Capítulo 4: Decisión

La fiesta con motivo de la celebración del nombramiento del presidente Schneizel se extendía por la mansión de los Britannia. El centelleo del aire cargado de luces y aroma eran tan fuertes que ofuscaban. Por los amplios salones, los corredores y el vestíbulo se movía la masa en tanto la orquesta interpretaba en el escenario una sinfonía de Mendelssohn. Estaban presentes todas las personalidades en el campo de las finanzas, varios militantes del partido del presidente Charles, algunos ministros, científicos, algún que otro representante del cuerpo diplomático y gente del mundo de la televisión.

Euphemia iba ataviada con un elegante vestido blanco que asomaba ver unas finas sandalias. En la cola de este, destacaban dibujos de flores bordados con hilo de seda plateada. Llevaba unos largos pendientes y el cabello recogido en un despreocupado moño que liberaba adrede un mechón, lo cual permitía admirar su hermoso cuello de cisne al desnudo. Caminaba a su lado su hermana luciendo un vestido metalizado color lila. Euphemia se limitaba a saludar a los invitados que iban llegando y acercándose a ellas, pero la verdad era que su cabeza estaba en otra parte. Se preguntaba si Lelouch había comparecido. Recorrió el lugar con la mirada hasta que identificó a un hombre de espaldas vestido con un esmoquin negro contemplando absorto un tapiz de la figura de un león dorado. Euphie tuvo una sensación de déjà vu. ¡Debía ser él!

—¿Buscas al abogado? —preguntó Cornelia cautelosa, tras debatirse para sus adentros cómo referirse al amigo de su hermana.

—Sí —admitió, ruborizándose—. Creo que lo veo. ¡Ven! Me encantaría que lo conozcas —exclamó entusiasmada sujetando la mano de Cornelia. La mujer no tuvo corazón para poner resistencia. Euphemia la arrastró consigo—. ¡Lelouch!

El individuo se dio la media vuelta al escuchar su nombre y les regaló a ambas una de sus encantadoras sonrisas. No se había equivocado. Era él. Quizás porque estaba acostumbrada a verlo en un traje negro. Bueno, no podía afirmar que no resaltaba su porte. Tan solo cambiaba un detalle: en lugar de una corbata elegante, usaba un corbatín.

—Hola, Euphemia. Ella debe ser tu hermana —dijo volviendo la cabeza hacia Cornelia—. Es un placer conocerla. Soy Lelouch Lamperouge.

Acto seguido, le ofreció la mano. Ella se la estrechó. Su apretón era firme como su mirada. Por fin, se daba el gusto de conocer a la directora general de Britannia Corps en persona. Aunque no tenía la fama de ser la mujer más hermosa de Pendragón, como su hermana, era guapa. Tenía una figura escultural. Bien pudo ser una modelo. Pero su expresión era tan rígida que un reportero podría describirla como «tallada en madera». Tenía la fama de ser una mujer de armas tomar. Algunos la llamaban «bruja». Independientemente si fue con la intención de zaherirla o no, Cornelia había acogido el apodo con orgullo.

—El placer es mío —expresó, severa—. Cornelia li Britannia, supongo que Euphie debe haberle hablado de mí como ha hecho de usted con nosotros.

—No muy asiduamente —repuso. Se dirigió a la joven Britannia—. ¿En serio, hiciste eso?

La bella y aturullada Euphemia no sabía adónde mirar. Había algo de razón en sus palabras.

—Un poco demasiado, tal vez —balbuceó.

—Euphie, tengo que ir a recibir más personas. Puedes quedarte con el abogado Lamperouge y hacer su estancia amena —anunció Cornelia de súbito, a sabiendas de que ese era el deseo de su hermana—. Espero que disfrute la fiesta —añadió a Lelouch.

Dicho eso, se retiró. Sus tacones de aguja remarcaban con fuerza sus pasos. La mirada de Euphemia se encontró con la de Lelouch que había tenido la misma intención. Su sonrisa se amplió más, divertida por la sincronía de sus movimientos.

—¿Te gustó este tapiz? Lo mirabas fijamente antes de que te interrumpiéramos.

Ambos le echaron una mirada al tapiz detrás de ellos.

—Es sublime. Explorando la casa fue ineludible reparar cuántas representaciones de león hay —contestó—. Estatuas, tapices, alfombras, ¡incluso en un jarrón!

—Sí, papá los compró. Es su animal favorito —asintió Euphemia.

—No —discrepó con amabilidad—. Es más que eso. El león es el blasón de tu familia. Estoy seguro de que lo vi por aquí...

Lelouch pasó rápidamente por delante de aquella pared repleta de pinturas de principio a fin. Euphemia lo siguió sin entender del todo qué hacía. Fue ante un retrato fotográfico donde se detuvo. Era de la familia Britannia actual. La figura central era el patriarca sentado en un sillón Chester púrpura y mirando al espectador con sus ojos hundidos y diminutos. La melena plateada cayendo sobre sus hombros y la nariz ancha le daban la apariencia de un viejo león. Euphemia lo abrazaba amorosamente por detrás desde la izquierda. Era la única que sonreía. A su lado estaba parada Cornelia. Cuidándole las espaldas. En el flanco derecho, estaba un hombre corpulento de cabello y barba castaños, de quien apenas Lelouch manejaba información. Y un poco más apartado del resto estaba el homenajeado de la noche. Tal parece que la familia estaba en el estudio. Al fondo, atrás del escritorio de madera, se hallaba colgado el escudo de armas de los Britannia en el que un león y una serpiente se encaraban en una danza mortal. Debía ser un retrato antiguo porque Euphemia aparentaba tener dieciséis años.

—¿Quieres escuchar una ironía? No me gustan mis fotos, pero los retratos familiares guardan un encanto —comentó Euphemia.

—¿Quién es él? —preguntó Lelouch sin quitarle la vista al grandulón.

—Mi hermano mayor: Odiseo. Habría sido el heredero de Britannia Corps si hubiera tenido un cuerpo más resistente. Espero que esté descansando en donde quiera que esté —susurró, cabizbaja—. Murió un año después de que nos hiciéramos esta foto. Su partida nos devastó a todos, pero más a papá. Lo perdió de la misma manera que a su hermano —explicó mientras sentía como las palabras se deshacían en su boca.

—¿El presidente Charles tenía un hermano? —inquirió, volviéndose a Euphemia.

—Un gemelo —confirmó, devolviéndole la mirada—. Eran súper unidos. Bueno, podría ser esa conexión especial que hay entre gemelos. Tenía la misma enfermedad que mi hermano y falleció. ¡Él también tiene una foto! ¿Te apetece conocerlo?

Euphemia hizo un esfuerzo por sonreírle, pese a la ola de tristeza que la invadía al pensar. Sin aguardar una respuesta, reanudó la marcha. Ahora era Lelouch quien la seguía. La foto estaba casi al final de aquel mural de retratos fotográficos. Nunca se preguntó como se vería Charles de niño. Ya podía darse una idea. El gemelo era un niño pequeño de nariz de botón, cejas finas, piel pálida y rubio, como su sobrino, Schneizel. En realidad, Lelouch sí tenía cierto conocimiento del hermano de Charles. Se decía que era un prodigio para su edad y que tenía una inclinación por el área de la ciencia. Su único obstáculo, el que no pudo vencer, fue esa rara enfermedad que un Britannia hereda cada generación.

—Veo que el presidente Charles es un hombre casero. Está muy bien: quiere decir que vive su lema —observó Lelouch—. Y percibo, además, que es un gran coleccionista.

—Tiene otros pasatiempos —apostilló Euphemia. Anhelaba alargar la charla tanto como pudiera—. El arte, la literatura, la investigación...

—¿Investigación?

—A veces suele estar encerrado en su estudio por horas o días cuando un tema atrae su interés —aclaró. Ella vaciló unos segundos antes de proseguir—. Papá llegó a obsesionarse, alguna vez, con la inmortalidad. Fundó una comisión en que reclutó a nuestros mejores científicos para llevar a cabo la investigación, pero los resultados fueron nulos. Como cabía esperar. Si lo analizas, sus intenciones no eran malas. Creo que no quería perder más seres queridos. Afortunadamente, se rindió ante la evidencia evitando sufrir una decepción mayor —suspiró, abrazándose a sí misma. Lelouch percibió su preocupación genuina.

—Es entendible: temer a la muerte es una reacción natural y el hombre ha tratado de superar su miedo venciendo su mortalidad. Los artistas descubrieron la manera de perdurar a través de los años con las obras que legaron a la posteridad —indicó Lelouch, acompañando su comentario con un ademán.

—Sí, pero eso es porque cuando vemos un cuadro o leemos un libro, los recordamos. Sucede igual con la familia. Ni mi tío ni mi hermano están con nosotros, sin embargo, su memoria permanece viva en mí y siento que siguen aquí, ¿no es lo que sientes con tu madre? —inquirió. Esta vez fue el abogado el que calló, abismado. Era verdad que los recuerdos eran la mejor manera de prolongar la vida de una persona—. ¿Por qué nos complicamos luchando contra nuestra naturaleza? ¿No es la muerte la que nos hace humanos? Deberíamos aceptarlo, es lo que creo —Euphemia se aclaró la garganta temiendo haber tocado una tecla sensible al hablar de su madre. Cambió de tema—: ¡debes querer conocerlo! Te lo presentaré apenas tengamos la ocasión.

—Lo admito. Se habla tanto de él y se sabe tan poco que tengo curiosidad, pero vine por ti y me gustaría invertir cada minuto de mi tiempo contigo —manifestó, sonriente. Los pómulos de la joven Britannia se tiñeron de rojo y sus labios esbozaron una sonrisa—. Nunca habías estado tan preciosa —agregó. Con cada cumplido, le estaba siendo difícil sostener la mirada al abogado. Seguidamente, los envolvió un silencio que aceleraba los latidos del corazón de la mujer—. Lo siento —prorrumpió—. Me quedé sin cumplidos.

Euphemia se cubrió la boca conteniendo una risita.

—Está bien. No importa —dijo, propinándole un codazo amistoso. Lelouch dio un respingo, desprevenido por el movimiento, lo que causó que riera más. Ya no podía disimular—. ¿Y?

—Bueno, estamos en una fiesta. Me parece que esta sería la forma correcta de proceder...

Lelouch estiró el brazo gentilmente. Euphemia se aferró a él de buena gana. «Si pude hacer que se riera», pensaba el abogado, «¿qué no puedo hacer más adelante?».

https://youtu.be/g9EK1ZqL-G8

Kallen terminaba de arreglarse frente al espejo de su cuarto. Tras demorar horas rebuscando en las tiendas del centro de Pendragón y probándose diversos vestidos, eligió uno negro con una abertura lateral que enseñaba su pierna derecha y un escote en forma de corazón adornado por unas capas de tul asimétricas que caían desde el pecho. El vestido descubría mitad de su espalda y se ceñía a su cintura estrecha marcando su silueta esbelta y curvilínea. Había tenido sus dudas al respecto. Creía que el traje era demasiado revelador. Sin embargo, la opinión de las dependientes y otras compradoras la conllevaron a pagar en caja por él. Allí mismo tuvo que despedirse de dos quincenas de su sueldo. Por último, se colocó un brazalete como único accesorio, se realizó una media trenza desde el flequillo hacia atrás y la sujetó con un pasador. Un look diferente a lo acostumbrado, pensó. Aunque su maquillaje era neutro, el delineador y el rímel profundizaba su mirada. Lucía feroz y glamorosa. Ya estaba lista, aunque se sentía incompleta. Sacó un broche rojo que pertenecía a su madre y se lo puso sobre el pecho. No estaba segura si llevarlo hasta que alguien tocó la puerta y se lo puso. Quizás porque recordó que no tenía toda la noche para discutirlo, quizás porque pensó que era estúpido darle demasiadas vueltas. Quién sabe.

—¿Kallen?

—Adelante.

Ohgi abrió la puerta.

—Kallen, disculpa, la persona que esperas ya está...

No pudo acabar la oración en cuanto ella se giró. Cuando su mejor amigo, Naoto, desapareció de la noche a la mañana, Kallen era una niña, una muy inquieta y alegre, así que la había estado cuidando. Para él, era su hermana afectiva. ¿En qué momento se había convertido en una mujer hermosa?

—¿Suzaku está aquí? —inquirió ante el mutismo de Ohgi. Este se palpó la nuca, estrujándose los sesos por elogiarla, pero su mente estaba en blanco. Solo balbuceaba. Cansada, Kallen se llevó una mano a la cadera—. Bien, no digas nada. Iré a ver —gruñó.

Suzaku esperaba en el interior de la pizzería. Traía puesto un singular esmoquin blanco. Oyó las pisadas de alguien bajando las escaleras. Dedujo que era Kallen. Se volteó. A Suzaku se le desencajó la quijada al vislumbrarla. Si Ohgi hablaba de un modo confuso e ininteligible, Suzaku era peor: apenas podía articular monosílabos.

—¿Kallen?... Tú... Ves... Te ves... ¡Uhm!

Las palabras pugnaban por salir de sus labios y fracasaban en el intento. Kallen arqueó una ceja con impaciencia. Suzaku pensó que debía parecer un tonto, así que forzó una tos.

—¿Tienen ocho años o qué? ¿Tan difícil es decir: "oye, Kallen, te ves bien"? —les reprochó, incómoda—. Y cierra la boca, Suzaku: pareces estúpido. Mejor vámonos o me voy a enfadar.

La pelirroja atravesó el umbral del establecimiento a la velocidad de una bala, dejando a Ohgi y Suzaku abochornados. El fiscal sacudió la cabeza volviendo a la realidad y alcanzó a Kallen afuera. Irían en su deportivo. No era una carroza, pero sí mejor que una moto para asistir una fiesta de élite.

Nada más llegaron, captaron varias miradas. A Kallen le dio la desagradable impresión de que los esperaban. Aun si había estado en otras fiestas, ninguna se asemejaba a lo que estaba viendo. El brillo, el perfume, el rumor. No podía decidirse qué era más centelleante: si las manos enjoyadas de las damas o las medallas de los militares o la generosa luz que la lámpara araña derramaba sobre sus hombros y cuello desnudos y las caras sudorosas de los camareros que iban y venían entre los invitados ofreciéndoles de beber y de comer. Las flores difundían su rico aroma posicionadas en bellos centros de mesa. Kallen se sintió mareada al inhalarlos y tuvo que agarrarse fuerte del brazo de su compañero, casi enterrándole sus uñas. Pero, ¿por qué estaba nerviosa? ¿Por qué caminaba apocada y con la cerviz inclinada como si estuviera buscando en dónde se le cayeron los ojos? ¡No había hecho nada malo y era ridículo temerle a esa gente! Kallen recuperó la compostura irguiéndose y alzando la frente sin enfocar la mirada en un punto particular. Cual si nadie fuera digno de su atención. La nueva postura que asumió favoreció la tela vaporosa del vestido con cada paso. Sentía que flotaba.

Suzaku era otro que necesitaba aferrarse a alguien. No conocía a nadie, pero ellos sí a él. Fueron obligados a pararse numerosas veces a razón de que venían a abordarlos para tener el privilegio de intercambiar unas palabras con él y conocer a su hermosa acompañante, con la excusa de felicitarlo (la premiación fue la semana pasada y sentía que había sucedido ayer). No había sido tan consciente de su popularidad como en ese instante. Contra todo pronóstico, Suzaku se desenvolvió con desparpajo y gentileza.

Extrañamente, tenían la sensación de sentirse apoyados por la presencia del otro.

Para mantener el orden, los Britannia habían asignado a sus convidados las mesas. Suzaku y Kallen debieron compartir la suya con una pareja desconocida. De pronto, se acercó a Suzaku una niña rubia de largas coletas.

—¡Tome, señor fiscal! —le sonrió tendiéndole un dibujo, hecho por ella, de sí mismo— ¡siga defendiendo nuestra ciudad, por favor!

—Gracias —contestó, alelado, aceptando el regalo.

Él subió la mirada. La familia de la pequeña estaba sentada a unas cuatro mesas de distancia. Le enviaron un cordial saludo con la mano. Suzaku reconoció a su abuelo. Era el presidente del Tribunal Supremo. El año pasado, su hijo había sido asesinado y él había sido el fiscal designado en el caso. No hacía falta añadir que obtuvo un veredicto de culpabilidad para el responsable. La niña se marchó saltando alegremente y Suzaku le echó una mirada a Kallen sin saber qué decir. La boca de la pelirroja aflojó una media sonrisa. Era indiscutible que incluso los niños lo adoraban. Era el héroe de Pendragón.

https://youtu.be/mRIAw6LkqlE

La ceremonia dio comienzo entonces. Una ráfaga de viento atravesó la sala seguido de un murmullo: era Charles zi Britannia, quien hacía acto presencia. Los invitados quedaron paralizados por el sobresalto durante el tiempo que el presidente se encaminaba hacia la tarima. La orquesta se puso a tocar en un bajo volumen una melodía pomposa con la cual todos estaban muy bien familiarizados, para acompañar su paso. El frío tomó lugar. Era idéntico a su imagen en el retrato: de nobles rasgos y faz pálida. Su mandíbula cuadrada se elevaba orgullosa, de modo que la bella línea entre la oreja y la barbilla destacaba audaz y fuerte. Sin duda, el presidente tenía un porte señorial. Sus anchos labios se curvaban en una sonrisa ambigua que procuraba paliar el efecto que había causado y un atisbo de cruel melancolía relampagueaba en sus ojos violáceos. Solo en el cuello la piel se plegaba en miles de arrugas desvelando su edad. Cuando el presidente Charles se paró detrás del podio e inició su discurso, todos posaron sus ojos en él y lo escucharon sin atreverse a hacer el menor ruido, como si fuera una especie de divinidad maligna, peligrosa y despiadada convocada por unos mortales codiciosos, egoístas, cobardes y viciosos de placer.

Kallen lo miraba atentamente, mas no prestaba oído a sus palabras. ¿Cuántas veces lo había matado en sus sueños? De un disparo a quemarropa, muerto a golpes, acuchillado, ahogado, incinerado, enterrado vivo y nada de eso la hacía sentir mejor: él estaba ahí y su hermano... La pelirroja se mordió el interior de la mejilla para no gritar de la impotencia.

—Esta fusión con el Grupo Siegfried, que hoy estamos celebrando, es un éxito más que suma Britannia Corps en nuestra meta por alcanzar un futuro mejor. Esto no hubiera sido posible sin la destreza y la perspicacia de un hombre: presidente Schneizel, aproxímese —indicó. El aludido, quien se había sentado en una de las sillas a la izquierda del podio, se puso de pie y avanzó. Con una postura contenida, elegantemente rígida, Charles recibió a su hijo colmado con tímidos aplausos—. He manejado esta empresa por cuarenta años. Cuidándola hasta que llegara el día en que pudiera entregarla. Ese día por fin ha llegado: es hoy. Schneizel —dijo el presidente Charles—, cada día que transcurre es un paso que doy a mi muerte. A partir de hoy, el destino de la compañía está asegurado en tus manos: estás listo. No olvides, hijo mío, que cuando mueras no te llevarás la riqueza ni la fama a la tumba. Esas cosas no duran. Al final, solamente tienes el apellido y tus acciones serán recordadas siempre a través de él —sentenció. Le sucedió una pausa larga y se apartó—. ¡Enhorabuena, presidente Schneizel!

Charles le aplaudió. El entusiasmo fue creciendo conforme se fueron uniendo más vibrantes aclamaciones y jubilosos aplausos del público que se paraban de sus asientos vitoreando un «¡Viva!» o un «¡Bravo!». Las facciones crueles del presidente se suavizaron cuando esbozó una sonrisa extrañamente contenida, como si no quisiera expresar felicidad, ¿modestia, quizá? Únicamente dos concurrentes no se habían dejado arrastrar por el fervor: Kallen, quien ni siquiera aplaudía, y Lelouch, sentado en el extremo de la sala, cuyos aplausos eran más fríos y flemáticos que los del resto. Los aplausos de Suzaku fueron parcos. En su justa medida.

https://youtu.be/52MyfphGa5M

Suzaku pensó en ir a felicitar al presidente Schneizel. Teniendo en cuenta que personalmente fue a invitarlo a su fiesta, sería una descortesía no hacerlo. Kallen sabía que era inútil huir de ese encuentro. Esperaron que se diluyera el gentío alrededor del homenajeado y fueron allá. El presidente Schneizel se volvió hacia ellos con una sonrisa. Kallen no hizo ningún esfuerzo para disimular su suspicacia. No le dio la gana, simplemente. Suzaku hizo los honores.

—Felicidades por su nombramiento, presidente Schneizel.

—Se lo agradezco, fiscal Kururugi —repuso asintiendo con la cabeza—. También le extiendo mis felicitaciones: está bailando con la mujer más bella de la fiesta. Es usted muy afortunado. Le dije que no tendría problema para encontrar pareja —añadió él con dulce cortesía. Kallen parpadeó, incrédula. Acto seguido, esparció la mirada alrededor en busca de la fulana mujer. «¿Se refería a ella?». Se señaló el pecho. Sí, tenía que serlo. No había otros fiscales Kururugi. El hombre le sonrió y le mostró su palma—. Es un placer conocerla, señorita...

—Kallen Stadtfeld —farfulló sin salir del estupor. Dio su mano y él se inclinó para besarla. Apenas sintió sus labios. ¿Lo decía de verdad? ¡Qué va! Habría dedicado la mitad de su vida a cuidar decir una palabra auténtica.

—Kallen —repitió—. Hermosa como una flor de loto roja. Nombre perfecto para una mujer bella —señaló el presidente Schneizel. Si eran mentiras lo que salía de su boca, ¿por qué sus mejillas ardían? Dejando eso de lado, era el primer britano, mejor dicho, la primera persona que conocía el significado de su nombre. El presidente paseó la mirada de Suzaku a Kallen—. Y ustedes son...

—Amigos de la universidad —intervino Suzaku.

Eso no era del todo cierto. No obstante, decirle que eran "colegas" o "compañeros" o "viejos conocidos", como se consideraban el uno al otro, podría resultarle chocante.

—¡Oh! Quiere decir que la señorita es abogada. Es bueno que conserven sus amistades de la universidad —comentó—. Si las atesoran, pueden durarles tanto como la vida misma. El Sr. Maldini y yo somos egresados de la misma facultad... —agregó, refiriéndose a su fiel asistente quien estaba en absoluto silencio, con devota quietud, escuchando al presidente.

Fastidiada, Kallen inhaló profundo y desvió la mirada. Todos disfrutaban de la fiesta. En los pasillos, en los salones, ante el buffet, los invitados se habían esparcidos en grupos o parejas para charlar, bailar, flirtear, admirar al otro, a sí mismos o al poder que se podía permitir tales lujos. En este recorrido visual, distinguió al presidente Charles conversar animadamente con unos hombres. Sintió como la sangre hervía bajo su piel. De forma inconsciente, se empezó a alejar de Suzaku y el presidente Schneizel para dirigirse hacia donde estaba el patriarca de los Britannia. Kallen pasó cerca de una mesa y sin que nadie se percatara cogió un cuchillo de carne. No se detuvo cuando tropezó sin querer con un camarero, sino que siguió de largo. Parecía sumida en un trance. Presintiendo que estaba más cerca, apretó el mango del cuchillo. Justo entonces, unos dedos se cerraron en torno a su muñeca. Kallen se frenó de sopetón. Fue como despertar con un cubo de agua helada. Al voltearse se topó cara a cara con Lelouch.

—¡¿Tú?! ¡¿Qué haces tú aquí?! —masculló retorciendo la muñeca para librarse.

—Fui invitado como tú, si bien, la pregunta correcta es ¿qué te proponías hacer, charlatana? —inquirió con su inconfundible voz templada.

—¡Ya suéltame! —graznó Kallen halando hacia ella su muñeca una vez más.

—Basta, si vuelves a hacer eso, te lastimarás —desaconsejó Lelouch en un tono irónicamente autoritario—. ¿Acaso pensabas matar a Charles sí Britannia? ¿Y después qué? ¿Ir a la cárcel?

Sabía que tenía razón. Kallen no había actuado con conocimiento de lo que hacía. Su cuerpo la condujo hasta ese punto y, de la misma manera, había agarrado ese cuchillo. Podría ser el festivo bullicio y el delicioso néctar de las flores que la habían transportado a una atmósfera parecida a uno de sus sueños y se habrá dejado llevar. Sin embargo, Kallen no quería desistir de luchar. Le lanzó una mirada de advertencia y aun cuando su voz sonaba trémula debido a la rabia contenida, él fue lo suficientemente perceptivo para descubrir un doloroso matiz.

—¡No entenderías! —gimió. Su rostro, desfigurado por un sufrimiento que no podía poner en palabras, demudó a rojo.

—Yo creo que sí —musitó apretando su muñeca más fuerte.

Kallen estaba por patearle la espinilla cuando vio una nube oscura ensombrecer su expresión. Eso la detuvo y la hizo mirarlo fijamente a los ojos como si fuera la primera vez. Se despojó de su orgullo y hostilidad hacia él para buscar en ellos la respuesta a la pregunta que formuló en su mente: «¿a qué te refieres?». No logró formularla en voz alta por una razón desconocida para ella. Permanecieron así unos segundos más hasta que...

—¡Kallen, aquí estás! No te pierdas —interrumpió Suzaku. Kallen soltó el cuchillo y Lelouch lo atrapó antes de que cayera al piso. Disimuladamente, lo colocó en la mesa detrás de él. El fiscal no se dio cuenta—. ¿Lelouch? —y no lo hizo ya que solo se enfocó en el rostro de este, no en sus manos.

Kallen se había distanciado para recobrar el aliento, pero cuando oyó que Suzaku llamaba a Lelouch por su nombre volvió la cabeza.

—¿Lelouch? ¿Tú lo conoces? —preguntó, desconcertada.

—Sí —asintió, asimilando lo que estaba ocurriendo—. ¿Ustedes ya se han visto?

—Así es —confirmó Lelouch—. No sabía que conocieras a Kallen, viejo amigo. Esto es una feliz casualidad —indicó fingiendo sorpresa.

Kallen puso una mueca cuando escuchó cómo Lelouch se dirigió a Suzaku.

—Lelouch, ¿qué ocurre? ¿No íbamos a...?

Euphemia llegó como una estrella pisando la tierra. Y así las parejas se reunieron. Kallen y Suzaku reconocieron a la joven Britannia de inmediato. La habían visto en televisión, portales digitales y portadas de revistas. Los medios describían su arrebatadora belleza como algo extraterrenal. Él no les concedió demasiado crédito creyendo que exageraban. Pero ahora, habiéndola visto, teniéndola frente a él, quedó deslumbrado ante su luz celestial. Euphemia les regaló a ambos una sonrisa amable a modo de saludo. Suzaku, arrobado, se la devolvió.

—Discúlpame, Euphie. Vi unos conocidos y fui a saludarlos. Te presento a Kallen y a mi amigo, Suzaku —señaló Lelouch—. Y a ustedes, les quiero presentar a mi acompañante, la señorita Euphemia.

—¡Encantada!

—Mucho gusto.

Exclamaron Suzaku y Euphemia al unísono. La graciosa sincronía de sus respuestas les sacó una risita. Coincidió con ese momento el fin de la melodía y, por extensión, el primer baile. La sala se llenó de aplausos. Para el próximo baile, el director de orquesta solicitó a los caballeros bailar con una dama que no hubiera venido con ellos. 

Sin más, arrancó un tango.

—¿Me permites? —inquirió Suzaku alargando su brazo hacia Euphemia.

La mujer miró primero a su pareja, quien efectuó un movimiento con la cabeza, y seguidamente aceptó la mano del fiscal. Los dos se adentraron en la muchedumbre compacta de bailarines. Kallen los observó en shock. Aquella acción de Suzaku la irritó. De repente, se olvidó la inquina que sentía contra el abogado Lamperouge y se desahogó en protestas por algo que no la había molestado tanto como sus palabras sí aparentaban.

—¡¿Viste eso?! ¡Nos abandonaron sin más! —chilló, airada—. Suzaku me prometió que no me dejaría sola y se va con el primer par de ojos que le pestañea, ¡ni siquiera me miró antes de proponérselo! ¡Aj! ¡Hombres! —bramó—. ¡Y, a todas estas, ¿a qué te referías cuando...?!

Se giró hacia él. Tampoco Lelouch estaba atento a lo que decía. Sorprendió su mirada penetrante descendiendo por sus curvas. Intimidada, su primer instinto fue abrazarse a sí misma; pues tan expresiva era su mirada que a Kallen la asaltó la impresión que la estaba desnudando en su mente. Resistió a ese impulso cruzando los brazos bajo el pecho para mantenerlos tranquilos.

—Mi cuerpo está bien —refunfuñó.

—Lo está...

A pesar de su aviso, Lelouch continuó con su temerario examen. Que lo dijera en un tono tan apacible, como si nada pasara, avivaba sus nervios.

—¡Dije que mi cuerpo está bien! ¡Mis ojos están aquí! —espetó Kallen dando rienda suelta a su furia. Lo haló de la solapa de su chaqueta y lo agarró por el mentón, forzándolo a mirarla directo a los ojos—. ¡Mírame!

—Te estoy mirando —susurró con una sonrisa burlona. No podía ser. Estaba haciendo justo lo que quería. Lo apartó de un empujón y se recogió un mechón imaginario detrás de la oreja.

Kallen había enrojecido de nuevo. Eso sí, la ira no era la causante esta vez.

—¡¿Te hace gracia?! ¡¿Te gustaría que otros hombres o las mujeres se te quedaran viendo?! No sería igual de divertido, ¿verdad? —farfulló Kallen—. Escucha, no me gusta que me lancen miradas. Es incómodo. Te denunciaré o tal vez no me contenga y te dé tu merecido si te veo haciéndolo nuevo, ¡¿está claro?!

—Lo está —asintió, serio—. Prometo que no te miraré como esos hombres de allá.

—¡¿Qué?!

La pelirroja se volteó para ver donde estaban los supuestos hombres. Lelouch la sujetó por el codo.

—Ya que nuestras parejas nos dejaron tirados, ¿bailarías conmigo?

¿Era una tomadura de pelo o lo estaba proponiendo realmente? Sea una intención o la otra, le pareció una desfachatez. Dado que se había quedado mudo, se inclinó a pensar que lo decía de verdad. Aunque quería mandarlo al carajo, algo en su interior la disuadió. Él lo hacía a propósito para provocarla. Había estado jugando con ella desde que se conocieron, como el depredador que acechaba a su comida antes de abalanzarse sobre ella, confundiéndola con sus vueltas. ¿Acaso molestarla le procuraba placee? Porque no se explicaba a sí misma. La mujer razonó que si se negaba le daría un motivo para burlarse o pensar que tenía miedo. No quería sugerirle tal idea.

—Sabes bailar tango, ¿cierto? —inquirió Lelouch, sacándola de sus pensamientos.

—¿Qué? ¡Por supuesto que sé! —replicó a la defensiva.

—¿Bailarás conmigo, entonces?

—¡Sí!

Lelouch enarcó las cejas por un efímero instante. Había lanzado esa propuesta, para despistar su atención e impedir que fuera a golpear a unos hombres inocentes que señaló con afán de salvarse de una bofetada. Creyó que su aversión por él vencería su orgullo, pero no fue así. Bueno, ya no podía retractarse. Se sobrepuso a su sorpresa adoptando su mejor sonrisa y ambos ingresaron a la pista en la que penetraron Euphemia y Suzaku.

Lelouch rodeó su cintura con su brazo y la acercó a él. La mujer ignoró la corriente de aire frío que subió por su espalda, agarró su mano y colocó la otra en su hombro. Comenzaron a desplazarse en pequeños círculos en su sitio en la medida que intercambiaban posiciones esporádicamente. Lelouch era el que guiaba. Kallen sentía cuando sus pies avanzaban con determinación hacia los suyos y tenía que retroceder rápido para no ser pisada. No estaba segura de hacerlo bien, pero se prohibió bajar la mirada ante él.

—¿Has pensado en mi proposición de trabajo? —preguntó Lelouch.

—Te dije que no —respondió Kallen, cortante.

—Y yo te dije que no me respondieras en ese momento —replicó.

Kallen resopló, reprimiendo sin éxito una sonrisa. Era verdad. Aborrecía que siempre tuviera una buena respuesta para todo. Envidiaba esa agilidad mental. Pararon en ese punto. Lelouch la estrechó contra él, enviándole una señal, Kallen la interpretó y envolvió su cintura delgada con su pierna desnuda. Dieron tres vueltas alrededor del salón. Al detenerse, Kallen se dobló hacia atrás un momento y después volvió despacio a su postura inicial llevando su mano a su pecho para no caerse. Como si cobrara vida propia, su mano serpenteó lentamente por su pecho. Llegó hasta su hombro. Su pierna se desembarazó de su cuerpo y retomaron sus anteriores pasos, entretanto que sus piernas se entrelazaban en ese continuo vaivén al compás del tango.

—Lamento desilusionarte, pero no puedo aceptar tu propuesta: me quitaron la licencia hace unos meses.

—Está bien. Te contrataré como secretaria —anunció Lelouch, aminorándole la importancia.

—No sabes renunciar, ¿eh? —indagó, anonadada por su insistencia. Él no dijo nada. Supuso que no valía la pena—. Quiero preguntarte una cosa —soltó en el tono que alguien usaba cuando algo rumiaba en su consciencia por largo tiempo—. ¿Por qué yo? Hay muchos abogados buenos y secretarias de verdad afuera, ¿por qué te enfrascas en mí?

—Porque tienes pasión. Si vas a defender la ley, hazlo con ganas. Eres tenaz. No te darás por vencida con los clientes. Y te aplicas. No todos los días encuentras un abogado que recite de memoria los artículos.

La mujer lo encaró con la mirada. Él se sintió abrasado por sus ojos de fuego azul. Era gracioso porque fortuitamente estaba pensado en eso. Había cierta sensualidad en ella, en sus modales, en su manera de ser. Quizás era debido a la determinación de sus movimientos. Kallen era segura de sí misma y lo manifestaba en sus palabras, lo exudaba por sus poros, lo leía en su mirada. No era demasiado evidente cuando caminaba, tan solo un buen observador se daría cuenta; en cambio, al bailar explotaba esa cualidad subyacente. Bailar con ella era como bailar con una flama.

Por otra parte, esa no era la respuesta que Kallen quería escuchar.

—No te burles de mí: si esto es porque viste que mi mamá está en el hospital y sabes que yo trabajo en una pizzería..., ¡si esto es por lástima...!

El volumen de su voz y la indignación acrecentaba por cada palabra, iba a enojarse si no la atajaba en el acto:

—No es por lástima. Te vi defender a ese japonés de un ataque xenofóbico. Podías romperles la nariz a esos hombres, y resolviste todo usando la ley. Tienes sentido de la justicia.

—¿Viste eso? —inquirió Kallen, boquiabierta—. ¡No lo creo! ¿No tienes ningún caso que te dedicas a espiarme? ¿O sí los tienes, pero te gusta mirarme a hurtadillas?

Lelouch se echó a reír de modo inaudible. Ella le sonrió, por fin sintiéndose triunfante. Ahora sus pies eran los que perseguían a los suyos. Ahora era ella la que guiaba. Él no lo mantendría así por mucho. La hizo girar sobre su eje numerosas veces hasta que colocó sus manos en su cintura. La arrimó hacia él. Las siguientes vueltas la dieron juntos. Las dos primeras fueron lentas. Una fue casi a ras del suelo. La tercera fue mucho más rápida al punto de que despegó los pies de la superficie momentáneamente. Fue tan repentino y violento ese giro que temió caerse de bruces. Aunque por alguna absurda razón intuyó que su compañero no dejaría que jamás sucediera. La condujo delante de él. Ella apoyó su pierna descubierta en la suya; entre tanto, volvían sobre sus pasos despacio y se tomaban de la mano y sus dedos se enlazaban.

—¿Te gusta hablar cuando bailas? —contestó Lelouch.

—Es mejor una conversación animada que un silencio incómodo, ¿no? —afirmó.

https://youtu.be/hzpBv9lW8V0

Sus rostros estaban separados por una brecha reducida. Kallen era todo lo que observaba. Y sorpresivamente descubrió que era lo único que quería mirar en ese momento. Él se inclinó sobre ella rozando su frente contra la suya. Kallen volvió a plantar los pies en el piso. Lelouch le dio la media vuelta. Ella adhirió su espalda contra su pecho. Sin soltarse todavía, trasladó su mano a su cadera. Por accidente, sus dedos dieron con la carne de su muslo. Justo en donde empezaba el corte del vestido. Los hombros de Kallen se tensaron al sentir su frío tacto contra su piel. Disimuló aspirando hondo. Lelouch lentamente deslizó la mano desde su cadera hasta su cintura. Kallen expulsó el aire por la boca. Se movieron en dirección lateral.

—Entonces, tienes una mujer en tu apartamento, cortejas a la hija de un magnate y, en cuanto se ausenta, me miras. Eres esa clase de hombre —comentó Kallen, desdeñosa.

—No pertenezco a ninguna clase porque no hay hombre como yo. Estoy por encima del promedio —le susurró Lelouch al oído. Su aliento le produjo cosquillas.

—Sí, claro —bufó Kallen con sarcasmo, ignorando la coquetería ascética en su réplica.

—Respondí a tu pregunta, ¿vas a responder la mía?

La piel se le puso como carne de gallina a Kallen al sentir el roce de sus labios en el cartílago. Un suspiro se le escapó. Irritada, se mordió los labios. Cruzó una mirada con él. Nuevamente estaban tan cerca que sus narices casi se saludaban con una caricia.

—¿Te soy sincera? No lo sé. Por más tentadora que es la oferta, no sé si me gustaría tenerte como jefe.

Él sonrió. Ni verse en su situación más vulnerable quebraba su carácter.

—Por lo menos, no lo rechazas —dijo—. No voy a insistir más, pero mi oferta sigue en pie, así que si te arrepientes por no haber aceptado hoy: aún tienes una vacante en mi firma.

En lugar de asentir, Kallen pestañeó. De repente, se vio a sí misma inhalando el aire que salía de sus pulmones y viceversa. Lelouch empujó a su compañera de baile suavemente y cambió la mano con la que sujetaba a Kallen por la otra que presionaba su cadera y la atrajo hacia él de un tirón. Luego de rotar una y otra vez, aterrizó en sus brazos con la cabeza echada atrás y el brazo puesto sobre sus hombros. El baile acabó. Todos estallaron en un gran aplauso, sin embargo, Kallen y Lelouch estaban aislados en su burbuja. Permanecieron en esa posición unos segundos hasta que él se aclaró la garganta. Poco a poco, se enderezó. Le temblaron las piernas cuando se libró de él. Hacía tantos años que no bailaba que había perdido la práctica. La pelirroja aplaudió con parquedad. Más por obligación que por ganas. Su mente seguía en el baile. Ambos estaban sudorosos. El baile había exprimido sus energías. Y la luz rutilante de la lámpara de araña los bañaba recrudeciendo el calor y reluciendo la blancura de los senos de Kallen. A él se le dibujó una sonrisa traviesa y desvió su punto de mira discretamente.

—Te queda bien el negro. Úsalo más seguido —apostilló con una voz singularmente ronca—. Debo irme ya. Dejé a Euphemia suficiente. Fue... —Lelouch hizo una pausa para registrar en su mente un término adecuado—: agradable bailar contigo.

Lelouch entabló un movimiento con la mano, pero no lo efectuó del todo y, sin más, se retiró.

Euphemia y Suzaku seguían juntos. Su baile llegó a su desenlace primero que el de Kallen y Lelouch. No intercambiaron palabras; si bien, tuvieron diversión de sobra. Habían conectado bien en el tango y deseaban amistarse aún más. Ellos acordaron reunirse con sus respectivas parejas donde las vieron por última vez. No estaban ahí. Lejos de desanimarse, lo concibieron como una oportunidad inocente para hablar entre ellos y concretar sus deseos.

—Eres el fiscal Kururugi, ¿no? —preguntó Euphemia sin contener más la curiosidad—. ¡Del que todos hablan por haber recibido el premio al fiscal del año! —exclamó. Él iba a contestar, de no ser porque la mujer se adelantó para retractarse—. Perdón, debes estar cansado de que la gente te sature de felicitaciones todos los días.

—Sí, un poco —admitió riendo suave—. ¿Qué me delató?

—Nada. Lo inferí porque a veces me siento así.

—¿Ser una hija de Britannia es complicado?

—Como todo. Tiene su lado dulce como su lado amargo y en ciertos días la balanza se inclina más por uno de los dos y resulta agotador. Ya me acostumbré —repuso ella con una sonrisa—. ¿Dónde crees que estén Lelouch y Kallen?

—Es una buena pregunta. Probablemente estén en el buffet. Solo espero que estén juntos.

—¿Y por qué no lo estarían?

—Bueno —titubeó Suzaku. Responder esa pregunta sería cómo atravesar un campo minado. No quería hablar mal de ninguno por haber sido sincero con la señorita, por lo que sopesó las palabras que iba a decir—. Digamos que las formas de Lelouch no siempre son las correctas y Kallen se impacienta con facilidad.

—¿Crees que pueda decir algo que la irrite? ¡Oh, imposible! Lelouch es encantador. Ha sido atento conmigo y tu amiga se ve simpática, es una mujer muy hermosa —Euphemia hablando en materia de belleza equivalía oír a Einstein hablar sobre física o a Napoleón, de estrategias militares. Igual, no podía desmentirla. Suzaku pensaba que era la chica más guapa que había tratado, pero habiendo conocido a Euphemia entró en un dilema—. Aunque debería callarme: los conoces mejor que yo.

—En realidad, Kallen es una colega que estimo mucho y, desafortunadamente, me distancié de Lelouch durante años. Pudo haber cambiado. ¿Tú lo conoces desde hace cuánto?

—Euphemia —irrumpió un vozarrón detrás. Era el presidente Charles—. Necesito conversar con el fiscal Kururugi. Espera en el buffet hasta que nos desocupemos.

Era una orden directa. Por el rabillo del ojo, Suzaku y Euphemia cruzaron una mirada fugaz. Supuso que difícilmente los hijos de Charles zi Britannia se oponían a sus deseos. Euphemia asintió, comedida, sin decir nada y los dejó a solas. Había llegado la hora de tener esa charla.

https://youtu.be/mYTO8JaM8xs

—Veo con agrado que el presidente Schneizel le envió mi mensaje y se presentó ipso facto. ¿Qué le pareció mi discurso?

La pregunta lo desorientó. No tuvo que llamarlo para eso cuando tantos podrían contestar. A lo mejor quería establecer las condiciones antes de soltar la bomba.

—Fiel al lema de su casa —respondió, conciso.

—¿Lo conoce? —inquirió, arqueando una ceja. Su observación pareció gustarle porque sus labios amagaron una sonrisa.

—Señor, dudo que alguien que viva en Pendragón no lo conozca. Sin pretender ser un adulón, me gusta el valor familiar que alienta —enfatizó Suzaku con franqueza. El presidente Charles reemprendió la marcha, Suzaku le pisó los talones—. Mi padre me dijo algo similar una vez. Era una metáfora. Decía que los Kururugi somos como una barra de bambú: flexibles y duros, no obstante, un bambú solo no llega a nada, en cambio, cuando está junto a otros conforman un gran bosque. Y es entonces puedes admirar su belleza.

—La muerte de tu padre fue una desgracia. Preparaba ambiciosos planes para el futuro y para ti, si bien, era determinado, no era un gran hombre como tu abuelo —dijo Charles, mirándolo por encima del hombro un milisegundo. Estaban subiendo los peldaños que guiaban al piso superior—. En tus hombros recae una enorme responsabilidad: eres el último vástago de los Kururugi y podrías ser el más grande.

—La grandeza no me interesa —aclaró en un tono áspero que rara vez usaba. Uno que daba a entender que no admitía derecho a refutaciones.

—Claro que no, por eso yo hablo en términos de posibilidades —bramó el presidente Charles. La dureza en su voz no lo amedrentó—. Usted está comprometido con este país por una lucha aún más grande que una empresa: desea liberarla de la corrupción y la impunidad —declaró. Habían llegado a su destino y fue en ese intervalo que se volvió hacia él. Suzaku por poco se estrella contra él. Por suerte, paró en seco a tiempo—. Casualmente, es una de las claves de mi campaña, sino la más importante, ¿sabe eso también?

—Sí. Al igual que sé que los ataques contra los japoneses aumentaron justamente cuando en sus discursos delegaba toda la culpabilidad del alto índice de delincuencia de nuestro país en inmigrantes japoneses —señaló Suzaku con acritud.

—¿Me está acusando de algo?

Que Charles zi Britannia preguntara en vez de afirmar era el gesto más amable que se pudiera obtener de él. Naturalmente, el candidato olió la insinuación. Aquella pregunta servía como un aviso para que no prosiguiera por ese curso. Si no lo había coaccionado ya era porque aún no le había dicho para que lo quería y Suzaku se moría por saber. A razón de eso, su respuesta fue conciliadora:

—No. Solo presento los hechos.

—Otra cosa que tenemos en común. También presento los hechos en mis discursos. Usted es fiscal, ¿cuántos casos ha procesado en que los culpables son inmigrantes japoneses o nacidos de ellos? Una joven fue ultimada a balazos por un inmigrante con antecedentes penales. Solo tenía veintiún años. Ella pudo haber sido mi hija. La vivienda de un hombre de sesenta años fue allanada y posteriormente fue asesinado de un disparo en los sesos, por un pandillero que había sido arrestado por robo y deportado cinco veces. Dígame, fiscal, ¿qué podía hacer un anciano indefenso contra un hombre armado? Esas son las historias que oigo cuando salgo a la calle. Ni quiero hablar del refrain. Esa droga creada y traficada por los propios japoneses. A las leyes, las reformas y las instituciones gubernamentales son las que hay que acusar, no a mí —explicó—. Yo ya me puse a trabajar en ello: me reuní con el fiscal general y estamos diseñando estrategias. Para erradicar esta situación, quiero trabajar con los mejores fiscales y no nos engañemos: usted es uno. ¿Entiende, fiscal Kururugi? Nuestro objetivo es el mismo, en consecuencia, no deberíamos tratarnos como enemigos, sino trabajar juntos —sentenció. El fiscal lo miró receloso. Charles zi Britannia le sonrió con aire de complicidad. Su sonrisa se semejaba a una mueca deforme—. La unión hace la fuerza. Fue lo que le dijo su padre.

—¿Qué le hace pensar que yo lo veo como su enemigo?

—No soy tonto, fiscal —dijo el presidente Charles sin perder su buen humor—. Ha actuado a la defensiva desde que tomé la palabra.

—Puede que no sea demasiado avispado, sin embargo, debo reconocer su astucia, presidente Charles. Justo cuando los medios lo han empezado a tildar de xenófobo, racista y presuntuoso nada le favorecería más que un fiscal, descendiente de inmigrantes japoneses, lo apoyara en su campaña —masculló Suzaku, percibiendo entre líneas la intención de Charles.

—¿Le parece? Yo creo que es usted quien saldría más beneficiado —discrepó—. Si colabora conmigo, usted recibiría más poder del que quizá conseguiría en unos treinta años. Eso es lo que realmente busca.

—Se equivoca —siseó Suzaku con voz contenida.

—¡Tonterías! Todos quieren poder; pero no todos se atreven a tomarlo —afirmó el presidente Charles—. La pregunta es para qué y yo sé que usted lo necesita para combatir la impunidad y la corrupción. No me malinterprete. Estoy con usted ya que sé que no es como otros fiscales. Usted sí administraría el poder correctamente. Tengo buena memoria con los nombres de las personas que están conmigo —añadió con énfasis. De súbito, el presidente Charles colocó su mano en el hombro y le susurró clavándole su mirada pétrea—: sé que decidirá con sabiduría.

Y le dio unas palmaditas. Cuando pronunció el juramento de los fiscales, él había trazado en su mente una meta: limpiar Pendragón de la corrupción. Un propósito que en el pasado había concebido. Pero esa misma corrupción que quería destruir se hallaba en el sistema de justicia en avatares como el fiscal Waldstein. La sugerencia del presidente Charles tenía sentido. Con el poder podría cambiar el sistema judicial desde adentro y progresivamente a la ciudad. ¡Era verdad! Necesitaba poder. Convertirse en fiscal general, en concreto. Alcanzar esa posición le tomaría un largo tiempo. A no ser que recurriera a la influencia de Charles zi Britannia, lo cual nunca sucedería. Él formaba parte del mal que disque buscaba acabar. La única pregunta, la verdadera, que tenía que hacerse era ¿qué tan ansioso estaba para conseguir ese poder?

Aun si el fiscal Kururugi había rechazado su oferta, avivó en su corazón una cosa que dormía profundamente: ambición. Era una victoria. Por ello, aunque Suzaku no se fijó, el presidente se alejó sonriendo.


https://youtu.be/J2GVXoGEOUk

Tras dejar a Suzaku con su padre, la linda Euphemia deambuló por el salón. Se reencontró con el abogado Lamperouge al cabo. Como ninguno había renovado sus fuerzas y no había transcurrido mucho tiempo de su último baile, descartaron bailar, así que la joven Britannia le propuso presentarle a algunos de los asistentes de la fiesta. Lelouch parecía «entusiasmado» por conocer a la gente influyente. La pareja se acercó a otra que conversaban en un rincón apartados. Era el abogado Jeremiah Gottwald, el líder del equipo legal que estaba al servicio de Brittannia Corps, y la jefa de la unidad de homicidios del departamento de policía, Villetta Nu. A juzgar por el modo tan íntimo en que se trataban, Lelouch apercibió que eran buenos amigos.

—Ya habíamos tenido el honor de conocernos —lo saludó Jeremiah—. Es un gusto volverte a ver, colega, sino te molesta, preferiría tutearte. Algo me dice que nos veremos más a menudo.

Miró a Euphemia y luego a él. Tampoco para él pasó inadvertido la estrecha relación que lo unía con la señorita li Britannia.

—Tengo la misma sensación, colega —repuso Lelouch con igual tono amistoso.

—En mi caso, es la primera vez que te veo, pero en el futuro, por nuestros trabajos, es posible que nos crucemos más de una vez —dijo Villetta.

—Seguro —sonrió Lelouch—. Como el abogado Jeremiah. Por favor, tráteme con la misma confianza que con él.

Otro de los invitados era el director del Centro Médico de Britannia, Bartley Asprius. Se le había caído el pelo y vestía ropa más costosa. Su frac de lino ocultaba su gordura, en especial de caderas y de parte posterior.

—¿Centro Médico de Britannia? Más me vale recordar ese nombre —dijo Lelouch, devolviéndole el apretón de manos—. Ya sabe, por si sucede alguna emergencia que esperemos que no.

—Lo atenderemos con gusto. Cualquier amigo de la señorita li Britannia es bien recibido.

Lelouch asintió con una sonrisa de oreja a oreja. La zalamería para con Britannia Corps de este tipo era tan excesiva que, para sus adentros, se preguntaba si se le había quedado pegada la lengua al paladar alguna vez.

Más invitados le faltaba por conocer. Uno de ellos era la cara de Hi-TV: Diethard Reid.

—¡Un momento! A usted lo he visto —señaló Lelouch sujetándole la mano. Las mejillas que estiraban la deslumbrante sonrisa de comercial de pasta de dientes del reportero entraron en rigidez—. En el canal de noticias Hi-TV. ¡Es el presentador!

Diethard respiró aliviado.

—¡Ja, ja, ja! Es un gusto conocer a mis televidentes —rió, risueño.

Sería redundante acotar que este no era el primer encuentro entre el periodista y el abogado, pero no tenía por qué decírselo. Mereció la pena ver el susto oprimir el corazón de Diethard por unos momentos. Fue deliciosamente divertido, ¿qué secretos esconderá en su consciencia para que reaccionara así?

El fiscal general, Bismarck Waldstein, estaba en la fiesta. Su ausencia quedaría injustificada. Euphemia los presentó. El fiscal Waldstein era serio, pero sabía cuándo sonreír con gentileza. Hizo gala de unos modales refinados de los que avergonzarían a los príncipes europeos.

—Me enteré que lo ascendieron recientemente a fiscal general. Mis más sinceras felicidades —lo felicitó Lelouch.

—Muchas gracias, pero esas felicitaciones son prematuras: ahora es que mi labor como fiscal ha dado comienzo. Cuando nos cercioremos del fruto que han dado esos esfuerzos, podremos celebrar como es debido —replicó el fiscal.

Si no lo conociera bien, lo habría engañado con esa falsa modestia. Otra vez. Pero Lelouch Lamperouge no era alguien que tropezaba con la misma piedra por una segunda vez.

—Y así será. Algo debieron ver en usted para nombrarlo con ese distinguido cargo —halagó.

—Estoy de acuerdo con usted —se sumó el presidente Schneizel—. Si hay alguien que es el indicado para ese puesto es el fiscal Waldstein. Perdonen que haya interferido en sus asuntos, caballeros, no es propio de mi carácter ser un entrometido; pero no hallaba otro instante para hablar con usted, abogado Lamperouge.

Desde luego, el presidente Schneizel no podía estar exento de la lista de personas que Lelouch necesitaba conocer y era el que más ansias tenía por ser presentado ante él. Que haya venido por su cuenta evidenciaba que el deseo era mutuo. El abundante cabello de Schneizel era tan dorado que parecía que su cabeza estaba adornada con oro puro. Brillaba más que nunca bajo la luz de la lámpara de araña. Le caía hasta la nuca. Tenías las mejillas hundidas, los labios delgados, la nariz respingada y un brillo astuto en los ojos. La suma de tales rasgos le confería al nuevo presidente de Britannia Corps un aspecto de zorro que le causó repulsión en el acto. No más que sus ademanes y su tono. Había algo en ellos que le resultaba artificioso. Se encontraba incapaz de explicar por qué tenía esa impresión. Se dijo que en cuanto interactuara más con él lo descubriría. El presidente estaba bebiendo una copa de vino tinto. Dos hombres venían con él a la zaga. Schneizel el Britannia era un hombre precedido por su buena reputación. Tantas historias había oído sobre él que lo ponían por encima de las nubes y, con todo, Lelouch no había tenido el placer de conocerlo. Su posición en la empresa lo promovía automáticamente como su adversario, ¿cuán temible era? Eso le tocaba descubrir.

—¡Oh, hermano! ¡Lo lamento! —clamó Euphemia—. Íbamos a verte y surgió un imprevisto. ¡Uhm! Creo que saben quién es quién. Me puedo ahorrar las presentaciones.

—No te preocupes, Euphie. Siempre es mejor tarde que nunca —le dijo Schneizel con cariño, volviéndose hacia ella.

Acto seguido, concentró su atención en el abogado. Los dos se estudiaron el uno al otro.

—¿Conque el nuevo presidente quería hablar conmigo? —inquirió con una sonrisa inocente. Siendo honesto, la iniciativa del presidente había adulado su ego—. Me place conocerlo. Aun si ya lo sabe, me presentaré igualmente: soy Lelouch Lamperouge.

Estrechó su mano. El gesto resultó mecánico, como si llevaran tiempo sin hacerlo.

—Lo mismo digo —confirmó moviendo la cabeza afirmativamente—. Quería expresarle mi gratitud por defender a nuestro vicepresidente, el Sr. Taizo Kirihara. Supe que le fue bien en el primer juicio, ¿cuándo será el próximo?

—En un par de días. ¡Descuide, señor presidente! He hecho esto incontables ocasiones. Con el permiso del fiscal, le garantizo que ganaré: nunca apuesto por un caso perdido —alardeó.

—Me gusta su seguridad, abogado. Confiaré en que está resuelto ese inconveniente

Aun cuando no los presentaron formalmente, Lelouch reconoció la identidad de los hombres que escoltaban a Schneizel: Kanon Maldini, el jefe de sección de Britannia Corps, y Luciano Bradley, su guardaespaldas. Al dirigirle una mirada furtiva, el abogado sintió inevitablemente un espasmo en el estómago. «Cuando mato a alguien, me hago un pequeño corte. En parte, para llevar la cuenta. En parte, para recordarlo. Cada marca es especial, ¿sabes?». El corazón se le encogió y le pareció que se había convertido en el pequeño niño al que aterrorizó diecisiete años atrás. Mientras otros niños les asustaba el monstruo debajo de la cama o del closet, el pequeño Lelouch pasó toda su vida aterrorizado por la imagen de un solo hombre. Su voz lo atormentaba en sus peores pesadillas. Lelouch tuvo que dominar el caos de emociones internas. Las personalidades y oficios de Luciano y Kanon eran como agua y aceite. Sin embargo, la unión de los opuestos era lo que lograba el equilibrio y que funcionaran tan bien. El dicho enunciaba que no había que dejar que la mano izquierda viera lo que hacía la derecha era cierto. Y ambos lo ilustraban a la perfección.

Entonces, Lelouch se disculpó con el presidente y Euphemia porque necesitaba lavarse en el baño. Lelouch se sentía sucio: había saludado a cada uno de los invitados con un apretón de manos. Debajo de la fachada ampulosa y sofisticada, podía entrever que el interior no había cambiado: eran tal como los recordaba. Sin salvedad, las personas que perjuraron y amañaron el juicio de hace diecisiete años habían prosperado en sus vidas, gracias al amparo de Charles zi Britannia, descollando en sus respectivos ámbitos. Un ascenso a costa de pequeños favores y algunas mentiras y encubrimientos. El patriarca sabía retribuir generosamente. El negocio perfecto. Ni el perfume más extravagante era capaz de disfrazar el olor a la sangre fresca que tanto gustaba y llenaba al país. Pendragón sangraba iniquidad. Luciano, Kanon, Bismarck, Bartley, Villetta, Jeremiah.... Todos perdieron sus nombres el día que pactaron con Britannia Corps para transformarse en extensiones de su poder. De esta manera, Charles podía controlar todo. ¿Serían conscientes? ¿Acaso eso les importaba? No, pero a Lelouch sí. Eso lo asqueaba profundamente. Le producía arcadas. Lelouch abrió el grifo, salió un potente chorro de agua y metió las manos en el lavabo hasta mojarse las mancuernas de su traje. Se frotó con el jabón hasta se hiciera espuma y se restregó por el dorso de las manos, entre los dedos y debajo de las uñas. Se enjuagó con abundante agua fría. Aun así, no se sintió lo suficientemente limpio y repitió el proceso con frustración. Una y otra vez. Una y otra vez. Lelouch sentía que volvía el dolor de cabeza de esa tarde con mayor fuerza. Adolorido, se cubrió la cara con ambas manos. Paralelamente, sentía un picor molesto en el ojo izquierdo. No se explicaba por qué. Como fuera, tenía que irse ya: no podía aguantarlo más.

https://youtu.be/82NzmREdkpg

Suzaku divisó a Kallen en el buffet. Estaba bebiendo su tercer Manhattan. El camarero se lo ofreció. Nunca había probado un cóctel en su vida y que este fuera de color rojo era un plus que se le hizo imposible de rechazar, así que se dijo a sí misma que debía beber uno.

—¡Eh, Kallen! ¡Aquí estás! Te estaba buscando —le sonrió Suzaku.

—«Si lo que te preocupa es que te quedes sola, te prometo que no me apartaré de tu lado» —remedó Kallen tratando de reproducir el tono exacto en que Suzaku dijo aquellas palabras.

—¿Estás enojada porque saqué a bailar a Euphemia? —inquirió Suzaku, arrugando la frente y juntando las cejas. Kallen sorbió otra cantidad mínima de su cóctel—. Creí que el orden sería indiferente, lo siento —se excusó Suzaku. Kallen seguía evitando su mirada—. Bueno, la noche aún no acaba y te prometí que bailaría contigo una canción. ¿Lo hacemos? —preguntó, gentil, extendiéndole la mano.

En ese momento estaba sonando una balada sentimental. Lo que quería decir que sus cuerpos estarían apretujados mientras bailaban lentamente. Kallen se estremeció tan solo al formarse la imagen en su mente. Lo pensó de nuevo. Discutir con él por eso era provocar una tormenta en un vaso. Tampoco quería estropear la noche de los dos. Sería demasiado pueril. Inclusive para un niño. Por lo tanto, aceptó la invitación. Una vez más, fueron a la pista. Ella envolvió con sus brazos su cuello y Suzaku la agarró su cintura con cuidado. Kallen no pudo reprimir el pequeño jadeo que escapó de sus labios. Estuvo pendiente de la posición de sus manos. En vista de que no era Lelouch, no le suponía ningún conflicto bajar la mirada; no obstante, al clavar de nuevo sus ojos en los suyos se sintió extrañamente nerviosa. Estaban demasiado cerca el uno del otro. Entonces, se balancearon con lentitud. Ninguno dijo nada los primeros minutos. Se habían entregado al silencio. Kallen decidió romperlo antes de que se acentuara más su inquietud.

—¿Qué tan viejos amigos son tú y Lelouch? —lo interrogó Kallen.

Era una pregunta que la estaba carcomiendo desde que lo supo y prefirió hacérselo a Suzaku. Pese a todo, tenía más confianza con él.

—Desde que éramos niños en la escuela.

—Eran compañeros. Eso lo explica. ¡Uhm! Perdona que te lo diga —vaciló, chasqueando la lengua—, pero tú y él son tan diferentes que no entiendo cómo pudieron hacerse amigos: tú eres cordial, modesto, idealista y, en ocasiones, iluso y patoso —Suzaku le sonrió. Aunque esos rasgos no eran positivos precisamente, por su tono no lo consideraba algo malo—; y él es arrogante, cínico, orgulloso, embustero y mujeriego. Cree que porque es muy guapo está en el derecho de hacer lo que le plazca. ¡Es una lengua viperina! ¡Y no se te ocurra defenderlo!

La risita que soltó Suzaku atenuó las emociones de Kallen, quien se estaba enojando nada más de pensar en él. Al final, ambos terminaron destornillados de la risa ante la imagen de un Lelouch con una lengua bífida.

—No iba a hacerlo. Tienes razón. Yo, en aquella época, era egoísta y pendenciero. Distinto de lo que soy ahora. Se me había subido a la cabeza el hecho de que mi padre era el presidente de una pequeña empresa. Lelouch, por su parte, era tranquilo, generoso, amable y sabihondo. Normal. Era un chico muy inteligente. Sacaba las notas más altas y conocía de todo un poco.

—¡Estás mintiendo! ¿Tú, un bravucón y Lelouch, un niño bueno? ¡Es una broma! —graznó Kallen, escéptica.

—Te digo la verdad. No te juzgo si no lo crees. Fue una guerra de pasteles en el comedor que nos juntó en un salón, durante la hora del castigo, en que nos dimos cuenta que teníamos más similitudes que diferencias. Los dos estábamos lidiando con nuestros problemas y, de alguna manera, nos sentimos menos solos desde que empezamos a relacionarnos. De ahí en adelante, nos reuníamos en el patio de la escuela cada recreo y cuando esperar se hizo insufrible, él iba a mi casa o yo a la suya. Jugábamos a los superhéroes y los supervillanos todo el día —contó, animado—. Como a mí me gustaba presumir, interpretaba el papel del héroe. Lelouch debía conformarse con el villano. Jamás lo escuché quejarse. Creo que le gustaba.

—¿Como Megamente y Metroman? —inquirió Kallen, cáustica.

Suzaku se rió. Se habían puesto tan cómodos que no se percataron cuánto se habían arrimado hasta que los dos se enderezaron de modo inconsciente. Giraron lento sobre el lugar donde estaban parados.

—No, como Superman y Lex Luthor —corrigió con una sonrisa—. ¿Y tú cómo lo conociste?

Kallen resopló con pereza. ¿Por dónde comenzar?

—Por un malentendido con una de mis entregas de pizza a domicilio. Estoy segura de que la pizza era la correcta y él mintió. No sé por qué lo hizo ni tengo pruebas, ¡pero no las necesito! YO LO SÉ. He querido sacudírmelo desde ese maldito día, pero insiste en querer contratarme para su bufete.

Kallen hablaba tan rápido que a Suzaku le costaba comprender todo de golpe. No obstante, sí pescó lo último y se apresuró en decir:

—¿Eso hizo? ¡Acepta! —la alentó. La mujer puso una mueca, la misma que ponen los niños cuando se les obliga a comer sus vegetales por su bien—. No estarás suspendida para siempre, ¿no me dijiste que te despidieron de la firma en la que trabajabas? Sería bueno que reiniciaras en un bufete. Los abogados degradados suelen tener dificultades cuando vuelven al trabajo.

No tenía una réplica. Era cierto. Ambos lo sabían. Kallen había hecho una promesa y le dolía no cumplirla día tras día. De vez en cuando, lloraba de la impotencia encerrada en su cuarto, porque no quería que Ohgi ni nadie la viera. Lelouch estaba abriéndole una puerta que miles de bufete no harían. Preocupado por su seguridad, Naoto le había enseñado artes marciales, en caso de que la situación lo exigiera. Lástima que nada de lo que aprendió podría servirle de la crueldad del mundo laboral.

Debía tomar una decisión desagradable, más allá de sus prejuicios por el bien de su carrera y por la promesa que había hecho.


https://youtu.be/CKF-WloTskg

Euphemia le comunicó a su hermano que Lelouch se tuvo que ir porque se sintió indispuesto. El presidente Schneizel lo lamentó, pues deseaba proseguir conversando con él. Había tenido una buena impresión del abogado, según expresó, para gran alegría de la joven Britannia. De todas maneras, hubiera sido imposible, porque fue notificado acerca de un presunto testigo del caso contra el vicepresidente por agresión sexual. No le gustaba tener que ausentarse en estas fiestas, empero sería grosero no salir al encuentro de esa visita que partió desde su casa hasta la mansión. Tampoco podía ignorar que manejaba una información vital que sería de utilidad en el juicio. Siendo así, fue a recibirlo. Este esperaba en el lobby.

—¡Oh, presidente Schneizel! ¡Cuánto gusto me da verlo! —aclamó el hombre—. Perdone la molestia a esta hora. Sé que usted está muy ocupado, pero era urgente que hablara con usted.

—Despreocúpese, buen hombre —apaciguó el presidente Schneizel—. ¿Dice que usted vio algo en el estacionamiento en que sucedió ese terrible incidente?

—Sí, señor —asintió con la cabeza vigorosamente—. Vi al vicepresidente Kirihara bajar de las escaleras, venía agarrado de una mujer joven. Flaca y de anteojos grandes, creo recordar. Él parecía inestable. Caminaba dando traspiés. Ella lo ayudó a entrar en el auto y salió cinco minutos después con la ropa desarreglada y gritando ayuda.

—¿Y por qué demoró cinco minutos piensa usted que no pudo abusar de ella?

—Sí. Noté que al vicepresidente se le dificultaba mantener el equilibrio. Apenas podía con sus pies. ¿Cómo podía intentar violar a una mujer bajo esas condiciones? Bueno, lo crucial es que vi a la señorita quitarse los zapatos mientras corría, ¿no es extraño?

—Si eso es verdad, el vicepresidente fue enmarcado —razonó Schneizel—. Sin embargo, no entiendo algo: ¿por qué vino hasta mí y no con la policía? Es a ellos que debe contarles esto.

—Es que sé que su padre, el presidente Charles, y el Sr. Kirihara son buenos amigos. A él le gustaría saber que el vicepresidente de su compañía no es ningún asaltante sexual —aclaró riendo nerviosamente y agachando la mirada como para ocultar su poca vergüenza.

El presidente Schneizel realizó un gesto de aprobación casi inapreciable con la cabeza.

—O sea que para que salvemos a nuestro vicepresidente, tengo que pagarle —infirió.

—Bueno, señor, solo aceptaría una pequeña cantidad...

Asintió por segunda vez.

—Muy bien —confirmó con su voz aterciopelada—. Está arreglado: la integridad de nuestros empleados es una prioridad de la compañía. Si es tan amable de darnos su número de cuenta, le haremos una transferencia tan pronto como sea posible. Por ahora sería mejor que volviera a su casa y descanse. Discutamos esto por la mañana cuando esté desocupado para que vaya a reunirse cuanto antes con el abogado del Sr. Kirihara y pueda presentarse como testigo de la defensa. No debo hacer esperar por más tiempo a mis invitados. No tiene inconveniente, ¿verdad? El Sr. Maldini haría la transacción frente a usted.

—¡Eso estaría muy bien, señor presidente! —sonrió.

—Es un negocio cerrado. Sr. Bradley, ¿podría acompañarlo a la entrada y asegurarse que llegue a su auto? —preguntó, dirigiéndose a su guardaespaldas.

—Es usted muy amable. ¡Muchas gracias!

Luciano acató sin más dilación y condujo al hombre a las afueras. Lelouch, que había estado observando la escena, refugiado en las sombras, los siguió. Tenía que averiguar la matrícula del automóvil de ese testigo y memorizarla. Era imperioso interceptarlo en la mañana, antes de su reunión con Schneizel. Además de que, si no salía ahora, no saldría esa noche —se supone que se había marchado. Una pena. De haberse quedado un rato más, hubiera oído al presidente Schneizel y Kanon conversar mientras regresaban a la fiesta:

—No tengo que decirte lo que debes hacer a continuación, Kanon. Lo sabes perfectamente.

—Sí. Procederé enseguida si es lo que quieres.

—No, no, espera que la fiesta esté por terminar para que tu ausencia no destaque. Ahora bien, recuérdame algo. Mi memoria no es tan buena con los nombres como con los rostros. ¿Esa mujer apellidada Stadtfeld es la misma que estuvo husmeando en mi empresa?

—Sí. Ya han pasado seis meses desde que perdió su licencia.

—Pobre mujer. Este año no tuvo que haber sido fácil para ella —suspiró con aire compasivo, meneando la cabeza. No había pizca de ironía en su voz—. Con lo que respecta al abogado Lamperouge, investiga quién es, de dónde vino, por qué está aquí, cuál es su pasado. No soy un hombre que cree en fantasmas y a menos que haya perdido el juicio, estoy seguro de que ya nos hemos conocido y si es quien creo que es...

Schneizel hizo una pausa y se estacionó. Reflexionó unos instantes y reanudó su curso.

Sin llegar a completar la frase.


N/A: 

¡Por fin, el capítulo que más han estado esperando con ansias está aquí! Según leí en los comentarios, los momentos más anhelados era la reunión de Suzaku con Charles y el encontronazo de nuestras parejitas. ¿Qué les ha parecido? ¿Superó sus expectativas? Originalmente este capítulo pertenecía al anterior; pero se me hizo muy, muy largo. Ustedes lo leyeron. Una cosa que quiero aclarar con ustedes: saben que en el animé Charles tiene un mogollón de hijos; sin embargo, como este es un mundo realista, la poligamia es ilegal (por lo menos, en la mayoría de países de occidente por tratar de relativizar) y pues que no vi algún propósito ni relevancia que hubiera tantos príncipes (jamás nos explicaron cómo era la cuestión de la herencia, dicho sea de paso), me tomé la libertad de modificarlo. Ahora ya podemos contar con los dedos de nuestras manos los hijos de Charles (a final de cuentas, lo que hice no afectó a la trama de mi fanfic ni del animé). Dejando eso de lado, los invito a compartir sus opiniones del capítulo, ¿qué fue lo que más le gustó? ¿Acaso Kallen por fin accederá a trabajar con Lelouch? ¿Qué estará dispuesto hacer Suzaku por sus ambiciones? ¿Lelouch logrará contactar a este testigo antes de que Schneizel ejecute su próximo movimiento? ¿Qué es lo que más aguardan del capítulo siguiente? ¡Recuerden!

¡Lelouch vi Britannia les ordena estar pendiente de la actualización de esta historia!

Nos veremos en el capítulo cinco de Code Geass: Bloodlines: Secretos.

¡Cuídense, malvaviscos asados! ¡Nos leemos en septiembre!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top