Capítulo 41: El corazón quiere lo que quiere

Kallen despertó en posición fetal sobre un sofá circular de terciopelo de color borgoña en el que había una buena cantidad de cojines blancos. «¿Dónde estoy?». Con miras de tener una mejor perspectiva, pasó a sentarse. Los movimientos graves y rígidos de las extremidades le hicieron constar del entumecimiento de sus músculos. «¿Cuántas horas estuve dormida?». A duras penas se enderezó, una cobija de lana rodó fuera de su cuerpo. «¿Quién me arropó?». Kallen esparció la mirada legañosa por derredor. Estaba en una pieza más o menos espaciosa. A lo largo de las paredes sobre las cuales estaban colgados varios cuadros que tenían la pinta de ser originales y entre los distintos elementos del mobiliario, estaban dispuestos pedestales que sostenían figuras de madera y de piedra. Las inmensas cortinas de rubí de la pared lateral derecha habían sido corridas totalmente para proporcionar una apabullante vista de perfil de Pendragón. La luz del crepúsculo se derramaba en haces oblicuas sobre la alfombra esponjosa y felpuda de color blanco lechoso que forraba el piso. Al fondo, Kallen notó que había un bar junto a unas licoreras del tamaño de las paredes. A la izquierda había un librero.

Empero el foco principal de la habitación estaba en el centro, rodeado por un juego de sofás. Una maqueta que recreaba en miniatura un pedazo de Pendragón. La riqueza en detalles de la maqueta ayudó a Kallen a reconocer enseguida cuál era el distrito. Lucía diferente de cómo lo recordaba. Tardó unos minutos en descubrir que había cambiado. Había sido reconstruido. Estaba ocupado por un complejo lujoso de carácter expresionista compuesto en su mayoría por rascacielos. La maqueta tenía un motor eléctrico ya que un gracioso tren viajaba en sus rieles por todo el complejo partiendo desde la estación ferroviaria. La maqueta del complejo evocó el recuerdo en Kallen de la maqueta del castillo que Lelouch solía tener en su propia oficina. De hecho, ella se acordó que él le había contado sobre los planes de Britannia Corps y le había mencionado algo al respecto. El Damocles era la mayor obsesión del presidente Schneizel. Se hizo la luz de improviso. «Hablando del rey Roma...». El presidente en persona se había materializado en el cuarto.

—Me complace encontrarla admirando mi pequeño tesoro, Srta. Stadtfeld. Estoy seguro de que mi hermano le habrá hablado de El Damocles, ¿de casualidad, conoce el mito? —indagó. Ante el mutismo de Kallen, él le dirigió una de sus sonrisas destructoramente amables—. La historia trata de un hombre llamado Damocles. Un miembro de la corte del rey y un adulador que en secreto envidiaba los lujos y comodidades del rey. Un día las adulaciones impregnadas del veneno de la envidia llegaron hasta los oídos del rey. Con lo cual, planificó una estrategia para escarmentarle. Él le ofreció intercambiar roles por una noche para que pudiera disfrutar los placeres que tanto envidiaba. Inevitablemente, Damocles tuvo que aceptar la oferta de su majestad. Se organizó entonces un enorme banquete en honor a Damocles y él gozó de todos los privilegios de su título temporal. Todo estaba perfecto hasta que miró hacia arriba y reparó en una espada afilada que pendía sobre su cabeza, atada por un solo crin de caballo. No solo Damocles perdió el apetito. También el deseo virulento de ser rey. De inmediato pidió parar el experimento. El temor de que la espada cayera sobre él y le abriera la cabeza era demasiado difícil de manejar. Y así me he sentido todos los días desde que soy el presidente de Britannia Corps. Cada vez que me he sentado en el trono de sangre que he heredado, siento la sombra de una espada cernirse sobre mí. Incluso a veces creo visualizarla cuando levanto mi cabeza —admitió. El presidente Schneizel remató la frase alzando los ojos—. Mi tío Víctor me contó este mito griego durante mi niñez para enseñarme una lección sobre la otra cara del privilegio y decidí dar el nombre del mito a mi proyecto para no olvidar nunca las implicaciones del peso de la corona.

La mirada del hombre siguió fija en el techo. Kallen frunció el ceño. «¿Qué había interesante allí?». Motivada por la curiosidad, elevó los ojos y ellos se toparon con una lámpara de araña de latón tambaleándose sobre ambos. El viento que entraba discretamente por los ventanales era el responsable de moverla. El suave balanceo de la lámpara era hipnotizante. Ella podía quedarse observándola y entrar en un estado de relajación. Excepto si hubiera un terremoto. En tal caso preferiría que su cabeza estuviera lejos de esa cosa monstruosa. A la pelirroja le pareció excesivo. Ya había una tradicional lámpara de araña de cristal en el salón de fiesta, otra en el recibidor enfrente de las escaleras y una más en el comedor. ¿Por qué poner otra en ese cuarto? Lelouch tenía razón al decir que los Britannia estaban podridos en el lujo.

—Yo tengo otra lectura: la espada de Damocles representa el miedo constante del dictador demente. A los golpes de estados, a los complots, a las invasiones, a la propia muerte —dijo Kallen mirando encandilada la lámpara.

—Es una interpretación interesante. Después de todo, el rey era un tirano, lo más cercano a un dictador en términos de la denotación que tiene en la actualidad —concordó el presidente. Sobraba decir que había captado la indirecta, pero prefirió pasarla por alto—. ¿Me acompaña a beber un cóctel, Srta. Stadtfeld? No he bebido ni una sola de gota de vino en toda la semana. No me perdonaría perder las costumbres.

Kallen siguió la dirección de la voz aterciopelada del presidente. Él ya se había ubicado detrás del bar y estaba sacando algunos de los licores más finos y costosos que tenía guardados. ¿En qué momento se había apartado de su lado? Ni lo sintió. El presidente debía tener pies ligeros.

—Preferiría que me dijera por qué me tiene como prisionera —refunfuñó malhumorada.

—¡Oh, no! No es mi prisionera, es mi invitada y a mis invitados los trato según las normas tácitas de la hospitalidad.

—¿Entonces soy libre de largarme?

—Sí puede, aunque preferiría que fuera luego de que tome una copa conmigo. ¿No dijo que quiere saber cómo apareció de repente en mi santuario?

Kallen resopló. No tenía otra alternativa. Así pues, Kallen se encaminó con suspicacia hacia el presidente quien estaba vertiendo ginebra, crème de violette, curazao azul y jugo de limón en diferentes vasos de medidores. Mezcló todo en una coctelera grande, la batió y la coló en dos copas de champán. Llenó las copas con el champán y espolvoreó con un polvo de pasta que había sacado. Terminada la preparación, el presidente le tendió una bebida azulada.

—Verá, señorita Stadtfeld. A lo mejor recuerda que mi hermana fue secuestrada por Lelouch durante el juicio. La policía lo ha estado rastreando, pero han pasado varios días y la búsqueda no ha rendido frutos. Me temo que tendré que recurrir a mis propios medios para encontrarla y quiero hacerlo antes de que Lelouch la lastime.

—¿Así que me usará como moneda de cambio?

—¡No, no! Quiero contar con su ayuda solamente. Usted es la amada de mi hermano. Estoy seguro de que no despreciará su buen consejo. Entre los dos podemos hacerlo entrar en razón.

—¿Qué le hace pensar que me escuchará? Yo lo traicioné en ese mismo juicio. Mi testimonio habrá vuelto en odio todo el amor que alguna vez me tuvo...

La voz de Kallen se astilló a media frase. El dolor había atenazado su garganta.

—¡Por favor, no me mienta! —se rio el presidente Schneizel—. Supe en el acto que era una de las mentiras de mi hermano y una de los mejores. Al declarar contra Lelouch en su juicio, la aleja de él y así la protege. Lamento revelar el truco. Creo que ese pequeño teatro era para engañarme a mí.

—¡Pero le digo la verdad! ¡Testifiqué porque estaba asustada ante lo que era capaz de hacer en el futuro! ¡Lelouch de verdad enloqueció! ¡Está fuera de control! Él asesinó a su padre, a Luciano, al juez Calares, a todos sus cómplices y quién sabe a cuántos más asesinará. Ya no cree en el sistema judicial ni la ley. Hará justicia por su propia mano. ¡Él...! —chilló Kallen con los ojos inundados por las lágrimas. Se sorbió los mocos antes de continuar—: la verdad es que él me traicionó primero. Me ocultó que su madre mató a mi hermano. Lo hizo para...

El presidente Schneizel extendió su mano y agarró el collar de Kallen. Deslizó su mano por los eslabones, uno por uno, hasta llegar al dije de corazón de plata. Kallen se había tensado. Mientras las menos de Lelouch eran cálidas y callosas debido a su gusto por el trabajo manual como la costura, las manos del presidente estaban heladas y suaves. ¿Hacía algo el presidente además de sentarse en su escritorio y escribir en su computadora y atender llamadas?

—Este collar es el complemento perfecto para su tocado y resalta sus ojos. Mi hermano tiene buen gusto para la joyería, no solo para las mujeres —observó el presidente y soltó el collar—. No la desmentiré ni voy a justificar a mi hermano. Es injustificable lo que hizo. No obstante, las mentiras no siempre pueden acabar con un amor sincero y apasionado, ¿verdad?

El rubor invadió el rostro de Kallen. Se apremió a bajar la mirada y acarició el dije de corazón.

Su pecho temblaba como si el corazón, hastiado de estar subyugado, se hubiera ensanchado y rebelado en pos de la libertad. El presidente acercó la copa a sus labios sonrientes y bebió. Kanon entró con una bandeja de aperitivos en eso, la colocó en una esquina del bar y se puso a guardar todas las botellas en la licorera. Kallen dio un sorbo al cóctel para calmarse.

—Parece que sabe mucho sobre el amor, señor presidente —apostilló Kallen en cuanto pudo recobrar la compostura—. ¿Lo dice por experiencia personal? ¿Se ha enamorado de alguien profundamente alguna vez?

Kanon lanzó una mirada elocuente al presidente Schneizel que no le respondió, aunque podía sentir sus ojos escrutándolo. Kallen no pasó por alto el gesto del asistente, pero no entendió su significado.

—Por supuesto —confirmó sin borrar su sonrisa—. No me avergüenza decir que creo en el amor y en las almas gemelas, ¿y usted?

—Soy japonesa. Nosotros tenemos nuestras propias leyendas. ¿Ha oído hablar del hilo rojo?

—Ciertamente. ¿Cree que su hilo rojo la une a mi hermano?

—Sí —afirmó con una entonación tan honda que dejó un eco.

—Es una pena que tan hermosa historia de amor tenga un desenlace trágico, pero comprendo si los puentes de conexión entre ustedes se han roto debido a los errores de mi tonto hermano. Usted es una mujer increíble. Definitivamente, él la perdió. Ahora, no me gusta alardear...

—Ya lo está haciendo.

—...Sin embargo, le ofreceré una indemnización por los daños ocasionados por Lelouch. A cambio de que me haga este humilde favor, le daré algo que usted ansíe, no importa que sea: dinero, posición, un objeto, una persona. Dígalo y lo tendrá.

Kanon cogió la coctelera y se la llevó con él fuera del cuarto. El presidente ingirió otro poco de su cóctel mientras aguardaba. Un mal presentimiento asaltó a Kallen. Ella miró con fijeza los ojos del presidente con el propósito de desentrañar sus intenciones. Pero sus ojos, aunque diáfanos en un sentido prácticamente literal, eran un escudo que protegía su mente. En lugar de ser una ventana que revelara sus pensamientos, eran una navaja con que cortaba la persona y le permitía ver su interior. ¿Todos los Britannia tenían el poder de penetrar en las cabezas de los demás o qué rayos? El presidente había leído la mente de Kallen. Había averiguado que ella quería a alguien y él quería que ella hiciera algo. En conclusión, ellos se necesitaban el uno al otro más de lo que cualquiera hubiera pensado. La pregunta era: ¿Kallen se atrevería a recitar las palabras mágicas?

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Habitualmente, Suzaku se quedaba trabajando en su oficina toda la noche. Solía justificarse diciendo que había demasiado trabajo y quería adelantar o estaba atareado con un caso muy importante y, si bien a ciencia cierta el caso de Britannia calificaba dentro de esos parámetros, Suzaku quiso regresar a casa. Tomó la ruta larga. Pues no tenía tanta prisa por llegar. Al pasar junto a un parque, de hecho, Suzaku redujo la velocidad de su coche, se estacionó, se apeó y se adentró a él para disfrutar el suave frescor de la noche. Caminó a buen paso por un sendero de piedra entre frondosos árboles y postes de luz. Vio en el trayecto a una pareja de jóvenes, a un ciclista, a dos corredores, a dos perros y a un vagabundo. Ningún niño. Todos los juegos estaban vacíos. Comprensible por la hora. Los pies de Suzaku lo trasladaron a la cima de una pendiente. Reparó que los edificios y las montañas estaban envueltos por una bruma azulada y ligera que se semejaba a un velo. Esta flotaba delicadamente sobre la laguna que despedía algunos destellos. 

A Suzaku lo invadió el absurdo deseo de rodar cuesta bajo, correr, tenderse bajo la bóveda celeste y las estrellas y de regresar a los tiempos de la niñez cuando venía con Lelouch a volar cometas frente a la laguna. Lelouch siempre ganaba en los juegos mentales, entretanto Suzaku tenía la ventaja en los juegos al aire libre. Volar cometas era uno de los pocos juegos que establecía condiciones parejas para los niños y era imposible de predecir quién lograría remontar su cometa tan alto como los pájaros. Las horas sucedían una tras otra a una velocidad increíble. Se divertían de lo lindo. Lelouch era su mejor amigo y también su compañero de juegos por excelencia. Era un niño creativo e inteligente. Se las ingeniaba para mejorar los juegos. Eso sumaba un plus importante porque así disfrutaban por igual y creaban buenos recuerdos juntos. Suzaku sonrió con nostalgia.

En esto su celular vibró su celular. Tenía un nuevo mensaje del abogado Waldstein. Lo estaba citando a un bar no muy lejos desde donde estaba Suzaku. Se encendieron las alarmas dentro de su mente. Los instintos lo aconsejaron ignorar el mensaje. No era buena idea que el fiscal fuera a ver al abogado defensor del caso en el que estaba trabajando y el abogado Waldstein anticipó que trataría de evadir la invitación porque escribió que quizá se arrepentiría de no ir. Suzaku se rascó la cabeza y colocó ambas manos en su cintura. «Posiblemente me odie a mí mismo por ir contra mi instinto, pero prefiero arrepentirme por cosas que hice en vez de cosas que no hice por miedo». Armado con una nueva determinación, Suzaku volvió por donde lo trajo el camino, subió a su auto y acudió a su cita. Al cabo de hora y media aproximadamente llegó al lugar señalado.

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Suzaku ya había visto aquel bar otras veces que había transitado por esa calle. Solo que no había entrado nunca por el aspecto sospechoso. Suzaku barrió la zona con la mirada. Las sombras se habían tragado toda la calle. No veía nada más allá de diez metros. La única fuente de luz emanaba de un poste que estaba atrás de donde había aparcado el auto. Bien dicen que la noche es cómplice de los crímenes de las personas. Suzaku vislumbró por el rabillo del ojo la guantera. Aún guardaba allí la pistola con que le quitó la vida a su padre. ¿Debía llevarla por si el abogado Waldstein le estaba preparando una emboscada? El pequeño juez criticón en el fuero interno de Suzaku le sermoneó por paranoico. Pero, cuando ingresó en el bar, llevaba la pistola en su cintura y cuidadosamente encubierta por su chaqueta negra. Suzaku escaneó el bar. No había gente por ninguna parte. Ni en la barra iluminada por luces led ni en las mesas ni en los billares. ¿Adónde había ido el barman?

—Por aquí, fiscal Kururugi —indicó la voz carrasposa del abogado Waldstein.

El hombre estaba parado al lado de una de las dos mesas de billar esperándolo con una actitud teatral. Apoyaba su peso en ambas manos que reposaban una sobre la otra en un taco, al igual que un bastón. El esplendor de sus ojos azules y el rebote de la luz del bar contra su monóculo delataban su posición al sobresalir en la oscuridad de la noche. Suzaku se acercó con cautela, como si estuviera a punto de ingresar en la caverna de un monstruo. Reparó que incluso luego del trabajo el abogado vestía ropa formal. En esa ocasión el abogado tenía puesto uno de sus trajes blancos y una corbata gris. El abogado Waldstein atajó a Suzaku cuando abrió la boca para preguntar:

—¿Sabes jugar al billar?

—Sí...

—Entonces, coge un taco...

El abogado se apremió a moverse de su sitio antes de que Suzaku le lanzara una pregunta. El joven fiscal se fijó que la imponente figura del abogado estaba ocultando el soporte de madera de los tacos. Suzaku verificó la marca de los tacos y los evaluó y calibró el peso de cada uno en sus manos brevemente. Hizo su selección, acabado el examen. Al girarse, observó que el abogado Waldstein se había mudado a la otra mesa de billar. Ya había colocado el rack en el centro y había organizado las bolas dentro del rack. El abogado le concedió el primer turno con un ademán y arrojándole tiza. Suzaku la atrapó. Untó de tiza el extremo final del taco y sopló el exceso. Simultáneamente, el abogado había sacado el rack con un movimiento rápido y había puesto la bola blanca en la mesa. Suzaku alineó la bola blanca, sujetó con firmeza el taco, se inclinó sobre la mesa adoptando la posición y golpeó la bola del centro de triángulo con tal fuerza que empujó una bola de rayas. Esta se fue rodando hasta hundirse en la buchaca izquierda. El resto de las bolas se habían dispersado en direcciones opuestas.

—...Tenemos mucho de qué hablar sobre el caso de Britannia Corps.

—No tengo nada de qué discutir de ese caso con usted. Ya no es mi jefe. Escojo las rayas —anunció Suzaku con brusquedad.

—¡Oh, sí tenemos! A usted le conviene sobre todo escuchar lo que sé —contradijo el abogado Waldstein con una sonrisita risueña—. Usted ha sido el objeto de mis conversaciones con el presidente Schneizel y la Sra. Marianne en los últimos días. Los tres tenemos opiniones muy distintas sobre qué hacer con usted —manifestó. Suzaku no se inmutó ante la mención de la madre de Lelouch, así que ya sabía que ella estaba viva. El abogado Waldstein prosiguió—: la Sra. Marianne propuso la alternativa fácil y radical: quiere acabar con usted directamente.

En ese lapso Suzaku había logrado meter tres bolas en distintas buchacas mientras el abogado Waldstein deambulaba alrededor de la mesa como un ave de rapiña, estudiando el juego de su rival. Suzaku hubiera metido una cuarta de color blanco, pero falló. Suzaku se enderezó y retrocedió. El abogado Waldstein se inclinó sobre la mesa y jugó.

—Entonces que lo intente. Yo la estaré aguardando —replicó con desinterés.

—El presidente Schneizel y yo imaginábamos que diría eso. La señora Marianne no lo conoce tan bien como nosotros —comentó el abogado—. Él tiene su propia solución: destituirlo para siempre de su puesto. Ya sabe que usted asesinó a su padre y planea sacar esa verdad a la luz.

El abogado Waldstein envió dos bolas a la misma buchaca noroeste en una rápida sucesión. Rodeó la mesa en busca de un buen ángulo. No tuvo éxito en su tercer tiro. Suzaku no observó nada. Aquella confidencia lo había congelado hasta el tuétano.

—El caso de la muerte de mi padre se cerró hace diecisiete años y se concluyó que había sido un desafortunado suicidio —bisbiseó Suzaku—. No hay nada que se puede desenterrar.

—Él lo tiene en cuenta. Por eso sembrará la verdad en forma de un rumor. Debería saber que los rumores actúan como las epidemias. La enfermedad es subestimada, inicialmente. Luego crece igual que la espuma. Se trepa por los poros de las personas y las infecta. Para cuando las autoridades gubernamentales se percatan del verdadero peligro que representa, miles han muerto, medio país está enfermo y resta poco tiempo para elaborar una cura —describió él.

—Hace falta más que unos rumores maliciosos para sacarme del caso.

—¡Fiscal Kururugi! ¿No se percata que el mayor perjudicado en esto no será usted?

Los ojos relucientes del abogado Waldstein acorralaron al fiscal contra la pared. La respuesta voló a la boca de Suzaku. «El comisionado Tohdoh». Él había sido el detective del caso y quien lo declaró un suicidio porque sospechaba que había sido asesinado a manos de su hijo. A Suzaku le falló la respiración. Si la integridad del comisionado Tohdoh, por la cual se había ganado el respeto en los ciudadanos, era mancillada por culpa de esos rumores, supondría un durísimo golpe para la fe de las personas en el departamento de policía. Conociendo al recto comisionado Tohdoh, renunciaría para evitar traerle más deshonra el departamento.

—Sí, él entiende que la compasión es una debilidad en los momentos más inoportunos.

—Independientemente de que abandone al caso o lo transfieran de mis manos por la presión del público y la posible renuncia del comisionado, la fiscalía no retirará los cargos. Otro en mi lugar hará justicia porque el problema no soy yo, es Britannia Corps —declaró con tesón.

El fiscal se dirigió a la mesa y golpeó la bola de franja anaranjada hacia una mejor posición. Acto seguido, dio una vuelta alrededor de la mesa, tornó a inclinarse y realizó un tiro perfecto.

—Exacto —coincidió el abogado Waldstein—. El presidente Schneizel piensa que tras forzar su renuncia, hallaremos a un fiscal condescendiente, pero creo que volveremos a lo mismo: dependeremos de la ambición de otro.

—Solo que el presidente no lo ve así y procederá con su plan de todos modos, ¿no? —indagó Suzaku.

—Espere. Aún no le he contado mi propuesta —recalcó el abogado Waldstein—. En efecto, las montañas de evidencias contra Britannia Corps no desaparecerán con su reemplazo, creo que alguien debería encargarse de ellas y ese alguien tiene que ser usted y, ya que no lo hará por su cuenta, le daré un incentivo: en mi posesión tengo un vídeo de Zero desenmascarado que se identifica como la abogada Stadtfeld. Ella fue a ver al detective que trabajó en el caso del asesinato del director Clovis la Britannia y lo coaccionó para entregarle el expediente. Lo que ignoraba era que él solo le proporcionó una copia del vídeo de la casa de seguridad. Yo tengo el original y puedo filtrarlo, así como puedo traer a ese detective aquí mismo con tronar los dedos —indicó el abogado Waldstein agitando su celular frente a él—. Usted diga cómo manejáremos esto, fiscal. Le otorgaré el poder de decisión.

https://youtu.be/ef2xpoWQaKM

Suzaku y el abogado Waldstein intercambiaron una mirada silenciosa. Suzaku había hundido sus pupilas en las de su interlocutor. Escarbó en ellos hasta el fondo por unos minutos. Estaba rastreando algún resquicio de maldad o placer. Lo decepcionó no encontrar lo que esperaba. El abogado rompió el contacto visual deslizando su mirada hasta su puño libre. Estaba rojo y temblaba. Suzaku tenía las aletas de la nariz dilatadas y los ojos echaban chispas.

—¿Poder de decisión? ¿Se está burlando usted de mí? —dijo Suzaku, asfixiando la voz hasta que las palabras le salieron goteando.

—¿Y usted deliberadamente se hace el iluso, fiscal Kururugi? ¿Por qué insiste en pelear una batalla perdida? Nunca existió forma de que ganara. Ya vio que el presidente tiene a casi toda la cúpula superior de la fiscalía a su merced la vez que fue con él al teatro.

—¡¿Pero entonces qué hay de usted?! ¡¿Qué tipo de fiscal fue usted?! —interpeló. Suzaku se golpeó sonoramente el pectoral izquierdo con el puño dos veces de súbito—. Años atrás, juré trabajar duro para convertirme en un fiscal valiente que luchara para erradicar la injusticia, un fiscal compasivo que se preocupara por los desvalidos y los marginados, un fiscal honesto que solamente diría la verdad, un fiscal íntegro que está comprometido con sus principios y un fiscal justo que juzgase a las personas con la vara que se juzgara a sí mismo.

—Un fiscal realista —contestó escueto—. ¿Puede decir lo mismo de usted, fiscal Kururugi? ¿Está a la altura a sus elevados estándares o su consciencia no se lo permite? —lo desafió el abogado Waldstein. La sangre parecía desvanecerse del semblante de Suzaku—. Le diré algo sobre el sistema judicial, los fiscales y la vida en general. En la fiscalía se propaga el rumor de que utilizo este monóculo porque tengo este ojo enfermo o perdí la visión. Lo cierto es que este no es mi ojo. Es un ojo de vidrio que mandé a hacer. El verdadero quedó malogrado durante una redada de refrain hace veinticuatro años. Una bala perdida me alcanzó. Llevo el monóculo para desviar la atención porque, si bien este ojo de vidrio tiene un cierto grado de movimiento, se nota que no es un ojo normal si se le mira bastante tiempo. El ojo artificial no es como una pierna o un diente prostético. No hace nada que un ojo real puede hacer. Por el contrario, sus tres finalidades responden enteramente a una naturaleza estética, psicológica y social: para no incomodar a nadie y hacer sentir normal al dueño —explicó, quitándose el monóculo. Lo limpió con un pañuelo blanco. Suzaku reparó que el ojo izquierdo era saltón y la pupila estaba algo desenfocada—. Así es el sistema. La fiscalía, sobre todo. La probidad de la fiscalía es artificial porque es necesario. La fiscalía depende de su imagen pública. Los fiscales somos servidores del pueblo. Y es impensable que la fiscalía se muestre tal como es. No podríamos subsistir. Sea realista, fiscal. El mundo nunca se adaptará a su visión idealizada solo por usted porque el mundo es imperfecto. Esa es la realidad. Ahora, puede aceptarla o morir —siseó el abogado colocándose de nuevo el monóculo. Suzaku entrecerró los párpados con pesadumbre. El abogado tragó saliva y añadió con suavidad—: ya era hora de que alguien se lo dijera.

Otro silencio incómodo. Suzaku había fallado al introducir la bola de franja roja en la buchaca sureste, lo que significaba que era el turno del abogado Waldstein. Él apuntó a una bola verde y, por un golpe de suerte, logró tirar abajo tanto esa como la bola roja.

—Lo admito: el mundo es imperfecto y yo también. Ambos estamos llenos de pecados, vicios y defectos. Ni yo ni el mundo algún día serán como desearía que fuera. Equivocarnos está en nuestro ser. Aun así, pienso que el mundo está trabajando constantemente para mejorar.

Suzaku descorrió su chaqueta. El arma enfundada quedó al desnudo. La empuñó. El abogado Waldstein se giró hacia él en cuanto escuchó que le quitaba el seguro. Suzaku no le brindó la misericordia de rogar por su vida. Le disparó a quemarropa. El abogado se desplomó muerto. Suzaku interpretó que al asesinarlo había elegido indirectamente la propuesta del presidente.

—Lo siento.

Suzaku devolvió el taco de billar en donde estaba, sacó el pañuelo que guardaba en el bolsillo de pecho de su chaqueta, cogió el celular con el pañuelo, buscó el vídeo original y lo eliminó. A lo mejor el abogado tenía una copia en la computadora de su casa. No sería tan descuidado como para llevar el vídeo en su celular. Un objeto que con facilidad podría extraviarse o ser robado. En ese caso estaba fuera de su jurisdicción. Ahora solamente sabían la identidad del auténtico Zero: el impostor, Lelouch, el presidente Schneizel, el asistente Maldini, Rolo y él. Ninguno delataría a Kallen. Qué alivio. Pendragón necesitaba a Zero. Suzaku se dijo para sus adentros que a partir de ahora absolvería a Kallen de la carga asumiéndola en su lugar y, en consecuencia, el castigo que podría recibir por obstaculizar la justicia. Seguido por un trueno que ensordeció a Suzaku, las ventanas del bar irradiaron una potente luz blanca por una ráfaga de segundo. Suzaku se sobresaltó. Impresionado. «Se avecina una tormenta y no conozco el nombre del detective. Gastaré minutos valiosos si yo trato de buscarlo en la lista de contactos basándome en los nombres de los detectives que me consta que trabajan en el departamento. «Mejor me voy». Suzaku guardó el celular en la chaqueta del abogado y abandonó la escena.

https://youtu.be/K9irRAr-Pi4

Lelouch fijó él mismo las condiciones del encuentro y el presidente consintió de buen grado. Le traía sin cuidado en dónde y cuándo se vieran, siempre que Lelouch no faltara al acuerdo. Lelouch lo citó a medianoche en los Puentes Gemelos. Los Puentes Gemelos estaban situados en la desembocadura del Canal de Warwick, un conducto artificial de agua que comunicaba el río de Pendragón con el mar, creando una vía de navegación por medio de la cual los barcos paseaban. De tal manera que, desde la tarde hasta la medianoche, Lelouch y Rolo estuvieron preparando un plan. Lelouch imaginaba que eso no iba a ser un simple intercambio de rehenes y que, en realidad, su hermano usaba a Kallen como una carnada para una trampa mortal. No lo reprobaba. Después de todo, Lelouch predicaba la idea de que todo hombre debía fabricar su suerte aprovechándose de las ocasiones favorables iguales a esta. Ahora le tocaba hacer lo propio y Lelouch contaba con Rolo para zafarse de esta situación.

 Así pues, Rolo reservó una habitación de un hotel cuya ventana miraba directamente al Canal de Warwick con dos horas de anticipación hasta el momento. Él montó su rifle que estaba envuelto en tela impermeable, graduó el visor infrarrojo y se apoyó contra la ventana donde estuvo flotando entre el sueño y la realidad, perdiendo y recuperando la consciencia a ratos durante la espera. La habitación tenía una vista perfecta de la amplia extensión de los Puentes Gemelos y las aguas del Canal de Warwick que rodeaban la manzana. Rolo supuso que Lelouch había escogido los Puentes Gemelos por la rápida movilización. Algo que los beneficiaría durante la huida y, al mismo tiempo, los perjudicaría. Al igual que el Palacio de Justicia, Lelouch estaba bien familiarizado con la zona. Él le contó que ya había venido con Kallen para un paseo romántico. En verdad, el recorrido era bastante sereno ya que el canal estaba medio escondido de los turistas debido a la abundante y frondosa vegetación. El trayecto, además, incluía un paso por debajo de los Puentes Gemelos, permitiendo una nueva perspectiva de las edificaciones de ambos flancos. Una buena forma de ver el sistema de compuertas y descansar a la sombra de los árboles. Por las mañanas, el nado de los patos y el gorjeo de los pájaros hacían buen acompañamiento. Y, por las noches, se encendían luces amarillas. En resumen, un buen destino para dos amantes. 

Rolo nunca había estado en esa parte de la ciudad. Le hubiera gustado haberla conocido antes. Habría sido otro buen lugar para hacer jogging por el aire fresco, el ambiente verde y la bella vista del cielo. De niño, a Rolo le gustaba contemplar el cielo. Pasaba horas dando formas a las nubes y admirando a los pájaros. Ellos solían volar en bandadas o en parejas. Nunca solos. El pequeño Rolo soñaba a menudo con ser un pájaro. Si de algún modo fantástico le crecían alas en la espalda, Rolo alzaría alto vuelo y con un poco de suerte encontraría más como él y juntos disfrutarían la libertad. Hoy en día, Rolo no había visto pájaros. Quizás estaban en el sur, dada la época. O quizás no se había topado con ninguno simplemente.

Tan solo unos minutos antes de la medianoche, Rolo vislumbró a Lelouch avanzando desde el oeste con Cornelia como dos manchas oscuras —los disfraces se convirtieron en un asunto problemático, especialmente para Lelouch debido a sus rasgos distintivos porque, aun cuando podía cubrir la cicatriz que surcaba su rostro con maquillaje, la pérdida ocular era más difícil de ocultar; por lo cual, Lelouch optó por llevar lentes oscuros. Rolo reconoció a Lelouch por su manera de andar. Determinada y señorial. Lelouch era ese tipo de personas con presencia. Desde el otro lado de puente estaban llegando el presidente Schneizel, tres guardaespaldas y Kallen. Rolo recorrió con la vista las calles. Divisó algunas personas que estaban ambulando por las cercanías. No cabía duda de que eran policías encubiertos y supuso que había más.

Rolo sonrió a medias. La predicción de Lelouch se había cumplido y había ganado la apuesta. Rolo se había mostrado reacio a creer el pronóstico de Lelouch de que el presidente Schneizel iba a asociarse con la policía, sobre todo considerando el desastre que resultó la redada para capturar a Luciano que, en realidad, era una emboscada para Zero. Rolo pensaba que apelaría a Zero. Lelouch esbozó una de sus sonrisas lobunas y preguntó travieso: «¿Quieres apostar?». Lelouch tenía la certeza de que el presidente se aliaría con la policía una vez más ya que él sabía que la empresa era el blanco de atención de la policía y la fiscalía y lo más seguro era que él quisiera evitar vincular su nombre con el de Zero para no levantar sospechas. Prueba de ello estaba en el canal de comunicación. La foto de Kallen había sido enviada al celular de Cornelia desde un teléfono desechable, pero Lelouch había contactado al presidente a su propio celular y él bien pudo grabar la llamada para llevársela a la policía y pedir su ayuda. 

Rolo apretó el rifle. El visor no había perdido el encuadre ni por un centímetro. El ángulo de visión era excelente. La distancia, media. El punto rojo apareció en la espalda del presidente. Era un disparo que podía hacer con los ojos cerrados. Si tiraba el gatillo, se acababa todo. Pero así no era como Lelouch quería resolver el conflicto que había iniciado hace diecisiete años. «A los gatos les gusta jugar con su comida antes de engullírsela de un bocado. Quiero hacer lo mismo», le había explicado Lelouch. Rolo había respetado su decisión. No era su guerra, aunque a veces lo sentía como propia. El asesino suspiró. El dedo que flotaba sobre el gatillo le cosquilleaba. Entornó los párpados.

«Aquí vamos...».

https://youtu.be/bcbXKGGdrd4

Lelouch y Schneizel se examinaron mutuamente desde los extremos opuestos de los Puentes Gemelos por unos instantes. Lelouch tenía una mano sobre el hombro de Cornelia y la otra encañonaba un arma que oprimía contra la espalda de su hermana. Kallen estaba acordonada por los guardaespaldas del presidente. Por el modo que estaban distribuidos alrededor de ella, parecía que estaba atrapada en una prisión humana. Lelouch y Schneizel intercambiaron un breve asentamiento a modo de saludo y procedieron a caminar despacio el uno hacia el otro. Estaba lloviendo a cántaros. El presidente llevaba un paraguas lo suficientemente grande para cubrirlo a él y a Kallen. Lelouch apenas se colocó encima un impermeable.

—Tu hermano se presentó puntual a su cita. Ya no me queda duda en el cuerpo de que ama a su hermanita —se burló Lelouch—. Sabes, si hubiera sido un poco más paciente, te tendría de vuelta en unos días. Iba a liberarte, de todos modos.

—¡No es...!

—Sí, es cierto —se anticipó Lelouch—. Nunca tuve intenciones de lastimarte, Cornelia. No te secuestré solo porque necesitaba un rehén para mi milagroso escape. Te secuestré porque quería hablar contigo también —le sonrió confidencialmente.

—¿Así querías hablar conmigo: apuntándome con un arma?

—¡Oh! Esto es una medida de precaución. Repito que no quiero lastimarte, pero sé que tú sí quieres ¡y puedes hacerme daño! —dijo Lelouch—. La verdad es que me gustaría que fueras nombrada en presidenta de Britannia Corps. Mi instinto me asegura que eres la persona más indicada para reencauzar la empresa al buen camino.

Lelouch le guiñó un ojo con picardía y se volvió hacia su hermano. Le cambió el semblante automáticamente: de uno travieso a uno serio. Lelouch y Schneizel se habían detenido a unos diez pasos de distancia. Lelouch dejó que sus ojos revolotearan por la periferia del puente. Sospechaba que los policías estaban posicionados en los edificios adyacentes. De cualquier modo, estaba seguro de que no moriría. Si Schneizel estaba en conocimiento de su capacidad regenerativa sobrehumana, sabría que ese movimiento sería estúpido e innecesario.

—¡Schneizel! Estoy contento de comprobar que eres un hombre de palabra. Admiro la forma en que has resuelto este conflicto —elogió Lelouch abriendo los brazos. Añadió con una nota de amargor—: ojalá se me hubiera ocurrido cuando tus hombres secuestraron a mi hermana.

—Prescinde de las cortesías, Lelouch —exigió el presidente con brusquedad—. Tú mismo te privaste de ese trato el día que te llevaste a Cornelia.

—¡Oh! ¿Y acaso tú no tomaste alguien preciado para mí con la misma perversa intención?

—Al menos, yo le pedí ayudarme y obtuve su consentimiento. Pregúntale tú mismo, si dudas de mí. Verás que no tuve que dejar caer una sola gota de sangre para reunirnos aquí —enfatizó el presidente Schneizel alzando la barbilla.

—Conque no tienes sangre en las manos, ¿eh? Mira que la sangre emana un olor muy peculiar y no se quita con facilidad porque la sangre no se limpia con agua. La sangre solo se lava con la propia sangre y yo te juro, delante de estas mujeres como testigos, que te haré beber de la sangre que tú has derramado y has negado descaradamente ante mí —prometió Lelouch con gélida voz y realizó una pausa para causar un efecto dramático. Schneizel se quedó impasible ante la amenaza y las gotas de lluvia que salpicaban su traje y su semblante. Su máscara había pasado del plástico endeble a duro yeso. Sin apartar la acerada mirada de Schneizel, Lelouch se inclinó sobre el oído de Cornelia—: vete.

Lelouch retiró la pistola y la soltó. Cornelia corrió a encontrarse con Schneizel. En el centro del puente pasó al lado de Kallen, quien no se hubiera movido sino fuera porque Schneizel carraspeó y le transmitió una señal con la cabeza. Sus ojos estaban desorbitados. La pelirroja no podía creer que Lelouch había venido a rescatarla después de todo. Paradójicamente, sus pies la llevaron hacia Lelouch, que sin dudarlo fue hacia ella.

—¿Estás bien?

A falta de palabras, Kallen asintió. Lelouch contuvo el suspiro de alivio. Celebrar todavía era prematuro. Schneizel no iba a dejarlos marcharse sin más. Tenían que salir del puente.

—¡Andando!

Lelouch se dio la media vuelta y avistó la calle inundarse de policías. Era una enorme marea azul que los estaban acorralando. Lelouch y Kallen se replegaron a tierra segura y volvieron sobre sus talones hacia atrás. Pero había más oficiales bloqueándoles la salida. Lelouch echó un vistazo por encima de la barandilla del puente y justo un relámpago iluminó el canal para él. A esa hora, el agua adquiría un aspecto negruzco y espeso. Sin meter un dedo en el agua, tenía la certeza de que estaba helada. Habría sido maravilloso que pasara una barcaza sobre la cual saltar. No obstante, para ese momento del día, los paseos estaban restringidos.

—Comprenderás, hermano mío, que tuve que reportarme con la policía. Eres un fugitivo muy peligroso al que no le puedo confiar la seguridad de la Srta. Stadtfeld —se excusó Schneizel retrocediendo con Cornelia. Se acabaron perdiendo en el mar de policías.

Lelouch no se molestó en malgastar su saliva con una réplica. Podía sentir cómo su hermano saboreaba cada palabra como sorbos del vino que le gustaba beber.

—Esto terminó, Lelouch —intervino el comisionado, abriéndose paso entre sus hombres—. Entrégate ahora. Te prometo que Kallen estará bien con nosotros.

Lelouch distendió su postura, cerró los párpados y sonrió con aires de suficiencia. Por unos segundos, solo se escuchaba el golpeteo de las gotitas de lluvia sobre la barandilla del puente.

La policía lo interpretó como un acto de rendición. El comisionado les indicó que avanzaran. Lelouch hizo lo que cualquiera hubiera hecho en su situación: jaló a Kallen hacia él y colocó el cañón de la pistola en su sien. El tacto frío del arma se transfirió a Kallen, descargándose en forma de un escalofrío. La joven sintió el peligro hormiguear por todo el rostro. El pulso le palpitó en los oídos. Se le estrujó el corazón.

—¡Lelouch, no quieres herir a la mujer que amas...!

—Eso dependerá de usted, comisionado Tohdoh: es su vida y mi libertad o mi captura —lo retó Lelouch. Tan serio y determinado era su talante que parecía expresar cólera. Continuó hablando—. Decídase: o la mato aquí y me apresa o ella vive y me deja ir usando su posición.

El ojo de Lelouch emitió un resplandor rojo. El comisionado Tohdoh cayó bajo la hipnosis del Geass.

—Bien —concedió el comisionado con resignación e hizo un ademán—. Bajen sus armas.

—¡Pero, señor...!

—No sacrificaré a una inocente por arrestar a un asesino. Si empiezo a instrumentalizar a los ciudadanos de Pendragón, me rebajaré a su nivel. El fugitivo se va. ¡Es mi última palabra!

Desde luego, los oficiales estaban en rotundo desacuerdo. Sin embargo, no podían quitarle la razón al comisionado ni mucho menos desobedecerlo. Eso sería insubordinación. Les pesaba dejar ir esta oportunidad. Sabían que no volverían a estar tan cerca de aprehenderlo. Lelouch rio con los labios prietos y partió, llevándose a Kallen con él a rastras. Ignoraba cuánto tiempo duraría el efecto del Geass ya que no lo especificó dentro de la orden (hubiera sido extraño y atraería la atención de su hermano que no había abandonado el lugar). Calculaba que hasta que ellos estuvieran relativamente lejos. Entonces, Rolo los ayudaría a ganar un poquito más de tiempo. Lelouch había venido con Cornelia en un automóvil negro de segunda mano y en ese se largarían. Había preparado otro vehículo de huida para más adelante. Rolo llegaría en él. Así lo habían acordado. 

https://youtu.be/cAQr_G_xOmo

Lelouch apuró a Kallen a montarse en el automóvil y después le siguió. Le ordenó abrocharse el cinturón, al tiempo que hacía lo propio. Encendió el motor y pegó un volantazo que agitó su estómago. Lelouch y Kallen lucharon contra la ola de náuseas que los asaltó cuando el cinturón de seguridad se tensó debido a la brusca maniobra. Lelouch aceleró. Los truenos ahogaron lo que parecía un tiroteo, significaba que Rolo había empezado a disparar contra la policía. Bien. A partir de ahí, tenía los minutos contados. Suponiendo que su hermano trataría de sellar todas las vías de escape, Lelouch se había visto forzado a ampliar sus opciones. Tejados, calles, callejones, incluso vías acuáticas. Lelouch no estaba bastante familiarizado el sistema de drenaje de la ciudad, sin embargo, Rolo sí (para su sorpresa) y le llegó a explicar algunas cosas. De todos modos, Lelouch no se sentía capaz de aventurarse por las alcantarillas sin una orientación. Por eso, lo había guardado para su plan de escape D, en caso de agotar las demás alternativas (D de Desesperado). 

La piel de Lelouch se erizó ante las sirenas de las patrullas que rugían cada vez con más fuerza. No podía dejar que lo apresara sin dejar a Kallen en un lugar seguro. Repentinamente, el dolor atravesó su ojo bueno como un dardo. Lelouch se sujetó la cabeza mientras luchaba por respirar hondo. Necesitaba pensar con claridad para conducir. El dolor deshacía su maldita concentración. Nuestro protagonista no había experimentado dolor en el ojo izquierdo durante meses. ¿Por qué ahora y por qué en el derecho?

—Lelouch, ¿te encuentras bien? ¡¿Qué tienes?! —tartamudeó Kallen. Lelouch se percató que esta era la primera vez que le había dirigido la palabra desde que se habían reunido.

—No te preocupes —la tranquilizó Lelouch forzando una sonrisa—. Estoy excelente...

El dolor lo traicionó desgarrando su único ojo. No pudo evitarlo. El ojo se le cerró. Apretó el párpado y se retorció el cabello hasta las raíces. El coche se bamboleó peligrosamente. Kallen se aferró a los brazos de su asiento clavando las uñas. Creyó que iban a descarrilarse y chocar. Por fortuna, Lelouch recuperó el control de sí mismo a tiempo y frenó justo antes de llevarse por delante a una pickup que se cruzó en la intersección. La gravedad los jaló repentinamente. El cinturón impidió que salieran disparados a través del vidrio. La pickup provenía del oeste. Lelouch entrevió a Kallen. Verificó que estuviera bien. Estaba por tocarla, cuando se retractó. Casi olvidaba que tenía prohibido hacerlo. Se volvió e identificó al coche. Se apeó al mismo tiempo que Rolo.

—¡Buen trabajo, Rolo! Vámonos.

https://youtu.be/Ylsr2p2WLZg

—No, yo no iré. Voy a llevar a la policía por otro camino para que Kallen y tú puedan escapar —replicó cojeando en dirección del coche. El desconcierto se desplegó por las facciones de Lelouch que no perdió de vista a Rolo.

—¡No! Te ordené expresamente que no emprendieras acciones innecesarias.

—Esta no lo es. Si nos vamos todos, la pickup será el único vehículo en movimiento que la policía va a ver y sabrá en el acto que intercambiaste autos —señaló Rolo con la entonación que le era propia, aséptica y mesurada. Lelouch tuvo un arrebato.

—Pero, ¿acaso tú piensas? ¡¿Cómo te atreves a tomar una decisión?! ¿Qué te crees que eres? ¡Eres mi cuchillo, eso dijiste, y un cuchillo no va a ningún lado sin su dueño! —espetó. Rolo lo miró seriamente y Lelouch no pudo menos que dar un respingo. Rolo estaba parado frente a la portezuela. La carrocería del camión estaba cubierta por millones de gotas de agua. Otro relámpago rasgó el cielo.

—No, Lelouch. No soy tu cuchillo; soy un ser humano. Hago esto por mi propia voluntad —corrigió firme. Luego le dio una sonrisa—. No olvides mirar el cielo, cuando pienses en mí.

Enseguida, Rolo abrió la portezuela del auto y se deslizó detrás del volante. Lelouch se sumió en la desesperación y activó el Geass. Al tratar de ir detrás de Rolo, fue atacado por un nuevo ramalazo. Kallen le tocó el hombro. Preocupada. Lelouch se presionó con la mano el ojo. El dolor fue disminuyendo. Temblando de rabia y a ciegas, Lelouch le gritó:

—¡No eres un ser humano, Rolo! ¡Eres una puta arma! ¡Eres mi estúpido alfil! ¡REGRESA!

—¡Lelouch! —gimoteó Kallen, agarrándole el brazo—. ¡La policía ya viene...!

Kallen tiró con insistencia del brazo de Lelouch, que seguía protestando a viva voz. Lelouch estuvo a punto de zafarse de Kallen, a costa de dislocarse el brazo. Empero si las ganas no le faltaban, ¿qué se lo impedía?

Rolo acarició el volante del auto con la dulzura de un amante. Los gritos de Lelouch se oían como un eco lejano. Rolo meneó la cabeza. Este no era el momento para ser sentimental. La llave ya se encontraba insertada en el bombín de arranque. Esperándolo. De suerte que la giró y puso en marcha el coche mientras Lelouch miraba impotente cómo el auto se empequeñecía entre más distancia recorría. Abandonó su trance cuando se intensificaron los alaridos de las patrullas. Lelouch se subió enseguida en la pickup con Kallen. Había sacrificado su alfil para salvar a su reina. A partir de ahora tenía que vivir con el peso de esa decisión.

https://youtu.be/uPWqEy-d8mY

A pesar de que Rolo se había torcido el tobillo izquierdo y él era diestro, le estaba costando manejar. Su cuerpo le estaba exigiendo a gritos que se tomara un descanso. El asesino había realizado heroicos esfuerzos para regresar a toda prisa con Lelouch y Kallen. Ahora, el tobillo le palpitaba de dolor. Así y todo, él aceptaba la culpa. Le había mentido a Lelouch. No estaba en las condiciones aptas para ayudarlo en su plan. No obstante, no podía dejarlo ir solo. Debía protegerlo. «Supongo que eso es lo que hacen los hermanos». El asesino rompió a reír. Las lágrimas se asomaron en los bordes de sus ojos. Nunca llegó a llamar a Lelouch «hermano» porque pensaba que sus sentimientos eran unilaterales. Rolo lanzó una mirada al retrovisor. Las patrullas lo estaban persiguiendo. Más temprano que tarde lo alcanzarían. Rolo avizoró de reojo el asiento aledaño. Había dejado el rifle en la pickup. No tenía otra arma salvo una pistola que no podía defenderlo de los policías armados (menos podía luchar contra ellos con un esguince, obviamente). El cansancio, la oscuridad y la lluvia se conjugaron en contra de Rolo. Los policías consiguieron rodear a Rolo con sus patrullas al final de la avenida bajo las directrices del comisionado Tohdoh. El camino terminaba hasta ahí. 

Las luces rojas y azules de las patrullas aturdieron a Rolo. El joven protegió su vista con la mano. La adrenalina que lo había infundido durante la persecución fue desapareciendo de su sistema. Reconoció la voz del comisionado pidiéndole rendirse. Rolo sabía que lo iban a arrestar, si obedecía. No tenía miedo de ir a la cárcel. Sabía cuidarse solo. Además, él lo consideraba un castigo justo. Había hecho cosas malas. El problema era que sería sometido a un interrogatorio y Rolo no tenía intención de traicionar a Lelouch. Ni quería perjudicarlo más adelante en un juicio con su testimonio. En ese caso, solo había una forma de ayudarlo (por última vez). Rolo abrió la guantera y vio la pistola. Acudió a su mente el primer recuerdo que tuvo de sostener un arma. Entonces sintió que tenía control sobre su vida. No era muy diferente esta vez. Rolo agarró la pistola y presionó el cañón de la pistola contra su quijada. Tenía los ojos húmedos. Empero no importaba. No necesitaba ver. El corazón guiaría su dedo al lugar correcto.

—Espero que encuentres la justicia que buscas... Mi hermano.

Rolo cerró los ojos y trató de distraer su mente con algún pensamiento liviano. Pensó en los pájaros volando. Pensó en Lelouch, Nunnally, Tamaki y el resto del estudio jurídico. Pensó en las órdenes de Lelouch exigiéndole que regresara porque era su cuchillo y tenía que estar con su dueño. Diría que estaba preocupado, si no lo conociera bien. Rolo sonrió agradecido.

Y jaló el gatillo.

https://youtu.be/1tGSVO_NpLY

Después de que el pequeño Suzaku matara a su padre, era incapaz de verle la cara a cualquier persona. Pasó un buen tiempo viéndose los cordones de los zapatos y sin pronunciar ninguna palabra. El psicólogo infantil lo atribuyó al trauma. Suzaku sabía que no se trataba de ningún efecto del trauma. Era la pura vergüenza que lo embargaba. Había cometido un crimen atroz y había quedado impune. La vergüenza y el crimen estaban vinculadas. Cuando Suzaku hizo sus prácticas con el fiscal Guildford, él le prestó un libro. Un examen filosófico que exploraba y lucubraba sobre las transformaciones sociales, culturales y teóricas de los sistemas penales occidentales desde la edad moderna. Antaño las penitencias eran públicas como una forma de tortura, la cual pretendía extraer una confesión del acusado. Curiosamente, fue por culpa de la vergüenza mezclada con el horror que el joven Suzaku no pudo confesar. La lengua se le trababa antes de que pudiera decir que había asesinado a su propio padre. Vista su inacción, Suzaku anheló que el comisionado revelara la verdad por él y lo procesara. Pero no ocurrió. Por varios años, creyó que había sido por falta de pruebas y que el comisionado excluyó la posibilidad por la aversión. Jamás se le cruzó por la cabeza que estaba protegiéndolo. Ahora que Suzaku evaluaba su vida en retrospectiva, veía todos los indicios. Eso explicaba por qué el comisionado Tohdoh había sido tan frío con él los primeros años de convivencia. Para ser justo consigo mismo, Genbu Kururugi era un tema tabú. Esa conversación que tuvieron en el hospital supuso un rompimiento. El comisionado Tohdoh y Suzaku tuvieron la charla que nunca tuvieron sobre Genbu Kururugi para cuando el segundo se mudó temporalmente con el primero.

—¿Por qué solicitó ser mi tutor, si sabía que yo asesiné a mi padre? ¿Tuvo compasión de mí? —le había preguntado una noche que Suzaku admitió que había sido el autor del crimen y el comisionado no reaccionó sorprendido. Suzaku barajó sus propias teorías, mas quería oírlo de la boca del hombre que había sido su tutor legal. Estaban en la sala de su apartamento.

—Porque le prometí a tu padre que me haría cargo de ti, en caso de que le pasara algo. Él era un alcohólico con tendencias depresivas. Temía por ti cada día, por lo que quería asegurarse de que estuvieras bien.

—Pudo ignorar tu promesa. Él era tu amigo y yo lo maté.

—¿Lo hubieras hecho? —lo había interpelado con interés el comisionado Tohdoh. Suzaku se había mordido los labios. El comisionado Tohdoh había suspirado—. Veo que tú tampoco habrías podido —había observado—. Te diré algo horrible. Más veces de las que me gustaría admitir he sentido envidia de los hombres sin honor. Ellos no tienen que elegir entre un deber y otro ni romper juramentos; pero así ellos logran mantenerse fieles a sí mismos. Lamento si te decepcioné —había comentado tras una pausa incómoda—. No soy el hombre honorable ni el buen policía que pensabas.

—¡No! Siempre será uno de los hombres honorables que he tenido el placer de conocer —se había apurado Suzaku en desmentirlo. En los labios del comisionado asomó el conato de una sonrisa que no aguantó—. No me cree, ¿verdad?

—Cada vez que alguien se dirige a mí como un «hombre bueno», me permito dudarlo. No lo rechazo ni lo acepto totalmente. La idea de un buen hombre es lo que me inspira a serlo, a no rendirme en el intento —había explicado—. Escucha, Suzaku. Los códigos morales son una guía para llevar una vida sana sin perjudicar a los demás ni a nosotros mismos. Por ejemplo, perdonar a quienes nos hacen daño.

—Comisionado, yo maté a mi padre quien era su amigo —había repetido Suzaku como si el hombre padeciera de sordera. El comisionado había clavado en él una mirada. Su cara parecía tallada en piedra. Imperturbable. Insondable. Pudo haber alzado la ceja y tomarle el pelo para distender la tensión. Pero él era demasiado serio. Incluso Suzaku dudaba que tuviera sentido del humor. Añadió impaciente—: es imperdonable.

—No, nada lo es. Esta es la prueba: yo pude perdonarte eventualmente. Y aquí es donde yo quería llegar: los códigos morales no son reglas. Si así lo fueran, la vida sería una constante pugna entre ser congruente y tus creencias y la gente actúa según lo que cree. Las creencias son parte de tu identidad.

—Creía que las acciones definían quiénes somos.

—Hasta cierto punto, sí. El problema es que nuestras acciones a menudo no reflejan nuestros esquemas mentales —el viejo policía había pasado a enderezarse y apoyar ambas manos en los muslos, tomando la postura que asumía en los interrogatorios policiales—. A ver, Suzaku Kururugi, ¿está de acuerdo con que es un prófugo?

—Sí, lo estoy.

—¿Y está de acuerdo con su crimen?

—¡No! No está bien —había farfullado. El comisionado cruzó los brazos. Suzaku no entendía cuál era el punto de hurgar en la llaga—. ¡El parricidio es un crimen despreciable, inmoral, salvaje, doloso, inexcusable e ilegal! Mi padre estuvo a punto de hacer algo malo. Pero él no se merecía un tiro.

—Lo mató, aun así —había señalado el comisionado calmadamente—. ¿Y por qué obró en contra de sus creencias, Kururugi?

—Porque no estaba pensando —había respondido Suzaku, contrariado. Se corrigió. No había sido honesto—. Porque tenía que proteger a Lelouch y Nunnally y mi padre no me escuchaba.

—¡Ah! Acaba de decir algo importante. Tal parece que sí tuvo un dilema —había observado el comisionado descruzándose. Suzaku había puesto encima de un librero mediano de estilo clásico un codo y estaba alborotándose el cabello a espaldas del comisionado—. Aunque lo tengas, no es mi perdón el que necesitas.

—Mi padre ya está muerto.

—No me refería a Genbu...

Y Suzaku se volvió hacia él boquiabierto. La verdad era que Suzaku se había equivocado al pensar que no había recibido un castigo. Anya tenía razón. Él sí se había dictado una sentencia a sí mismo. La peor de todas. El no perdón. Muchos criminales que Suzaku procesó de una u otra manera sacaron esa misma conclusión y se justificaron de ahí para seguir perpetrando delitos. Suzaku, en cambio, vio una promesa de redención y ahí cayó sin saberlo en un dulce y cruel autoengaño. Aunque viviera toda su vida de acuerdo a sus principios y reprimiera sus impulsos y sus sentimientos negativos, estaba impuro sin importar si fuera un fiscal honesto, un buen hijo adoptivo, un amigo incondicional o un ciudadano modelo. Nada de eso iba a ser suficiente para Suzaku porque su crimen no se desharía. Se había condenado sin querer a una pena que solo finalizaría con su muerte. O eso parecía ser. En realidad, sí había un modo.

https://youtu.be/l67HcrhyCFE

Suzaku caminaba con actitud ceremoniosa y serena por el brumoso cementerio en medio de la tormenta sin más protección contra la lluvia que el conjunto que llevaba puesto. Detrás de sí, dejaba huellas en el barro. El viento le cortaba la cara por cada paso que daba al frente. La humedad se filtraba por sus poros. Y, pese a todo, no detuvo su marcha. Gradualmente, llegó a la parcela reservada para su familia y se plantó delante de la tumba de su padre.

—Hola, papá. Lamento interrumpir tu descanso. Pero tenía que verte —musitó con timidez—. Yo volví a tomar la vida de una persona por proteger a alguien que amo. Eché por la borda 17 años de intachable conducta. Supongo que mi integridad no vale más que la seguridad de las personas y que tengo la determinación necesaria para matar a otros. No quería admitirlo —confesó—. Recuerdo aún la expresión del fiscal Waldstein antes de morir. No creo que me guardara rencor. Me parece que entendía mis razones. Me gustaría haberme fijado en la tuya, padre. Todo sucedió muy rápido y yo estaba nervioso —gimoteó y se sorbió la nariz. Suzaku tenía los ojos preñados de lágrimas. Cerró los ojos e intentó visualizar a su papá como cuando estaba borracho—. ¡Padre, perdóname! Yo no quería... ¡Por favor, perdóname!

Las lágrimas acabaron regándose por sus mejillas. Suzaku sintió que las piernas le flaqueaban y se encorvó hacia adelante. Se agarró las rodillas. El cielo relampagueó. Suzaku se enderezó, abrió los ojos y se volvió. No vio a su padre. Vio a un niño de cabello castaño ondulado con flequillo y ojos esmeraldas y grandes. El pequeño era asaltado por breves espasmos producto del llanto y cuadraba los hombros y los dejaba caer una y otra vez. Su mirada era incapaz de detenerse en algún punto.

—¿Por qué lloras?

—Hice algo imperdonable y no me han castigado. Ya se están tardando y me siento raro —contestó el chico. De repente, se empezó a golpear la cabeza con ambas manos—. ¡Soy malo! ¡Malo! ¡Malo!

—¡Oye, oye! —exclamó el adulto. Se arrojó al piso y sujetó sus muñecas impidiendo que se lastimara más—. Recuerda que el comisionado Tohdoh decía que la violencia no debía ser un método para disciplinar. La violencia solo genera más violencia.

—Pero papá aplicaba castigos físicos. Decía que era el mejor correctivo para evitar que nos volviéramos a portar mal —gimió el niño y se limpió los mocos con el dorso de la mano.

—Sé lo que decía él y eso no quiere decir que estaba bien. Papá no era perfecto. Se equivocó en varias cosas. Él era el campeón olímpico de las cagadas —bromeó Suzaku. El muchacho se echó a reír. A los niños les hacían gracia las groserías—. Él hizo algo terrible por lo que creía que era correcto y eso no lo convirtió en un mal hombre, ¿o sí?

—Supongo que no. Él daba su mejor esfuerzo cada día —razonó el niño, enseriándose.

—Exacto y lo amas así, ¿no?

—Sí.

—Es lo mismo contigo. No eres malo. Eres lo suficientemente bueno —le aseguró, mirándolo a los ojos—. Ven aquí. Ya has sufrido demasiado.

—¡Perdóname!

El niño lo abrazó lloroso. Por cada vez que pedía perdón con la vocecita quebrada en su oído, Suzaku lo apretaba con cariño y asentía. También estaba llorando. En su rostro se mezclaban el agua de la lluvia con la de las lágrimas. No se podía distinguir bien qué era una y cuál era la otra. Solo los movimientos convulsos y las contracciones faciales develaban su llanto. El cielo bramó. Suzaku, que tenía los brazos cruzados sobre el pecho, se derrumbó sin fuerzas. Sus manos amortiguaron la caída impidiendo que se fuera de bruces. Los sollozos de Suzaku se perdieron debajo del clamor de la naturaleza. Con gran esfuerzo, se incorporó y continuó su camino. 

Y el tiempo reanudó su curso.

https://youtu.be/nJdWKQKqJpQ

El dolor en el ojo de Lelouch fue menguando poco a poco hasta desvanecerse por completo y Lelouch pudo desactivar el Geass. No presentó otro síntoma. Todo volvió a la normalidad presuntamente. No obstante, el Geass y todos los asuntos derivados de él no eran normales y Lelouch era consciente de eso. Fue por ese motivo que decidió consultar con los científicos del Proyecto Geass en su debido momento. Ellos le habían explicado que el Geass maduraba con el uso prolongado. Cuanto más se usaba el Geass, más se expandía su poder y, por tanto, se incrementaba el riesgo de perder el control y ser consumido por él. Cera concluyó que eso fue lo que corroyó la cordura de Mao ya que los científicos lo presionaron tanto con el afán de hacerle pruebas que excedieron sus límites. A duras penas lo dejaban descansar. 

Marianne, por su parte, sugirió que había sido un poder demasiado grande para Mao. A su juicio, todos los fracasos del Proyecto Geass se debieron a la mala selección de sujetos de pruebas, o sea, los usuarios del Geass. Ellos habían estado experimentando con personas aleatoriamente sin ver lo que había en su corazón ni medir su fuerza de voluntad. Para ella, una determinación poderosa era la clave. Aun cuando Lelouch tenía en cuenta las dos teorías e incluso planeaba visitar a su madre para pedirle una opinión más extendida del tema, tenía la suya. Tal vez el dolor era un efecto colateral del Geass que demostraba que no era el usuario perfecto que sus padres y los científicos creían que era. 

La voz de la razón en su interior le aconsejó tener más cuidado con las órdenes que dictaba en adelante. Lelouch tenía ganas de carcajearse por la ironía. Detestaba no tener el control y ahora quizás lo había perdido para siempre. No quería que Kallen lo viera en ese estado tan lamentable y ella lo había estado mirando preocupada desde su asiento durante todo el viaje de regreso. Incluso ella podía darse cuenta de que algo andaba mal. Lelouch buscó una forma de distraerla.

—¿Cómo te lastimaste? —había preguntado, francamente inquieto.

Para entonces, se habían apeado del auto. Kallen se había tenido que volver para entender a qué se refería. Observó que Lelouch tenía el brazo extendido. Fue azotada por una ráfaga de viento que la hizo arquearse en ese mismo instante. Lelouch señalaba el jersey que se le había remangado exponiendo la piel de sus caderas donde tenía el apósito.

—No me lastimé. Me hice un tatuaje —había aclarado Kallen con aspereza.

—Ya veo —había afirmado Lelouch—. ¿Puedo verlo?

Kallen dudó. Siempre que estaban acurrucados en la cama, Lelouch acariciaba su tatuaje con la yema de los dedos. Un toque delicado que lograba encender todas las células nerviosas de su cuerpo. Kallen extrañaba sus caricias. Apostaba que Lelouch también. Kallen acabó dando su aprobación con un asentimiento. Lelouch levantó el vendaje por una de las puntas y lo jaló hacia él detenidamente mientras mantenía presionada su piel. Le sonrió al tatuaje de una flor de loto blanco brillante.

—Me parece bien que intentes conciliar tus dos identidades. ¿Te dolió mucho el proceso?

Kallen nunca había llegado a decirle que planeaba para hacerse un tatuaje ni sobre qué quería ni por qué. De cualquier modo, no tenía secretos para Lelouch. Él sabía leer sus señales.

—Nada que no pudiera tolerar.

—Bien. Por favor, vigila que no se infecte —había pedido con dulzura.

Lelouch decidió llevar a Kallen al apartamento que alguna vez había sido suyo. Lo asombró descubrir que Kallen no había cambiado la cerradura. Pensó que ella no le había cerrado del todo la puerta de su corazón. Mas no se atrevió a confrontar a Kallen con sus interpretaciones ni incomodarla con preguntas indiscretas. Luego él fue a la cocina a preparar té verde japonés. Kallen le había comentado en una ocasión que le gustaba relajarse bebiendo té verde ya que era lo que su mamá le preparaba cuando era niña, a lo que Lelouch le prometió que no faltaría sensha en la cocina. Le llegó el turno a ella de sorprenderse tan pronto identificó el olor que desprendían las dos tazas que cargaba Lelouch. Él colocó las tazas en el desayunador y miró expectante a Kallen. Ella se abrazó a sí misma y concentró los ojos en las tazas. Él apoyó las manos en el desayunador.

—Lamento lo de Rolo —susurró Kallen, compungida.

—Está bien. Él eligió su destino —la tranquilizó. Lelouch agarró una taza y se la tendió—. ¿Quieres beber té?

—No beberé nada que hayas hecho sin haberte supervisado, Lelouch. Te conozco.

—¡Oh! Sin embargo, yo no le eché ningún componente extraño al tuyo. De verdad, Kallen. No quiero mentirte nunca más. Me duele verte lastimada y sé que mis mentiras te hieren —alegó su amante.

Lelouch esperó paciente una reacción de Kallen. Le habría bastado que ella hubiera aceptado la taza. Pero Kallen cruzó los brazos y entrecerró los ojos obstinándose en su actitud suspicaz. Lelouch sonrió resignado, susurró un «bueno» e ingirió el té de Kallen.

—¿Por qué fuiste a rescatarme? Creí que no te volvería a ver después de delatarte en el juicio. —indagó Kallen, desorientada. Esa pregunta estuvo comiendo su cabeza todo ese tiempo.

—Porque ya he perdido mucho en mi vida y eres lo único que no estoy dispuesto a renunciar —contestó Lelouch estoicamente, dejando la taza—. Eres mi reina, Kallen.

https://youtu.be/08dVih0LNs8

Una réplica como esa movería las fibras sentimentales de cualquiera y en otras circunstancias hubiera conmovido a Kallen. De hecho, las cuerdas de su corazón cantaron como un arpa en su cabeza justo en ese momento y el tierno sonido le pareció insoportable.

—¡¿Entonces para qué me pediste que testificara en tu contra?! —estalló Kallen.

—Para protegerte, lo sabes. Era la mejor medida de seguridad —dijo Lelouch con la misma entonación monótona.

—¡¿Y de qué sirvió eso si jodiste todo atendiendo la provocación de Schneizel?! ¡Sabías que él no me iba a hacer daño y, aun así, fuiste! ¡¿Te das cuenta que Rolo no estaría muerto, si te hubieras quedado inmóvil?! —reprochó Kallen. Su rostro se había inflamado al rojo vivo—. ¿Por qué no me protegiste tú mismo? ¡¿Por qué no me dejaste ir contigo?!

—¡Porque no voy a pedirte bajo ningún concepto que traiciones tus valores ni que sacrifiques tu vida por mí! ¡Es inadmisible! —espetó Lelouch elevando su voz a una nota octava—. Tú puedes aspirar algo mejor que una vida de fugitiva. Eres una maravillosa abogada y quiero que más personas lo noten y te admiren. Esto era lo que Naoto y tú deseaban y yo te prometí que te ayudaría a cumplir tu sueño. ¡Eso estoy haciendo! Tienes un porvenir brillante.

—Pero, ¡¿qué hay de tus sueños, Lelouch?! ¡No puede ser que toda tu existencia se reduzca a una venganza! ¿Yo puedo aspirar a un futuro feliz y tú no? ¿Pretendes que me siente a ver cómo arruinas tu vida? ¡No es justo! Lelouch, mi sueño no está completo si no estás conmigo para celebrarlo —declaró Kallen, al mismo tiempo que se encaramaba sobre el desayunador. Lelouch cogió su taza y reculó. Kallen se bajó y se dirigió retadora hacia Lelouch que seguía volviéndose hacia atrás—. Ven conmigo. Renuncia la venganza. Olvídate del crimen de hace diecisiete años, de las muertes que ocurrieron y de tu familia. ¡Todo! ¡Tómame ahora y hazme tu esposa en un lugar muy lejos de aquí! ¡Aún no es tarde!

—Pero, Kallen, tú dijiste...

—¡Ya sé lo que dije y no me importa! ¿No lo comprendes? ¡No he dejado de amarte, idiota! —sonrió Kallen con tristeza. La curva de sus labios estaba temblando—. Sé que seríamos ser muy felices juntos, Lelouch. Visualízalo. Podríamos ser solos tú y yo. O podríamos adoptar una mascota. Un perrito o un gatito. ¡No lo sé! —se rio. Seguidamente, Kallen tomó la mano de Lelouch y la condujo a su vientre. Añadió con timidez—: o podríamos tener un hijo. Sabes, estoy abierta a la idea de ser madre y quisiera que fueras el padre de mis hijos. ¿Qué dices?

—Todo suena maravilloso —admitió Lelouch con una sonrisa saturnina—. ¿En serio quieres formar una familia conmigo, aunque sea un monstruo?

—¡Claro! No eres un monstruo feo. Tampoco eres uno malvado.

https://youtu.be/cx95R3yMuLc

Lelouch tropezó con la nevera. Ya no había camino detrás de él por el cual escapar de Kallen que por una vez lo había acorralado. Kallen sabía que Lelouch aún podía someter su voluntad y le sostuvo la mirada no porque lo estaba desafiando a hacerlo para relegarla, sino porque confiaba que no lo haría. Lelouch sabía que no tenía oportunidad de ganarle a Kallen en una pelea y que ella nunca usaría esa ventaja sobre él, así como tampoco lo traicionaría a la policía independientemente de su respuesta. Lelouch creyó revivir esa conversación. Shirley y Cera también trataron de detenerlo. Las preocupaba que la venganza lo consumiera. Al igual que Kallen ahora. Ella redujo aún más el espacio entre ellos avanzando un paso y metió la mano de Lelouch por debajo de su blusa. Lelouch cerró el ojo y acarició la piel sedosa de su cintura. Kallen amoldó su propia mano en la mejilla de Lelouch y presionó su frente contra la suya. Lo besó con cautela. Casi como si temiera estar probando un veneno. Solo hasta después de que Lelouch le devolviera el beso, Kallen profundizó el contacto y ya no fue tan cuidadosa: deslizó sus dientes a lo largo de su labio y lo mordió. Como un cuchillo, inesperadamente el dolor traspasó el ojo de Lelouch trayéndolo devuelta a la realidad. Tuvo que terminar el beso.

—¿Qué ocurre, Lelouch? —inquirió Kallen todavía con los ojos cerrados. Abrirlos suponía romper la inmersión en el momento. Ella quería quedarse ahí con él.

—No puedo, Kallen —manifestó Lelouch quedamente.

Acto seguido, Lelouch rodeó a Kallen y se distanció unos cuantos metros. Kallen se giró y le gritó a su espalda:

—¡¿Por qué no?!

—Tú lo dijiste. El corazón quiere lo que quiere, incluso si eso es lo peor para él —murmuró Lelouch viendo el vaso en su mano. Bebió el contenido—. Necesito terminar este viaje, ¡uh!

El cuchillo que Lelouch se imaginaba enterrado en su ojo se retorció. Un ramalazo lo torturó largamente. Lelouch se cubrió la cara y se encorvó sobre sí mismo. Sus rodillas le fallaron al doblarse. Lelouch se sujetó el estómago y liberó un alarido de dolor.

—¡Lelouch!

—¡No me toques!

Lelouch se alejó de la pelirroja sin dejar de protegerse el ojo. El dolor se fue tan pronto como vino. Lelouch abrió el ojo y el Geass se activó automáticamente. Trató de apagarlo. Este, sin embargo, no respondía ante sus órdenes. «¿Qué pasaba?». Lelouch observó su propio reflejo en la superficie impecable y cristalina del desayunador. Ahora no podía ser alguien diferente a un monstruo tuerto con una cicatriz que le surcaba la cara y un ojo brillante. Ya nunca más podía ocultar lo que era porque todos eran capaces de verlo. Kallen seguía discutiendo:

—Lelouch, tú mismo me dijiste que estábamos juntos en esto. Incluso te disculpaste conmigo por haberme dejado sola la otra vez. ¡¿Cómo te atreves a tomar una decisión importante sin mí?! —sollozaba ella—. ¡Somos uno! ¡Tu felicidad es mi felicidad! ¡Tu dolor es mi dolor!...

—¡No puedo compartir mi destino desgraciado contigo! —replicó Lelouch, volviéndose con rudeza. Kallen se sobresaltó al ver el sigilo del Geass en su ojo—. Yo...

—¡Cállate, Lelouch! Si dices «te amo», ¡nunca te lo perdonaré!

https://youtu.be/Q4_Psg5mV4c

Lelouch dejó caer la taza y sujetó a Kallen por la cintura. La atrajo hacia él de un tirón. Kallen frenó el avance presionando su pecho y sus labios con ambas manos, cuando Lelouch estaba inclinándose mientras su párpado caía y sus labios se abrían en busca de los suyos. Entonces, el diabólico ojo de Lelouch aterrizó sobre el precioso dije de corazón de plata. Una sonrisa iluminó su rostro. Kallen no podía moverse ni desviar la mirada y no fue porque estaba bajo el poder del Geass de su amante, se trataba de la irresistible atracción que había entre ambos. Su cuerpo respondía naturalmente a Lelouch.

—Hazlo. No quiero tu perdón —expresó con audacia y tomando su mano. Besó sus nudillos. A Kallen se le escapó su aliento—. Te amo.

El cielo tronó y Kallen y Lelouch se lanzaron a comerse la boca del otro violentamente. Entre tanto sus lenguas se enzarzaban furiosamente la una contra la otra, Kallen deslizó fuera de sus hombros el chaleco negro que Lelouch traía puesto y se lo quitó con urgencia. Enseguida sus manos se escabulleron por debajo de su camisa gris y con ansias locas se pasearon por su piel suave y caliente. En ese mismo momento, la pelirroja se percató de lo mucho que deseaba que Lelouch la reventara allí mismo. Decidió persuadirlo con su cuerpo a quedarse. Lelouch subió los brazos y Kallen le sacó la camisa por arriba. Él encajó los dientes en la curva de su cuello y ella gritó de dolor y placer de manera alternativa al unísono que arañaba la espalda desnuda de Lelouch marcando su territorio. Los rasguños se confundieron con las caricias, de igual modo que los salvajes besos se mezclaron con cariñosas dentelladas. Era imposible asegurar si estaban arremetiéndose o si estaban en la etapa previa del sexo rudo. Había amor y lujuria en aquella orgía de mordiscos, besos y chupetones, así como también dolor, coraje y frustración. 

En algún punto, Kallen terminó pegada contra la pared con una pierna alrededor de la cintura de su amante y las uñas de las manos enterradas firmemente en sus hombros. A su vez, Lelouch apretaba su cuerpo contra el suyo sujetando su trasero mientras vaciaba sus ansias en ella. Tenía la rodilla estratégicamente ubicada en la entrepierna de la mujer. Minuto a minuto, Lelouch presionaba implacable su ingle con la rodilla, provocando contracciones deliciosas en Kallen. Estaba sedienta. Bebía sus poros a lengüetazos. Pero la piel mojada de Lelouch no podía apagar la hoguera en su vientre. Los gemidos de los amantes creaban una sinfonía nocturna que llenaba la cocina. El nombre de Lelouch en la boca de la pelirroja se había vuelto un mantra de tantas veces que lo había repetido. Kallen estaba mareada. Lo dejó pasar al principio. Estaba abismada en el torrente de pasión al que su amante la había enviado. Ya cuando él estaba succionando su cuello, su vista se emborronó. Kallen tomó consciencia de su estado entonces. Se sentía débil. Kallen bajó la pierna.

https://youtu.be/3jNvk8bDXU0

—Lelouch... —resollaba Kallen contra la boca de Lelouch que la besaba insistentemente—. Mi amor... Vamos a parar. No me siento...

Lelouch gimió. Se había cortado con el filo de los labios de Kallen. Se separó de ella. Lelouch sintió la sangre fluir por su labio. No le dio importancia. Las piernas de Kallen habían dejado de sostenerla. Lelouch la envolvió en un abrazo protector. Besó con ternura su frente.

—Algo me pasa. No sé... —Kallen, que había recostado la cabeza en el pecho de su amante, miró a Lelouch y se percató de algo extraño en su expresión—. ¿Qué me hiciste?

—Te dije que no eché nada en tu té y era cierto. Lo que no te dije es que eché algo en el mío.

La luz de la razón se abrió paso en Kallen al término de que caía un relámpago.

—¡Lelouch! ¡Maldito! —gimoteó Kallen. Lanzó un golpe contra su pecho. Este perdió toda su fuerza. Lelouch pasó el brazo por debajo de las piernas de Kallen y la levantó.

Lelouch llevó a Kallen a su dormitorio y la depositó en su cama con amabilidad. La acomodó en la postura de recuperación. Lelouch observó que Kallen se aferraba con uñas y dientes al borde de la consciencia. Lastimosamente, sus ojos estaban viniéndose abajo en contra de su voluntad. A buena hora, Lelouch recordó que el fuego azul era el más ardiente y podía sentir cómo la mirada de Kallen lo estaba abrasando. Incómodo, Lelouch rompió contacto visual y sacó del bolsillo de su pantalón un pequeño frasco y lo colocó en la mesilla de noche con la etiqueta del mismo hacia la puerta. Se agachó y plantó las manos en la orilla de la cama.

—Perdóname, Kallen. Todo esto es mi culpa: te busqué y deliberadamente coqueteé contigo para granjearme tu apoyo. Apercibí que tenía un efecto en ti y decidí usarlo a mi favor. Pero, en realidad, no tuve la intención de amarte: tú solo entraste en mi corazón. Y, por eso mismo, debo arrancarte de él. Te ofrezco mil disculpas por haber sido deshonesto contigo y por haber intentado usarte. Te he lastimado bastante y no quiero seguir haciéndolo —sollozó Lelouch—. Me hubiera encantado conocerte en una mejor época, porque estoy seguro de que habríamos sido felices juntos. Eras la mujer correcta en el momento incorrecto. Gracias...

Lelouch se levantó abruptamente y salió. Recogió su camisa y se la puso de nuevo. Socavada por la somnolencia, Kallen sacó todas las fuerzas que le quedaban para empinarse sobre un codo y lanzarle una última advertencia: «¡Si cruzas esa maldita puerta, nunca te perdonaré, Lelouch!». El aludido reprimió una mueca de dolor y partió lejos.

https://youtu.be/F9UJpHLtbaU

El veneno que administró Lelouch a Kallen fue un pedido especial del propio Lelouch a Rolo. Habiendo sido entrenado en el asesinato, él estaba versado en diversos métodos, incluyendo tipos de venenos. Lelouch estaba al tanto de que ciertos tipos desencadenaban síntomas más agresivos y no era su pretensión agriar sus próximas horas generándole sufrimiento, así que le pidió a Rolo que le indicara uno que le indujera la somnolencia. En respuesta, él le entregó el cloroformo que había empleado para adormecer a Cornelia y le dio instrucciones precisas de cómo prepararlo. Lelouch no pasó inadvertida la mirada furtiva de Cornelia y le comentó que el veneno que ella tenía fue aún más fácil de conseguir, en comparación. Lelocuh le contó que el veneno que mató a Euphemia provenía de las semillas de una planta que crecía en el invernadero de los Britannia y extrajo una muestra de allí mismo durante el tiempo que pasó en la mansión. De ahí que Cornelia se dirigió al invernadero tan pronto retornó con Schneizel. 

Aquel invernadero estuvo siempre en la mansión, inclusive desde antes de que naciera, y, sin embargo, esta era la primera vez que se adentraba. Cornelia detestaba la jardinería. No tenía la paciencia requerida para cuidar plantas, la abrumaban los olores de los abonos y el polen y la sacaba de quicio ensuciarse de tierra. A su madre le encantaba, en cambio. Consideraba las plantas como las amigas que le hacían falta. Euphemia fue la única que se ocupó de ellas tras su muerte. Acostumbraba a recoger las flores caídas del invernadero y elaborar sencillos arreglos florales para traer color, luz y calidez a algunas habitaciones. La mansión era lúgubre y fría, sobre todo en la época invernal. «¿Sabías que cada flor tiene su personalidad?», ella le había manifestado una ocasión que estaba regando a algunas de las plantas interiores de la mansión con un rociador. «Esta de aquí, por ejemplo, es una orquídea. Es elegante y soberbia porque sabe que es la más hermosa. Este de acá es un tulipán. Es amigable y tímido. Contrario al girasol que es alegre y extrovertido. Si no estoy equivocada, me parece que esa era la flor favorita de nuestra madre». «¿Y la tuya?», le había preguntado Cornelia a su vez, a sabiendas de cuánto le apasionaba el tema. «Rosas rosadas. Gentiles y bondadosas, aunque herméticas y tristes». Cornelia no imaginaba que Euphemia estaba hablando de sí misma.

El invernadero de los Britannia era una infraestructura de hierro fundido y cristal. Albergaba una sociedad variopinta de plantas y flores. La familia Britannia tenía contratado un jardinero para prodigarles todas las atenciones y cuidados a cada planta. Cornelia buscó con la mirada inquisidora el infame ricino que le robó la vida a Euphemia. Esa noche el polen colmaba todo el lugar al punto de congestionar sus fosas nasales. Cornelia se animó a sí misma diciéndose que no le tomaría tanto tiempo. Su búsqueda la condujo ante un arbusto con tallo escarchado y ramoso, hojas grandes, rojizas y pecioladas y flores. La ingesta de un puñado de las semillas del ricino era letal. Lelouch le había enumerado algunos de los síntomas que presentaban las personas intoxicadas por ricino y Cornelia quedó horrorizada en cuanto los reconoció como los síntomas de la enfermedad de su hermano moribundo, pero Cornelia guardó sus sospechas en su corazón bajo llave. Posteriormente, el presidente Schneizel encontró a su hermana en la penumbra de la noche. Él la distinguió de espaldas junto a una mesa de madera en donde había algunas herramientas.

—¿Tú aquí? Creí que se te hacía insoportable estar en contacto con la tierra y la humedad —apostilló el presidente.

—Necesitaba estar a solas con mis pensamientos. De haber sabido cuán tranquilo y pacífico era el invernadero, habría venido con anterioridad —explicó Cornelia, girándose hacia él. La mujer todavía usaba el cabestrillo que Rolo improvisó. Si bien había pasado algunos días, le dolía la doble fractura. Schneizel dijo que reservaría una cita médica y la acompañaría en la revisión—. ¿Querías hablar conmigo?

—No realmente, aunque había una información que me apetecía transmitirte. Pensaba esperar hasta mañana, pero, ya que estás despierta, no tengo motivos para postergarlo más. La policía perdió a Lelouch durante la persecución. Atraparon a su cómplice. Desafortunadamente, él acabó con su vida antes de que la policía pudiera interrogarlo.

—No sé de qué te sorprende —bufó, ladeando la cabeza—. Lelouch siempre ha estado diez pasos por delante de todos. Es astuto.

—Razón no te falta, querida Cornelia —le concedió el presidente sonriendo ofensivamente—. ¿Por qué no te vas a descansar? Este día ha sido una montaña rusa de emociones. Luego ya iremos con el médico para que te revisen esa mano.

Todo lo que ella había hecho durante su cautiverio había sido comer, tomar siestas, intentar fugarse y sufrir en silencio por sus dedos fracturados. Nunca antes se había sentido tan lúcida. Con todo, decidió seguirle el juego.

—Cierto. Debería seguir tu consejo —asintió. Cornelia le echó una mirada al ricino, acto seguido—. Tal vez le pida a la sirvienta que me prepare un té para relajarme. ¿Qué te parece?

—No te lo recomendaría —contestó con donaire—. Esa planta es ricino. Es venenosa.

—¿Ricino? ¿No es la planta que envenenó a Euphemia?

—Eso creo recordar.

—¿Tú crees que fue esta planta la que usó el asesino?

—Es una posibilidad. El asesino pudo tomar las semillas de esa planta para eliminar su rastro.

Inconscientemente, Cornelia cerró los dedos alrededor de su cuello. Se había sentido ahogada por la falta de oxígeno de golpe. Como si el diabólico ricino canalizara todo el aire del lugar. El presidente debió olfatear el cambio de atmósfera. No era normal que Cornelia se anduviera con rodeos. Cornelia lo contraatacó de frente.

—¿Fuiste tú? ¿Tú mataste a Euphemia? —lo interpeló sin cólera en la voz.

—¿Nuestro hermano prófugo te dijo eso?

—¡Esa es la conclusión a la que llegó mi investigación personal! ¡Schneizel, quiero la verdad! —exigió Cornelia. La resistencia muda de su hermano la enardeció. Lo conminó a hablar—. Si alguna vez me respetaste y me quisiste, no me mentirás más.

Los ojos escrutadores de Cornelia se aferraban con firmeza al semblante de Schneizel, atentos a cualquier parpadeo o convulsivo temblor de los nervios faciales que derrumbara la perfecta fachada de su hermano. Mas él se había sobrepuesto magistralmente a cualquier emoción que se hubiera apoderado de su corazón. Las ventanas del invernadero despidieron un resplandor blanco, precedido por un trueno que sofocó la respuesta de Schneizel.

—Lo hice.

La quijada de Cornelia se le quedó descolgando. Le tembló el labio inferior.

—¿Por qué?

—Porque ella traicionó a la familia al unirse a Lelouch.

—¡Euphemia era TU FAMILIA y tú la mataste! —corrigió con encono—. ¡Ella te adoraba!

Cornelia agarró unas tijeras de podar de la mesa y la blandió contra su hermano. El presidente Schneizel se sobresaltó. Impactado. Miró las tijeras y seguidamente a Cornelia. Ella se había roto los huesos de la mano izquierda y, aunque era diestra, temía que las fracturas redujeran su defensa y entorpeciera su ataque.

—¿Me matarás, Cornelia? —inquirió Schneizel, su entonación seguía siendo tan cortés como siempre.

—Si no te mato ahora, no sé a cuántos más matarás —masculló Cornelia.

—Es cierto —reconoció Schneizel asintiendo—. Haz lo que debas hacer.

—¿No tienes miedo?

—Eso no importa. Debo enfrentar el castigo por mi crimen. Fallé en mi deber con la familia. No pude proteger a Euphie de las peligrosas flechas de Cupido. No pude alejarla de Lelouch. Elegí ser un buen presidente antes ya que todavía no era demasiado tarde para salvar el legado de la familia y la compañía —Schneizel acortó la distancia y presionó con su pecho la punta afilada de la tijera. Cornelia se tensó. Schneizel ordenó con arresto—: ¡hazlo!

https://youtu.be/S4-Hn2d4u34

Cornelia tragó saliva. Intentaba adivinar si estaba actuando o estaba diciendo la verdad. ¿De veras lo atenazaba la culpa o era una estrategia para escapar? Ni siquiera estaba segura sobre quién amenazaba. El ser frente a ella era un desconocido. Un maldito monstruo que se había vestido con la piel de su querido hermano. De súbito, el silencio fue cortado por un taconeo.

—En realidad, Schneizel mató a Euphie porque le prometió que ayudaría a Lulú a encontrar pruebas que revelaran que mi muerte fue un complot de Charles para encubrir las actividades ilegales de la empresa —dijo Marianne. Cornelia se volvió en shock. Schneizel empalideció. A saber, si de rabia o sorpresa—. No pongas esa cara, querido mío. Esto me concierne...

—¡¿Tú?! ¡¿Qué no deberías estar...?!

—¿Muerta? ¿Por qué no vienes y lo compruebas? —alentó Marianne extendiendo las palmas hacia arriba, como si estuviera mostrando que no tenía marcas de clavos.

—¡MALDITA SEA! ¡NO!

Schneizel fue veloz. Le arrancó las tijeras de las manos en ese instante de descuido y hundió el filo de las tijeras en la gran vena detrás del oído. Cornelia soltó un agudo alarido. Schneizel la empujó contra la mesa de madera. Retuvo su cabeza allí, con la nariz aplastada con fuerza y la sangre empapándole el rostro, mientras la apuñalaba a sangre fría. Cornelia sangraba y sus contorsiones aceleraban la hemorragia. ¿Y Marianne? Ella contemplaba la cruenta escena con mórbido interés. Casi sin parpadear. Cornelia dejó de moverse, a la larga. Él se dejó caer extenuado y se arrastró jadeando ruidosamente igual que un animal agonizante. Schneizel se apoyó contra la pared y flexionó una rodilla. Algunos de sus mechones rubios se le habían adherido en la frente húmeda. Marianne se inclinó sobre la moribunda y comprobó su pulso. Palpitaba débilmente. Enseguida se acercó a Schneizel. Su traje blanco estaba teñido de rojo. Unas cuantas gotas habían salpicado su pantalón. Las manos estaban ensangrentadas. ¿Quién diría que apuñalar manchara tanto?

—¡Vaya! No creí que fueras el tipo de persona que hace el trabajo sucio.

—No molestes, por favor...

La voz terriblemente azucarada de Marianne empalagaba al presidente Schneizel. No estaba de humor para aguantar sus burlas.

—¡Oh, solo fue un cumplido! No quise molestarte —se rio—. ¿Te gustaría que te dijera por qué Charles nunca te hizo partícipe del Proyecto Geass? —inquirió Marianne frotándose los dedos. Schneizel la entrevió curioso por el rabillo del ojo—. No fue porque no te amara. Fue porque eres un egoísta. Serías incapaz de dar tu vida por la empresa y el Proyecto Geass. No tienes sentido del sacrificio —explicó Marianne. Estaba disfrutando como nunca importunar a Schneizel. Agregó con malicia—: te confieso que en su momento estaba de acuerdo con mi osito. Ahora bien, después de oírte implorarle a tu hermana que te sacara de tu miseria, no pienso que seas del todo egoísta. Eres un cobarde sin voluntad de poder simplemente.

Marianne procedió a reírse. Tenía una risa burbujeante. Cautivadora. Inolvidable. Se le había grabado a fuego en la memoria la primera vez que sus oídos la pescaron sin querer. El impulso de apuñalarla lo sedujo. ¿Para qué mentir? Él siempre tuvo curiosidad por saber qué se sentía matar a alguien. De ahí que se ofreció a llevar el último té envenenado a su propio hermano. Él siempre quiso hacerlo. A su juicio, el poder sobre la vida y la muerte era la fuerza existente más grande. Inclusive aún más que el poder adquisitivo. La cosa era que todo poder tenía un alto precio y el del más poderoso de todos era una maldición terrible. Solo que Schneizel no sintió su peso hasta que sus ojos se posaron sobre el cuerpo inerme de su hermana acostado encima de su propia sangre. Antes no había sentido asco ni miedo ni placer ni disgusto. Ahora estaba empezando a sentir algo distinto. Schneizel prorrumpió con una risa baja. Medio aire, medio risa. Kanon entró en el invernadero.

—Señor presidente, hemos encontrado la sala de control que operaba su padre remota... —Kanon se interrumpió apenas divisó a Cornelia desangrándose y a su amante manchado con su sangre—. ¡Santos cielos! ¿Qué sucedió?

Schneizel giró la cabeza hacia él y le dio una sonrisa enajenada. Tenía los ojos lacrimosos. Le dijo serenamente:

—Me cansé de ser el hermano perfecto.

N/A: intenso. Así definiría el capítulo y, a pesar de eso, me encantó escribirlo. No pueden decirme que no estaban advertidos porque Lelouch dijo la vez pasada que el último acto era el más sangriento de todos y el poema que él le contó a Kallen en la fiesta también era un presagio de la dolorosa despedida de Lelouch y Kallen. Me gustaría revelar que la línea de Kallen: «Si dices "te amo", ¡nunca te lo perdonaré!» es un diálogo desechado de la serie original que decidí inmortalizar en el fic. Se presume que se lo decía a Lelouch en el episodio 22. En teoría, esa escena que leyeron de nuestra pareja es mi adaptación del último diálogo de Lelouch y Kallen. Fue una escena que yo ansiaba escribir y tenía planificada en mi cabeza. Aunque en mi novela tiene una carga dramática mayor, las escenas representaron la última oportunidad de Lelouch de renunciar a sus planes. Ni siquiera en el canon cuando reapareció Nunnally puso a Lelouch en semejante aprieto. Y, como ya sabemos, Lelouch decide seguir adelante.

Siempre que escribo las escenas eróticas de Lelouch y Kallen, no puedo evitar pensar en el Lelouch torpe canon que no tenía idea sobre relaciones románticas o cómo tratar a las mujeres y en la nerviosa Kallen que se sonrojaba ante la insinuación de sexo; no obstante, me parecería aún más extraño que unos Lelouch y Kallen de 28 años que han tenido parejas sexuales en el pasado se comporten igual que sus contrapartes de 18 años en ese aspecto (y eso que mi Kallen, al principio, era un poco tímida y a medida que fue ganando confianza como abogada, igualmente lo hizo con su sexualidad). Desde que mis Lelouch y Kallen confesaron sus sentimientos, sus escenas presentan un alto erotismo. Lo sé. En parte atribuyo la culpa a sus caracteres apasionados y su noviazgo tan reciente (y corto). En parte es porque me preocupaba que no hubiera suficientes escenas eróticas y románticas de nuestros tórtolos, a sabiendas de que la relación desembocaría en este punto. La relación romántica de Lelouch y Kallen es más importante de lo que parece en esta historia. Tal vez no lo apreciarán hasta más adelante. Así que para mostrar la profundidad de su relación procuré acompañar estas escenas de diálogos significativos (esta es una de las cosas en que fracasa espectacularmente el romance juvenil y Young Adult). Siento que sumó bastante a la narrativa ya que, aparte de desarrollar la relación de Kallen y Lelouch, sacó a relucir la faceta más vulnerable de nuestro héroe. Por vez primera, vemos a Lelouch sentirse cómodo con su vulnerabilidad y eso es fundamental. Del mismo modo, añadí algunas «pruebas de amor» (por asignarle un nombre). Lelouch tuvo la suya aquí. Creo que por eso las escenas de Lelouch y Kallen son extensas en esta tercera parte. Pero ha valido pena. Soy incapaz de ponerlas en orden de preferencia ya que todas me ofrecen algo distinto. Esta escena y la de Suzaku en el cementerio fueron mis favoritas en este capítulo, al menos.

Ese momento en que Suzaku abraza su yo niño y se perdona a sí mismo fue desgarrador y, simultáneamente, catártico. Estoy orgullosa del resultado. Siento que Suzaku tendrá la sanación que no vimos en el canon y, por eso, no puedo sentirme más contenta por él. Después de 40 capítulos, Suzaku está en paz consigo mismo y al fin podrá continuar con su vida. Ahora solo quedan dos pasos más para completar su arco narrativo.

Quien finalizó su arco en este capítulo fue Rolo. Mi escena no fue tan emotiva como en el anime, pese a que el subtexto fue el mismo. Pero creo que la muerte era el final más piadoso para él, tomando en cuenta las acciones de Rolo y la resonancia que tendría en Lelouch. Además de que estaba en consonancia con las consideraciones que he arrojado sobre la venganza. Okouchi y Taniguchi ya han declarado que la serie está alineada con su moral. Para ellos, la muerte es un castigo, a no ser que se dé en condiciones injustas. Para mí, no necesariamente lo es. Es el caso de Rolo. En el caso de Bismarck Waldstein sí es un castigo hasta cierto punto, empero mi intención fue sobre todo pragmática. Con Cornelia, digamos que estaba sacándome una espina que tenía atorada desde el episodio 23 de R2... De todos modos, ella no está muerta.

Amé leer este capítulo y no tuve que editar mucho. Espero que ustedes la hayan pasado tan bien como yo. Voy a proceder con las preguntas, si les parece bien: ¿Kallen le habrá pedido un favor a Schneizel? Si es así, ¿cuál? ¿Qué les pareció la conversación entre el abogado Waldstein y Suzaku? ¿El abogado cometió un error al subestimar a Suzaku? ¿Habría sido mejor que Suzaku no matara al abogado o hizo lo correcto? ¿Qué opinan de la escena del cementerio? ¿Creen que Lelouch cumplirá su amenaza a Schneizel de que beberá la sangre que ha derramado? ¿Cómo? ¿Fue estúpido por parte de Lelouch ir a rescatar a Kallen? ¿Qué piensan del sacrificio de Rolo? ¿Qué me pueden decir de la escena de Lelouch y Kallen? ¿Adivinaron que el favor que Lelouch le pidió a Kallen en el capítulo 35 era traicionarlo en el juicio? ¿Por qué el Geass de Lelouch se activó de forma permanente? ¿Lelouch se equivocó al rechazar la oportunidad de escapar con Kallen? ¿Cuáles son sus pensamientos de la confrontación entre Cornelia y Schneizel? ¿Qué les parece lo que reveló Marianne a Schneizel? ¿Cómo se desarrollarán a partir de aquí los acontecimientos? ¿Cuál fue la parte que más los sorprendió? ¿Cuál fue su escena favorita? ¿Qué expectativas tienen?

Muchas gracias por llegar hasta aquí, malvaviscos asados. Nos leemos en el capítulo 42 de Code Geass: Bloodlines: «El Caballo Blanco y la Reina Negra». ¡Cuídense! ¡Besos en la cola!

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