Capítulo 6: Diamantes en bruto
¿Cómo supo Luciano que estaba allí? Solo había una explicación: tuvo que haberlo seguido. Acudió de golpe a su memoria que Luciano estaba en la fiesta de Britannia junto a Schneizel. Hace diecisiete años, trabajaba para Charles zi Britannia. ¿Significaba que ahora era el esbirro de Schneizel? No estaba desconcertado. Infirió que si llegaba a ser cierto que Britannia Corps quería deshacerse del vicepresidente tratarían de disuadirlo. Por todos los medios. La fuerza no sería la excepción. Luciano no era paciente ni generoso. Si no lo había matado ya, era porque Schneizel se lo ordenó. Antes de emprender su cruzada, Lelouch era consciente que si iba a enfrentar a Britannia Corps se vería las caras otra vez con Luciano. Imaginó que su reencuentro sería más o menos en algún cuarto a oscuras, él estaría atado y amordazado y Luciano y sus apandillados lo acecharían como depredadores hambrientos. El elemento nuevo y, por quién más temía, era Kallen.
Luciano no agregó más después de advertirle. Demoraron una eternidad en que lo único que escuchaba eran las respiraciones temblorosas de Kallen y la suya hasta que el coche frenó de súbito. Los forzaron a salir a empellones. Innecesario, pero era demasiado pedir para Luciano. Sin quitarle la capucha, arrojaron al piso a Lelouch. De inmediato, hizo el intento de levantarse y uno de los matones aplastó con su pie su espalda. Luciano sacó un cigarro y lo encendió. Lelouch agudizó sus sentidos. Podía oír un gorgoteo suave que procedía desde su derecha y el salvaje rugido de unas olas golpear con furia contra algo. Asimismo, llegaba a su nariz un olor salino. ¿Era posible que estuvieran en un muelle? La universidad no estaba muy lejos de la bahía. Rendido ante la incertidumbre, Lelouch sentía que sus temores de la niñez regresaban a él. Por Kallen y por sí mismo, debía empujarlos a un lado e ingeniar un método que los ayudara a salir de esta situación. Esta vez no se quedaría paralizado.
—¡¿Por qué nos h...?!
Se calló cuando Luciano apagó su cigarro en su mano. La quemazón era tan aguda que sentía el fuego infiltrarse por sus venas, erupcionar su torrente sanguíneo y destruir sus nervios. Se tuvo que morder la lengua para no gritar. Apretó los párpados con exagerada fuerza.
—Tú no haces las preguntas —lo reprendió Luciano con voz ríspida acercando su rostro al suyo. Su aliento con olor a nicotina traspasó la tela negra de la capucha. Lelouch tosió—. Solo obedeces. Escúchame bien, Lamperouge, —dijo Luciano, adoptando un tono severo— vete de Pendragón. Regresarás a la puta alcantarilla de dónde saliste y nunca volverás o te mataré con mis propias manos. ¿De acuerdo? De acuerdo.
Resollando de rabia, Lelouch alzó la cabeza hacia donde creía estar Luciano.
—Dile a tu amo que no abandonaré esta ciudad mientras esté con vida —masculló.
—No, no, no, eso no fue una pregunta. Tampoco tu propuesta es una opción. O te exilias por siempre de esta ciudad o te haré ver cómo le corto los pezones a tu mujerzuela y todo lo que tenga hasta hacerte cambiar de opinión —conminó fumando otro cigarro.
Luciano volvió a agacharse junto a él y dejó caer en su palma el filtro carbonizado.
—¿Te atreves a matar a una mujer inocente y no a tu presa? No lo entiendo, ¿de qué serviría matarme después? ¿Por qué no ahora? —preguntó Lelouch jadeante, poniendo muecas cada vez más grotescas a medida que las partículas se fusionaban con su piel—. Respóndeme algo, ¿cuánto te paga tu jefe?
—Sin preguntas.
—Puedo ofrecerte el doble si nos dejas ir.
—No.
—¿Por qué? ¿Por qué te lo ordenó tu jefe? Mira, él no está aquí, a quien yo veo a cargo es a ti. Estoy dispuesto a llegar a un convenio que nos favorezca a ambos si accedes a escucharme.
—Cierra la...
—¿No te interesa lo que tengo que decir? —lo atajó, provocador—. ¿Es porque no quieres o tu jefe te lo prohibió? Sí, es eso. No tienes autoridad. Eres una perra bastarda que le chupa el pito a su amo. Y yo que pensé que podía...
Luciano se colocó de nuevo su máscara y trazó un círculo en el aire con el dedo. Dos matones jalaron a Lelouch por los brazos poniéndolo de pie. Le quitaron la capucha. Ni bien pudo ver dónde estaba cuando Luciano le metió tres puñetazos en el rostro sin intercalar pausas. De no ser porque lo tenían sujeto, Lelouch habría vuelto a estrellarse contra piso. A la velocidad de un relámpago, Luciano puso el cañón del revólver entre sus ojos. Estaba frío. Le producía cosquillas. Sintiendo que iba a atragantarse, Lelouch escupió sangre. No apartó la vista de su atacante. A través de los orificios de la máscara podía fijarse en el borde rojo de sus ojos. Podía apostar que lo estaba mirando ceñudo.
—¡Dije que te calles! —repitió lentamente—. El último hombre que me dijo «perra bastarda» lo lamentó. No te gustaría correr esa suerte, créeme —una sonrisa maligna curvó en los labios de Luciano. Hizo una pausa, pensativo—. Mi jefe me ordenó que te mantuviera vivo, aunque no mencionó que no podía cortarte la lengua. Así aprenderás a cerrar el pico.
Luciano era un hombre de palabra, para rematar el chiste. Eso le constaba. No fue tanto la amenaza en sí como la nota entusiasta en su voz lo que aceleró su pulso.
—Perra bastarda.
No fue Lelouch el que dijo eso. Era una voz femenina. Nada más había una mujer entre ellos. Luciano giró la cabeza hacia Kallen. Rápidamente le despojó la capucha. Ella clavó en él esa mirada feroz suya. Dos matones se aseguraban de que no fuera a ninguna parte. Uno rozaba su cuello con una navaja. Cualquier movimiento brusco que hiciera sería fatal.
—No soy un hombre, «perra bastarda» —repitió para que no tuviera dudas de que fue ella.
—¿Conque fuiste tú quien dijo eso? ¡Qué valiente! —rió—. Y qué estúpida. Eso me recuerda que no he estado con una mujer. Menos con una tan hermosa como tú.
Luciano dio un paso hacia delante. La examinó de arriba abajo. Notó que su chaqueta estaba muy ceñida a su torso. Cogió la navaja que presionaba su garganta y rasgó ansioso su chaqueta y su blusa. Sus pechos eran inmensos y provocadores. Volcánicos. ¿Serían blancos y redondos? No aguantaba en desgarrar su sujetador para descubrirlo. Una mujer con pechos pequeños carecía de atractivo. Eso pensaba. Estaba harto de ellas. Pese que la tela interfería, no fue impedimento para que la pellizcara. La mujer se mordió el labio. No la manoseó como supuso que haría, pero el fuego de la lujuria descarada centellaba en sus pupilas. No era su cuerpo lo que lo extasiaba. Era su dolor.
—¡BASTA! ¡DÉJALA EN P...!
Si Lelouch no siguió fue porque otro matón lo golpeó en el estómago sacándole todo el aire. Por instinto, Lelouch quiso doblarse hacia delante para recobrar el aliento, pero los matones no se lo permitieron. Sus brazos empezaban a doler de tanto tiempo estar elevados. Luciano se volvió momentáneamente hacia Lelouch y lo apuntó con el cuchillo.
—Cállate. Perdiste tu oportunidad, Lamperouge, por lo que no me das otra alternativa. Sabes, siendo honesto contigo, me contenta que hayas elegido no irte de Pendragón —apostilló, sonriente. Y se dirigió nuevamente a Kallen—. Hubiera sido una pena no haber disfrutado a tu mujer.
Ninguna mujer que había estado con Luciano volvía a estar con él. No porque no le gustara. Todo lo contrario. Sino porque no continuaban vivas para repetirlo. Luciano abofeteó a Kallen con todas sus fuerzas.
—¡Eso fue por lo de «perra bastarda»! —le explicó Luciano, sacudiéndose la mano. Incluso a él le había dolido el golpe. Seguidamente, la cogió por el mentón forzándola a mirarlo y le enseñó el cuchillo— y esto es por placer para ti y para mí.
Luciano iba a cortarle el rostro cuando Kallen inopinadamente se lanzó sobre él y atrapó con sus dientes su nariz. Luciano pegó un alarido tan duro que su dolor traspasó a sus hombres y a Lelouch. La pelirroja sentía como su grito hacía arder la sangre en sus venas aumentando sus energías. Los matones corrieron a separarlos. Por más que halaban a Luciano, Kallen se aferraba con más furia. No lo liberó hasta unos segundos después cuando nadie lo esperaba. Luciano cayó del culo.
—¡MALDITA PERRA! ¡ME ARRANCASTE LA NARIZ! —chilló Luciano con lágrimas en los ojos—. ¡Llévense al cabrón y maten a la perra!
Su nariz sangraba copiosamente. Luciano trató de presionársela para frenar la hemorragia. El dolor lo obligaba a mecerse de atrás hacia adelante y viceversa, como un niño. En mitad de sus aullidos desgarradores, Kallen hundió su rodilla en el estómago del hombre la aprisionaba varias veces con rapidez hasta hacerlo encorvarse. Alzó la pierna y descargó una patada fulminante sobre su espalda y fue cuando finalmente la soltó. El hombre que estaba a su izquierda rodeó con su fornido brazo su cuello, estrangulándola. Ella pateó su espinilla con el talón y enterró el codo en su estómago. Su gruñido fue música para sus oídos. Retrocedió hasta que chocaron contra el vehículo detrás de ellos. Desfallecido, el hombre no podía retenerla más. Logró zafarse. La sangre de Luciano le chorreaba por la mandíbula. Recorrió sus labios con la lengua. Tenía un sabor fresco, amargo y extrañamente agradable.
Luciano, por otra parte, que tenía una mancha roja en el medio de su grotesca máscara y que había visto como Kallen había vencido a dos de sus hombres en un parpadeo, se incorporó con dificultad y se encaminó tambaleándose hacia uno de los autos. Cuando la mujer quiso impedirlo, otro matón que empuñaba un cuchillo se abalanzó sobre ella, distrayéndola; lo que le dio chance a Luciano de subirse al coche y escapar como alma que lleva el diablo. La pelirroja se desvió de la trayectoria de su atacante, lo agarró del codo y lo lanzó hacia el auto. Su cabeza atravesó la ventana haciendo añicos al vidrio. Su arma resbaló de su puño. Kallen se apoderó de ella. Se fijó que se estaban llevando Lelouch al interior de otro auto. Ni siquiera lo pensó. Cuando el hombre estaba abriendo la puerta, le tiró el cuchillo. El filo perforó su mano. El matón chilló de dolor. La hendidura segregó sangre inmediatamente. El otro hombre que tenía cautivo a Lelouch sacó un arma de fuego. Kallen llegó antes de que pudiera halar el gatillo, lo cogió de la muñeca con que tenía la pistola y la levantó, por lo que disparó al aire. Encajó su pierna en su ingle y metió el codo en el hueco de su garganta. El hombre se desplomó de rodillas. La pistola cayó cerca de un Lelouch desfallecido, que había perdido por completo el sentido de la orientación. En esto, otro matón cargó a Kallen a cuesta de su espalda capturándola por su cintura. Apoyándose en sus hombros, Kallen envolvió su cabeza con sus piernas mediante una voltereta inversa y lo volcó. Ambos se desplomaron.
Entretanto, el hombre cuya mano había sido traspasada por el cuchillo, se lo sacó de un tirón. Un chorro de sangre goteó en el piso en una línea diagonal. Corrió hacia ella a una velocidad que desdibujaba su silueta. El sonido del choque fue igual a dos trenes encontrándose frente a frente. Kallen intentó empujarlo; pero nada podía aminorar su inminente avance. El hombre se había convertido en una máquina. No pudo protegerse contra el filo que hendió su carne. Sus pupilas se dilataron. El hombre extrajo el cuchillo y Kallen se derrumbó frente a los ojos desorbitados de Lelouch.
—¡KALLEN!
La visión de Kallen se llenó de puntos negros y un escalofrío comenzó a extenderse desde su abdomen hasta su pecho. De un segundo a otro, ya no podía mover ni las piezas ni los brazos ni ninguna parte de su cuerpo. Tan solo podía entrever el rostro de Lelouch, pálido de horror, mirándola. Lo último que divisó fueron los labios de Lelouch articulando su nombre...
https://youtu.be/UEZ-apKKDKQ
Hacía tiempo que Kallen no veía a su hermano. Lucía tal como en sus fotos. No, mejor que en ellas. Su cabello encarnado ardiente como el fuego y sus vivos ojos azules. Los años no pasaron para él: se conservaba en sus veinte. Estaban en casa. Naoto le sonreía. Lucía orgulloso. Tal vez por el valor que había demostrado ese día. Kallen lo abrazó y le expresó su deseo de estar con él. Naoto no decía nada. Ella se apartó para verlo una vez más y entonces su imagen comenzó a desvanecerse. Engullida por una poderosa luz. Kallen suplicó que no la dejara, pero no tenía el poder de evitarlo.
—¡Naoto!
—¡Cuidado!
Kallen se flexionó de golpe. Esparció la mirada por los alrededores. Fue reconociendo poco a poco el lugar. No estaba en su casa. Estaba tendida en una camilla en la sala de emergencias en un hospital. Tampoco estaba con Naoto. La pelirroja sintió el fantasma de una mano sobre su abdomen plano. A su lado estaba Lelouch sentado y su mano, en efecto, descansaba allí. Al parecer, se sobresaltó cuando ella realizó ese movimiento rudo. La retiró tan pronto como cruzaron una mirada. Su aspecto no era bueno. El golpe de frío en su estómago le arrojó a la mente un puñado de imágenes confusas. En cuanto las reordenó, la japonesa miró hacia abajo. Unos puntos de sutura dibujaban una línea larga y delgada en su costado derecho.
—¿Qué pasó? —preguntó con destemplanza.
—Perdiste el conocimiento y te traje al hospital. Un doctor pudo atenderte rápido, por suerte. Me dijo que la puñalada no había tocado un órgano vital y que estabas fuera de peligro, pero debías guardar reposo —explicó Lelouch, lacónico.
—No. Me refiero antes de eso —aclaró Kallen. Su voz se sofocó al final.
Se abrazó conteniendo el escalofrío que subía desde la boca de su estómago. Lelouch suspiró.
—Luego de que te apuñalaron, el hombre fue contra mí, pero unos cargueros nos vieron y él huyó. Les pedí su ayuda para llevarte al hospital universitario. Al parecer, nos habían llevado a un muelle —contó con el ceño fruncido, centrado en el recuerdo—. Como sea, todo lo que importa es que estás a salvo.
Ella se devanó los sesos con el afán de escarbar más en su memoria. Era el ocaso. Estuvieron un largo rato en ese horroroso lugar. Era una hora tardía. Alcanzaba a comprender por qué estaba tan vacío el muelle. Tampoco era imposible que un transeúnte anduviera entonces. La pelirroja le echó una mirada a Lelouch. Este estaba cabizbajo y se agarraba las manos, retorciéndoselas. Podía sentir como la tensión se acumulaba como carga electroestática en el ambiente.
—¿Estás diciéndome que me llevaste en estos bracitos? —soltó Kallen, medio en broma, medio en serio, dándole un toquecito en uno de sus brazos delgados con el dedo.
—Bueno, no es necesario tener los músculos de un fisicoculturista para levantarte —rezongó con el orgullo herido.
—¡Ja! Sí —concedió, sarcástica—. Fuera de broma, gracias —añadió al instante, enseriándose, recogiéndose un mechón detrás de la oreja. Lelouch no respondió. Continuaba extraviado en sus pensamientos. Cuando el silencio se hizo insoportable para Kallen, dijo—: ya estuvo bueno. Me quiero largar de aquí. Ni se te ocurra detenerme.
Retiró las sábanas de un jalón y se puso de pie tan abruptamente que se bamboleó. Lelouch se incorporó. Kallen lo sorprendió con los brazos alargados como si estuviera preparado para sostenerla de caerse. Cerró las manos disimulando el amago.
—Está bien, pero primero...
Lelouch se desabotonó su chaqueta y cubrió los hombros de la mujer. Hasta ese punto, Kallen no había sido consciente de la corriente fría que emanaba del aire acondicionado. Sin mencionar que aquel sujeto desgarró su blusa. Su chaqueta era cálida, al contrario. Cogiéndola por las solapas, Lelouch procuró proteger aún más su piel desnuda. Buscaron al médico, hablaron con él y, consecutivamente, fueron a la recepción. Por último, se subieron al coche de Lelouch. Le daría el aventón a su casa. Era de noche. Kallen revisó su celular. Permaneció inconsciente por seis horas. Tenía dos llamadas perdidas y un mensaje de Ohgi. Se habría extrañado de que no hubiera llegado y que no manifestara señales de vida a las tantas. Él nunca había sido fastidioso ni un paranoico. Normal, ya era una adulta cuando empezó a vivir con él. No obstante, jamás había sido apuñalada y no sabía cómo explicarle eso en persona sin sentirse incómoda, por lo que prefirió responderle y que tuviera la noticia digerida para cuando se reunieran.
Kallen se acurrucó junto a la ventana. Los árboles, los edificios, las personas, los autos eran dejados atrás muy rápido. Sus formas eran borrosas, aunque pudo identificarlas. En el reflejo del cristal de la ventana, observó que su blusa estaba rasgada. Su brasier era visible. A hurtadillas miró el retrovisor, el espejo reflejaba los ojos de Lelouch puestos en ella. Notó algo titilar en ellos. Algo que jamás había visto. No era lascivia, ¿acaso preocupación? No podía asegurar qué era lo que asomaba en sus ojos. De todas maneras, su mirada no dejaba de ser penetrante. Sus mejillas se tiñeron de rojo. Kallen se escondió en el interior cálido de su chaqueta. Lelouch desvió la mirada.
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—¿Quién es Naoto? —inquirió Lelouch. Kallen giró la cabeza hacia él, ¿cómo supo su nombre? Lelouch añadió como si hubiera podido leer su mente—: decías su nombre en sueños.
¡Oh, claro! Se despertó gritando su nombre. ¿Cómo pudo olvidarlo?
—Es mi hermano mayor —respondió volviéndose hacia la ventana.
—¿Vives con él? Deberías decirle que pronto vas a llegar. Es posible que esté preocupado.
—No —susurró Kallen, inaudible—. Él desapareció —aclaró. Lelouch no dijo nada. Se suponía que ahí terminaba, pues no pregunto más, pero la imagen de su hermano se quedó flotando en su mente—. Tenía diez años. Me estaba enseñando artes marciales en esa época. Quería que aprendiera a cuidarme. Sabía que Pendragón era peligrosa y no podía estar conmigo para protegerme y nuestra madre tampoco: estaba sumergida en la depresión y solo las drogas podían ponerla en un estado de paz. Ella tenía rastros de refrain en su sangre y, por eso, el malnacido que chocó contra ella y la dejó en coma consiguió salir del pasado. Apenas pude contenerme para buscar a ese hijo de puta para darle su merecido. A mí Me detuvo el hecho de que no conocía su nombre —al decir eso, su voz alcanzó un punto de inflexión—. En realidad, eso no es del todo cierto. Mi hermano me pidió que empleara mis habilidades para protegerme a mí y aquellos que lo necesitaran...
—¿Fue por eso que me salvaste? —la interpeló con mesura.
—Que me desagrades no significa que te quiera muerto ni que te corten la lengua —Kallen sorbió su nariz—. Y la promesa que le hice, te incluye —gimió. Se limpió con el dorso de su mano al sentir la humedad en sus ojos—. ¿Por qué estoy contándote esto? —bufó.
Lelouch observó de reojo el retrovisor. El reflejo le devolvía la imagen de Kallen de espaldas, encogiéndose. Se estaba protegiendo el rostro. La japonesa hacía acopio de sus fuerzas para reprimir los sollozos.
—Está bien. No quise incomodarte —murmuró. Sacó su pañuelo del bolsillo y se lo tendió. La mujer dudó, pero vio como Lelouch tenía la mirada fija en el volante tratando de no cruzarla con ella. No porque la asqueara o lo irritara, sino porque sabía perfectamente que no quería que la viera vulnerable. Aceptó el pañuelo—. Lamento haberte puesto en peligro. Esto es por el juicio del vicepresidente. Trataron de intimidarme para que abandonara el caso y te usaron para conseguirlo.
—En verdad, eres extraño, Lelouch Lamperouge —sonrió Kallen—: no te disculpas cuando debes y lo haces cuando no tienes nada que ver, ¡tks! Tú lo dijiste, ¿qué culpa tienes de que te amenacen?
—Te asustaron...
—¿Yo? ¿Asustada? No me conoces bien. He vivido en esta ciudad por años y me han asaltado a mano armada cuatro veces, ¿por qué crees que mi hermano me enseñó a pelear? Hazme el favor de no subestimarme. Me estás ofendiendo —suspiró—. Cuando amenazó con cortarte la lengua, ahí me asusté. Ya cuando dijo que me iba a... Bueno... —susurró Kallen mirando abajo. Se tapó más con la chaqueta—. ¿Qué coño estabas haciendo al joder a ese psicópata?
—Intentaba hacer un pacto con él. Solo que no parecía abierto a negociaciones, así que pensé en adular su ego para que accediera. Como no funcionó, herí su orgullo.
—Y casi logras que te corten la lengua. Si esta noche sirvió para enseñarte que tus trucos no siempre resultarán, no me importa que me hayan apuñalado.
—No soy bueno con la violencia. No podía salvar nuestras vidas por ese medio —admitió en un hilo de voz. Sus dedos se tensaron en el volante.
—En absoluto. Tu arma es esa lengua larga que tienes —señaló ella en tono burlón—. A mí sí se me da bien la violencia para suerte de los dos. Me lo debes, ¿eh? Si no fuera por mí, no tendrías nada.
—Esa era otra alternativa: hacer que alguien empleara sus puños por mí, aunque tú peleaste por tu voluntad. Estoy seguro de que si Naoto supiera lo que hiciste estaría orgulloso. Bueno, es lo que yo sentiría si mi hermana pusiera en práctica lo que le enseñara —dijo, alzándose de hombros. Kallen pensó que agregó eso para disolver cualquier atisbo de desconfianza que tuviera contra él—. Debo mi vida a Naoto por instruirte y a ti por salvarme. Gracias.
Hasta ese momento, todo lo que había escuchado de él eran mentiras. O sonaban a tales. No podía creer que lograra decir una verdad sin que se quemaran sus labios. No podía confiar en un embustero. Entonces, ¿cómo se escuchaba una verdad de su boca? Seca, escueta. Si estuviera más adornada, a lo mejor pensaría que lo decía por cortesía. Pero esta vez creyó que lo decía desde lo más hondo de su corazón.
—De nada —repuso oteando el retrovisor donde sabía que sus miradas por fin se reunirían.
Y llegaron. La pelirroja le agradeció por traerla. Iba a regresarle su chaqueta, pero la detuvo: esa noche hacía frío, la necesitaría. Kallen comprendió que había sido una estupidez, le dio la razón y dijo que se lo devolvería más tarde. Bajaron. La pizzería estaba cerrada, pero Ohgi aguardaba a Kallen desde el interior. Al reconocerla, salió a paso veloz.
—¡Maldita sea, Kallen!
—Podrías alegrarte de que sigo viva, ¿no? —gruñó.
Se unió a él, acto seguido. Ohgi percibió una sombra que quedó rezagada. Debía ser Lelouch. Kallen le había hablado de él un par de veces. O quizá tres. O quizás más. Lo había imaginado mayor y no tan bien parecido ni joven.
—¡Ah! Eres Lelouch, ¿cierto? Kallen me ha hablado de ti —Ohgi hizo una pausa. A lo mejor no se estaba dirigiendo a él apropiadamente. Igual, no sabía cómo funcionaban las cosas en un bufete—. Soy Ohgi Kaname, un amigo de la familia. Gracias por traerla sana y salva.
—No ha sido nada.
—¿Gustas pasar? Podría prepararte un té o un café o lo que desees —ofreció con timidez.
—Te agradezco la invitación, pero debo rechazarla. Alguien me está esperando esta noche —se justificó—. En otra ocasión, me encantaría. Este será el adiós por el momento.
—Entiendo. Me dio gusto conocerte.
Ohgi y Lelouch estrecharon sus manos. Su piel era extrañamente gélida. Kallen no exageraba cuando dijo que había un aura lúgubre a su alrededor. Más bien, era su mirada expresiva lo que le inquietaba. Era más corpulento y, aun así, Lelouch era imponente. Se despidió de ellos y se montó de nuevo en su volvo negro. ¿Quién podría esperar a Lelouch en la noche? ¿C.C.? No, había otra persona. Alguien cuya existencia desconocía hasta esa noche: su hermana. Tal vez por su opinión negativa hacia él o que el día en que llevó una pizza no parecía que había nadie más aparte de C.C. viviendo en su apartamento, la mujer presumía que Lelouch estaba solo. Claro que eso no significaba que no tuviera familia. ¿Qué tipo de persona podría ser su hermana? De repente, Kallen sentía una leve curiosidad.
Lelouch conducía aprisa. Se saltó varias señales de alto, y le dio igual. Tampoco le importaría si llegaban a multarlo por excederse en velocidad. Su mano en el volante estaba crispada y su mandíbula, apretada. Por su estúpido error de cálculo, estuvo a punto de perderla y fallar a su promesa.
Hace diecisiete años, Luciano asesinó a su madre mientras forcejaban. Marianne le gritó que huyera. Pero no pudo moverse a ningún lado. Sus piernas estaban paralizadas. ¿Huir? ¿Adónde? ¿Y Nunnally? ¿Y ella? La incertidumbre y el terror lo tenían contra las cuerdas. De no ser debido a que alguien tomó cartas en el asunto, se hubiera quedado allí. Petrificado. Esa persona era ese joven que intentó disuadir a Luciano de matarlo. Era Naoto Stadtfeld. Lo cogió en sus brazos y se lo llevó. Él luchó por liberarse. Nunnally todavía estaba en casa con esos hombres, ¿por qué debía correr él y ella no? Y su madre, ¡debía estar con ella! Naoto ignoró sus protestas y prosiguió corriendo sin mirar atrás. La lluvia había arreciado y la oscuridad cada vez se espesaba más. Tan solo hicieron una parada para recuperar el aliento cuando estuvieron muy lejos. En un callejón en que las luces de neón eran toda la iluminación que tenían.
—No debí dejar sola a mi hermana. Si esos tipos mataron a mi madre, pueden hacer lo mismo con ella —masculló Lelouch, enfadado.
—No te preocupes, ella estará bien —jadeó Naoto—. Soy consciente de que no tiene sentido lo que estoy diciendo, pero créeme. Como está, no puede ir muy lejos. Ahora tú eres su interés —explicó. Lelouch frunció el ceño, suspicaz. Esa no fue la orden de Charles zi Britannia—. ¿Cómo te llamas? —preguntó cambiando de tema. Era evidente que no lo había convencido.
—Lelouch.
—Tengo una hermana menor. De tu misma edad. Suele ponerme esa cara cuando cree que la estoy engañando. Se llama Kallen —le sonrió con compasión. El hombre volvió a erguirse y se enserió—. Bien, Lelouch. No estás a salvo aquí. Mi intención es dejarte en un sitio en donde lo estés. ¿Sabes en dónde?
Su madre había dicho que se refugiara con los Ashford. Sin embargo, ellos vivían en la ciudad vecina. Tardarían en ir allá. Era mejor esconderse en la noche, sobre todo porque necesitaban guarecerse de la lluvia. Sin mencionar que Lelouch no quería largarse de la ciudad con tantos cabos sueltos. Aparte de su madre, no tenían parientes en la ciudad, ¿quién podría acogerlos?
—Solo un sitio —susurró, meditabundo—: la casa de mi amigo, Suzaku Kururugi.
Naoto asintió.
—Bien. Espero que pueda protegerte de Britannia Corps.
Lo que dijo realmente: «espero que quiera protegerte de Britannia Corps». Quien ayudaba a los enemigos de Britannia Corps, se convertía automáticamente en uno también. El hombre reanudó la marcha llevando a Lelouch en su espalda. Recién conoció a Naoto y sentía que podía confiar en él. Podría ser su mirada sincera, su sonrisa gentil, su actitud determinada. Había algo heroico en él. Lelouch había reconocido esas virtudes en Suzaku cuando lo miró en televisión la primera vez en años. Fueron encontrados a la larga. Luciano apenas dijo: «Stadtfeld», y así supieron que sus horas estaban contadas. Lo siguiente que recordaba fue que despertó en una cama del hospital. Antes de eso, su mente estaba en blanco. Como si al libro de su memoria le faltara una página. Había sido tratado por numerosos psicólogos, por psiquiatras incluso, y todos le habían dicho que era probable que su propia mente bloqueara esos recuerdos cual mecanismo de defensa para superar el evento traumático. Naoto desapareció desde ese día y Kallen había perdido a su hermano, el único ser que la cuidaba, por él. Lelouch se había jurado a sí mismo que velaría por ella. Frustrado por casi fallar a su promesa, asestó en el volante un golpe con furia.
Llegó a su apartamento. Fatigado.
—¡Estás en casa! ¡Oí la puerta! —exclamó Nunnally—. C.C. me contó que fuiste víctima de un asalto —anunció. Lelouch le dirigió una mirada llena de reproche a C.C., quien estaba sentada en el comedor, fumando. La mujer alzó los hombros—. Cuéntame todo. ¿Te hirieron?
—No —contestó, escondiendo la mano con que Luciano apagó sus cigarrillos detrás de su espalda. No quería que Sayoko se percatara y se lo dijera a Nunnally—. Fuimos sorprendidos al salir del instituto de investigaciones científicas. Pensé que podía negociar con ellos y resultó que eran más osados de lo que se veían. Los delincuentes en Pendragón son distintos. Una colega experta en artes marciales mixtas estaba conmigo y nos defendió, aunque fue herida.
—¡¿Cómo negocias tu vida con unos criminales y esperas que tengas éxito?! Te desconozco, hermano. Fue una estupidez lo que hiciste —reprendió con voz chillona. No era que nunca se había exaltado, pero era la primera vez que lo regañaba—. Ojalá la recuerdes siempre para que no la repitas —agregó Nunnally con severidad—. ¡Agradécele a Dios que ella haya estado ahí! ¿Cómo está?
—Está fuera de peligro. Le dieron de alta y la llevé a su casa.
—¡Gracias al cielo! —suspiró Nunnally, como si hubiera estado reteniendo el aliento por una eternidad, a su vez que condujo dos de sus dedos en medio de los ojos—. Pobrecita. También tuvo que haberse llevado un susto terrible. Quizás no duerma bien esta noche pensando que por poco... —Nunnally no se atrevió a completar la frase.
—Fue muy valiente al luchar sola contra esos asaltantes. Actuó como una heroína —intervino C.C. con el fin de evitar que el silencio se prolongara por más de tiempo.
—La valentía es imprudente en la actualidad —repuso Nunnally con tristeza—. Pendragón no puede permitir que sus ciudadanos arriesguen sus vidas así. Es hora de dejar de romantizar las muertes y verlas como lo que son: ¡tragedias! —afirmó, arrugando la tela de su vestido—. Funcionarios como el fiscal Kururugi son los héroes que necesitamos. Espero que denuncies este hecho con la policía, sino ¡no te hablaré hasta que lo hagas!
—Está bien, comprendo. De todos modos, pensaba... ¡uhm!
Lelouch se tocó su ojo izquierdo.
—¡¿Estás bien?! —jadeó Nunnally.
—Sí, sí. Fue un pinchazo. Sabes que padezco de migraña —masculló. Lelouch avanzó hacia su hermana—. Perdóname por haberte preocupado tanto. Fui arrogante y estúpido. Prometo que no volverá a ocurrir.
Se hincó de rodillas y descansó la cabeza en su regazo. No contuvo el suspiro. Ella alborotó su cabello cariñosamente y después lo abrazó. Lelouch escuchaba su corazón palpitar. Cerró los ojos y se abismó en sus latidos. Era el sonido más dulce y tranquilizante que conocía.
—Está bien. Tampoco seas tan duro contigo mismo. Me basta con que lo hayas entendido —concordó, suavizando su tono—. Quizá debas ir a refrescarte en el baño. Sayoko, por favor, calienta la cena de mi hermano y la mía. Creo que nos sentaría bien comer después de... —vaciló buscando una palabra que sintetizara todo sin atizar las sensaciones flamantes— esta experiencia.
https://youtu.be/blI1nD_Oaws
Nunnally nunca cenaba sin su hermano. Era el momento del día en que podían compartir. A sabiendas de eso y que tardaría en reunirse con ella ya que había decidido esperar que Kallen despertara, él llamó a C.C. explicándole lo que sucedió y la mentira que diría a Nunnally. Por supuesto que, al final, hizo lo que le vino en gana. Lelouch se escabulló en el baño. Abrió el grifo y se lavó las manos. El agua estaba fría. Restregó vigorosamente, como no había hecho en su vida, debajo de las uñas, las cutículas, el espacio entre los dedos, las muñecas, el dorso de las manos. Debía tratar esas quemaduras provocadas por el cigarro cuanto antes. A pesar de que eran diminutas, aguijoneaban jodido. En esto, un dolor súbito retorció su estómago y se inclinó sobre el lavamanos vomitando violentamente. Lelouch procuró ponerse de pie ipso facto, pero sus rodillas temblaban, tal cual si lo hubieran golpeado en las tripas. Le urgía con desesperación aferrarse de algo. En el afán por recobrarse, chupó galones de aire. Se pasó la mano por la frente perlada de sudor
—¿No te alegra que me haya quedado aquí cuidando a tu hermana en lugar de ir contigo? —comentó C.C., parada detrás de él—. No te hubiera servido de nada ahí.
—Tú no planeabas quedarte en casa para cuidar de ella —replicó él con una voz gutural.
—Tienes razón —reconoció C.C. soltando una risotada mordaz—. Incluso si los hombres de Britannia Corps hubieran allanado este apartamento y nos hubieran puesto en custodia, no habría hecho nada. No importa si me lo pidieras. No soy una heroína.
Lelouch levantó la cabeza despacio. En el espejo oteó a C.C., recostada perezosamente contra la jamba, apretar un nuevo cigarro entre los dientes. Lo prendió. Lelouch aumentó la potencia del chorro de agua para que barriera el vómito.
—¿Por qué le contaste a Nunnally? Solo consigues mortificarla —amonestó, enfadado.
—Ya lo estaba mucho antes. ¿Qué esperabas? Estuviste seis horas incomunicado. Tenía que darle una respuesta o si no le daría un ataque y tampoco soy médico —se excusó, apática—. En fin, que no vine a hablar de mí. Después de que Kallen perdió la consciencia, ¿qué pasó?
—Unas personas pasaron casualmente por ahí y se fueron. No querían llamar la atención.
—Qué conveniente. Unos ángeles aparecen cuando a tu salvadora la dejan fuera de combate. No antes. No después. Justo —sonrió, cáustica. Entonces, se enderezó y serpenteó hacia él—. Me confiaste tu plan primero que a nadie, Lelouch... —dijo recrudeciendo el tono.
—Te ganaste esa confianza.
—...Tú sabías lo que yo era y yo sabía quién eras desde el inicio.
—Lo sé.
—Nunca ha habido mentiras ni secretos entre nosotros.
—Eso no ha cambiado.
—¿No ha cambiado? —cuestionó—. Dime, pues. A tu hermana y a Kallen les puedes dar esa pésima excusa, conmigo tus mentiras no funcionan.
—Y si eso no fue lo que pasó, ¿entonces qué? —preguntó. Ya había recuperado el control de su cuerpo y su voz volvía a sonar aplomada—. ¿Otro salvador vino? ¿O estás insinuando que los maté? —volviéndose, Lelouch le lanzó una mirada encolerizada a C.C.—. ¿Cómo lo hice?
—No lo sé —repuso, meneando la cabeza—, pero tú sí. Allá tú con tu consciencia —sentenció, señalando con la barbilla los restos del vómito sobre la cerámica.
C.C. se retiró. Ningún atisbo de inquietud asomó en el semblante de Lelouch. El abogado se dio la media la vuelta y siguió en lo suyo. Con sus manos formó un recipiente y lo llenó con el agua fría. Lo esparció sobre el lavamanos para dejarlo limpio de rastros, se lavó la cara y volvió a apoyarse en él. A través del espejo se fijó que al lado de la puerta había una ventanilla alta. Era una noche sin luna ni estrellas. Incluso la llama más viva palidecería ante su negrura. De soslayo, avizoró sus uñas. Todavía no se había sacado la sangre de Kallen debajo de ellas. A pesar del dolor palpitante en su ojo izquierdo, sus labios amagaron una sonrisa ambigua.
La madrugada del día siguiente, antes de que Nunnally, Sayoko y la misma C.C. despertaran, Lelouch se marchó en su automóvil a fin de cerrar un asunto pendiente...
https://youtu.be/CZgVWld5f_E
Kallen tuvo la tercer peor noche de su vida. La primera fue cuando Naoto no regresó a casa y la segunda fue el día en que se enteró que su madre internada en un hospital en estado de coma. La herida le ardía. Sentía los músculos pesados. Respirar se había vuelto doloroso. Sus ojos estaban un poco hinchados —tenía la esperanza de que el maquillaje pudiera encubrirlo. No se hallaba plena. Su humor no estaba mejor. Y, aun así, partió al bufete. Era consciente de que debía guardar reposo, no obstante, eso implicaba permanecer tumbada bocarriba en la cama. Kallen odiaba sentirse inútil y si no hacía nada, iba a pensar en el dolor, lo que sería el doble de peor. La otra opción era ayudar a Ohgi en la pizzería y no tenía ganas de ser amable y linda ni de cocinar. Un trabajo de oficina era mejor.
El despacho estaba abierto cuando llegó, si bien, no vio a Lelouch. No lo creía tan descuidado como para olvidar echar el cerrojo al bufete, ¿quién más podría estar ahí? ¿C.C. o Tamaki? La pelirroja deambuló por el lugar.
—No deberías estar aquí —la recibió una voz pastosa. Su dueña estaba a unos metros de distancia detrás de ella. Kallen se sobresaltó—. Lelouch me contó todo. Lo lamento. ¿Me dejas ver tu herida de guerra?
—¡¿Qué?! ¡No! —refunfuñó Kallen, poniendo una mueca.
—Lástima —chasqueó la lengua, decepcionada. C.C. se arrimó—. ¡Uf! Te ves jodida. Creo que sé lo que necesitas.
C.C. se deslizó en aquella habitación que en otro tiempo había sido una cocina. Sacó de la nevera dos botellas de cerveza de una caja, que compró a espaldas de Lelouch y con su tarjeta de crédito, por supuesto, y un destapador. C.C. retornó y fueron a su escritorio. Quitó todo lo que estorbaba en la mesa y colocó las botellas. Las fue abriendo de una en una.
—¿Beberemos cerveza a esta hora? —cuestionó Kallen. C.C. se detuvo cuando destapaba la suya y la miró expectante—. ¿Por qué no? —se contestó a sí misma.
C.C. sonrió y terminó de abrirla para ella. Kallen era más divertida que Lelouch. Se la entregó en su mano. Las dos bebieron un largo trago. Sin pausas. C.C. se apuró en sacar un cigarro y un yesquero. En lo que menos cantaba un gallo, ya estaba encendido.
—¿Podrías no fumar en mi cara? —pidió Kallen, huraña—. No soy fumadora y me molesta.
—Perdón, ¿dijiste algo?
C.C. chupó su cigarrillo aprovechando la pausa y expulsó un espiral de humo. Ya que no iba a escucharla, tenía que hacerse entender de otra forma. Kallen le arrancó su cigarro y lo botó.
—Que no fumes en mi presencia.
—¡Auch! —gimió—. La amabilidad no es tu principal virtud, ¿eh? —le sonrió, bebiendo un sorbo. Kallen cruzó los brazos—. Respóndeme una duda que tengo —pidió C.C. Su hálito era un vaho por el frío—. ¿Qué te une a Lelouch? El destino, el trabajo, la amistad, el sexo...
Kallen se atragantó con la cerveza, avergonzada. C.C. enarcó las cejas. Sin dejar de sonreír.
—Si tengo que ser honesta, diría que una promesa. ¡Absurdo! —se rió de su propia respuesta. Sentía una punzada en la herida por cada movimiento, pero le daba igual—. ¿Y tú? ¿Cuál es tu relación con él? ¿Es laboral, es sexual...?
—El sexo es bueno. Su lengua hace maravillas —C.C. dio otro sorbo a la botella. Estupefacta, Kallen la miró en silencio. C.C. no aguantó más y escupió una risotada, un hilito del licor le corrió por la barbilla. Se enjuagó con un dedo—. ¡Es una broma!
—¡Ah! —exclamó tardíamente. Dubitativa de cómo reaccionar—. ¿En serio? ¿Tú y él no...? ¿Por qué?
—Porque soy inteligente. Aquella que se enamore de él está condenada y no quiero eso para mí. Tampoco el sexo nos une porque soy asexual —confesó bebiendo otro poco. La pelirroja asintió, pasmada. No tanto por su orientación sexual, sino que se lo revelara sin más apenas viéndose por tercera vez—. ¿No me crees? ¿Quieres que nos besemos para que veas que no siento nada? —preguntó, limpiándose las comisuras de los labios con la lengua. Las dos se rieron. Kallen poco a poco iba comprendiendo que mientras menos tomara en serio a C.C., mejor se llevarían—. Realmente lo que nos une es un contrato. Fui su primera empleada y su primera clienta. Sino hubiera sido por él, estaría una temporada pudriéndome en la cárcel.
Kallen parpadeó. Notoriamente confundida.
—¿Por qué?
—Por herir de gravedad a una persona —respondió, frotándose las manos. La botella estaba fría. Sentía como el licor amargo bajaba por su esófago y se asentaba en su estómago—. Me estaba defendiendo de un acosador. Lo ataqué con lo que tenía al alcance que era una vela y el tipo se puso a gritar. La gente que nunca escucha nada salió y me encerraron a mí. La poli ya me tenía fichada por delito de estafa y falsificación de documentos y no me iba a dejar ir tan fácilmente. Él, en cambio, no tenía antecedentes penales. Fue entonces que llegó Lelouch —Kallen no advirtió en qué punto exacto en que su tono desenfadado característico cambió a uno parco, desapareciendo de su relato casi por completo. Solo hasta esa línea, reparó que el ritmo era más acelerado y su voz era distinta. Con todo, había estado oyendo atentamente—. Se había graduado de la universidad y necesitaba rascar dinero. Ya sabes que la gente suele desconfiar de los abogados novatos. Lelouch conocía la adversidad que enfrentaba e ideó una solución. ¿Dónde mejor un abogado egresado podría obtener casos que en la cárcel con los desesperados? Me liberó ese mismo día y le puso una orden de restricción al acosador. Yo creía que ese era el fin de la historia, pero Lelouch no pensaba igual y me pidió quedarse en mi apartamento. Sospechaba que me atacaría de nuevo. Creí que estaba delirando...
—¿Y resultó que tenía razón? —interrumpió Kallen.
—¿Cuándo no? —espetó C.C., poniendo los ojos en blanco—. No es que mi acosador fuera un fortachón o un artista marcial, pero estaba desquiciado y yo veía a Lelouch y no me parecía un héroe. Con las posibilidades jugando en su contra, se enfrentó a él. ¡Mi mesa era de vidrio y en la lucha aterrizó sobre ella! Se enterró un pedazo en la mano, estaba sangrando, pero eso no lo desanimó. Aguantó hasta que llegó la policía —C.C. tenía la mirada extraviada. Contar historias era una forma de revivirlas—. No tenía dinero para pagarle y él me sugirió trabajar como su gerente de oficina. De ese modo, él conseguía una empleada gratuita y yo empezaría una vida honesta. Estoy con él desde ese día —C.C. tomó una inhalación profunda. Clavó sus ojos en su interlocutora—. Ciertamente percibí inteligencia en su mirada cuando nos conocimos y también una chispa de locura. En definitiva, era una persona digna de seguir. No se puede emprender nada sin un poco de locura —afirmó—. ¡Bueno, ningún hombre se había puesto en peligro para salvarme! —rió suave, volviendo a cambiar el matiz de su voz al de siempre—. Quizás me equivoqué y fue la iluminación de mi pequeña sala lo que me asombró. A veces me pregunto si cuando él se levanta en las mañanas y va al baño a lavarse y ve su cicatriz piensa en mí. No la tendría si no fuera por mi culpa.
https://youtu.be/9xVFpcRmiCM
Tanto C.C. como Kallen intercambiaron una mirada extraña. Pensaron en lo mismo y ambas lo sabían. Paralelamente, cogieron las botellas por el cuello e ingirieron un trago. La pelirroja se estremeció. No por el frío de la bebida. Su cerveza estaba tibia: no la había tocado debido a que había sido absorbida por el relato de C.C. No lo había pensado desde ese punto de vista. Había estado luchando por sí misma durante diecisiete años. Ayer salvó a otra persona a costa de su vida. De cierta manera, esta cicatriz entrelazaba sus destinos. Era un recuerdo tangible de aquella noche. ¿Pensaría en Lelouch cada vez que se vistiera? Desterró la idea sacudiendo la cabeza con vehemencia. Una cosa era protegerlo, otra era imaginar que estaba en su cuarto. Bebió otro trago.
—¿En qué piensas? ¿Cosas pervertidas? Sí, eso tiene que ser para que te pusieras roja —dijo C.C. apoyando la cabeza en el puño. Justamente, Lelouch entró en el bufete—. Hablando del diablo... —Lelouch miró, en primer término, a las botellas en el escritorio de C.C. y luego a las mujeres—. ¡Oye, tú! ¡Estábamos hablando de ti!
—Mal, supongo. Deshazte de eso, si alguien llega y lo ve, pensará que somos unos borrachos —gruñó Lelouch.
—C.C. me estaba contando cómo fue que se conocieron —terció Kallen.
—¿Ah, sí? ¿Te contó de su exnovio? —preguntó alzando una ceja, imprimiéndole una nota mordaz a su voz. C.C., en respuesta, forzó una sonrisa gélida.
—Sí. Y también me dijo que antes de ser tu gerente de oficina se ganaba la vida estafando a otros y falsificando documentos —agregó ella, incorporándose con brusquedad. Lo lamentó en el acto, pues sintió un desgarrón en la herida—. ¿A esto te referías cuando dijiste que las cualidades, aptitudes y requerimientos que buscabas en tu personal eran algo especiales? ¿A trabajar con criminales?
—Excriminales —hizo hincapié—. Una vez que comenzaron a trabajar para mí, prometieron renunciar a la mala vida que llevaban y así lo han hecho. ¿Sabes por qué? Cuando los conocí, estaban sumergidos en un hoyo, abandonados a la desesperanza y les tendí mi mano porque noté en ellos algo valioso que nadie se había tomado la molestia de mirar —explicó Lelouch con una sonrisa peculiar. Kallen frunció el entrecejo. Su mente estaba a oscuras, pero él se encargaría de iluminársela—. ¿Te contó C.C. que sus padres murieron cuando era una niña y que creció en las calles? Tamaki es uno de esos tantos inmigrantes japoneses que atravesó una odisea por hacerse un lugar aquí. Tú deberías entenderlo. Estoy seguro de que no tendrá reparos en contarte su historia, aunque suele ponerse sensible recordándola —apuntó, como si hallara adorable el gesto—. ¿Qué culpa tienen de haber nacido en un entorno diferente al de nosotros? Con un poco más de suerte, se habrían convertido en profesionales exitosos. En tanto, se las arreglaron como pudieron hasta que yo les proveí la segunda oportunidad que la sociedad les renegó. El tiempo no ha hecho más que confirmar que hice lo correcto: C.C. es una excelente gerente y Tamaki es un buen investigador. Del mismo modo, contigo tuve una sensación similar —indicó. Desde luego, habría sido un desatino no convertir la contrariedad en una ocasión para ganarse más su confianza sin que pareciera obvio—. Al igual que confié en ellos, voy a confiar en ti y dejaré que me demuestres lo que eres capaz de hacer.
—¿Estás diciendo que somos unos diamantes en bruto, para ti? No tenía idea de que tuvieras un corazón tan generoso —sonrió sardónica, cruzando los brazos.
Pese a que su contestación era socarrona, la postura de su cuerpo no estaba a la defensiva. Es más, sus facciones se habían relajado. Dedujo que estaba impresionada. La había persuadido. La sonrisa de Lelouch se ensanchó, triunfante.
—Estoy diciendo que el mundo no puede apreciarse en una escala de blancos y negros. Todos nos equivocamos, pero tenemos el derecho de ser perdonados y volver a intentarlo —corrigió con amabilidad.
—Como digas —resopló—. Por cierto, ten. Otra razón para venir hoy. Es tu chaqueta.
Kallen le tendió su chaqueta, guardada en su bolso. Estaba doblada cuidadosamente. Lelouch la aceptó.
—Gracias. Deberías irte a casa. El doctor dijo que guardaras reposo. No te preocupes. C.C. y yo podemos preparar mi defensa para el tercer juicio.
—Allá en mi casa soy un lastre como estoy. Seré más productiva aquí y me voy a quedar, te guste o no. No te desharás de mí —advirtió, desafiante.
Declaradas sus intenciones, se dirigió a su despacho.
—Créeme, charlatana, eso es lo último que me gustaría hacer.
Kallen paró en seco, meneó la cabeza y prosiguió. C.C. y Lelouch la siguieron con la mirada hasta que cruzó la puerta.
—Ten presente que si algún día sus discusiones llegan a los puños apostaría todo mi dinero a Kallen. Ella te ganaría en una pelea justa, aun si tuviera una mano atada a la espalda y una herida en el costado —le sonrió C.C. provocadoramente.
—Eso es indiscutible —admitió Lelouch, serio. No encontraba esa posibilidad tan divertida como ella—. Sin embargo, ese día está cada vez más lejos de suceder: Kallen está de nuestro lado y se convence más de que hizo la elección correcta. Me acabo de reunir con Tamaki. No pudo ubicar a la dueña del vehículo. Sospecho que Schneizel la habrá sacado del país para que no pudiéramos dar con ella. Cuento con que me digas algo bueno.
—¡Ya empiezas a dártelas de exigente! —se quejó—. Revisé el vídeo varias veces durante la noche y puede que me haya topado con algo interesante. ¿Dijiste que el vicepresidente es casado?
—Sí, noté que tiene la marca de un anillo de compromiso en el dedo anular.
—O sea que entre las pertenencias que confiscó la policía debe estar el anillo —razonó en voz alta—. Pues ahí te va el dato: el hombre de tu vídeo no tiene un anillo. No tengo que explicarte lo que eso significa ¿o sí?
—Como dije, una gerente de oficina excelente —reafirmó, complacido—. A ver ese vídeo...
https://youtu.be/rdryKml2YXI
Arthur observaba como Suzaku vertía agua en un tazón azul. Conforme notaba que se llenaba más, sus enormes ojos amarillos brillaban con mayor intensidad. Aguardó que se alejara para aproximarse y beber a lametazos. Suzaku decidió dejarlo tranquila y volver a la sala, en donde estaba Euphemia. Había venido para llevarse al minino a su casa. Tal como acordaron. No obstante, pensó que sería grosero entregarle el gato y despedirla a bocajarro sin invitarla a pasar. Suzaku descubrió a la joven Britannia inspeccionando las fotografías en la pared.
Nunca había estado en el apartamento de un hombre soltero. Estaba nerviosa y entusiasmada. ¿Cómo sería el hogar del Caballero Blanco? Ordenado y limpio. Suzaku le confesó con cierta vergüenza que rara vez estaba en casa. Solía comer y a veces dormir en la fiscalía. No había ningún secreto para mantenerla en un estado impecable. Euphemia no pudo más que sonreírle con compasión.
Suzaku se posicionó a su lado. Quería ver también lo que miraba. Era su foto del día en que se graduó como abogado. El comisionado Tohdoh fue en representación de su familia.
—Tuvo que ser un momento muy feliz —comentó ella, volviéndose al diploma enmarcado—. ¿Cómo fue? ¿Cómo un hombre decide poner su vida al servicio de la ciudad? No tuvo que haber sido una elección fácil.
—No lo fue —concedió Suzaku con una sonrisa triste—. Decidí hacerme fiscal por una promesa a un amigo. Su madre fue asesinada frente a él y su hermana perdió su capacidad de andar y su vista. Él estaba realmente mal. Le dije para tranquilizarlo que en el juicio la verdad saldría a la luz —suspiró—. El juicio fue manipulado, el culpable jamás fue a prisión y las personas en quienes confió para hacer justicia lo traicionaron. Ese amigo se hundió en la desesperanza y yo tuve que verlo. Era su único apoyo y me dolía no poder hacer nada y aún más escucharlo decir cosas horribles —la expresión de Suzaku se ensombrecía mientras hablaba. Caminó hacia una mesilla donde estaba un portarretrato y lo cogió—. Me dijo que los hombres son «egoístas, mentirosos, cobardes, que solo piensan en cómo aumentar su poder» y que no les importa pisar a otros para conseguirlo. Le aseguré que todavía quedaban hombres buenos. No lo convencí: ya me había equivocado una vez —confesó por lo bajo. Euphemia se le unió. Por encima de su hombro, echó un ojo a la foto que estaba sosteniendo y se puso blanca—. No lo podía culpar. Dije eso porque una parte de mí tenía rabia. No quería darle la razón. Me rehusaba a admitir que hubiera más malos que buenos. Pero yo no creía ni en mí mismo. No luego de lo que había visto, por lo que por esa razón prometí que trabajaría duro para convertirme en ese fiscal que él necesitaba. Uno que peleara en nombre de la justicia y que pudiera ganar con la verdad.
—¿Este es Lelouch? —preguntó Euphemia acariciando la foto.
La imagen detrás del vidrio mostraba a unos jóvenes Suzaku y Lelouch. Estaban en la cima de una colina. Habían ido allá porque oyeron que desde ese lugar se podían ver las estrellas y pedirles un deseo. Una aventura muy tentadora para unos niños. Se sacaron una foto como prueba de su viaje. Suzaku recordaba que lo había tomado por sorpresa brincando sobre su espalda, logrando que Lelouch gritara del susto y cayeran en el suelo. Por esa travesura estuvo enojado con él por un rato. No se arrepintió de lo hecho: la foto no hubiera quedado igual de divertida de otra forma. Suzaku sonrió, embriagado por la alegría.
—Sí. Es la única que tengo de él —confirmó—. Debería pedirle que se tome una conmigo.
—De casualidad, ¿su madre se llama Marianne Lamperouge? —indagó Euphemia despacio.
—Sí —respondió Suzaku, enseriándose—. ¿La conociste?
—Trabajó para el bufete de mi familia —dijo Euphemia, abstraída—. Me caía muy bien. Era amable y graciosa. A veces llevaba a sus hijos al despacho y jugábamos —explicó. Guardó silencio unos segundos—. El día en que no volvió más, pregunté qué había pasado y solo me contaron que se suicidó y que sus hijos se habían ido y no sabían adónde —Euphemia se giró repentinamente hacia Suzaku, alarmada—. ¿Tú crees que Lelouch me odia?
—¡No, sería incapaz! —negó, escandalizado.
—Entonces, ¿por qué no me dijo que nos conocíamos? —preguntó, adolorida—. La primera vez que nos vimos, me dio la impresión de habernos conocido en algún lado y lo desmintió...
—Bueno, no soy Lelouch, no puedo hablar por él; pero si hizo eso, probablemente fue porque no quería que te sintieras incómoda —contestó Suzaku tratando de consolarla—. Él siempre ha sido una persona justa y sabe que tú no tuviste nada que ver. Soy su amigo, lo sé...
—También dijiste que pudo haber cambiado —señaló Euphemia, abrazándose a sí misma.
—Sí, eso dije. Podrías preguntarle —farfulló Suzaku, rascándose la cabeza—. ¿Tú y él están saliendo? —preguntó, cauteloso.
—¡No! Somos amigos —aclaró la mujer, ruborizándose—. Pero eso no quiere decir que me importe menos.
—¿Cómo se conocieron?
—En una exposición de arte. Había vuelto a la ciudad y quería familiarizarse con el cambio. Nos llevamos bastante bien —contestó. Ella se mordió el labio inferior—. Suzaku, —empezó insegura— ¿ustedes están seguros de que la abogada Lamperouge se suicidó? ¡No te lo tomes a mal! Es una pregunta. Ahora que eres adulto, ¿qué piensas?
—Nunca he puesto en duda la palabra de mi mejor amigo —repuso con firmeza—. Además, ¿por qué un niño inventaría algo tan horrible?
—Supongo que tienes razón —susurró Euphemia—. De cualquier modo, te convertiste en el fiscal que soñabas ser. ¡Enhorabuena! ¿Ya le dijiste por qué eres fiscal?
—No —dijo ladeando la cabeza.
https://youtu.be/Iu4bVyxKS8g
—Deberías —lo animó ella sonriente—. ¡Estoy segura de que quedaría conmovido! Elegiste ser fiscal porque viste que Lelouch necesitaba esperanza. No pudiste dársela entonces, pero sí que puedes hacerlo con los ciudadanos de Pendragón —Euphemia colocó su mano en su mejilla atrayéndolo hacia ella, de forma que sus miradas se encontraron—. Ven una luz en ti que yo también veo. Eres un sol.
Su dulce sonrisa se amplió y permanecieron así unos minutos. Su lealtad y su afecto eran tan cálidos que traspasaron el corazón de la joven como rayos de sol. Fue incapaz de dudar de su honestidad. Lelouch era afortunado de tener a Suzaku como amigo. De repente, pareció caer en cuenta en lo que hacía y se separó, sonrojada. Suzaku sintió que toda la piel del rostro le hormigueaba. Desviaron la mirada, para regularizar el ritmo de sus respiraciones aceleradas.
—¿Sería un abuso si te pido que me cuentes lo que pasó en el juicio? —inquirió, cambiando de tema.
—Claro que no.
Suzaku y Euphemia tomaron asiento. La historia era extensa y era mejor estar cómodos. Era curioso que en el poco tiempo en que su amigo había estado de regreso conoció a Euphemia y se convirtió en el abogado de Taizo Kirihara. Ambos estaban vinculados a la compañía que desgració su familia y su vida. Lelouch le aseguró que fue contratado por el vicepresidente sin más y que no se traía nada entre ambos, pero ¿justamente él? ¿Dos coincidencias? Suzaku se acordaba de que Lelouch le había dicho, cuando eran unos pequeños, que las coincidencias no existían. ¿Eso hizo? ¿Así fue cómo él llegó a cruzarse en los caminos de Kirihara y Euphemia?
https://youtu.be/Z4Hf8iFplto
El fiscal Kururugi no imaginaba cuánta razón había en las palabras de Euphie hasta que lo verificó por sí mismo. El último día del juicio contra el vicepresidente de Britannia Corps, un grupo de personas lo saludó y le deseó suerte. Confiaban en que sacaría a la luz la verdad —como siempre él había hecho. El abogado Lamperouge, por su parte, no rendiría declaraciones a la prensa hasta que el juicio hubiera concluido. Los asistentes, el secretario judicial, el fiscal, el abogado, el acusado. Todos ocuparon su respectivo sitio en la sala del tribunal a la espera del juez. Entretanto se preparaba, Lelouch escudriñó el público: advirtió la presencia de Nina y Kaguya. No era ninguna de ellas a quien buscaba. Probó otra vez. Ubicó a Tamaki. Tampoco era su objetivo. Lelouch se decantó por no angustiarse. Era demasiado temprano. Vendría en el transcurso y, cuando eso sucediera, Tamaki sabría qué hacer. Le había dado una instrucción sencilla, y muy especial. El japonés le envió una seña.
—¿Aún cree que ganará? —inquirió el vicepresidente casi sin mover los labios.
Su escepticismo hubiera ofendido a Lelouch de no ser porque ya otros clientes habían dudado de él en el último juicio. El abogado sonrió, confiado.
—Estoy seguro —corroboró—. El contrato que firmamos fue mi garantía. Recuerde que el pago por mis servicios es la información que le privó la libertad.
Lelouch enfocó su punto de mira en la fiscalía. Suzaku le devolvió la mirada con aprensión. Sacudió la cabeza y continuó mirando los papeles que tenía sobre la mesa.
El juez compareció y todos se levantaron para darle bienvenida. Aprovechándose de la breve irrupción, Tamaki cambió de lugar. Sentándose al lado de Nina discretamente.
—Hoy enjuician al vicepresidente Kirihara. El fiscal Kururugi pidió diez años, ¿cuántos años crees que le den? ¿Diez o menos por consideración a su edad? —le preguntó con una nota de emoción ligera en la voz. Nina lo ignoró. Tamaki insistió—. Oí que es viudo y que su único hijo y su esposa fallecieron en ese avión que se estrelló hace catorce años. Nada más tiene a su nieta, la señorita Kaguya Sumeragi. Es esa que está allá. Pobre muchacha, no ha terminado sus estudios en la universidad y la única familia que tiene irá a la cárcel. ¿La conoces?
—¿Quiere callarse? —masculló Nina de malhumor—. No escucho al juez.
—Lo siento —sonrió abochornado—. Tengo ese defecto de hablar cuando estoy emocionado o intranquilo —Tamaki no añadió más. Nina pensó que no volvería a ser molestada, pero, en realidad, él estaba aguardando el momento para interrumpir—: la verdad es que me gustaría que ganara el viejo Kirihara, por mi jefe.
—Le dije que... —irritada, Nina se volvió a Tamaki. No completó su frase porque se distrajo al repetirse, para sus adentros, las palabras finales de aquel extraño. La expresó en voz alta en forma de pregunta— ¿tu jefe?
—Mi jefe —asintió Tamaki—. El abogado —lo apuntó. Nina siguió la trayectoria de su dedo, la llevaba hasta Lelouch—. Soy su gánster —le susurró al oído—. Solía trabajar para el Rey Negro hasta que me encerraron. Lelouch me sacó y le sirvo. Todo lo que él me ordena, yo lo ejecuto.
El sentimiento de pánico se apoderó del corazón de Nina. ¿Qué era esto? ¿Cómo podía decirle de la nada que era un gánster? ¿Él era estúpido o era más inteligente de lo que suponía? Nina frunció el ceño sin entender. Analizó la situación rápidamente. Mencionó que trabajaba para Lelouch. ¿Acaso la estaba amenazando? En aquel instante, la defensa pidió proyectar el vídeo que fue presentado en el segundo juicio. En un punto, detuvo la reproducción del mismo.
—Esta es una de las evidencias que proporcionó la fiscalía. Si observan con atención la mano que es presuntamente la del acusado, van a percibir que no lleva su anillo de bodas —indicó dirigiendo su dedo hacia la pantalla—. Desde el día en que su esposa murió, el Sr. Kirihara no se ha quitado su anillo para nada —Lelouch se acercó a su mesa y cogió una hoja que mostró a los asistentes—. Aquí tengo la lista de las posesiones que traía el día en que fue puesto bajo arresto. Esta lista, registrada por la policía, indica que hay un anillo, por lo que ¿cómo puede ser que lo tenga si el vídeo no lo enseña?
—¿No ha contemplado la posibilidad de que el acusado haya guardado el anillo porque sabía que eso lo vincularía con el crimen? —contraatacó el fiscal Kururugi sutilmente.
—¿Cuál es la intención del argumento de la defensa? —terció el juez—. ¿Está diciendo que la evidencia presentada es un montaje?
—Sí —ratificó el abogado al instante—. El hombre que aparece en el vídeo no es el acusado.
Las sensaciones en el auditorio fueron diversas. El vicepresidente sentía su pulso ralentizarse. El alivio recorrió las facciones de Kaguya. Nina torció la boca. La mayoría pareció pasmada. El fiscal se puso de pie.
—Si no es el acusado, ¿está diciendo que la fiscalía contrató un actor e hizo un montaje? —insinuó.
—O se le envió un vídeo falso —repuso el abogado sonriendo brevemente. Se volvió hacia el juez—. Para determinar la autenticidad de las imágenes del vídeo, su señoría, voy a llamar a la Srta. Einstein al estrado.
La solicitud fue aceptada. Nina no tuvo otro remedio que acudir. Precisamente, alguien entró a la sala del tribunal. Algunos voltearon la vista atrás al captar el sonido de la puerta abrirse. Nina fue uno de ellos. El recién llegado era ni más ni menos su profesor y el jefe del Instituto de Investigaciones Científicas en el que trabajaba, Lloyd Asplund. ¿Qué estaba haciendo allí? Era incapaz de responder a su propia pregunta. Tamaki cambió de asiento por segunda vez. Se tendió detrás de Lloyd. Nina puso una mueca. «¿Por qué se ha sentado justo en ese sitio?». El abogado atrajo su atención aclarándose la garganta. Se irguió, aunque evitó su mirada.
—Testigo, tan solo lleva trabajando para Britannia Corps unos meses, pero ese no es su único trabajo: usted también es una de las investigadoras del Instituto de Investigaciones Científicas de la Universidad de Vogue. De hecho, fue recomendada de allí, ¿no?
—Cierto —afirmó apretando los dientes, como si le costara soltar la respuesta.
—Estaba desarrollando un proyecto centrado en el refrain, ¿correcto? —indagó.
«¿Adónde pretendía llegar con eso?». La mujer no sabía si debía contestar con franqueza. No tuvo que hacerlo porque el fiscal Kururugi lo hizo por ella.
—La defensa está realizando preguntas no relacionadas con este caso, su señoría.
—Abogado defensor, haga preguntas pertinentes —concedió el juez.
—Trabajaba en un proyecto científico cuyo objetivo general era estudiar la composición de este alucinógeno y sus efectos en el cerebro, ¿usted contaba con los suficientes fondos para llevar adelante su investigación? —preguntó el abogado. Nina no pudo sostenerle la mirada. Bajo la luz, su rostro lucía como el mármol, liso y duro—. Le hice una pregunta, testigo...
—No —respondió en un murmullo.
—Y tuvo que pararla —prosiguió—. En vista de que no podía pedir un préstamo: la cantidad es exorbitante y su salario como químico no alcanzaba para cubrirla, aun si ahorrara por nueve meses. ¿Fue ahí cuando se le ocurrió utilizar al vicepresidente Kirihara para obtener el dinero que le hacía falta?
—¡Objeción! —intervino el fiscal Kururugi. Esta vez, poniéndose de pie—. La defensa está retrasando el juicio con sospechas sin fundamento.
—Defensa, está siendo advertido —afirmó el juez con voz imperiosa.
El abogado Lamperouge pasó olímpicamente de las protestas de la fiscalía y la amonestación del juez. De un manotazo apartó el micrófono y apoyó sus manos en el estrado, inclinándose para que solo ella pudiera escuchar lo que tenía que decir:
—No es mucho mayor que la Srta. Sumeragi, ¿verdad? Si fuera su maestro el que estuviera en el lugar del Sr. Kirihara y ella, en donde usted está ahora, ¿no moriría de angustia sabiendo que sus palabras podrían condenar para siempre su vida y su carrera? Mírelos bien —alentó. Nina se resistía mirar a los ojos al abogado, no quería enfrentarse a ellos, y ahora que lo tenía a centímetros de su rostro, se sentía acorralada como un ratoncillo. No le resultó difícil hacer caso. Oteó primero a Kaguya y luego al profesor Lloyd—. Él lo sabe, Nina —dijo con la voz ronca. Esas palabras captaron totalmente a Nina. Lo miró de súbito como si hubiera olvidado que estaba en un juicio, que él estaba ahí. Sus ojos felinos la atraparon—. ¡Se lo dije todo! —le recalcó—. Le prometí que ibas a decir la verdad porque me parecías una buena persona y, por ello, está aquí. ¿Serías capaz de mentir frente a tu maestro? ¿Crees que estaría orgulloso de tus métodos? ¿Sus enseñanzas están basadas en mentiras?
—¡Defensa, pare ahora! —ordenó el juez perdiendo la paciencia.
—Se lo voy a preguntar —avisó, sin siquiera atreverse a romper el contacto visual que había logrado con mucho esfuerzo—. ¡¿Ese hombre que aparece en ese vídeo es el vicepresidente Kirihara?! —gritó el abogado Lamperouge lo bastante fuerte para exonerarse de la necesidad de repetir la pregunta.
¡¿Saber qué?! ¿Qué le había dicho a Lloyd exactamente? No había hablado de esto con nadie más que con Schneizel y él jamás la traicionaría. Y, a todas estas, ¿por qué el matón se sentó detrás de Lloyd? ¿Qué mensaje quería transmitirle? Si no decía la verdad, ¿pensaba ordenarle que lo golpeara? Nina tenía las manos sudorosas. Su pecho subía y bajaba deprisa. Su mente estaba dispersa. Y los gritos del juez y el fiscal la aturdían más. Se giró hacia el único punto del tribunal en donde se sentía segura: hacia su maestro. Su frente estaba plegada en miles de arrugas y en sus ojos grises azulados relucían la ansiedad. Jamás lo había visto decepcionado. Francamente, le daba pavor descubrirlo.
—No —contestó de modo inaudible. Se irguió despacio y acercó los labios al micrófono—. El vicepresidente Kirihara es inocente.
https://youtu.be/hGB9gdvM0-8
El fiscal Kururugi se dejó caer en su silla. Frustrado. El Sr. Kirihara entrelazó los dedos y los pegó a su frente. Sentía como se descargaba de una angustia pesada. Kaguya sonreía de oreja a oreja. Lloyd cerró los ojos con pesar. Nina lloraba en el estrado, roja de la rabia y vergüenza. El gozo no cabía en el abogado. Otro juicio ganado. El resto no importaba. Con semejante declaración, era natural que la parte demandante retirara los cargos.
Tanto el fiscal como el abogado desalojaron la sala casi a la par, encontrándose cara a cara en las escaleras del hall del tribunal. Tras ellos estaba una gran estatua de piedra de la Dama de la Justicia. Al fiscal le gustaba que su imagen fuera lo primero que las personas vieran cuando entraban. Quizás para sus colegas no tenía valor alguno, pero para él sí. En la entrada, había un conglomerado de periodistas. Se agolpaban los unos a los otros. Cada uno deseaba ser el primero al que el abogado Lamperouge contestara sus preguntas. No tenía prisa de entrevistarse con los reporteros. No lo mataría regalarle unos minutos a su amigo de toda la vida.
—Felicidades —empezó Suzaku—. Ganaste.
—Ganó la verdad. Un hombre inocente fue liberado y alguien reconoció su error impidiendo una tragedia a tiempo —corrigió Lelouch—. ¡Alégrate!
—Conozco a Nina. Fuimos compañeros del instituto. Es imposible que haya tramado eso ella sola. Debiste haberlo sospechado en algún punto —dijo Suzaku con voz grave—. Esta era la oportunidad para atrapar a Britannia Corps.
—No lo era realmente —disintió Lelouch—. En todo caso, yo solo cumplí con mi trabajo. Si me disculpas, los periodistas me esperan. Hasta pronto, viejo amigo.
Lelouch se despidió con una sonrisa consoladora.
—¿Sabes por qué me hice fiscal? —le soltó Suzaku cuando Lelouch le estaba dando la espalda. El abogado frenó la marcha—. Fue por ese juicio. No he podido olvidarlo luego de todo este tiempo —se contestó en el acto—. Aunque nos enfrentemos en la corte, no soy tu enemigo. Me convertí en fiscal para traer justicia y luchar en nombre de los que no pueden, como tú hace diecisiete años.
Si se conmovió o no, no había manera de saberlo. Lelouch estaba de espaldas. Segundos más tarde, bajó los peldaños. Suzaku apretó los puños mientras lo observaba alejarse.
https://youtu.be/FtGL1UJ2PM8
La noticia de la liberación del vicepresidente de Britannia Corps llegó a oídos del presidente Schneizel antes de que los medios la dieran a conocer. Al igual que la vez pasada, designó a uno de sus hombres de confianza para que concurriera al juicio y fuera sus ojos. Poco después de que se levantara la sesión, lo llamó en un rincón apartado y lo puso al tanto de los resultados.
—Comprendo. Mire, estoy ocupado ahora. Le devolveré la llamada en cuanto me sea posible —Schneizel colgó y se dirigió a su acompañante—. Lo siento. Unos asuntos sin importancia de la empresa.
En aquel instante, no estaba en Britannia Corps, sino en los jardines de la mansión disfrutando una adorable tarde con Euphemia. Su árbol de magnolia había florecido y fueron a admirarlo. Su inmenso tamaño les daba sombra y sus hermosas flores rosadas tan flagrantes perfumaban el ambiente sin llegar a saturarlo. Euphemia se arrodilló en la grama y recogió algunas flores caídas. Pensaba hacer un arreglo floral y llevarlo a su habitación. Tal cual hacía cada año.
—Está bien —repuso, comprensiva—. La dedicación y esmero que pones a la empresa son dignas de loas. Nuestro hermano Odiseo solía decir que tú serías un presidente mucho mejor que él. Estaría orgulloso de tu gestión.
—Odiseo era un buen hombre, un hijo obediente, un hermano cariñoso y hubiera podido ser un buen presidente con los mejores y más leales asesores —replicó Schneizel con modestia—. Su amor por nosotros era inconmensurable y puro como el tuyo —añadió. Euphemia sonrió, al término que el rubor le subía a la cara—. Hoy se efectuaba el tercer juicio contra el vicepresidente Kirihara —cambió de tema—. Ruego porque al abogado Lamperouge le haya ido bien.
—Estoy segura de que así fue —avaló—. Es un hombre inteligente y un orador convincente. Es atento, no le interesa obtener prestigio y no aspira nada más que hacer feliz a su hermana pequeña, la cual adora con el alma.
—Esa es una buena descripción de mí mismo —bromeó Schneizel con un pequeño atisbo de ironía que Euphemia no detectó. Ella se rió.
—¿A ti no te dio esa impresión?
—Es carismático y seguro de sí mismo. Tiene una mirada penetrante como en pocos hombres he visto. Señal evidente de una mente perspicaz. Me gustaría poder decir más, pero hablamos tan poco en la fiesta que a partir de aquí estaría tirando conjeturas al azar —lamentó haciendo un ademán—. A ti te gusta, ¿no es cierto?
—¡Oh, pues...! —la bella Euphemia se cortó ante la confrontación directa. Sonrojada, desvió la mirada.
—¿La pregunta es difícil? —preguntó el presidente esbozando una sonrisa compasiva—. No estoy juzgándote, Euphie. Soy tu hermano. Sabes que te amo y puedes contarme lo que sea, pero no estás obligada a responderme —aclaró—. Es simple curiosidad. Cornelia cree que te gusta el abogado y teme por ti.
—Es un poco sobreprotectora —murmuró Euphemia, a su vez que acariciaba los pétalos de las flores que acunaba contra su pecho.
—Porque te ama y anhela lo mejor para ti. Creo que si ella lo conociera mejor en un ambiente cómodo vería que no tiene segundas intenciones. Aunque el menor rastro de preocupación podría diluirse por completo si yo le hablara favorablemente de él.
—¡Por supuesto! Ella siempre te escucha. Si tú lo apruebas, tendría que hacerlo ella también. Pero, para que Cornelia y tú puedan interactuar con Lelouch, debería invitarlo a casa. Es el único lugar en que los tres podrían estar juntos —observó hablando para sí misma. Se mordió el labio. Estuvo en silencio por una fracción de segundo hasta que compartió con su hermano sus reflexiones en voz alta—: ¿me estás diciendo esto porque quieres ayudarme?
—Te pregunto qué es lo que tu corazón siente porque quiero saber cómo puedo apoyarte —declaró con dulzura.
Afectuoso, Schneizel cepilló su larga y sedosa cabellera ondulada. Acabó recogiéndole un mechón detrás de la oreja. Euphemia se rió, asaltada por las cosquillas. La joven Britannia se inclinó para plantarle un beso fugaz en la mejilla y regalarle una radiante sonrisa.
—Eres el mejor, ¿lo sabías? Voy a llamar a Lelouch con el pretexto de averiguar cómo le fue en el juicio ¡y lo voy a invitar a cenar con nosotros! ¡Ojalá acepte!
—No tendría por qué rechazar tu invitación.
Euphemia corrió al interior de la mansión con ganas de concretar su plan. Schneizel pensaba quedarse otro rato en el jardín. Fue relativamente fácil conducir a su hermana a esa conclusión —no tuvo que insistir demasiado. Tan solo necesitaba un empujón. Ensanchó su sonrisa.
Apenas podía contener las ansias de ver otra vez al abogado.
El meme del capítulo :v
N/A: ¡y este fue el capítulo seis, queridos malvaviscos asados! :3 Ahora bien, me gustaría hablarles seriamente. Hace poco me dieron fecha para el reinicio de clases. Será el lunes de la semana próxima. Tengo nueve capítulos de reserva, así que despreocúpense que tienen actualización para noviembre. En la actualidad, estoy terminando de escribir el capítulo 16 y lo voy a terminar esta semana, así como también voy a empezar el 17. Este fanfic, tal cual yo les dije en el prólogo, consta de tres partes. La primera parte, titulada: Lelouch of the Re;turn, contiene doce capítulos en total; la segunda parte, alrededor de diez capítulos y la tercera, doce o trece capítulos, depende de la longitud de los mismos (algo me dice que la segunda parte sí terminará en el capítulo 22). Me he propuesto que antes de que finalice el año concluir la segunda parte del fanfic o, por lo menos, llegar al capítulo 20 y tengo la certeza de que así será. Este semestre he inscrito tres materias y las clases se impartirán a modalidad a distancia con evaluaciones continuas debido a la situación del coronavirus, por lo que me gustaría creer que eso beneficiará al fanfic, porque estaré más tiempo en casita. Veré si puedo escribir (con menos tiempo), pero al menos mantenerme constante en la escritura para cumplir mi objetivo y, de este modo, que el próximo año solo me dedique a escribir la tercera parte del fanfic (que es larga, pero me faltaría menos que antes, lógicamente xD). Esto me gustaría porque estoy en la recta final de mi carrera, o sea, estoy muy cerca de hacer la temible tesis; así podría repartir mi tiempo entre el fanfic y la tesis con más comodidad y menos estrés (escribir un capítulo al mes, por favor; considerando que cada capítulo tiene una extensión de 30 páginas aproximadamente). Ya les informaré en el próximo capítulo cómo me fue en el experimento. Hasta entonces las actualizaciones se mantendrán mensuales; así no van a echar de menos mi ausencia y podrán disfrutar del capítulo largo a su ritmo.
De momento, Lelouch, Suzaku, Kallen, C.C., Schneizel y yo estaremos encantados de leer sus comentarios que eso me motiva a continuar este novelón :'( Coméntenme qué les gustó del capítulo, ¿coincidió con sus expectativas que Lelouch ganara el juicio? ¿Se imaginaban que esa era la razón por la que Lelouch reclutó a Kallen? ¿Qué creen que sucedió realmente el enfrentamiento entre los hombres de Luciano y Kallen? ¿Lelouch dice la verdad o está escondiéndonos algo? ¿Qué desean leer en la continuación de esta historia?
Sin otra cosa que decirles, me despido.
Nos leemos en el próximo capítulo en noviembre: Escuadrón Zero.
¡Cuídense! Se les quiere y se les respeta.
PD: como ya les comenté en alguna ocasión, Games of Thrones ha sido una enorme influencia para mí en la creación del fanfic, espero no se sientan raro si en determinadas ocasiones comparto música de la serie xD
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