Capítulo 35: Campanas

El frío decembrino se instaló en la ciudad desde la despedida de noviembre. Por las mañanas, soplaba una placentera brisa, aunque el día fuera claro y resplandeciente y el cielo estuviera despejado. Por las noches, el viento arreciaba y el frío se intensificaba, de tal manera que las copas de los árboles se sacudían con estrépito. Kallen pasaba las noches gélidas preparándose un amazake o un chocolate caliente que bebía con gusto frente a la ventana de su cuarto entre tanto admiraba la encantadora lluvia de copos de nieve. Visto desde el pent-house, la nevada era un espectáculo visual impresionante y precioso. El clima acentuó la añoranza de Kallen. Echó mucho en falta a Lelouch. Para ella, la mejor forma de entrar en calor era abrazar al ser amado. Rociarse el perfume de Lelouch en las muñecas y dormir con una de sus chaquetas o su propia bata la ayudó a sentirlo a través de la distancia. Pero nada podía remplazar la calidez y la suavidad de su pecho. No sorprendería entonces que Kallen estuviera contando las horas para ver a Lelouch desde que dejó la oficina. Había caído ya el crepúsculo para cuando Kallen se presentó puntual en la mansión. Lelouch la acogió al instante y la invitó al interior. Ya que ella había estado una vez allí y no pudo explorar la casa, él decidió darle un tour. La condujo a través de los cuartos de la planta baja. Atravesaron el vestíbulo, el comedor, la biblioteca, las galerías y el salón. Ella quedó maravillada ante la piscina cristalina y el modesto gimnasio. Nunca se había puesto a pensar en los lujos que podía albergar la mansión Britannia. Kallen se avergonzó pensando que lucía tonta con la boca abierta cada vez que Lelouch le mostraba algo. Ella dejó que él fuera delante como un genuino guía, aunque justo después lamentó que no estuvieran más cerca para coger su mano. En resumen, podría decir que las estancias eran opulentas, espaciosas y luminosas. La mansión respiraba un aire de antigüedad y elegancia. La pelirroja experimentó la impresión de que estaba visitando un magnífico palacio.

—Así que este es el mundo donde realmente pertenece Lelouch vi Britannia —comentó ella. Estaban caminando por un largo corredor.

—Es el mundo donde yo fui desarraigado; no donde soy parte. Nunca podría sentirme a gusto en un mundo lleno de pretensiones y futilidades. Estaría bastante solo —precisó él, pausando el itinerario. Se volvió hacia Kallen—. ¿Y a ti?

—¿Uhm? —inquirió ella, desorientada.

—¿Qué me dices tú, Kallen Stadtfeld? A ti no te negaron este mundo de fantasías como a mí. Has estado en él más tiempo que yo. Por no hablar de que desde pequeña pudiste conocer tus verdaderos lazos de sangre.

—Ya sabes que si hubiera dependido de mí conservaría el apellido de mi madre, Kōzuki. Es como me identifico —declaró—. Hubo una época que detestaba usar el apellido de mi padre. Incluso me avergonzaba por las mismas razones que tú menosprecias este mundo. Ahora no estoy resentida con Stadtfeld. Me he percatado de que no todo lo que hay en este mundo es malo. Tiene sus encantos. Igual que las personas que habitan en él. Sería hipócrita de mi parte si lo desconozco. Gracias a este apellido he vivido una buena vida, tal como quería mi madre. No tan buena como podría vivir siendo una Britannia, pero no me puedo quejar.

—¡Tks! Britannia es un apellido pomposo, ¿no te parece?

—Pues, ya que pides mi opinión, sí, lo es. Te lo habría dicho si no me temiera parecer grosera —bromeó. Se aclaró la garganta y atinó a decir—: ¿prefieres Lamperouge?

—Me gustaba más Lelouch Lamperouge, pero ya no puedo continuar llevando ese apellido.

—Es una lástima que no podamos vivir acorde a nuestros deseos —suspiró Kallen—. A estas alturas, seríamos L.L. y K.K.

—L.L. es un nombre cursi —apuntó Lelouch poniendo una mueca. Kallen se echó a reír.

Lelouch y Kallen revisitaron el salón de baile. Si esta no era la habitación favorita de Lelouch, era la que más le gustaba. Fue ahí donde bailó con Kallen. A Lelouch le agradaba revivir ese momento cada vez que entraba. Al final volvieron al salón. Lelouch solía pasar el rato allí ya que había un precioso piano de cola blanco, en donde podía ejecutar piezas musicales. Había aprendido a tocarlo de niño por orden de su madre. En parte, Marianne quería que aprendiera tocar algún instrumento porque ella lo consideraba integral en la formación de un niño. Y, en parte, así ella lo mantenía ocupado por varias horas en algunas tardes. Ella le dio libertad de elegir cualquier instrumento y Lelouch se decantó por el piano ya que Nunnally adoraba las composiciones para piano. Además de que discurrió que sería un buen acompañamiento para sus danzas de ballet. No llegó a interpretar ninguna melodía en una actuación de Nunnally, desafortunadamente. Pero sí tocó el piano para su hermana varias veces en el salón de música de la Academia Ashford. Memorizó varias partituras con vistas de tener una selección amplia para Nunnally. Por supuesto, Kallen ignoraba esto. Al ver el piano, se le prendió el bombillo.

—¿Puedo? —inquirió alargando la mano.

—Por favor.

Kallen se sentó ante el piano y dejó que sus dedos finos se perdieran sobre las teclas de marfil blanco y negro pergeñando una melodía. Por su lado, su madrastra contrató un maestro para enseñarle a tocar el piano. A diferencia de Lelouch, en ella nunca se manifestó el deseo de perfeccionar sus técnicas ni retomar sus lecciones. Para Kallen, fue una imposición que no le estimulaba el menor placer. De ahí que no aprendiera más allá de dos canciones. El hecho de que quisiera tocar era significativo. Lelouch no lo sabía.

—El 5 de diciembre fue tu cumpleaños y no pudimos celebrarlo —explicó Kallen—. Quiero que este sea mi regalo.

—¿Cómo te enteraste que fue mi cumpleaños?

—Tu hermana me lo dijo.

Las facciones de Lelouch se crisparon en respuesta. Su causa únicamente podía deberse a un sentimiento. La abrupta desaparición de su hermana había abierto una herida en su pecho que le urgía puntos de sutura. La herida ya no sangraba. Pero bastaba cualquier cosa relacionada a Nunnally como una fragancia o una melodía o una mención para que esa herida volviera a resentirse y Lelouch creyera que iba a morir de dolor. O, más bien, de un ataque de ansiedad. Esta vez no hiperventiló ni sintió una presión en el pecho ni enfrentó una sensación de ahogo porque la música lo devolvió a la vida. Como una luciérnaga atraída por la luz, Lelouch buscó la fuente. Enfocó la mirada en Kallen que continuaba tocando el piano. Ni los mechones rojos que habían rodado hacia su cara ni la luz penetrante que descendía sobre ella habían roto su concentración. Estaba poseída por la musa. Lelouch percibió de pronto el crecimiento de un aleteo en su pecho. No era ansiedad que era como un tornado violento. Este era dulce y gentil como el batir de las alas de una mariposa. Lelouch reparó que esta era la primera vez que una persona tocaba para él. Era tan extraño como conmovedor. Una sonrisa sincera se le adelantó en los labios. La pieza finalizó. Kallen echó la cabeza hacia atrás y lo miró. Se sonrojó.

—¿Por qué me estás mirando así?

—¿Cómo así?

—Con deseo y cariño. Ya sabes... —balbuceó Kallen. Realmente estaba pensando que tenía la mirada que el hombre enamorado le dedica a una mujer antes de hacerle el amor. No tuvo el coraje de decírselo y, de todas maneras, ella podría estar equivocada. La profunda mirada de Lelouch tocaba su alma y sacudía su mundo como nadie más podía hacerlo. Kallen sabía que estaba colorada porque sentía calientes las orejas y las mejillas. Él estaba por contestarle cuando sonaron las campanas por enésima vez. Ella se giró en su asiento—. ¿Qué fue eso?

—Fueron las campanas de la iglesia de los Britannia. Una pareja debe estar casándose.

—¿Cómo estás seguro?

—Mi intuición me lo dice —sonrió Lelouch—. Vente. Subamos a mi cuarto. Tengo también unos regalos para ti.

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Lelouch plantó su palma en la espalda de Kallen y la llevó a su dormitorio en el piso superior. Era, definitivamente, la habitación más penumbrosa y taciturna que había visto y bien podría serlo de toda la mansión. Las paredes eran negras y el cortinaje estaba cerrado, lo que cortaba el paso de la luz. Aun así, la alcoba rezumaba la esencia de Lelouch: se olfateaba su perfume característico y todo estaba en perfecto orden. Su anterior dormitorio también era impecable. Luego, Kallen se mudó y desordenó un poco. Él no le dio importancia. Ahora lo primero que capturó el interés de Kallen fue la descomunal y elegante cama con dosel blanco. Lo segundo fue el equipo estéreo. Kallen se acercó y lo examinó, así como echó un vistazo a los álbumes apilados. Se fijó que el equipo ya contenía un CD. Lo reprodujo y los suaves acordes de un piano empezaron a atestar el cuarto. Lelouch vino hasta Kallen y le entregó una caja de regalo bermellón. Kallen la aceptó con curiosidad y la destapó. Dentro había dos cosas. Una era un colgante de corazón labrado de plata. Kallen sonrió.

—¿Me estás regalando tu corazón? —se burló.

—¿No te gusta?

—¡No es eso! —aclaró—. Es que la idea en sí es un tanto cursi y no imaginaba que eras esa clase de amante.

—Lo vi en una tienda y me pareció bonito. Creí que estarías de acuerdo —se justificó—. No tengo problemas para devolverlo hasta luego de la fiesta de compromiso de Schneizel. Estoy forzado a asistir y quiero que vayas conmigo y que todos te vean con este collar.

—Supongo que puedo hacer eso —concedió. Le dio el colgante y estiró el cuello—. Pónmelo.

Él cogió el collar, abrió el trancadero y pasó sus brazos alrededor de su cuello al tiempo que Kallen se levantaba los mechones de su mata de pelo rojo. Ya puesto, Lelouch no dejó pasar la ocasión de acariciar su cuello al retirar los dedos. El gesto redobló los latidos del corazón de Kallen. Su caja torácica era un tambor. Ella procuró tranquilizarse distrayéndose. Sacó el otro regalo que había en el interior de la caja. Era negro y se sentía sedoso. Lo desdobló. Era una fina bata de satén. Desde aquel día en que Lelouch encontró a Kallen ataviada en su bata cocinando, se había decidido comprarle su propia bata. Entre más aplazaba esa compra, esa provocativa imagen lo perseguía más insistentemente.

—¡Vaya!

—¿Te gusta?

—Sí, me encanta —afirmó, sonriendo de oreja a oreja. De pronto, se mordió el labio inferior. La asaltó una idea. Esa noche estaba inspirada—. Pero no sé si me quede bien. Me lo probaré. Kallen colocó abajo la caja. Se desanudó la bufanda de un tirón y con los dientes se despojó los guantes. Improvisó un striptease. Kallen haló una manga y la tela resbaló graciosamente fuera de su hombro. Kallen se tomó su tiempo alternando su atención entre lanzar miradas a Lelouch y pasearse las manos provocativamente por su pelo, cuello, pechos, vientre, caderas e ingle, entretanto sus caderas se balanceaban acompasadas al ritmo de la música y tarareaba la canción. Incluso Kallen retardó el acto jugueteando con su vestido rosa. Se bajó y se subió las mangas y la orilla del vestido y estiró el escote, enseñándole y ocultándole así centímetros de su piel. Kallen dudaba si estaba interpretando bien el papel de la seductora. Quería verse irresistible, segura y sexy, y se sentía torpe y adorable. El vestido rosado aterrizó finalmente a sus pies como olas del agua cayendo por el borde de una cascada. Lelouch se había sentado sobre sus rodillas contra la cabecera de la cama para descansar la espalda y, desde ahí, estaba admirando golosamente su baile erótico y su silueta curvilínea. De nuevo ella estaba llevando lencería negra. El color oscuro contrastaba con su tono de piel aperlado destacando la anchura de sus caderas y el prominente volumen de su busto. Kallen se puso la bata por encima. Tenía un escote pronunciado adornado con encajes. Era más corta que la bata de él. Le llegaba hasta la mitad de los muslos, dejando al desnudo sus piernas torneadas. Kallen modeló para él.

—¿Cómo me veo?

—Divina —replicó un sonriente Lelouch que estaba contemplando embelesado cómo la tela lamía sus nalgas con cada movimiento—. Brillas mucho más cuando vistes ese tipo de tela: satén, seda, raso, piel. La sabes lucir. Pareces una verdadera reina.

—Yo ya soy una reina.

—Y podrías ser la reina del imperio empresarial más grande y poderoso de Pendragón...

—No me interesa ser dueña de un conglomerado corrupto —rezongó ella haciendo un mohín. Se trepó a la cama y gateó hasta su posición—. Me conformo con ser la dueña de tu corazón —declaró Kallen agitando el dije de corazón. Ella pasó una pierna por encima del regazo de Lelouch. Se cepilló el pelo con una mano y se empinó sobre sus rodillas—. ¿Qué parte de mi cuerpo te gustaría tener?

«Al menos, no me preguntó qué parte me gustaba más», pensó Lelouch. Sabía bien que no podría decir porque no podía decantarse por ninguna. Kallen tenía el cuerpo de una diosa, en su opinión. En cambio, esta respuesta estaba más clara. Las manos de Lelouch volaron hasta los espléndidos muslos de Kallen. A partir de ahí, sus manos fueron subiendo con deliberada lentitud por su piel, conforme arremangaban la bata en el proceso. Sus manos se detuvieron en la curva inferior de su trasero redondo y duro y acariciaron las formas. Kallen dejó escapar un suspiro. Pasó a sujetarse de los hombros de su amante y a mecerse de atrás hacia adelante rozando sugerentemente sus caderas contra su entrepierna. Lelouch sonrió ante los deliciosos escalofríos que se descargaban por su espina dorsal. Empezó a moverse también tan solo para volver a vivir la sensación. No lamentaría quedarse con un ardor en la ingle más tarde. Tenía el remedio sobre sus piernas. Luego Lelouch deslizó el brazo que tenía libre por debajo de la bata y, con el toque de una pluma, rodeó su cintura, encendiendo las terminaciones nerviosas de Kallen. Lelouch atrajo a Kallen con tesón hacia él. Marcó el presagio de un mar de placeres intensos. Kallen acunó entre sus manos la cabeza de su amado y se apoderó de sus labios. La boca de Kallen se abrió para recibir la inquisitiva lengua de Lelouch. Contestó gustosa todas sus demandas. Paralelamente, la mano de Lelouch que estaba ahuecando el trasero de Kallen se sumergió en sus bragas. Se abrieron las puertas del paraíso. Kallen se arqueó acabando el beso y cerró las piernas involuntariamente. Visto que ella estaba sentada a horcadas en él, los dedos de Lelouch quedaron atrapados en la cuna cálida que formaban sus muslos. Tomaron la oportunidad de escarbar su interior, primero con suavidad y eventualmente con frenesí en busca de enloquecerla de placer, mientras él mordisqueaba su clavícula. Ella se contorsionaba en respuesta, como si Lelouch tirara de hilos invisibles unidos a partes concretas de su cuerpo. Kallen se enraizó a Lelouch envolviendo su cuello con ambos brazos y apretando sus caderas entre las rodillas. Luchó por reprimir los gemidos mordiéndose los labios.

—No te contengas, Kallen. Esto te gusta, ¿o no? —ronroneó Lelouch, divertido—. ¿Quieres que me detenga?

—No —gruñó una Kallen que respiraba con mucha dificultad, tal cual si hubiera corrido un maratón. Sintió la sonrisa de Lelouch contra su piel ante su negativa.

Sin dejar de plegar y desplegar sus labios hinchados y palpitantes, Lelouch atacó la curva de su cuello con los dientes. Aun cuando él había estado preguntándole a Kallen algunas cosas puntuales para tener en mente en el acto de la intimidad, existían otras que deseaba averiguar por sí mismo. Una de esas eran los secretos de su cuerpo. En una de sus incursiones, Lelouch descubrió que tenía un punto sensible en el cuello. No escatimó en sacar el máximo provecho en el presente. Por su parte, Kallen recorría los hombros, la espalda y el pelo de Lelouch con las manos trémulas. Estaba cediendo. Sus caderas la traicionaron al moverse solas para buscar la mano de Lelouch perdida dentro de ella cuando sus dedos interrumpieron el baile. Él sonrió orgulloso al sentir en sus dedos la tibia humedad de Kallen. La pelirroja palmeó su hombro.

—¡Ya basta! ¡Tú ganas! ¡Tú ganas!

Lelouch retiró la mano y se alejó para mirarla. Comprobó que su cabello se había alborotado, el rubor había teñido sus mejillas y sus ojos despedían un brillo. Los minutos sucedieron tan lento que Kallen podía haber contado los segundos. La confundió que Lelouch hubiera dejado de tocarla. Y, más aún, que se quedara callado. ¿Qué estaba esperando? Lelouch debía decirle si quería continuar o no, ya que ganó. El silencio la estaba matando. La pobre Kallen decidió decir algo.

—¿Qué pasó? ¿No estábamos jugando?

—¡Oh! ¿Estamos jugando?

—¡No te hagas el desentendido! No puedes hacerme esto —chilló. Lelouch no afirmó ni negó nada. La estúpida sonrisa colgando en sus labios agudizó sus temores—. ¡¿O sí?! —inquirió. De nuevo no dio respuesta. Kallen entendió entre más le daba vuelta a la situación. Sabía que no era tan cruel para castigarla dejándola excitada, aunque si era lo suficientemente arrogante para forzarla a pedirle—. Por favor... —musitó. Kallen se avergonzó de su tono desesperado.

—¿Por favor qué?

Kallen estaba observándolo fijamente y cayó en lo profundo de sus pupilas. Lelouch enhebró los dedos de su mano derecha en el cuero cabelludo de Kallen apartando algunos mechones.

—Por favor, continúa... Mi rey...

—«Rey» es un apodo cursi —desaprobó Lelouch con una mueca.

—¿Prefieres «mi emperador»? ¿O «mi comandante»? ¿O «mi señor»?

—Ese está bien. Solo una cosa: de aquí en adelante, no me toques hasta que te dé mi permiso. Sino me detendré y lo digo en serio.

—¡Eres malvado! —reprendió Kallen sin pensar y se maldijo en el mismo acto temiendo que Lelouch la castigara. Para su suerte, él se rió.

—Me lo dicen a menudo. Tal vez sea verdad —admitió con picardía—. ¿Fui claro entonces?

—Sí, mi señor.

Con los dedos aún enredados en su pelo rojo, Lelouch tiró de la cabeza de Kallen hacia atrás para tener acceso a su blanco cuello. Lo abordó apremiante con sus labios. Las uñas de Kallen que estaban afincadas en los hombros de Lelouch se hincaron con fuerza. Lelouch procedió a deshacer el nudo de la bata. Kallen la había anudado flojamente con ese propósito. Se había arrepentido haberse desnudado la primera vez que yacieron juntos. Era mejor que lo hubiera hecho él. Ahora podía remediarse. Kallen fue invadida por el júbilo y la expectación una vez que se desprendió de la bata negra. Lelouch desabrochó su brasier. Ella se inclinó en reversa y Lelouch alternó entre pellizcar y halar sus pezones endurecidos. Los gemidos erupcionaron en los labios de la pelirroja. Lelouch plantó la mano en el centro de la espalda de su amante y metió la otra mano en el resquicio que asomaba entre sus muslos tonificados para completar el trabajo. Kallen oyó sus entrañas gritar de éxtasis. No obstante, en realidad, había sido ella. Tenía la impresión de que el baile de los dedos de Lelouch en su interior la estaba armando y desarmando. El cuerpo de Kallen se tensó en algún punto.

—Kallen... —musitó Lelouch con un deje áspero. Su lengua estaba arremolinándose en torno a los pechos de Kallen.

—Lelouch —jadeó Kallen. El nombre de su amado alivió la sequedad de su boca.

—...Kallen, nos descubrirán aquí —terminó Lelouch por lo bajo, acariciando la zona interior de sus muslos.

—¡Que nos descubran y nos envidien! —lo desafió. Lelouch la miró. Su seriedad repentina generó risas en ella. Se tapó el rostro—. ¡Ay! ¡No sé por qué dije eso! ¡Ja, ja, ja!

Pasados unos segundos, Lelouch se unió a las risas de Kallen. Encantado. Igual sin saber por qué lo hacía. Lelouch se enserió lamiéndose los labios. Quitó las manos que protegían la faz enrojecida de Kallen y la besó atrayendo su mandíbula hacia la suya con un dedo. Las lenguas se engarzaron en una danza. Su saliva sabía a carmesí, humo y calor. Puro fuego. Le quemó la lengua. Lelouch susurró contra sus labios que ya tenía permiso para tocar su cuerpo y sacó la mano que seguía secuestrada en las bragas mojadas de Kallen. Se la despojó con su ayuda. Acto seguido, Kallen desabotonó la chaqueta y la camisa de Lelouch. Las abrió por completo. Casi rompiéndoselas. Y, por último, lo liberó de ellas. Kallen quedó tan complacida consigo misma ante su propia destreza que se disculpó por su impaciencia. Esto no tenía nada que ver con la Kallen torpe de la anterior vez. Lelouch se apoyó sobre sus manos y se dobló un poco para atrás. Kallen sembró besos voraces y abonó mordiscos cariñosos en el pecho impoluto de Lelouch. También ella los distribuyó por sus brazos, hombros y cuello. A la par, sus manos bailaban por la piel de alabastro de Lelouch excitándolo de formas imposibles hasta llegar a sus pantalones donde su erección latía dolorosamente con una promesa de liberación. Kallen removió su cinturón y eliminó la barrera que se interponía entre los dos. Se humedeció los dedos con la boca y enroscó la mano alrededor de su longitud. La deslizó continuamente de arriba abajo. El éxtasis que corría por las venas de Lelouch estalló como pólvora. Él la instó a seguir hasta aliviar el ardor que ella había provocado.

Kallen había estado lista desde antes. Pero Lelouch había postergado el momento cumbre ya que quería hacer cada segundo inolvidable. Quería volver esa noche en una fantasía de Kallen que tuviera su sabor y su piel. Quería arrebatarle el pudor para que ella pudiera contársela a sus hijos y nietos sin tapujos. Era una cuestión de orgullo en que Lelouch competía consigo mismo. Estaba empecinado en superarse en cada encuentro. Así lo hizo con cada mujer que se había cruzado en su vida. Pero la pelirroja no era una mujer cualquiera. No se había reído ni había disfrutado tanto con una mujer en el sexo. Menos había ansiado tanto repetir con una mujer ni despertarse con ella al otro día. Solamente Kallen había aflorado en él esos deseos. «¿Esta es la diferencia entre el sexo y hacer el amor?», pensaba. Esto era diferente. Inclusive de sus experiencias sexuales con Shirley. No fueron las mejores. Lelouch las calificaría como torpes debido a su inexperiencia y su nerviosismo. Aun así, las atesoraba con ternura porque fueron las primeras y por el sincero afecto que él y Shirley se habían profesado el uno al otro. Con Kallen, sus encuentros eran más apasionados e íntimos. Su relación podía definirse igual.

—Dime que me amas, Kallen.

—¡Te amo!

Eso no había sido difícil. Kallen le declaraba su amor con frecuencia, como si él requiriera un recordatorio. En ese instante Kallen estaba segura de que haría cualquier cosa que Lelouch le pidiera. Solo por él. Renunciar a la venganza que se habían comprometido en la firma hace meses. Unirse a la familia que destruyó a la suya. Darle el mundo entero. Lo que sea. Kallen se aferró de sus hombros y se hundió en su erección alegremente. Lelouch agarró con firmeza su cintura. Empezó a corcovarse. Despacio. Ella quería prolongar todo cuanto fuera posible aquella unión tan preciada. La desnudez de Kallen inundó el campo de visión de Lelouch. La admiró en toda su gloria. Ella se había despojado de todo y se había quedado con el colgante de corazón. Lelouch se fijó cómo el collar oscilaba al mismo compás de Kallen.

—Dime que me deseas —le ordenó. Algunas notas roncas se filtraron por la voz de Lelouch. Se convirtió en su nuevo sonido favorito.

—Te deseo.

Lelouch la tumbó sobre la cama. Kallen jadeó asombrada por aquel giro imprevisto. Lelouch, que no la había soltado, se inclinó sobre la pelirroja y deslizó la mano por su brazo extendido. Entrelazaron sus dedos. Kallen clavó los talones en su espalda baja y entreabrió la boca. Los labios se juntaron, al mismo tiempo que sus carnes. Lelouch pasó a introducir la longitud de su erección en su amada lenta y profundamente y se movió. Demasiado pausado para el gusto de ella que lo impulsaba a apresurarse con cada nuevo encuentro de sus caderas. Lelouch no iba al mismo ritmo que ella. La risilla en sus oídos le comunicó que lo hacía a propósito.

—Dime que me perteneces —le ordenó. El flequillo de Lelouch rozó el semblante de Kallen haciéndole cosquillas y su aliento se vertió por su cuello, embriagándola.

—Soy tuya... Y tú eres mío...

Lelouch aumentó la velocidad y el ímpetu de las embestidas igualando las de su amante. En respuesta, ella se convulsionaba en tiernas y tensas ondas en torno a su virilidad. Se le estaba complicando gestionar la miríada de emociones y sensaciones que estaban bombardeando su cuerpo. Estaba mareada por el deseo. No podía ver nada con los ojos llorosos —¿era posible llorar de éxtasis?—. Mas el resto de sus sentidos estaban activos como nunca. Podía sentir la insistente fricción de su torso sobre sus senos y su piel sudorosa resbalando por la suya. Ella drenó sus emociones rasguñando su espalda. Él no era consciente. Estaba inmerso paseando la lengua por la extensión cremosa del cuello de la pelirroja bebiendo sus poros e incendiando cada recoveco de su cuerpo. Kallen sintió como el escaso autocontrol que le quedaba huía de su cuerpo como el agua fluyendo a través de los dedos. De pronto, él disminuyó la rapidez. Kallen tuvo miedo de que Lelouch se detuviera y la privara de eso. Entonces se deslizó fuera de Kallen, la giró sobre su eje y levantó sus caderas. Ajustó su cuerpo con el de su amante y se inclinó. Mientras jugueteaba con sus pechos, le susurró al oído:

—¿Qué quieres de mí, mi reina?

—A ti, mi señor. Te quiero a ti.

Lelouch tonó a reírse con la boca cerrada y se enderezó. Dejó su erección flotar sobre su culo por unos instantes y entró en ella con brusquedad. Kallen gritó. En el acto sintió la mano de Lelouch descender por su vientre. Ella cogió su mano y la guio hasta su feminidad. Lelouch pasó a moler a Kallen con embestidas implacables, en tanto sus dedos hurgaban su hendidura. A Kallen le temblaban las piernas. Ahora era ella que debía igualar su intensidad devastadora. Era inútil reprimirse para ese punto. Los gemidos y jadeos de ambos rasgaron el aire. Kallen se arqueó y torció la sábana en su puño al sentir las contracciones candentes (aunque plácidas) en sus paredes interiores, que estaban manteniendo con obstinación a Lelouch dentro de ella. De este modo, la pasión que crepitaba en su fuero interno quemó a los amantes y el fuego de su amor se tornó en una hoguera que derritió la frialdad de la mansión Britannia...

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Lelouch se derrumbó bocarriba sobre la cama una vez se desvanecieron los últimos vestigios de ese poderoso orgasmo de su sistema. Kallen también colapsó bocabajo encima de Lelouch y luchando por respirar. Si no hubiera sido porque él la estaba agarrando, estaría temblando toda. Por curiosidad, lo entrevió. Lelouch estaba sonrosado, rozagante y cubierto por una fina capa brillante y pegajosa. Ella supuso que su aspecto debía ser el mismo. Tal idea le arrancó una risita. Asimilar todo y recuperar el aire le llevó unos minutos. Aún divisaban las estrellas de aquel viaje mágico y cósmico del que apenas habían vuelto sus cuerpos y sus espíritus. A partes iguales, los amantes estaban abochornados y emocionados. Ese había sido quizás el sexo más salvaje y tierno que habían tenido. Ninguno veía la hora de ir por la segunda ronda. 

Inopinadamente, se volcaron el uno contra el otro y rodaron sobre la cama. Lelouch esparció una cadena de besos a lo largo de la curva de su hombro y su brazo. Kallen sonrió de espaldas. Agradecía que él no pudiera verla en ese mismo momento. Estaba tan roja como un tomate. Ya cuando sintió el calor disminuir, Kallen se volteó, llevó una mano a su nuca y la rascó. Los dedos traviesos escalaron hasta su cabello y se lo revolvió. Lelouch seguía besando su antebrazo medio levantado, entre tanto su mano apretaba afectuosamente uno de los pechos de Kallen. La pareja compartió un gentil beso y se fundió en un tórrido abrazo. En ese amasijo de extremidades trenzadas no se podía reconocer donde acababa él y donde comenzaba ella. En eso, Kallen se rió. Lelouch frunció el ceño. Extrañado. Ella señaló con el dedo un chupetón en su cuello. Él no podía vérselo dada la posición, aunque lo imaginaba. No le preocupaba porque utilizaba chaquetas y camisas de cuello alto —lo que le preocupaba era cómo iba a mantener la frente en alto ante la servidumbre a partir de ahora, ya que tenía la certeza de que sus gritos y gemidos habían llegado hasta el final del pasillo—. Lelouch hizo lo propio. Kallen se tocó la clavícula, donde tenía un chupetón. Y a saber en dónde más. Diversas zonas del cuerpo comenzaron a palpitarle. Los dos se echaron a reír.

—Extrañaba tanto esto —confesó ella acariciando su mejilla.

—¿Qué?

Su interlocutor se inclinó hacia adelante para sentarse. Agarró la sábana y la echó sobre los dos, arropándolos hasta las caderas. Tornó a acostarse y Kallen se acomodó inmediatamente en el hueco de su abrazo. Encontraba súper loco cómo sus cuerpos encajaban a la perfección. Su cabeza apoyada en su pecho, su mano apretado la curva de su cintura, sus brazos ceñidos alrededor del cuello, sus piernas enlazadas. Era como si fueron hechos el uno para el otro.

—¡Esto! Tus besos, tus caricias, tus abrazos, tus mordidas, tú dentro de mí —explicó Kallen y unas rosetas de arrebol colorearon sus mejillas. Él se rió. Ella se puso a acariciar el parche de Lelouch. Él agarró su mano y besó cada uno de sus dedos—. ¿No lo extrañabas también?

—Sí.

—En ese caso, ¿por qué no regresas a casa? Así podrían ser todas nuestras noches si quisieras.

Lelouch dejó ir la mano de Kallen y se tumbó de frente con talante serio, desembarazándose de su abrazo. Su actitud distante la hirió.

—Lo siento. Estoy atado. Existen varias cosas que ameritan que las resuelva. Si no fuera por eso, regresaría contigo... —Lelouch le dirigió una sonrisa fugaz.

—¿Qué cosas te lo impiden?

—Debo denunciar la empresa de papel de Britannia Corps y la cuenta del fondo de sobornos, atrapar infraganti a sus socios corruptos, probar que las actividades antisindicales provienen de Schneizel, matar a mi padre...

—¿Matar a tu padre? —repitió ella, estremeciéndose. Se levantó con brusquedad en un codo para alzarse y mirar a Lelouch, que estaba imperturbable. Una cara de póker.

—Sí. El Proyecto Geass es una locura, pero tuvo éxito y ese hombre lo sabe. Seguirá adelante, si no lo detengo. Debo matarlo y debe ser cuanto antes.

—Pero, de veras, Lelouch, ¿debes matarlo? —lo cuestionó una mortificada Kallen—. Si esto es por el Proyecto Geass, ¿por qué no exponemos la verdad y dejamos que la justicia se haga cargo, tal como estamos tratando de hacer con la corrupción en la empresa? Así tú no tendrías que hacerlo y tu papá recibiría una sentencia más dura. Después de todo, la experimentación humana es ilegal.

—¿Te olvidas de que soy parte de este proyecto, en cierta medida? —le preguntó Lelouch—. Temo que, si el mundo se enterara de que yo poseo un Geass, la comunidad científica querría estudiarme. Sería cuestión de tiempo para que compareciera alguien competente y ambicioso que continúe con las investigaciones del Proyecto Geass y, entonces, mi padre habría sido el radio de una rueda y su proyecto nunca tendrá fin. No creas que es imposible que surja alguien que la haga girar otra vez, aun sabiendo los riesgos. Un gramo de ambición es suficiente para corromper una noble mente. Así es como comienza. Así es el ser humano —recalcó con esa voz gélida que solía apelar cuando hablaba calculadamente. Kallen supo que esa decisión era irrevocable. Seguía divagando Lelouch—: ¿y podrían, además, los ciudadanos de Pendragón manejar tan terrible verdad? Estuve hablando con Rolo sobre Cornelia y la investigación que está emprendiendo para encontrar al verdadero asesino de su hermana. Los dos llegamos a la conclusión de que existían verdades que eran mejor que permanecieran ocultas y creo que el Proyecto Geass es una de ellas —Lelouch vislumbró a Kallen de soslayo. Ella lucía perdida en sus reflexiones—. Te preocupa, ¿no? ¿Tú romperías lazos conmigo por matar a mi padre?

—¡No! —disintió meneando la cabeza—. Está bien. Es un psicópata y te usó para promover sus objetivos sin importar todo el daño que te hizo. Te ayudaría a matarlo, si quieres.

—¡No digas eso ni en broma! —riñó Lelouch con más dureza que la que quería. Se corrigió suavizando el tono para añadir lo siguiente—: matar es fácil. El ser humano es ridículamente frágil. Vivir con las consecuencias es difícil. No quiero que lleves a cuesta una carga que no te corresponde.

—Pero, si yo te dejo que lo asesines, soportarás esa carga tú solo y te hundirás bajo su peso —gimió la pelirroja, compungida. Hizo una pausa y comentó—: no sé cómo es vivir con las consecuencias. Jamás he matado. Tú sí, ¿verdad? Quiero decir, esos hombres que mataste en el Proyecto Geass no fueron tu primer homicidio, ¿no?

Kallen recordaba vagamente la expresión de Lelouch el día que ella y los otros dieron con él junto a los cadáveres en las instalaciones del Proyecto Geass. Él no estaba en estado de shock, que imaginó que sería la respuesta natural de alguien que había asesinado por primera vez.

—Entendí hace tiempo que no podía lograr ningún cambio sin ensuciarme las manos. En la posición en la que estoy me he visto forzado a lastimar a personas y me temo que voy a seguir lastimando a muchos más. Esto no es algo que me complazca. Mucho menos me enorgullece. Es simplemente inevitable —contestó él y tendió hacia arriba las palmas. Las volvió a bajar. Era la primera vez para Kallen que lo veía tan grave. Lelouch le preguntó sin mirarla—: ¿te asusta la suciedad en mis manos?

—Me impactó. No te mentiré. Pero también me entristeció. Yo supongo que los mataste en defensa tuya o de alguien más, como a mí, por ejemplo —murmuró Kallen y se vio la cicatriz en su costado—. Tú mataste al hombre que me apuñaló, ¿cierto? Nadie apareció esa noche. Tú lo hiciste todo solo: tú escondiste el cuerpo y después me llevaste al hospital.

Lelouch le dio a su amante una rápida mirada inquisitiva. Conque lo había deducido. Bueno, el escenario que le describió había sido conveniente y él se había revelado como un asesino. Era una posibilidad considerable.

—Lo hice.

—¿Por qué nunca me lo contaste?

—Porque no quería descargarte ninguna responsabilidad. Esa fue mi decisión. Tampoco era necesario. ¿Para qué iba a revelártelo?

—Para que pudiera agradecerte correctamente, por lo que, si no es muy tarde, quiero hacerlo. Gracias por salvar mi vida —susurró sonriente. Lelouch asintió silenciosamente. Kallen se acurrucó contra él—. Preferirías que estuviera aterrada ante lo que has hecho, ¿verdad?

—Sería una reacción normal —se sinceró forzando una triste risa—. Soy un canalla con todas las letras. Un vulgar pecador que se estregó al abismo cuando este le sonrió, porque no podía hacerle frente. Incluso me repugna la persona que soy. Te mereces y puedes optar algo mucho mejor que yo.

—No te negaré que existen mejores hombres. Es cierto. Pero ninguno podría sacar la mejor versión de mí misma como lo haces tú, Lelouch —recalcó Kallen acariciando su pecho. Besó la marca del Geass—. ¿Sabes por qué me enamoré de ti? —interpeló—. No fue nada más por tu amabilidad. Fue por todo lo que hiciste por mí. Me enseñaste, me protegiste, me apoyaste, me diste un propósito, creíste en mí. Te lo dije antes y te lo repito ahora. Eres un buen hombre, lo has sido siempre y un sabio que yo conozco me dijo una vez que nadie puede traicionar su propia naturaleza.

Lelouch sonrió conmovido. Había reconocido su frase. Sin dudas, le gustaba oírla de la boca de Kallen. Lelouch deslizó su brazo por sus hombros, la acercó y besó su frente. Kallen cruzó la pierna por encima de Lelouch y se montó sobre él. Lelouch metió la rodilla en su ingle, en tanto sus manos concupiscentes peregrinaban desde la parte baja de su espalda hasta la curva de su trasero y sus muslos y repetían el viaje. Kallen cogió su rostro y delineó el contorno de su boca con la punta de su lengua, causándole cosquillas. Intercambiaron impetuosos besos. Lelouch se separó jadeante y se puso a jugar con el colgante enroscándolo en torno a su dedo. Kallen se rió risueña. ¿Quién más, si no Lelouch, podía abarcar toda su pasión? ¿Con quién más Lelouch podría abrirse así? ¿A quién más Kallen podría amar después de haber conocido a Lelouch? ¿Quién más podría hacerla más feliz que él?

—¡Así que no pierdas la fe en ti mismo! ¡Yo todavía la tengo en ti! —continuó Kallen y besó su frente. Ciñó con sus brazos su cuello—. Sé que no me defraudarás. Te conozco, mi amor.

—Eres un ángel de infinita bondad, Kallen. Un ángel hermoso, clemente y puro mientras que yo soy un ángel caído. Tal vez sí existan las entidades divinas, después de todo. Y alguna se compadeció de mí y te envió conmigo. Tienes la llave de la verdad, los principios, la felicidad y la sanación —le dijo con cariño. Lelouch acarició el tatuaje de Kallen con un dedo—. ¡Con mayor razón, no puedo pervertir a mi ángel bueno! Eres el trozo de consciencia que me queda. La muerte de ese hombre no puede pertenecerle a nadie más que a mí. Él es mi padre, soy su hijo, son nuestros pecados. Este es nuestro problema y no debe extenderse fuera de nosotros.

—¿Estás totalmente seguro?

—Lo estoy. Pero, si quieres hacer algo por mí, aún hay una cosa con que puedes ayudarme.

—¿Qué cosa? —indagó una ansiosa Kallen—. Dímelo y lo haré.

Lelouch atrapó a Kallen con una de esas sonrisas cautivadoras que aceleraban su pulso y pasó a frotar astutamente su ingle con el muslo. El cuerpo entero de Kallen se crispó de fruición. Una vez más Kallen susurró contra sus labios que lo amaba. Ella nunca se lo contó a Lelouch. La razón por la cual ella le confesaba su amor cada dos por tres se debía a que se culpaba por no habérselo expresado las suficientes veces a Naoto y por decirle a su madre que la odiaba. No quería que Lelouch dudara de sus sentimientos por él. Por otra parte, tal vez él tenía razón y Kallen debía estar con alguien mejor. Sin embargo, Lelouch era todo lo que ella deseaba y ella sabía que él quería ser el único hombre que la tuviera. De otro modo, Lelouch no apretaría más el nudo del abrazo que los unía. «El corazón quiere lo que quiere, incluso si eso le hace daño», había dicho Cera, aquella que los instó a emparejarse, follar como conejos y encontrar la felicidad. Aun si ella no la hubiera animado a nada, Kallen lo habría hecho. Era de la firme opinión de que dos personas que se amaban la una a la otra debían permanecer juntas y, por eso, Kallen estaba determinada a luchar por un final feliz para ella y Lelouch.

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Cada mañana al despertar, Schneizel iba a su cuarto de baño en donde lo esperaba la bañera de hidromasajes rebosada de agua y una copa de vino tinto. Le gustaba arrancar el día con un baño caliente y espumoso con plantas aromáticas. Por tanto, las mucamas tenían órdenes de preparar todo antes de que él fuera al baño. Esa mañana se hallaba sumergido en la bañera. Sus dedos sujetaban el tallo de la copa. Hasta ese punto, aquella mañana era un calco de otras mañanas. Salvo que Schneizel miraba al toallero fijado en la pared frontal a él y, al unísono, no lo miraba. Sus ojos lilas atravesaban las paredes, el espacio y del tiempo; retrocediendo a la noche de ayer cuando se reunió con el espía que había contratado para vigilar a su hermano.

El espía le reportó que había seguido al presidente Lelouch hasta un almacén abandonado en el muelle y vio que allí mantenía cautivo a Luciano Bradley en unas condiciones inhumanas.

Quizá las prolijas descripciones de su espía habrían suscitado su compasión, de no ser porque eso quedó en el pasado. Hoy por hoy cualquier sentimiento que hubiera podido sentir por su antiguo guardaespaldas estaba muerto. Asimismo, su espía le informó que Lelouch estuvo en Camelot poco después y se entrevistó con el profesor Asplund. Aquello inquietó a Schneizel. ¿De qué pudieron estar charlando? Únicamente sobre el Proyecto Geass. No podía ser de otra cosa. ¿Cuánto sabía Lelouch acerca de aquel proyecto científico ultrasecreto? Schneizel supo que Lelouch había sido llevado al Proyecto Geass para realizarle algunas pruebas y evaluar los progresos de su Geass, que le había sido arrebatado por orden suya el mismo día en que casi fue asesinado. Dos hechos que fueron ratificados por Minami y el propio Lelouch. Tenía entendido que una experiencia cercana a la muerte combinada con una acérrima voluntad de vivir y una afluencia de adrenalina y miedo daban origen al Geass. Si Lelouch estuvo a punto de perder la vida, ¿eso no habría acondicionado la situación para que su Geass se activara en el otro ojo o no funcionaría porque tenía un Geass y la experiencia traumática era irrepetible? Schneizel llevó a sus labios la copa. Iba a bebérsela. Pero cuando ya sus labios entreabiertos rozaban el borde de la copa, la colocó a un lado. Lelouch ganó su Geass hace diecisiete años, lo que quería decir que era apenas un niño. ¿Por qué Charles zi Britannia habría consentido que el Proyecto Geass experimentara con él? Ningún padre con sentido común aprobaría que le hicieran a su hijo lo que él sí aprobó. Pero el presidente Charles no era un padre ordinario y, ya luego de ponerse al corriente del propósito del Proyecto Geass, entendía la razón detrás de sus acciones. A final de cuentas, todo fue para construir un legado. Un legado en que solo él, su amante y sus hijos bastardos formaban parte.

Embebido en sus contemplaciones, Schneizel arrojó aire por la boca al entornar los párpados. El fuego de la chimenea eléctrica crepitaba con dulzura produciendo unos breves y melódicos acordes. Su respiración se había acompasado a sus notas. El masaje estaba haciendo su efecto. De repente, Schneizel cerró los párpados y se abismó suavemente hasta el fondo de la bañera. El agua se había entibiado para entonces. Todo era más tranquilo y relajante abajo. Debía ser porque el agua atenuaba todos los sonidos del exterior. La bañera tenía asideros en el interior. Schneizel se aferró a ellos. Dejó que los segundos corrieran y, de esta manera, los segundos se transformaron en minutos. A la larga, el agua entumeció sus extremidades y la falta de aire contrajo su caja torácica. Al cabo, la última provisión de oxígeno guardada en sus pulmones estrujados se escapó en una nube de burbujas plateadas. Schneizel no salió a la superficie, no obstante. Aunque el agua estaba anegando su garganta y sus pulmones ardientes se lo estaban rogando, Schneizel permaneció inamovible. No por el frío ni el agarrotamiento muscular ni la pérdida de conocimiento, sino por su libre voluntad. Sabía que podía resistir...

Pero, en eso, las campanas doblaron. El funesto canto era tan fuerte y distintivo que, a pesar de que sus oídos estaban atestados de agua, lo escuchaba con claridad como si estuviera en el campanario. Schneizel abrió los ojos y sacó la cabeza. Lo arremetió un feroz ataque de tos. Expulsó agua a borbotones por la nariz y la boca. Tenía la garganta tan saturada de agua que le resultaba imposible tomar una bocanada de aire. Lo embargó una sensación de ahogo. Se tuvo que agarrar de los asideros para sostenerse. Cuando la cascada que gorgoteaba cesó, se enjuagó toda la humedad pasándose las manos por el rostro y el cabello y trató de poner sus pensamientos en orden. ¡¿Qué diablos cruzó por su cabeza?! ¡¿Qué locura estuvo a punto de cometer?! Un segundo más y habría sido muy tarde para salvarse. Decidió enterrar el tema. Tuvo suerte de que nadie lo hubiera visto. No habría podido manejar la vergüenza. 

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Schneizel terminó de bañarse. Salió de la bañera con tanta premura que casi tropezó. Por lo menos, no se dio de bruces con el suelo. Retornó a su habitación, se secó el cabello, se vistió y se arregló. En el pasillo distinguió a la abogada Stadtfeld. Su presencia no lo desconcertó. El dormitorio de Lelouch estaba a unas cuantas puertas en el otro extremo. Los sirvientes los habían visto y habían oído sus cantos de placer. Pensando que sería una descortesía ignorarla, se acercó.

—Abogada Stadtfeld, ¿ya se va? ¿Por qué no desayuna con nosotros?

—¿Eh? ¡No, gracias! Estaré ocupada la mañana entera. Es mejor que me ponga a trabajar.

—Entiendo, ¿y mi hermano no tuvo la bondad de acompañarla hasta la salida?

—Sé perfectamente dónde está y tengo un par de piernas, puedo desplazarme hasta allá...

A la abogada Stadtfeld le estaba incomodando intercambiar palabras amables con Schneizel. Era el enemigo. Por otro lado, la abogada era una mujer audaz y determinada. Schneizel no podía odiar a alguien con dos cualidades tan admirables, incluso si estaba tramando destruir su imperio. Quizá fue debido a ello que se rehusó a dejarla ir tan pronto.

—Sabe, creo que estaba destinada a pertenecer a nuestra familia, ya sea como la novia de mi hermano o la mía.

—¿Cómo dice? —inquirió, que ya había flexionado una rodilla para bajar el primer peldaño.

—Creo que su destino era ser una Britannia. Tiene el perfil y, si no me equivoco, era el deseo de su padre que nuestra familia y la suya tuvieran un trato más íntimo.

—¡Es cierto! —admitió la abogada Stadtfeld a su pesar—. Sin embargo, no creo que usted y yo hubiéramos podido tener algo. Somos incompatibles. Ahora, si me disculpa, ya debo irme.

—Por favor, pase adelante —asintió el presidente Schneizel—. Espero que se quede a comer con nosotros la próxima vez.

La abogada Stadtfeld se despidió moviendo la cabeza y bajó las escaleras. Schneizel no pudo más que esbozar una sonrisa de agradecimiento. Esta amena charla había distraído su mente de algunos pensamientos intrusos, aunque fuera por unos segundos. Schneizel retomó su ruta hacia al cuarto de su padre. Había adoptado la costumbre de visitarlo a principios del día. Le faltaba poco para llegar cuando llegó a sus oídos un misterioso estruendo que procedía de la cerradura del mismo dormitorio al cual se dirigía. Alarmado, Schneizel aceleró la velocidad y abrió la puerta. Sorprendió a su hermana descargando un aluvión de puñetazos al pecho de su padre comatoso. El presidente rebotaba en su cama en respuesta a los golpes. Schneizel la separó de él. Sus brazos se cerraron en torno a su cintura convirtiéndola en una prisión.

—¡Cornelia, por amor a todo lo sagrado! ¡¿Qué estás haciendo?!

—¡Lo que debí haber hecho desde que regresé! —ladró la fiera, luchando contra su abrazo.

—¿Matarlo? —la interpeló—. ¡Cornelia, por favor, piensa en Euphie!

—¡Estoy pensando en ella, en mí, en ti, en Odiseo, en Clovis, hasta en el bastardo que invadió nuestra casa y en cómo nuestras vidas fueron arruinadas por este infeliz!

Schneizel se tensó. Una oleada de dolor se alzó sobre él y lo aplastó con su fuerza inclemente, barriendo sus ideas. La soltó. Cornelia se tambaleó hacia adelante, arrastrada por el ímpetu.

—Tienes razón —concordó Schneizel, juntando las manos detrás de su espalda—. Adelante.

—¡¿Lo dices en serio?!

—Muy en serio.

Cornelia se encogió ante la instigación. A Schneizel le recordó un gato con el lomo erizado. La mirada nerviosa de Cornelia osciló de su hermano mayor, cuya postura solemne la retaba, a su padre anciano inconsciente e indefenso. La golpeó la vergüenza.

—Perdón, estaba fuera de mí —murmuró evadiendo su mirada con rudeza. Cambió de tema porque no podía hablar de lo que él acababa de presenciar. Se rascó la nuca—. Me enteré que programaste para este fin de año tu fiesta de compromiso. Conque vas a casarte con Shamna.

—Es una dama hermosa provista con numerosos atributos, habilidades y talentos que hacen de ella un buen partido.

—También está dotada para el esnobismo y la vanidad.

—Amar a alguien implica aceptar sus defectos.

—Pero no la amas más que Kanon, ¿o sí? —lo interrogó Cornelia. El terror partió a Schneizel como un rayo. Fulminante e inopinadamente. Le sonrió comprensiva—. Está bien. Él no me dijo nada. Yo sola llegué a darme cuenta. Estuve esperando que me lo revelaras por ti mismo, aunque entiendo si guardaste silencio —lo tranquilizó. Ella añadió seria—: Eres el presidente de Britannia Corps y la cabeza de la familia. No satisfagas expectativas que no sean las tuyas. ¡Ninguna regla te obliga a mantener las tradiciones! Puedes crear unas nuevas.

—Podría, pero una decisión de esa magnitud acarrea una enorme responsabilidad.

—Para eso, estoy aquí —replicó Cornelia. Colocó, de improviso, una mano en su hombro—. Decidas lo que decidas, te apoyaré.

Cornelia le propinó un par de palmadas afectuosas y abandonó la pieza. Los ojos de Schneizel fueron detrás de su espalda. Sí, Cornelia era la fuerte de la familia. Cargaba el peso que los demás no podían aguantar con un talante sereno y firme. Incluso si la situación era agobiante, nunca se quejaba ni pedía un descanso. Claro, existían días en que la carga sobre sus hombros era tan pesada que su espalda se doblaba y sus piernas se acalambraban. Intervenía entonces Euphemia, investida con su poder sanador. Sus palabras de consuelo y muestras de cariño se extendían sobre sus doloridos músculos como un bálsamo. Cornelia le confesó a Schneizel una vez que Euphemia había heredado la dulzura de su difunta madre. De cierta manera y así lo expresó Cornelia, ella sentía que recuperaba su madre al ver la sonrisa de su hermana. El vacío de Euphemia se sentía, sin duda. Se notaba la fatiga de Cornelia en sus hombros caídos, sus ojeras y sus ojos apagados. Demasiada presión amenazaba con la caída de los cimientos. Hasta los castillos fortificados se rendían ante las bravías tormentas y el imparable tiempo.

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A Kallen le hubiera gustado pasar el resto del día en brazos de Lelouch. Había tenido el sueño plácido y profundo que no había tenido en aquellas semanas. Había recuperado su sitio junto al pecho de Lelouch que era su almohada favorita (y su pañuelo de lágrimas de preferencia). «¿Y qué vamos a hacer en las próximas horas en ese caso, Kallen?», le había preguntado él en plan juguetón ante la tentadora oferta de ella. «¿Amarnos?», fue la contestación de Kallen y le dio un beso. Lelouch se lo devolvió y le explicó que desafortunadamente ya tenía planes. Kallen tampoco podía decir que su agenda estaba libre. Justo esa mañana se había citado con Suzaku y Rolo para conversar con el fiscal Waldstein sobre la retención del director Clovis. Asimismo, a ella no le apetecía quedar atrapada en una incómoda reunión con el presidente Schneizel y la directora Cornelia; por lo que los amantes se despidieron con un pasional beso que guardaba la promesa de volverse a ver pronto. Pero, antes de acudir a la firma, la pelirroja fue al apartamento que de ahora en adelante sería suyo —Lelouch se comprometió en hacer todos los arreglos con el abogado Gottwald para transferirle su Pent-house—. Allí desayunó y se vistió adecuadamente. Luego cogió las llaves de su moto y viajó al bufete. Había salido de su casa un poco menos de las diez de la mañana y llegó casi a las once. Kallen entreabrió la puerta del despacho de Suzaku y echó un vistazo discretamente. El fiscal Weinberg estaba ya acomodado en un sillón mientras Suzaku ocupaba su escritorio. Los dos estaban en plena conversación. Rolo estaba de espaldas sirviendo café. A Kallen no le importaba concentrar la atención por los motivos correctos. Es más, lo disfrutaba hasta cierto punto. Si era por los motivos incorrectos, sin embargo, le generaba incomodidad y Kallen sabía que su presencia inevitablemente destacaría, por lo que inspiró hondo y se expuso ante las miradas de todos al cerrar la puerta detrás de ella.

—¡Oh, lo siento por el retraso! ¿Me he perdido de algo importante?

—Para nada, Kallen. Te estábamos aguardando —dijo Suzaku con una sonrisa indulgente—. Ahora mismo, Gino me estaba diciendo que el director Clovis pidió protección a la fiscalía.

—¿Protección a la fiscalía? ¡Ja! Así que quiere llegar a un trato —observó Kallen mordaz, al tiempo que se sentaba en el sofá apoyado en la pared lateral. Rolo irrumpió en la oficina para repartir el café. Ella aceptó el suyo—. ¿Dijo algo bueno?

—Mencionó algo sobre el antiguo director del Centro Médico de Britannia, el difunto Bartley Asprius, y el asesinato de Atsushi Sawasaki. Me llegó a preguntar por qué creía que lo habían matado y, como no supe qué contestar, se rió. Fue extraño —indicó el fiscal y se ensimismó en su recuerdo—. No sacó el tema luego de eso y se portó evasivo.

—Eso es porque él pretende ganar tiempo para extorsionar al presidente Schneizel y así sacar provecho a ambos lados —bufó Kallen entornando los ojos. Bebió su café.

—Sí, eso tendría sentido —afirmó el fiscal Weinberg—. El director Clovis exigió inmunidad y un permiso para salir del país. Creo que quiere autoexiliarse con una nueva identidad.

—Por casualidad, ¿el director Clovis llamó a alguien en este plazo? —inquirió Suzaku.

—Sí, realizó una llamada desde un teléfono quemador. No pudimos rastrearla, por desgracia.

—Esa llamada tuvo que ser al presidente Schneizel o, en su defecto, al asistente Maldini y si ya establecieron contacto, sucederá una de dos posibilidades: el director Clovis negará todo, en caso de que el presidente haya accedido a sus demandas, o el presidente Schneizel enviará a un asesino que lo silencie para siempre, al igual que a Diethard Ried —intervino Rolo.

—Amigo, odio decirte que estás desinformado: el presentador Ried no fue asesinado por un sicario, fue por Zero —refutó el fiscal—. Tenemos testigos que alegan que fue él.

—Más bien, el desinformado eres tú, Gino —refutó Suzaku, calmado—. Zero se había hecho acreedor de una reputación de un justiciero que atrapaba a los criminales que la ley no podía localizar y después los entregaba en una caja a las autoridades correspondientes para que se encargaran de procesarlo. Él no mata.

—Si yo no lo estuviera escuchando con mis propios oídos, jamás creería que tú, entre todos, estuvieras defendiendo al forajido que perseguiste con tanto ahínco —silbó Gino, asombrado.

—Precisamente, porque estuve tras sus pasos y estuve estudiándolo, es que puedo afirmar y sostener que Zero fue acusado en falso. El brutal asesinato del reportero Ried habría dañado su imagen. En cambio, a Britannia Corps le beneficiaba. No olvides que el reportero pretendía reducir su sentencia colaborando con la fiscalía —señaló Suzaku—. Si esta vez la fiscalía no puede sonsacarle al director Clovis la información que necesita, solo Zero podría hacerlo.

«¡¿Quién demonios en este tipo y qué ha hecho con el tibio de Suzaku?!». Kallen escrutó las facciones del exfiscal Kururugi en la búsqueda de algún gesto que delatara sus pensamientos. Pero su cara resultaba inaccesible, tal cual si se hubiera revestido con una máscara de hierro contra la que rebotaba su poder deductivo.

—¡Oye, oye! No permitiremos que el director Clovis se salga con la suya ni que a él le suceda nada, ¿okey? Britannia Corps responderá por todo lo malo que haya hecho, sea lo que sea —aseguró el fiscal, poniéndose de pie—. Tennos algo de confianza, ¿quieres?

La determinación de Gino parecía sincera. Puede que sí era un fiscal confiable. Pero Suzaku y Rolo tenían varios puntos. Era probable que el presidente eliminara al director Clovis para enterrar sus secretos. Era el plan más seguro ahora que Zero era el matón de Britannia Corps, además. El presidente no tuvo reparos para ordenar el asesinato de su propia hermana, ¿por qué sería diferente? Zero era el único que podía hacer hablar al director. Esto pensaba Kallen.

—Discúlpame, Gino. No era mi intención herir tus sentimientos y no es que desconfíe de ti —puntualizó Suzaku—. Simplemente creo que a las fuerzas del orden les sentaría bien ayuda extra. Las normas limitan lo que el sistema puede hacer por sus ciudadanos. Entiendes lo que te digo, ¿verdad?

Suzaku dedicó a su antiguo colega una mirada cargada de significado.

—Sí, lo entiendo —confirmó el fiscal. Añadió tras una pausa esbozando una sonrisa ladeada y cruzándose de brazos—: verdaderamente, has cambiado.

Suzaku no objetó a la afirmación del fiscal Waldstein. Tampoco se mostró ofendido. Aceptó que él tenía razón bajando la cabeza. Por su parte, Kallen comenzaba a creerlo también. Solo no estaba segura si eso era algo bueno o malo. Finalizada la reunión, el fiscal Weinberg les aseguró que los informaría de cosas nuevas si podía hacerlo y Rolo lo acompañó a la salida. Suzaku percibió que Kallen estaba mirándolo con interés y cierta estupefacción. Se cohibió.

—¿Qué?

—Nada —repuso ella con acritud. No tardó en retractarse—. ¡No! ¡Aguarda! ¿Desde cuándo abogas por Zero? Pensaba que lo odiabas.

—En realidad, me asustaba el alcance que Zero podía tener y las ideas que podía infundir en la gente de Pendragón. Pero, está bien, el odio y el miedo se confunden: tendemos a rechazar todo lo que está fuera de nuestra comprensión —la corrigió Suzaku—. Así que me dispuse a entenderlo, le seguí la pista y los observé a él y a los ciudadanos. Técnicamente, no creo en Zero. Creo en las evidencias y ellas me dan cuenta que Zero le devolvió a la gente la fe en la justicia.

Suzaku giró el monitor de su computadora hacia ella. Kallen se inclinó. La pantalla mostraba un vídeo en reproducción. Las tomas eran inestables y el formato era estrecho. Alguien debió grabarlo en vivo desde su celular; así como debió haber mucho ajetreo entonces. Se enfocó en el contenido. En el vídeo se podía ver a Zero darles una paliza a los matones de Britannia Corps que fueron a reprimir la protesta delante de la planta química. Kallen infirió que algún testigo lo grabó a hurtadillas desde una posición segura y relativamente cerca y lo publicó en internet a posteriori. Comprobó el número de visualizaciones. Era exorbitante. Tal vez ya era viral a esas alturas. Kallen ojeó los comentarios. Los internautas aclamaban eufóricos a Zero. Este Zero era el justiciero que conocían y por el que profesaban devoción. Aquel que había inspirado esperanza y había provisto de seguridad en los ciudadanos de Pendragón. Nada que ver con el asesino perfilado en los medios. A Kallen la contentó ver a la gente uniéndose por defender a Zero de sus detractores, los que creían en el falso informe de que Zero decapitó a Diethard Ried. Kallen no pudo reprimir su sonrisa en presencia de Suzaku y él la compartió secretamente. Esto era lo que debía ser Zero.

Por una vez, los dos estaban de acuerdo.

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Urgía tomar una decisión con respecto al director Clovis. El abogado Waldstein opinaba que debían rechazar sus exigencias y deshacerse de él del modo clásico, arguyendo que el director Clovis había perdido su utilidad pasando a convertirse en un obstáculo para el progreso de la empresa y una amenaza para la familia. Expresó su pesar y, ante todo, hizo hincapié en que no había otra solución. Kanon lo secundó, adhiriéndose a los argumentos y la conclusión del abogado. El tono con que dio a conocer su postura era calmado, en armonía con sus maneras. El único detalle que desentonaba con ese retrato de serenidad eran sus ojos centelleantes. A Kanon le había molestado el cinismo del director Clovis al pedir tanto dinero por su silencio. La rabia marcaba un contrapunto a su carácter dócil, prudente y gentil. Rara vez se enfadaba.

Schneizel agradeció a ambos sus consejos prometiendo considerarlos y los despachó. Estaban en el estudio de la mansión. Kanon deseaba quedarse, pero Schneizel recalcó que quería estar solo. Su amante se resignó y se retiró con una respetuosa inclinación. Schneizel, que estaba sentado en el escritorio, se puso de pie y se volvió hacia el vitral circular del fondo del estudio con las manos detrás de su espalda. Se estaba repitiendo la historia. Otra vez la sombra de un enorme escándalo acechaba al apellido Britannia. Otra vez la delicada paz del hogar se veía perturbada. Otra vez uno de sus hermanos era el causante. La situación le hizo recordar a la de Odiseo. Hasta cierto punto eran semejantes. Salvo que nadie le sugirió asesinar a Odiseo. Esa idea provino de él. Se manifestó de improviso, aunque tomó la decisión calculadamente. Se trató del primer asesinato que organizaba. De tal manera que se encontró dividido entre el miedo y la ambición. Con el tiempo, la ambición terminó por imponerse sobre el temor y la repulsión con la ayuda oportuna de la razón, que, irónicamente, fue la otra cosa que lo detuvo en primer lugar. Pues también sopesó las consecuencias. «El poder debía residir en manos de quien lo mereciera», razonó Schneizel. «Solo pueden tomar el poder quienes logran renunciar a los escrúpulos, las restricciones morales y los sentimientos. Esta es la prueba de fuego que mi destino me ha dado. Si me deshago de Odiseo, podré dirigir la empresa. Ningún obstáculo que enfrente será peor». Con aquello en mente, Schneizel pudo llevar a la realidad su crimen.

Matar a Euphemia, en cambio, le enseñó a Schneizel que se había equivocado con su primera justificación. Fue una decisión aún más dolorosa y dura, porque Euphemia era, como se había aludido ya en anteriores páginas, la sanadora de la familia. Entretanto sus hermanos mayores aportaban orgullo y gloria al hogar, Euphemia era la fuente de la alegría, alivio y amor. Pero ella se había vuelto una amenaza contra lo que quería proteger. No podía incriminarla como asesina. Habría sido insoportable verla encerrada. Sobraba decir que era inadmisible que un Britannia fuera un asesino. Por tanto, tenía que eliminarla. Volviendo al quid de la cuestión, ¿qué iba a hacer con su hermano Clovis? La mirada del presidente Schneizel recorría el verde pastizal que alfombraba el jardín de la mansión. «Tal parece que no tengo remedio», pensaba el presidente haciendo girar los anillos en sus dedos. «Voy a tener que dar la orden. He visto las consecuencias de posponer una decisión inequívoca en Lelouch. Todavía sufro por ellas. La ciudad no puede saber que el orden de los Britannia está roto».

El presidente Schneizel salió del estudio en busca de Kanon o, en su defecto, Minami. Estas órdenes no se dictaban por teléfono, por más cómodo que fuera para él. Estos asuntos exigían transmitirse en persona y en privado. No obstante, el mayordomo escogió ese momento para abordar al presidente. El fiscal Guilford estaba esperándolo en la sala. El presidente Schneizel se desconcertó, en principio. Su asombro se trocó en una emoción prematura, tras reflexionar con detenimiento. Se imaginaba la razón detrás de esta visita repentina, pero solo había una forma de corroborarlo. El presidente Schneizel aceptó reunirse. Le indicó a su mayordomo ir a la cocina y dar instrucciones de preparar algunos bocadillos y traerles vino. Acto seguido, despachó a su empleado y fue a su encuentro con el fiscal Guilford. Ellos intercambiaron un caluroso apretón de manos.

—¡Fiscal Guildford, me complace verlo rebosante de buena salud! —lo saludó el presidente y realizó un cordial ademán— Siéntase, por favor, y expóngame los motivos de su visita.

El presidente y el fiscal pasaron a sentarse frente al fuego de la chimenea. Era costumbre que todas las chimeneas de la mansión estuvieran encendidas en épocas frías.

—Gracias, señor. También me contenta estar de vuelta. No hará más de algunas semanas que nos vimos. No le robaré demasiado de su tiempo. Nada más he venido a devolverle algo que le pertenece.

—¿Ah, sí? ¿De qué se trata?

El fiscal Guilford colocó sobre su regazo el portafolio negro que traía y lo abrió. El presidente dedujo que el fiscal recién había completado su jornada laboral con base en la ropa formal y la hora, por lo que el portafolio debía ser parte de su trabajo. El fiscal le tendió un documento que sacó. El presidente lo agarró con curiosidad y se puso a leerlo. Dijo el fiscal:

—Este es el acuerdo que los empleados de Britannia Chemicals firmaron presuntamente bajo coacción por parte del abogado Gottwald y su asistente, el sr. Maldini. Zero me lo envió junto a algunas muestras de unas sustancias químicas con el fin de que abriera una investigación.

—Ya veo, fiscal Guildford, aunque no entiendo por qué está compartiendo esta información tan delicada conmigo ni por qué no ha emprendido su investigación teniendo evidencia sólida que compromete mi empresa. ¿Me puede decir qué quiere de mí? —lo interpeló el presidente Schneizel sin perder los estribos. Vibraron las aletas de su nariz al coger aire.

—Por favor, señor presidente, no me malinterprete —repuso el fiscal Guilford, sonriéndole—. No he venido por dinero, si es lo que piensa. Tampoco lo estoy amenazando.

—¿Entonces?

—Vine porque quiero formar una sociedad con su compañía que me lleve a la fila del puesto de fiscal general y quisiera, sino es un abuso pedírselo, estar más cerca de la Srta. li Britannia —le explicó el fiscal, cruzando los dedos al mismo tiempo que montaba una pierna sobre la otra. Apoyó las manos entrelazadas en el regazo—. Estuve pensando en su propuesta y en mi actual estado. Estoy a la mitad de mi vida y no siento que he logrado todo lo que he querido; pero sé que con su apoyo puedo hacerlo. Para su compañía, no existe nada imposible.

—¡Ja, ja, ja! ¡Lo hubiera dicho antes, mi buen caballero! —rió el presidente Schneizel—. No se retractará de esta decisión. Que las cenizas de este papel simbolicen el nacimiento de una amistad duradera.

El presidente Schneizel se puso de pie. Se fue hacia la blanca chimenea de lujo y destruyó la evidencia tirándola a las llamas. El fuego chasqueó irritado. Algunas chispas salpicaron. Las lenguas del fuego lamieron los bordes del papel. Este empezó a contorsionarse. Pasados unos segundos, el fuego engulló el papel a punta de mordiscos violentos. En el aire quedó disuelto un sabroso olor a quemado. El presidente bebió febrilmente el olor como si se tratara de vino. ¡Cuán caprichosa era la suerte! Hasta hace unos instantes, Britannia Corps se hallaba atrapada en un atolladero y ahora había logrado salir. La fortuna siempre bendecía a los acaudalados.

https://youtu.be/UMHCNIRGt1A

El sol se había ocultado para cuando Zero se estaba acercando en su motocicleta a la casa de seguridad donde tenían recluido al director Clovis. Kallen obtuvo la dirección de Suzaku que, a su vez, la averiguó de Gino, el fiscal a cargo y, por extensión, uno de los pocos conocedores de su paradero. Kallen se dijo que esa misma noche sin más preámbulos debía irrumpir en la casa y sonsacarle al director Clovis la información que guardaba celosamente. A estas alturas, cualquier pista, evidencia y exaliado de Britannia Corps era de utilidad. La casa de seguridad estaba casi a las afuera de Pendragón. De hecho, la ruta que llevaba ahí no estaba pavimentada ni señalizada. Apenas se divisaba entre los helechos. Aunque a Kallen le preocupaba más la irregularidad del terreno. El traqueteo de su moto y la densidad de la penumbra aumentaban, a medida que penetraba más en esa suerte de bosque encantado. Kallen se aferró al manubrio, temerosa. Se estaba preguntando si Suzaku la había guiado correctamente cuando los árboles se espaciaron entre ellos abriendo paso a un claro. Avistó una casa de una estructura moderna, pintada de un blanco desvaído, de dos pisos cercada por un muro. Kallen no se amilanó. Sabía escalar. Su hermano y Ohgi le enseñaron. Ellos eran expertos. Solían ir a escalar juntos a las montañas los fines de semana. Ohgi continuó sus incursiones en solitario luego de que Naoto desapareció. La pelirroja tomó su relevo una vez cumplido los quince años. A partir de ahí, comenzó a intimar con el mejor amigo de su hermano y trabaron su propia hermandad. En el presente, ella pensó que podría saltar el muro si no estaba muy alto.

Zero apagó el motor y se apeó del vehículo. Corrió hacia el muro y lo examinó. Descubrió al tocarlo que la textura lisa del muro iba a traerle más complicaciones que la propia altura. No sucumbió a la desesperación. Antes de decidir qué hacer, iba a evaluar el escenario. Fue, por lo tanto, a dar una vuelta. Inmediatamente apercibió que el silencio era incómodo. No sabría describirlo. Era como si se hubiera espesado y tan solo podía ser rasgado por el estridular de las cigarras y los grillos. A todas estas, ¿por qué no había visto ningún policía? Supuso que, al ser un testigo protegido, habría una fila de policías desplegada frente a la casa. ¿En dónde estaban? No le estaba gustando nada el cariz de esta situación y su desconfianza se recrudeció cuando localizó la puerta principal destrabada. Alguien había tenido la misma idea. ¿Quién? Zero ingresó a la casa. El interior estaba a obscuras. La luz de luna entraba a raudales a través de los ventanales. Con todo, luchó contra la tentación de encender las luces. No quería alertar su presencia. Avanzó despacio y a paso vacilante, tanteando las paredes a ciegas y agarrando los muebles. Soplaba un poderoso viento desde el este que hacía ondear las cortinas y crujir las hojas de los árboles y plantas interiores. El jardín envió su olor a césped mojado. Encontró en la sala con un hombre que yacía en el suelo desangrándose. Zero se inclinó sobre él y tocó su pulso, aunque ya sospechaba que no iba a sentir nada. El hombre tenía un orificio de bala en la espalda. Su intuición acertó. Observó que había más, tan pronto levantó la vista. Aquí estaban el resto de los policías. A Zero lo invadió mal presentimiento. Si estaban muertos, el asesino tuvo la vía libre para llegar hasta el director Clovis. Zero galopó hacia las escaleras y subió los peldaños de dos en dos. A juzgar por la hora, Zero infirió que debía estar en cama. Entró aprisa en la primera habitación. El director Clovis, en efecto, estaba en su cama echado con una pierna fuera. El hilo de la tensión se había desenrollado demasiado. La paciencia de Zero llegó a su límite. Se precipitó hacia el director. El corazón se le cayó a los pies. Tenía los ojos desorbitados y una mancha de tinta roja brotando del pecho. «¡Oh, no! ¡Maldición!». Zero se mordió el labio. Derrotado. Le cerró los ojos. Era lo último que podía hacer por él.

Fue en ese punto en que divisó en el cristal de la ventana al falso Zero encañonando un arma. Nuestro Zero se movió veloz, eludiendo la bala destinada para él. Pasó al otro lado de la cama dando una serie de volteretas sucesivas hacia atrás. Aterrizó frente a su adversario y se agachó justo antes de que el impostor tirara del gatillo. El verdadero Zero se enderezó, cogió el cañón de su pistola, lo haló con fuerza hacia él, le encajó una patada en el muslo y abofeteó su casco con su propia pistola. El otro Zero se desmoronó sobre sus rodillas, medianamente atontado. Nuestro Zero vació la recámara y aventó el arma. Discurrió: «si el presidente Schneizel envió a este Zero para asesinar a los policías y al director Clovis y él se quedó esperándome, quiere decir que Schneizel le dio la orden de matarme para ocupar mi lugar. ¡Mejor me voy! ¡Nadie debe saber que Zero estuvo aquí!». Partiendo de este simple, pero atinado razonamiento, Zero se aprestó al escape. Pensó rápido mientras bajaba las escaleras. Necesitaba salir con la mayor discreción. En la mayoría de las casas había dos puertas: una principal y una trasera, la cual, usualmente, estaba en la cocina. Esa podía ser su salida. Sin embargo, fue alcanzado allí. El impostor le arrojó el florero de vidrio que estaba en el centro de inmaculado mesón de granito. Nuestro Zero lo pulverizó de una patada al intentar desviar su trayectoria. Enseguida, plantó las manos en la superficie del mesón, se encaramó a él y se impulsó, deslizándose hacia abajo. Envolvió su cuello con sus piernas. El falso Zero se giró en su eje con el afán de desasirse de él. Consiguió sujetar su garganta, lo que le permitió levantar al verdadero Zero y estrellarlo contra el mesón. Ambos se desmoronaron. Mareado y sin aliento, nuestro Zero rodó sobre sí mismo. Terminó apoyándose en sus rodillas y nudillos. La máscara, que se le aflojado a raíz del impacto, se le desprendió.

—¡¿Kallen?! —exclamó el otro Zero.

La mención de su nombre trajo a la pelirroja devuelta a la realidad. Girándose sobre su rodilla, se volvió hacia el otro Zero y le lanzó una patada que golpeó su hombro. Se incorporaron tan rápido como pudieron e intercambiaron una sucesión de puñetazos con que pudieron atacar y protegerse de cada uno. En esto, nuestro Zero agarró su muñeca y pateó su espinilla. Intentó, seguidamente, tirar un golpe. El impostor lo esquivó con éxito. Contraatacó con una patada. Kallen se agazapó a tiempo y volvió a embestir. La pelea había quemado parte de su energía. Estaban empezando a perder fuerza y velocidad a partes iguales. Kallen se sentía presionada para vencerlo ahora que podía. La prisa le costó caro. Su oponente sujetó su brazo. Le propinó un codazo en su estómago que la hizo doblarse a la mitad. Aquello le facilitó que le encajara un rodillazo en su cara que le arrancó sangre de la nariz. En un abrir y cerrar de ojos, el falso Zero la hizo volverse de espaldas y debilitó sus piernas pateándolas. Kallen cayó arrodillada, gimiendo de dolor. Estaba a punto de someterla cuando Kallen le clavó el codo en la máscara. Aprovechando que el otro Zero se desorientó por unos momentos a causa del impacto, Kallen cogió su brazo y lo volcó por encima de ella. El impostor voló por los aires y cayó de bruces. Kallen se abalanzó sobre el otro Zero y le dislocó el brazo derecho. Este profirió un alarido que tronó sus tímpanos. Por otro lado, el sudor se le había apelmazado a Kallen en las sienes. Algunos mechones rojos se le habían pegado allí. Entre jadeos, Kallen recuperó su máscara y se la volvió a colocar.

Salió al jardín. Las ráfagas de viento frío fueron como un soplo de menta que barrió el dolor que embotaba sus sentidos. Corrió en busca de su moto. Encontró donde la había estacionado en cuanto sus ojos se adaptaron a la oscuridad. Se montó. Los faros de la moto hendieron la noche cuando tomó el sucio sendero cubierto de maleza. Progresivamente fue dejando atrás la casa. Kallen ordenó sus pensamientos. La voz del otro Zero le era familiar. Estaba segura de que la había escuchado. ¿Podría ser Minami? Quizá. Como sea, él había visto su identidad. No tenía modo de demostrar que ella era Zero, pero, sin dudar, iría con el chisme al presidente Schneizel y eso la ponía en apuros...

https://youtu.be/FuWHRJTWAsg

Toda la mansión Britannia dormía cerca de la medianoche. Se imponía así una absoluta calma que era capaz de aquietar el espíritu más rebelde. Excepto el de Lelouch. Algunas almas están tan perturbadas que la vida les niega volver a los brazos del reposo. Hoy su corazón palpitaba con tal violencia que dificultaba su respiración. ¿Por qué?, ustedes se preguntarán. Es porque esa noche iba a perpetrar el crimen. Había decidido la fecha al mudarse a la mansión. Escogió la hora después de aprenderse los horarios y las rutinas de los sirvientes y de sus hermanos y de conocer y adaptarse a la mansión, así como de averiguar en qué habitación estaba instalado su padre. La selección del arma fue deliberada y, a la vez, automática. Lo dispuso tan pronto como terminó de hablar con el profesor Asplund. Emplearía la hachuela. De alguna manera, siempre supo que la hachuela sería el arma que hundiría en la cabeza de Charles zi Britannia, aunque lo pensaba y lo decía en un sentido metafórico. Por eso, Lelouch entró la cocina, robó la hachuela y la ocultó debajo de su chaqueta. Luego, creó un nudo corredizo y coserlo en el interior de la prenda para proteger la hachuela de las miradas curiosas. Pues existía el riesgo de que alguien lo atrapara infraganti. Lelouch no podía controlar la situación. Lo que sí podía controlar eran las probabilidades haciendo el nudo. Ninguna precaución resultaba innecesaria cuando se trataba de ejecutar el crimen. Seguidamente, Lelouch esperó paciente fumándose un cigarrillo. Llegado el momento, Lelouch calibró el peso de la hachuela entre sus manos. Era tan pesada como parecía. El hacha era en sí un arma sucia; pero era menos ruidosa que una pistola y más certera que un cuchillo y, claro, era mucho más confiable que sus fuerzas. Era el instrumento perfecto. Con el arma en su posesión, Lelouch salió de su habitación.

El dormitorio de su padre estaba hacia el final del segundo piso. Había que cruzar el corredor custodiado por varios caballeros de hojalata armados y con una pinta poco amistosa. Lelouch avanzó a paso felino y pausado, con la mirada vacía. El pasillo respiraba quedamente. Indicio de que Cornelia y la mayoría de los sirvientes ya se habían retirado a sus respectivos cuartos. Schneizel tampoco estaba por ninguna parte. Él solía quedarse trabajando hasta poco más de la madrugada en su modesta oficina. De seguro estaba ahí. Así todas las condiciones previstas se habían cumplido. Lelouch vio de forma imprecisa que se extendía por delante de sus pies una alfombra de un rojo similar al tono de la sangre. Le fue inevitable pensar que su actitud era la misma que los condenados a pena de muerte. Reservada y ansiosa.

El lento y agonizante viaje de Lelouch finalizó en la puerta del dormitorio del viejo Britannia. Giró el picaporte con denuedo. Lelouch entró con cuidado. Detuvo su marcha con una mano en el corazón que se le escapaba del pecho. Buscó a su padre. Charles zi Britannia no estaba en su cama. Se había hecho realidad su predicción. Lelouch mantuvo la compostura y aguzó los oídos. Escuchó lo que parecía ser el chorro del agua. Provenía de la puerta entreabierta que conducía al baño. Lelouch sacó la hachuela y la blandió. Empujó la puerta solo cuando se sintió preparado. Charles se hallaba sentado en su tina con las piernas abiertas y un pañuelo sobre los ojos. El agua espumosa le llegaba a la altura de su pecho. Tenía los brazos echados detrás de la bañera y los dedos arrugados colgados. Lelouch supuso que él debía llevar largo tiempo. La pálida luz le confería a su piel apergaminada y seca vulnerabilidad. El presidente Charles lucía por fin como lo que era: un anciano indefenso y endeble. «No te dejes engañar», se reprochó Lelouch para sus adentros. «Ese hombre es un viejo, pero no está desvalido. La regeneración lo ha dotado de una resistencia y un vigor increíbles. No debo bajar la guardia». El presidente sintió una presencia invadir su territorio. Se quitó el pañuelo y miró a Lelouch con aspecto aburrido. No se inmutó. Ni siquiera cuando divisó por el rabillo del ojo el hacha que apretaba. El viejo león lanzó un bostezo tan grande que pudo haberse tragado al mundo.

—Al fin, llegas. ¡Mi hijo pródigo, te esperaba esperando! —dijo burlonamente el presidente. Remató el comentario riéndose entre dientes—. Pero, Lelouch, ¿qué formas son esas? ¡Estoy decepcionado! Debiste aguantarte hasta que me despertara del coma para enfrentarme en mi estudio o en las instalaciones del Proyecto Geass. Esto es cobarde. No es la crianza que te di.

—¿Quién te crees que eres para sermonearme? Nunca jugaste limpio, para empezar. Tú nos mentiste, me manipulaste, me usaste, experimentaste conmigo —espetó él. El volumen de su voz aumentaba con cada nuevo reclamo. Añadió por lo bajo sin desviar la mirada de su padre. El patriarca sintió el ojo vidrioso de su hijo perforándolo—. Recibirás la muerte que mereces.

«Recibirás la muerte que mereces». Una muerte sucia, ruin, despiadada, miserable. Lelouch reparó en la saliva descender por la garganta de su padre. Si no hubiera estado atento, aquel movimiento minúsculo le habría pasado desapercibido. Lelouch experimentó un placer perverso.

—No hay necesidad de esto, Lelouch —declaró el presidente Charles—. Suelta la hachuela y utiliza tu Geass y ordéname que te obedezca. Yo no tendría más remedio que subordinarme ante ti. O dame la orden de matarme y exonérate de todo. Sabes que puedes hacerlo.

—Eso quisieras. Pero no voy a jugar siguiendo tus reglas —recalcó Lelouch. El resentimiento raspaba su voz—. De ahora en adelante, jugaré de acuerdo a mis propios términos

Los ojos acerados del presidente escrutaban a su hijo. Lelouch siempre lo desafió. Recordaba que de pequeño él solía alzar la barbilla con altivez para indicarle que era su turno de mover su pieza de ajedrez. Tal parece que eso le traía placer. El presidente Charles asintió un par de veces con suavidad.

—Conque has elegido la senda de la autodestrucción.

Una sonrisa antinatural torció los labios del hijo. Negó con la cabeza una sola vez.

—No se puede destruir nada que ya está roto —rebatió Lelouch—. Tú me rompiste y yo tuve que recoger y juntar todos los pedazos de lo que quedó de mí para rehacerme.

—¡Yo solo te di un poder y tú le diste uso! Eres quien eres por las decisiones que has tomado y a pesar de las circunstancias que has vivido. Te lo dije en prisión. Te concedí una libertad que tus hermanos no tuvieron —recalcó con dureza—. De verdad, Lelouch, ¿no te cansas de culparme de tus errores y tus desgracias? —lo interpeló el presidente cabeceando de un lado a otro—. No, supongo que es más fácil buscar venganza que vivir con la culpa ¡ja! —lo acusó el presidente y la comisura derecha de su labio se estiró esbozando una mueca zumbona.

—Una culpa que mamá y tú inventaron y me achacaron a mí, un pobre niño. Pasé todos estos años culpándome por no haber protegido a mi mamá y mi hermana, cuando, en realidad, yo no fui quien fallé. ¡Fuiste tú! ¡Era tu deber! —espetó dando zancadas. De pronto, estaba tan cerca que el presidente Charles se vio obligado a enderezarse y alzar la cabeza para mantener el contacto visual—. Y, sin embargo, esa no fue la peor parte. ¿Sabes cuál fue? —masculló—. Tú, mamá, Nunnally y yo pudimos haber sido una familia feliz. Lo teníamos todo ¡y tú lo tiraste! Ahora, Nunnally no está, mamá es un fantasma y yo soy el monstruo que has creado.

—¿El monstruo que he creado? —cuestionó el presidente Charles arqueando una ceja—. Ahí estás achacándome tu propia culpa. Pero —su padre llevó la mano hasta el ojo izquierdo y se tapó—, si vas a convertirte en un monstruo debido a mí, aceptaré el honor que me das.

El presidente le dedicó a Lelouch una sonrisa orgullosa. En respuesta, los labios de Lelouch se abrieron en una mueca feroz. Se le trabó un gruñido furibundo entre los dientes firmemente apretados. En eso doblaron las campanas de la iglesia. Padre e hijo esparcieron la mirada por todo el baño mientras escuchaban con los cinco sentidos. No dijeron nada por unos segundos.

—Es muy temprano para que suenen esas putas campanas —rezongó el padre—. Es molesto.

—No. Es todo lo contrario —desdijo el hijo conteniendo una risa diabólica. Se puso a apretar y aflojar el mango de la hachuela—. Están sonando justo a tiempo. Ya sabes lo que dicen...

—¿De qué hablas?

—Nunca debes preguntar por quién doblan las campanas, porque están doblando por ti.

Lelouch levantó con ambas manos la hachuela por encima de él, la blandió y la descargó, sin violencia, con un movimiento casi maquinal, de un solo tajo sobre la cabeza de su padre. En principio, creyó que las fuerzas lo habían abandonado al dar ese golpe, pero notó que volvían a él al retirarla. El padre era semicalvo. Su coronilla estaba libre de cabellos. Debido a eso y a que Charles estaba sentado, Lelouch pudo encajar el filo agudo de la hachuela exactamente donde quería: entre el lóbulo central y parietal. Lelouch le asestó otros hachazos en el mismo sitio. Los cortes eran precisos y hondos. Violentos, a fin de cuentas. El hijo quería lastimarlo tanto como su padre lo había lastimado. Quería hacerlo pedazos tal como él lo había hecho. La sangre del presidente emanó a borbotones de su cráneo igual que un volcán entrando en erupción. Salpicó su cara, sus manos, su camisa, el reposacabezas y las flores artificiales que estaban detrás de ellos. El agua de la bañera se tiñó de rojo. El padre no gritó. Ni se resistió. Su cuerpo se movió de lado al enterrar la hachuela por enésima vez. Lelouch retrocedió para recuperar el aliento. Las campanas continuaban redoblando. La sangre embalsamaba el aire y llenaba sus pulmones. Lelouch admiró la escena que parecía un lienzo barroco y sintió su corazón encogerse de pavor. Echó a correr, lejos de la horrible visión, del olor a sangre y de la melodía de las campanas que ya no estaban doblando por su padre, sino entonando el tema de su caída.

Lelouch llegó sin proponérselo al salón de baile y se dejó caer agotado en el banco del piano de cola, apoyando el brazo en las teclas. El descuido le arrancó una nota desafinada al piano atrayendo la atención de Lelouch, quien posó sus ojos desorbitados en las teclas. Se asombró como si se hubiera acordado que había un piano en la mansión. Tuvo una idea para ahogar el ominoso y perturbador tañido de las campanas. Se acomodó frente al piano y se puso a tocar «La Campanella», de Liszt. Un estudio que había interpretado varias veces y que en ninguna lo había satisfecho. En esta ocasión dejó que sus emociones gobernaran sus dedos al pergeñar la pieza. Tal era la velocidad a la que iban sus dedos que sugería la impresión de que volaban, aunque nunca sin perder la gracia y la agilidad que requería ser tocado el estudio. Los demás residentes de la mansión Britannia tendrían el placer y el privilegio de disfrutar una furibunda y desgarradora interpretación de «La Campanella». La música caló en Lelouch. Las crueles agonías que atenaceaban su corazón se cuajaron en lágrimas ardientes que se desbordaron de su ojo. Una sonrisa demente que trató de reprimir bailó nerviosamente por sus labios. Lelouch concluyó su concierto improvisado lanzando un grito de frustración y presionando con furia los dientes del piano pintados de sangre. El pecho de Lelouch se contrajo en jadeos rápidos. Pronto Lelouch se hizo consciente del escozor en el ojo. Se enjugó las lágrimas estrujándose el ojo y se manchó las mejillas sin querer con la sangre de su padre. Aquello le produjo gracia y escupió una risita sórdida, amarga y débil que acabó eclosionando en carcajadas frenéticas e incontrolables. Estas dieron lugar a un llanto sobrecogedor e impetuoso que se transformó en estridentes y dolorosas risotadas que se trocaron en un llanto histérico y desenfrenado para volver a carcajearse como un enajenado y viceversa hasta rendirse ante el agotamiento.

Lelouch se acordó haberse sentido así la primera vez que tomó una vida. Perdido y temeroso. Impuro. Entonces Lelouch creyó que había superado lo más difícil porque seguiría siendo un asesino, independientemente de los asesinatos y los pecados que sumaría. Pero había estado equivocado. Ya no era solo un asesino. Era un monstruo. ¿Acaso había aniquilado todas sus posibilidades de vivir una vida normal? ¿Podría Kallen amarlo, pese a lo que era? ¿Seguirían siendo amantes? Si no fuera el caso, no le quedaría nadie. Nunnally, Euphemia, Tamaki, Cera y Shirley no estaban. Marianne tampoco. Bueno, la que él conocía. Sus Caballeros Negros le habían dado la espalda. Suzaku era el caballero de brillante armadura de su tablero de ajedrez. Corrección. Era su aliado y nada más. Lelouch ya no debía pensar de esa forma. Ni sería tan descarado para tratar de recuperar su amistad. Incluso él tenía sus límites. Y Rolo no pasaría de ser un cómplice. La sonrisa chiflada reapareció en los labios trémulos de Lelouch. Este no era el momento para autocompadecerse, sino abrazar el cambio. Consabido es que el pecado que nos trajo sufrimiento en el pasado, lo volveremos a cometer en el futuro y con una sonrisa en el rostro.

N/A: ¡habemus una actualización tras casi tres meses! ¿Quiere decir que ya finalicé con el fanfic? No. No pude trabajar en ella desde la última vez que les escribí, por desgracia. Estuve realmente ocupada. Decidí actualizar porque necesitaba renovar mis ganas y mi amor por esta historia. Además de que ya había transcurrido demasiado tiempo desde la última actualización y editar un capítulo me lleva menos tiempo que escribirlo, obvio. Y, cómo no, sus comentarios me alientan a seguir. Me faltan literalmente tres capítulos para despedir a estos personajes y cerrar esta novelita. Sería una pena abandonarlo en ese punto, cuando estoy tan cerca. ¿No lo creen?

Amo de verdad este capítulo. Es mi favorito. Tiene todo lo que podría pedir de este fic. Locura, tragedia, simbolismos, diálogos, acción, suspenso, drama, sorpresas, venganza, sangre, violencia, Kalulu. ¡Díganme! ¿Les gustó la escena del ñiqui ñiqui, spicy, smut, lemmon o como quieran llamarla? Espero que sí porque fue la última que leerán en esta historia. Sí. Sí. Yo sé que es terrible. La cosa es que la trama principal de este fanfic es la venganza y no me voy a desencaminar de ese punto. Esta historia no se transformará en Cincuentas Sombras de Lelouch. De ahí que me esmeré escribiéndola (no exagero, la reescribí tres o cuatro veces). Sé que hay fans de este hermoso ship leyéndome que quizá los ilusionaba que nuestros tórtolos tuvieran otro encuentro íntimo y yo los comprendo. Esa tensión sexual no se pudo haber quemado en un capítulo. De cualquier manera, no faltarán escenas románticas en lo que sigue (ya sea tiernas, pícaras o apasionadas). Con lo cual, despreocúpense por la vida sexual de estos amantes. Les va más que bien.

En su lugar, estaría preocupada por la salud mental de Lelouch. Fue algo que se planteó a inicios de esta tercera parte y aquí resurge con fuerza. El final de este capítulo puede ser que les recuerde al final del capítulo 30, pero, al mismo tiempo, es diferente. Voy a dejar que ustedes lo analicen. Por ahora, me gustaría hablar sobre Charles. Lo crean o no. Pensé en la mayoría de las muertes que ocurren en el fic y luego fui atribuyéndoselas a los personajes. En teoría, esta muerte sangrienta en la bañera iba ser para Shirley con la diferencia de que no moría a punta de hachazos, sino de un disparo. Euphemia, por otra parte, iba a morir en brazos de Lelouch. Cambié de planes tras concluir que era mejor que Euphemia tuviera una muerte repentina que sorprendiera a Lelouch y a los lectores. Con respecto a Shirley, no decidí que se sacrificaría por él hasta que pensé que Charles recibiría hachazos (en ese entonces, ya tenía más definido qué era el Proyecto Geass y los poderes de Charles). Entonces, determiné que Shirley daría la vida por su amado (algo que creí que estaba en consonancia con su personaje teniendo en cuenta la serie) y el todopoderoso Charles tendría una muerte brutal y humillante en la bañera. Algunos podrían pensar que me inspiré en GOT. En realidad, me inspiré en la tragedia que es una de las tantas fuentes de inspiración del fic, La Orestíada, y mi novela favorita de todos los tiempos, Crimen y castigo. Si las leyeron, habrán percibido las referencias intertextuales.

Debo decir que estoy muy satisfecha con la conversación final entre Lelouch y Charles. Originalmente, la actitud de Charles ante su muerte iba a ser más estoica. Resignada. Esa actitud burlona y cínica la iba a reservar para otro personaje. Pero juzgué que era más apropiado que esa fuera la actitud de Charles, ya que durante todo el fanfic estuvo desairando, burlándose y tratando como un niño a Lelouch y creí que debía mantenerse así hasta el final porque, incluso en sus momentos más degradantes, él seguía siendo el emperador. De hecho, él es quien tiene el poder y el control en esa escena —a pesar de que Lelouch está armado—. Por otra parte, así también resaltaba que Charles era un villano. Pues en esta tercera parte descubrimos (o corroboramos) que Charles amaba a Lelouch y tiene un lado suave. Pero no se podía negar que él le hizo un gran daño. Este es un perfecto ejemplo de un caso (ficticio) en que el amor a veces no es suficiente para reparar una relación. ¿No les repugnó cómo Charles se envanecía porque Lelouch iba a convertirse en un monstruo? Gracias a la intervención de las campanas, Lelouch tuvo la última palabra.

No es una coincidencia que Lelouch asoció el primer tañido de campanas con una boda cuando miró a Kallen y luego lo asoció con un funeral cuando miró a Charles la segunda vez. Eso es otro aspecto que disfruté del capítulo: nos dio tanto a un Lelouch despiadado como uno dulce y sus dos facetas se sienten creíbles, o eso a mí me parece. El segundo simbolismo es el colgante de corazón que Lelouch le entregó a Kallen. Creo que es aún más obvio. ¿Lo notaron? Había otra cosa que quería señalar. Pero prefiero guardarla para otras notas de autor. Que esto ya se me hizo largo.

Pasemos a la ronda de preguntas: ¿Kallen obtendrá un final feliz con Lelouch? ¿Qué pueden rescatar de la charla postorgásmica? (¿Se fijaron que empleé frases que dijo el Lelouch original y que parafraseé el poema de Kallen?). ¿Cuál será el favor que Lelouch le habrá pedido a Kallen? ¿Lelouch podrá curar la herida que dejó la ida de Nunnally y seguir adelante? ¿O a partir de este punto se convertirá en un villano que cruzará un punto de no retorno? ¿Qué opinan del final de Charles y su última charla con su hijo? ¿Creen que había una mejor manera de cerrar su arco o tenía que morir a manos de Lelouch? ¿Qué piensan de la traición del fiscal Guilford? ¿Qué sucederá ahora que Clovis está muerto? ¿Minami le contará sobre la verdadera identidad de Zero a Schneizel? ¿Tomará medidas al respecto? ¿Qué opinan del cambio de la recepción de Suzaku hacia Zero? ¿Por qué Schneizel intentó suicidarse? ¿Qué les parece su relación con Cornelia? ¿Cuál fue su escena favorita? ¿Qué expectativas tienen para el próximo capítulo?

Comenten, comenten. Yo los estaré leyendo con gusto. Tienen una cita con esta historia para leer el capítulo 36: «Máscaras» (no me tardaré esta vez, lo prometo).

¡Adiós!

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