, como dijo; otra era inmiscuirse en una escena del crimen, la cual tenían prohibido el paso. Pero tampoco tenía ganas de permanecer afuera: lo hacía parecer más sospechoso. De modo que, a regañadientes, Kallen entró. Adentro la mueblería se había carbonizado. Había escombros y cenizas por doquier. Lelouch estaba en la sala lanzando flashes con la cámara del celular. ¡Claro! Debía suponer que se trataba de otra mentira. En esto, Lelouch se agachó y recogió con su pañuelo un pedazo de una lámpara o un jarrón roto.

—¡Oigan, ustedes! —prorrumpió una voz. Lelouch dejó donde estaba el fragmento que halló, se irguió y se guardó en su chaqueta su celular—. ¿Qué están haciendo aquí?

El dueño de la voz era un oficial de policía que venía junto a otros más y una pareja dispareja que no portaba el uniforme. El hombre era alto y atlético. La mujer era menuda e inexpresiva.

—Observábamos —respondió Lelouch, desenfadado—. Si son tan amables de permitírnoslo, nos voy a presentar: soy Lelouch Lamperouge y ella es Kallen Stadtfeld. Somos abogados. ¿Ustedes son...?

—Son los fiscales Gino Weinberg y Anya Alstreim —terció Kallen—. ¿Van a trabajar en este caso juntos?

—Eso es correcto —sonrió Gino, guiñándole un ojo—. No te veía desde la pizzería, Kallen. Pasé varias veces y me entristeció no saludarte. ¿Quiere decir que te devolvieron tu licencia y nos veremos en la corte?

—No, acuérdate de que el abogado Gottwald representará a la defensa —interrumpió Anya apenas moviendo los labios—. Conque es el abogado Lamperouge. He oído muchísimo sobre usted. ¿Está aquí para robarle otro caso a su colega?

Gino le lanzó una mirada a su compañera, censurándola por esa pregunta indiscreta y su falta de tacto. Lelouch se rió entre dientes. Para nada ofendido. Se podría decir que había adquirido mucha práctica de las personas francas y directas con C.C. y Kallen, ulteriormente.

—Me siento halagado sabiendo que estuvo investigando sobre mí —dijo Lelouch, rascándose una ceja—. Debo parecerle curioso. Temo que es una mala actitud que tengo arraigada desde mi juventud. Me gusta apostar por casos grandes y, por fortuna, nunca he fallado cuando me decido poner las manos en un caso. No me detengo hasta hacerlo mío —confesó esbozando una sonrisa misteriosa.

Los ojos de Lelouch rodaron hacia donde estaba Kallen que al apercibir que la estaba mirando sintió su cuello enrojecerse. «¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué le decía eso a los fiscales?». La pelirroja se vio apremiada a involucrarse respondiendo a Anya, aunque se dirigía a ambos:

—No nos malentiendan. Solo estábamos de paso y, técnicamente, no es ilegal observar. Nos iremos enseguida para no molestarlos más.

—Nunca se me hubiera ocurrido si nos lo veo juntos, pero hacen una buena pareja.

—Es cierto. Un abogado exitoso y una abogada rompe culos forman un buen equipo. Lástima que la fiscal no esté a nuestra altura.

Kallen se marchó con cara de pocos amigos. No aguantaría en abalanzarse sobre el cuello de la fiscal con otra insinuación asquerosa como esa. Ya sus colegas la tachaban como una abogada antiética por agredir aquel juez. Los provocaría más si se ganaba la reputación de una mujer violenta. Lelouch le pisaba los talones, sigiloso.

—Me defendiste.

—No lances fuegos artificiales —bramó. Le daba la espalda, sin embargo, lo imaginaba con esa irritante sonrisa burlona—. Me cae mal la fiscal Alstreim. Lo dije para molestarla.

—Aun así, fue una contestación indeliberada —insistió—. Me parece que no me odias tanto como crees. Quién lo diría. Puedes ser una buena mentirosa, charlatana. Igual que yo.

—¡¿Acaso has visto mi corazón para saber lo que siento?! —voceó, parándose y encarándolo, lo que le dio oportunidad a él de alcanzarla. Él estaba por contestarle cuando sintió un pinchazo leve en el ojo izquierdo, lo cerró por acto instintivo—. ¿Qué tienes? —inquirió, recelosa, al ver cómo se sujetaba de la cabeza.

—No te preocupes. Es una migraña. Soy propenso a ellas.

—¿Ah, sí? ¿No es una invención?

Lelouch no tuvo necesidad de replicarle ni la discusión tuvo que desviarse a una desagradable o incómoda reyerta porque su celular repicó. Sin perder su centro de atención, lo sacó del bolsillo y verificó quien era. Era Suzaku.

—¿Sí?

¿Lelouch? ¡Hola! Soy Suzaku. ¿Estás desocupado?

—No realmente, aunque no estoy solo. Kallen está conmigo.

¡Pues mejor! Quiero invitarlos a comer en Pizza Hut. Kallen sabe dónde es. Me gustaría que aceptaras, hay algo que necesito consultarte —tartamudeó Suzaku enseguida de hacer una pausa, como si no supiera qué palabras usar.

—Bien. No veo por qué estaría mal ir —accedió Lelouch.

Grandioso. Nos vemos —dijo, antes de colgar.

—Bueno, hemos sido invitados a comer pizza —le anunció Lelouch a la pelirroja, guardando el celular—. Ojalá tengas hambre.

https://youtu.be/g9EK1ZqL-G8

Lelouch no había ido a una pizzería desde su adolescencia. ¿Razones? Aparte de la consabida absorción del trabajo, su falta de iniciativa. De cualquier forma, las continuaba ordenando a domicilio. La pizza era a lo mejor su comida rápida predilecta, sino la que más consumía. Él y Kallen fueron al establecimiento. En cuanto estacionó, bajaron y entraron. La concurrencia era moderada. Soplaba un delicioso olor a pizza desde la cocina. Era la hora de la merienda. Esparcieron la mirada alrededor. Suzaku no estaba, no obstante, distinguieron a C.C. sentada en una de las mesas circulares al fondo comiendo una pizza de pepperoni y anchoas. Lelouch se puso en camino hacia ella, automáticamente. C.C. les dedicó dos miradas fugaces sin dejar de comer.

—Tu pizza se ve deliciosa —observó Lelouch, conteniendo su irritación. C.C. asintió despreocupadamente—. ¿Cómo la compraste?

—Yo no, tú con tu tarjeta de débito —explicó, limpiándose el queso derretido y la salsa con la servilleta. Se cepilló las manos en los muslos y sacó una tarjeta azul de su bolso que estaba en el asiento adyacente. Lelouch se la arrancó—. Tú me la ofreciste. Haz memoria.

—Debo volver a cambiar el código de seguridad... —masculló, guardándosela en su cartera.

—Lo descubriría de nuevo o forzaría la caja.

—Al menos, asumo que hiciste tu trabajo —refunfuñó Lelouch.

—¿Te he fallado alguna vez? —repuso C.C. cogiendo otra porción.

Lelouch no llegó a contestarle porque Suzaku cruzó el umbral de la pizzería. Avistó a su amigo y a Kallen y se unió a ellos con relativa rapidez.

—¡Eh! ¡Lelouch! ¡Kallen! —exclamó—. Aquí estoy. Espero no haberme demorado.

—En absoluto. Justo acabábamos de venir —aclaró Lelouch. Suzaku sonrió, aliviado. Ojeó a Kallen y luego a C.C.—. Te presento a mi gerente de oficina. Ha estado trabajando conmigo desde que egresé de la universidad. Prefiere que la llamen C.C.

—¿C.C.? Es un nombre, eh, inusual. Encantado de conocerte —saludó, extendiéndole la mano cordialmente—. Soy Suzaku Kururugi.

C.C. miró a Suzaku con los ojos abiertos de par en par y luego se miró las manos. Comprobó cuál estaba más limpia y con esa se la estrechó con cierta incomodidad.

—Igual.

—¡Genial! Sentémonos juntos —propuso Suzaku.

Kallen se echó en el asiento al lado de C.C., lo cual dejó a Lelouch y Suzaku la única opción de sentarse lado a lado, delante de ellas. Les costó ponerse de acuerdo en la pizza que pedirían. O a alguno no le gustaba un condimento o le producía alergia. Al cabo, votaron por decisión unánime que lo mejor era ordenar dos pizzas familiares y unas sodas. Espontáneamente, sobre esa trivialidad giró la conversación. Comentaron de las variedades que habían probado, de las que les gustaría comer, de sus preferencias, de las pizzerías que habían ido y comparaban sus precios y los sabores de sus pizzas. Fue una discusión amigable y dinámica. Inclusive C.C., quien adoptaba una actitud taciturna en charlas de grupos más o menos grandes, participó. Se hizo un buen ambiente.

No bien, tan pronto como echaron mano a las pizzas y las sodas que les habían traído, se percataron de que se habían encerrado en una burbuja. En la televisión y en las mesas vecinas, Zero y sus Caballeros Negros (y los contundentes comunicados de los funcionarios de la ley) eran el tema en disputa. A sus oídos volaban fracciones discontinuas de los diálogos. Nadie pronunciaba una palabra en la mesa de Lelouch, Suzaku, Kallen y C.C. Nadie. En lo absoluto. Hasta que...

—¿Qué opinan de Zero?

...Suzaku tomó la determinación. A final de cuentas, para esto, había citado a Lelouch. Este levantó los ojos por unos segundos, pestañeó y los volvió a tener fijos en su plato. C.C. mordisqueaba la punta de su pizza haciendo de cuenta que la pregunta no era con ella, al término que el queso se le escurría por la barbilla. Viendo que la Lengua Viperina no iba a soltar ningún comentario ocurrente, sorprendentemente, Kallen intervino:

—¿Quieres la versión corta o extendida? —indagó—. Zero es lo mejor que a esta jodida ciudad le ha sucedido en años.

Kallen se engulló de un bocado la orilla de pan crocante. Suzaku la miró de hito en hito.

—Quizás. Encontró y encerró a esos criminales prácticamente solo, pero... —Suzaku apretó los labios. Reanudó con cautela tras una dudosa pausa— es ilegal meter a una persona en una caja y enviarla a la fiscalía. Eso es secuestro y encarcelamiento falso. No lo hace distinto de otros criminales que rompen un par de leyes una noche.

—No puedes comparar a Zero con otros criminales —gruñó Kallen—. Pudo matar a esos dos tipos y, en lugar de eso, los envió a la fiscalía para que fueran procesados por la justicia.

—Es verdad —concedió Suzaku una vez más—. Pero, para poner bajo arresto a una persona, necesitas una orden. No lo haces arbitrariamente. Tampoco ejerces la fuerza. Y Zero recurrió a la violencia para obtener una información.

—¡Un enmascarado que acomete a otros a diestra y siniestra como si fuera la justicia propia! ¡Debe ser un hombre arrogante! —profirió C.C, fingiendo escandalizarse.

Lelouch clavó su mirada penetrante en C.C. Como tenía el mentón enterrado en el cuello, el flequillo le hizo sombra, dotándole un aspecto siniestro. C.C. le guiñó un ojo con picardía. Le dio otro mordisco grande a su pizza. Kallen resopló.

—Bueno, todos los que estamos aquí estudiamos la ley de alguna u otra forma —manifestó paseando los ojos en los tres comensales. C.C. será una gerente de oficina, sin embargo, al trabajar con un abogado, tuvo que haber adquirido unas nociones básicas—. Eso lo tenemos claro. Pero tú no pretenderás que iban a invitarlo a tomar el té. Zero le habló a ese traficante en el lenguaje en el que los criminales entienden. Hizo lo necesario.

—El detalle radica en que sigue siendo ilegal —intercedió Lelouch suavemente—. Hacer lo necesario no siempre se ajusta al estándar de la ley.

—¡No! ¡¿Qué?! ¡¿Tú también?! —ladró Kallen.

—Y no justifica que le haya causado fracturas. Un criminal sigue siendo una persona y Zero violó sus derechos humanos —agregó Suzaku. Lelouch, por primera vez en el debate, lo miró de refilón. Sus ojos relampaguearon—. Me preocupa que los ciudadanos lo admiren, para ser honesto. Zero no es un ejemplo a seguir, es un lunático —enfatizó—. Aun si está de nuestro lado, castigar con violencia no resuelve nada.

—Quizás no tendríamos esta conversación ni Zero existiría a día de hoy si la justicia hubiera hecho lo que le corresponde —rumió Kallen, recostándose en el respaldo de su silla con rudeza.

—Kallen, la justicia sí actúa. Es lenta, pero llega. El sistema tampoco es perfecto, pero puede cambiar —aseguró Suzaku sin perder los estribos. Kallen bufó con incredulidad. Suzaku no hizo caso y prosiguió explicando su punto—: con el modus operandi de Zero, es indiscutible que todo sería más fácil y rápido como todos nosotros quisiéramos. Si no imponemos límites, el mundo actuaría como le diera la gana. Sería peor.

—¡¿Peor que ahora?! ¡¿Qué coño podría ser peor?! —espetó, frunciéndole el ceño—. Las desapariciones se duplican por semana, la delincuencia está desbordada y no se puede contar con los funcionarios públicos por el temor a la corrupción y la ley no hace nada. Allá afuera hay una persona que lo notó y se está manchando de mierda las manos por lo que es correcto —explicó. Los carrillos le temblaban de rabia—. Tus putas leyes y este mundo podrido fueron los que crearon a Zero.

En el transcurso de ese discurso fragoso y apasionado, C.C. vislumbró a Lelouch, que comía su pizza despacio. Había el asomo de una sonrisa triunfante en sus labios. C.C. hizo un mohín.

—Creo que esta discusión ha escalado a otro punto —dijo C.C. con gesto distraído—. ¿Son los límites necesarios o son interferencias? ¿Las leyes serían más eficientes si son amorales?

—Kallen —insistió Suzaku, aún manteniendo el tono razonable—. Entiendo tu disgusto y tu decepción. Yo te juro que el sistema judicial hace lo que puede...

—Hace lo que puede. Claro. También hizo todo lo que pudo por mi hermano —escupió. Su rostro se había transformado en una máscara imperturbable. La Kallen serena intimidaba más que la Kallen encolerizada—. Estoy cansada de ustedes tres. Me voy.

https://youtu.be/O3PYBJdNOAs

Ella apoyó las manos en la mesa y se levantó violentamente. La mesa se tambaleó. En ningún minuto, se avergonzó de pensar que le hubiera gustado que un justiciero enmascarado encontrara a su hermano y le propinara una paliza al causante de su desaparición. Cuando se fue, aún pensaba igual. C.C. se lamentó para sus adentros. Ahora comer sería incómodo. Echó una ojeada a Suzaku, que estaba visiblemente perturbado, y a Lelouch, cuya expresión era insondable. Intuyó lo que deseaban en ese momento, de manera que registró en su bolso en busca de su paquete de cigarros y un yesquero y anunció:

—Me voy a fumar que aquí lo prohíben.

Y se largó. Un poco más en intimidad, el pobre Suzaku suspiró con tristeza.

—No te preocupes. Kallen es impetuosa, pero no injusta. Sabe que tú no tienes la culpa —lo confortó Lelouch—. Se le pasará el enfado mañana y te tratará como siempre.

—Lo sé —susurró con voz apagada—. Pero tiene razón y tu gerente de oficina también —admitió—. La verdad es que yo la comprendo mejor de lo que supone. En este trabajo de fiscal, algunas veces he llegado a mi límite y me he planteado hacer lo mismo que Zero...

—¿Y? —preguntó Lelouch, ocultando su curiosidad, cuando Suzaku se quedó callado.

—Llego a la misma conclusión —contestó con cierta resignación—: no puedo. Si cruzo esa línea, jamás regresaré. Es por eso que no puedo dejar que alguien más lo haga y, afortunadamente, estoy en el deber —expresó Suzaku. Su amigo lo miró sin entender—. El fiscal Waldstein me asignó el caso de Zero —informó—. Era lo que quería decirte.

Lelouch sintió que su cuello se puso rígido.

—¿Vas a atrapar a Zero? —inquirió sin poder creérselo tampoco—. ¡Estoy seguro de que lo harás! No te deseo suerte porque eres un estupendo fiscal.

—Gracias, Lelouch —le sonrió Suzaku, poniéndole una mano en el hombro—. Eres un buen amigo. Me alegra saber que me entiendes.

Hacía alusión al reciente debate, pues Lelouch se había puesto de parte de su amigo fiscal. Claro que nosotros sabemos la verdad escrita en su corazón.

https://youtu.be/M7Ua4eaTqEU

Lelouch se presentó a tiempo en su casa para cenar con su hermana. La vez pasada no pudo comer con ella porque fue invitado a la mansión de los Britannia y era importante no perderse esa cena. Ese día saldría igualmente con Euphemia li Britannia, sin embargo, podía estar con Nunnally por un rato antes de acudir a su cita. Con el ritmo intenso del trabajo de oficina, ya no podían disfrutar tanto la compañía del otro como cuando era un estudiante, lo que conllevó a los hermanos aprender a apreciar cada momento. Además de que, de cuando en cuando, él podía mandar todo al carajo y fugarse con ella por una tarde en un plan familiar.

Otra cosa positiva era Sayoko. La mucama japonesa que había estado a su servicio desde que estuvieron al cuidado de los Ashford. Su prioridad era atender a los dos, pero se había inclinado por la joven Lamperouge por razones que el lector perfectamente puede concebir. Para Nunnally, Sayoko era un miembro de su pequeña y especial familia y él le estaba agradecido por su sinigual entrega. Entretanto estuviera ahí, podría estar tranquilo de que su hermanita estaba en buenas manos.

—Escuché en las noticias que demostraste la inocencia del vicepresidente de Britannia Corps —comentó Nunnally—. Me dijiste que trabajabas en un caso de acoso sexual. No me contaste los pormenores y no te pregunté porque no me sueles compartir esos datos...

—No deseaba incomodarte, perdona —murmuró Lelouch—. Sé que no debí implicarme en un caso concerniente a Britannia Corps. Esa empresa nos hizo mucho daño en el pasado. Pero me rehusaba a abandonar aquel hombre inocente a su suerte.

—Sé que, de los dos, yo parezco la que alberga mayores motivos para odiar a Britannia Corps —insinuó, descansando sus frágiles brazos en los de su silla de ruedas—, pero eso está lejos de la verdad. El rencor no produce nada bueno ni para el que lo cosecha ni donde lo siembra —sentenció—. No subestimes mi comprensión, querido hermano.

—No lo haré.

—En fin, me enorgullece de que hicieras lo correcto —le sonrió de oreja a oreja—. Hoy vas a salir con una mujer, ¿cierto?

—Sí.

—¡Uhm! —vaciló Nunnally—. Me sentiría más tranquila si salieras con una sola mujer cada cierto tiempo —indicó, sopesando el efecto de las frases que se iban formando en su cabecita hermosa—. No te lo tomes a mal. Respeto tu vida privada. Es que me he..., me he preguntado si no has pensado en casarte.

—No lo he pensado con seriedad —confesó.

A su hermana no le gustaba mentirle. Le decía la verdad..., siempre que podía.

—Yo sí. Sabes, me he atrevido a imaginar cómo sería tu pareja ideal —participó, sonriendo. Dejándose llevar por su imaginación la empezó a pintar para que su hermano la visualizara, con la vaga ilusión de que esa imagen se le grabara en su mente—. Creo que tendría que ser una mujer gentil, sincera, que te ame y se preocupe profundamente por ti ¡y con carácter para que te impida hacer locuras!

—¿Yo? ¿Locuras? —cuestionó Lelouch, gustosamente estupefacto.

—Perdóname que te lleve la contraria, hermanito. Cuando una idea se fija en tu cabeza, sea buena o mala, no hay dios que te la arranque. Moverías cielo y tierra hasta hacerla realidad.

—¡Ja, ja, ja! Qué bien me conoces.

—Es porque soy tu hermana —recalcó—. Como plus, ella sería guapa y, lo más importante, ¡te haría muy feliz! Dime, ¿no piensas igual?

—Nunnally —susurró Lelouch dulcificando la voz. Su silla se separó de la mesa sin hacer el menor ruido. El abogado hincó una rodilla y agarró sus manos entre las suyas con cariño—. Yo ya soy feliz. En serio. Tenemos por fin estabilidad económica, amo mi trabajo y tú estás conmigo. No necesito nadie más que a ti —le aseguró, besándole el dorso de su mano.

—Yo no te puedo dar la misma felicidad que una novia podría, lo sabes y sí, tienes esas cosas, pero ninguna se puede comparar a la calidez de una persona —explicó Nunnally—. Odiaría que planificaras tu vida en función de mí. No quiero que te estanques por mi culpa. ¡Eres demasiado generoso! Ese es el problema. Debes pensar un poco más en ti. Mereces ser feliz, ¿entiendes? —preguntó ligeramente inquieta. Era esencial que Lelouch comprendiera eso.

—¿Cuándo mi hermana se volvió tan madura? —sonrió Lelouch, acariciándole la cabeza con cariño—. Entiendo —afirmó—. Quizá no he pensado en casarme porque no he conocido a la mujer indicada. En cuanto lo haga, te la presentaré. Es una promesa —añadió, engarzando su meñique con el suyo.

https://youtu.be/0orAC_TwoK0

Lo cierto era que sí había considerado el matrimonio. Ya lo sabíamos. Así como también que esa mujer indicada era Euphemia li Britannia. Lelouch la recogió en su mansión en su coche, poco después de esa cena. Irían al teatro. No era un lugar común para una cita. Sin embargo, Euphemia encontraba elegante y especial su estilo anticuado como él reconocía humildemente. Para dos amantes del arte, además, esto era un regalo invaluable.

La función de la noche era la más llena. Lelouch obtuvo asientos en el palco para admirar la obra en su apartado técnico, visual e interpretativo. En todo su esplendor, pues. Sin que fueran sacados de su experiencia por vecinos molestos. Verían Macbeth. De nuevo, no era una pieza que alguien elegiría para mirar en pareja. El abogado decía que le gustaba leer a Shakespeare —cuando quería decir en realidad que era un gran fan de la obra del dramaturgo inglés— y esa era su tragedia favorita. Razón adicional para asistir juntos. No era para menos. Se sabía varios de los diálogos de los personajes. A veces, él se inclinaba sobre el oído de la dulce Euphie y se los recitaba arruinando su concentración con su aliento revolviéndole el pelo y soplándole el cuello, lo que le provocaba cosquillas.

¿Cómo tenía sentido que en sus ojos se asomara ese brillo glacial, siendo tan cálido?

Lelouch tenía sus expectativas bajas con respecto a la obra. En la contemporaneidad, no se podía representar bien a Macbeth. Era una obra concebida para inspirar miedo. Nadie tenía miedo a las brujas ni a fantasmas ni a la obscuridad. La tecnología destruyó esas pequeñas supersticiones. Aun así, tenía que destacar los efectos y el trabajo de iluminación, se veía que le metieron presupuesto a la obra, y las actuaciones a nivel general eran decentes, la de Lady Macbeth era excelsa —como tenía que serlo—. Euphemia sí llegó a asustarse algunas veces. No con lo sobrenatural, sino las escenas que involucraban los asesinatos de Banquo y al hijo de MacDuff. Las escenas que mostraban lo peor de los humanos, en suma. Lelouch observaba como ella enterraba las uñas en los brazos de su silla y su pecho subía y bajaba con rapidez. Le recordó a Nunnally cuando era niña. La solían aterrorizar los truenos y alimañas. Si estaba cerca de una pared o estaba sentada, se agazapaba y cerraba los ojos con mucha fuerza; entre tanto Lelouch se ocupaba del perverso animal. Las dos se veían igual de tiernas. Le tomó la mano creyendo que eso bastaba para hacerle saber que no estaba sola. Euphemia le agradeció su generoso gesto con una sonrisa apenada. Se resignó a permanecer ruborizada el resto de la noche. No podía luchar contra la fuerte atracción que sentía por el guapo abogado. Cuando la obra concluyó, salieron. No se apremiaron en subir al auto. Antes los invadió una necesidad de tomar aire. Macbeth era corta, pero intensa y se sentía eterna. Soplaba una brisa fresca esa noche, por suerte. Una vez que se sintieron listos, partieron a la mansión Britannia.

En el trayecto, naturalmente compartieron sus opiniones de la obra. Euphemia la había leído cuando era una adolescente. No recordaba ciertos eventos de la obra y se asombró tal cual la primera vez. A Lelouch le parecía maravilloso como Shakespeare conjugó inteligentemente los temas del poder, la ambición, la pesadilla y el tiempo en una historia bajo el telón de una espeluznante noche sempiterna tomada por criaturas de lo sobrenatural, si bien, lo apoteósico, en su opinión, de esa obra era que...

—Shakespeare explora de forma magistral la psique de un asesino. Macbeth es un personaje oscuro. Un tipo destinado a la tragedia —comentaba Lelouch sin quitar la vista al volante—. La ambición anidaba en su corazón desde antes. Las brujas y su esposa la estimulan. ¡Lady Macbeth es sublime! Uno de los mejores personajes escritos por Shakespeare. Su muerte era necesaria para que él cayera definitivamente. Representaba su parte racional. Me gusta ver a Macbeth como un barco y a su mujer como el timón que lo llevaba a puerto seguro. Un barco sin timón solo puede esperar estrellarse contra las rocas.

—Es verdad. Lady Macbeth siempre aparecía cuando Macbeth era abrumado por las dudas. Podía percibir en la expresión del actor cuán protegido se sentía Macbeth con ella. Era algo así como su escudo de batalla, a propósito de que es un guerrero —apuntó Euphemia, tímida—. Me pareció lindo que estuvieran enamorados el uno del otro. No eran cómplices, a secas —agregó—. Lo que verdaderamente amé de la obra fue que no demonizaron a Macbeth. Él era un asesino, pero, pese a todo, era un hombre. Y Shakespeare nos lo demuestra a través de sus constantes sufrimientos. Era consciente de lo que era y no podía cambiar. Le tuve compasión. Me atrevo a suponer que fue muy miserable transportando esa carga en sus hombros.

—Macbeth era un obsesivo compulsivo —explicó Lelouch, entreviendo en el retrovisor a su acompañante—. Mató al rey para hacerse con el poder. Si no seguía derramando más sangre, habría sido en vano todo lo que hizo. Incluso lo que padeció.

—Yo creo que sería incapaz de matar. No podría —musitó Euphemia, cabizbaja.

—Macbeth lo hizo porque era necesario para cumplir su propósito —afirmó Lelouch, volviendo a centrar su visión en el camino que tenía por delante—. Muchas personas en la vida real. A decir verdad, se puede matar por otras razones no premeditadas como, por ejemplo, defender a alguien...

https://youtu.be/L1L7KQdtR8o

Cuando Kallen se desmoronó frente a él, temió lo peor. Se abalanzó sobre su cuerpo que, por primera vez, le pareció vulnerable. Intentó mantenerla despierta. Le rogó que se quedara con él, no obstante, sus párpados le pesaban, le estaba costando tenerlos abiertos por más tiempo, y su herida manaba sangre profusamente. No sentía que podía sobrevivir a otro asesinato en la que tenía que verse obligado a mirar con una cruel y dolorosa pasividad. Su mente estaba dispersa, su corazón, en un puño y, entonces, se fijó en la pistola que estaba a un metro cerca de él y recobró el control de sí mismo, viniéndosele a la mente que aquello no había terminado: el perpetrador seguía ahí.

Todo se dio en un minuto.

Sabía en dónde poner los dedos y en dónde tirar. Oyó el disparo e imaginó al tipo caer. Todo antes de que sucediera. Divisó la sangre de Kallen en su chaqueta y se llenó de determinación. Fue horripilante. No por las extremidades contorsionadas o los trozos de sesos esparcidos por los alrededores o el charco de sangre que poco a poco fue pintando el pavimento. Fue por la descarga eléctrica que el impacto envió a sus sentidos, su corazón y su cabeza, revitalizándolos. Era casi aterrador cómo podía pensar con tanto cálculo y frialdad en un momento así. Con una diligencia mortífera, Lelouch ocultó el cuerpo, regresó con Kallen y revisó sus signos vitales descubriendo con alivio que su pulso latía. Era urgente conducirla a un hospital. Fue beneficioso que estuvieran incidentalmente en una universidad pública. A veces tenían sus propios hospitales. Se alivió más al enterarse que estaba fuera de peligro. ¡Había actuado a tiempo!

En la madrugada del día siguiente, volvió al lugar donde había puesto el cadáver, lo envolvió en la alfombra de su coche y lo introdujo en el maletero. Se deshizo de él echándolo por una alcantarilla. En el devenir de los días, a menudo, cuando hacía cualquier cosa, de la nada, se materializaba en su pensamiento las imágenes del cadáver arrastrado por la corriente de aguas negras. Su consciencia le haría mella con súbitas cavilaciones como: «él era un ser humano y tú eres ahora un asesino» que lo flagelaban con la dureza de un látigo. A lo que él respondía con el mismo frío que había hecho lo necesario para protegerse a sí mismo y a Kallen. Si no se hacía a la idea de que debía tomar decisiones difíciles no podría llevar a cabo sus objetivos.

Las palabras bonitas no cambiaban al mundo, las acciones que ellas propiciaban sí.

No podía juzgar sus acciones con base en la brújula moral. Los principios no comulgaban con el poder ni la venganza. Si su voluntad era fuerte, entonces se impondría a las situaciones y se aferraría a sus sentimientos para nunca olvidar de cuál era el propósito de su empresa ni su humanidad. De lo contrario, su guerra perdería su sentido. Aquel momento era de vida o de muerte, estaba a contrarreloj, debía elegir su vida o las de ellos, ¿y qué valía más? ¿Un matón despreciable o un par de abogados con razones para vivir? Su retórica lo turbó de sobremanera como jamás lo había hecho, aunque luego se quedó tranquilo.

El hipnotizador que se hipnotiza a sí mismo era capaz de lo que sea.

—Lo sé —musitó Euphemia, trayéndolo devuelta a donde estaban—. Pero no podría..., vivir con eso. Me resulta más sencillo sacrificar mi vida antes que la de los demás.

Euphemia se abrazó a sí misma. Lelouch sabía que el frío no era por el aire acondicionado.

—Eres valiente.

—¡Oh, yo no creo...!

—Se lo debes a tu desinterés —le sonrió Lelouch—. No todos están dispuestos a sacrificarse por otros. En cambio, hay gente que sí excedería las fronteras para cumplir sus metas.

—Sí, como Zero...

—Exacto. ¿Qué piensas de él?

No creía que infundiría sospechas si preguntaba inocentemente. Era de lo que estaba hablando todo el mundo. Podía alegar que fue instigado por la curiosidad, lo cual era cierto.

—Te diré lo mismo que le dije a Suzaku —lo previno Euphemia—. Es digno de admiración que un ciudadano común defienda a la justicia; pero si quisiera ayudar al resto de habitantes de Pendragón debe quitarse la máscara y unirse a los funcionarios electos que es trabajo de ellos —explicó, ladeando la cabeza hacia él. Lelouch le devolvió la mirada de refilón—. Zero es un héroe, de momento, porque atrapó a dos presuntos criminales. Si en una de esas noches de vigilancia muere, sería un mártir ¿y de qué serviría a la ciudad? De nada. Sería una tragedia más en la página de sucesos. No solo es ilegal, es peligroso. Por eso, existen las instituciones. Ellas son las que están capacitadas para proveer seguridad al pueblo. Y es su deber, además.

Lelouch soltó una carcajada seca, mientras se pellizcaba el puente de la nariz con dos dedos. Los ojos de la linda Euphemia se dilataron. Lo avizoró en silencio.

—Nunnally me dijo más o menos eso —confesó, sombrío—. Tú y ella se parecen mucho. A veces no puedo evitar pensar en ella cuando estoy contigo.

A pesar de que técnicamente no estaba aludiendo a Zero, sí dijo algo similar cuando se enteró que él y Kallen fueron «asaltados». Euphemia dejó escapar una risa de alivio, que era medio una risotada, medio aire.

—¡Ah! Me cuentas tanto de tu hermana que me gustaría algún día hablar con ella. Lamento que no me sonara su nombre cuando me la mencionaste la primera vez. Estoy segura de que es una persona adorable.

—Lo es —coincidió Lelouch con una sonrisa tan dolorosa que tenía que ser auténtica—. Ese día llegará. La adorarás, como ella a ti —afirmó—. ¿Suzaku y tú continúan viéndose?

—Sí, somos buenos amigos —contestó Euphemia con voz trémula—. Papá lo invitó a nuestro laboratorio de ingeniería robótica. Creo que está interesado en hacer buenas migas con él —agregó cambiando de tema para evitar una situación incómoda.

—¿Suzaku aceptó?

—Dudó al principio, pero lo hizo. Conseguí convencerlo.

«Ella consiguió convencerlo». Esas palabras cifraban un segundo significado que solamente el joven abogado era capaz de interpretar. El hilo de la conversación se desvió en temas más superficiales. Lelouch le preguntó por la mucama que lo había cortado por accidente. Le dijo que le gustaría aclararle que no sentía rencor contra ella. Euphemia respondió que había sido despedida. Él lo lamentó. Aun cuando ella le indicó que no fue su culpa, se sentía tan apenado que prometió darle el número de la empresa que contrató a Sayoko, la fiel sirvienta que había resultado un regalo del cielo, para que los contactara y contratara un reemplazo. Euphemia se lo agradeció. Así fueron sus interacciones hasta que el auto se detuvo enfrente de su casa. 

https://youtu.be/okrGjoLmglg

El viaje de retorno fue menos largo de lo que había presupuesto que sería. Lelouch salió y le abrió la puerta. Este era el punto crucial de la cita. Dependiendo de la decisión que optara Euphemia, lo demás estaba hecho. Si ella lo despedía en el acto eran amigos. Si le pedía que entrara eran amantes. Leyó en su expresión incierta el dilema. Estaba más distante que en otras ocasiones. Lelouch decidió dar el primer paso. La besó despacio. Euphemia le correspondió con timidez. Todavía ausente. Él colocó su mano en la parte baja de su espalda acercándola paulatinamente hacia él. Sus labios se deslizaron por la línea de su mandíbula, la oreja y luego en su bonito y largo cuello de cisne. Repartió besos por la zona. Ella le pasó la mano por el cabello y besó su cabeza. Volvió a buscar sus labios y se cruzó con sus ojos que lo miraban con una dulzura indecible. Lelouch sintió que el estómago se le revolvía. No era lujuria ni miedo ni vergüenza, era otro sentimiento que no entendía del todo. Lo ignoró. Flaquear sería, en este preciso instante, imperdonable. Vio la chispa de su amor reverberando desde lo más hondo de su corazón. La decisión estaba tomada.

Euphemia le abrió las puertas de su hogar y de su habitación. Comenzó como un beso suave y apacible. Con el cuidado que se le tiene a las muñecas la fue despojando de su ropa mientras pastoreaba sus párpados, sus mejillas, sus labios, sus orejas, su cuello y sus hombros con su boca. La notó un poco rígida; por lo que trabajó en relajarla con sus caricias y besos. Lelouch tenía la correa tensada en su mano. Tanto literal como metafóricamente hablando. Euphemia se había entregado a su completa disposición. Una a una las prendas iban cayendo. La blusa, el sujetador, la correa, el pantalón. La mujer sentía escalofríos de placer en cascada a través de su cuerpo, a medida que sus labios iban encendiendo rosas de pasión al bajar más y más. Estaban tan helados que le arrancó más de una exhalación. Por último, le quitó sus bragas de un tirón usando los pulgares. Con una nueva determinación, mucho más audaz, presionó sus labios y ancló sus dedos en la parte posterior de su cuello. Ella lo abrazó, amorosa. Lelouch la fue acorralando hasta llevarla de espaldas delante de la cama.

Desnuda, delicadamente la empujó sobre las frías sábanas. Se desvistió con las manos temblorosas. Con una torpeza que había perdido años atrás. Se extrañó. Buscó en el bolsillo de su pantalón su cartera y sacó un preservativo. Ella intentó asomarse. Quería regodearse en la belleza de su cuerpo de mármol y admirar sus proporciones. Había inclinado sus hombros, cuando de golpe Lelouch situó su boca entre sus piernas. Ella gimoteó pasando del placer a la vergüenza y viceversa. Se agarró de las sábanas al sentir su lengua bailotear con sensualidad por sus labios, masajeando su clítoris, invocando rituales de aullidos de éxtasis a la luna.

Nada más las sábanas se humedecieron, como un felino al acecho de su presa gateó sobre su cuerpo. Euphemia intentó acariciar los pliegues de sus músculos. Él apresó sus muñecas y se las plantó en ambos lados de la cabeza con rudeza. No la iba a dejar verlo ni tocarlo. Tampoco quiso verla.

A Lelouch siempre le dio sensación de que era el tipo de mujer que le gustaba los romances dulces y cálidos; por lo tanto, había pensado en procurarle eso su primera noche juntos. Casi como una «segunda primera vez». Total, las mujeres, por naturaleza, buscaban un amor idílico en el primer tramo de una relación. Ese era el plan. Hasta que todo cambió.

Lelouch paseó su lengua fría por su vientre y ombligo haciendo gala de su experiencia. Supo que iba por el buen camino al sentirla retorcerse bajo su cuerpo. El acto que había empezado sentimental y dulce se acercaba a un clímax desenfrenado y vertiginoso. En la cama, Lelouch era perfectamente capaz de desconectar su mente fría de su cuerpo ardiente. De manera que, en tanto sus manos estaban ocupadas; en su cabeza, se preguntaba qué coño pasaba consigo. Fue entonces que cayó en cuenta de que estaba siendo dominado por unas ganas locas de que todo acabara. La epifanía vino cuando sus músculos se abotagaron.

Esta era la oportunidad para retroceder. Ella entendería. Pero si eso hacía echaría todo por la borda, ¿acaso haría eso cada vez que dudara? ¡En lo mínimo! En su mente circulaba el recuerdo de la noche en que decidió matar aquel hombre.

Euphemia andaba a la cacería de sus ojos. Necesitaba mirarlo, aunque sea una vez, antes del ansiado final. Lo que no iba a suceder. Tampoco se lo permitiría. Sencillamente, él no podría. Arruinaría todos sus esfuerzos. Cogió el preservativo donde lo había dejado, se lo puso, atacó su cuello con sus labios, afianzó el agarre de sus muñecas que no había liberado para nada e irrumpió de lleno en la oscuridad honda de su cuerpo. Euphemia liberó un alarido inaudible de sorpresa y gozo. Automáticamente, sus muslos se crisparon. Los jadeos se acentuaron por cada movimiento de sus caderas. Envuelta en sus brazos, Euphemia se convirtió en agua y él bebió de ella a través de su saliva, su aliento y sus poros, en tanto se sumergía en sus paredes. Su orgasmo llegó sin gritos, en silencio, tal cual las olas que chocaban contra las rocas en la madrugada.

Para Lelouch, fue mucho mejor.

Ninguno lo dijo, pero ambos sabían que aquello no fue como lo esperaban.

https://youtu.be/dxkjx0-A1dw

Para cuando ya había acabado, curiosamente, los dos pensaban en la misma persona. No se trataba ni del uno ni del otro.

Euphemia se arropaba hasta los pechos con las sábanas. Con gesto contrariado, observaba el hermoso panorama de la luna que su balcón le ofrecía. ¿Por qué sentía que había cometido la peor de las traiciones? ¿Por qué no pensó en él siquiera una vez? ¿Por qué no podía admitir libremente que había disfrutado esa noche? ¿Y por qué Lelouch se mostraba tan apartado con ella? ¿Había hecho algo mal?

Lelouch miraba la nada en la oscuridad. Sus facciones estaban endurecidas. Sus ojos, fríos. Su semblante era una máscara inescrutable. Esa tarde, Suzaku le dijo que era un buen amigo y, más tarde, esa misma noche, se había acostado con la mujer que le gustaba sin pensárselo dos veces. Bueno, no realmente. Si pretendía casarse con Euphie, no podía repetir los errores de esa noche. A juzgar por su carácter, creería que el problema vendría de ella. Divagando en eso, Lelouch la volteó hacia él y besó su frente con amor, huyendo así de sus ojos. Un temblor frío le atravesó el cuerpo cuando sintió el dedo de Euphemia acariciarle.

—¿Qué es esto?

Se refería a una mancha oscura que tenía en medio de las clavículas. Su forma era vagamente similar a un ave alzando las alas en pleno vuelo. O a eso siempre le recordaba.

—Es una marca de nacimiento.

Sintiendo que el silencio de la habitación los aplastaba, él soltó aquello que estaba mordiendo las esquinas de su consciencia:

—¿Te arrepientes de haber estado conmigo? —murmuró, ya lamentándose de preguntar.

—No —gimió.

A Euphemia se le cerraron los ojos. Apoyó su cabeza en su pecho. Sollozó. Transido de dolor, Lelouch la estrechó entre sus brazos. Confortándola.

Si en una cosa estaban de acuerdo Lelouch y Euphemia era que no aguantaban las ansias de ducharse y empezar a sacarse toda la suciedad que traían encima.

N/A: 

Hoy tenemos dos memes :v


¡Hasta aquí llega el capítulo ocho! Junto a los dos capítulos finales,son mis favoritos de esta parte. Me parece que este capítulo es un epítome delo que trae el fanfic: violencia, relaciones entrañables, acción sangrienta,intrigas, manipulaciones, mentiras, diálogos de puta madre, frases memorables y se nos coló una escena erótica (advertí que este fic era para maduritos).Llevaba tiempo que no escribía una, temía que mis habilidades se quedaran ortodoxas,pero ha resultado bien tratándose de una escena que es incómoda. La escribí bastante suave y hasta cierto punto poética. Como a mí me gusta. Hay otros temas más hardcore que todavía no hemos tocado, pero ya van comprendiendo por qué el fanfic tiene esta etiqueta. Bueno, creo que lo más esperado en este capítulo era Zero. En la serie, Zero es un terrorista, el líder de la facción rebelde más importante contra el Sacro Imperio de Britannia y posteriormente un político, a lo V de Vendetta; en esta novela, Zero es un vigilante enmascarado,a lo Batman (aunque preferiría compararlo con Daredevil porque, haciendo de lado que Matt Murdock y Lelouch tienen en común que son abogados que vivieron una tragedia en su infancia que les cambió la vida por completo, comparten los métodos violentos y están insertados en una ciudad sórdida; tal como dijo Kallen, Zero es un hijo de Pendragón). 

La idea me surgió porque en los primeros episodios de la serie, cuando Zero estaba tratándose de ganar el apoyo y la admiración de la gente, Zero hacía las cosas propias de los vigilantes enmascarados que estoy mencionando, es decir, tomar justicia con sus puños. Más adelante, en R2, vemos que Lelouch sigue con su doble vida: entretanto, resuelve asuntos políticos como Zero; como estudiante, vemos que está saliendo con muchas chicas. Más allá de que sea por el lío en que Sayoko lo metió, me parece que es una buena fachada que hace tributo a los héroes cuya vida en sociedad es radicalmente diferente a su vida nocturna. Diego de la Vega, Bruce Wayne y agregaré Lee Yoon Sung eran ricachones, playboys e «inútiles», ¿no? Vamos a ver si Suzaku quiere jugar al papel de Comisionado Gordon. Por ahora, parece que Suzaku quiere atraparlo..., como en la serie.

La vez pasada olvidé dejar preguntas. Creía que nadie las tomaba en cuenta, pero veo que sí hicieron falta. Así que aquí van: ¿qué fue lo que más disfrutaron del capítulo? ¿Qué es lo que más esperan del siguiente? ¿Qué opinan de la introducción de Zero y de los Caballeros Negros? ¿Esperan un juego de gato y ratón entre Lelouch y Suzaku que hará que Light y L se avergüencen del suyo? ¿Creen que Bartley Aspirius firmará con Lelouch y Kallen? ¿Creen que Bartley Aspirius es inocente como dice? ¿Para qué creen que el presidente Charles invitó a Suzaku? ¿Qué estará tramando C.C. con Mao? ¿Qué especulan que pasará con nuestro triángulo amoroso luego del final del capítulo? ¿Son Team Lelouch o Team Suzaku? ¿Cuál será el pecado al que se refiere el título del capítulo?

 Déjenme saber en los comentarios eso y más.

Sin más, ¡Lelouch vi Britannia les ordena votar y comentar este capítulo! Este será la última actualización del año. Nos veremos el 4 de enero para celebrar el año nuevo. Así que les deseo una feliz navidad y un próspero año nuevo 2021. ¡Se me cuidan, queridos! Se les quiere y se les respeta.

Nos leemos en el noveno capítulo: «Hermano».


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