Capítulo 7: Escuadrón Zero

«Todos tienen un punto débil». Le había dicho a Kallen. El de Nina era Lloyd. Lelouch estaba recordando su carita roja y sus ojos hinchados y acuosos detrás de sus enormes gafas. Suzaku tenía razón. Charles zi Britannia era el autor de la desgracia que le sobrevino al Sr. Kirihara. Como fuera, nada de eso importaba. Charles sacrificó a su peón para proteger a su rey. ¿Cuál era el punto débil del presidente de Britannia Corps? Su empresa. Si creía en su lema tanto como presumía cada vez que lo recitaba, ¿le dolería lo que le sucediera a su familia? Cuanto más poder acumulaban los hombres, más tenían que perder; lo que los obligaba a ser el doble de cautelosos y a moverse metódicamente. Aprendían a ser pacientes y a fabricar su suerte. Al igual que el rey en el ajedrez y, ciertamente, esto se sentía como una partida llevada a una escala real.

Lelouch estaba en su despacho jugando al ajedrez. Bueno, más que jugar, estaba estudiando sus jugadas. De repente, se distrajo meditando en los acontecimientos del día. Luego, se puso a admirar una pequeña caja negra que tenía guardada en el primer cajón de su escritorio. En su interior había un hermoso anillo que perteneció originalmente a su madre.

—Cuando seas mayor, este anillo será tuyo y se lo darás a la mujer que ames —decía mientras le alborotaba el pelo. No le gustaba que lo hiciera ya que tenía que peinarse otra vez. No imaginó que extrañaría ese gesto—. Te enamorarás de una mujer tan profundamente que querrás compartir con ella cada día de tu vida y se lo dirás con este anillo. Algún día.

Era de montadura de plata, sólida, delgada y brillante. Un diminuto diamante sobresalía. Era bonito. Lelouch pensaba entregárselo a Euphemia. De esta forma, podría dárselo a una mujer como quería su madre y complacería a Nunnally, quien estaba alentándolo a comprometerse. Pronto cumpliría treinta años. Era convencional que un hombre a esa edad formara una familia contrayendo nupcias. No suponía un obstáculo para sus planes.

Entretanto estaba perdido en sus pensamientos, irrumpió Tamaki. Esparció la mirada por el perímetro como si tratara de orientarse. La oficina de Lelouch era prácticamente igual a cualquier despacho fino y oscuro de un abogado, de no ser porque tenía un tablero de ajedrez y una enorme maqueta de un castillo en un rincón. Saltaba a la vista que este era el lugar donde él solía pasar más tiempo.

—¡Compadre, te tengo las entradas que me pediste! —exclamó, observando el castillo. Hipnotizado, se acercó para examinar los detalles—. ¿Cuánto te llevó armarlo?

—Ten cuidado. Es muy delicado —advirtió Lelouch con suavidad, uniéndosele—. Sabes, existe una historia a propósito de este castillo —contó—. ¿Ves el caballero que está en la puerta? Él quiere hacerse con el castillo, pero, para eso, tiene que entrar, solo que el rey no se lo permitirá —dijo señalando a la figura del rey que reconoció por su corona de cartón. Estaba resguardada en los muros de la infraestructura—. ¿Se te ocurre una forma para que pueda hacerlo?

Tamaki volvió a mirar con más atención la maqueta en busca de alguna pista. A su vez que se estrujaba los sesos, su mano cobró vida propia y se escabulló por la abertura de su camisa negra. Se rascó. Sino fuera por tres pelos que sobresalían de su pecho, sería lampiño. No podía negar su raza. En las afueras del castillo, no vio nada que pudiera ayudar al caballero negro montado en su corcel. Nada más estaba él, el rey y otra figura en la torre norte del castillo que parecía saludar al caballero agitando un pañuelo.

—Pues no hay infantería ni árboles con que pudiera forzar la entrada, está la princesa... ¡Oh! —Tamaki tronó los dedos—. ¡El caballero tiene que seducir y casarse con ella!

—Correcto, Tamaki —aprobó Lelouch—. Te has vuelto más observador.

—¡Tks! Estoy aprendiendo del mejor. Seguro que lo logra y reinan justamente.

—No, el caballero no quiere el castillo para gobernarlo —replicó Lelouch—; lo quiere para destruirlo desde adentro —lo corrigió en tono ominoso, al término que sus labios se doblaban en una fría sonrisa. Al segundo siguiente, su expresión volvía a ser igual de simpática—. ¿Qué me trajiste?

—¡Esto! —él sacó de los bolsillos de sus jeans unas entradas. Lelouch las cogió, les echó un vistazo y las guardó en su chaqueta—. Oye, ¿dónde están C.C. y Kallen?

—No tengo ni la menor idea dónde está C.C. A Kallen la despaché temprano. No comprende que debe descansar en su casa. Es testaruda —resopló Lelouch.

—A todas las mujeres les gusta hacerse las difíciles. No deberías tener problemas, compadre. Las vuelves loquitas —dijo Tamaki, propinándole un codazo amistoso en las costillas. Lelouch contuvo un gemido—. Caliéntale algo en el oído y ablandarás su carácter.

Lelouch torció su sonrisa. Kallen probablemente lo golpearía en la nariz si intentara seducirla.

—Tal vez. Kallen es impredecible. Es un poco difícil adivinar sus acciones. Su carácter y sus razones no siempre congenian —admitió. Lelouch fue hasta su escritorio y cogió la caja para guardarla bajo llave.

—¿Qué es eso? ¿Un anillo de compromiso?

—Sí, era de mi madre.

—Tu padre se lo dio, ¿no? Jamás has hablado de él. ¿Cómo era?

La sonrisa de Lelouch desapareció. No tenía ganas de hablar de su padre con Tamaki.

—Porque no hay nada qué decir de él —repuso, brusco—. Voy a cerrar la oficina. Ven.

Aun cuando le hubiera encantado que su jefe se abriera un poco más, conocía ese tono. Estaba cerrado el asunto. Asintió sin mucho ánimo y lo siguió fuera.

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Jeremiah llegó al bufete. Saludó con cordialidad a su secretaria y penetró en su oficina. Acababa de regresar del tribunal. Sobre la mesa del escritorio, estaba sentada una figura menuda con las piernas cruzadas que estaba fumando. Vestía una camiseta blanca ligera abotonada hasta el cuello, una falda roja plisada, un abrigo de lana negro azabache y zapatos con plataforma. Jeremiah pegó un respingo.

—¡C.C.! —exclamó.

—Iba a preguntarte cómo estabas, pero cambiaré mi pregunta: ¿aún sigues solo que te alegras tanto de verme? —preguntó, picarona.

El abogado Gottwald le sonrió. C.C. exhaló humo por la habitación, devolviéndole el gesto con aire de complicidad. Aunque habían pasado dos años desde la última vez que se vieron, los recuerdos se conservaban frescos. Entonces, ambos estaban en un motel, el cuarto apestaba a alcohol y cigarrillos para cubrir el olor a moho y tenían menos ropa. Fue una de las pláticas más interesantes que había tenido. Le había cambiado la vida tanto para bien como para mal.

—Me alegro de verte. No por eso, sino porque te he echado de menos —confirmó. Avanzó hacia ella—. ¿Cómo entraste sin que mi secretaria te viera? ¿Cuándo llegaste a la ciudad?

—Quieto ahí —dijo C.C., deteniéndolo con la punta de su tacón—. Solo acepto una pregunta a la vez.

—De acuerdo —se rindió el abogado—. ¿A qué se debe esta visita sorpresa?

—¿No es obvio? Para decirte que estoy aquí y para recordarte que tenemos un contrato.

—No lo he olvidado. ¡Aj! ¡Maldita sea! —Jeremiah chasqueó la lengua y se dio un golpecito entre los ojos—. No he sido un buen anfitrión. ¿Quieres que te sirva algo?

—Con tal de que sea licor, me viene bien.

Jeremiah asintió. Se dio la media vuelta y se fue hacia un armario de madera. Sacó su llavero y abrió el candado que aseguraba la puerta. Adentro había dos estantes repletos de licoreras. C.C. se rió. Si bien, tenía ganas de quemar su garganta con licor, lo decía en modo de broma. No se imaginaba que tuviera de verdad una licorera. Jeremiah se agachó y abrió una pequeña doble puerta corredora que guardaba todas las copas. Eligió dos y sacó un whiskey. Los puso al lado y empezó a servir.

—Supongo que si has venido a verme ya te reuniste con él. ¿Te ha dado nuevas órdenes?

—Lo mismo de siempre —respondió secamente—. Mejor así: si las misiones que ambos me asignan se alinean, puedo llevarlas a cabo sin que ninguno sospeche.

—¿Cómo ves a Lelouch? —inquirió, entregándole su copa.

—Es inteligente, de eso no hay duda; pero es arrogante. Debe ir con cuidado. Si sobreestima sus habilidades, lo matarán y si las subestima, no podrá ejecutar su venganza. —C.C. apoyó el borde la copa en sus finos labios cetrinos y sorbió un poco. Ladeó la cabeza—. Schneizel y el presidente Charles son definitivamente más listos. Para vencerlos, debe hacerse más listo que ellos.

—La eterna pregunta del millón —suspiró el abogado Gottwald—. ¿Crees que está preparado para lo que le espera?

—No —respondió evitando cruzar una mirada. Una sonrisa enigmática vagó por sus labios—. Bueno, en su defensa, nadie lo estaría —se apremió en agregar.

—¿Tiene un plan?

—Lo tiene. Es bueno. Lástima que no le servirá.

—No me vas a contar, ¿o sí?

Conocía la respuesta a esa pregunta por anticipado. Pudo preguntar cualquier otra cosa. Aun así, tenía que intentarlo. C.C. no podía culparlo por eso.

—¿Estás loco? Soy leal a Lelouch —gruñó C.C., poniendo una mueca. Jeremiah percibió un matiz en su voz pastosa, ¿ironía o hincapié? C.C. solía alternar la mentira con la verdad que era difícil determinar cuándo bromeaba o era franca—. Afortunadamente, yo sí tengo un plan y tú me ayudarás.

—Así lo haré —confirmó—. Firmamos un contrato. Mi firma es mi ley más sagrada.

—Un hombre con honor. Resulta gracioso que venga de ti, el hombre que arruinó su ética de abogado por órdenes de su jefe. En mi opinión, los abogados deberían ser independientes.

—Bueno, ¿de qué sirve un lacayo si no es para hacer el trabajo que su amo no puede? Tarde o temprano, tendrás que ensuciarte por Lelouch. ¿Estás preparada para eso?

—Yo ya estaba sucia antes de toparme con Lelouch —replicó C.C., huraña.

—Cargar tus propios pecados no es lo mismo que cargar los de otros —difirió, sutil.

—¿No lo es? Si tú cargas los pecados del presidente Charles y Schneizel, fue por tu decisión. Tenías otras opciones.

—La muerte —convino el abogado Gottwald tras dar un sorbo a su whiskey. El trago le sentó pesado. Se restregó el cuello.

—¿Le temes?

—¿Tú no?

La sonrisa de la mujer se amplió. Dejó su copa en el escritorio y se arremangó la manga de su mano derecha. Tenía unas cicatrices irregulares, largas y abultadas que le recorrían desde la muñeca hasta la mitad del antebrazo. Le recordó las imágenes de los cañones que salían en las revistas de ciencia. Conque por eso usaba camisas mangas largas o abrigos gruesos. C.C. no parecía cohibida por mostrárselas.

—He coqueteado con la muerte mucho más de lo que te imaginas. Cinco veces me han tratado de matar y otras cinco yo he intentado suicidarme. Eso resume mi vida entera. La muerte no quiere nada conmigo —musitó y se bajó la manga con parsimonia—, así que me resigné a vivir.

Su voz se escuchaba lejana, como si no estuviera realmente allí, en ese despacho, en ese día. C.C. cogió la copa y bebió. Jeremiah la acompañó en silencio. Era mejor que cualquier otra cosa que pudiera decirle. Y, con franqueza, no sabía qué responder. C.C. no esperaba que lo hiciera. Podía comprenderlo y prefería que bebiera sin decir nada. Iban a necesitar más que una copa para seguir hablando.


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Lelouch paseaba libremente por el estudio de la mansión Britannia. El presidente Schneizel lo había convocado. La sirvienta le indicó que esperara entretanto. Para matar el tiempo, se puso a estudiar la estancia. Era una habitación de lujo, cuadrada y sin ventanas. En las dos paredes laterales se alzaban dos altas bibliotecas abarrotadas de libros. En la pared al frente de la puerta estaba el escritorio, una mesa de madera, sobre la que había una computadora y un papeleo. Los sofás eran de cuero. El crepitar del fuego de la chimenea era relajante. Mejor que el canto de los pájaros. El famoso reloj de arena de la maldición de los Britannia estaba en la repisa de esta. Lucía ordinario e inofensivo. La mayoría de las cosas peligrosas tenían ese aspecto. De repente, sintió que era espiado. No por Schneizel. Los ojos que lo acechaban pertenecían al joven Charles zi Britannia de la pintura detrás de él. Euphemia le dijo que era una tradición que los Britannia se hicieran un lugar en los muros de la mansión. Su pelo era del color arena. Su expresión era severa y cruel. No debía exceder los cuarenta años. En el estudio había otra cosa que llamaba también su atención: un tablero de ajedrez como el que tenía en su oficina en la mesita de vidrio central. Ojeó la partida. Ningún rey había sido capturado. Dado que no iban a acabarla y era incapaz de resistirse al juego, movió una de las piezas negras.

—Lamento la demora —susurró la voz aterciopelada del presidente Schneizel—. Se entretuvo en mi ausencia, ¿es jugador de ajedrez? —indagó posando sus ojos almendrados en el tablero.

—Solía serlo en mi adolescencia. Actualmente, solo cuando tengo ratos libres, ¿y usted?

—Aprendí a jugar para pasar algo de tiempo con mi padre —respondió sonriente el empresario. Se aproximó y cogió la pieza del Rey Blanco—. ¿Jugamos?

Lelouch parpadeó. Confundido. No lo había llamado para jugar al ajedrez, ¿o sí?

—Claro, con una condición: las piezas negras son mías —señaló devolviéndole la sonrisa.

El presidente Schneizel no presentó ninguna objeción. Eligieron dos sillas y las acomodaron una frente a otra. El blanco siempre movía primero, por lo que el anfitrión continuó la partida colocando su peón a la posición 4-D y cedió el turno a su contrincante...

—¿El rey? —observó el presidente Schneizel enarcando las cejas.

—Si un rey no se mueve, sus súbditos jamás lo seguirán —explicó, encogiéndose de hombros.

Su rival realizó un movimiento distraído con la cabeza a modo de expresar su conformidad y contraatacó. ¿Cuál era el objetivo? ¿Quería someter a prueba sus capacidades estratégicas? Independientemente de la respuesta, Lelouch tenía intenciones de tomarse en serio este juego. La partida fue desarrollándose bajo la atenta mirada de algunos sirvientes. Apuntó que no jugaba desde hace varios años y tenían curiosidad por verlo jugar. Lelouch dijo que no le molestaba que tuvieran público. La apertura de Lelouch había sido agresiva. El presidente Schneizel mentiría si afirmara que estaba sorprendido. Tal cual había supuesto, utilizó la táctica ofensiva. Pocas veces se había defendido. Aunque eso pudo deberse porque apenas había atacado. Lelouch estaba en su elemento. Mandó a traer vino. Esto podría durar más de lo que había previsto. Lelouch, asimismo, debía admitir que no había enfrentado un oponente como el presidente Schneizel. Esquivó inteligentemente las trampas que le había tendido. Trampas que cualquier novato hubiera caído. Debajo de la fachada ingenua del presidente se escondía un gran jugador. Lelouch se vio en la disyuntiva de elegir entre la siciliana abierta o cerrada cuando el presidente hizo el enroque. Unió sus manos en su nuca descubriéndose frustrado y exhaló hondo. Luego miró a su rival. En sus ojos no había duda ni debilidad. Solo diversión y certeza como si ya hubiera leído aquella partida en un libro. Por supuesto, las habilidades de Lelouch no estaban para nada oxidadas como quería hacer creer. Ambos habían mentido descaradamente y lo sabían.

—¿Se visualiza a usted mismo como el rey?

Schneizel dejó caer esa pregunta después de saborearla en su boca.

—El rey representa al ajedrecista en el tablero. Puede que carezca de habilidades especiales, pero es el comandante del campo de batalla. Por algo es el más importante —contestó sin más y eligió la siciliana cerrada.

—Es cierto. La batalla está perdida automáticamente cuando lo atrapan —asintió y se inclinó sobre el tablero para llevar a cabo su movimiento. Parecía que había sido todo, pero entonces dijo—: según usted, ¿qué es mejor? ¿Un comandante cobarde cuyas estrategias son buenas o un comandante valiente cuyas estrategias son malas?

—Aunque parezca que el comandante cobarde y estratega tiene ventaja, los dos son igual de inútiles —replicó Lelouch con un suspiro.

No le agradaba el presidente. Sus modales, su sonrisa, sus palabras se sentían practicadas, antinaturales, acartonadas. No solo sus tratos eran un artificio. Él era un artificio. Añoraba que la partida terminase. Era su turno de jugar...

—Estoy de acuerdo. Me gusta cómo piensa, abogado —confesó—. En poco tiempo, usted se ha convertido en alguien muy querido e importante en la vida de mi hermana, Euphemia. No se lo imagina, sin embargo, antes de que la conociera, Euphie se encontraba apagada. Temía que no veríamos más su dulce sonrisa hasta que usted entró a su vida. Tiene que ser un buen hombre para hacer tal milagro y yo no puedo ofrecerle más que mi sincera amistad —declaró con un dejo de agradecimiento. Lelouch fijó sus pupilas en él, a la expectativa. El presidente le mantuvo la mirada por unos segundos hasta que la bajó y puso al Rey Blanco delante del suyo. Lelouch contempló la jugada con ojos desorbitados—. Jaque —anunció con una sonrisa. Su oponente vaciló. El presidente no tenía ninguna prisa. Tenía más que añadir—: está demás decir que defendió a nuestro vicepresidente Kirihara y ganó. Necesitamos a abogados como usted. Muchos de sus colegas en la corte lloran por la injusticia o se ponen de pie y le gritan al juez y los infractores que están haciendo algo mal. En Pendragón, día tras día, quebrantan la ley y nadie se atreve a decirlo. Usted no es así. Es por eso que me gustaría proponerle que se uniera a nuestra firma de abogados, ¿aceptaría?

¿Cómo tenía la desfachatez de decir tales cosas con una sonrisa afable cuando acababa de hacer un movimiento ilegal en sus narices? Un jugador sabía que su rey no podía estar cerca de una pieza del antagonista, aun cuando eso lo llevara a un paso del otro rey: era un suicidio. Incluso un ajedrecista novato calificaría a Schneizel como un táctico incompetente. Lelouch podía oír cómo algunos de los espectadores contenían el aliento. Pero siendo una jugada tan mala solo podía significar que fue hecha deliberadamente. Él no estaba jugando para ganar, sino para demostrarle cuán confiado está de sí mismo. Antes lo invitó a jugar tendiéndole la pieza del Rey Blanco y luego le preguntó si se identificaba con el rey. No fueron preguntas al azar. Estaban trazando una ruta. Era lógico que se consideraba como el Rey Blanco. Que lo contraatacara con su propia pieza indicaba que estaba dispuesto a sacrificarse a sí mismo y a su reino para sus fines. Básicamente, era igual que batirse en un duelo contra un hombre desarmado. Su oferta reforzaba su aparente intención de amistarse con él.

Solo que al hacer eso lo estaba poniendo a prueba. Podría tomar a su rey y ganar, pero sería oportunista. Algo que Charles zi Britannia haría. O podría retroceder, pero mostraría falta de riesgos y duda. Sería cobarde. Schneizel le preguntó qué tipo de comandante era peor y ahora quería saber cuál era él mediante un simple juego. Sea cual sea que escogiera, no importaba. Estaría convalidando su jugada. Transformó el estudio en un tribunal para enviar un mensaje claro: Pendragón era el hogar de los Britannia y jugaban a sus reglas.

Había una tercera opción que Schneizel no lo veía capaz: podría reclamarle. Técnicamente, era una jugada legal en el ajedrez rápido; sin embargo, nunca lo aclararon ni estaban usando relojes. Lo único que podía argumentar contra su movimiento era que era inapropiado poner a su rey en la zona de captura del peón del rival, lo cual lo haría parecer mezquino. Lelouch arañó el brazo de su silla y alzó la vista hacia el presidente. En sus ojos titilaba un brillo que no estaba ahí antes. Uno impronunciable. Uno que las palabras nunca conseguirían traducir.

«¿Qué harás? ¿Vas a llorar porque la vida te trató injustamente? ¿Crees que alguien dirá en el juicio que estoy haciendo algo ilegal en mi ciudad?».

Despacio, Lelouch retrajo los labios al punto de que solo se le veían los dientes.

Nunca había sido tan humillado en toda su vida.

—No, gracias —respondió con voz seca. Muy seca.

—¿Puedo preguntar por qué?

Lelouch sintió un puño de saliva arrastrándose en el fondo de su lengua. Agarró la pieza del Rey Negro y la movió a regañadientes detrás del peón.

—No confío en alguien que no tome en serio a su oponente —masculló.

Schneizel le sonrió, condescendiente.

—Es muy listo —expresó evaluando la jugada—. Lástima que su ego será la causa de su derrota.

Un silencio se filtró entre ellos que fue haciéndose más y más rígido conforme sucedían los segundos. El presidente Schneizel y el abogado Lamperouge se midieron con las miradas en ese lapso. Entonces, llegó una joven sirvienta con el vino. Iba a servir primero al presidente, pero la detuvo levantando la mano.

—No, no, nuestros invitados tienen prioridad.

Avergonzada por su error, inclinó la cabeza. Disculpándose. El presidente Schneizel le regaló una sonrisa indulgente. No era un hombre cruel, pese de todo. La mujer vertió vino en la copa y se la extendió a Lelouch, pero, antes de que pudiera agarrarla, esta resbaló de su mano y se hizo añicos contra el piso. El líquido rojo se desparramó salpicando sus zapatos y su pantalón, embadurnando la alfombra. Los pedazos de vidrio rebotaron en todas las direcciones.

—Traigan una escoba y una pala y limpien este desastre cuanto antes —pidió Schneizel, dirigiéndose a los otros sirvientes. Estos acataron enseguida.

—¡No te muevas! —advirtió Lelouch a la mucama que estaba por agacharse.

La mujer vestía una falda que llegaba a cubrir sus rodillas. Sus piernas estaban desprotegidas. Podría lastimarse, por accidente.

—No, señor. Es mi deber...

Lelouch se dobló hacia adelante, a la par que ella se precipitaba para recoger los fragmentos. Fue más rápida agarrando uno. Y tan cerca estaban sus manos y tan brusco fue su movimiento que lo cortó. Lelouch contrajo la boca con disgusto. Sentía que su sangre hervía.

—¡Lo siento, señor!

—No pierdas el tiempo y trátalo ya —ordenó el presidente Schneizel. La firmeza insuflaba en su voz una autoridad indiscutible—. Lamento esta cancelación abrupta de nuestra partida, abogado Lamperouge —indicó, apenado, volviéndose—. Le agradezco esta partida. Por breve que fue, la experiencia fue amena.

—Lo mismo digo.

La mucama le pidió en un susurro a Lelouch que la acompañara. Coincidieron al salir, en el umbral, con los sirvientes que volvían para barrer y llevarse los pedazos. Iban caminando por el pasillo cuando tropezaron con Euphemia. La preocupación traslucía en su hermoso y pálido rostro. De seguro habría visto a los criados y les habría preguntado qué había ocurrido, pues traía consigo el maletín de primeros auxilios. Bañada en la luz crepuscular lucía preciosa. Estaba ataviada con un vestido rosado pastel con volantes. Iba especialmente enjoyada: su muñeca llevaba un brazalete doble y en sus dedos refulgía una combinación de anillos.

—Permite que yo me ocupe.

Era gracioso que se lo pidiera cuando podía ordenárselo. Aun así, la mujer no tenía intención de discutirlo con su joven ama. Siguió adelante dejando a solas a Lelouch y Euphemia. Ella le sonrió débilmente. Se fueron al baño más próximo. En primera instancia, limpió la sangre que manaba con una gasa. Al notar que apretaba los labios cada vez que restregaba, fue más cautelosa. Tiró lo que usó, abrió la llave y constató la temperatura del agua. A punto de tomar su mano, Lelouch se adelantó metiéndola en el chorro. Sentía que la atención era exorbitante. Era tan solo una cortada. Comprendía mejor la incomodidad de Kallen el otro día. Si bien, a Euphemia le dolió que quisiera hacerlo solo, respetó su decisión. El agua estaba tibia. Todas las veces que reprimía un gesto de dolor, su rostro se contorsionaba. Después de lavar con agua y jabón, presionó directamente sobre la herida para detener el sangrado.

—Pareces reticente a que te cuiden, ¿no estás acostumbrado? —preguntó limpiando de nuevo el área de la cortada. Superficialmente esta vez.

—Desde que mi madre murió, aprendí a hacerme cargo de mí mismo —musitó con una voz que no era suya, desviando la mirada. Euphemia se mordió el labio inferior, contrita. Con la gasa, mantuvo presionada la cortada. Como si adivinara hacia dónde se encauzaba el flujo de sus pensamientos, Lelouch dijo—: no es tu culpa, Euphemia. Tu hermano ya se disculpó. No tienes que hacerlo también. Estos accidentes suelen pasar.

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Euphemia quitó la gasa y la botó. Hurgó en el maletín en busca de un ungüento y lo aplicó por toda la región delineando movimientos circulares con el dedo. El frío adormeció su mano. No tardó en extenderse una sensación de pesadez. Lelouch le dedicó una mirada a su rostro concentrado. Incluso hasta el día de hoy, Lelouch no podía creer que Charles era su padre. Que alguien con el apellido Britannia pudiera ser tan caritativo y gentil como Nunnally. ¿De quién habría recibido ese amor? Descartó a Charles inmediatamente y también a sus hermanos. Cornelia había sido cordial con él por esgrima de cortesía (no porque lo sentía con sinceridad) y todas las frases que salían de la boca de Schneizel eran practicadas. ¿De su madre tal vez?

—¿Por qué no me dijiste que tu madre era Marianne Lamperouge? —indagó—. ¿Por qué me mentiste cuando dijiste que no nos conocíamos?

Y levantó la cabeza. Era la primera vez que cruzaban una mirada desde el pasillo.

—¿Cómo lo...? —preguntó, en cuanto pudo salir del estupor—. ¿Suzaku fue quién te lo dijo?

—¿Qué más da quién me lo dijo? Respóndeme, por favor —suplicó, fallándole las fuerzas.

—No sabía cómo decírtelo, simplemente.

Euphemia lo miró consumida por una terrible ansiedad. Había terminado. Faltaba el vendaje. Colocó uno largo sobre la cortada y lo pegó.

—¿Y odias a mi familia? ¿Me odias a mí?

—Odié a tu padre por gran parte de mi vida. A ti no, Euphie, tú eres inocente.

—Pero aún sigues creyendo que tu madre fue asesinada, ¿no es así? —inquirió, insistente. Él permaneció callado. Euphemia contuvo la respiración mientras continuaba vendando—. ¿No existe nada que pueda hacer?

—Nada.

—Lo siento.

—Te dije que no quiero tus disculpas —la atajó. El tono cortante con que lo dijo la hirió. Él se dio cuenta. Intentó enmendarse aclarando sus intenciones con suavidad—: si no te dije nada antes fue porque no quería arruinar nuestra amistad. Temía que no quisieras verme nunca más.

El matiz de dolor en su última frase la azotó. Era un miedo que compartía. El vendaje ya estaba listo y a ninguno de los dos parecía importarle.

—Yo tampoco quiero dejar de verte —reconoció sin voz.

El abogado la vislumbró súbitamente serio. Su rostro parecía tallado en piedra. El goteo del lavamanos intensificó el silencio sucedido por las palabras de Euphemia. «Cuando mira así, ¿en qué estará pensando?». Entonces, Lelouch se arrimó, sujetó su rostro entre sus manos, lo alzó hacia el suyo y capturó sus labios. Con los ojos abiertos como platos, la joven sintió su boca moverse contra la suya con ternura. Lelouch no quería acelerar sus planes, pero ya que Schneizel sospechaba sus intenciones y ella había averiguado la verdad de su pasado estaba obligado a actuar. Tenía la certeza de que Euphemia lo amaba. ¿Qué tanto? Pronto lo averiguaría. Lelouch terminó el beso tan abruptamente como comenzó. Examinó su reacción. Estaba boquiabierta. No había digerido lo que acababa de acontecer.

—¡Mierda! Yo no..., no debí hacerlo —balbuceó, abochornado—. Perdóname, no sé qué...

—No quiero tus disculpas —soltó. Lelouch la observó de hito en hito. Euphemia sentía que su corazón, al ritmo desbocado que palpitaba, iba a saltar de su pecho—. Fue agradable.

Euphemia lucía tan sorprendida como él, salvo que sus mejillas no ardían como las de ella. Los labios de Lelouch amagaron una sonrisa que duró escasos segundos. A Euphemia no se le ocurría nada bueno para prolongar la conversación. Lo bueno era que las palabras no iban a hacer falta. Por decisión mutua, como si se hubieran puesto de acuerdo en aquel intercambio de miradas, reanudaron el beso. Lelouch envolvió su cintura con sus brazos y la apretó contra su cuerpo. Ella le devolvió el abrazo profundizando el beso. Él trasladó su mano a su hombro y lo deslizó lentamente hacia abajo. Acariciándole el brazo, el codo, el antebrazo, la muñeca. Un escalofrío subió por la espalda de Euphemia cual relámpago, mareándola; aunque eso no los detuvo. Lelouch agarró su brazalete, se lo sacó y lo metió en el bolsillo de su chaqueta. Euphemia no notó nada. Se hallaba perdida plácidamente en los labios de Lelouch. «Dios, esto es... Increíble». Colocó su mano detrás de su cabeza rizando algunos mechones de su cabello azabache entre sus dedos y afianzó su agarre atrayéndolo más. En esto, oyeron un leve carraspeo. Se separaron jadeando y se giraron hacia la puerta abierta. Habían cometido el error de dejarla así. Allí estaba la misma sirvienta que causó aquella cadena de eventos.

—La señorita li Britannia informa que la cena está servida —indicó.

—¡Oh, perfecto! —repuso Euphemia riendo con nerviosismo. Su mirada vagaba de su criada al abogado y viceversa—. ¡Vamos!

Lelouch asintió cediéndole el paso. Euphemia salió abanicándose con las manos. Sentía que todo el calor del baño se había ido con ella, pues, aún luego de irse, respirar se le dificultaba. El fantasma de los labios de Lelouch cosquilleaba su piel. Por otro lado, la mucama aguardaba que el abogado siguiera los pasos de Euphemia para ir a la vanguardia. No era lo que Lelouch tenía en mente en ese instante.

—¿No vas a disculparte conmigo por la cortada que me infringiste? —la interrogó. No sonaba ofendido ni severo.

—Pero sí me disculpé, señor —susurró con timidez sin despegar los ojos del suelo.

—Tú me cortaste intencionalmente, ¿verdad? ¿Schneizel te lo ordenó?

—El presidente jamás me ordenaría algo tan terrible. Todo fue culpa mía —repitió la pobre.

Lelouch reptó hacia ella y bajo su barbilla puso un dedo. Elevó su cabeza hacia él.

—Me gusta que me miren a la cara cuando me hablan —le explicó estirando las pausas entre cada palabra, como si pretendiese que memorizara lo que estaba diciendo—. Eres bonita. Si cuidaras un poco más tu imagen, robarías la mirada de varios hombres... —observó Lelouch, recogiéndole un mechón de cabello, que se le había salido de su moño, detrás de la oreja.

La mujer sintió que sus deslumbrantes ojos amatistas estaban absorbiéndola.

—Perdón, señor —repitió imprimiéndole mayor seguridad a su voz.

Le sonrió complacido. Ella lo presintió. Su mirada penetrante había acaparado totalmente su atención. No podía mirar otra cosa. Le acarició la mejilla. Rápidamente, él sacó el brazalete que había hurtado y lo echó en el bolsillo de su delantal.

—Bien. Así me gusta más —felicitó. Se distanció de ella empujándola hacia atrás con manos amables, pero firmes—. Bueno, hay que ir.

—¿Cómo? —resolló la criada. Parpadeó un par de veces volviendo en sí. Sacudió la cabeza. Parecía despertar de un sueño—. Sí.

Ambos salieron del baño juntos. Minutos más tarde, viniendo de la dirección opuesta, Kanon entró a hurtadillas. Agarró el cesto de basura, reparó en las gasas empapadas de sangre y se fue, trayéndoselo consigo. Lelouch y la mujer bajaron por las escaleras y llegaron al comedor. La mesa era rectangular. El presidente Schneizel estaba en la cabecera y la directora Cornelia, a su derecha. En el mismo flanco, estaba Euphemia, aunque un poco más alejada de los otros. Los tres lo esperaron pacientemente. Los sirvientes habían puesto todos los cubiertos y platos.

—¿El presidente Charles no cenará con nosotros?

—El presidente Charles tiene otros asuntos qué resolver. Pidió que disculpáramos su ausencia —respondió Cornelia con parquedad.

El abogado Lamperouge hizo un gesto que podría interpretarse que lo había entendido. Acto seguido, se tendió en el asiento en frente de Euphemia. Reunidos todos, empezaron a servir.


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¿Dónde estaba Charles zi Britannia? ¿Dando una conferencia de prensa? ¿En la compañía? ¿En algún orfanato tomándose una foto para su campaña? En ninguno de esos. Contadas personas podían responder con precisión. Estaba en una sala de juntas casi a oscuras. La única luz que había entraba a través de los enormes ventanales de la pared del fondo obsequiando una vista panorámica de Pendragón bajo un cielo de tonos anaranjado y púrpura. No estaba solo. Nina estaba con él. Hacía un buen tiempo que dialogaban o, más bien, que Nina disertaba sobre su carrera, su pasión por la ciencia y su profundo interés por formar parte del Proyecto Geass y lo que podía aportar, y el presidente la escuchaba. Era la primera vez que lo veía en persona e interactuaba con él. Estaba emocionada y nerviosa. Sin embargo, sabía que si deseaba convencerlo debía mantener quietas las manos y hablar con sosiego -no podía echarlo a perder ya que, después de todo, había inculpado a un inocente a costa de su trabajo y su moral y, aunque confesó en el juicio, si no lo hacía bien: habría sido en vano todo lo que había logrado hasta ese momento. De ser posible imitar a su yo del otro día cuando estaba con Schneizel. Su actitud corporal, sus palabras, su templanza. Imaginar al presidente como él en lugar de Charles resultaba un ejercicio efectivo. Nada más una vez el presidente Charles tomó la palabra:

—Tus conocimientos, tus destrezas y tus éxitos superan con creces tu edad. No hay duda de que eres la pupila de Lloyd. Me recuerdas a él cuando era joven. Seguro que también vio algo de él en ti. Hoy es una sombra del brillante científico que fue. Lastimosamente.

—La inspiración y el brío merman con el tiempo y, ya para la edad de mi mentor, solo queda la experiencia y la técnica. Por eso, es importante aprenderla desde temprano y pasar la batuta a las siguientes generaciones —acotó Nina.

—¿No le atemoriza que su determinación por el objetivo la arrastre a cruzar límites que jamás se planteó cruzar? —indagó. La curiosidad brillaba en sus pequeños ojos.

—¿Se refiere a cometer un crimen? —repuso yendo al grano. Hubo una pausa acusadora. El presidente guardó silencio—. Mire, no veo la disociación entre ciencia y crimen. La ética y la moral son constructos sociales. La ciencia estudia los hechos físicos y naturales. La muerte de hombres y mujeres son uno de los millones de fenómenos que a diario pasan, ¿por qué el mundo habría de pararse ahí? —se preguntó a sí misma—. Muchos científicos han inventado cosas que son malas. Alfred Nobel, por ejemplo. Vivió el resto de sus días arrepentido por crear la dinamita. Le horrorizó ver lo que era capaz. Pero no tiene sentido: tan solo la inventó, fue el hombre que le dio un uso peligroso.

—Y fueron los americanos los que aventaron esas dos bombas en Nagasaki y Hiroshima. El conocimiento está allí y nosotros decidimos para qué lo usamos. Mi opinión no diverge de la suya demasiado —confirmó el presidente Charles, asintiendo despacio—. La imaginación es peligrosa, ¿eh?

—También es asombrosa. Todo depende. Es una cosa humana, en fin —añadió, encogiendo sus hombros.

—Su mentalidad es abierta y carece de los habituales remilgos que la moral nos ha impuesto. Tiene las aptitudes, Srta. Einstein. Podría comprender la visión de mi proyecto —contempló el presidente Charles. Este se puso de pie. Asimismo, Nina se incorporó de un salto—. Verá, señorita Einstein, este proyecto lo fundé con mi gemelo. Él no tenía talento para los negocios, pero era un auténtico visionario. No he admirado ni respetado un hombre en el mundo como él. Era muy brillante. Un prodigio. La idea de este proyecto fue concebida por él, en realidad. Era un científico al igual que usted. Buscó apoyo en mí no solo porque podía financiarla, sino entenderla —el presidente Charles y Nina abandonaron la sala y anduvieron por un puente de hierro. El otro extremo los conducía a un elevador—. Crecimos en una familia envilecida y desunida por el poder. Nosotros, por el contrario, fuimos inseparables. Gracias a él, fue que pude asumir como mío nuestro lema, que he procurado inculcar a mis hijos, y cuando murió juré no dar descanso hasta materializar su sueño. Tenía que hacerlo por los dos —explicó. El vozarrón del presidente hacía eco contra las paredes—. Durante años, estuve reclutando a los mejores científicos. Profesionales cuyos talento y capacidad eran horriblemente derrochados por esta sociedad. Ellos trabajaban para nuestro proyecto y yo, a cambio, los ayudaba a llegar a la cúspide de su carrera con el mayor logro de sus vidas —el presidente Charles y Nina se subieron al elevador. Las puertas se cerraron tras oprimir el botón del sótano. Descendieron. La pantalla TFT iba mostrando los pisos por los que pasaban. Era una cabina hecha de acero inoxidable, de modo que, de no ser por el sistema de ventilación, el calor sería insoportable—. Es un convenio de mutuo acuerdo. Y quiero hacer lo mismo por usted.

El ascensor frenó violentamente. Nina se tambaleó. Se tuvo que aferrar del pasamanos detrás de ellos para no perder el equilibrio. El presidente Charles permaneció imperturbable. Debía de haber montado aquel ascensor múltiples ocasiones. De forma progresiva, las puertas se fueron abriendo de par en par. Nina cerró los ojos, protegiéndose de una blanca luz irritante.

—Bienvenida al Proyecto Geass.


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Lelouch estaba seguro de dos cosas si iba a emprender la guerra contra Britannia: para ganar no existía un método limpio y no podía hacerlo solo, necesitaba aliados, ¿en dónde conseguir socios tan locos para hacer frente a Britannia Corps? ¿Quién no tendría miedo de ensuciarse las manos? ¿Quién podría estar dispuesto para mancharse de mierda hasta los codos por él? Fue ahí cuando lo supo. Criminales. El colmo de la mugre. Eran la solución, pero no unos cualquiera. Debían ser unos leales que hicieran lo que sea que les «pidiera» sin esperar nada a cambio. Así evitaría las traiciones. Los elegidos tenían que ser desesperados para que pudieran depender de él en cierta medida. En otras palabras, buscaba presidiarios. Pasó una temporada larga en las cárceles. Al cabo, terminó encontrándolos. Se presentó como su única salvación, los liberó, se amistó con ellos, averiguó sus deseos, les ofreció una oportunidad de redimirse y, de esta forma, los hizo suyos. C.C. y Tamaki estaban ahí tan solo para él. Era su Escuadrón Suicida -por decirlo de algún modo, bien que prefería referirse a ellos con otro nombre. No se rebelarían en su contra y si lo hicieran él conservaba pruebas de sus crímenes. También era gente que podía desechar fácil. Kallen Stadtfeld era el más reciente aditivo. Era una socia potencial por sus motivaciones, mas no una criminal. Su ingreso debía ser distinto. Debía ganárselo, para ser exactos.

Al día siguiente, el vicepresidente Kirihara acudió temprano al bufete de su abogado. Cuando se conocieron y accedió a ser representado en la corte por él, acordaron de una vez cuál sería el pago de sus servicios y la fecha de entrega tras terminar el juicio. Honorarios de abogados del calibre de Lamperouge eran estratosféricos. Sin embargo, él no quería dinero. Fue claro: lo defendería si le proporcionaba la misma información por la que Britannia Corps se deshizo de él. Había llegado la hora de cumplir. El vicepresidente Kirihara le dio una memoria USB que contenía una lista de nombres de las personas sobornadas por la empresa que trabajó por 30 años. Lelouch la agarró.

—Aquí está lo que le prometí. Le interesará saber que Britannia Corps maneja una cuenta de sobornos secreta desde la que realiza sus transacciones ilegales. Pocos conocen su fuente, no me incluyo entre ellos —contó el vicepresidente Kirihara—. Esta mañana entregué mi carta de renuncia al presidente Schneizel. Me mudaré a Japón. Después de lo que le di, esta ciudad no es segura para mí. No, jamás lo fue —se corrigió, meditabundo, cambiando la posición de su pierna. Lelouch le lanzó una mirada—. Invertí mi juventud, mi sabiduría y mi experiencia en Britannia Corps y retribuyen mi lealtad así. No la merecen —suspiró moviendo la cabeza con desilusión—. Quizá esto fue lo mejor. Me sirvió para abrir los ojos —se animó—. Ojalá pueda sacarle provecho a esta información y hacerle justicia a su madre, abogado.

—¿Desde cuándo lo sabe? —preguntó, sonriente.

—Desde que me defendió en el primer juicio —contestó—. Se le parece bastante. Ya se lo deben haber dicho que estará harto de oírlo; pero no hablo de sus ojos ni su cabello, la audacia y la convicción con la que usted defiende a sus clientes y pronuncia sus alegatos era la misma que ella ostentaba. Era una abogada implacable, los que la temía la llamaban la "Escorpiona", y era una mujer con un espíritu rebelde. Siempre que podía hablaba de sus hijos con orgullo. Le habría encantado ver que su hijo mayor sigue sus pasos.

Había estado presente en dos juicios en los que su madre era la abogada defensora. Se acordaba de sus gestos, su voz aplomada, la chispa en sus ojos. Ambos los ganó. Se sintió agasajado con la comparación. La puerta de su oficina estaba entreabierta. Lelouch le pidió a Kirihara que no la cerrara del todo. Era arriesgado tener ese tipo de conversaciones a plena luz del día. En Pendragón, las puertas tenían oídos. No obstante, Lelouch le dijo no sin cierto deje misterioso en su tono que quería que alguien los escuchara.

https://youtu.be/WkIpCKfOO8A

Paralelamente, Kallen había llegado al bufete. Entreoyó unas personas. Miró alrededor buscando las voces que sus oídos alcanzaban a percibir y fue así que, llevada por su curiosidad, se paró frente a la puerta. Divisó que se trataban del Sr. Kirihara y Lelouch. Pescó la conversación in media res. ¿Conque la madre de Lelouch era abogada? No logró entender a qué se refería con exactitud y no lo iba a hacer porque, en ese entonces, Tamaki se acercó silenciosamente y exclamó:

—¡Hola, Kallen! ¿Qué haces?

Desprevenida, la pelirroja dio un respingo.

—¡Maldita sea, Tamaki! No vuelvas a hacer eso.

—Perdón, ¿te asusté? —le preguntó con aspecto inocente. Le echó una mirada a la puerta—. ¿Escuchabas a escondidas?

—Desde hace rato.

Kallen siguió la dirección de aquella voz pastosa y oteó a C.C. desparramada sobre un sofá con la cabeza echada atrás, los brazos extendidos detrás del mueble y fumando perezosamente. ¿Desde cuándo estaba ahí? Jamás la escuchó venir. Abrió la boca para argüir algo en su defensa cuando Tamaki intervino:

—¡Uh! Unos días aquí y ya empiezas a hacer cosas indebidas. Tal vez sí eres una de nosotros —le guiñó un ojo.

—No hacía nada indebido...

—Si no hacías nada indebido, ¿por qué brincaste asustada? —cuestionó C.C.

—Sin presiones, Kallen. ¿Quiénes somos para castigarte? Tennos algo de confianza. Lo que sea que hagas no va a ser peor que lo que hicimos nosotros —la tranquilizó con una sonrisa—. Vale, quería enseñarles una cosa.

Tamaki las invitó a venir al televisor mediante un ademán. Kallen fue tras él. C.C no se movió de su sitio. El sofá estaba cómodo y su cuerpo se había acostumbrado a él. Tamaki encendió el televisor y se hizo un lugar en el sofá. C.C. apartó las piernas de mala gana. En la pantalla apareció el presidente Charles. Estaba en un mitin. Iba a dar a conocer su plan para combatir el grave problema de la inmigración ilegal. El tema puntal de su campaña. Su postura había sido claramente populista y extremista desde el anuncio de su candidatura y había sido objeto de controversia, ganándose una legión de maldicientes que lo tachaban de xenófobo; de igual forma, obtuvo un mar de seguidores que se sintieron identificados con su discurso. Detrás de él estaban los que lo habían ayudado a organizar su campaña y los que lo respaldaban: Alicia Lohmeyer, su asesora política, y algunos de sus primeros partidarios tales como el abogado Jeremiah Gottwald, el reportero Diethard Ried y el rector James Stadtfeld. Tres delegados de tres diferentes instituciones unidas por el generoso apoyo de Britannia Corps. Tres hombres que juraron convertirse en sus profetas. La espada que apuñalaba a los inocentes, la campana que divulgaba mentiras y la lámpara rota que oscurecía al mundo. La justicia, la verdad y el conocimiento corrompidos. Bajo el sol ardiente y con la efervescencia de los asistentes, la imagen era una pintura del anticristo y los cuatro jinetes del apocalipsis saludando a sus fieles.

—¿Quieren saber por qué no conocen las deficiencias de nuestro sistema de inmigración? Es porque los medios no les interesa reportarlas: solo quieren decirles lo que les gustaría oír, no lo que necesitan saber, y porque los políticos no hablan de ellas: no les conviene. ¿Y quieren saber cuál es el verdadero problema con el sistema de inmigración? Que este se subordina a los intereses de los donantes ricos y políticos poderosos. Por eso, los han engañado —explicó Charles, enfático—. Si queremos que nuestro sistema funcione, debemos comenzar a hablar con honestidad y la verdad es que está peor de lo que cualquiera puede imaginarse. La verdad es que tenemos el derecho, como nación soberana, de elegir a los inmigrantes más aptos para prosperar aquí —unos tímidos aplausos sucedieron esa afirmación, pero no terminaba—. Mi oponente alega que las necesidades de los inmigrantes japoneses ilegales son tan importantes como la de ustedes. No es cierto. No son iguales. ¡Son diferentes! ¡¿Acaso eso es malo?! En lo más mínimo. El plan de mi oponente es mantener la misma política de fronteras abiertas, amnistía radical y reducción de leyes migratorias y ¿qué nos ha conducido eso? ¡A la pérdida de millones de vidas! —espetó sin contener la indignación. El rugido del león prendió la señal de alarma. Un instinto prehistórico se asentó en los corazones de sus seguidores—. Para que la situación cambie, la reforma migratoria debe ser distinta: en una administración Britannia, todos nuestros esfuerzos estribarán en el mejoramiento de nuestras leyes y políticas para que la vida de cada ciudadano sea mejor porque la prioridad de mi gobierno será ustedes —arengó el candidato—. Pregunten a mi oponente cuál es la suya, pero jamás olviden que ¡la igualdad es estancamiento!¡La diferencia es evolución! ¡Y la evolución es progreso!

Divididos por el furor y la emoción, la multitud vitoreó al presidente Charles con silbidos de júbilo y aplausos vigorosos. Tamaki lo abucheó y le aventó un cojín. Kallen miraba ceñuda al televisor con los labios apretados. Otra vez ese charlatán diciendo basura en televisión. Lo peor era la cantidad absurda de seguidores. Era gente que compartía su ideología xenofóbica. Por más que los japoneses demostraran que habían venido a trabajar en el país, siempre habría personas que los juzgaba como bárbaros. C.C. vislumbraba todo desde el desdén. El mitin le evocaba la misma sensación de una misa laica: un líder carismático y un montón de feligreses que no entendía ni jota y estaban de acuerdo. El éxtasis inútil en que se sumergía la masa era la ridiculez en su estado puro.

Por otro lado, Lelouch había finalizado su reunión con el Sr. Kirihara. Lo escoltó en persona hasta la puerta. Al pasar delante de ellos, se inclinó respetuosamente, saludándolos y continuó adelante. Recién volvió, Tamaki lo llamó:

—¡Mira, compadre! —silbó—. Otra vez el viejo echando mierda sobre los inmigrantes. ¡Pff! ¿Qué narices le están diciendo sus asesores? ¿Cómo cree que ganará así las elecciones? Este país está lleno de inmigrantes y la comunidad japonesa es la más grande —bufó, escéptico.

—Tiene unas altas posibilidades —discrepó Lelouch—. Es un buen orador y usa los medios para difundir su mensaje más rápido. Sabe cómo manipularlos. Es seguro de sí mismo, directo y provocador, lo que resulta atractivo. Además, no está del todo errado.

—¿Crees que los inmigrantes japoneses son criminales? —masculló Kallen. Tenía la mandíbula rígida.

—Una gran mayoría lo es —confirmó Lelouch—. Los inmigrantes irregulares son enviados a centros abiertos donde pueden dormir, comer y les dan una pensión humilde. Apenas cubre una comida, si bien, es más que el sueldo mínimo. Y les dan albergue por un año. Culminado el término, tienen que desalojar y arreglárselas por su cuenta. Aun si ellos no han encontrado un lugar en donde quedarse o un trabajo, lo que es otro trámite que tarda en sacarse. Tan solo diez de cien de cada centro tiene un empleo remunerado. El resto no tiene nada que hacer y se va por la delincuencia.

Tamaki se rascó la nuca. Quería ser tragado por la tierra en ese instante.

—Tampoco se les puede echar la culpa entera a los japoneses. El gobierno pretende que hace lo que puede y que los japoneses tienen que valerse por sí mismos, pero cuando salen a buscar oportunidades, no se las dan, sino que los obligan a luchar por ellas. He visto las condiciones de los centros. Son terribles y cuando exigen un trato más digno, los funcionarios cruzan los brazos y desmienten todo. ¡Los abandonan a su suerte! —señaló Kallen con irritación.

—Es cierto que el desempeño de los centros es deficiente, pero no los culpo: es complicado. Con todo, cosecharon algo positivo. En el pasado era imposible obtener la ciudadanía. Hoy es posible con llenar un papeleo.

—¡Una ciudadanía que para unos pocos aprueban y para otros miles rechazan y siguen siendo tratados como una paria! La maldad no se mide por nacionalidad, Lelouch —chilló Kallen—. En las cárceles abundan más criminales nacidos en este país que japoneses ¡y la gente hace la vista gorda porque no les importa! ¡A sus ojos siempre seremos los villanos!

—Fue la vida que eligieron. Si se tragaran su orgullo, facilitarían las cosas.

Aquellas palabras excedieron el límite de la paciencia de Kallen. En un paroxismo febril, en que la ira la había cegado y ensordecido, lo abofeteó. El sonido hueco de la cachetada sacudió a Tamaki. C.C. giró la cabeza hacia ellos, mirándolos por primera vez. Lelouch se tocó la mejilla.

—Quiero que te atrevas a decirme que su vida es fácil cuando escupan en la calle al verte o digan barbaridades sobre ti. Nadie debe irrespetarte porque seas diferente —refunfuñó—. Creí que eras decente o que podrías serlo...

—Ese rector Stadtfeld —interrumpió C.C.—, de casualidad, ¿es tu padre?

—Lo es —afirmó ella sin apartar sus ojos de Lelouch—. El Sr. Stadtfeld desea ser Ministro de Educación y cree que apoyando a Charles zi Britannia lo logrará —explicó con frialdad—. Ahora bien, si me disculpan...

La pelirroja se adentró en su oficina y cerró la puerta. Que se refiriera a su padre como «Sr. Stadtfeld» no fue un detalle que pasó sin pena ni gloria. Tamaki y C.C. intuyeron que su relación no estaba atravesando el mejor de sus momentos. Lelouch pensó automáticamente en el apellido de su madre y la forma tan vehemente en que había defendido a ese japonés que fue víctima de un ataque xenofóbico. Ya empezaba a ver el sentido, la conexión entre un hecho aislado y otro y, por tanto, a conocerla mejor. Su compasión y empatía con los japoneses no eran contingentes. Era uno de ellos.

—Este, no entendí. ¿Kallen tiene algún prejuicio o su rabia contra la gente de Pendragón la aluciné? —inquirió Tamaki, sacándose cera del oído—. ¡No! Eso no tiene sentido. Su apellido es Stadtfeld. Ella no es japonesa, ¿o sí?

Nadie respondió. No era necesario. Todos conocían la respuesta.

—Compadre, ¿crees todavía que es posible tirar al viejo antes de que nos coja a todos vivos? —volvió a preguntar Tamaki en voz baja, regresando sus pupilas al televisor donde la gente agitaba su puño embebida por el calor del júbilo.

—Te parece inalcanzable, ¿cierto? La gente tiende a endiosar a las personalidades opulentas, influyentes y mediáticas cuando se acostumbra a mirarlas a través de una pantalla. Es natural que lo hagas, aunque es un error —observó él, comprensivo—. Es un hecho científicamente comprobado que el hombre está compuesto de un ochenta por ciento de agua y que la mayoría circula por la sangre. Por tanto, mientras corra sangre por las venas de Charles, es un hombre. Y la historia nos ha demostrado más de una vez que se puede matar a cualquier hombre... —enfatizó con una sonrisa extraña—. Pero nosotros no vamos a matarlo, lo derrotaremos en su juego, en su ciudad, antes de que pueda deportar a los japoneses.

Tamaki sonrió aliviado. Si lo decía Lelouch, así sucedería.

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Inmerso en la mar de cavilaciones, Schneizel se resguardaba entre las paredes de su despacho y en las sombras que las cortinas cerradas proyectaban al bloquear los rayos de sol vespertino. La obscuridad apaciguaba sus sentidos despejando su mente.

Meses atrás, estaba convencido de que heredaría el imperio empresarial tan pronto como su padre falleciera. No estaba impaciente por la llegada de ese momento. Luego de la muerte de su hermano mayor, Odiseo, Charles zi Britannia se desatendió por completo de los asuntos de la empresa. Fue Schneizel quien asumió esa responsabilidad. Su negligencia lo incordió a tal grado que su relación se enfrió, aún más de lo normal. Y, aunque Charles no era un padre cariñoso, solían hablar de vez en cuando. Nomás para reportarle sobre el estado de la compañía. Cierto día que estuvieron a solas, de súbito, el viejo león manifestó que iba a dimitir sus funciones y que él sería nombrado como el nuevo presidente. Ninguna vez en la historia un presidente de Britannia Corps renunció a su cargo, ¿por qué ahora?

—¿Va a dejarme la empresa? —repitió Schneizel, suspicaz.

—Sí. Deberías alegrarte —contestó sin mirarlo—. Esto es lo que siempre has querido.

—Jamás he sido tu hijo favorito —admitió, a su pesar—. ¿Por qué iba a darme la empresa? ¿Por qué no Cornelia?

—Es verdad. Cornelia es mucho más Britannia que tú o Euphemia, pero no todos los espacios corresponden a una mujer. Esa ha sido nuestra tradición y se mantendrá por el bien del orden —explicó—. Eres mi único hijo varón y el mayor. Eres sangre de mi sangre. Eres el heredero de este imperio. En unos meses, te convertirás en el presidente de Britannia Corps, te casarás con una mujer apropiada y procrearás hijos. No tengo que decirte que abandonarás ese amorío que escondes, antes de nada —dictaminó Charles. Schneizel desvió la mirada un segundo—. Es hora de que cumplas tu deber como el sucesor de nuestra familia.

—Así será, padre —asintió Schneizel, solemne—. Sin embargo, tengo una pregunta: si seré el presidente de Britannia Corps, ¿qué será usted?

La expresión avinagrada del presidente Charles se suavizó al esbozar su sonrisa media. Tan deforme salió el gesto que parecía, más bien, una mueca monstruosa.

—¡Ser el presidente de este país!

Solo duró unos pocos días sentado en la silla del presidente y ya una amenaza se cernía sobre su apellido. Un abogado, salido de la nada, llegó a la ciudad y persuadió al vicepresidente de transferirle su caso arruinando sus planes. Intentó obligarlo a marcharse a través del miedo y este le hizo una declaración de intenciones: no iba a marcharse. Algo quería. Algo buscaba. Y no estaría satisfecho sin haberlo obtenido. Por ende, si no podía alejarlo, lo acercaría a él. Lo invitó a su casa. Necesitaba conocer a su oponente. Confirmó sus peores sospechas. Lelouch Lamperouge no era un demonio que había sido enviado del infierno para atormentarlo, era el propio Lucifer. Descubrió también una debilidad y su objetivo preliminar. Euphie era una mujer inteligente y determinada, una Britannia desde los pies hasta la cabeza, pero su corazón era frágil y Lelouch se estaba aprovechando de eso. Le había empezado a susurrar en el oído.

Al diablo le gustaba contar la historia de su caída a los seres humanos para ganárselos. Los más blandos eran los primeritos en caer en sus artimañas. Los hombres humanizaban a sus dioses en un intento de comprenderlos. De hecho, hubo una época en que los héroes era una reinterpretación de Cristo y cuando se percataron de que Satán y su historia eran más interesantes: dejaron a Cristo de lado y tomaron a Lucifer como su modelo para sus héroes. El mundo había estado a su merced a partir de entonces. ¿Cómo protegería a Euphie de eso?

Al mismo tiempo, estaba ese otro detalle que lo estaba molestando desde la fiesta. Sabía contra quién estaba jugando; no por qué ni qué quería. Tenía una corazonada que lo perturbaba hondamente. El presidente Schneizel había ordenado a su jefe de sección investigar. Hasta que no tuviera todas las respuestas a sus preguntas no tomaría una decisión.

En esto, Kanon entró y se topó con el presidente Schneizel con el entrecejo fruncido y las manos entrelazadas. Nunca lo había visto así, mas lo conocía lo suficiente para detectar la preocupación en las arrugas de su frente.

—Las muestras fueron enviadas al laboratorio —anunció.

—Muy bien. Esta mañana el vicepresidente Kirihara me dio su carta de renuncia. No sabemos cuánta información pudo compartir con nuestro intrépido abogado. Es un hombre que maneja demasiados secretos de nuestra empresa.

—Veré como soluciono ese problema —dijo. Kanon vaciló de repente—. ¿Te gustaría que pidiera un Chardonnay con un brie?

—Me sentaría bien —suspiró con voz cascada—. Estoy preocupado por Euphie, Kanon —le confesó—. Lelouch Lamperouge no es un hombre corriente. Es un demonio. Uno muy peligroso. El asalto no diluyó su ánimo. Asesinó a uno de nuestros hombres. No puedo dejar que Euphemia esté cerca de él.

Era tal como Kanon lo había intuido: si al presidente Schneizel lo intimidaba el abogado Lamperouge era porque, en efecto, era un hombre temible. Kanon mantuvo la calma.

—Pero no es invulnerable. Usted descifró su carácter —le recordó Kanon con dulzura—. Si su ego le hace creer que sí lo es, mejor: así la caída será más dura.

Schneizel sonrió con aires de suficiencia. Kanon tenía un buen punto.

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Euphemia también se había entregado a sus propias reflexiones. Estaba en su habitación, con el codo apoyado contra la barandilla del balcón, su mano reposando en su semblante gentil y la vista enfocada hacia el cielo. Era un día soleado. Inconscientemente, su meñique se deslizó por sus labios. Aún tenía recuerdos vívidos de su beso con Lelouch. Por más que se esforzaba en dejarlos pasar, la imagen volvía a su mente con más insistencia. Arthur desfiló ante la mujer por la barandilla rompiendo su concentración. Felizmente sorprendida, abrazó al minino y lo mimó. Volvió a adentrarse. Estaba contenta por que Cornelia y Schneizel accedieran a tener a un gato en la familia. Incluso si su hermana no era amante de los animales. Justamente, ella entró. Tenía la cara roja y las venas del cuello hinchadas. Habría estado gritando por un rato.

—¡A que no adivinas en dónde encontré tu pulsera! No se había perdido, la robaron. Fue una de las sirvientas —contó con la voz contenida.

No había digerido su cólera, mas no era tan injusta para pagar su rabia con la dulce Euphemia.

—¿Le preguntaste por qué lo hizo?

—Las personas roban cuando quieren algo para sí mismas y no pueden conseguirlo de forma lícita. ¿Qué otra razón necesita? Ya la regañé delante de las demás para que ni se les pase por la cabeza repetirlo y la despedí —bufó la directora Cornelia, masajeándose una sien—. Esta es una ofensa imperdonable.

—Supongo que fue necesario —susurró Euphemia—. Si me hubiera dicho que le gustaba mi pulsera, no me habría importado regalársela o comprarle una. Tengo muchas parecidas.

La joven Britannia se sentó en una esquina de su cama. Cornelia caminó hasta la otra punta del cuarto con los brazos cruzados y rumiando una sarta de incoherencias para sí misma. A la sazón, le lanzó una mirada a Euphemia y notó el aire taciturno que la envolvía.

—¿Estás bien, Euphie? —inquirió suavizando la entonación.

—¿Uhm? Sí, yo... —Euphemia bajó la mirada, sonrojándose. La directora Cornelia la miró fijamente como si así fuera capaz de leerle la mente—. Es solo que... Bueno, me gustan dos hombres —murmuró. No estaba orgullosa de esa confesión, sin embargo, era una carga que la había estado torturando por días y tenía unas ganas locas de compartirla. Nadie mejor que su hermana para sincerarse y pedir consejo—. Sé que no está bien, pero no puedo decidir quién me gusta más ni tampoco sé qué hacer.

La directora Cornelia puso los ojos desorbitados. Euphemia pocas veces sintió el vacío de su madre ya que su querida hermana llenó ese hueco al convirtirse en la guía que necesitaba. Algunas ocasiones puntuales tuvieron pláticas femeninas. No eran los temas que mejor se le daban a la hija mayor de Charles, pero no había que ignorarlos. Cornelia se sentó con ella.

—En ese caso, deberías comprobar si son buenos hombres y si sienten lo mismo por ti. Si consideras que los dos te corresponden, elige al que más te ame. Es preferible que estés con aquel que te ame, aun si tú no estás tan enamorada de él. Verás que el amor es una decisión antes que un sentimiento —le dijo con precaución—. Tendrás que ser sabia. Confío en que lo harás. Eres prudente. Y no te sientas mal, no eres la primera que tiene conflictos del corazón —la animó trayendo uno de sus mechones al frente y cepillándoselo cariñosamente.

Cornelia la tomó por la muñeca y le sonrió con gentileza. Intuía que uno de esos hombres debía ser el abogado Lamperouge. No se atrevió a preguntarle. Tenía curiosidad en averiguar quién era el segundo. ¿A quién conoció Euphemia recientemente que flechó su corazón? Sea quien sea, esperaba que fuera mejor que Lamperouge. Seguía sin agradarle y si no protestaba era por respeto a su hermana.

—Gracias por tu consejo —expresó, sonriente. Sintiéndose mejor—. Hermana, ¿te acuerdas de Marianne? La abogada que trabajó para nuestro bufete. ¿Sabes qué pasó con ella?

—Fue diagnosticada con depresión postparto y se quitó la vida en un acceso de locura. Fue por negarse a entrar en tratamiento —explicó, lacónica.

—Escuché que hubo una sospecha por asesinato.

—No hubo pruebas que respaldaran esa teoría —increpó—. Qué más que me hubiera gustado echarle a otro la culpa que aceptar que una mujer audaz e inteligente con un grandioso futuro se suicidó. Fue una tragedia. Admiraba a Marianne. Ella era mi modelo a seguir —su voz fue haciéndose más ronca, conforme no podía controlar las emociones que iba reviviendo. Euphie supo que su muerte continuaba hiriéndola, aun habiendo transcurrido diecisiete años. Le acarició el hombro para confortarla.

—¿Fue el abogado Gottwald el que defendió al presunto sospechoso?

—Sí. Él podría darte la información de primera fuente —afirmó—. ¿Por qué me preguntas por ella? Pasó hace bastante tiempo.

—Soñé con ella —respondió, nerviosa.

Odiaba engañarla así, pero no quería mencionar al fiscal Kururugi ni al abogado Lamperouge. Quizás desaprobaría su relación con él por aquel hecho de sangre que afectaba indirectamente a sus familias. Y, tal como le dijo a Lelouch, no quería dejar de verlo.

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En ese mismo día, hubo un incendio en el suburbio de Saitama. La casa de Atsushi Sawasaki se prendió en llamas. ¿Quién era él? Un candidato en las elecciones primarias de otro partido. Había llegado a ser secretario del jefe de gabinete. Ningún japonés había logrado hacerse con un cargo político importante. Junto al fiscal Kururugi y tal vez el comisionado Tohdoh, era el japonés de más renombre en Pendragón y, por lo tanto, una figura apreciada entre los japoneses inmigrantes; así como un representante que abogaba por los derechos de ese colectivo. Los bomberos apagaron el fuego evitando que se propagara a los edificios contiguos. Fueron evacuados los vecinos. Hasta los actuales momentos no se había reportado heridos. Sin embargo, no se sabía nada de Sawasaki. La policía estaba investigando. El fiscal Kururugi tenía en cuenta un dato que la mayoría desestimaba. Sawasaki iba a ser el oponente del presidente Charles en las elecciones y prometía hacerlo incluso si no se verían las caras en los debates. Suzaku especulaba que él tramó el incendio y si su hipótesis resultaba cierta el caso debía ser suyo.

—La policía tiene un sospechoso —contó Gino—. Una ama de llaves asegura que observó al Dr. Bartley Asprius entrar a la casa. O sea que es la última persona que lo vio con vida. ¿Y qué crees? Él también anda desaparecido, ¿no es raro? —preguntó, propinándole un codazo amistoso en el brazo.

—Esta información no la han reportado los medios. ¿Cómo te enteraste? —inquirió Suzaku.

—Tengo una amiguita en la comisaría que me pasa algunos datos —contestó, guiñándole un ojo traviesamente.

Suzaku se echó a reír. Gino amaba las mujeres tanto como su trabajo de fiscal.

—Bien. Ojalá fuera verdad. Voy a pedir el caso al fiscal Guildford apenas lo transfieran a la fiscalía.

—¿Por?

—Será otra oportunidad para atrapar a algún corrupto. No creo que un criminal común fuera el causante.

—¡Esa es la actitud! —exclamó alegre, dándole unas palmaditas en su espalda—. Me temía que te habías derrumbado con el caso del vicepresidente de Britannia Corps.

Suzaku tenía fresco en la memoria el rostro de Bartley Asprius. Había sido psiquiatra de Marianne Lamperouge. En el juicio de hace diecisiete años, se había presentado en calidad de testigo para dar fe de que la madre de su amigo había superado su depresión postparto con éxito. O pretendía que así fuera, porque cometió perjurio diciendo todo lo contrario. Su testimonio de médico experto influyó en el fallo del juez. Era tiempo de que Bartley Asprius respondiera por su crimen.

https://youtu.be/1wEYd_Dpa_g

No transcurriría mucho tiempo entre esa charla de colegas y la publicación de un informe por parte de los medios pregonando la desaparición de Sawasaki y el incendio en Saitama y la posible conexión con el Dr. Asprius. Lelouch y toda la pandilla de gánsteres repasaban la noticia en televisión en la sala de espera de la firma de abogados.

—El comandante y exsecretario del jefe de gabinete, Atsushi Sawasaki, ha desaparecido. La policía ha duplicado el tamaño del equipo de investigación en su búsqueda. El Sr. Sawasaki fue visto por última vez en Fukuoka, donde recientemente ocurrió el incendio. La policía está tratando de rastrear una relación entre ambos incidentes —relataba—. Se sospecha que el incendio fue premeditado. El principal sospechoso de la desaparición del exsecretario es el director del Centro Médico de Britannia, Bartley Asprius.

El afamado presentador de noticias, Diethard Ried, proporcionaba los detalles del siniestro. Su expresión era grave. El aspecto que debería adoptar al dar cualquier noticia. En la franja debajo de Diethard, el titular rezaba que el sospechoso había ingresado al hogar de Atsushi Sawasaki el día en que desapareció. Acto seguido, retransmitieron el vídeo de la corta entrevista con la testigo ocular: el ama de llaves de Sawasaki. En palabras simples, ella describió al Dr. Bartley Asprius. No cabía la menor duda en cuanto se refirió a su calvicie, su gordura y su monóculo.

—Esta maldita ciudad ya parece el infierno: cada dos por tres ocurre un incendio —comentó Minami.

—No puede ser el infierno —objetó Lelouch con una sonrisa misteriosa—. Allí los malos son castigados por toda la eternidad —el abogado señaló la pantalla cuando salió una foto del desaparecido—. Esto fue un asesinato.

—¿Lo crees porque quemaron la casa? —preguntó Urabe.

—En parte, sí. El fuego limpia una escena del crimen mejor que nada. Pero yo lo digo por la desaparición en sí. Sin un cuerpo, la fiscalía no puede acusar al Dr. Asprius por asesinato. Es lo que estipula la ley —explicó—. A estas alturas, debe saber que lo están buscando. Que la policía haya compartido esta información con los medios quiere decir que está pidiéndole ayuda a la gente para encontrarlo más rápido. Si él lo hizo o tiene algo que le conviene ocultar, tratará de huir del país. No puede ir por avión ni salir por la carretera cuando la policía estará revisando cada individuo que salga con más ahínco. Sospecho que tomará una ruta ilegal.

—O sea, irá con un traficante —puntualizó Tamaki jugando con un mondadientes.

—Es una corazonada, pero necesito que la confirmes —dijo, volviéndose a él directamente—. Usa tus antiguos contactos y localiza a los traficantes. Debemos dar con Asprius antes que la policía. Cuando averigüen su paradero, llámenme. Juntos lo capturaremos. Quiero que esta sea la introducción de Zero y la Orden de los Caballeros Negros a Pendragón. ¿Cuento con ustedes? 

Los pandilleros intercambiaron miradas entre ellos como si estuvieran pasándose un mensaje secreto. Cuando llevas largo tiempo tratando con las personas de tu mismo equipo, llega un punto en que se convierten en extensiones de ti y las palabras se vuelven prescindibles para comunicarse. Lelouch estaba asombrado de la organización de la sociedad criminal que había fundado el Rey Negro, el jefe mafioso para quien él había trabajado, y más aún de la genuina camaradería de los gánsteres. Era una hermandad muy sólida. Analizándolo en frío, era una cosa torcidamente jocosa y, al unísono, una genialidad. Lelouch aspiraba alcanzar el mismo resultado para su bufete.

Tamaki, como el vocero de la pandilla, respondió:

—Sí.

Lelouch asintió. No podía despacharlos sin suministrarles algunas indicaciones precisas. Les enseñó un par de recortes periodísticos que incluían fotos de Luciano y Kanon.

—En el pasado, Luciano Bradley fue subordinado de Charles zi Britannia. Ahora tal parece que sigue las órdenes de Schneizel, su hijo mayor y el actual presidente de Britannia Corps. Él es el nuevo Rey Blanco —apuntó Lelouch, haciendo alusión de modo implícito a la partida de ajedrez de la cena en la mansión de los Britannia—. Pero no descartaría que Charles tuviera sus manos metidas. Kanon, por otro lado, es el jefe de sección de Schneizel. Ni él ni su padre hacen las cosas por sí mismos, delegan todo a sus subalternos. Kanon y Luciano son su torre y alfil. Mientras su mano derecha resuelve los asuntos internos, la izquierda realiza sus movidas ilegales.

—Son como C.C., tú y yo, pero hijos de puta —apostilló Tamaki mordiendo un mondadientes.

—Es una forma de verlo.

—Para tenerlo claro, entonces —terció Urabe, descargando unos golpecitos leves en las fotos que sostenía Lelouch—. Si seguimos a su mano derecha o a su matón encontramos al traficante y al doctor, ¿no?

—Exacto —confirmó Lelouch—. Si han entendido, pueden irse.

El tropel de pandilleros abandonó el bufete. Tamaki le dirigió una mirada a su compadre y se fue de último. Ya a solas, el abogado Lamperouge bajó a su habitación secreta. Su traje de Zero permanecía intacto dentro de su armario de cristal. Tal cual lo dejó el día en que lo colgó. Lelouch cogió la máscara que descansaba sobre la mesa debajo de su muro de evidencias. Su reflejo se asomó en la superficie de la misma. Literalmente Lelouch estaba contando los días mientras llegaba el momento de administrar justicia. A Lelouch siempre le resultó irónico y curioso que los demonios fueran más justos que los seres humanos, pues en el infierno los malhechores sufrían las consecuencias de sus acciones y, en cambio, en la tierra de los hombres ellos las evadían con éxito. Lelouch recibió esa dura lección en carne propia y de la peor forma. Pero también aprendió que la justicia no era una cosa imposible. La justicia podía suceder, si la hiciera. Y, por eso, Lelouch iba con todas las intenciones de convertir la ciudad en su infierno personal.


Suzaku aún seguía dándole vueltas a la declaración de Nina en su último juicio. Una parte de él se rehusaba ferozmente a aceptar que Nina demandó a un inocente por dinero. Algo tan sucio tuvo que ser obra de Britannia Corps. Pendragón era un cadáver en un estado de putrefacción tan avanzado que se había vuelto en un festín para los pequeños gusanos ambiciosos, gracias al hambre de poder de los Britannia que devoró hasta las sobras. No se sentía mejor pensando que conspiraron juntos. La Nina que conocía no era mezquina, si bien, para ser honesto, luego de graduarse del instituto había perdido contacto con ella. Lo decepcionaría profundamente que hubiera cambiado. Pronto remendaría su error: la citó en un bar, no como el fiscal Kururugi, sino como Suzaku, su excompañero de clases. Un poco anonadada, la mujer accedió.

Ya que el contexto era informal, se puso pantalones de mezclilla, una camisa añil desahogada con mangas arremangadas a la altura de los codos y unas zapatillas blancas. Al verse en el espejo no se reconoció. Solía salir vestido para el trabajo. O sea, casi siempre llevaba ropa formal. Como sea, no quería entretenerse más y se fue. Nina llegó quince minutos tarde. Suzaku la invitó a sentarse en la barra junto a él y dejó que eligiera su bebida añadiendo que pagaría esa ronda y las que siguieran. Nina era de las que prefería un café en lugar de un cóctel, pero no iba a desestimar su amable invitación. Se actualizaron el uno al otro con sus vidas y cuando uno tomaba la palabra, el otro bebía en cantidades moderadas. A la larga, pasaron un rato ameno en que hubo de vez en cuando algunas carcajadas alegres. En un punto de la conversación, él le preguntó por su futuro.

—Sí, presenté mi renuncia al día siguiente del juicio. No puedo trabajar ahí como si nada, no después de lo que hice —indicó, cabizbaja.

—Te equivocaste, pero recapacitaste e hiciste lo correcto. Es lo importante —la reconfortó, enseriándose. Suzaku hizo una pausa y tragó saliva—. Si no te molesta mi opinión —siguió, cauteloso— creo que desvincularte de Britannia Corps fue bueno. Es una empresa corrupta.

—¿Estás investigándola? —le preguntó con curiosidad.

—Sí, llevo un largo tiempo haciéndoles seguimiento, pero no he reunido evidencia concreta. Limpian bien sus huellas —confesó con un ápice de frustración en la voz—. Una vez, observé cómo arruinaron la vida de un buen amigo. No toleraría que la situación se repitiera contigo.

Nina conducía el vaso directo a sus labios cuando esa afirmación atrajo su atención.

—¿Me consideras tu amiga? —indagó dando un respingo de sorpresa.

—Sí, no me gustaría que el juicio fuera el adiós definitivo. Continuemos viéndonos. Tú tienes mi número. Llámame cuando te apetezca —animó, sonriente—. Normalmente estoy atestado de trabajo, pero puedo hacer un hueco por una amiga.

—Debes tener muchos amigos, ¿no es así? —tanteó Nina tímidamente, removiendo el tequila en círculos con el meñique.

—No tantos —tartamudeó—. Invierto toda mi energía y mi tiempo trabajando duro por hacer de Pendragón un lugar mejor que desatiendo otras cosas que también son importantes.

—En ese sentido, nos parecemos —reflexionó en voz alta—. Nos hemos entregado en cuerpo y alma al trabajo para concretar nuestros sueños que el tiempo no puede detenernos. Admito que me refugio en la ciencia para aislarme del resto del mundo —añadió, mientras se miraba las manos que jugaban distraídamente—. No soy buena comunicándome. No sé cuál será tu excusa.

—Quizá la misma que la tuya —suspiró Suzaku—. Hay que cambiar, ¿no crees? —volvió a sonreírle amistoso.

Ella alzó la mirada y asintió despacio, devolviéndole la sonrisa. ¿Para qué la había citado con exactitud? En un inicio, había sido con la intención de averiguar si seguiría trabajando para Britannia Corps y advertirle -lo cual no tenía que preocuparse, puesto que halló un empleo en el gobierno-, pero, luego de esa charla, no estaba seguro de que esa fuera la verdadera razón. Suzaku le llamó un taxi y la acompañó afuera. Abrumada por su gentileza, Nina le agradeció y se fue. Ya lejos, seguía despidiéndola con un ademán.

https://youtu.be/gTYOlFhFTBw

Al volverse sobre sus pasos, Suzaku percibió que una pareja venía hacia él. A la mujer jamás la había visto. Su piel era lechosa y su pelo era lila. Era guapa. Agarraba al hombre del brazo con fuerza, como si temiera que se esfumaría al menor descuido, y lo besaba por todo el rostro apasionadamente. El hombre no se inmutaba ni hacía nada para apartarla. A él lo conocía bastante bien. Era Lelouch. Los dos estaban saliendo del casino. De hecho, usaba una ropa distinta: un pantalón caqui, una camisa negra con botonadura, una chaqueta de cuero marrón y mocasines. Todo indicaba que ambos escogieron ese día para divertirse. Como tenía que suceder, Lelouch se dio cuenta de la presencia de su viejo amigo y continuó recto, yendo a su inevitable encuentro.

—¡Suzaku, no esperaba verte hoy! ¿Cómo estás? —saludó.

—Tampoco yo. Estoy bien, aunque no tanto como tú —contestó, echándole una mirada a su despampanante acompañante que había ignorado su existencia.

La mujer vislumbraba absorta a Lelouch como si fuera un dios en carne y hueso. Él se volteó hacia ella y le sujetó de la mano con que jugueteaba el primer botón de su camisa, deteniendo así ese movimiento que lo estaba poniendo nervioso.

—¿Podrías esperarme junto a mi auto, Miya? —pidió, amable—. Es ese negro. Te alcanzaré pronto.

—¡Está bien, gatito! —asintió la mujer, agarrando de pronto su rostro entre sus manos.

Ella le plantó un violento beso en los labios. Él se tambaleó. Lo había pillado desprevenido. Al cabo, terminó cediendo. ¿Qué otra cosa podía hacer? Suzaku fingió rascarse la oreja y ver hacia otro lado para huir de la incomodidad. Cuando ya había transcurrido un instante eterno, ella se marchó. Y el gozo no cabía dentro de su cuerpo.

—Es entusiasta tu amiga —comentó Suzaku sin saber cómo retomar la conversación tras ese numerito.

—Eso parece. La conocí hace un par de horas —indicó, adecentando su ropa desarreglada.

Suzaku se mordió la lengua sin querer. Sus ojos fueron de Lelouch hacia donde se había ido Miya, imitando el vaivén de los pensamientos que cruzaban por su cabeza.

—No imaginaba que serías ese tipo de hombre... —murmuró.

Lelouch le lanzó una de sus miradas penetrantes. No le gustó esa insinuación.

—¿Hablas del tipo que conoce a una bella mujer y decide pasar una agradable noche libre de compromiso con ella? —indagó con esa inherente serenidad en su voz—. Creo que todos los hombres nos perfilamos en ese tipo. Alguna vez tuviste que experimentar atracción por una mujer —le sonrió, pícaro.

—Eras retraído... —se excusó, evadiendo el tema.

—Éramos unos niños. He cambiado en estos años —declaró. Suzaku lo observó con fijeza. Su rostro era inescrutable. Lelouch empezó a sentirse incómodo a medida que el silencio estaba dilatándose. Se extendió en su perorata—: las mujeres me gustan, ¿sí? Son encantadoras, ingeniosas, independientes, pueden ser rebeldes y, además, son hermosas. Sus cuerpos son la joya de la naturaleza. Yo solo les rindo pleitesía amándolas y satisfaciendo sus deseos que también son míos. Eso no es un pecado. Por favor, Suzaku —espetó Lelouch cuando su paciencia tocó su límite—, me veo ridículo diciéndote esto. No me hagas explicarte algo que deberías estar al tanto.

—Esa no es la cuestión —refutó Suzaku—. No deberías frecuentar con otras mujeres si estás coqueteando con Euphemia.

Lelouch imaginaba que Suzaku negaría su provocación y que la charla terminaría en un intercambio de bromas o si admitía que estaba en lo cierto, tenía cómo adherirlo a su argumento y probar su punto. En cambio, su respuesta lo aturdió. No previó que tomarían este rumbo

—En absoluto, lo que nos une a Euphie y a mí es una sincera amistad.

—Ella parece que no lo entiende así —masculló, circunspecto—. Tú le gustas.

—¿Te dijo eso? —preguntó fingiendo estupefacción—. Te juro que no lo sabía. Solo he sido gentil con ella.

Lelouch se fijó que la mandíbula de su amigo estaba tensándose y sus ojos eran duros. Si las miradas pudieran matar...

—No me dijo nada. Adiviné —indicó entre dientes—. Deberías aclararle tus intenciones para que no se forme una idea equivocada.

—No puedo presentarme ante Euphemia y desmentir una especulación —repuso con acritud, irritado con la absurda petición.

—Por favor, Lelouch, te lo aconsejo como amigo —suplicó Suzaku—. Sé que no querrías herir sus sentimientos.

—Dije que no —bramó—. No te concierne tomar decisiones por cualquiera de nosotros. A ti no te importa que Euphemia...

Asaltado por un súbito impulso, Suzaku le clavó su codo en el pecho estampándolo contra la columna al lado de ellos de un empujón. Lelouch expulsó ruidosamente todo el aire de los pulmones.

—¡No te atrevas a decirme que ella no me importa! —le gritó.

Lelouch repitió aquellas palabras para sus mientes, en cuanto sus facciones crispadas por el dolor iban relajándose. Vio ante él una mirada rabiosa y unos dientes que retenían un gruñido hosco. Casi animal. Fue abriendo los ojos más y más mientras iba comprendiendo.

-Te gusta -siseó.

La declaración de Lelouch fue como recibir una cachetada de un guante blanco. Toda su furia se evaporó. Apenas fue consciente de su reacción instintiva, retrocedió. ¿Qué fue eso? Jamás se había dejado dominar por sus emociones.

—Lelouch, lo sien... —gimió, arrepentido.

—Sí, sí —musitó, desdeñoso, reacomodándose su chaqueta de nuevo—. Conozco el resto...

Y esa fue la fría despedida. Suzaku lo siguió con la vista hasta donde pudo. Nunca consideró que sus sentimientos por Euphemia fueran más fuertes de lo que sabía. ¿Podría ser que Lelouch tuviera razón? Suzaku pateó el suelo y se presionó el puente de la nariz.

—¡Aj! ¡Carajo!


Un tercer caballero. Era el último aditivo que hubiera pensado que interferiría en sus planes. Y, entre todas las personas, tenía que ser Suzaku su potencial rival. A solas, Lelouch se habría reído de la ironía. Por lo menos, Euphemia le devolvió su beso. Aquello era significativo. En la cena de la mansión Britannia, la había invitado al teatro y ella había aceptado. De camino al hotel, Lelouch procuró calmarse haciendo memoria de sus logros con Euphemia. No podía complacer a Miya estando alterado. Con una mente despejada, podía idear una estrategia para vencer al tercer caballero y conquistar el corazón de la princesa.

Solo así la llave del castillo sería suya.


El meme del capítulo

N/A: ¡que se viene, que se viene, que se viene un triángulo amoroso, triángulo amoroso, triángulo amoroso!... ¿Y por qué tienen esa cara de asombro, malvaviscos? Era evidente que a Euphemia le gustaba Lelouch y la atracción entre ella y Suzaku fue instantánea. Los triángulos amorosos son de mis tópicos favoritos y los disfruto mucho cuando están bien desarrollados -no mamadas como lo que nos presentó Crepúsculo, Los juegos del hambre y miles de best-sellers y series que no tienen puta idea de cómo escribir uno-. Por lo común, es el rival el que tiene oscuras intenciones con nuestra chica; esta vez es nuestro héroe. Asimismo, en las historias de venganza, el héroe suele enamorarse de su objetivo (o la hija/hermana de) y supone un obstáculo en sus planes. Veremos qué es lo que sucede aquí. Este triángulo tiene varias peculiaridades. Ustedes díganme por quién creen que se decante Euphemia o quién les gustaría que conquiste su corazón. Nuestro héroe o su rival. Estaré leyéndoles.

Adicionalmente, les había dicho que iba a comenzar el semestre el mes pasado; pues no, resulta que cuando abrieron la oferta académica de este semestre único a distancia tan solo había once materias y ninguna de ellas la había inscrito, así que estoy como hace unos meses. En el aire. Creo que podré completar mi aspiración de terminar la segunda parte del fanfic antes de que termine el año. Los voy a mantener informados. Finalizamos el capítulo siete, malvaviscos, estamos más de la mitad de la primera parte, ¿cómo todo esto concluirá? Lo veremos. El siguiente capítulo es mi favorito junto a los últimos de esta parte. Si tienen alguna escena o frase o capítulo favorita, ténganla presente que se los preguntaré al subir el capítulo doce del fanfic, o sea, cuando despidamos esta primera parte.

Entre otras cosas, ¿qué tal los separadores? Para una mejor organización y ya que Wattpad no tiene líneas para separar las escenas decidí crear algo bonito, si se dieron cuenta las escenas suelen cambiar al igual que los puntos de vista y me tomé la libertad de crear uno para cada personaje principal. Salvo el último que la Editorial_Apassionato me hizo, los diseñé yo. Espero les gusto.

Bueno, por mi parte, eso es todo. Marquen en sus calendarios el 7 de diciembre, que si mi país no se descoñeta por fin será el día en que toque actualización y mi regalito de navidad por anticipado. Les agradeceré todo el amor que den a este episodio y estaré leyendo y contestando sus comentarios que saben que me gusta hacerlo :v Cuídense. Se les quiere y se les respeta.

Próximo capítulo: Pecado.


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