Capítulo 37: Máscaras (parte II)

El día de Luciano Bradley arrancó con una apacible lluvia que lo sacó de su sueño. Luciano reaccionó sacudiéndose bruscamente. Enseguida, frunció los párpados y los labios. Hizo un esfuerzo por entornar los ojos y lo primero que avistó fue una flor metálica con cuatro pétalos afilados disparando una lluvia en espiral sobre él. Luciano se había quedado dormido con la cabeza echada hacia atrás, de modo que, al enderezarse, una punzada se clavó en su cervical. Luciano tenía la vista legañosa. Parpadeó una y otra vez con el afán de aclarar su campo de visión. Se dio cuenta que estaba lloviendo en todo el almacén. Alguien debió haber activado los rociadores antiincendios. Luciano vislumbró entonces dos siluetas obscuras. La más alta sostenía un paraguas. Sonrió zumbón. Aunque la miopía no le había permitido reconocer sus facciones, sabía que se trataban de Lucifer y Mefistófeles. Hasta podía oler el azufre. Luciano se intoxicó. Inhaló hondo en la búsqueda de olores más agradable. Sus pulmones se bebieron el oxígeno como el paladar al deleitarse con una bebida suave y refrescante. La lluvia cesó.

—¡Por fin estás despierto, vampiro de Britannia! Me complace encontrarte con mejor aspecto comparado con mi última visita. Buen trabajo, Rolo —agasajó Lelouch, volviéndose por un momento a su secretario. Hoy estaba particularmente de un buen humor—. Es impresionante lo que pueden hacer por nosotros una adecuada alimentación y un sueño reparador. Lástima que no tengamos las condiciones para proveerte una higiene digna. Te debemos una disculpa por ello. ¡Rolo, por favor, la música!

Lelouch bajó el paraguas y apoyó la contera en el piso de grava. Dejó descansar ambas manos una sobre otra encima del puño. Rolo llevaba un equipo estéreo portátil. Lo colocó abajo. Se hincó en una rodilla y presionó el botón para reproducir el disco que había insertado, previo a salir al almacén. Prorrumpió un solo de violín que erizó los vellos de su nuca. Luciano puso una mueca. La música le parecía familiar. Podía apostar su vida que alguna vez la había oído en algún lado. Solo que su memoria rehusaba a colaborar con él. Aun si hubiera sido el caso, no le habría prestado la debida atención. No le gustaba la música clásica. ¿Qué carajo tramaba Lamperouge? Luciano no tenía paciencia para jugar a las adivinanzas. Por otro lado, estaba comenzando a experimentar un raro picor en la planta de los pies que se estaba extendiendo por sus talones. ¿Lo estaba imaginando acaso?

—Rolo me contó acerca de una conversación interesante que ustedes tuvieron. En principio, no quiso compartir conmigo los detalles ya que detesta hablar de su pasado, así que tuve que ser muy persuasivo...

El escozor en la planta de los pies se intensificaba, conforme Lelouch parloteaba y la lucidez de la mente de Luciano se acentuaba. El dolor que estaba sufriendo tenía que ser real. No lo estaría corroyendo, de ser lo contrario. Luciano se dobló hacia delante para echar un vistazo a sus pies y la visión que obtuvo lo horrorizó. Alguien le había despojado de sus zapatos y le remangó el dobladillo del pantalón hasta la mitad de la pantorrilla. Sus pies pisaban un charco de su propia sangre. Alguien le había desollado la planta de los pies mientras dormía y debió haber transcurrido un considerable tiempo, porque ya se habían formado coágulos de sangre, de tal suerte que su piel se había adherido al suelo como si la hubieran fijado con pegamento.

—¡Maldito bastardo! —tronó Luciano entre jadeos—. ¡¿Qué me hiciste?!

—Me dijo que en una ocasión tú le preguntaste qué consideraba que valoran más las personas y que no te contuviste para dar a conocer la respuesta: la vida —siguió Lelouch, desatendido de los gritos inaudibles de Luciano que se agitaba preso del pánico en su silla—. Rolo y yo no tuvimos que darle muchas vueltas para percatarnos que eso es también lo que más valoras tú. Por ende, ¿qué castigo resulta más apropiado para alguien que se aferra tanto a su vida?

Lelouch extrajo un paquete de cigarrillos, agarró uno, se lo metió en un ángulo de la boca y lo prendió con el yesquero que tenía en el otro puño. Fumó. Rolo rompió el breve silencio.

—La muerte.

—Exacto, Rolo —confirmó Lelouch desplegando un ademán. Se sacó el cigarrillo de la boca para hablar—. Pero no cualquier muerte: la mano asesina de alguien con un complejo de dios debe ser llevada a cabo por alguien estimado como un inferior por su víctima.

El pulgar de Lelouch cerró el yesquero con un chasquido que estremeció las fibras sensibles de Luciano tal como vibran las cuerdas de una lira al tocarlas. Se encogió en sus hombros sin querer. Lelouch tornó a fumar. Se pasó el yesquero de una mano a otra y solo guardó la caja de cigarrillos en el bolsillo de la chaqueta. Luciano observó expectante el rostro tranquilo de Lelouch. Otra vez su nariz percibió el olor a azufre. Ahí fue alumbrado por la atroz epifanía.

No fue agua lo que lo roció. El xilófono hizo su picarona entrada en mitad de la festiva danza de los violonchelos y los contrabajos y se alternó a intervalos con el violín marcando la pauta de la sinfonía graciosa que se estaba reproduciendo.

—¡No! —balbuceó Bradley. Lelouch se puso a jugar a abrir y cerrar el yesquero. Él evitaba devolverle la mirada a Luciano. Actuaba como si no fuera con él la cosa. Bradley sacudió la cabeza vigorosamente—. ¡Lelouch, no puedes matarme así!

—Sí puedo.

—¡Si me matas, serás un monstruo como yo! ¡No creo que te guste!

—La decisión fue tomada.

—¡Cabrón, nunca tendrás una vida normal luego de matarme!

—Lo sé —la voz no tuvo las fuerzas para acompañar el movimiento de los labios de Lelouch; mas Bradley pudo leerlos y captar qué dijo. Lelouch cerró el yesquero de una vez por todas.

—¡Entrégame a la policía! —instó Luciano—. ¡Deja que la justicia me procese! ¡Sí, sí!

—¡Eso era lo que planeaba hacer! Es lo que al antiguo Lelouch le hubiera encantado. Cuando regresé a esta ciudad, mi intención era probar la verdad detrás del asesinato que devastó a mi familia y trabajar con la justicia para apresar a los responsables —explicó Lelouch, volviendo su rostro iluminado repentinamente por el fuego de las emociones hacia Luciano—. ¡La única razón por la cual no rastreé y maté a cada uno de los malnacidos implicados fue porque tenía un atisbo de fe en el sistema judicial! ¡Creía, no, tenía la total certeza de que el juicio de mi madre fracasó debido a los medios! —bramó—. De ahí que utilizaba las lagunas legales para diseñar mis estrategias. Pero estaba equivocado —musitó Lelouch. Su voz registró un punto de amargura y desolación—. Lo supe cuando fui parte del juicio de Nunnally. Ambos juicios fallaron por todo: los medios, las personas, el sistema. No puedo hacer justicia en un sistema corrupto. Debes crearla por tus propios medios impartiéndole el castigo adecuado al culpable —declaró Lelouch. La fatiga lastró el ímpetu de las siguientes palabras, pero no pudo apagar la chispa furiosa que despedían su ojo violáceo—: estoy harto de la verdad y la justicia. Ahora todo lo que quiero es sangre.

—¡Bien! ¡Dispárame! —sugirió Luciano, histérico—. ¡Saca tu pistola! Sé que ahí la tienes. La puedo ver. ¡Anda, sácala!

—¡¿Un disparo?! —discutió Lelouch soltando un ladrido de risa—. Has mutilado, desollado, decapitado, torturado, golpeado brutalmente a inocentes ¿y quieres morir de un solo disparo? ¡No es justo! —espetó Lelouch. Repitió con voz queda—: no es justo

Lelouch cabeceó de izquierda a derecha. Inconforme. Luciano cundió en desesperación y se echó de rodillas. Se arrastró hacia Lelouch. A su paso, fue alfombrando el piso de grava con su sangre. Luciano Bradley sentía como las ráfagas del viento hendían sus pies despellejados, cuanto más se acercaba a su secuestrador. Se sujetó a sus piernas.

—¡Lelouch, por favor! Si te queda un mendrugo de misericordia, perdóname.

—¿Misericordia? —se mofó—. Te pedí clemencia para mí y mi hermana en la terraza de ese colegio abandonado. Me humillé. Y a ti nada de eso te importó —masculló. Su expresión era la impasibilidad en todo su esplendor, pero su tono era la manifestación del odio puro—. Te juré que iba a perseguirte hasta los confines de la Tierra y que te haría pasar todas las torturas que me sometiste a mi hermana y te mandaría al infierno bailando. Voy a honrar mi promesa este día, Luciano.

—¡Te lo suplico! —gimió Luciano—. ¡Por lo que más quieras...! Tú, tú, tú... ¡Tú dijiste que podría salir de aquí, si me convertía en tu perro! ¡Perdóname y seré tu perro mi vida entera! —Luciano se puso en posición de cuatro patas y lamió los mocasines de Lelouch. Le jadeó con la lengua afuera—. ¿Sí? ¿Está contento mi amo?

—Los perros no hablan. Tampoco los murciélagos, ahora que lo pienso.

Como si le hubieran aplicado una descarga eléctrica, el aspecto retozón de Luciano demudó. Se quedó tieso por espacio de unos segundos. Las ideas se le estaban acabando. Sus neuronas estaban demorando en producir la sinapsis y tiempo era lo que le hacía falta a Luciano. Pero aún tenía un plan de emergencia. Luciano escaneó el perímetro. Sus ojos dieron con el objeto que buscaba. Gateó en su dirección. Titiritando, Bradley cogió las tijeras que su amo le había deslizado. Decidió hacerlo rápido para no arrepentirse. Abrió la boca, tiró la lengua y la cortó de un solo tajo. La lengua descolorida y fría cayó sin gracia en el piso. Acto seguido, Luciano escupió dos chorros de sangre. Se tapó la boca con ambas manos para reprimir la hemorragia. Su gesto no pudo apaciguar las violentas arcadas que lo hacían convulsionar. Sintiendo que iba a ahogarse con su propia sangre, vomitó. Con todo, siguió adelante. Bradley se limpió los labios con el dorso de la mano y se puso a hacer los trucos clásicos de los perros: revolcarse en la grava, dar la patita, pararse en dos patas y ladrar. Era un espectáculo tan lamentable que rayaba en lo incómodo. A Rolo se le escapó una sonrisa cruel. Lelouch no estaba conmovido. ¿Este hombre era el que lo había aterrado en sus pesadillas infantiles? Lelouch se avergonzó de sí mismo. No obstante, disimuló su repugnancia y aplaudió los trucos de su nuevo perro.

—¡Estás demente, Bradley! —rió—. De acuerdo. Tú ganas. Ha sido demasiado castigo para un hombre arrogante. Cumpliré nuestro trato. ¡Rolo, por favor!

Rolo corrió hacia la puerta del almacén y la alzó. La luz de la libertad lo cegó temporalmente. Se protegió la vista con una mano. Se descubrió cuando sus ojos se adaptaron al pálido brillo del sol. Luciano relajó los músculos. Sus rodillas estaban temblando. Añoraba dejarse caer y descansar un poco. Lelouch tomó la delantera entonces. No bien avanzó unos cuantos pasos, ya que se detuvo en seco.

—Luciano Bradley, te apodas el Vampiro de Britannia. Por casualidad, ¿sabes cómo mueren los vampiros? —preguntó repentinamente el dueño. Abrió el yesquero y dio la respuesta ya que Luciano estaba incapacitado para hacerlo—: exacto, con la luz del sol...

Prendió el yesquero y lo lanzó hacia atrás. El encendedor salió volando por los aires y aterrizó en un charco de gasolina iniciando el fuego con un violento chispazo. Se levantó chasqueando una llamarada que, sin más, lamió el piso a una velocidad fulminante, siguiendo el rastro que Rolo había dejado con anterioridad. Un rastro que guiaba hasta Bradley. Luciano se descorrió arrastrándose sobre sus codos. De cualquier forma, el fuego fue más rápido y lo alcanzó. Se trepó a sus pies, sus piernas y sus muslos, abrazándolo. El vampiro de Britannia pegó un grito al cielo. Se incorporó, como si quisiera deshacerse de las llamas que se estaban apoderando de todo su cuerpo a punta de sacudones —como si estuviera quitándose de encima un ejército de bicharracos—. Luciano empezó a dar vueltas, retorcerse y saltar frenéticamente al tiempo que profería estentóreos alaridos y maldiciones hacia Lelouch y Rolo. Visto desde afuera, el viejo chacal del presidente Schneizel en verdad estaba bailando. La quemazón debía ser tan dolorosamente intensa como pararse y moverse ya que la desolladura de los pies fue reciente. El poema sinfónico que reproducía el equipo estéreo había explotado en un loco crescendo. Rolo miraba el baile de la antorcha humana con los brazos cruzados y una media sonrisa en los labios. Lelouch también observaba. Su reacción era diferente a la de Rolo. Las facciones de su rostro se habían endurecido convirtiéndose en una máscara inexpresiva. Lo único real eran sus ojos vidriosos. Rolo le propuso ser él quien quemara a Bradley. Considerando que fue él que le había quitado la piel de la planta de sus pies y ya era un asesino, no le importaba matarlo también. Lelouch se negó. Debía tomar la responsabilidad de ese crimen.

—Esto no es divertido. Ni siquiera con música —se quejó Lelouch—. Vámonos.

Rolo asintió con la cabeza y se marchó. Lelouch lo siguió minutos más tarde. El fuego tenía un poder hipnótico. Se había sentido atrapado en un hechizo viéndolo. A espaldas de Lelouch y Rolo, la piel de cera de Luciano Bradley se estaba derritiendo a causa del calor y del fuego en medio de chillidos agonizantes y sollozos desgarradores al compás de la Danza Macabra. Así, el vampiro de Britannia tuvo el mismo final de los malvados vampiros.

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El detective Torres dio el expediente del caso a Zero pasados unos días. Rolo introdujo en el bolsillo interior de su chaqueta una hoja con un mapa dibujado y unas instrucciones claras y específicas mientras estaba inconsciente. El mapa trazaba la dirección de un buzón de correo público. Adicionalmente, en la hoja había una fecha y hora indicadas para dejar el expediente, el cual debía ser embalado como un paquete. De esta manera, el detective venía por la noche a ese lugar, dejaba el paquete y Rolo lo recogía tan pronto como el detective se largaba. Rolo traía el paquete al bufete de abogados y junto a Kallen lo abría. A pesar de que Zero le había pedido el expediente completo del caso al detective Torres, a Kallen solamente le interesaba leer el informe y revisar las evidencias archivadas. Las imágenes de CCTV eran todo lo que ligaba a Zero con el caso. El otro Zero no rompió ni cubrió las cámaras. Despreocupadamente se paseó delante de ellas como si no estuviera enterado de su existencia. El problema con su actuación era que resultaba muy obvio. El resto de pruebas, por otra parte, revelaban cómo el asesino entró y salió de la casa de seguridad y cómo mató al director Clovis y a los policías. Había un par de evidencias que servían como pistas para construir un perfil del asesino: una huella parcial de un zapato y la marca del neumático de la moto que condujo esa noche.

Por todo esto, Kallen decidió destruir las cintas, o sea, la única evidencia que ubicaba a Zero en la escena del crimen. Tuvo miedo. Hasta ese punto se había valido de métodos heterodoxos para ganar sus juicios y salirse con la suya. Esto era distinto. Destruir evidencia comportaba obstrucción a la justicia. Un crimen ni más ni menos. Kallen conocía cuál era la condena. La había repasado en el código penal cientos de veces. Rolo debió haber imaginado la gravedad de aquella acción, visto que se ofreció a destruirlas en su lugar. Kallen le agradeció su gesto amable, no obstante, insistió en hacerlo sola y aceptar la culpa (para ser exactos, el detective Torres y ella; pues él había hurtado la evidencia). Después de todo, era consciente de que al enfundarse en el traje de Zero rompería varias leyes y, a decir verdad, lo había hecho ya. No cambiaba nada si lo hiciera siendo Kallen Stadtfeld. «Vamos, Kallen. Te involucraste en esto porque pensaste que era lo correcto y, si aún lo crees, no des marcha atrás y continúa». Rolo susurró algo para sí mismo que sonaba como: «ustedes dos son tal para cual». Kallen estaba demasiado nerviosa para preguntarle a qué se refería. Respiró hondo, alargó el brazo pidiendo el martillo, Rolo se lo confirió y ella procedió a golpear repetidamente ambas cintas. Sin más dilación, porque postergarlo dificultaría más las cosas. Ahora que el recto abogado Kururugi no rondaba por ahí, este era el momento idóneo.

Suzaku, por cierto, estaba en la pizzería de Ohgi con sus amigos fiscales (así Kallen se refería indistintamente a Gino y Anya). Al inicio, él solo iba a reunirse con Gino. El plan era discutir a profundidad sobre el siniestro en la casa de seguridad. A razón de que ellos se habían visto hace poco para hablar sobre la reclusión del director Clovis y su actitud sospechosa y justo después de su encuentro fue asesinado, Gino juzgó acertado concertar una segunda asamblea e invitar a Anya, ya que este caso se conectó con el de Zero, el cual fue reasignado a la fiscal Alstreim posteriormente de que Suzaku lo perdiera debido al trato que había hecho con el fiscal Waldstein y su fracaso en el juicio de Nunnally Lamperouge. Anya aceptó entrevistarse con sus queridos colegas, aunque dijo que no podía quedarse más de veinte minutos. Suzaku propuso como punto de reunión la pizzería en donde ellos habían festejado su premio al fiscal del año —Suzaku tenía la impresión de que aquel evento sucedió hace años y sobra decir que se quedó asombrado al reparar en el tiempo verdadero que había transcurrido desde entonces.

A simple vista, era disparatado que trataran asuntos tan delicados en un sitio público. Pero él sabía que la afluencia del local era baja en los días de semana y en esa hora, por lo que podían platicar cómodos sentados en una mesa del fondo. Anya tenía pleno convencimiento de que Zero era el asesino del director Clovis. Al margen del material del CCTV, Anya legitimaba su postura en la incursión que él realizó a la planta química no hace mucho, lo que insinuaba que Zero tenía conocimiento del inadecuado tratamiento de las aguas residuales por parte de Britannia Chemicals. Y, si ella hubiera sabido que Zero había remitido las muestras que había recolectado a la fiscalía, habría sumado otro motivo para defender su punto de vista; aunque, de por sí, ella se resistía a ceder. Suzaku quería disuadir a Anya demostrándole que Zero no era el delincuente que se obstinaba en creer. Él esperaba que esa reunión fuera un intercambio amistoso de opiniones entre colegas; no obstante, parecía una batalla de caballeros ya que cada argumento puesto en la mesa era un espadazo que se daban el uno contra el otro. Suzaku deseó por un instante que fuera posible tomar prestado el poder persuasivo de Lelouch.

—Tal vez creerás que estoy burlándome o que me he vuelto loco. Sé que mis palabras pueden malinterpretarse. Por eso te pido que me permitas acabar y que tomes mis palabras como una opinión del primer fiscal del caso de Zero, ¿sí? —solicitó Suzaku con timidez. La impavidez de Anya lo animó a seguir, pues no era una incitación ni un desaliento—. Ese Zero que viste en las imágenes del CCTV no es el Zero que estás buscando. Era otro que usurpó su identidad. Estoy seguro porque Zero se concibe a sí mismo y quiere ser percibido como un aliado de la justicia. No intenta ser ella. Fíjate que Zero nunca ha castigado a los criminales por su propia mano. Él los empaqueta y los envía a la fiscalía o la estación. No tiene sentido este cambio.

—Tienes razón.

—¡¿De veras?!

—Sí, estás loco —afirmó Anya con frialdad y los brazos cruzados. A Suzaku se le subieron los colores a la cara. Hubiera deseado que la tierra se abriera en ese instante y se lo zampara para evadir la vergüenza—. Suponiendo que Zero no estuvo involucrado en la masacre y que, en efecto, piense que es un actor de la justicia, sigue siendo un alienado del sistema. Las leyes y el régimen administrativo son la representación de la justicia y del orden. Zero, en contraste, representa su propia visión de la justicia y sí, habrá una parte de la sociedad que se alinee con sus ideas; mas habrá otra parte, incluyendo a la alta cúpula, que no lo respeta ni lo hará.

—¡Uf! Tengo que estar de acuerdo con Anya en esto, amigo. Perdóname —intervino Gino—. Zero podrá hacer todo lo contrario de los criminales que atrapa, pero eso no lo convierte en mejor que ellos. Es un agresor de la ley y está actuando fuera del sistema. No quiero insinuar con esto que el mundo se divide en una escala de negros y blanco. Sin embargo, todo espectro gris tiene sus extremos blancos y negros y tú mejor que nosotros lo entiende. ¿Por qué Zero no cuelga la capa y se nos une a nuestra encrucijada por hacer de la ciudad un lugar mejor para todos? Nos convendría tener entre nuestras filas alguien con una determinación como la suya, ¿no crees, Anya? —aludió sonriente, guiñándole un ojo. Le dio una mordida a la pizza.

—Porque sabe cómo es el sistema —replicó Suzaku, cuya mirada ensimismada descansaba en la ventana sucia. El agua de la llovizna estaba arañando el cristal. Suzaku no había acabado de comer, y ya tenía apoyado los codos sobre la superficie para abrazarse a sí mismo.

—¿Y cómo es el sistema? —inquirió Anya cogiendo su vaso. Sopló el humo del mocacchino.

—Arbitrario y débil. Condescendiente y mentiroso —susurró él.

—¡Oye, Suzaku! Sé que hay funcionarios de nuestra organización que dan una mala imagen al sistema, pero no cometas el error de condenar a todos por unos pocos, ¿vale? —pidió Gino, abandonando su postura relajada.

—¿Y eso qué importa? Es corrupta —gruñó Suzaku, alzando sus ojos velados por la angustia hacia Gino—. Tú no dices que un tomate está medio podrido, aunque solo un lado de la fruta está dañado. Si tú no la cortas de raíz, la putrefacción continuará extendiéndose hasta infectar todo el tomate —explicó agarrando un trozo de pizza. Gino y Anya acorralaron a Suzaku con miradas llenas de curiosidad: ambos notaron que Suzaku sabía más de lo que estaba diciendo. El peso de las miradas sobre él le sonsacó el secreto—: yo lo comprobé por mí mismo. Vi al asistente del fiscal de distrito y al exfiscal jefe de la fiscalía central en donde trabajábamos siendo sobornados por el presidente de Britannia Corps. ¡Yo me subordiné ante el poder! —gimió y sintió otra ola de calor agolparse detrás de sus mejillas—. Lo busqué porque pensaba que podía hacer más por los ciudadanos de Pendragón y la gente que quiero. Creo que no se me ocurrió que podía lograrlo por mí mismo y me desesperé y, como resultado, me extravié.

Shirley le había dicho una vez que únicamente la verdad podía liberarlo. Pero ahora Suzaku no se sentía como un hombre libre. Se sentía tonto. «¿Cómo se dejó engañar?». Suzaku sentía que la verdad se había enroscado alrededor de su cuello y lo estaba estrangulando, porque la culpa en realidad no era una montaña que cargaba sobre los hombros, la cual se podía poner abajo o arrojar lejos. La culpa era un grillete en los pies que no lo dejaba caminar.

La sabrosa y humeante pizza de jamón, queso y champiñones en el plato empezó a enfriarse. Ninguno se acordó de tocarla. Los tres estaban hundidos en un tenso silencio. Gino y Anya estaban muy apenados por su colega. Nadie se atrevió a decir nada hasta que un auto salpicó de barro la ventana al pasar rápido por un bache delante de la pizzería. Gino tomó la iniciativa palmeando la espalda de su amigo a modo de consuelo:

—Está bien, Suzaku. Más a menudo de lo que nos gustaría reconocer nos gana la estupidez y la cagamos. Lo bueno es que te arrepentiste, ya renunciaste y todo está perdonado...

—¡No, Gino! ¡Nada está bien porque esos fiscales corruptos y no sé cuántos más aún forman parte del sistema, Britannia Corps sigue usando la ley como su instrumento para validar sus acciones ilegales! ¡Tan solo mírame! ¿Por qué no he sido castigado por mis crímenes y estoy sentado aquí contigo? Porque las leyes protegen a los criminales y condenan a los inocentes —vociferó Suzaku. Tenía los ojos acuosos y la cara roja. Gino apartó la mano de su espalda. Suzaku recuperó la compostura al observar cómo la palidez teñía los rasgos de su amigo. Reconoció que había ido muy lejos—. ¡Maldita sea! Perdóname. Lo arruiné otra vez —masculló abofeteándose los labios como autocensurándose. Creyéndose incapaz de salvar la conversación y de convencerlos de que Zero no era el asesino, sacó su celular e improvisó una excusa—: miren, le prometí a la abogada Stadtfeld ayudarla con el caso de la viuda del director Clovis. Originalmente, era un caso de divorcio y, debido a su asesinato, pasó a ser un caso de sucesión. A Kallen no le gusta que la fuercen a esperar. Será mejor que me vaya. ¡Nos vemos!

https://youtu.be/DzMp2_efFoA

Suzaku se levantó con torpeza y se precipitó hacia la puerta. Tan aprisa iba que no nada más empujó por accidente su vasito de plástico al echar su chaqueta en el brazo, también se olvidó de su celular. Anya se percató y corrió a llevárselo. Alcanzó a Suzaku junto a su deportivo blanco. Apenas se lograba apreciar que proseguía lloviznando. Las gotas eran finas. Su toque se equiparaba al roce de una pluma. Sino fuera porque se veía el agua arrojando unos fugaces detalles al rebotar contra el capó del automóvil, no se hubiera enterado.

—¡Oye! ¿Ibas a irte sin tu celular?

—¿Uhm? ¡Oh, no! ¡Gracias! —le sonrió Suzaku, volteándose y cogiendo el celular que Anya le tendía. Se lo guardó en el bolsillo trasero—. Lamento haberte obligado a salir bajo la lluvia. Ve adentro.

—Solo es agua, Suzaku. Está bien —lo tranquilizó con un ademán—. ¿Te digo algo? Juraría que eres Zero, si no te conociera.

—¡¿Yo?! ¡¿Zero?! —exclamó Suzaku abriendo tamaños ojos. Se rascó la nuca y le preguntó aborchornado—. ¿Qué te hizo pensar eso?

—Tu excelente condición física, tu admirable destreza en el combate, tu buena disposición, tu tenacidad, tu altruismo y, sobre todo, tu fuerte sentido de justicia —contestó Anya—. Pero, si yo estuviera en tu lugar, preguntaría por los motivos qué me hubieran descartado.

—¡Ah! Sí, claro. ¿Entonces?

—Pues Zero es una persona soberbia y sin remilgos morales y tú eres humilde y escrupuloso, además de un defensor ferviente del civismo, las normas y la moral y, claro, está ese detalle...

—¿Cuál?

—Todos te vieron a ti y a Zero al mismo tiempo y a no ser que hayas sido bendecido con el don de la duplicación o ya hayan inventado una máquina que te permita dividirte o tengas un cómplice, es imposible que seas Zero.

Suzaku se estancó en este punto. ¿Debería expresarle su gratitud por haber mencionado ese conjunto de cualidades positivas o su alivio porque su moralismo lo eliminaba de la lista de sospechosos? Inseguro, Suzaku sonrió aguardando que la fiscal añadiera algo que él pudiera contestarle. Por suerte, Suzaku no tuvo que decir nada para estirar el hilo de la conversación. Un precioso gato se deslizó por la acera y se escabulló adentrándose en un callejón en busca de un refugio. Era un gato de tamaño mediano con orejas grandes y pelaje delgado y gris. No era un experto de razas de gatos; pero supuso que era un gato korat mestizo, a juzgar por la mancha negra irregular en la punta de la cola y en el ojo derecho y Suzaku podía reconocerla en cualquier parte.

—¡Arthur!

Suzaku se abalanzó emocionado sobre la felina, ansioso por celebrar la reconciliación. Arthur no estaba de acuerdo con él. Lo arañó. Suzaku retrocedió sujetándose la mano herida. No era el reencuentro que había soñado. Empero entendía su agresividad. Admitía que se lo merecía. Anya se acercó y se hincó de rodillas. Le extendió su mano al animal.

—¿Conoces este gato?

—Sí, es mi gatita.

—¿Y por qué está aquí?

—Tuvimos una pelea —puntualizó él. Desaprobó su respuesta frunciendo los labios—. No, en verdad yo me peleé con Arthur e hice algo muy estúpido y ella fue lista y huyó de mí.

Arthur alargó su cabeza con forma de corazón con curiosidad. Olfateó la mano de Anya. Ella la mantuvo firme. Aquella fase de aproximación, si acaso podía darle un nombre, duró unos minutos. A la larga, Arthur se arrimó y frotó su mejilla. Anya acarició la base de sus orejas y Arthur no le rehuyó ni la atacó. Estaba disfrutando sus caricias. Suzaku estaba atónito por el manejo de Anya. Sabía exactamente lo que había que hacer. ¿Podría ser que tuviera gatos o les gustara? Nunca se lo había preguntado. Suzaku sintió su herida resentirse mientras veía a Anya rascar las orejitas de Arthur. No la de la mano.

—Le agradas.

—Parece que es una gata cariñosa la mayor parte del tiempo —comentó y le enseñó a Suzaku un corte pequeño en su rostro, seguramente un recuerdo que ganó de una pelea con otro gato. Era el primero de otros cambios de Arthur. Estaba más flaca y desmejorada. Él se entristeció.

—Es mi culpa.

—Está bien, Suzaku. Todas las heridas sanan. Tarde o temprano —indicó Anya y le dijo con fingida indiferencia, aunque con un tono significativamente marcado—. Eso sí. No esperes hasta que Arthur te perdone. Perdónate a ti.

—No es tan sencillo como decirlo —masculló Suzaku con un nudo en la garganta.

—Nadie insinuó que lo fuera —replicó la mujer, ladeando la cabeza—. Dime una cosa: ¿estás totalmente seguro de que no recibiste un castigo por congraciarte con los poderosos?

—Sí. Mis superiores no iban a sancionarme porque están confabulados con Britannia Corps.

—Y por esa razón te dictaste tu propia sentencia: el no perdón con una condena eterna. Fuiste más que el fiscal de tu propio caso, Suzaku. También fuiste tu mismo juez —afirmó ella. Las palabras brotaron suavemente de sus labios, pero cayeron sobre Suzaku como plomo, o sea, con todo el rigor que encerraba la carga semántica. Continuó ella—: ahora dime, ¿te ha sido útil castigarte constantemente?

Suzaku no tuvo que contestar porque ambos conocían a la perfección la respuesta. Incluso si sus labios mentían, la verdad estaba enterrada en el fondo de su puro corazón y en el exterior se apreciaba con más precisión porque su mirada no escondía nada. Era el problema de poseer una expresión honesta. La llovizna se estaba arremolinando alrededor. Algunos mechones de su cabello ondulado se le habían adherido a su frente y el frío se estaba filtrado por su sistema. Con todo, nada de eso importaba. Por una vez, Suzaku estaba agradecido que hubiera lluvia. Así el agua de la lluvia podía mezclarse con la humedad de sus ojos.

https://youtu.be/2SIdMnsvBrc

El presidente Schneizel presionó el departamento de policía ejerciendo su influencia para que la morgue se apremiara en liberar el cuerpo de su padre y así proceder a brindarle las exequias correspondientes. A pesar de que Charles zi Britannia era una figura eminente que, debido a su espléndido desempeño de su carrera política, pertenecía tanto a la esfera pública como la privada, Schneizel optó por preparar un funeral íntimo a su padre. En este tipo de ceremonias los asistentes eran la familia y los amigos del difunto. El problema residía en que los padres y el único hermano del presidente Charles estaban muerto. Holgaba añadir que su hija menor y su dizque sobrino fueron asesinados recientemente. Para rematar, Charles no tenía amigos. Se enfocó en invertir en proyectos que contribuyeran en la expansión y mejoramiento de la ciudad, así como se abandonó a sus conflictos internos, que desatendió sus relaciones. Todo sueño exigía sacrificios, en opinión de Schneizel. La falta de amigos del presidente Charles era compensada con una cantidad desorbitante de enemigos y, en virtud de que era inadmisible que al funeral del presidente acudieran unos cuantos por más privado que fuera el evento, la familia Britannia los invitó a ellos, a unos socios comerciales y a ciertos allegados suyos. Los funerales, después de todo, son realmente para los vivos y su proceso de duelo. De tal modo que el presidente Schneizel se lo pidió a su exprotegido, el exfiscal Kururugi, y a su prometida quien, a su vez, vino con su hermano; la directora Cornelia se lo solicitó por vía telefónica al fiscal Guilford y él aceptó y el presidente Lelouch, a su vez, llevó a Kallen, que, para todos, era obvio que era su amante. A Kallen le resultó divertido la idea de tomar parte del funeral de un hombre con quien había fantaseado asesinarlo una y otra vez. No rechazó la invitación ya que quería estar con su amor y eso suponía que a veces debía hacer cosas que no le gustaba. Así pues, el presidente Schneizel enmascaró la deprimente vida solitaria de su padre.

Ese día, por capricho del destino, estaba soleado. El sol brillaba con tal intensidad que parecía que se estaba burlando del ánimo de los testigos. Igual, nadie estaba triste. Mentira, realmente alguien sí lamentaba la muerte de Charles. Marianne. Su hermoso y despreciable rostro estaba bañado por las lágrimas. La opresiva necesidad de aire la obligó a salir de la capilla ardiente. Había tanta gente adentro que todos compartían el mismo oxígeno. Asqueroso. Al presidente Charles no lo aquejaba ese problema. Se hallaba recostado en su féretro blanco, rígido, inerte y amortajado. La ropa seleccionada para su entierro fue el traje púrpura que pretendía llevar en su investidura. A Schneizel lo asombró el maquillaje que le aplicaron. Lograron conservar tanto en los hundidos ojos bajo los párpados como en las duras facciones de su semblante los vestigios de su alma implacable, soberbia e impávida. Ni después de su muerte al viejo león le importaba las opiniones de sus presas que era como visualizaba al resto del mundo, salvo a su familia y Marianne. Schneizel deseó preguntarle si acaso había valido la pena sacrificar una vida normal por el pasado. Tuvo la corazonada de que su padre se habría arrepentido de sus decisiones, si hubiera visto que su funeral era un espectáculo. Pero eso era absurdo.

El presidente Charles no creía en dioses. No lo manifestó abiertamente. No hablaba de cosas tan personales con sus hijos. No obstante, saltaba a la vista. Evitaba las iglesias, no rezaba y las contadas ocasiones que versó sobre algún dios se expresó con desdén. Su voz denotaba inconfundible odio. Aun así, fue enterrado de acuerdo con los rituales cristianos. En su fuero interno, Schneizel bromeó pensando que su padre habría resucitado ante la pura indignación para volverse a morir. Por supuesto, eso no sucedió. Él y sus hermanos fueron los primeros en arrojar un puño de tierra al féretro una vez que estuvo en la fosa que los sepulteros cavaron. Mientras el sacerdote parloteaba, los tres últimos Britannia contemplaron como los sepulteros soterraron el féretro bajo varias capas de tierra. Durante todo el sepelio, ningún hijo derramó ni una miserable lágrima.

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El presidente Lelouch retornó a la mansión antes de lo pautado. Alegó sufrir una migraña. Ni presidente Schneizel ni la directora Cornelia lo consideraron insolente. Más bien, a su modo de ver, por fin Lelouch se dignó en hacer lo correcto. Su hermano menor les hartaba. Tomaron esto como una oportunidad para liberarse de él. Ellos se quedaron. Hasta que no despidieron al último de sus invitados, no se retiraron del cementerio. Para entonces, estaban en el umbral de noche. No interactuaron en el viaje. Schneizel notó que a su hermana la envolvía un aire taciturno. Casi no habían conversado desde la noche que su padre fue asesinado y las escasas palabras que cruzaron eran insustanciales. Era una situación extraña y no le gustaba que se hubiera prolongado tanto. «¿Me contará qué ronda por su mente o tendré que sonsacárselo?».

Lelouch estaba interpretando un recital de piano cuando Schneizel y Cornelia se apearon del coche. Tras su mudanza a la mansión, Lelouch había adoptado la costumbre de tocar el piano cada cuando. Técnicamente, no era malo. El piano había perdido su propósito en la mansión ya que ningún residente actual sabía cómo tocarlo. La cosa era que a Cornelia y a Schneizel les sacaba de quicio. Ese piano era un regalo de aniversario de bodas del presidente Charles a la madre de Schneizel y nada más ella y Euphemia habían sido capaces de interpretar dulces y gentiles piezas instrumentales. Lelouch lo ignoraba, pero él estaba profanando su memoria cada vez que sus manos acariciaban las teclas de ese piano.

—Él lo hace a propósito para provocarnos —rumió Cornelia.

Los hermanos se instalaron en la sala. Schneizel ordenó que le prepararan un cóctel de vodka y ginebra. Realmente se le antojaba un chardonnay. Pero había vuelto del funeral de su padre ni más ni menos. Tenía que verse abatido por la consternación. Lo apropiado era beber algo fuerte, por tanto.

—Estás especulando —la contradijo Schneizel con ternura.

—¡No, yo lo !

Schneizel frunció el ceño. Había detectado un énfasis extraño en aquella afirmación. Clavó una mirada inquisitiva en su hermana.

—¿Qué sabes? —la interrogó con deliberada lentitud—. Cornelia...

—Lo vi, Schneizel —masculló—. El día del asesinato del presidente lo vi salir de su cuarto.

Cornelia no fue honesta con la policía. No del todo, para ser justos. Era verdad que ella pasó la noche leyendo porque no podía dormir. Sin embargo, los dos libros que tenía en su mesita de noche ya los había leído y no le apetecía revisitarlos. Decidió bajar a la biblioteca y agarrar un libro. Demoró en decantarse por uno. En parte, porque de verdad no quería leer y, en parte, porque se estaba rezagando adrede. Cornelia confiaba que el proceso de selección la aburriera lo suficiente para que el sueño se apoderara de ella apenas apoyara la cabeza en la almohada. A la larga, Cornelia subió con un libro bajo el brazo luego de un bostezo. Mientras orientaba sus pasos hacia su dormitorio, escuchó el crujido de una cerradura. Alguien estaba entrando o saliendo de algún cuarto y por el alto volumen del ruido, estaba cerca. El instinto la aconsejó ralentizar la marcha y obedeció. Cornelia giró en el recodo del pasillo por el que caminaba y avistó una puerta escupir a un hombre de espalda ancha y pelo negro. No pudo verle la cara. Igual, Cornelia no necesitaba hacerlo para confirmar que era Lelouch. Desde la seguridad de su posición, lo vio alejarse dando traspiés. Nunca lo había visto desplegar un comportamiento errático. Fue escalofriante, incluso para ella que rara vez se asustaba con algo.

Sabiendo que había emergido del cuarto de su padre, Cornelia no dudó en entrar y averiguar por sí misma que había sucedido. La espantosa imagen de su padre con la hachuela incrustada en su calva y el agua de la tina pintada con el rojo de su sangre la envió contra la pared. Su estupefacción cedió al horror cuando el anciano alzó la vista y extendió la mano hacia ella: «Cornelia, hija mía... Ayúdame, por favor». Cornelia se había congelado. Su mandíbula, que solía ser segura y firme, temblaba con ligereza. Al cabo de unos segundos, ella salió de su trance y se movió en su dirección. Le sacó el hacha y calculó su peso pasándosela de una mano a otra. En esto, le pareció oír que su padre balbuceó algo. No sabría decir qué. Cornelia no lo estaba mirando a él, estaba mirando la hachuela. Sintió el odio que abrigaba contra su padre reverberar desde sus entrañas. Inopinadamente, apretó el mango y encajó con fuerza el hacha sobre el cráneo del presidente en la parte superior del hueso frontal. Su padre se desmoronó. Cornelia se vio en los espejos del baño y no se reconoció a sí misma empuñando la hachuela.

¡¿Qué demonios había hecho?! Aterrorizada, desencajó otra vez la hachuela y la limpió nerviosamente con un pañuelo empapado. Borró las huellas delatoras del filo y el mango; aunque la hachuela seguía húmeda. Resolvió con tirarla a la bañera. Cornelia se apresuró para lavarse las manos, se secó y se lanzó fuera del baño y del dormitorio de su padre. Se encerró en su dormitorio, revisó si su bata se había salpicado de sangre (al ser de color borgoña, la sangre se camuflaban mejor en la tela de la bata), enjugó tan bien como pudo las pequeñas manchas en su propio baño y de allí Cornelia no se largó hasta que una sirvienta llamó a su puerta.

La cabeza de Cornelia había sido un hervidero de pensamientos que la habían atormentado por semanas. El asesinato era el acto más cobarde y abyecto que un ser humano podía incurrir. Y Cornelia había asesinado a su padre, poseída por un ponzoñoso odio que se mezclaba con la ira y el dolor con auténtico ardor y una emoción espontánea. Era un pecado imperdonable. ¿Cómo haría para continuar viviendo el resto de sus días?

El presidente Schneizel atendió la historia de su hermana con sus cinco sentidos. Sobrellevó el terror mejor de lo que Cornelia había supuesto. Se apreciaba una entereza entre sus cejas y en su frente. Aguardó paciente el fin de su historia y le soltó una pregunta que la perturbó:

—¿Alguien te vio?

—¿Qué?

—Te pregunté si alguien te vio —repitió exhibiendo una escalofriante calma.

—No. Pero, ¡¿qué carajo importa?! —ladró Cornelia—. ¡Schneizel, te acabo de revelar que soy una asesina y la víctima es nuestro propio padre...!

—¿Y te gustaría que notificara a la policía o te sermoneara como cuando éramos unos críos? ¿Eso levantaría tu ánimo? —la interpeló Schneizel. Desmontó la pierna que tenía reposando encima de la rodilla, colocó el cóctel sobre la mesa donde estaba la lámpara y se deslizó hasta ella—. Mi querida Cornelia, creo que entiendo por qué lo hiciste. Por más afecto que nosotros profesáramos por el hombre que nos dio la vida, él también nos hizo daño. El amor y el odio son dos pasiones tan intensas que se confunden. Es increíble como el amor de una vida entera es engullido por el odio en cuestión de días, horas o minutos. ¡Mira cómo el odio trastornó a nuestro hermano! Fue Lelouch quien planeó el crimen y descargó el hacha en la noble cabeza de nuestro padre. Tú lo viste. ¿O me equivoco? —preguntó mimetizando su postura.

—Sí, así es.

—Y, siguiendo esa lógica, él es el asesino, ¿no?

Schneizel sujetó los brazos de Cornelia y se los apretó cariñosamente.

—Sí.

Schneizel le sonrió, complacido. Las caricias estaban surtiendo efecto. El cuerpo tenso de su hermana estaba relajándose. Tal vez era inapropiado este trato íntimo con ella. Se rumoraba una relación incestuosa entre Schneizel y Cornelia. Alguna mente depravada y ociosa había desvirtuado el sentido benévolo e inocente de un viejo comentario que había realizado sobre su hermana y lo había puesto a circular por las redes. Este chisme pernicioso nació a raíz de la impactante revelación de los verdaderos lazos de sangre de Lelouch. Aquello desempolvó de su memoria el efímero noviazgo de Lelouch con Euphemia. Para Pendragón, los Britannia era una familia infeliz involucrada incestos, accidentes y asesinatos. La historia digna de una novela. Francamente, a Schneizel le traía sin cuidado esos rumores ridículos. Siempre habían sido así de íntimos y nada de eso iba a cambiar.

—Bien. Pienso igual —indicó Schneizel—. Estoy concibiendo un plan para echar a Lelouch de la empresa y de nuestra familia. Pero voy a necesitarte. Dime, Cornelia, ¿confías en mí?

—Con mi vida —respondió ella, volviéndose hacia sus cautivadores ojos lilas.

—Eso era todo lo que quería oír —murmuró él, sonriente.

La feroz máscara de Cornelia se resquebrajó y debajo de ella quedó al descubierto un rostro sometido al sufrimiento que la había estado devorando a lo largo de esas semanas y que había estado tratando de tragar. Pero que, a pesar de sus intentos, ese nudo de sentimientos se había atorado en su pecho y ahora reclamaba su derecho a la libertad. Schneizel la abrazó. Cornelia se refugió en su pecho y se entregó a un llanto silencioso. Schneizel tenía un talento especial que consistía en adivinar qué necesitaban sus hermanos nada más con mirarlos. Aun cuando Cornelia era la fuerte y cada uno de sus hermanos se apoyaba en ella a su modo, era también la más vulnerable y no le correspondía a ella solucionar los problemas de la familia. Esa era la tarea de Schneizel, quien había ejercido su papel estupendamente.

Schneizel se tuvo que morder la lengua para no perder la compostura frente a Cornelia. Temía que una carcajada lo traicionara. Schneizel ordenó los eventos que le había narrado Cornelia con los suyos en una línea cronológica mental. Dedujo que ella debió entrar en el baño antes que él. En tal caso, no fue uno ni dos, sino tres asesinos. Charles zi Britannia fue asesinado por su propio legado. El karma tenía un sentido del humor verdaderamente retorcido.

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Schneizel quería cuanto antes celebrar su fiesta de compromiso. Tenía intenciones de hacerlo en nochevieja. Creía que era una manera fantástica de despedir el año con broche de oro y, a su vez, dar la bienvenida al siguiente año. Pero el asesinato del presidente honorario lo forzó a aplazar la fiesta hasta febrero ya que no deseaba parecer insensible ni quería patear tan lejos la nueva fecha. Schneizel odiaba el negro y, sobre todo, lo enfermaba vestirse con ropa negra. Era un color ominoso y feo que conjuraba la mala fortuna y la muerte. Por dos meses y medio, Schneizel estuvo de luto hasta que llegó la noche de la fiesta y volvió a meterse en un elegante esmoquin color blanco de estilo italiano. El traje entallaba su cintura y realzaba sus hombros. Además, contaba con solapas anchas y algo redondeadas y un moño. Eso era lo que le gustaba del estilo italiano: acentuaba el porte masculino. Schneizel estuvo a punto de decantarse por un traje azul y cambió de idea casi a último minuto. Adoraba el blanco y sus connotaciones benignas. Representaba la paz y la pureza. La perfección. Era su color y, por tanto, constituía un sacrilegio no llevarlo puesto en uno de los días más importantes de su vida. Su prometida se apareció a su lado en la fiesta ataviada en un ostentoso vestido dorado. Juntos conformaban una glamurosa pareja fuera de este mundo. Algún medio tuvo la brillante idea de bautizarlos como Oberón y Titania, si bien ellos parecían más unas divinidades del infierno terriblemente encantadoras y peligrosas. Sin duda, eran la pareja más poderosa y envidiada de Pendragón. El presidente siempre había tenido un buen ojo para los negocios, no podía decepcionar a la hora de elegir una consorte.

Y, si Schneizel era el hermano perfecto, Charles había sido el patriarca, Cornelia era la fuerte y Euphemia había sido la cuidadora, ¿cuál era el lugar de Lelouch en esta familia? Bien, era el descarriado. Mejor dicho, esa era la designación que usaban Schneizel y Cornelia. Lelouch prefería autodenominarse como «el rebelde». Seguramente si Lelouch hubiera crecido bajo el mismo techo que sus hermanos, habría incidido en todos los excesos que singularizaban la clase de los ricos ociosos al ser influenciado por su hermano, Clovis. Aun así, existirían claras diferencias entre ellos. Ya que cumplía el rol del emocional de la familia, Clovis nunca podría desligarse de ella. A diferencia de Lelouch. Él era incapaz de quedarse encerrado en una jaula de oro mientras veía pasar su vida como su hermana Euphemia y no podía ser el fuerte (como lo fue con la pequeña familia que conformó con Nunnally) porque Cornelia ya lo era. Lelouch tenía que encontrar su propio camino en otro sitio y, en ese tiempo que se buscaba a sí mismo, estaría extraviado en una vida vacía definida por la inercia y el hedonismo. Algo doloroso de ver, pues Lelouch sería uno de esos jóvenes que desperdiciaba las virtudes y los talentos que la suerte le había obsequiado generosamente. Hasta que estuviera arrepentido por cómo había llevado su vida, Lelouch no decidiría cambiar su actitud, tomarse las cosas en serio y tal vez reconectarse con su familia.

Aquel escenario hipotético llevó a Lelouch a valorar aún más la vida humilde que había disfrutado como Lelouch Lamperouge, el abogado exitoso, seductor, condescendiente, mujeriego, ambicioso y materialista, que estaba loco de amor por Nunnally, su joven hermana. Lelouch Lamperouge era la identidad que se había creado para desplazarse libremente por la sociedad de Pendragón y poder acercarse a sus enemigos. Era el Conde de Montecristo de su Edmundo Dantés. Lelouch vi Britannia era una nueva máscara o, para ser más exactos, era un nuevo personaje basado en esa narrativa que nuestro héroe se inventó y que desempeñaba el mismo propósito que Lelouch Lamperouge. Lelouch vi Britannia era un empresario prometedor, carismático, ingenioso y filántropo que únicamente tenía cabida en su maltrecho corazón para una mujer: su amante.

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Tal cual habían acordado, él pasó a recogerla. A Lelouch se le quitó el aliento apenas Kallen se presentó ante él. Tenía puesto un bonito vestido escarlata de cola de sirena que se ajustaba a la perfección a su figura destacando sus curvas. El vestido se abría en un pronunciado escote vértigo que dejaba a la vista las formas redondas y suaves de sus pechos turgentes y libres de sujetador. El vestido tenía unos tirantes plateados resplandecientes. Kallen enmarcó sus ojos azules con un rímel y sombra de ojos oscuros y resaltó sus labios con un pintalabios carmesí. Completó su look con unos pendientes, una diadema, el collar que le había obsequiado y una máscara de encaje plateadas. Esto a razón de que la fiesta era un baile de máscaras. Además de que estaría en consonancia con las festividades del mes, el presidente Schneizel consideró que organizar su fiesta como una de temática de máscaras la personalizaría de un modo muy especial. Kallen se convenció de que la máscara de la reina era la elección correcta para ellos una vez la vio.

Por eso la desilusionó un poco que Lelouch no se hubiera disfrazado como su contraparte masculina. Él lucía bastante guapo con su chaleco de vestir que estilizaba su talle. A excepción de la camisa manga larga que era blanca, el chaleco, el saco y el pantalón eran negros. El pecho de mármol de Lelouch se asomaba a través de los botones superiores de la camisa desabrochados. En el bolsillo del pecho, había guardado el reluciente reloj de oro, del cual nunca se separaba. Finalmente, una máscara negra con la forma del ala de un murciélago cubría la mitad izquierda de su rostro, en donde había perdido su ojo, de tal forma que dividía con una precisión simétrica su faz en dos lados: uno impoluto y apolíneo y el otro terrorífico y dionisíaco. Debido a la máscara, que resultaba tan llamativa, la primera impresión que tuvo Kallen fue que Lelouch estaba disfrazado del Fantasma de la Ópera. Desechó la teoría al ver los cuernos puntiagudos, la cola triangular, las uñas de acrílico afiladas y, claro, las enormes y roídas alas de demonio y de color vino que tenía pegadas en la espalda.

—¡Oh, no! Yo quería que nuestros disfraces combinaran. ¡Tenía ganas de que todo el mundo viera que somos el rey y la reina!

—Eso habría estropeado el ánimo de Schneizel. No creo que su ego tolerara que hubiera dos reyes en su propia fiesta —se rió Lelouch—. Por otra parte, ¿quién te dijo que no estábamos combinados? Estamos vestidos como los protagonistas del poema romántico «El Demonio», de Mikhail Lermotov*, ¿lo conoces? ¿No? En ese caso, déjame contarte: el poema comienza con nuestro trágico héroe, el príncipe de las tinieblas en persona, deambulando por nuestro mundo y sintiéndose mísero y abandonado en una existencia inmortal que no lo satisface. De tanto errar y errar, Lucifer sorprendió sin querer a una bella princesa georgiana practicando el baile que iba a realizar el día de su boda en la intimidad de su dormitorio —narró y en el acto tomó la mano de Kallen y la hizo girar con la gracia de una bailarina de ballet sobre su eje—. Lucifer se quedó observándola y entonces nació en su alma una pasión indescriptible que jamás había sentido —explicó Lelouch ubicando la mano de Kallen sobre su pecho donde su corazón estaba palpitando alegremente—. El Diablo no entendía sus propios sentimientos, sin embargo, había decidido que la princesa sería suya, así que destruyó a su rival mandando unos ladrones el día de su boda. Los ladrones lo mataron y luego el Diablo se apareció ante la princesa y procedió a cortejarla —Lelouch levantó la mano de la pelirroja hacia sus labios y depositó un tierno beso en su dorso, al mismo tiempo que extendía la otra mano y acariciaba la mejilla de Kallen—. La princesa estaba aterrada, mas logró encontró el coraje en su interior para acercarse a su captor. Ella lo miró directo a sus ojos penetrantes y se pasmó al descubrir que en ellos no había un demonio ni un ángel, sino una pobre alma torturada. Embelesada, la princesa abrió los brazos y recibió a su amante en un apasionado abrazo. Ellos se besaron... —susurró Lelouch a centímetros de Kallen con una entonación irresistible. Notó que Kallen estaba tan concentrada en su relato que estaba aguantando la respiración a causa del suspenso. Él se inclinó para besar su frente—. Y ella cayó muerta a sus pies, pues los besos de Lucifer eran letales. El alma de la princesa ascendió al reino de los cielos y Lucifer se quedó de nuevo solo, sin esperanza ni amor... —Lelouch se volvió atrás y le dirigió a Kallen una sonrisa que indicaba que había terminado de narrar. La pelirroja estaba visiblemente perturbada.

—En momentos como este, me contenta que no seas un verdadero demonio...

—Menos mal que tú eres una reina y no tienes por qué preocuparte —expresó recogiendo un mechón de cabello de Kallen detrás de su oreja—. Estás deslumbrante, ángel mío. Tu vestido te queda magnífico. Justo a tu medida. Hoy eres más guapa que nunca.

—¡Agradezco que me lo digas! —sonrió ella—. El vestido me aprieta un poco el busto, pero quería ponérmelo. Es realmente lindo y sería una pena no lucirlo en una ocasión como esta.

—¿Ah, sí? ¿Te aprieta? Déjame ver...

—¡Lelouch! —chilló la pelirroja escabulléndose de su amante. Se protegió sus senos abrazándose.

—¿Cuál es el problema? ¿Ya olvidaste que tú misma sueles guiar mis manos hasta tus...?

—¡Eres un pervertido! —gimió Kallen con las mejillas encendidas.

—Solo cuando estoy contigo —admitió con picardía. Lelouch tendió el brazo hacia Kallen—. Ya nos hemos entretenido lo suficiente aquí. ¿Nos vamos?

Kallen se agarró al brazo de Lelouch de inmediato. Lelouch no siguió provocando a Kallen. Las dos bromitas que le había gastado y el elogio que le había dado consiguieron su objetivo de tranquilizarla. Casi no hablaron en el viaje hacia la mansión. Estuvieron matando el tiempo besándose y abrazándose.

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La fiesta de compromiso se celebraba, naturalmente, en el salón de baile de la mansión. No solo era el lugar apropiado para llevar a cabo este tipo de acontecimientos, también resultaba ser la habitación más vasta de toda la mansión. Este salón a su vez era la pieza más luminosa, en virtud de la larga sucesión de ventanales que durante las fiestas estaban abiertas para dar paso a la luz de la luna y ventilar la pieza. Para esta ocasión, el presidente mandó a tapizar el salón con colgaduras de terciopelo rojo que hacían juego con los ornamentos de oro. Lo más imponente del salón eran las gigantescas dobles puertas que se abrían hasta tal grado que se adosaban a las paredes exhibiendo una espléndida vista panorámica del salón de baile en su totalidad. Kallen volvió a quedar maravillada ante la mascarada al atravesar otra vez aquellas puertas. Era una auténtica fantasía.

Lelouch ya había visto el salón desde mucho antes de la fiesta. Ya había perdido su gran efecto en él. En su lugar, estaba contemplando a su amante. Algunas mujeres que se creen princesas sueñan con un príncipe que las salve de la monotonía y las hagan vivir el clásico cuento de hadas. Otras mujeres que prefieren ser guerreras sueñan con pelear codo a codo con un guerrero que las reconozca. Y, por último, están las reinas que quieren compartir su reino con un rey digno. Kallen definitivamente era una reina. Empezó a preguntarse cuánto se tardaría en quitarle su vestido. Mientras ella estaba distraída viendo fascinada la belleza y la excentricidad del salón, él se atrevió a darle un beso en el brazo que estaba colgando de su hombro. Kallen pegó un respingo, sintiendo cómo se erizaba su piel.

—¡Lelouch!

—¿Qué? —inquirió arqueando las cejas de modo que recuperó esa vieja expresión inocente del abogado Lamperouge que usaba cada vez que quería hacerse el desentendido. De repente, el gesto se le borró y se dibujó una sonrisa coqueta en sus labios. Lelouch le susurró al oído—: no es como si yo no hubiera besado cada parte de tu cuerpo.

Kallen imaginaba que su cara debía estar tan roja como su pelo ya que la cabeza le palpitaba. Señal de que la sangre había afluido hacia arriba. Esta vez ella tendría la última palabra. Ya Lelouch se había divertido de lo lindo jugando con ella al lobo feroz. Le demostraría que ella también sabía cómo jugar y que podía ser más que la caperucita roja.

—Lo mismo te puedo decir yo a ti.

A Lelouch se le arreboló el rostro instantáneamente. Le pellizcó una mejilla.

—¡Te han crecido los dientes, mi corderito! —rio por lo bajo.

Kallen le contestó con una sonrisa con aires de suficiencia. «Verás el tamaño de mis dientes la próxima vez que te muerda». Con tal de acompañarlo a la fiesta, Kallen le había impuesto dos condiciones a su amante. La primera era que se pusiera un disfraz negro. Últimamente él estaba vistiéndose de blanco, el color de Britannia Corps. Si bien era cierto que el blanco le confería a Lelouch un aire distinguido y augusto, el negro siempre sería su color. La segunda condición consistía en que no la dejara sola en el transcurso de la fiesta. Kallen no se sentía demasiado cómoda que digamos en las fiestas de la clase pudiente. Había asistido a algunas con su padre y su madrastra en el pasado y las experiencias fueron desagradables. Odiaba la artificialidad de esos eventos, por una parte. La fastidiaba la actitud snob y vanidosa de los invitados, por otra. Lelouch prometió cumplir y hasta ese punto de la noche se mantuvo fiel a su palabra. Incluso si no era un disfraz de rey, el disfraz de demonio era casi todo negro tal como ella quería. De la misma manera, Lelouch no se apartó de su lado —Lelouch aborrecía estos eventos y a su gente tanto o más que Kallen; por lo que ambos descubrieron con agrado que tenían otra cosa en común—. En contraste, él la colmó de atenciones. Bailaron, comieron, bebieron y charlaron toda la noche. La patética pantomima de Schneizel y Shamna palidecía frente a la ardiente pasión y el genuino amor del joven presidente y su amada. Los presentes de la fiesta se daban cuenta. Las miradas que los amantes intercambiaban transmitían todo lo que los labios no podían.

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Nada más se separaron una vez. Habían acabado de bailar el vals y Kallen creyó reconocer a su padre detrás de la graciosa máscara de un perro. Él confirmó su identidad al enviarle un gentil saludo con la mano. Kallen recordaba que él había apoyado al presidente Charles en su campaña política y ella quería dar por sentado que su alianza finalizó tras su muerte. La inquietaba su presencia porque suponía entonces que quería conservar su relación con los Britannia. Lelouch la alentó a hablar con su padre y le dijo que iría a discutir algunos asuntos con unos socios que había visto. La fiesta servía como pretexto para abordar negocios. Kallen plantó sus labios sobre los suyos y le aseguró volver junto a él a la mayor brevedad. Acto seguido, ella se acercó a su padre que estaba en el buffet. Él le sonrió.

—Hola, mi princesa. ¿Te diviertes en la fiesta?

—Algo así —suspiró—. ¿No te resulta chocante que un par de meses atrás la nación despedía entre lágrimas al anterior patriarca de esta familia y hoy estemos aquí felices festejando por todo lo alto el compromiso de su hijo mayor?

—Es mejor dar vuelta a la página que estancarse en ella. La vida es un parpadeo y no sabemos cuándo se nos va el tren, a final de cuentas —replicó él, encogiéndose de hombros. Entonces, sin soltar su Martini, señaló a Lelouch discretamente con el meñique—. No me contaste que tu novio era hijo del presidente Charles.

—Él lo ignoró por casi toda su vida y llegó a enterarse de casualidad. Es una historia sensible cuya narración no me concierne.

—Está bien, Kallen. Tampoco pude asociarlo con el difunto presidente y me asombra que no lo haya hecho. ¡Guarda un parecido extraordinario con su padre! ¿Te habías fijado?

—Sí y él no está orgulloso de eso. Sé que si tuviéramos el poder de escoger a nuestros padres Lelouch no habría querido a Charles. No era un buen hombre —comentó la pelirroja, azorada. Zapateó el piso para infundirse valor y expresó impostando la voz—: padre, no conozco una manera más amable de pedirte esto, así que lo diré simplemente: quiero que cortes lazos con Britannia Corps.

—¡¿Qué?! ¿Por qué?

Kallen no podía compartir con él las averiguaciones que había hecho en sus aventuras como Zero ni las que obtuvo de Lelouch. No obstante, Kallen podía dar parte de los detalles de los casos en que había trabajado y estaban cerrados, así como de la investigación de la reportera Milly Ashford, que era conocida suya, en torno a Britannia Chemicals. Los asuntos privados de la empresa eran una montaña de bolsas de basura y cuanto más escarbaban Kallen y su padre, más apestaba. La pelirroja tenía la impresión de que estaba diseccionando un cadáver en descomposición para enseñarle sus órganos a su padre. La quijada del señor Stadtfeld se le había venido abajo al término del relato de su hija. Se masajeó la sien izquierda.

—¿Entiendes por qué quiero que cortes lazos con Britannia Corps?

—Sí, lo entiendo...

—¿Y bien? —inquirió Kallen, impacientándose.

—Has estado trabajando en varios casos que involucran a Britannia Corps en un corto plazo, ¿cierto? —observó el Sr. Stadtfeld.

—Es parte del procedimiento —rezongó Kallen, huraña—. A veces a los abogados nos tocan trabajos peligrosos. Comúnmente son casos penales y de ese tipo han sido mis últimos casos.

—¿Y es coincidencia que todos tus casos estén en relación directa con Britannia Corps? —la cuestionó su padre levantando una ceja. Era el gesto que hacía cuando adoptaba una actitud sarcástica o escéptica. Naoto le había copiado ese gesto—. ¿Qué estás planeando, Kallen?

—Nada malo, te lo garantizo —gruñó. Comenzaba a perder los estribos y su padre lo notó.

—No me malinterpretes, princesa. Es que si tú no cuidas tu integridad tengo que hacerlo yo.

—¿Acaso no viste que ya excedí la edad de que me cuidaras o te rehúsas a ver? —espetó. Se mordió la lengua tan pronto oteó como convulsionaron sus facciones. Una arrepentida Kallen intentó reparar el daño—: perdón, quise decir...

—Sí, sé que quisiste decir —la atajó el Sr. Stadtfeld con un ademán alicaído—. Me lo tengo merecido. Te fallé. No me quejaré si me culpas por ser un viejo necio, pero no me reprendas por preocuparme. Ya perdí a tu madre y a tu hermano. Eres mi todo ahora —confesó con voz lánguida. Su angustiosa franqueza atenazó a Kallen—. Aun así, no te diré cómo debes hacer las cosas. Tal vez te diré cómo no hacerlas. En eso sí me considero un experto. Pero solo si estás dispuesta a escuchar mis consejos. De lo contrario, no me entrometeré. Y voy a romper mi relación con Britannia Corps.

—¿Lo harás?

—Sí, ¿no me probaste que no era una empresa transparente?

—Gracias, papá —musitó Kallen, sonriente.

Y estallaron los fuegos artificiales. Atraídos por las estruendosas explosiones de colores, los invitados se asomaron por los ventanales. Los pies de Kallen la estaban guiando a través de la multitud compacta antes de ser consciente. A ella le fascinaban los fuegos artificiales. Para ella, eran un espectáculo mágico y, por ello, no había investigado cómo se producía esa lluvia colorida. No quería arruinar el truco. Desde que era pequeña, Kallen luchaba por mantenerse despierta para admirarlas. Inclusive le pedía a su hermano avisarle en caso de que se durmiera en la espera. Él no siempre cumplía su promesa porque prefería que recuperara sus energías. Así que cada vez que avistaba fuegos artificiales, ella se conectaba a su niñez. La época más feliz de su vida, si tuviera que describirla en términos simples. Su madre no estaba comatosa y su hermano seguía con ellas. La pelirroja estaba vislumbrando el cielo iluminado por rayos multicromáticos encantada, cuando una figura demoníaca surgió de las sombras, enroscó sus brazos alrededor de su cintura y recorrió la larga pendiente de su nuca con besos. Kallen pasó de la sorpresa al deleite. Reconocería esos labios en cualquier lado que tocaran su piel. Kallen enredó los dedos en el pelo de Lelouch. Estaba tan cerca su boca sensual de su oreja que ella sentía que estaba comiéndosela con cada palabra susurrada:

—¿Te gustaría que nos desapareciéramos, mi reina?

https://youtu.be/nJdWKQKqJpQ

Kallen se estremeció nomás sintió la sonrisa pícara pintada en los labios de Lelouch posando sobre la curva de su nuca. La tentadora propuesta auguraba ser excitante. La verdad, a Kallen sí se le antojaba un banquete de besos. No habían tenido más intimidad desde que estuvieron en el auto. Este era el momento propicio y no la molestaría si los besos evolucionaban a algo más. Kallen accedió. Lelouch cogió su mano y la llevó consigo por el salón de baile y las galerías. La intención era ir a su dormitorio. No obstante, Kallen lo haló hacia ella entretanto subían por el rellano de las escaleras y lo besó. El beso resultó violento, intenso y tan agotador que absorbió el aire en sus pulmones de una sentada. Lelouch y Kallen cazaron juguetonamente los labios del otro en un divertido y delicioso juego. En la oscuridad, Kallen se despojó de todo el pudor y colocó la mano de su amante sobre uno de sus pechos. Lelouch no pudo contener la risita. Kallen sintió el calor extenderse por sus mejillas.

—¿Ahora sí te apetece que sea un pervertido?

—¡Cállate y bésame!

Lelouch complació sus deseos besándola, al mismo tiempo que su mano se zambullía por sus pechos. Kallen sintió la lengua de Lelouch abriéndose paso a través de su boca y su garganta. Inopinadamente, uno de los fuegos artificiales que dispararon sonó tan fuerte que los arrancó de su inmersión. Entonces, Lelouch y Kallen se habían vuelto una maraña de extremidades arriba de la escalera, ya en el piso superior. A unos metros de los amantes estaba una ventana, donde se podía contemplar los fuegos artificiales de cerca. Los enamorados se echaron a reír y acordaron tácitamente tomarse un momento para admirarlos. Después de todo, no todas las noches se podía degustar semejante exquisitez visual.

—¿Hablaste con tu padre? —inquirió Lelouch.

—Sí, lo convencí de alejarse de Britannia Corps para siempre. O eso quiso darme a entender. Siento que lo hizo por mí. Él me ama y, a pesar de ello, no era un buen padre. No me defendió de mi madrastra ni me brindó la calidad ni cantidad de tiempo suficientes en mi adolescencia y en mi niñez no estuvo ahí conmigo —contó ella abrazándose a sí misma.

—Entiendo. Piensas que lo hizo como un acto de compensación —atinó a decir Lelouch. En momentos como estos, Kallen agradecía que Lelouch fuera súper intuitivo ya que le ahorraba la incómoda necesidad de contar cosas tan íntimas.

—El rol de todo padre es proteger a sus hijos, equiparlos con las herramientas indispensables y proveerle de consejos útiles para sobrevivir en el mundo y quien me dispensó de esas cosas fue mi hermano. ¡Me hubiera gustado que se conocieran! Algo me dice que ustedes se habrían entendido bien. Tienen muchísimo en común. Ambos son gentiles, protectores, bondadosos, carismáticos, inteligentes y estupendos líderes y cada uno tenía su modo de hacerme feliz...

Kallen descruzó los brazos, se volvió hacia Lelouch y se abalanzó sobre él, dándole un abrazo apretujado, de esos que hacían crujir las costillas e interrumpen la respiración. Lelouch se le devolvió tibiamente. Se había abstraído en sí mismo. Alguna idea se agitaba en su mente.

—¿De veras eres feliz conmigo, Kallen?

Extrañada ante esa pregunta dolorosamente incrédula, buscó sus ojos. Lelouch estaba serio.

—¡Soy muy feliz contigo, Lelouch! Estás pendiente de mí, me mimas con regalos, me haces sentir especial y siempre tienes tiempo para mí. Eres honesto, gentil y cariñoso. Y en la cama satisfaces todos mis deseos —declaró Kallen, sonrojada—. Cera me dijo que era un milagro de la naturaleza que dos personas se enamoraran el uno del otro y creo que entiendo por qué. Me contenté mucho al saber que correspondías mis sentimientos y me emocioné aún más cuando me propusiste mudarme contigo —en la medida que Kallen captaba el sentido de sus propias palabras, sus ojos iban humedeciéndose. Se limpió bruscamente con el dorso de la mano y le preguntó preocupada—: ¿tú no eres feliz conmigo?

La sombra de una amarga sonrisa cruzó por los labios de Lelouch por una ráfaga de segundo. Se desembarazó de Kallen con delicadeza y se volvió hacia la ventana con las manos unidas detrás de la espalda. Susurró con una voz teñida por la melancolía:

—Cuando tú ya eres un pecador contumaz, la felicidad te dura poco porque el remordimiento constantemente está acechando desde las cuatro esquinas de tu mente a la espera para azotarte apenas bajes la guardia. Llegas a un punto en que renuncias a la felicidad y te limitas a aspirar la paz mental como un sueño imposible. Es por eso que no me resistí al abismo y me entregué a él sin restricciones, sin culpa y sin temor a hundirme más y más. Como resultado, el pasado me persigue y el futuro me asedia. Si no fuera porque descubrí una nueva determinación para terminar lo que empecé, mi vida no tendría sentido ni propósito.

—¿Te digo cuál es mi secreto para seguir viva? —inquirió Kallen apoyando los brazos en el antepecho de la ventana. Se situó justo al lado de Lelouch, de tal manera que podía pegar su hombro contra el suyo—. Nunca espero con ansias mi vida. Me acuesto y levanto de mi cama sin ponerme a pensar qué me deparará ni me entretengo haciendo un recuento de mis acciones a lo largo del día. Hago de cuenta que mi vida tiene un tiempo limitado y hago lo que quiero con quien yo quiero. Tomo lo que la vida me ofrece y le saco el máximo provecho. Eso es lo que suelo o intento hacer.

—¿Pero qué vida puedo vivir yo? Aun cuando todos los errores que cometí, las experiencias que atravesé y el dolor que sufrí me proveyeron de sabiduría, envejecieron y desvirtuaron mi alma, curtieron mi corazón y enturbiaron mi consciencia. Una vida en ruinas como la mía no es una vida.

https://youtu.be/08dVih0LNs8

El tono desprovisto de angustia y desesperanza le avisó a Kallen que Lelouch tal vez tenía la respuesta a su pregunta y que esta podría ser otra de sus pruebas de carácter. O simplemente quería conocer su opinión. En general, Kallen no le gustaba mucho que Lelouch apelara a un lenguaje críptico para comunicarse con ella ya que se le complicaba seguir su ritmo. Esta vez creyó poder hacerlo. Ya habían tratado el tema. Por lo que Kallen dirigió el cuerpo hacia él.

—Sí puedes: tan solo concéntrate en lo que puedes hacer hoy y las recompensas llegarán por su cuenta. Si el pasado te atormenta, crea recuerdos que te gustaría atesorar mañana. Y si el futuro te asusta, sueña cómo te gustaría que fuera. Dijiste que tu consciencia es como el agua turbia y creo que es una comparación pertinente. Un río seco difícilmente vuelve a llenarse; en cambio, un río con agua turbia puede purificarse. Estoy segura de que si trabajaras en ello desde hoy, como te dije la otra vez, podrías convertirte en la persona que deseas ser. A fin de cuentas, ¿no fuiste tú quien me dijo que si podías imaginarlo, podrías hacerlo posible?

—Tienes razón. Eso dije —le sonrió con cariño—. ¿Sabes, Kallen? He estado perdido en la oscuridad por tanto tiempo que pensaba que no podía encontrar el camino correcto. De alguna manera, di contigo y me guiaste a él. Conoces el sufrimiento, la injusticia y la adversidad tan bien como yo, pero tú te has sobrepuesto a ellos con éxito y has logrado proteger tu dignidad aferrándote a tus principios. Me has inspirado con tu espíritu libre y puro. Verás, no solo me devolviste la esperanza de salvar mi alma, me diste una razón para hacerlo —explicó Lelouch en tanto delineaba el contorno de los labios de Kallen con la uña del pulgar—. No quiero que mi vida se termine con Britannia Corps. Quiero estar contigo.

—¿A qué te refieres? —balbuceó Kallen y reconoció el entusiasta aleteo de su corazón en su pecho. Estaba empezando a armarse de ilusiones.

—Lo que oíste. No puedo visualizar mi futuro sin ti, Kallen. Te quiero en mi vida. A cambio, te pido que me concedas tiempo para ajustar cuentas conmigo y regenerarme. Quisiera estar bien totalmente para ti. No me perdonaría que alguno de mis demonios internos te lastimara —puntualizó Lelouch con voz cascada—. Y, si para entonces aún tu corazón arde de anhelo por mí, podríamos casarnos.

Kallen no daba crédito a sus oídos. Pensaba que estaba viviendo un hermoso sueño. ¿Lelouch realmente quería hacer su vida junto a ella?

—¿Hablas de que te gustaría que viviéramos una vida normal y aburrida juntos?

—Una vida normal y pacífica. En el supuesto caso que nos aburramos, podríamos incursionar en el mundo del bondage —bromeó Lelouch. Ellos se rieron—, pero así sería si es tu deseo.

—¡Sí, sí quiero! —exclamó ella, henchida de la emoción. Echó los brazos en torno a su cuello y apretó su frente con la suya. Acarició sus cuernos—. Te entregué mi corazón y mi cuerpo mucho antes de que me los pidieras y te daría mi vida también. Seré tuya, si serás mío.

A pesar de que las lágrimas estaban nublando sus ojos azules, a Kallen le pareció hallar en la mirada penetrante de su amado un eco del júbilo que la imbuía en la forma de una sonrisa de triunfo. Lelouch envolvió a Kallen entre sus brazos. Kallen se alzó sobre la punta de sus pies. Sus labios se encontraron en un beso que se sintió distinto a otros. No fue apasionado y ávido ni fue dulce y corto. Sus tiernos labios contra los suyos se contrajeron y se separaron pausada y profundamente. Lelouch deslizó la mano por la curva de la espalda de Kallen, la asentó en la parte baja y estrechó a su amante contra él, a tal punto que juntó sus caderas con las suyas. Kallen se dejó llevar: empujó a Lelouch contra la pared y suspiró ante la placentera presión de su cuerpo cálido contrarrestada con la brisa fresca que se filtraba por la ventana. Las alas y la cola de Lelouch se maltrataron un poco con el choque. Ninguno cayó en cuenta. Todo lo que importaba era este preciado instante que les pertenecía únicamente a ellos. Y ella, Kallen. El resto del mundo se había desvanecido. Kallen cortó el largo beso y acarició la longitud de su tabique con la punta de la nariz, presionó los labios sobre su cicatriz, bajo su mandíbula y descendió por su garganta y su pecho, desbocando los latidos de su corazón, vigorizando sus músculos y embriagando a Lelouch de una sensación confortante. Era como si Kallen pudiera alcanzar las heridas más insondables de su alma y aliviar el dolor cada vez que sus pieles se tocaban y se encendían. 

https://youtu.be/eduwBgDcMwY

En plena pasión, Lelouch oyó una serie de pasos que procedía de las escaleras y venía hacia la pareja a toda prisa. Invadido por un mal presentimiento, él se tensó. Kallen apercibió la rigidez de su cuerpo y se detuvo justo cuando surgió un tropel de policías liderado por el detective Asahina.

—Lelouch vi Britannia, ¡ponga las manos en la cabeza! Está usted detenido.

—Exijo saber el motivo de mi arresto —ordenó Lelouch con fría calma.

Sutilmente se ubicó por delante de la pelirroja y llevó las manos la cabeza. Un par de oficiales le agarraron las manos, se las cruzaron por detrás y lo esposaron.

—Por asesinar al presidente honorario, Charles zi Britannia —replicó el detective Asahina—. Tiene derecho a guardar silencio y a solicitar a un abogado. Todo lo que diga será utilizado en su contra...

—¡No! —chilló Kallen, sujetándose a su amante. Clavó las uñas en su saco y tiró de él. Las lágrimas que había derramado antes de infinita felicidad se trocaron en lágrimas de tristeza—. ¡Lelouch!

—Todo estará bien, Kallen —murmuró Lelouch con una sonrisa apagada—. Voy a estar bien. Estaré devuelto pronto.

Lelouch redirigió su mirada de una Kallen preocupada al hombre de rubia cabellera y gesto altivo que estaba rezagado y había escoltado a la policía hasta ellos. El presidente Schneizel dio un sorbo a su vino y, cuando nadie más los estaba mirando, afloró una sonrisa cruel en la comisura de sus labios. Esto era jaque.

*El poema existe. No me lo inventé. Está disponible en internet y traducido al español.

N/A: ¡y esto es todo por el capítulo de hoy, mis malvaviscos asados!

Primero que nada, me gustaría disculparme con ustedes porque decidí cambiar el título del capítulo 34. El cambio se debió a que no me acordaba que ese título yo ya se lo había asignado a un capítulo aún no publicado y que era más adecuado que dicho capítulo se titulara así por dos motivos importantes que no puedo compartir con ustedes. Tanto es así que me niego a modificar el título del capítulo.Yo suelo elegir los títulos de acuerdo a los temas de cada una de las partes que componen el fanfic o el fanfic en general y/o la escena más significativa del capítulo en cuestión. Por eso, en su momento me pareció bien que el capítulo 34 fuera nombrado «El corazón quiere lo que quiere». Creo que el nuevo título, "Promesa", es igual de correcto, considerando que hay muchas promesas en esta historia. Además, «El corazón quiere lo que quiere» hacía referencia a la escena de Lelouch y Kallen y la «Promesa» de ese capítulo es una promesa entre ellos. Quizás sea más específica cuando lleguemos al final del fanfic (o quizá no sea necesario porque ustedes se darán cuenta en el momento que lean).

En esta ocasión traigo tres datos curiosos sobre este capítulo. El primero concierne a la muerte de Luciano Bradley (que imagino yo debe ser la escena más satisfactoria de esta novela junto al primer acto íntimo entre Lelouch y Kallen). Originalmente, concebí la actitud de Luciano más burlona y desvergonzada porque le complacía que Lelouch se volviera un monstruo gracias a él. Algo que enfatizaba cuán miserable era. Pero decidí que esa actitud encajaba mejor con Charles, quien siempre que habló con Lelouch tenía el poder. Era el único capaz de humillar a nuestro héroe. Por otro lado, pensé que era apropiado que viéramos a Bradley cagado de miedo, puesto que lo configuré como un cobarde y juzgué que así debía irse de este mundo. Me encantó escribir su muerte. Esta fue la escena que menos edité en todo este capítulo. El segundo dato curioso es la charla entre Lelouch y Kallen en la larga escena final. Tuve una gran idea que decidí reservar para más adelante porque lo consideré más apropiado. El tercer dato curioso es que los disfraces de Lelouch y Kallen fueron una elección deliberada. Repito que el poema que Lelouch le contó a Kallen es real, al igual que el poema sinfónico que compuso Carmille Saint-Saëns y sonó en los últimos minutos de Luciano Bradley. Tampoco es coincidencia que para el padre de Kallen, ella es una princesa y para Lelouch, ella es una reina.

Debo decir que me fascina escribir los diálogos entre Lelouch y Kallen. No sé si lo han notado, pero las dinámicas de las relaciones entre personajes cambian con cada libro y la de Lelouch y Kallen es bastante interesante. Comienzan como mentor y alumna en el primer libro, continúan como aliados en el segundo libro y terminan como amantes en el tercer libro. Lo interesante radica en que inicialmente Lelouch aconsejaba a Kallen y ahora es Kallen quien aconseja a Lelouch. Gracias a él, Kallen se ha vuelto más sabia, pragmática y calculadora y, gracias a ella, Lelouch reconecta con su centro más sensible y cándido y aprende a sentirse vulnerable, lo que le permite rejuvenecer. Los diálogos entre Lelouch y Kallen en la primera parte siempre me transmitieron una sensación de que Lelouch era mayor que Kallen, pese a que los concebí de la misma edad tal cual en el anime. Decidí dejarlo así porque creí que era correcto para estas versiones de Kallen y Lelouch, considerando que había planeado que él preparara a Kallen para un mundo de intrigas, pues no iba a depender tanto de sus habilidades físicas (ni de pilotaje) como en el anime. Pero, ahora, me he puesto a pensar y entendí por qué: mientras Kallen ha permanecido inalterable a pesar de las circunstancias desafortunadas dado su carácter resiliente; a Lelouch lo afectan. Debo decir que estoy satisfecha con cómo he manejado hasta ahora las conversaciones y la relación entre los dos tórtolos. Algo que me tenía un poco preocupada porque no tenía la referencia del anime y me preguntaba cómo podía escribir un Lelouch enamorado que fuera creíble, se mantuviera dentro de su personaje y no pareciera asexual (al menos, Lelouch solía portarse juguetón y coqueteo con Kallen en el anime). Encontré mi respuesta leyendo uno de los mejores clásicos de la literatura: Jane Eyre (si acaso han leído el libro, quizás mis Lelouch y Kallen les habrá transmitido esas vibras). De esta manera, mi Lelouch lucha por ser feliz junto a su amada entretanto trata de mantener a raya sus demonios internos.

Dicho esto, yo necesito preguntarles: ¿quedaron satisfechos con la muerte de Luciano o piensan que se merecía otro castigo? ¿Cuál es el momento que más ansían ver en el fic? ¿Creen que la decisión de Kallen de destruir las cintas traiga consecuencias negativas para ella? ¿Qué opinan de la escena de la pizzería entre Suzaku, Gino y Anya? ¿Están de acuerdo con ella acerca de que Suzaku se castigó a sí mismo prohibiéndose el perdón para siempre? ¿Los asombró que Cornelia estuviera involucrada en el asesinato de su padre, en cierta medida? Ahora que saben que los tres hermanos contribuyeron de una u otra forma a la muerte de Charles, ¿creen que es justo que Lelouch sea el único que enfrente un castigo? ¿Qué opinan de que Charles fue asesinado por sus hijos? ¿Creen que el poema de «El Demonio» sea un presagio? ¿Qué les parece la relación entre Kallen y su padre? ¿Piensan que Lelouch podrá encontrar la redención por sus pecados y ser feliz con Kallen? ¿O no debería estar con ella, independientemente de que pueda redimirse? ¿Cuál opinión tienen de la relación romántica de Lelouch y Kallen? ¿Adivinaron que Lelouch sería arrestado? ¿Cuál fue su escena favorita? ¿Expectativas para el siguiente capítulo?

Apreciaré los comentarios y el apoyo que quieran dar a mi historia. Espero que leamos pronto el capítulo 38, que llevará por nombre: «Hipocresía». Hasta entonces cuídense, malvaviscos asados. ¡Besos en la cola!

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