Capítulo 5: Secretos
Las lápidas languidecían bajo el mezquino sol de la mañana. Suzaku desfilaba entre ellas con aspecto sobrio. Su mano sujetaba un ramo de flores. Entró a la parcela que era propiedad de su familia y se paró delante de la tumba de mármol blanco cuyo epitafio rezaba:
En memoria de Genbu Kururugi
18 de mayo, 1973 — 30 de agosto, 2011
El bambú puede flexionarse, pero jamás romperse
Se hincó en una rodilla y depositó el ramo. Apoyándose en su puño derecho, permaneció en esa posición por unos segundos. Al lado de la lápida, estaba enterrada su madre. Fue su última voluntad. Un poco más lejos descansaban sus abuelos. El resto de su familia yacía en Japón. Suzaku pudo notar que el terreno había sido cuidadosamente segado y que las flores silvestres crecían en abundancia alrededor de las tumbas. Si guardaba silencio era posible escuchar a los barcos pasar, así como también vislumbrar el agua del mar extendiéndose más allá de las colinas. Evitando el sentido macabro de la frase, era un hermoso lugar para descansar por la eternidad.
—Hola, papá. ¿Cómo estás? Te informo que estoy cada vez más cerca de lograr mi propósito de desmantelar la ciudad de la corrupción. Estoy trabajando por fin en un caso que involucra a Britannia Corps. No es fácil, pero no me detendré. Veré que Charles zi Britannia pague por sus crímenes. Tengo que hacerlo por Lelouch y Nunnally. Ojalá estés orgulloso de mí.
Euphemia salía de la cripta de la familia Britannia justamente. Por coincidencia, había escogido ese día para ir al cementerio y se había puesto unas gafas oscuras y un vestido corto con volantes acorde a la ocasión para evitar ser reconocida. Ella había llegado dos horas antes y estaba por irse cuando alcanzó a oír alguien hablar. Atraída por la curiosidad, siguió aquella voz que la condujo a la parcela de los Kururugi donde estaba Suzaku.
—¿Fiscal Kururugi? —preguntó con suavidad, queriendo cerciorarse. Se quitó los lentes un momento.
El aludido se calló y se giró sobre sus talones al reconocer aquella voz dulce. La joven se arrepintió de haber llamado su atención: a lo mejor habría interrumpido un momento privado.
—¿Señorita Euphemia? —inquirió, sorprendido.
—¡Lo siento! No era mi intención molestarte —exclamó, avergonzada, echándose para atrás.
—¿Molestarme? Usted nunca podría hacerlo —la sonrisa alegre que Suzaku dibujó en su rostro la animó a proseguir. Con timidez, se ubicó junto a él.
—Te dije en la fiesta que me tutearas. No me gusta cuando se refieren a mí como usted. ¿Tú estabas conversando con tu padre? —indagó mirando la lápida. Él la imitó, inconsciente.
El nombre inscrito en el mármol le sonaba de una historia que le contaron. Era el presidente de una pequeña empresa de bombillos afiliada a Britannia Corps. Por un conjunto de malas de decisiones, llevó a su compañía a la bancarrota y, destrozado, se quitó la vida, dejando a su único hijo a su suerte.
—Eh, sí —farfulló, rascándose la nuca—. Es una costumbre. Siento que cuando lo hago estoy con él. Seguro pensarás que estoy loco.
—No —lo corrigió, sonriéndole con cariño—. Pienso que es normal que no quieras romper el vínculo con tu padre. Es una idea tierna, además. Debería intentarlo con mi madre.
—¿Fue por ella que viniste? —preguntó, volviéndose hacia ella.
—Sí, hoy es el aniversario de su muerte.
—Lo siento —susurró con el temor de haber alcanzado una fibra sensible que la haya perturbado.
—Está bien. No logré conocerla bien porque murió cuando era pequeña —confesó. La tristeza infló su pecho y exhaló profundo—. ¿Tú sí conociste a la tuya?
—Murió cuando nací. Fue una labor de parto complicada —respondió, metiéndose las manos en los bolsillos—. Me hubiera gustado conocerla.
https://youtu.be/Iu4bVyxKS8g
Anonadada por la revelación, la joven Britannia clavó sus grandes ojos en el fiscal. Brillaban cual dos pequeñas estrellas. Mucho más que la pálida luz de aquella mañana. Acariciado por su tibia calidez, las mejillas de Suzaku se impregnaron de un rojo que se intensificaba entre más se quedaba viéndolos.
—No tienes hermanos, perdiste a tu padre cuando eras un niño, tu madre murió sin conocerte ¿y no llegaste a sentirte solo?
—Realmente no. Suelo estar rodeado de gente que me importa: mis amigos y los ciudadanos buenos de Pendragón —explicó con una sonrisa. La pregunta desestabilizó la paz de su corazón parcialmente—. ¿No tienes a alguien así?
—Sí —contestó Euphemia—. Mi familia.
Los dos decidieron regresar juntos y retomar la conversación que fueron forzados a concluir la noche de la fiesta. Coincidiendo con el despertar de la ciudad, mientras se anegaban en el caos de voces y claxon, Euphemia averiguó que Suzaku visitaba el cementerio con una cierta frecuencia para dejar flores en la tumba de su padre, su madre y la de su amigo, Lelouch, ya que después de que abandonara la ciudad, no había nadie más que pudiera cuidarla. Sin embargo, rara vez hallaba una flor de lis. Nadie sabía quién era el visitante misterioso y no había podido toparse con él.
—Él lo hubiera hecho por mí —afirmó Suzaku con seguridad cuando Euphemia le preguntó la razón—. Si hubiera sido yo el que se habría ido, no me hubiera gustado hallar la lápida de mi madre cubierta de malezas y polvorienta.
Euphemia se enterneció. Aun cuando la vida de Suzaku fue arropada por las sombras desde la infancia, era, en definitiva, un ser de luz y un buen amigo.
Asimismo, supo que el epitafio de la tumba de su padre hacía referencia a una metáfora que su padre creó y le repetía siempre que podía. A Euphemia le gustó porque resaltaba buenas cualidades que lograban el equilibrio. Se sinceró con él diciéndole que le había parecido que era de carácter serio ya que era la imagen que transmitían los medios.
—¿Y ahora?
—Sí eres serio, pero no áspero. Eres gentil. Quizás si sonríes más borres esa impresión.
Suzaku, en contraste, se sorprendió al enterarse que Lelouch le mencionara la trágica muerte de su madre. Pensaba que sería un tema que lo incomodaría. Eso quería decir que ellos eran más cercanos de lo que a simple vista resaltaba. Ella le contó, a su vez, cuándo, cómo y dónde se conocieron. Procuró ser concisa dado que se lo preguntó y, si bien, le gustaba hablar del abogado Lamperouge, Euphemia deseaba saber más sobre el fiscal.
Andaban por una acera, de esta manera, cuando Euphemia se fijó en una gatita a la deriva del camino que se lamía una y otra vez su pata delantera izquierda y observaba con sus ojazos amarillos a los traseúntes pasar junto a ella, haciendo la vista gorda a su presencia. Pese que tenía una falda de encaje que le llegaba por encima de las rodillas, Euphemia se arrodilló y le acarició detrás de las orejas.
—¿Qué haces aquí sola? ¿Dónde está tu dueño? —le preguntó, preocupada. La gata ronroneó en respuesta a sus caricias—. ¡Oh! Te has extraviado, ¿no? ¿Cómo te llamas? —Euphemia lo levantó y le maulló. A Suzaku le resultó encantador y gracioso verla interactuando con el minino—. ¿Y cómo te lastimaste? —siguió indagando—. Entiendo —Euphemia formó entre sus brazos una cuna y lo recostó contra su pecho. Se paró—. ¡Suzaku, tenemos que ayudar a Arthur!
—¿Arthur? —repitió, curioso—. ¿Te dijo que ese era su nombre?
—Sí. ¿Hay una clínica veterinaria por aquí? —inquirió, girando la cabeza en busca de una.
—Creo que vi una atrás cuando caminábamos.
—¡Vamos, entonces! La patita de Arthur necesita atención.
Suzaku condujo a Euphemia hasta donde estaba la clínica veterinaria. Para fortuna de ambos, la memoria del fiscal Kururugi era buena y su sentido de la orientación aún más. Los atendió una joven veterinaria, que era, además, la única encargada. Parecían ser los primeros clientes del día. Por lo menos, terminarían pronto. Se mostró cordial con ellos y actuó con diligencia. Indicó que no había sido una lesión grave ya que no observaba daños internos, pero tenía que guardar reposo.
—Es probable que se haya caído de un lugar alto o que tuviera una pelea con otros gatos —explicó.
Mientras ella envolvía su pata lastimada en un vendaje con delicadeza, el fiscal la sometió a una inspección. Era guapa. No más que Kallen y menos que Euphemia. Su largo y liso cabello anaranjado, sus vivos ojos verdes y su rostro ovalado le conferían un aspecto dulce. Cuando sonreía se le marcaban hoyuelos en las mejillas. Sus modales eran gentiles.
—Sí, se cayó desde un árbol. Las cornetas de una furgoneta encendidas a máximo volumen la asustaron —confirmó Euphemia.
Suzaku recordó que ciertamente había un árbol junto en donde lo encontraron y que la acera delimitaba con el pavimento por el que circulaban toda clase de vehículos. Si no fuera verdad, era verosímil.
—Está listo. Ahora hay que evaluar su recuperación y procurar mantenerlo tranquila y evitar que su herida se infecte. No se preocupen. Si siguen al pie de la letra mis indicaciones, estará bien. Los gatos tienden a recuperarse rápido —añadió cuando advirtió que los hombros de la mujer de pelo rosa se agitaron con nerviosismo—. De todos modos, las puertas de mi clínica estarán abiertas por si su gata...
—No es nuestra gata —aclaró Suzaku.
—¡Podemos adoptarla! —replicó Euphemia, sonriéndole.
—¡Aún mejor! Hay tantos animalitos que andan en la calle necesitando amor. Ojalá hubiera más personas que tomaran esa iniciativa como ustedes —celebró, contenta—. Es muy lindo que una pareja recoja a una gatita. Esto los unirá más —comentó acariciando a Arthur.
Por supuesto, Euphemia y Suzaku se inmutaron. Su reacción fue la misma, lo cual fue gracioso de ver; lo que le dio pie a la veterinaria de pensar que había acertado. Los dos intercambiaron fugaces miradas de soslayo. Aun si no articularon palabras, sabían qué querían preguntarse: quién corregiría el error.
—En realidad, Suzaku y yo somos amigos —repuso Euphemia, al tiempo que le lanzaba una mirada a este como buscando apoyo.
—Sí, pero podemos adoptarla, aun así —asintió él. La sonrisa de Euphemia se ensanchó.
—¡Oh! Lo siento, creí que... No importa. Les recomendaré un remedio para aliviar el dolor. Espérenme.
La veterinaria cogió uno de los récipes que tenía sobre la mesa de su escritorio y garabateó un nombre en la superficie blanca. Luego la firmó, la selló y se la entregó a Suzaku.
—Gracias, doctora... —quiso leer en el bolsillo del pecho de su bata su identificación, pero no había ninguna.
—Fenette. ¡Pueden decirme Shirley! —se presentó, alegre. A juzgar por su tono enfático, dedujeron que prefería que se refirieran a ella por su nombre de pila.
La Dra. Shirley los llevó a la caja. Suzaku y Euphemia acordaron pagar cada uno la mitad de los gastos. Lo siguiente que discutieron fue con quién se quedaría Arthur. En vista de que lo adoptaron juntos, tenían que «alternarse su custodia». Euphemia le pidió que por esa noche lo tuviera consigo, puesto que vivía con su familia y creía que no sería considerado no avisarles. En adición de que quería comprarle una casita, un rascador, juguetes y una caja de arena. En suma, amoblar la mansión para que estuviera en las condiciones óptimas para Arthur. Suzaku, en cambio, vivía solo en su apartamento. El fiscal no había caído en cuenta de los cuidados que implicaba tener un gato hasta que Euphemia se puso a enumerar todo lo que deseaba adquirir. Pero, ¿qué podía hacer? Ya había aceptado. Su entusiasmo era contagioso y tan adorable que le arrancaba una sonrisa. Para sus adentros, se dijo que estaría bien si hacía una locura. Desde que murió su padre, no había permitido que sus caprichos lo gobernaran. Sin más, dijo que sí.
—¡Genial! ¡Gracias, Suzaku! Sé que a Arthur se sentirá muy feliz en tu casa. ¡Tú le agradas!
—¿Eso te dijo?
—Debes pensar que estoy loca porque le hablo a los gatos —susurró Euphemia sonrojada, trazando con el índice un círculo en su muñeca.
—Yo hablo con tumbas —respondió Suzaku, encogiéndose de hombros.
Euphemia sonrió. Era cómodo estar con el fiscal Kururugi.
—¿Me das tu número? Necesito tenerlo para cuando vaya a llevarme a Arthur.
Shirley contemplaba con discreción el desarrollo de la escena. Esa fue una ingeniosa manera de obtener el número de un hombre soltero bien parecido. La dirección sería el próximo paso. Suzaku registró igualmente el número de Euphemia en su teléfono. Justo en esto, la llamaron. No tenía idea de quién podría ser, pero supuso que no era malo porque no sonaba mortificada. En cuanto colgó, se volvió a él:
—Suzaku, lo siento. Debo marcharme —anunció, apenada—. Me temo que tendrás que hacer las compras para Arthur solo: surgió un asunto.
—Está bien. ¿No es grave?
—No, pero mi hermana quiere que esté. ¿No te molesta? —preguntó, temerosa.
—No. Si necesitas estar con ella, entonces ve —dijo, tranquilizándola con una sonrisa.
—Eres comprensivo. Te prometo que voy a compensarte —aseguró, devolviéndole la sonrisa y besándole en la mejilla como gesto de agradecimiento— ¡te llamaré cuando pueda! ¡Estate atento!
Cuando ya se había ido, Suzaku se volteó hacia Shirley y acarició a Arthur con la mano que despidió a Euphemia.
—Le gustas —observó Shirley.
—¿Uhm? —Suzaku alzó la mirada y descartó la idea sacudiendo la cabeza—. No, es amable.
—Tal vez —concordó—. ¿Y a ti te gusta?
—Me agrada. Es todo, ¡ay!
El dedo de Suzaku sangraba. ¿La causa? Arthur lo había mordido. Shirley soltó una risita. O Euphemia se equivocó o la gata era tan astuta que podía detectar cuando un fiscal mentía.
https://youtu.be/tecMHjcBlIs
Lelouch amaneció mejor. Había llegado de la mansión Britannia y lo primero que hizo fue ordenarle a C.C. que llamara a Tamaki y que rastrearan un coche, el del testigo ocular que acudió inopinadamente en la fiesta de promoción de Schneizel. Como su hermana estaba dormida y la migraña lo estaba matando, resolvió con echarse un sueño con la esperanza de recobrarse; lo que así fue. La mañana auguraba marchar un día prometedor ya que, mientras desayunaban, Tamaki le dijo que, pese que no hallaron nada en las cajas negras de los autos de aquel día en el estacionamiento, sus apandillados dieron con un vehículo que calzaba con la descripción que le dio. Pudieron averiguar quién era el dueño y su dirección. Estaba hospedado en un hotel. El abogado Lamperouge estaba complacido con la prontitud y la eficiencia con que sus empleados acataron sus órdenes. No podía dilatar más la espera para entrevistarse con él. Partieron en su volvo.
El testigo salió de su apartamento a paso ansioso. Como cada mañana, planeaba ir al quiosco y comprar la lotería. Aunque si no ganaba, esta vez no le importaba: el presidente Schneizel le pagaría por su testimonio. Estuvo toda la noche soñando miles de formas en que podría invertir esa suma generosa. Todavía no lo había llamado, pero no dudaba que lo harían a lo largo del día. Se montó en el ascensor. Estaban a punto de cerrarse las puertas cuando una mano lo impidió. Él lo detuvo para que pudiera incorporarse el huésped.
—Gracias.
Era un joven de cabello castaño y piel del color de la leche. Vestía una chaqueta universitaria, y usaba una gorra y guantes de golf. Se adentró. Las puertas terminaron por cerrarse.
—¿Piso?
—Dos, por favor.
El hombre oprimió el botón del segundo piso y la planta baja. El joven se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta y se recostó de la pared. El ascensor bajaba lentamente, según mostraba el indicador: sexto piso, quinto piso... El testigo se puso a leer los mensajes recientes en el teléfono distraídamente.
—Schneizel el Britannia le envía sus saludos —susurró el joven.
—¿Perdón?
El joven sacó un cuchillo, rodeó el cuello del hombre con su brazo desde atrás y realizó un corte rápido y profundo de izquierda a derecha. Un chorro de sangre se disparó en el piso y salpicó las puertas. Lo soltó. El hombre se desmoronó. El asesino acomodó el cuerpo, sentándolo con la cabeza mirando el techo, y colocó el cuchillo ensangrentado en su puño. Después, cogió su mano libre y mantuvo presionada entre sus dedos unas monedas de cobre, sacadas del otro bolsillo de su chaqueta, y las colocó en cada ojo. Por último, echó una ojeada al muerto. No había lectura de ninguna emoción en su semblante: ni furor ni asco ni excitación. Solo la más absoluta indiferencia. Era un cadáver sin nada especial y él ya había visto montones. El ascensor abrió sus puertas en la segunda planta y cruzó el umbral teniendo cuidado de no contaminar la escena. Bajaría por las escaleras de emergencia. Sacó su celular, escribió un número y se comunicó con su cliente.
—Soy Rolo —dijo con entonación monocorde—. Está hecho.
Y colgó. Por efecto de la ironía trágica, en el vestíbulo, su salida coincidió con la entrada de Lelouch y Tamaki. Aun cuando los había traído al hotel el mismo objetivo, no se conocían; por lo tanto, pasaron inadvertidos frente al otro. Con todo, Rolo y Lelouch sí llegaron a verse de reojo. Lelouch habló con la recepcionista. Le explicó a quién buscaban y por qué. Tras saber en qué habitación estaba registrado el testigo, agradeció su atención y se dirigieron hacia el ascensor. No tuvieron qué llamarlo: estaba bajando. Las puertas se abrieron de par en par descubriendo la persona que buscaban con la tráquea abierta y destilando sangre gota por gota en su ropa.
—¡Mierda! —exclamó Tamaki realizando un ademán brusco.
—Llegamos tarde —masculló Lelouch, circunspecto.
—Aparentemente, nuestro amigo tuvo problemas con la mafia. ¿Alguna deuda? —conjeturó Tamaki en voz alta, refiriéndose a las monedas colocadas sobre los ojos.
—Eso es lo que quieren que pienses —denegó Lelouch.
—¿Tienes idea de quién lo hizo? No te ves sorprendido, compadre.
—Porque es obvio. El único testigo del caso es asesinado antes de que se entreviste con el abogado defensor y justo después de hablar con Schneizel el Britannia. ¿Quién se beneficiaría con esto? Alguien que no quiere que el vicepresidente gane —razonó Lelouch. Se giró hacia Tamaki—. Corre a la recepción y repórtalo. Intenta parecer horrorizado. Que ellos llamen a la policía.
—¿La policía? —repitió, estremeciéndose.
—Si no lo hacemos, creerán que tenemos algo que ocultar —aclaró—. No te preocupes. Solo seremos primeros testigos. No pueden demostrar nada contra ti: yo me encargué de eso. Y si las cosas salen mal, te protegeré. C.C. y tú son mis empleados, pero también son mis clientes —le recordó con una sonrisa amable que contrastaba con el brillo glacial que asomaba en sus ojos. Él no era tan observador como su jefe y no se dio cuenta.
Tamaki se rascó la cabeza. Era verdad. Fue él quien lo exoneró y vio como destruyó cualquier evidencia para darle una oportunidad de redimirse. Una meta que cumpliría si trabajaba para Lelouch y, hasta la fecha, Tamaki sentía que haber confiado en el abogado había sido la mejor decisión que tomó en su vida.
https://youtu.be/OpgE0kQQLnA
Britannia Corps no siempre fue el conglomerado más poderoso del país. Sus inicios se remontan hace casi un siglo, cuando Pendragón aún no era la metrópolis por la que hoy en día era célebre. Entonces, era una pequeña empresa constructora que con el devenir de los años fue encargándose de ejecutar proyectos de ingeniería que contribuyeron en gran medida en el desarrollo urbanístico y prosperidad económica y social de la ciudad y, por extensión, del país. A medida que Pendragón crecía, Britannia Corps iba amasando su fortuna y expandiendo su poder mediante adquisiciones y fusiones. Y, si bien, las épocas y la compañía actualmente distaban mucho de lo que antes fue, el modelo estructural seguía siendo el mismo, en el sentido de que la dirección y el control de la empresa residía en la familia Britannia, las cuales eran traspasadas al primogénito por tradición. Un puesto que había parecido inalcanzable para Schneizel, quien era el segundo en la línea de sucesores de los Britannia. Algo que cambió cuando el primer heredero murió repentinamente.
Schneizel por fin podía ocupar el despacho del presidente de Britannia Corps. Veintitrés años luchando por asumir lo que le pertenecía por derecho de nacimiento y mérito. Era suyo ahora. Recorrió los brazos y el respaldo del sillón con su mano. Acariciar el fino cuero negro lo hizo suspirar. Sabía como nadie controlar sus emociones al punto de que era casi imperceptible notar el cambio. Solo las personas que lo conocían bien podían apercibir el júbilo que lo inundaba. Por ejemplo, su fiel asistente quien entró en ese momento y no pudo menos que sonreír a manera de compartir su felicidad.
—Dos excelentes noticias, mi señor —anunció— Mis fuentes recopilaron datos básicos del abogado Lamperouge: vino a la ciudad hace tres semanas con su hermana menor, una joven llamada Nunnally, que tiene una discapacidad motriz y visual, y su sirvienta personal, una japonesa de nombre Sayoko Sonozaki. Antes de eso, él estudió toda su vida en la Academia Ashford y se graduó con el título de Summa cum laude en la facultad de derecho de la Universidad de Shinkirō. En apenas cuatro años. Su reputación está apoyada por todos los casos que ha ganado. Decía la verdad. Lo que es curioso es que ha sido el representante legal de El Rey Negro...
—¡¿El Rey Negro?! ¡¿El mafioso?! —atajó Luciano, estupefacto, quien escuchaba el reporte de Kanon recostado en la jamba.
—Ha sido su cliente más importante, pero ha defendido a otros criminales. Supongo que así un abogado tiene el suficiente dinero para comprar un pent-house —continuó, ignorando la intervención.
—¡Quién lo diría! —silbó Luciano—. Lamperouge no se ve intimidante: tiene un rostro muy delgado y su forma de moverse es extraña para ser un hombre.
—No me parece que lo sea —discrepó Kanon—. Sus movimientos son más bien gráciles y aunque su rostro sea delgado, es bien parecido.
—¡Basta! —ordenó el presidente Schneizel manoteando en el aire.
—Lo lamento, mi señor. Eso es todo lo que pude averiguar por ahora. Si me da más tiempo, profundizaré más sobre la información.
Kanon deslizó por su escritorio un sobre de manila. El presidente lo abrió y lo vació. Adentro contenía unas fotos. Algunas eran del edificio en que residía el abogado y otras eran de él y/o su hermana, acompañada por la sirviente, saliendo de la residencia. Las fue pasando de una en una y, si bien, no las miró con detenimiento, sí retuvo en su memoria los detalles de cada una.
—Hazlo —pidió el presidente Schneizel al instante en que Kanon dejó de hablar—. Necesito saber si Lamperouge vivía antes en Pendragón. Concéntrate en su infancia. Concretamente averigua quiénes fueron sus padres.
—Así será, presidente. La otra noticia que tenía para usted involucra a Rolo. Me llamó para confirmar que la orden fue ejecutada en sus términos. El testigo no será un problema.
El presidente asintió. Alzó la vista y se fijó en su guardaespaldas. Se mecía ansiosamente en su sitio mientras miraba con desdén el suelo.
—¿Estás enojado conmigo porque asigné esta tarea a Rolo? —preguntó, condescendiente.
—No, señor presidente.
—Tú sabes que, debido al caso del vicepresidente, Britannia Corps está en el ojo del huracán. Hay que proceder con cautela —explicó con suavidad. ¿A quién no podía calmar con ese tono? Ni las bestias como Luciano se resistían—. Además —hizo una pausa. El guardaespaldas lo observó a la expectativa y el presidente esbozó una sonrisa enigmática—, tengo una tarea importante, la cual únicamente tú puedes encargarte...
El teléfono sonó de repente. El presidente atendió la llamada: tenía una visita. Les ordenó a sus empleados retirarse para estar a solas con su visitante. Era Nina. De inmediato, mandó a su secretaria traer dos cafés y le pidió a la joven científica tomar asiento. Ella se sentó en el sillón de la izquierda.
—Muchas gracias por recibirme, señor presidente —farfulló la joven.
—¿Señor presidente? No, no —rió—. En horario fuera del trabajo, puedes dirigirte a mí como siempre lo has hecho. La confianza entre nosotros no cambia después de un nombramiento, ¿o me equivoco?
—¡Claro que no! Tienes razón —sonrió Nina. Las comisuras de los labios le temblaban—. Enhorabuena por tu ascenso, Schneizel. Me siento muy feliz por ti. Te lo mereces. Me hubiera gustado ir a la fiesta y felicitarte allí, pero no hubiera sido una buena idea considerando que empañé la imagen de Britannia Corps al demandar al vicepresidente.
—Actuaste con prudencia —ratificó Schneizel moviendo la cabeza con aire comprensivo—. Me sorprendió, lo admito. Por nuestra última conversación, di por sentado que tu decisión era final.
—No iba a ganar la confianza del presidente Charles si no le probaba mi lealtad a Britannia Corps —se justificó—. Y no voy a tener otra ocasión igual a esta. No en un corto tiempo.
—Sin embargo, el vicepresidente es inocente —enfatizó—. Su pérdida es tu ganancia. Tú lo dijiste.
—No uses mis palabras en mi contra —contrario a sus intenciones, su advertencia sonó como una súplica. Dándose cuenta de eso, se retorció las manos. Para que pudiera creerle, tenía que hablar con convicción. Prosiguió—: de casualidad, ¿sabes cuál es el más grande defecto de un científico? —inquirió, mirándose las uñas.
—No, pero supongo que tú sí y me lo vas a decir —contestó, perplejo por la pregunta.
—Es la vanidad. No fue la extorsión lo que llevó la creación de la bomba atómica, fue la vanidad —explicó—. Una hipótesis científica no se convierte en teoría, sino se comprueba y rara vez se presenta ante ti la oportunidad. No conoces la satisfacción que da saber que esas complejas ecuaciones que matabas por hallar dicen la verdad ni tampoco conoces la emoción de formar parte de algo importante. Todos morimos por ser el Einstein de la década, no, del siglo —se echó a reír como si estuviera contando algo gracioso—. Sé lo que dije —admitió engarzando sus ojos color índigo con los del presidente—, pero pensé en lo que dijiste tú: si quieres ganar algo, debes arriesgarlo todo. Nada quiero más que trabajar en el Proyecto Geass. Es posible que sea mi más grande logro en toda mi carrera. No, ¡estoy segura! —afirmó. Se inclinó hacia él, plantando las manos en su escritorio—. Tú lo entiendes, ¿verdad?
—Claro que sí. Cuentas con mi respaldo, lo sabes —declaró, cariñoso. Le agarró una de sus manos y la sostuvo—. Eres muy valiente por luchar por lo que quieres.
—Gracias, Schneizel. Eres un amigo maravilloso —le sonrió, aliviada—. Contigo nunca me siento juzgada —se mordió el labio inferior, dubitativa. Después, resolvió con decirle lo que acababa de cruzar por su mente—: es una contradicción. Los científicos nos distanciamos del mundo terrenal para consagrarnos a la pureza de nuestras teorías en la búsqueda de la verdad y, en vez de eso, nos acercamos a la humanidad que negamos. ¿Tiene sentido? No, es como un error genético.
—El ego es la raíz del ser humano. Antes de ser científicos, ustedes son humanos. Pero ten cuidado: el ego también es el origen de los problemas. Todos suponen que solo hay que desprenderse de los lazos afectivos porque son el obstáculo que se interponen entre tú y el éxito y se olvidan del ego. Toma esto como un consejo de amigo.
Nina asintió, prometiéndolo. La secretaria entró en ese punto: traía los cafés. El presidente la iba a amonestar por la tardanza, de no ser porque su amiga intercedió. Consecutivamente, la despachó. Schneizel echó un vistazo a su vaso.
—Desearía que esto fuera vino, así brindaría por ti. Estás a un paso más cerca de tu sueño.
—Está bien. La intención es lo que vale.
La mujer le tendió el vaso. Schneizel lo chocó contra el suyo. Nina bebió de un sorbo entero. Él lo disfrutó con más sosiego. Quería darse tiempo de fijarse en su expresión. Era una llena de regocijo. Estaba segura de que había tomado la iniciativa. No era cerca de la verdad, pero si eso la enorgullecía, ¿por qué arruinárselo? A él no le molestaba que terceros se apropiaran del crédito de sus acciones, entretanto hacían lo que deseaba. Desde su punto de vista, todos saldrían beneficiados: su padre se desharía de un enemigo, Nina entraría en el Proyecto Geass y él averiguaría finalmente lo que Charles zi Britannia estaba tramando a escondidas. Su padre era un hombre con muchos secretos, no obstante, si había aprendido algo era que nada permanece oculto en las sombras por largo tiempo.
https://youtu.be/-tlE9BbWxsE
En una mañana, Suzaku había aprendido más sobre los gatos que en veintiocho años de vida. Fue a una tienda de animales y conversó largo y tendido con la vendedora, así como también con los clientes. Quería informarse debidamente de los cuidados que necesitaba un gato. Una vez asesorado, compró comida, una caja de arena y un rascador —estaría ausente casi todo el día y no sería agradable toparse de regreso con que el gato había afilado sus uñas en sus muebles. Ya podría construir una cama con lo que tenía en casa. Nunca había tenido una mascota. Ni siquiera cuando era niño. A su padre no le gustaba: implicaba muchas responsabilidades, así que no le permitió tener una. Arthur cambiaría su rutina. Lo interpretó como algo bueno: por momentos, podía sentir que su pequeño apartamento era demasiado grande.
Posteriormente de dejar el gato en casa, fue al trabajo. El fiscal jefe solicitó verlo. Quería que lo actualizara sobre el caso del vicepresidente de Britannia Corps a razón de que mañana se daría lugar el segundo juicio. No estaba complacido con él: en principio, le disgustaba que hubiera perdido el primero y ya estaba al tanto de que era el fiscal con más casos atrasados de la división de crímenes.
—Entregue el expediente del caso de Britannia Corps al fiscal Steiner. Está fuera.
Charles zi Britannia tuvo que haberle ordenado que lo sacara. Sea porque rechazó su oferta, sea porque temía que ganara o tal vez era una manera de forzarlo a pedirle ayuda. Esto no tenía nada que ver con el trabajo acumulado o el primer juicio. Esas eran excusas. Britannia Corps estaba en peligro y si el abogado no ganaba, hallarían un fiscal dócil que perdiera por ellos. Suzaku no podía permitir que le arrebataran el caso, pero ¿cómo convencerlo?
—Con el debido respeto, señor, no lo haré. No tengo motivos para trasferir el caso.
—Apenas tiene cinco años trabajando con nosotros, le falta mucho por aprender, fiscal. No puedo ser complaciente y sentarme a ver como aumenta la tasa de no culpabilidad. Un fiscal más experimentado tomará este caso y yo le asignaré uno más adecuado, ¿quedó...?
Salvado por el pitido de su celular. Suzaku revisó. Era un mensaje de la inspectora Croomy. ¡Obtuvieron un vídeo de una de las cajas negras del estacionamiento!
—Deme una oportunidad. Si pierdo el segundo juicio, puede reasignarme. Pero, por esta vez, ponga todo en mis manos —pidió.
El fiscal Waldstein lo observó de hito en hito. Suzaku era consciente de sus habilidades. No poseía el don de la elocuencia con que había sido bendecido su amigo. No era buen mentiroso. Lelouch tal vez hubiera conseguido mantener la calma y convencer al fiscal de confiar en él. ¿Qué tenía Suzaku? Tenía, por el contrario, una gran convicción que movía montañas y si no podía convencerlo con palabras, lo haría con hechos. Y, en eso, era el mejor de los dos.
https://youtu.be/F-BgKPZIkNE
Kallen se sentía entre la espada y la pared al tener que elegir entre su orgullo (o su decencia, como prefería decirle) y la promesa a Naoto. ¿Qué era más importante para ella? Eso era fácil de responder. Sin embargo, no quería tener que sacrificar una por la otra. Después de evaluar varios escenarios, se resignó: ninguna firma quisiera tener una abogada degradada, habiendo tantos y buenos en Pendragón. Admitió que ni se contrataría a sí misma si tuviera que escoger entre un abogado recién suspendido o uno novato. Podría probar su suerte convirtiéndose en defensora pública, aunque era más difícil. O podría pedirle ayuda a su padre, el Sr. Stadtfeld. Kallen arrugó la cara, desaprobando la idea. Incluso entre Lelouch y él, el primero era mejor. «¿En serio había pensado que era menos malo de lo que parecía? ¡Aj! Este mundo y sus giros de tuerca». Cuando consiguió tragarse su orgullo, o sea, luego de dar numerosas vueltas por su habitación, llamó a «Lengua Viperina». Repicó un par de veces y luego atendió. Le dijo que tenía una respuesta para su proposición. Él la interrumpió diciendo que pronto entraría a juicio, alegando que ese tipo de respuestas eran mejor discutirlas cara a cara y la invitó a venir. No tenía alternativa. Se comenzó a alistar.
Había pasado tiempo del último juicio que estuvo, no obstante, todos lo recordaban, incluso si realmente no asistieron. Desde entonces, había guardado su ropa formal. Se colocó encima una chaqueta corta negra, una blusa blanca descotada, un cinturón rojo alrededor de la cintura y un pantalón de vestir negro. Se acicaló frente al espejo y respiró profundo. Ya lista (o casi), se encaminó a los tribunales. Kallen llegó justo cuando el juicio estaba terminando. La Lengua Viperina no mentía esta vez. Pudo verlo en el lado de la defensa, a su izquierda estaba sentado el que debía ser Taizo Kirihara, el vicepresidente de Britannia Corps. No lo reconoció. Bueno, estaba claro que la imagen de la compañía era los propios Britannia, no sus empleados, como querían hacer creer a los ilusos con ese lema que no era más que una patraña. Del lado de la fiscalía, ella distinguió a Suzaku. ¿Los mejores amigos enfrentándose? Esto sí que era interesante.
El fiscal Kururugi estaba presentando una evidencia crucial: un vídeo, que había obtenido de uno de los coches que estuvo aparcado en la noche del siniestro. Sino se había podido entregar antes fue porque el detective no pudo localizarlo. Solo después de ver las noticias, el dueño del automóvil recordó que había estado en ese edificio ese día, de manera que verificó la caja negra y contactó al fiscal. Dicho vídeo mostraba a Nina ayudar al vicepresidente entrar a su auto y a pesar de que no se percibía claramente a causa de la iluminación vaga, la sacudida violenta del vehículo indicaba que hubo una lucha. Nina salió dando traspiés y sin aliento.
Un bisbiseo de alarma encendió al público. No se podía decir que Suzaku estaba feliz, pero sabía lo que significaba: culminar su alegato así, aseguraba que la fiscalía tenía la ventaja por ahora, a no ser que la defensa sacara un as bajo la manga, lo cual no aparentaba ser el caso. El fiscal jefe no lo destituiría. Los ojos del Sr. Kirihara se morían por salir saltando de las cuencas oculares. La expresión de Lelouch era insondable. Su mente procesaba rápidamente todo. Lo que revelaba el vídeo refutaba todo lo que le dijo aquel testigo a Schneizel. Siendo así, ¿para qué matar a un mentiroso? A la fiscalía le consignaron una prueba fabricada, pero no tenía cómo demostrarlo y, en su experiencia, sabía que los jueces tendían a quedarse con lo que entendían. Una prueba audiovisual era la más contundente. Por esta vez, debía admitir su derrota.
Concluido el juicio, Lelouch recogió sus cosas y se acercó a Kallen, quien fue la única de la multitud que no se levantó y se fue. Estaba sentada al fondo de la sala.
—Hoy no te fue tan bien —lo saludó. No pudo discernir si lo decía para provocarlo o no.
—Perdí el juicio de hoy. No obstante, hasta que el juez haga su veredicto final, el Sr. Kirihara sigue siendo inocente, según la ley —concedió Lelouch en parte.
—Es cierto.
—¿Crees que es inocente?
—Las noticias no proporcionan detalles ni evidencias concretas del caso y si solo me quedo con el vídeo, está claro a quién le daré la razón. La tienes difícil. Pero —Kallen se puso de pie. Era casi tan alta como él, por lo que podían mirarse a los ojos directamente—, deberías ser tú quien me contestara esa pregunta, ¿lo es?
—¿De verdad crees que un abogado debe confiar en su cliente?
—¿Y por qué un abogado lucharía por alguien en quién no confía? —objetó—. En el juicio solamente se tienen el uno al otro. Sería tonto que no se apoyaran.
—No imaginaba que fueras idealista —sonrió él, divertido—. Debí suponerlo. Las personas mienten, Kallen. Está en su naturaleza. Necesitan mentir porque temen que las conozcan bien —Lelouch avanzó un paso hacia ella. Estaban tan cerca que bastaba con hablar entre susurros— a menos que no tengan nada que perder, no dirán la verdad.
—¿Y tú me has dicho la verdad? ¿Hay algo en ti que no quieres que descubra? —le preguntó, inclinando de un lado la cabeza.
Alguien carraspeó detrás de ellos. Kallen refunfuñó. Fastidiada por la interrupción. ¡Quería escuchar la respuesta de Lelouch! Era posible que lo negara, pero tenía curiosidad por saber con qué le saldría la Lengua Viperina. ¡Mierda! Justo cuando lo tenía acorralado. La persona que los interrumpió era una joven, de cabello lacio oscuro y enormes ojos verdes. Su complexión delgada, su baja estatura y sus caderas estrechas le proporcionaban un aspecto infantil que contrastaba con la viveza de su mirada.
—Disculpa, ¿eres el abogado Lamperouge? Mi nombre es Kaguya Sumeragi, soy la nieta de Taizo Kirihara*. ¿Puedo hablar contigo? ¿No te molesta si te tuteo? —le preguntó.
Sí, era más confianzuda de lo que superficialmente se veía.
—Lo soy. En absoluto. Es más, lo preferiría. Le presento a mi acompañante: ella es Kallen Stadtfeld, una abogada que trabaja para mí —indicó con una sonrisa amable—. ¿Sobre qué quieres hablar?
—Bien. Perdona que no me haya presentado, no pude asistir en el anterior juicio: estudio en la universidad en horario matutino. Aun así, he estado visitando a mi abuelo y sé que le fue muy bien en aquel juicio...
—Y ahora... —terció Lelouch.
—Estoy preocupada —soltó—. Sé lo que apareció en ese vídeo que mostró la fiscalía, pero yo conozco a mi abuelo y sé que sería incapaz de una atrocidad como esa.
—Lo sé. El Sr. Kirihara es inocente —asintió Lelouch con benevolencia. Era evidente que ya estaba acostumbrado a tratar con los familiares mortificados de sus defendidos—. Se lo indicaba a mi colega precisamente: él no es culpable hasta que el juez dicte un veredicto. Confieso que no esperaba que la fiscalía presentara un vídeo y las cosas se han complicado, pero no es imposible desmontar una evidencia, en especial cuando es falsa —él colocó su mano en su hombro—. Por más difícil que parezca, debes tranquilizarte y dejar todo en mis manos. No escojo entre ganar o perder, yo me aseguro de ganar siempre —aseguró. Con la otra mano, sacó una tarjeta—. Este es mi número si alguna vez necesitas llamarme y si eres tan amable, puedes proporcionarle a Kallen el tuyo. Así podríamos mantenemos en contacto. Con tu permiso, tengo que irme. Prepararé mejor la defensa del juicio final con antelación. Kallen, alcánzame cuando termines. Iré lento para darte tiempo.
Lelouch la despidió con su sonrisa más deslumbrante y se fue de la sala. No había firmado el contrato y él ya se había hecho a la idea de que era su secretaria. La pelirroja no tenía más en donde apuntar que su propio teléfono. Tras hacerlo, se despidió y salió corriendo. Lelouch no estaba demasiado lejos. Lo alcanzó y se adaptó a su ritmo. Sus piernas no eran tan veloces como su lengua o su mente. Entonces, él tomó la palabra:
—Me llamaste para decirme que tenías una respuesta para mi pregunta. ¿Vas a aceptar?
—Sí.
—Perfecto. Ven en la mañana y firmaremos el contrato.
—No, ¡ahora!
—¡Qué impetuosa! —exclamó Lelouch—. Contén esa energía hasta mañana. No te matará esperar.
—Preferiría que no —musitó Kallen, descontenta. Parándose de pronto—. Tal vez mañana me pueda lamentar...
—Si crees eso, entonces no estás segura —repuso Lelouch sin mirarla como si hubiera dicho una obviedad.
No iba a detenerse.
—¿Te parece que fue sencillo tomar esa decisión? —le echó en cara. Kallen se lanzó detrás de él y lo obligó a verla, sujetándolo del hombro y volteándolo hacia ella. Estaba cansándose de que no la tratara en serio—. En el baile, yo fui sincera contigo. Lo he sido en cada una de nuestras conversaciones, ¿y sabes por qué? Porque no me gusta mentir. Odio fingir ser lo que no soy. Tampoco me gusta mirar atrás. Cuando decido algo, sigo hacia delante.
Bueno, no iba a hacer borrón y cuenta nueva ni pretendería a partir de ahora que le caía bien. De veras se moría por trabajar. La causa tenía que ser más que el dinero. ¿De dónde venía esa necesidad? De repente, nacía dentro de él la chispa de un deseo de desentrañarlo. Movido por la intriga, Lelouch aceptó que lo acompañara al bufete para firmar el contrato.
https://youtu.be/NdKz4ECXdfo
C.C. y Tamaki ya estaban en el vestíbulo. El hombre descansaba en una de las sillas de la sala de espera a pierna suelta. Al distinguir a Kallen y Lelouch atravesar el umbral, se incorporó torpemente. C.C. no se movió de su escritorio. Estaba decorándose las uñas acrícilas con pedrería brillante. La llegada de su jefe no iba a distraerla de su tarea.
—Permíteme presentarte a mi equipo. Ella es mi gerente de oficina, C.C.
Lelouch señaló mediante un ademán a la mujer de largo cabello verde y de ojos acaramelados. Irónicamente, su mirada no le inspiraba a Kallen nada de dulzura. Más bien, indolencia.
Ni le dedicó un vistazo por cortesía cuando fue oyó su nombre, si bien, sí que le hizo una mueca a su jefe. En ese instante, Kallen sintió que algo hizo clic en su cabeza. Ya la había visto: ¡era la mujer que ordenó la pizza a domicilio! ¿Se acordaría de ella?
—¿C.C.? —repitió, arqueando una ceja. No estaba segura de que ese fuera un nombre real ni mucho menos artístico.
—Le gusta que la llamen así —explicó, escueto—. Él es Shinichirō Tamaki, es...
Lelouch se quedó en suspenso. Técnicamente, C.C. era su empleada, ya que trabajaba con él en la oficina. Tamaki prestaba su colaboración de otras formas que no podía decir en detalles. Pensó en presentarlo como su chófer, aunque, en aquellos días, él andaba metido de ocioso en el bufete. Sería extraño que un simple chófer estuviera todas las horas allí. Y Tamaki rara vez obedecía este tipo de órdenes simples, porque, según él, no tenía cómo determinar cuándo podía necesitar su ayuda.
—Es el ministro interno de asuntos de limpieza —dijo C.C. en un tono muy natural.
—¡¿Qué?! —chilló Tamaki, herido por la atribución designada—. ¡No! Yo soy su compadre, ¿verdad, Lelouch?
—Es mi investigador privado —rectificó Lelouch.
—¡Guau! El hombre multifunciones —observó la pelirroja, cruzando los brazos—. No tendré nada que hacer aquí.
—C.C., Tamaki, ella es Kallen Stadtfeld. Trabajará con nosotros en cuanto firme el contrato. Ven conmigo.
Considerado gesto en no decir en qué iba a trabajar con exactitud. ¿Tal vez por qué era pesado de explicar? ¿O no merecía la pena? ¿O no deseaba contarles su situación por miramiento? Ellos tampoco preguntaron. No eran curiosos o tal vez simplemente eran muy respetuosos con su jefe. Lelouch la guio hasta su despacho. Allí Kallen le hizo entrega de su currículum. Lelouch lo leyó mientras la entrevistaba. Kallen procuró contestar a las preguntas de manera concisa y precisa sobre la universidad donde estudió, el anterior bufete donde trabajó y su experiencia laboral. Lelouch ya tenía el contrato impreso y guardado en un cajón. Se lo entregó junto con un bolígrafo. La mujer quería leerlo todo antes de firmar. El abogado aprobó su prudencia, así como también encontró divertida su suspicacia. Era un rasgo de inteligencia. Cuando leyó la última línea, Kallen firmó y le devolvió la hoja. Lelouch le indicó que ya estaba oficialmente contratada y enseguida fue a abrir la puerta. Kallen no reaccionó. Estaba algo desconcertada ante la rapidez del proceso. Su nuevo jefe no perdía el tiempo con cuestiones burocráticas. Lelouch la llamó otra vez y Kallen salió de su ensimismamiento. Se apuró en seguirlo hasta su nueva oficina. Lelouch le dijo que ocuparía la oficina, incluso luego de que le revocaran la suspensión. De esa forma, empezaría a acostumbrarse ya que tarde o temprano serían socios.
—Trae tus cosas y personalízalo para hacerlo tuyo. Por eso, quería que vinieras mañana —señaló con las manos detrás de su espalda. La pelirroja no contestó. Estaba recorriendo su nuevo lugar de trabajo, maravillada. Para saber si le prestaba atención, Lelouch comentó sonriente—: me alegra que te guste.
—Es más grande que el tuyo.
—Me siento cómodo en lugares estrechos —repuso, encogiéndose de hombros—. ¿Vamos?
Kallen se volvió a él. Lelouch se fue primero. Lo siguió. Afuera estaban Tamaki y C.C.
—Está hecho. Kallen es una de nosotros. Hagan confortable su estadía tratándola bien.
—¡Bueno, pues! ¡Bienvenida! —exclamó Tamaki desenfadadamente, uniendo las palmas—. Si tienes dudas o necesitas algo o quieres ayuda, no sientas pena en pedírmelo, hermosa. Ya que soy el investigador de Lelouch, soy como su segundo al mando, así que sé todo sobre esta oficina...
Tamaki pasó su brazo atrevido sobre los hombros de Kallen. Estrechándolo contra él. Duró tan solo cinco segundos luego de que Kallen lo jaló del brazo, apoyando su axila en su codo y girando velozmente, al término que doblaba las rodillas. Logró desestabilizarlo al cargarlo sobre su espalda. Tamaki salió volando a través de la habitación. El sofá amortiguó su caída. C.C. enarcó las cejas gratamente sorprendida. Lelouch esbozó una sonrisa. Cuando ella golpeaba a otros hombres era divertido. Tamaki se sobó el hombro, adolorido.
—Que seamos compañeros no significa que puedes poner tus manos y brazos donde quieras —advirtió Kallen—. Y tengo un nombre, ¡llámame por él!
—Perdona a Tamaki, estoy seguro de que no quiso ofenderte. Tiene que aprender a moderar su entusiasmo —intervino Lelouch, conciliador—. Bien. Es la hora de almorzar y deberíamos celebrar tu integración. Vámonos a un restaurante. Como soy el de mayor autoridad y esta es mi idea, pagaré. No te sientas intimidada, Kallen, a pesar de la jerarquía, todos aprendemos de todos.
Las quejas de dolor de Tamaki se transformaron en unas tenues risitas que se escuchaba como el aire que sale de una olla de presión. C.C. disimuló mejor. Con extrañeza, la mujer miró a cada uno. Dejó a Lelouch de último. No se reía, pero sí estaba sonriendo con ganas.
—¿Puedo saber cuál es el chiste para reírme yo también? —preguntó, irritada.
—No es nada, charlatana —mintió Lelouch—. ¿Quieres que almorcemos?
—¿Por qué no iba a gustarme una celebración en mi honor? —resopló Kallen.
https://youtu.be/WAHWvjgYQz4
Si iba a trabajar a partir de ahora en su bufete, sería bueno empezar a conocerlos y aliviar las tensiones. Un almuerzo era un buen punto de partida y porque, vamos, nadie rechazaría comida gracias. Debido a sus citas con Euphemia, en poco tiempo Lelouch se familiarizó rápido con gran parte de la ciudad. En su mente tenía trazado un mapa en donde ubicaba diversos sitios, los restaurantes, sobre todo. Fueron a uno japonés. Kallen se asombró. ¿Fue una elección al azar o Lelouch era capaz de leer de sus pensamientos y saber que amaba la comida japonesa? A menudo la clarividencia de Lelouch la deslumbraba de tal modo que parecía sobrenatural. Sentía que siempre estaba diez pasos por delante del resto. Nunca había conocido nadie como él. C.C. y Kallen ordenarían por ellas mismas; Lelouch, por él y por Tamaki.
—Lo hago porque somos compadres —se excusó Lelouch sin apartar la vista de la carta del menú.
—O lo hace porque Tamaki es un despilfarrador —murmuró C.C. a Kallen.
Tan pronto como la jefa del comedor anotó sus pedidos, el abogado trajo a la mesa como el primer tema de conversación el caso del vicepresidente de Britannia Corps. Les refirió sobre el vídeo incriminatorio en especial. Acerca del segundo juicio, él se limitó a contar la información pertinente.
—Díganme qué más descubrieron sobre nuestra víctima —exigió Lelouch, cortante.
—¡Uh! Lelouch está de malhumor, ¿perdiste el segundo juicio? —inquirió C.C., perspicaz.
—No la gran cosa —respondió Tamaki con la boca llena, rascándose la pierna y mirando el techo, estrujándose los sesos para recordar. La imagen era tan grotesca que Lelouch redirigió su interés a su plato—. La mosquita muerta es una niña genio. La pasaron rápido de grados y se graduó de la preparatoria con dieciséis años. Ganó muchos concursos y consiguió ir a la televisión. Sus padres son consultores. Están fuera del país. Estudió en la universidad esa que Britannia patrocina y que después que se graduó de químico y bióloga, trabajó en el instituto de investigaciones, mientras se sacaba un doctorado en genética. Da la casualidad que el jefe de allí fue su profesor. Me enteré que su relación es muy buena.
—¿Qué tan buena?
—¿Conque sea el que la invitó a venir a trabajar en su instituto te parece poco? Fue a su acto de graduación sustituyendo a sus padres y a veces van a una de las cafeterías de la universidad a beber café juntos...
Por hablar rápido, Tamaki se atragantó con la comida y no pudo seguir. Kallen intercedió:
—¿No deberías centrarte en cómo probar que el vídeo es falso o reunir nuevas evidencias? —indagó alzando la voz entre las toses de Tamaki.
El hombre se golpeó el pecho para detener el ataque de tos.
—Es lo que hago —asintió Lelouch.
—No. Tú quieres demostrar que la acusación contra el vicepresidente es mentira —refutó—. Tienes que encontrar una razón para eso.
—Exacto, ¿por qué crees que les ordené a ellos que investigaran a Nina? La fiscalía presentó en el juicio de hoy una evidencia contundente. Para ganar el caso, debo contraatacar con una evidencia igual de contundente, ¿y qué mejor que hacer ver que la demanda es un fraude?
—¡Ya recordé! —exclamó Tamaki. Lelouch retrocedió y apartó su plato, para no ser salpicado con trocitos masticados de ramen—. Estaba metida en un proyecto. Algo acerca del refrain y sus propiedades, pero tuvo que interrumpirlo —Tamaki puso mala cala—. ¡Puta loca del coño! ¡Deja esa mierda tranquila! ¡¿Para qué arruinar la vida de un hombre por eso?! ¡Es una locura!
—Suena un proyecto ambicioso —meditó Lelouch, acariciándose la barbilla—. Algo de esas proporciones únicamente puede sobrevivir si cuenta con un patrocinador generoso o se haga con el dinero de improviso —Lelouch acaparó los condimentos que ocupaban el centro de la mesa: el mentaiko, el wasabi y el shichimi—. Esto es lo que haremos: nos vamos a dividir el trabajo. Dos de nosotros irán al instituto y se informarán más al respecto del proyecto —empujó el mentaiko hacia la derecha donde estaban C.C. y Kallen— y los otros se encargarán del vídeo, pero harán el trabajo por separado: uno se quedará a analizarlo y el otro buscará a la testigo que entregó este vídeo. Su nombre es Liliana Vergamon, es una mujer caucásica, rubia y es la dueña de un Volkswagen azul —mantuvo quieto el shichimi y desplazó el wasabi hacia la izquierda—. C.C y yo...
—No, yo no me perderé mi capítulo de Juego de Tronos por ti —graznó C.C.
—¿Tienes una razón real por la que no puedes ir a la universidad? —masculló Lelouch.
—¿«No me da la puta gana» es una razón real?
—No.
—Bien. Te daré tres razones reales —anunció, enseñándole tres de sus dedos—, yo soy la mejor con pericia tecnológica después de ti; sabes que Tamaki tiene sus contactos y puede rastrear a quien sea más rápido que todos los detectives de Pendragón y, finalmente, deberías ir con la nueva y someterla a prueba para que vaya calentando —el último dedo que dejó en alto fue el del medio. Lelouch bebió su sake con tranquilidad. No se daba por ofendido. C.C. bajó la mano—. Velo de esta forma. Algún día perderá su virginidad. Que sea ahora.
La comparación no pasó inadvertida. Tamaki la aprobó de buen grado levantando el pulgar. Lelouch sonrió con malicia. Kallen se ahogó con los fideos que estaba comiendo. Esta vez fue la pelirroja la que golpeaba su pecho.
—Si no fueras una gerente tan eficiente en tu trabajo, te habría despedido. Eres un dolor en el culo a veces —susurró Lelouch, rascándose la ceja con el pulgar.
—Si no supiera tanto de ti, lo habrías hecho. No nos engañemos —le sonrió C.C. bebiendo un largo trago.
—Son buenas razones —admitió el abogado, limpiándose con una servilleta la boca—. Irás conmigo, charlatana.
—¿Estás bien, Kallen? —preguntó C.C. divertida, sosteniendo su mejilla en su puño—. ¿Te pido agua? Estás roja. Casi no se distingue tu cara de tu pelo. Eso te pasa por comer apresuradamente.
Esta hubiera sido una buena oportunidad para alejarse de Lelouch e intentar estrechar lazos con los demás empleados; pero el destino se las apañaba para joderla de alguna u otra manera. No estaba segura si ellos eran mejores que Lelouch. Se había formado una idea general de cada uno. Bien que podría estar anticipándose al juzgarlos en un almuerzo. Tamaki era tosco y vivaracho. Carecía de pudor para esconder sus conductas lascivas. Sobre C.C., no tenía una opinión definida. Por lo visto, les tomaba el pelo a todos indistintamente. Aún si no fueran obedientes del todo, le dio la impresión de que respetaban y admiraban a su líder. A su manera peculiar. Sí, ese era el modo perfecto de llamarlo.
Le gustaba eso. No eran corderitos, seguían su criterio.
https://youtu.be/UCJ4BeBGq04
Dejando de lado el detalle de que las tres razones eran tres pretextos para justificar su vaguería, C.C. tenía un excelente punto. Era razonable que fuera con «Lengua Viperina» esta primera vez. Al terminar de almorzar, se dispersaron para llevar a cabo las tareas asignadas. Lelouch y Kallen fueron al Instituto de Investigaciones Científicas de la universidad. Lelouch solicitó hablar con el jefe manifestando que tenía que tratar una cuestión urgente que involucraba al juicio de la señorita Nina Einstein (aseguró que el director los atendería sin duda en cuanto le dijeran ese nombre). Agregó que la prontitud y la precisión eran dos de sus virtudes. Durante la espera, Lelouch le ordenó a Kallen que lo dejara manejar todo. Ella estuvo en desacuerdo. ¿Cuál era el punto de haberla traído si Lelouch iba a encargarse de todo? Sin embargo, ya no podía protestar porque en ese instante llegó el jefe al vestíbulo. Era un hombre alto y desgarbado que vestía un pantalón caqui y un abrigo azul. Detrás de los cristales de sus gafas, se asomaban unas patas de gallo y unos ojos azules grisáceos.
—Es un placer conocer al director de este instituto. Soy Lelouch Lamperouge, abogado —se presentó él, ofreciendo la mano. El director se la miró, no sacó de los bolsillos las suyas para estrechárselas, y volvió a levantar la vista— y esta es mi secretaria, la señorita Kallen Stadtfeld.
Este se volvió por un segundo a Kallen y le sonrió. Había visto infinidad de sonrisas. De tipos diversos. Y como trabajó en una pizzería, tenía que ensayar una sonrisa cortés para recibir a los clientes. No importaba si se sentía muerta por dentro, jamás podía dejar de sonreír. Notó ese mismo cansancio de estirar las comisuras en los labios de aquel hombre. Normal, supuso. Ser el director de un instituto debía ser agotador y para llegar a esa posición tuvo que escalar desde muchísimo antes.
—Mucho gusto. Yo soy Lloyd Asplund —los saludó el profesor. Su voz era mecánica. Igual a la de una computadora—. ¿Qué los trae?
Vale. El hombre iba al grano. La charlita será corta.
—Verá, señor. Hemos venido por una de sus investigadoras. Usted debe trabajar con muchos científicos, pero quizá recuerda su nombre. Pudo haberle dado clases. Se llama Nina Einstein.
—Fue una de mis mejores estudiantes, en efecto —asintió—. Y es una de nuestros investigadores.
—¡Ah! Sí la conoce —sonrió Lelouch, fingiendo alegrarse—. De seguro está al corriente de que Nina introdujo una demanda contra Britannia Corps. Fue víctima de un presunto abuso sexual. Terrible, ¿no? —preguntó. Él lo oía con los ojos entrecerrados. Adormecido con la historia. Debía tener el referente claro en su mente, de manera que podía ir al punto importante de su visita—. La cosa es que temo que Nina está mintiendo. Perdóneme, no sé cómo decir esto delicadamente.
Lloyd frunció el ceño con suavidad. El algoritmo de su mente se congeló. Algo había fallado en su programa informático. Había captado verdaderamente su atención. Kallen miró de reojo a Lelouch, como sí así lograría desvelar sus intenciones. ¿Por qué no le preguntaba por su proyecto? ¿No era para investigar en eso a lo que vinieron?
—Es una hipótesis interesante, ¿cuáles son los argumentos en los que se sustenta su premisa? —cuestionó cruzando los brazos.
—Si asiste al juicio, lo verá por usted mismo.
—No me haga el perder el tiempo si no las tiene —rió, escandalizado por la respuesta cínica. El profesor se quitó los lentes y pulió los cristales rectangulares con la orilla de su camisa—. ¿Por qué tendría que ir al juicio?
—¿Por qué no lo haría? —repuso sin borrar la sonrisa, devolviéndole la pregunta—. Ella fue una de sus estudiantes más brillantes. Apuesto que usted la invitó a formar parte del instituto o que ella misma se lo propuso. En parte porque ama la ciencia, en parte porque le tiene un profundo afecto. Y ahora es víctima de un suceso nefasto, ¿la ha llamado para expresarle su apoyo? —lo interpeló. El abogado no se detuvo para hacer pausas ni para permitir que su interlocutor respirara, prosiguió—: no pude evitar percibir que Nina, en los juicios, está sola. No hay un familiar o un amigo que esté con ella. Es triste, ¿sabe? Cuando va al estrado, sus rodillas temblorosas chocan la una contra la otra y al tomar asiento se ve tan pequeña y delgada. No puede ni mirar al fiscal a la cara. Al principio, creí que era el miedo. Luego entendí que era la timidez. Me apena ver cómo afronta esto una mujer joven —comentó Lelouch, compungido. El científico se volvió a colocar los lentes encima de la nariz. Visiblemente incómodo. Lelouch no había terminado, le faltaba añadir algo más y su reacción le indicó que ese era el momento que había estado esperando. Dijo—: si no va porque cree en mí, debería ir porque cree en ella.
—¿Y qué es lo que quiere de mí la parte demandada del caso? —inquirió—. Digo, para que pueda darme detalles de esto, tuvo que haber estado ahí y como mencionó que era abogado, conecté los puntos —explicó, encogiéndose de hombros.
—Es cierto. Debí empezar por ahí. Fue mi error —concedió—. El tercer juicio se celebrará dentro de poco y voy a presentar como evidencia una grabación que tengo revelando que demandó a mi cliente con el fin de conseguir el financiamiento que su proyecto necesitaba, a menos que ella confiese. Será mi última jugada. No hay manera de que pierda el juicio una vez que la use.
«¡Ahí va con sus mentiras! ¿Es que nunca dejará de hacerlo?», pensó Kallen. Era cierto que acababa de unirse al equipo y estaba enterándose del caso, pero si tuviera algo tan valioso lo hubiera sacado en este juicio y automáticamente habría ganado. Kallen se contuvo. Sin importar cuán enfadada estuviera, ahora estaban trabajando juntos y fue muy expreso con esa orden. Ya lo discutiría más adelante.
—Conque eso es. ¿Quiere que la disuada para que retire todos los cargos?
—Sería mejor que exponerla como una mentirosa en frente de todos, ¿no lo cree? —indagó Lelouch—. No lo quisiera, pero solo así a mi cliente le devolverán su libertad. Presiento que en este juicio no hay ganadores. Estoy seguro de que su exestudiante no es consciente plenamente de sus actos. La conozco de vista y no me parece una mala persona —explicó. Guardó silencio por un minuto—. ¿Qué hora es? —cambió de tema, se volteó hacia Kallen y, acto seguido, se dirigió al director, abochornado—. Lo lamento tanto, profesor Asplund: le robé más tiempo del que prometí. Nos vamos. Que tenga un buen día.
—Ustedes también —les deseó, cortés.
Cuando llegaron, el hombre estaba desganado. Renuente para hablar con ellos. Cuando salieron, estaba abstraído y mucho menos a la defensiva. Lelouch y Kallen abandonaron el edificio con presteza. Ella estaba dándole vueltas lo que ocurrió atrás. ¿Cómo abordarlo? ¡Pfffff! ¿Qué más daba? No era buena elaborando planes a largo plazo. No siempre resultaban esas planificaciones como quería. Se le daba mejor improvisar. Con riesgo a equivocarse y que él la dejara en ridículo una vez más, lo confrontó:
—Dijiste en el restaurante que vendríamos aquí a averiguar más sobre el proyecto —soltó la mujer, sopesando cada palabra que iba articulando—. No lo hiciste...
—Desde luego. Soy abogado, no detective. Ese hombre no iba a contarme sobre el proyecto. Es información confidencial. Y no voy a versar de energía nuclear con él. Mis conocimientos son limitados en ese campo; de personas, sé mucho más.
—¿Fue por esa razón que hablaste de Nina? —indagó. Fue cuando lo pensó por segunda vez. Su mente fue despejándose a medida que lo iba entendiendo—. ¡Ah! Ya veo —sonrió, confiada—. El proyecto del refrain era de Nina, el tuyo era el profesor Asplund
—Pusiste atención —contempló Lelouch, complacido.
—Le mentiste —escupió, desdeñosa.
—En realidad, eso fue un manejo de la información. Usé la que ya sabía y jugué con la que desconocía —replicó con altivez en defensa propia.
—No creo que lo hayas convencido de disuadir a Nina.
—No era mi propósito hacerlo —confesó, frenándose. Como si fuera un reflejo instintivo, ella lo imitó—. Todo lo que quiero es que asista al tercer juicio.
No bien estaba susurrando eso, se llevó las manos detrás de la espalda y caminó hasta pararse delante de Kallen. Ella le lanzó una mirada desafiante. Últimamente estaba haciéndolo con frecuencia. «De personas, sé mucho». Había dicho. Sentía cómo al recordar esas palabras, se grababan en su memoria. Lelouch podía sentir cómo sus ojos de fuego lo estaban juzgando.
—Y, de ese modo, poder presionar a Nina usando a Lloyd —musitó Kallen con la voz contenida.
—Todos tenemos un punto débil —confirmó asintiendo.
—¿Y crees que irá?
—Los hombres tenemos un instinto protector —explicó—. Si tiene un mínimo aprecio por ella, querrá correr a proteger a la pobre Nina.
—Lo que planeas es chantaje emocional.
—No es ilegal.
—Tampoco es honesto.
Lelouch no se resistió al impulso de sonreírle. Era una sonrisa tan afilada que cortaba como un cuchillo. Detrás de ellos, el cielo se tornaba de un tono azafranado intenso que disentía con las nubes pintándolas de violeta. El color de los ojos del abogado. El sol proyectaba sus rayos a través de ellas, rebotando contra el semblante de Lelouch. Ensombreciéndolo.
—Yo estudié la ley por siete años. Es un poco más de lo que cursé en la carrera. Me di cuenta de que era imperfecta: tenía muchas lagunas. Pero mi mayor descubrimiento fue que no importa cómo observas la ley, sino de cómo la usas.
Cerró aquella oración en un tono muy especial. De una forma tan dulcemente morbosa que Kallen sintió un frío correrle por la espalda. Llevó sus manos en su cintura.
—Abogado Lamperouge, respóndeme de corazón —empezó Kallen, aunque justo entonces hizo una pausa involuntaria. No sabía cómo formular la pregunta. No iban a estar parados ahí toda la vida, así que soltó tras un suspiro que había salido de su alma—: ¿cuál es tu punto de hacerme presenciar esto?
—Como te dije en la fiesta, tienes la pasión y la determinación para ser una buena abogada. Te falta la disciplina. Cuando veo el brillo en tus ojos, sé que deseas luchar por la justicia —explicó Lelouch dando un paso. Kallen retrocedió con cautela—. Desafortunadamente, la justicia que buscas no la encontrarás, tienes que hacerla —indicó, sentencioso. La japonesa arrugó el ceño tratando de procesar sus palabras. Si había oído bien, atisbó un deje de dolor en esa frase—. El camino que te estoy enseñando es el que debes de seguir. Este es el único que funciona.
Lelouch marcó otro paso. Kallen no pudo moverse de su sitio. Cabeceó casi sin fuerzas y se frotó la nuca, como si la realidad fuera demasiado dura de aceptar.
—No lo sé. Tus métodos no... —enmudeció de pronto, empalideciendo—. ¡MIERDA!
Al tiempo que gritó, Kallen jaló a Lelouch del brazo para quitarlo de en medio. Fueron rodeados por todos los flancos por tres automóviles negros. Se bajaron unos hombres que traían puestas unas máscaras. Actuaron rápido apartando a Kallen de él. Inmediatamente se precipitó sobre ella en un intento por recuperarla. No contaba con que uno tenía una barra de acero que fue a parar directo en su estómago. Se derrumbó. Los misteriosos asaltantes lo levantaron, le pusieron sobre la cabeza una capucha y lo metieron en el interior de uno de los vehículos. Casi arrojándolo en el asiento de atrás. A Kallen también. Lelouch escuchó el motor rugir. Bajo sus pies sintió el piso temblar bruscamente. Se los estaban llevando a quién sabe dónde.
—¡¿Quiénes son ustedes?! ¡¿Adónde nos llevan?! —jadeó Lelouch con el corazón atorado en la garganta—. ¡¿Qué es lo que quieren?!
Ciertamente, Lelouch podría contestarse a sí mismo. Estaba más claro que el agua quién los había mandado a secuestrar. No obstante, necesitaba averiguar qué pretendían con exactitud hacer con ellos y para eso tenía que establecer un diálogo con sus raptores fingiendo que no tenía idea de nada. Uno de ellos luchó un rato con su máscara en su afán de quitársela. Ya habiendo logrado eso, lo primero que hizo fue arrojar la máscara que lo estaba asfixiando a una esquina. Su rostro estaba cubierto de manchas de sangre. No había lavado bien la piel. ¡Qué rabia! El individuo añadió la nota mental de que no volvería a confeccionar máscaras al vuelo. No de recientes víctimas, por lo menos. No se limpió la escarcha roja; en su lugar, Aspiró hondo. Fue tan exagerado el gesto que resultó ligeramente obsceno a la vista.
—¡Shhhhhhh! Todo a su debido tiempo. No teman. No iremos muy lejos. Solo lo suficiente para que nadie interrumpa nuestro juego —respondió rematando la frase con una estridente risa de hiena que a Lelouch se le hizo horriblemente familiar—. Vamos a jugar un divertido juego en el que si haces todo lo que yo digo, podrías vivir y si haces trampa, ella morirá; así que más te vale escuchar muy bien...
«Vamos, bebé. ¿No quieres salir a jugar? Te aseguro que nos divertiremos mucho». Ahora sí podía estar seguro de que era él.
Luciano Bradley.
*En el animé, Kaguya es prima de Suzaku. Aquí no lo será, ¿por qué? Porque me convenía más que fuera pariente de este señor con quien compartió más tiempo en pantalla que con Suzaku. Para ser honesta, no le vi ninguna utilidad, ¿afectó de algún modo que Suzaku supiera que su prima estaba con los Caballeros Negros o a Kaguya le hizo mella que Suzaku sirviera a Britannia? No; así que no vi inconveniente en aplicar el cambio.
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N/A: olvídense de los monstruos del cine, malvaviscos asados, ahora los aterrará Luciano por las noches. ¡DUDE! ¡ES MUY MACABRO HACER MÁSCARAS CON PIEL HUMANA! Este tipo no está bien del coco :v ¡Oh, sí, señores! ¡Nina está mintiendo y el Sr. Kirihara es inocente! ¡Confirmado! ¿Coincidió con sus teorías? Tenía que ser. ¿Cómo van a creerle a Nina? Es una puta loca del coño, lo dijo Tamaki.... Okey, no xD Nina tiene unos diálogos muy buenos que a mí me han dejado helada de la sorpresa. ¿No les parece que su conversación con Schneizel fue buenísima? Tanto ella como él nos han mostrado sus verdaderos colores. Kirihara no terminó preso por Charles, sino por Schneizel. A partir de este capítulo comienzan a caer las frases que deben guardarse de colección. A simple vista uno diría que los "Secretos" del capítulo son los de Charles zi Britannia; sin embargo, él no es el único que oculta cosas. Hay otros personajes que mintieron. Que guardan secretos. De hecho, este capítulo inicialmente se llamaba «Mentiras y secretos» y decidí cambiarlo porque quería que los títulos de los capítulos de este fanfic fueran una palabra o una frase. Ahí les suelto esta bombita.
Conforme avancen en la trama, verán quiénes son los otros mentirosos. Ahora bien, momento de la ronda de las preguntas, ¿qué narices es el Proyecto Geass? ¿Qué urde Charles zi Britannia? ¿Schneizel lo va a descubrir? ¿Qué les ha parecido la introducción de Shirley, Kaguya y Rolo? ¿Cómo se las ingeniará Lelouch para ganar el juicio? ¿Habrá convencido a Lloyd? ¡Pero antes de eso! ¿Podrán él y Kallen sobrevivir a esta trampa mortal? Pueden responderlas o decir lo que quieran en sus comentarios. Saben que aprecio mucho leerlos. Así me dan fuerzas para escribir; aunque últimamente me he pasado de holgazana, pero eso ya es otra historia xD
¡Tienen una cita con el destino en esta plataforma en tres semanas para leer el sexto capítulo de esta apasionante historia! No se lo pierdan: «Diamantes en bruto».
Dicho eso, ¡me despido! ¡Se les quiere mucho y se les respeta! ¡Hasta la vista, malvaviscos asados!
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