Capítulo 34: Promesa

Las campanas de la catedral despertaron a los ciudadanos de Pendragón al entonar una simpar melodía y su eco continuó propagándose con creces por los bulevares y los callejones el resto de la mañana. Pero, ¿por qué doblaban hoy las campanas? ¿Acaso estaba celebrándose alguna fiesta? ¿O era un llamado a los fieles a la misa que buscaba excitar sus ánimos a la devoción? Sí, eso debía de ser. De otra manera el tañido de las campanas no sería tan alegre ni efusivo. Los vicarios de Dios decían que los demonios detestaban las campanas. En especial, Lucifer. En teoría, porque las campanas encarecían la belleza y la adoración divina y Lucifer aborrecía todo lo hermoso y lo sagrado. Un sofisma que evidenciaba la ignorancia de estas eminencias religiosas. Lucifer era el ángel más bello de las esferas celestiales. ¿Por qué otra razón el mal resulta tentador, sino fuera atractivo? Las campanas son las que deberían estar celosas de los demonios. No al revés. En suma, los demonios no desdeñaban la belleza. Todo lo contrario. La veneraban. El son de las campanas le agradaba mucho a Lelouch, que se consideraba a sí mismo un demonio, aun si él ya no era tan apuesto como antes. A su juicio, era un himno que ponderaba su gloria.

Las campanas tocaron el día de su nombramiento como copresidente de Britannia Corps, el cual se llevó a cabo de forma discreta prescindiendo de las típicas ceremonias presuntuosas. Le fue inevitable a Lelouch reprimir una sonrisa triunfal. Sabía el resultado de la votación de antemano. No obstante, no imaginaba que esta situación vería la luz luego de su conversación con Schneizel en su auto. Había llegado más lejos en ese tiempo tan corto que lo que hubiera llegado en el mismo tiempo según su plan original. Pues en dicho caso Lelouch no se hubiera vuelto presidente, apenas habría sido un abogado del montón de la firma legal de Britannia Corps. Por lo tanto, Lelouch se permitió disfrutar el momento acortando deliberadamente sus pasos hacia su oficina a fin de exprimir su éxtasis por un par de minutos más la primera vez que se encaminó a ella. No se sentó de inmediato cuando entró por eso mismo. Se entretuvo admirando el entorno lujosamente amueblado y las grandiosas vistas panorámicas y, al final, ocupó la silla delante de su escritorio.

Posteriormente, el presidente Lelouch convocaría una rueda de prensa en que daría a conocer sus verdaderos lazos de sangre, su designación y su promesa de reencauzar a Britannia Corps a la buena dirección. El anuncio no dejó indiferente a nadie, lo que desencadenó una ola de chismes. Todos en la ciudad tenían algo qué comentar del presidente: ora su cualidad de bastardo, ora su estadía fugaz por la prisión, ora su relación incestuosa con la difunta socialité Euphemia li Britannia. Incluso el presidente Lelouch leía en los rostros de sus empleados la perplejidad. A veces también encontraba curiosidad. Les costaba comprender por qué la junta de socios había votado por Lelouch. Eso fue porque no estuvieron en la reunión privada que el abogado Gottwald programó ni conocían la existencia del Geass y su mecanismo: sino, sabrían que los socios estaban bajo la influencia del Geass. Los empleados no ocultaban su reticencia por que un recién llegado asumiera la presidencia debido a su consanguinidad. Ni cuando el presidente Lelouch estaba relativamente cerca, se contenían en susurrar o dirigirles miradas furtivas. El presidente no se dejaba intimidar y se limitaba a cumplir su trabajo.

Aquellas semanas en que anduvo desaparecido, Lelouch estaba poniéndose al día con el estado actual de la empresa y sus filiales y preparando un plan con ayuda del abogado Gottwald para presentarlo en la próxima reunión de socios. Básicamente, iba a proponer transformar Britannia Corps en una sociedad cartera. Debido al compromiso de Schneizel con la presidenta Shamna, la fusión de Britannia Corps y la Fundación Zilkhstan era un hecho que sucedería eventualmente. Con lo cual las condiciones eran propicias para que Britannia Corps adquiriera mayor poder. Así pues, el presidente estuvo trabajando en su despacho hasta sentir que las retinas se le quemaban de tantas horas que pasaba enfrente del monitor de su computadora desde su incorporación. Tal dedicación le granjeó el respeto de algunos empleados. El nuevo presidente se percató por el recibimiento más cordial y sincero que le brindaban nada más al arribar a la empresa. Previó que si mantenía ese ritmo a la larga obtendría la aprobación de todos. Pero no la quería ni planeaba quedarse. Una lástima porque comenzaba a acostumbrarse a ese trato especial.

Ese día en concreto, almorzaría con Schneizel y algunas conexiones importantes. Su hermano planeaba obtener (mediante sobornos) un beneplácito para su proyecto de remodelación y así poner en marcha la construcción del Damocles. Nombre peculiar por la connotación siniestra. Se preguntó para su fuero interno si Schneizel conocía su origen mitológico y lo había elegido adrede como un recordatorio de las consecuencias del hambre del poder. En cualquier caso, le parecía adecuado. Entendió que era un complejo de varios edificios de carácter residencial y comercial. Lelouch no pasó por alto cómo los ojos de su hermano relumbraban entretanto disertaba en las reuniones entorno al Damocles. Lucía como un niño entusiasmado hablando del regalo que había pedido para navidad. Damocles era el proyecto de máxima prioridad de Britannia Corps; por lo que Schneizel no le procuraría ocasión para sabotear la velada, si bien Lelouch no tenía tal intención. No, señor. Quería tomar algunas fotos a escondidas. Eso era diferente. En algún punto del almuerzo, abordaría a uno de los meseros en privado y le daría la orden con el Geass. Por otra parte, le había pedido al abogado Gottwald el favor de visitar a Kallen en el apartamento que había sido su hogar y solicitarle en su nombre que fuera a la mansión por la noche. Lelouch había pensado en llamar a Kallen y pedírselo él mismo, pero sabía que ella tendría motones de preguntas y, siendo así, era mejor contestarlas en persona.

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En el presente, Lelouch consultó la hora en su reloj de bolsillo de oro. Faltaba menos para su cita. Enseguida de volver la vista al documento que estaba redactando, la puerta de su oficina se abrió de súbito. Alzó la cabeza y su mirada se cruzó con la de su amante que estaba de pie en el umbral. Lelouch se levantó despacio. Sintió que sus piernas se entumecían y su corazón se hinchaba a tal grado que ocupó todo su pecho y obstruyó su garganta, privándole el habla. A Kallen también le fallaban las palabras. Solo que, a diferencia de él, ella no estaba inmóvil. Kallen redujo el abismo de distancia entre ellos. Lelouch imaginó que lo besaría. Kallen solía llevar pantalón de vestir para el trabajo. En cambio, ese día ella estaba ataviada con un corto vestido rosado de corte imperio y se había puesto unos guantes blancos y una bufada de seda, lo que indicaba que se había vestido acorde a la ocasión. Sumado a eso que no se habían visto en semanas y que el rubor estaba tiñendo sus mejillas. La suposición tenía todo el sentido del mundo. Pero, inesperadamente, Kallen lo empujó plantando sus manos en su pecho y lo hizo una, dos, tres veces. Un medio pasmado Lelouch retrocedía un paso con cada golpe.

—¡Maldito idiota, me tenías preocupada! —le riñó con voz chillona—. ¡¿En dónde estuviste todo este tiempo?!

—Lo siento, estaba con...

—¡Con Jeremiah Gottwald! ¡Sí, Suzaku me lo contó y él mismo me lo confirmó con detalles! ¡De hecho, fue él quien me trajo a petición mía! —bramó ella con una nota de resentimiento. Kallen detuvo los empujones para sorberse la nariz—. ¿Cómo se te ocurre contactar al poco confiable de Suzaku antes que a mí luego de todo lo que hemos recorrido juntos? ¡¿Para qué tienes el celular?! ¡¿Por qué no me devolviste mis llamadas ni me escribiste?!

Lelouch consideró revelarle que «el poco confiable de Suzaku» había sido quien lo animó a comunicarse con ella antes y que, si él no lo hubiera convencido de que era la mejor idea, tal vez habría esperado que Kallen tomara la iniciativa. Descartó en hacerlo. No era el momento para ejercer de mediador entre su examigo y su amante. Tenía sus propios problemas.

—Perdóname, Kallen —acertó a decir Lelouch. Estaba ahogado de emociones—. Estás en tu derecho de estar enfadada. Volví a excluirte de mis planes y te escondí información valiosa. En mi defensa, alego que lo hice porque creí que así te protegería —él se rió, traicionado por sus nervios—. Admito que mi defensa no es muy buena, pero es real. Sé cuánto te lastimaron mis mentiras en el pasado. No quiero cometer los mismos errores. Quiero ser honesto contigo.

Kallen vaciló. No rastreaba ninguna mentira en sus palabras. La calidez que rezumaba su voz era sincera, al igual que la intensidad de su mirada. Pero a ella no le importaba. Quería pelear. Lelouch la había martirizado a lo largo de esas semanas, después de todo. Tenía que sufrir él también un poco. Al menos, Kallen no tenía que buscar razones para alimentar su enojo. Así que ladeó la cabeza para evitar mirar esa sonrisa tan dulce y se cruzó de brazos.

—No necesito tu protección, Lelouch. ¡Yo puedo defenderme de lo que sea! ¡No subestimes mi entrenamiento! ¡Kallen Kozuki no es débil!

—No te protejo porque eres incapaz de cuidarte, Kallen. Eso ya lo sé. Te protejo porque eres alguien que no puedo perder —musitó un Lelouch cabizbajo—. Yo soy el verdadero débil.

Kallen, que estaba haciendo un puchero de enojo, volvió la cabeza hacia él con expresión de asombro. Lelouch estaba tan avergonzado que ahora era él quien huía de su mirada. Suzaku le había confirmado a Kallen lo que ambos sospechaban. Lelouch estaba con Shirley cuando la mataron. Por ende, su muerte sumaba otra pérdida en la cuenta de Lelouch. Más que nunca debía aterrarle la posibilidad de enfrentar la muerte de otro ser querido.

—¡Eres un tonto, Lelouch! No eres débil porque temas perderme. ¡Eres débil porque insistes hacerlo todo tú solo! Pero, si trabajamos juntos, podemos ser más fuertes. ¡Nos cuidaremos las espaldas juntos! —corrigió sujetando su rostro. Quería que la escuchara mirándola directo a los ojos—. Dijiste que éramos amantes. Yo no soy solo la mujer con la que duermes y haces planes. Soy tu equipo. Es parte de la relación compartir las cosas malas y buenas, incluyendo el peligro. Se supone que debemos trabajar unidos para resolver problemas externos, no entre nosotros —le explicó. La pelirroja se mordió el labio, pensativa—. Necesito saber que somos un equipo. Si no, esto no funcionará. ¿Lo somos?

Lelouch se tensó automáticamente. Kallen tenía las cejas juntas, los labios entreabiertos y la mirada concentrada en él. Sus ojos eran dos flamas azules ardientes, violentas y fulgurantes. Había algo en el fondo. Lelouch creyó que era furia, al principio. Luego pensó que era dolor. De tanto mirar ese hermoso mar de fuego, logró identificar qué era: amor. Solo el amor podía ser tan temible, tan intenso y tan vivo. Lelouch no tuvo más dudas y cuando halló el camino de vuelta, manifestó con aplomo:

—Lo somos.

Kallen sonrió encantada. A Lelouch le pareció una sonrisa hermosa. Acto seguido, Kallen se arrojó a su cuello y zampó sus labios. Lelouch chocó contra el archivero. Se tuvo que sujetar de la mesa vecina para no desplomarse. Sus dedos tropezaron con una pila grande de papeles y la echó abajo por accidente. El frío de la máquina detrás y el calor que desprendía el cuerpo de Kallen le cortó la respiración a Lelouch. Se las arregló para envolverla entre sus brazos y devolverle el beso con avidez. Tenía muchas ganas de ella. Y, por la tensión de la espalda de Kallen, la insistencia con que sus caderas presionaban las suyas, los latidos acelerados de su corazón y el desenfreno con que respondía a sus besos, Lelouch supo que Kallen estaba igual hambrienta. El relativo tiempo largo de separación había comulgado con la pasión inherente a la primera etapa de una relación y este había sido el resultado. El escenario le hizo acordarse a una fantasía en su despacho que alguna vez había tenido. Ella le arrancó sangre mordiéndole el labio. Era un pacto en que se comprometían a estar juntos. Lelouch gimió, en respuesta. No cortó el beso, no obstante. Fue Kallen quien lo hizo y, además, riéndose. Sus manos, que estaban firmemente enredadas en las raíces de su pelo, descendieron hasta su pecho y con suavidad ella lo empujó con la suficiente fuerza para alejarlo sin romper el abrazo.

—Fumaste hace poco, ¿no? No me gusta besarte luego de que fumas. El aliento te apesta.

—Disculpa, no sabía que vendrías —se justificó, enjugándose la sangre con el pulgar.

—Está bien. Por esta vez, es mi culpa —concedió Kallen—. Tú querías que nos reuniéramos esta tarde y yo me adelanté. El corazón quiere lo que quiere, así que ¿para qué negárselo? ¿Me entiendes?

«Está bien. Igual yo te eché de menos, mi reina». «Eso ya no importa. Estamos juntos ahora». Fueron algunas de las contestaciones que se formó en su mente y no tuvo agallas de plantear. En su lugar, Lelouch sorprendió a Kallen estrechándola amorosamente. Kallen le regresó el abrazo con igual vigor y recostó la mejilla en su hombro. Lelouch hundió su boca en el hueco del cuello. A Kallen se le escapó una risita nerviosa. Sus labios le producían cosquillas.

—Lo entiendo. No te preocupes. Me alegra que lo hicieras, la verdad —confesó un Lelouch sonriente. Para su siguiente declaración, se enserió y le murmuró al oído—: Kallen, te voy a hacer una promesa aquí y ahora: nadie nos separará de nuevo. Te protegeré convirtiendo el sitio junto a mí en el único lugar seguro, así tenga que quemar Pendragón.

—No quemes Pendragón, por favor. Ardamos juntos solo tú y yo.

Kallen presionó su frente contra la suya de tal modo que las puntas de sus narices se rozaron. Kallen llevó las manos a su mandíbula sosteniendo su cabeza y por acto instintivo los dedos de su mano derecha se deslizaron hasta el parche ocular de Lelouch. Kallen se lo acarició. El dolor y el interés afloraron en el rostro de Kallen. Cada vez que las mujeres veían su parche, el temor se instalaba en sus ojos. Lelouch no lo admitiría abiertamente, pero iba a extrañar la lujuria en las miradas que conseguía atraer sin esfuerzo de las mujeres y que adulaban su ego. Este no era el caso de Kallen, por supuesto. Ella seguía viéndolo con el mismo amor y deseo que la primera vez.

—¿De veras tu Geass se ha ido para siempre, Lelouch?

—El Geass de mi ojo izquierdo, pero lo expandí hasta el otro. Fue gracias a eso que sobreviví. No me hace feliz reconocer que me salvó —resopló—. Por favor, no se lo cuentes a Suzaku aún. Que sea nuestro secretito por ahora.

Kallen estaba examinando el parche ocular con curiosidad. Quiso levantárselo. Lelouch se lo impidió sujetando su mano y bajándosela. Ella estaba por protestar cuando la puerta tornó a abrirse. El abogado Gottwald se asomó. Se aturulló tan pronto como vio que había interferido en un momento íntimo. Carraspeó y se dio la media vuelta, quedando de vista de perfil.

—Lamento las molestias, señor presidente —expresó el abogado Gottwald con formalidad—. El presidente Schneizel solicita verlo en su oficina.

—Iré enseguida. Espérame afuera —le ordenó. El abogado realizó un movimiento afirmativo solemne con la cabeza y cerró la puerta en silencio. Lelouch alzó hacia él el mentón de Kallen apoyando un dedo debajo mientras apretaba su mano y susurró a escasos centímetros de sus labios con un indiscutible deje seductor—: continuemos esta charla en mi nueva casa.

Kallen tomó la mano de Lelouch entre las suyas. Una arriba, otra abajo. Acarició el dorso de su mano cariñosamente y estudió su rostro por unos minutos, como si estuviera buscando la verdad en las líneas que componían sus facciones y, sobre todo, en sus ojos. Lelouch alzó sus manos y besó los nudillos de Kallen. Enseguida arqueó las cejas esperando su confirmación. Había cosas que necesitaban discutir y resolver. De verdad, ninguno quería cortar la visita en ese punto. Kallen lo sabía bien, por lo cual asintió resignada y estampó sus labios sobre los suyos. Esta vez se movieron lenta y tiernamente contra los de él a modo de prolongar el beso. LLelouch y Kallen acabaron por mutuo acuerdo y se abrazaron una vez más. Kallen le recordó que lo amaba al oído y le jaló el lóbulo con los dientes.

Ella salió primero. Sus piernas desnudas, torneadas y tonificadas se robaron unas cuantas miradas masculinas al desfilar por el pasillo. El abogado no fue la excepción. Cera se había referido a ella como la reina de Lelouch. Pensó, al inicio, que lo decía por su valor táctico. Ella era una abogada que, encima, se destacaba en el terreno de artes marciales mixtas. Una guardiana en toda regla que podría serle de utilidad a Lelouch varios sentidos. Aun así, no anulaba la posibilidad de que también fuera su amante. Kallen tenía la misma edad de Lelouch y era una pelirroja en extremo sexy. Ningún hombre podía resistirse a esa clase de mujeres. Ni siquiera él. Ambas opciones resultaron correctas, al final. Lelouch salió al rato. Adecentado. Estaba presentable para su hermano.

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Los hombres partieron a la oficina del presidente Schneizel. Este era un despacho lujoso con un toque vintage. Contaba con un mobiliario clásico y lámparas doradas. El piso estaba hecho de granito y las paredes estaban tapizadas con madera. El lugar en su conjunto era una réplica del despacho de Lelouch, con la diferencia de que las dimensiones eran mayores y no era tan luminoso. Su oficina tenía un ventanal del lado izquierdo. El abogado Gottwald no acompañó a Lelouch al interior. Enfrentaría solo a su hermano. El presidente Schneizel le tendió la mano en dirección al sillón delante de él.

—¡Oh, Lelouch! Toma asiento, por favor.

—Gracias —le sonrió Lelouch, echándose—. Dime, hermano, ¿por qué querías verme?

—Necesito que firmes esto —indicó Schneizel, pasándole un documento que descansaba en el centro de su escritorio—. Esta es una solicitud del pago mensual de nuestra junta de socios. Corresponde al presidente de la compañía autorizar el pago; sin embargo, dado que ya no soy el único presidente, no depende solo de mí.

Lelouch se inclinó sobre el escritorio. Ojeó el documento. «Solicitamos la liquidación de los honorarios de la junta de socios que asciende a 200 mil dólares». Los ojos de Lelouch bajaron por el papel y los símbolos de tinta. En el espacio, donde estaba su nombre y el de su hermano junto al cargo que desempeñaban, Schneizel había firmado. Lelouch puso una mueca burlona que a Schneizel le recordó las sonrisas torcidas de su padre. Discernía la siniestra intención de su hermano.

Casualmente, Luciano le había hablado a Lelouch que Britannia Corps poseía una cuenta de fondos secreta, la cual mostraba depósitos y no retiros. Dicha cuenta había sido creada hace añales y era administrada por el presidente de la compañía. Era la misma cuenta de sobornos que el exvicepresidente Kirihara llegó a comentarle. Pocas personas tenían conocimiento de la existencia esa cuenta. Entre ellos se enumeraban el mencionado, el presidente honorario, el presidente del conglomerado, su asistente, los socios y, desde luego, Luciano Bradley. «A la junta se le paga con ese dinero ya que así evitan un elevado cobro de impuestos», le había participado entre resuellos Luciano Bradley. De esa cuenta cobraron, además, él, Rolo y cada uno de los matones por los trabajos sucios de Britannia Corps. Luciano desconocía la fuente. Solo había visto al dinero salir de la cuenta. Lelouch había deducido que se trataba de dinero lavado. De otro modo, los socios no podían reclamar su pago. Recientemente Lelouch había obtenido la confirmación y, por lo tanto, los datos de la cuenta. Schneizel debió haber intuido que barajaba esa información a razón de que alguien denunció la dichosa cuenta a la policía. El conflicto en el asunto radicaba en que si autorizaba el pago sabiendo que el dinero provenía de un fondo ilícito se volvía cómplice. Lelouch estaba al tanto de la pena. Diez años de cárcel aproximadamente. En contraste, si se rehusaba a firmarlo, de seguro su hermano movilizaría sus influencias para persuadir a la furiosa junta de destituirlo y si Lelouch utilizaba su Geass para imposibilitar esa acción, Schneizel descubriría que Marianne le había mentido. Esta era una de esas situaciones en que hiciera lo que hiciera saldría perdiendo.

Lelouch clavó una mirada insondable en su hermano. Schneizel sacó del bolsillo de la chaqueta un bolígrafo y lo puso al lado de la petición. Le devolvió la mirada con una expresión plácida adornando su rostro. Casi podía leer sus pensamientos. «¿Qué harás, Lelouch? ¿Continuarás capitaneando este barco aun con su cargamento ilegal o te hundirás con él?». Lelouch se rió por la nariz. Se le antojaba un cigarrillo.

—Por casualidad, ¿el salario de los miembros de la junta procede de las generosas donaciones de los feligreses de nuestra iglesia? —interrogó Lelouch con la entonación particular de las conversaciones íntimas. Schneizel vaciló—. Somos hermanos. Y los hermanos no se mienten entre ellos y se guardan sus secretos.

—Es verdad. Lo es —confirmó Schneizel ampliando su sonrisa, como si no tuviera forma de refutar esa lógica—. ¿Nuestro padre te contó?

—Sí. Sospecho que lo hizo como retribución. No me acompañó durante estos años. No pudo criarme ni instruirme en su sabiduría. Así que, al menos, se hizo cargo de que no me faltara nada el resto de mi vida con su herencia y me compartió los detalles del fondo secreto.

—¿Y tú enviaste esa información a la policía?

—¿Sería terrible si así fuera? —contestó Lelouch con soltura, sugiriendo la impresión de que no tenía idea de la gravedad del asunto.

—Para ser franco, me rompería el corazón que mi hermano me hubiera traicionado.

—Así sería si, en efecto, hubiera suministrado los datos de la cuenta a la policía; pero no lo hice. ¿No es eso una señal de amistad? —lo interpeló cruzando las manos en su estómago—. Además, no quisiera que nada le ocurriera a la empresa. Es mía ahora. Mi padre me la legó.

—En tiempo récord te has ganado la confianza de varios miembros de la junta directiva y el apoyo de los socios. Debo reconocer que tu adaptación ha sido extraordinaria. Me asombra. Pensaría que utilizaste tu Geass en ellos, si no supiera que perdiste tu ojo.

Schneizel sintió su celular temblar en el bolsillo interior de su chaqueta. Acostumbraba tener activado el modo de vibración para que no interfiriera con sus actividades. Lo sacó. Verificó el identificador de llamadas. Era Clovis. No era extraño que lo llamara. A él le sobraban los motivos. Lo extraño era que pudiera hacerlo. Clovis estaba en custodia. Pese a que su primer impulso fue rechazar la llamada, quería acogerla y enterarse de lo que planeaba.

—¿Me disculpas unos instantes, querido hermano? Prometo desocuparme rápido —Lelouch dio su consentimiento con un ademán. Schneizel se incorporó, le dio la espalda, caminó unos cuantos pasos y lo atendió—. ¿Diga?

¡Hola, hermano!

—¿Perdón?

¡Vamos! —rió Clovis. Debía sentirse en una posición segura para seguirle el hilo—. Sabes quién soy. No hubieras aceptado esta llamada si no fuera yo. Te conozco bien.

—¡Oh, sí! Me confundí con otra persona —gorjeó—. ¿Cómo estás? ¿A qué debo tu llamada?

Solo llamo porque quiero cerciorarme de que estás haciendo todo lo posible por sacarme con vida de este encierro. El fiscal Gino Weinberg está deseoso por que colabore con el caso que está preparando contra Britannia Corps y lo estoy empezando a considerar. Es un buen trato que reduciría mi condena en caso de que tus abogados no puedan probar mi inocencia. No te olvides de que fue la voluntad del presidente Charles convertir a Bartley Asprius en el asesino de Atsushi Sawasaki para designarme director del Centro Médico de Britannia. No te convendría que se hiciera público la verdad de mi linaje. Ambos sabemos que eso causaría otro desequilibrio en la empresa, en la familia y en la ciudad.

—¡Con calma! No hables tan descuidadamente —siseó Schneizel, vislumbrando por encima del hombro a Lelouch—. Si te tiras mucho de la lengua, podrías perderla.

Soy descuidado porque confío que me estás cuidando, ¿o no? —inquirió Clovis, cínico.

—¡Claro! La familia es incondicional —le aseguró. En esa cálida afirmación había un matiz oscuro. Fue tan poco perceptible que el atolondrado Clovis no lo olfateó—. Mis abogados se hallan trabajando en ello y me brindan sus reportes constantemente. Pronto recibirás buenas noticias.

Eso anhelaba oír —expresó Clovis con fruición—. En cuanto esté afuera, quiero que me transfieras treinta millones de dólares. Es todo lo que pido. A cambio, me desapareceré para siempre, ¿eso te gustaría?

—No precisamente, pero no seré yo quien se interponga entre tu felicidad y tú. Te daré todo lo que quieras. Por favor, concédeme un par de días para hacer todos los trámites, ¿está bien? —pidió—. De acuerdo. Estaremos en contacto.

Schneizel colgó. A diferencia de Lelouch y Nunnally, Clovis vivió como un Britannia. El tío Víctor lo reconoció. Parecía que él sí iba a saber que era tener un padre. Desafortunadamente,

falleció dos años después. Clovis llenó el vacío con lujos y comodidades. Su verdadero padre complació todos sus caprichos. Schneizel se preguntó si lo hizo porque se sentía responsable o porque creía que así debía comportarse un buen padre. De cualquier forma, creció como un niño mimado. De ahí que en la adultez no pudo desligarse de ese estilo de vida y se las apañó para salirse con la suya. Schneizel sabía que algún día le costaría caro.

Los oídos de Schneizel apercibieron en ese momento un ruido molesto que interfirió con sus meditaciones. Se giró sobre sus talones. Era la punta del bolígrafo rasgando la hoja con tinta. Lelouch estaba firmando el documento.

—¿Todo bien, Schneizel?

—Todo bien. ¿Ya firmaste?

—Sí. Los miembros de la junta de socios han estado esperando su pago desde el pasado mes. Se disgustarán, si postergo la autorización. No quiero eso y presiento que mi padre tampoco.

—Ya veo. Quieres hacer un trabajo impecable en tu primera semana.

—Quiero tener una gestión excelente —lo corrigió Lelouch, poniéndose de pie y ofreciéndole la petición—. No puedo tenerla decepcionando a mis socios y empleados. Tú mejor que nadie deberías entenderme. Dime, ¿qué se siente ser la mayor decepción de la familia? —interrogó. La sonrisa en los labios de Schneizel se desvaneció y sus facciones entraron en rigor. Se hizo un silencio incómodo y de pronto Lelouch rompió a carcajadas—. ¡Es una broma, hermanito! Ojalá pudieras ver el rubor de tus mejillas. Ven. Te sentará bien comer.

Lelouch aplastó el documento contra su hombro, palmeó su espalda en plan amistoso y fue al pasillo. Schneizel sostuvo el papel justo cuando estaba por caer. La insidiosa pregunta de su hermano se clavó en su mente como un dardo ponzoñoso y su veneno se extendió por todo su sistema volviendo a sentir su efecto. No era una broma inofensiva. Fue planteada con saña. Inconscientemente Schneizel estrujó el documento. Lelouch no solo había invadido su casa y su empresa. También había logrado meterse debajo de su piel, serpentear hasta su corazón e incubarse. Esa presencia lo incomodaba. Tanto así que Schneizel sentía que era un huésped dentro de su propio cuerpo y el demonio era el hospedante. Schneizel no podía dejar que esa pulsión demoníaca lo dominara, por más liberador que fuera ceder a sus bajos instintos. Eso resquebrajaría su máscara. Schneizel respiró profundo. Todas las veces que fueron necesarias para recobrar la calma. No podía reunirse con Lelouch ni con sus comensales en ese estado. Luego sonrió. Que Lelouch disfrutara sentarse en el trono, mientras él lo permitiera.

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Era otro día de confinamiento. Era otro día más que continuaba con vida. Desde su secuestro, Luciano había perdido la noción del tiempo. Ya no podía contar cuántos días estaba encerrado ni distinguir si la luz grisácea que se filtraba por la rendija del portón del almacén pertenecía al crepúsculo o al alba. Luciano averiguaba si era de día o de noche cuando Rolo encendía la luz. El almacén únicamente se iluminaba por las noches por razones obvias que no requieren ser especificadas y cada vez que Rolo venía era con el objeto de sonsacarle información sobre Britannia Corps. Luciano no le debía lealtad al presidente Schneizel. El ardiente respeto que alguna vez había sentido por él se había desintegrado en cenizas de odio. No quería decir que iba a aliarse con Lelouch, sin embargo. Luciano no creía que «el enemigo de mi enemigo es mi amigo». En su opinión, era una patraña. O, para ponerlo en sus términos, una puta mierda. Igual lo odiaba. Quizá un poco más que al presidente Schneizel. De ahí que la retorcida mente de Lelouch había concebido un método de tortura para aflojar la boca de Bradley. Convirtió la comida y el agua en privilegios que Luciano tenía que ganar respondiendo al interrogatorio de forma cabal. Por consiguiente, el hambre y la sed lo había obligado a darles lo que querían. Rolo y Lelouch cumplían su palabra. No del modo correcto. Simplemente rociaban agua en su boca reseca con un spray y lo alimentaban con un escuálido sándwich. Nunca otra comida y siempre la misma ración. Suficiente para mantenerlo vivo y saciar su apetito por un rato.

Cuando Luciano estaba hambriento, no podía conciliar el sueño. Cuando estaba por dormirse, el hambre aguijoneaba su estómago. Luciano tenía hambre y sueño a todas horas. Con todo, su orgullo se sobreponía a sus necesidades fisiológicas, por lo cual Luciano se resistía pedir un trato más humanitario y a humillarse ante sus enemigos para conseguir agua o alimento o ambas. Era especialmente vergonzoso para Luciano cuando lo asaltaban las imperantes ganas de vaciar la vejiga. Tenía que orinar delante de Rolo en una cubeta. Ya no hablemos cuando tenía que cagar. No es una imagen que el lector quisiera guardar en su mente. A veces Bradley se desmayaba en pleno interrogatorio y Rolo tenía que despertarlo golpeándolo o mojándolo. Dependía de su humor. Rolo era un carcelero inexorable y un interrogador riguroso. Se exigía a sí mismo tanto como a Luciano. Era inmune a la fatiga. Jamás bostezaba ni comía ni bebía ni fumaba. Una estatua de mármol. Luciano creía que Rolo estaba alardeando de su fortaleza. Algo que el aludido no admitía. Rolo lo vigilaba manteniendo cierta distancia y una expresión impasible la mayoría de las veces. Ocasionalmente Bradley advertía una chispa de diversión alumbrando los ojos apagados de Rolo. También podría ser cosa de su imaginación.

Lelouch hacía lo opuesto. Era menos paciente que él y más sádico. Lo presionaba ingiriendo cerveza o consumiendo aperitivos delante de él. Luciano caía en sus provocaciones, aunque sabía que lo eran. Ello renovaba su odio y lo imbuía de rabia. Y, como si no fuera suficiente, Lelouch le arrancaba las respuestas que quería quemándolo con el cigarrillo cuando Luciano se negaba a cooperar. Bradley se había burlado de su método y de su pasividad, al principio. Incluso en sus bravatas lo había llamado «cobarde» por no asesinarlo ni torturarlo de la forma clásica y consabida. Pero, en cuanto sucumbió al extremo agotamiento, él tuvo que reconocer su genio. Al vencer su resistencia física, lo había privado de su último resorte psicológico: su cordura.

A pesar de que vivir se había vuelto una agonía dolorosa, el Vampiro de Britannia se aferraba a la vida con obstinación. Todavía tenía una larga vida por delante. Esta no era la forma ni el lugar en donde quisiera morir. Morir, además, suponía la victoria de Lelouch sobre él. Era lo que ese bastardo quería. Se rehusaba encarnizadamente a proporcionarle esa alegría. Lelouch sufriría el doble que él, mientras Bradley viviera. Esa idea lo deleitaba tanto que amortiguaba su padecimiento.

La puerta chirrió de súbito. Alguien la había abierto. A través de la delgada membrana de los párpados, Bradley sentía la blanca y caliente luz del sol flamear. Apretó los ojos cerrados con irritación. Últimamente todo le molestaba. Incluso sin ver quién era, Luciano se arriesgaba a apostar que se trataba Rolo. Era su cuidador, por lo que debía visitarlo diario para interrogarlo y asegurar su supervivencia.

—¡Oh, ya despertaste! Menos mal. Estaba por hacerlo —lo saludó Rolo. Luciano entornó los ojos con cansancio. Pestañeó para deshacerse de él. Se fijó que la gran sombra de su carcelero estaba achicándose, conforme se acercaba—. ¿Y bien? ¿No vas a preguntar qué día es hoy? ¿No hay incitaciones ni burlas?

—¿Estás disfrutando torturándome, eh, hijo de puta? —lo interpeló con voz entrecortada.

—No realmente. Apenas has probado lo que es el verdadero sufrimiento.

—Cierto. Yo ya he pasado hambre y he estado deshidratado. Hubo un periodo en mi infancia que no comía más que pañuelos porque no había nada en casa. Sí, sí, sí. Mi infancia fue dura. Mi madre alcohólica me dejó con... Con... —vaciló Luciano. Frunció los labios en señal de disgusto— con el tipo que llamaba padre y abusaba de mí —contó. Hasta ese punto, Luciano sonaba emocionalmente plano. No había autoindulgencia ni dolor ni resentimiento. Pero ahí su entonación alcanzó un pico de ansiedad—. Solo se detuvo cuando lo maté. Creí que todos mis problemas se habían resuelto y en realidad había creado otro. Había asesinado a mi tutor y no tenía a nadie que me cuidara. Así que me mandaron al orfanato de los Britannia, ¿cómo se llamaba? ¡Bueno, da igual! ¿Lo conoces? ¿Creciste ahí?

—No —desmintió Rolo con desdén. ¿Luciano estaba delirando o esa historia era real?

—¿Ah, no? Hubiera pensado que sí. Por lo que pasó fui obligado a ver una loquera. Ella me diagnosticó con esta cosa antisocial y sadismo. ¿Tú has ido con un loquero? No me veas así. Es el lugar donde van sujetos como nosotros. ¿Te dijeron que eras un psicópata?

—No, aunque tal vez un terapeuta me hubiera diagnosticado dentro del espectro autista y con un fuerte apego evitativo y ciertos comportamientos antisociales. Hipotéticamente hablando —resaltó Rolo. El rápido subibaja de su pecho delató su nerviosismo. Luciano pensó en los animales atrapados en trampas—. Como sea, ¿por qué me cuentas estas cosas?

—Porque quiero que alguien las sepa. No lo sé —se encogió de hombros y soltó una risa sin aire—. Eres el único al que le he contado sobre mis padres y mi primer asesinato. Te mentiría si negara que me sentí bien —admitió—. Tú dijiste que ibas a experimentar por fin el placer de quitar una vida matándome. ¿Por qué y por qué conmigo? ¿Es por la lisiada? ¿Qué relación tenían? ¿Era tu novia? ¿Acaso te gustaba?

—¿Importa saber eso ahora? Ella ya no está.

—Y por eso la estás vengando —sentenció él alzando los ojos saltones, líquidos y relucientes hacia su secuestrador.

Luciano y Rolo intercambiaron una mirada silenciosa. Rolo meditó su respuesta. Luciano era un demonio que se nutría del miedo y dolor de sus víctimas. Odiaría alimentarlo con el suyo. Subestimar a Luciano porque estaba débil y atado a una silla podría ser un error que le costara caro. De cualquier forma, pensaba que debía ser consciente de los crímenes por los que estaba siendo castigado.

—Lastimaste a la gente incorrecta, Luciano Bradley. Incluyéndome a mí.

—¿Estamos hablando también de Lelouch? —indagó y se le dibujó una sonrisa de cocodrilo. A Luciano le encantaba hablar de sus asesinatos. Para él, eran hazañas dignas de alabanzas.

—Hace diecisiete años, tú irrumpiste en su casa, incapacitaste a una pequeña niña, torturaste a un niño inocente y mataste a su madre, ¿te acuerdas?

—Sí —afirmó Luciano escueto. Se percató en ese mismo punto de que la cabeza se le había caído sobre el pecho.

Rolo siguió preguntándole por ciertas cosas puntuales de la noche del asesinato de Marianne para corroborar detalles. Afuera, Lelouch los estaba escuchando recostado contra una pared del almacén mientras fumaba un cigarrillo. Luciano tenía memorias vívidas de aquella noche que se correlacionaban perfectamente con las suyas. El presidente debió haberlas manipulado como hizo con Lelouch y Luciano nunca las cuestionó porque no tenía razones para hacerlo. Los hechos eran compatibles con su naturaleza desalmada. Además de que las consecuencias del crimen aparecieron tiempo después. Su padre había escogido un buen impostor. Era eso o estaba mintiendo. Muy pronto lo averiguaría. Lelouch. Entró en el almacén con el cigarrillo en mano, lo que le advirtió a Luciano que su captor estaba particularmente impaciente.

https://youtu.be/FuWHRJTWAsg

—¿También recuerdas haber matado a Naoto Kozuki? —intervino Lelouch.

—Probablemente. Odio a los japoneses —rezongó Luciano, no con tanta certeza como antes; lo que enfadó a Lelouch. Quemó su cuello con el cigarrillo ardiente. Luciano pegó un alarido. Rolo comenzó a grabar con su celular—. ¡No lo sé! ¡No recuerdo a todos los que he matado!

—¿Pero sabes qué hizo el presidente Charles con su cuerpo?

—Si el presidente Charles me dio la orden de desaparecerlo, entonces está enterrado en Villa Aries —masculló Lelouch, lagrimeando. Lelouch retiró el cigarrillo de su piel chamuscada—. Allí están enterrados todos los que el presidente de Britannia Corps de turno quiere erradicar de la faz de la tierra.

—¿Allí están los sujetos de prueba fallidos del Proyecto Geass?

—¿Qué? —jadeó Luciano. Lelouch quemó su mejilla. El cautivo chilló y se contorsionó ante el dolor.—. ¡No sé de qué hablas! ¡Lo juro!

Lelouch no apartó el cigarrillo. Asimilar la contestación de Bradley lo distrajo del presente y lo aisló del mundo exterior. Si Luciano manejaba la misma versión de la historia que Lelouch acerca del siniestro de la noche de julio de aquel 2011, significaba que el presidente Charles no quiso involucrar a Luciano en el Proyecto Geass. Una decisión acertada, a su parecer. Él tampoco confiaría en un sujeto tan errático como Bradley. Quizás su madre lo llamó para que se deshiciera del cadáver de Naoto y después su padre optó por usarlo como chivo expiatorio y, por extensión, cubrir el auténtico crimen. Lelouch aterrizó de vuelta a la realidad con los aullidos desaforados de Luciano. Quitó el cigarrillo. El vampiro de Britannia exhaló aliviado.

—¡Entonces, dime algo que sepas! —instó—. A ver, ¿cómo maneja Schneizel las actividades sindicales?

Lelouch le hizo una señal a Rolo para que detuviera la grabación. Luego, le pediría remover la parte en que le preguntaba por el Proyecto Geass. Pasó a clavar su mirada expectante como punta de alfiler en el exguardaespaldas. A regañadientes, contestó. No sin torcer el gesto cada cuando. Sus inflamados nervios faciales le estaban propinando punzadas de dolor.

—Los asuntos del sindicato y las sucursales de Britannia Corps son manejados por el Equipo de Planificación que responde ante Schneizel. El líder, Upson Thompson, es su perro faldero. Nunca lo convencerás de que te ayude —indicó con una sonrisa forzada.

—Ahórrate tus comentarios y preocúpate de tus propios problemas que yo me ocuparé de los míos —gruñó Lelouch, girándose sobre sus talones. Botó el moribundo cigarrillo que estaba abrasándole la punta de los dedos y aplastó la colilla con la punta del zapato. Estaba dándole vueltas a la información que Luciano le había aportado cuando este le preguntó:

—¿Por cuánto tiempo más vas a aplazar mi muerte? —hizo una pausa. Tenía la garganta seca y se le había enronquecido la voz. Tragó saliva y, al tiempo que se esforzaba por levantar las cervicales, prosiguió—: ¿o qué planeas hacer conmigo cuando ya no tenga más qué decirte?

—Nuestro invitado está ansioso por morirse, Rolo. ¿Qué tal? Hay que remediar eso. Dale de comer y beber y ayúdalo a dormirse. Inyéctale uno de tus sedantes, si lo consideras necesario —ordenó mirando alternativamente a Luciano y Rolo por encima del hombro—. ¿Te gustaría largarte de aquí, Bradley?

—¡Tks! ¡Como si pudiera!

—Pero puedes. Existe una forma. Rolo debió haberte dicho. Nada más tienes que convertirte en mi perro cortándote la lengua.

Lelouch movió la barbilla señalando la tijera metálica que descansaba a los pies de Luciano. A ciencia cierta, Lelouch no quería su lengua para privarlo del habla al igual que los perros. La quería para castigar a Luciano por mentirle en la azotea. Lelouch se sentía como la bruja del mar del cuento de La Sirenita que hizo un trato con la protagonista. La bruja le dotaba un par de piernas y la sirenita, a cambio, le pagaba dándole su hermosa voz. O su lengua, mejor dicho. Pequeños tecnicismos. Casualmente este era el cuento de hadas favorito de Nunnally. Lelouch se lo leía por las noches luego de que Nunnally quedó ciega. Desde luego, elidía las partes sangrientas de la historia. La única diferencia es que Luciano no era ninguna heroína inocente. Era un malnacido que le había cortado la lengua a Nunnally porque no pudo obtener la suya. Ahora tenía que pagarle. Luciano intentó enfocar la mirada hacia su captor. No pudo. La cabeza, más pesada y obtusa que antes, volvió a caérsele sobre el pecho. Estaba sintiendo que el lado derecho de la cara se le había acalambrado. Luciano sonrió con los ojos cerrados.

—Maldito monstruo.

La comisura derecha de Lelouch tiró de sus labios hacia arriba formándosele una sonrisa. No se había ofendido. Luciano lo insultaba siempre que surgía la mínima oportunidad. Por una vez, estaba de acuerdo con él. Con su parche, su ojo demoníaco y la cicatriz desfigurando su rostro, que alguna vez había sido hermoso, Lelouch lucía como un monstruo. Calificaba para tal distinción. Lelouch no se horrorizó. Tampoco le dio importancia. Tan solo pensó a modo jocoso que su nueva apariencia era la correcto. Lelouch había cometido monstruosidades para convertirse en el monstruo que podía destruir a Britannia Corps y a esa abominación llamada Proyecto Geass. Ahora bien, viéndose a sí mismo y repasando la extensa lista de pecados que había hecho y estaba por hacer, tenía miedo. Ese monstruo que todos los días vislumbraba en el espejo no era él. O tal vez sí. ¿Lo era? ¿Qué era él? «Cuando termine todo, ¿sería posible que todo vuelva a la normalidad? ¿Será posible que vuelva a ser simplemente Lelouch?».

https://youtu.be/_P7OT4Lfd2I

Tan pronto como Cornelia supo que la detective que había trabajado en el caso de su hermana estaba presa, decidió visitarla. Se desocupó temprano el lunes y se fue a la correccional; pero ese día alguien más había ido a verla y lo volvió a hacer al día otro. Harta de que aquel sujeto se le adelantara, el miércoles reprogramó sus citas pendientes y se dirigió allá tras almorzar. Esta vez autorizaron su pase.

La cabina de visitas era una caja herméticamente cerrada de color blanco, con una puerta con mirilla detrás de ella y una ventana con un cristal laminado delante. No era claustrofóbica, y debía reconocer que enloquecería si estaba aislada en un espacio estrecho por tanto tiempo, aun si fuera temporal. Notó que había un teléfono negro en la pared derecha y un mostrador para apoyar los brazos. El diseño de la cabina le recordaba el aspecto de una jaula. Sospechó que esa era la intención. Así despojaba a los presos de su humanidad, convirtiéndolos en unos animales del zoológico.

La exdetective Villetta Nu hizo su entrada y con la gracia de un leopardo de las nieves bordeó el redil hasta tenderse en la silla reservada para ella. En aquel momento de silencio entre el visitante y el recluso surgía una verdad compartida no verbalizada, pero real: el preso era el depredador y el visitante era la presa y lo único que infundía seguridad y un absurdo sentido de prepotencia a la presa era ese cristal. Y, aun así, el depredador, consciente de su naturaleza, se permitía dar muestras de alarde. Villetta no se envaneció ni se sorprendió. Contrariamente, en sus ojos topacios relucía la curiosidad. «Perfecto. Esto me facilitará las cosas», pensó la directora. Ambas descolgaron el teléfono prácticamente al unísono.

—¿Sabe quién soy?

—Naturalmente. Usted es la directora general de Britannia Corps y la hermana de la víctima de uno de mis casos, Cornelia li Britannia. ¿A qué debo su visita?

—Necesito que me cuente todos los detalles de su investigación. Ya no es detective y el caso está cerrado, no le traerá más repercusiones de las que tiene —recalcó, previniendo cualquier gesto de renuencia.

—Si estuvo presente en el juicio, asistió a mi declaración. Yo comparecí en el tribunal como testigo de la fiscalía e hice una exposición cabal del procedimiento que seguí.

—En tal caso, permítame plantearle dos preguntas: ¿considera que llevó la investigación de la forma correcta? ¿Puede jurar que no hubo errores en el proceso?

—Fue una investigación atropellada. Nuestro, quiero decir, el departamento hizo todo lo que pudo —se corrigió. Aún continuaba refiriéndose al departamento como algo suyo. El adjetivo se negaba en rotundo a ser extirpado. Las viejas costumbres eran las más difíciles de superar.

—¿Pero...?

—Pero, creo que, si hubiéramos tenido más tiempo y menos presión, la investigación habría discurrido por otro cauce.

—¿Ya no le parece que Lelouch Lamperouge es el asesino? —interpeló apremiante.

—En ese entonces, todas las evidencias apuntaban a Lelouch Lamperouge como el culpable. Era un sospechoso con un motivo sólido que estuvo en el lugar y en el momento pertinentes. Sin embargo, como mencioné, fue una investigación deficiente en varios sentidos. Además, estaba ese detalle que nunca me dejó en paz: la copa falsa —murmuró, cabizbaja. Las puntas de sus dedos se tocaron—. Yo fui quien cambió las copas.

—¡¿Qué demonios?! ¡¿Por qué?! —bramó Cornelia, presa de una agitación violenta.

—Por tonta y por miedo —contestó Villetta, incapaz de hacer frente a su mirada iracunda—. Diecisiete años atrás, fui convocada al juicio por el caso de Marianne Lamperouge, la madre de Lelouch. Fui la detective a cargo. Mi testimonio influyó en el fallo y, desde ese día, él ha albergado un profundo rencor en mi contra. Me asustaba que él fuera un obstáculo para mis ambiciones y la cárcel se perfilaba como el único medio para contenerlo.

—¡Es usted una desvergonzada! —la increpó. No estaba ahí para juzgarla. Quería su ayuda. Mas ya no podía conservar la compostura. Había perdido el juicio por culpa de esa copa endemoniada. Estaba segura de que no la había maldecido tanto como anhelaba.

—Por el contrario, estoy muy avergonzada —refutó suavemente. Se enderezó y flexionó los codos dirigiendo las manos hacia el centro a modo de señalar su uniforme—. ¿Observa qué tengo puesto? Es el color de mi vergüenza y estoy condenada a llevarlo hasta mi liberación.

Con una mirada, Cornelia se convenció de su sinceridad. Su desgracia había curtido su rostro, lo que despertó en ella un atisbo de compasión que en el acto se encargó de extinguir. En su pecho no había espacio para la piedad.

—Tal vez debió haber pensado eso antes de haber perpetrado un crimen.

—Tal vez, aunque me está dando demasiado crédito. No planeé esto sola —admitió Villetta. Se extendió una sonrisa zumbona por sus labios. Inclinó la cabeza—. Alguien me dio la copa. ¿Quiere saber quién fue?

—La estoy escuchando —concedió Cornelia. Villetta aguantó la revelación en su boca. Los siguientes segundos iban a ser irrepetibles. Deseaba registrar en su mente su reacción para la posteridad. Abrigaba la corazonada de que este recuerdo la haría sonreír por ratos venideros de sinsabor.

—El presidente de Britannia Corps y su hermano mayor, Schneizel.

—¡Tonterías! ¿Por qué Schneizel habría hecho eso?

—¿Por qué no le pregunta? —alentó—. Lo más probable es que el presidente también tenga una cuenta pendiente. Si me pregunta, creo que estaba más ansioso que yo de poner a Lelouch Lamperouge en prisión —insinuó ella—. ¿Sabe qué? Me estoy dando cuenta de que no somos tan distintas. Por razones personales y muy concretas, ambas queríamos ajustar los resultados de la investigación a nuestros deseos. Usted ya conoce las mías. ¿Cuáles son las suyas?

—¡¿Cómo se atreve?! —espetó la interlocutora, poniéndose de pie—. ¡Púdrase en el infierno!

Cornelia se largó a paso abrupto. Villetta no le devolvió el insulto ni se burló de su ignorancia ni agregó nada. Imaginó que había vuelto a su celda. De esta manera, la visita acabó. Mientras Cornelia conducía en su coche en el trayecto de regreso, analizó mentalmente la conversación que había tenido con la exdetective palabra por palabra. Suponiendo que ella hubiera dicho la verdad, una evidencia falsa habría perjudicado el curso del juicio en favor de un veredicto de culpabilidad. Schneizel debió tenerlo en cuenta. Por consiguiente, no tenía sentido que hubiera sobornado a la exdetective, a menos que Schneizel estuviera tratando de inculpar un hombre inocente. Esa fue la indirecta que le lanzó la exdetective y exacerbó a la directora de Britannia Corps.

El problema con esa posibilidad es que era impropio del Schneizel sensato e íntegro que ella conocía de toda la vida. Una contradicción absoluta. De suerte que era una idea igual de absurda que la otra. Sobre todo, porque él mismo la había disuadido que tomara justicia con sus propias manos. Cornelia no tenía idea de por qué Schneizel quería encerrar a Lelouch. Él siempre le había mostrado simpatía y llegó a respaldar su relación con Euphemia. Por otro lado, ella nunca tuvo buena opinión de Lelouch y había hallado en la acusación una legitimidad de su inquina hacia él. Se guardó su reconcomio ya que no se atrevía a cuestionar a su adorada hermana como jueza de carácter y porque sabía en el fondo que esa aversión era irracional. Incluso Cornelia había considerado contratar un sicario que matara a Lelouch tras el fallido juicio y cuando estaba a punto de buscarlo, su mente rebobinaba hasta aquel día en que Schneizel le dijo que Euphie habría preferido que se hiciera justicia en la corte. Entonces, abandonaba su loca empresa. Cornelia se dijo que no se precipitaría sacando conclusiones en el presente. Seguiría investigando (con una aprensión que no existía antes).

https://youtu.be/mYTO8JaM8xs

Muchas veces el profesor Asplund se había preguntado como un antisocial diagnosticado de su talante que desdeñaba hondamente a las personas pudo ocupar un puesto tan alto como ser el desarrollador de una línea de robots humanoides, el cual implicaba ser líder de un equipo. Siendo justos, no era tan malo estar al mando ya que podía encauzar el proyecto a la dirección que deseaba y atender los inconvenientes en persona. Bien que no descartó que tal comodidad podría derivar de la predisposición inherente de los antisociales de tener posiciones de poder. En su defensa, al menos era uno de los pocos sociópatas que habían elegido contribuir en el bien de la sociedad (y que dejó pasar oportunidades de dañar o matar personas que le hubiera gustado en su momento). Tampoco el profesor era el estereotípico jefe déspota, mandamás y jodidamente ambicioso que explotaba a sus pobres empleados. No, él sabía cómo tratar a sus subordinados. Una destreza que desarrolló gracias a su condición. El único aspecto negativo de trabajar en Camelot era ser comandado por alguien que igualaba sus años de experiencia y habilidad y que, para colmo, había sido su rival académica.

El profesor estaba supervisando las actualizaciones del Lancelot cuando observó a través de una de las cámaras a otra persona con trastornos mentales. No de los suyos, precisamente. Nos referimos al presidente Lelouch vi Britannia, «el segundo bastardo reconocido de Charles» que era como lo había identificado el profesor Asplund para sus adentros. Era un apodo bastante largo y cansino. Sin mencionar que Marianne lo estrangularía si lo oía llamar así a su precioso tesorito. El presidente estaba en el puente colgante en la cámara de pruebas apoyado contra la barandilla. ¿Cuál era la razón de su paso por Camelot? Era algo que se propuso averiguar ipso facto, así que anunció que se tomaría un descanso. Fue por un pudín y, consecutivamente, fue a la cámara de pruebas y se acercó por detrás del presidente Lelouch. De repente, como si el profesor Asplund hubiera elaborado una pregunta o entablado una conversación, dijo:

—Pensé que este lugar me ayudaría a entender a mi padre. Es deliciosamente irónico que de cara al público pronuncie discursos de que la tecnología es el mañana y, a propósito de ello, financie en su desarrollo, pero de espaldas a él trabaje en un proyecto focalizado en la mejora artificial de la raza humana. Hasta cierto punto, comparto su fascinación por estas máquinas. Esa de allá me gusta.

El profesor Asplund siguió la indicación trazada por el dedo de Lelouch. El objeto que había captado su atención eran los Knightmares. Se acomodó las gafas sobre la nariz.

—¡Oh, sí! Recientemente equipamos el Lancelot con un sistema de alas de energía que es un sistema de flotación experimental, que, tal como su nombre lo indica, posibilita al Lancelot la capacidad de volar, aun con su enorme tamaño. Inventamos este nuevo sistema por medio de tecnología Blaze Luminous...

—No, no. Me refería al robot negro —lo cortó frenando su creciente entusiasmo.

Lloyd desvió la mirada del Lancelot a un Knightmare negro el doble de alto que estaba junto a él. El Gawain. Era el primer prototipo con un sistema de flotación integrado. Acto seguido, dirigió sus ojos grisáceos en el presidente Lelouch que le sonreía como un pequeño travieso. Marianne no se cansaba de repetir oronda cuán similares eran el presidente Charles y su hijo. Comenzaba a notar el parecido.

—Ya veo. ¿En qué puedo servir al presidente de nuestra honrada compañía?

La sonrisa del presidente Lelouch se dilató en respuesta al sutil sarcasmo. Fue tan notorio el adjetivo que empleó para describir a Britannia Corps que era imposible saltárselo.

—Requiero información urgente de mi nuevo poder regenerativo.

—¿Quieres saber si recuperarás tu ojo? —se aventuró el profesor. La expresión del presidente se desencajó de dolor. Se recompuso de inmediato. Cerró el puño para no tocarse el parche. El profesor Asplund disertó como si no hubiera visto nada—: en teoría, a estas alturas debiste haberlo recuperado. El factor regenerativo de por sí es un proceso natural e inconsciente que prescinde de una activación y se da en todas las entidades biológicas, por lo que puede recrear tejidos y órganos dañados o faltantes, dependiendo de la velocidad y alcance de tu capacidad. Si no se ha restaurado, quiere decir que tu nivel de regeneración es bajo.

—¿Ese hombre, digo, mi padre ha llegado a ese nivel?

—Sí, incluso lo excede. Es raro —comentó el profesor Asplund abriendo la tina plástica. Se puso a comer su pudín, entretanto seguía explicando con la boca llena—. Ya no solo es capaz de reconstruir sus tejidos celulares a toda velocidad, también su ADN, al grado de que puede deshacer cualquier degradación y extender sus telómeros; lo que le ha otorgado al presidente una inmunidad contra las enfermedades e infecciones y cierta forma de autosuficiencia, en el sentido de que se ha privado de la ingesta de alimentos y del consumo de oxígeno.

—¡¿Qué diablos?! —espetó Lelouch, sobresaltándose. El terror se clavó en su corazón igual que una estocada—. ¡¿Cómo carajo ocurrió?!

—Eso es lo que eventualmente ocurre cuando el rendimiento de la regeneración celular escala a un nivel sobrehumano.

—¿Me estás diciendo que Charles zi Britannia es inmortal? —farfulló el presidente Lelouch, estupefacto.

—Casi. Digamos que el presidente Charles logró detener el ciclo de la vida. Su senescencia celular se ha reducido tan drásticamente que su envejecimiento se ha desacelerado. No resulta evidente porque el presidente Charles adquirió su Geass durante el umbral de la tercera edad. Es decir, sucedió tarde. Al comienzo, su capacidad regenerativa no era muy avanzada. Como la tuya ahora. Evolucionó a ese estado porque se regeneraba con alta frecuencia. Tú también podrías potenciar al máximo tu regeneración.

Lelouch recordó que el presidente Charles había recibido un disparo. Supuso que había usado una bala de salva; pero, con ese poderoso factor regenerativo, la bala pudo ser real y se habría ahorrado sobornar al médico. Así su pequeño espectáculo hubiera sido más creíble. Por otro lado, el presidente le había revelado que inicialmente el Proyecto Geass estuvo estudiando a las medusas inmortales ya que estaba buscando cómo desarrollar u obtener la vida eterna (tal cual si fuera un objeto que se pudiera poseer). Lelouch investigó esos animales por su cuenta más adelante. Descubrió que esas medusas no podían morir por causas naturales. Solo de ese modo, porque si caían en las fauces de sus depredadores, hallarían la muerte.

—Por ende —razonó el presidente con aire calculador. Absorto en su mundo interior, golpeó la barandilla—. Charles está a un paso de ser inmortal, sino es que ya lo es.

—Es correcto.

—Por lo que todavía no es inmune...

—En gran parte, sí. Puede sufrir ante el dolor ya que su cuerpo es vulnerable ante las lesiones físicas. Pero la única manera de infligirle un prolongado sufrimiento sería atacarlo sin cesar y con extrema rapidez.

—O quizá no haga falta llegar a tal extremo. Hace unas semanas, fui alcanzado por una bala. No pude regenerarme hasta sacármela. Deduje que si un ente extraño se alojaba en mi cuerpo el proceso regenerativo se veía entorpecido, ¿tiene él el mismo problema?

—Es muy probable —contestó el profesor, masajeándose la barbilla—. Toda la información que te he compartido la hemos podido verificar a partir de ciertas experimentaciones. Lo que sí puedo asegurarte es que mientras la cabeza no sufra ningún daño severo se regenerará.

«Igual que una serpiente», contempló con malicia. Excepto que el presidente Charles no era una serpiente. Era una medusa andante. Lelouch se imaginaba cómo logró expandir su Geass y aumentar su regeneración. Exactamente poniéndolo a prueba y autolesionándose. Le habría temido, a priori. Luego se habría sentido fascinado. Era cuestión de tiempo para cogerle gusto a las cosas. Lelouch lo sabía porque era lo que él hubiera hecho. El mecanismo de los distintos niveles de poder tenía lógica, por cierto. Explicaría por qué Mao murió y él y su padre, no.

—Si he entendido bien y es cierto todo cuanto dice, hay algo que no me explico: ¿por qué mi padre no ha despertado?

Fue el turno del profesor Asplund de ofrecerle al presidente Lelouch una sonrisa misteriosa.

—Eso es lo raro.

—De acuerdo —murmuró Lelouch entrecerrando el ojo. Estaba lucubrando—. No tenía idea de que usted supiera tanto de máquinas como de personas.

—Ni tanto —repuso, alzando los hombros—. Esta es la investigación de Víctor zi Britannia. No partió de este mundo sin dejar conmigo todas sus notas. Los otros científicos son los que hacen el trabajo; yo me limito a vigilarlos.

—Como sea, jamás le agradecí por abrir la puerta para que mis camaradas y yo pudiéramos abandonar las instalaciones del Proyecto Geass. Gracias por eso y por la explicación.

—No me agradezcas —disintió el profesor manoteando el aire—. No lo habría hecho si Cera no me lo hubiera pedido.

—Veo que ella fue muy importante para ti —observó el presidente con talante suspicaz.

—Y veo que sabes que está muerta. Ojalá supieras también cuán arrepentida estaba —señaló el profesor Asplund sin mirarlo. Comió otro poco de su pudín.

—Conque la gente del Proyecto Geass tiene formas extrañas de expresar el afecto —masculló Lelouch con resquemor—. Lo siento, debo marcharme ya. Se me hace tarde para mi otra cita.

Instintivamente, la mano de Lelouch sacó un cigarrillo y lo llevó a la boca. Apretó el cigarrillo entre los labios mientras extraía el yesquero. Estaba por prenderlo cuando cayó en cuenta de que debía aguantar las ganas. Apagó el yesquero y se despidió del profesor con la mano. Se largó enfurruñado dando zancadas. El profesor Asplund sonrió divertido y probó otro bocado de chocolate. Aguardó comerse todo el pudín antes para volver a la rutina.

N/A: quería tener listo este capítulo para el lunes. Lastimosamente, no pude terminar de revisarlo hasta ayer mismo y cuando lo hice, caí en cuenta de que me salió demasiado extenso (con razón me demoré tanto). Estuve debatiéndome largamente si debía pasar la última escena (que era muy extensa) para el próximo capítulo y, al final, decidí hacerlo. Aunque ustedes ya han leído anteriores capítulos largos, reconozco que puede ser una lectura agotadora y quiero que pasen un buen rato ante todo. Además, era posible efectuar el traspase porque el capítulo siguiente era más corto que este incluso quitándole la escena en cuestión (en total, este capítulo tiene aproximadamente diez mil palabras y pico, lo cual se me hace una buena extensión). Con el cambio, el otro capítulo engordó trece mil palabras y dudo que durante la revisión del susodicho capítulo aumente mucho. Por tanto, sentí que estaba mejor balanceado dejándolo así. Asimismo, el traspaso encajaba por unidad temática ya que la original escena final está hasta cierto punto relacionada con el simbolismo que presenté de una vez aquí (y que es un vestigio de lo que este capítulo iba a ser): las campanas. De ahí que este capítulo no presente el título que les dije en mis anteriores notas de autor «Campanas (parte I)»; sino uno nuevo ya que lo reservé para el siguiente, de modo que ya no habrá Campanas (parte I) y (parte II). Simplemente «Campanas» y ese será nuestro capítulo 35.

Mentiría si no dijera que me siento frustrada ya que, aunque este capítulo contiene escenas que valen la pena comentar, mis expectativas giraban en torno a la escena final (que ya no lo es) debido a los diálogos, la incógnita que les planteaba y un regalito adicional. Era una de mis escenas favoritas que temo que sea opacada por el loco final que tiene el próximo capítulo y que también es una de mis favoritas (¡no quiero que compitan por su interés! Quiero que las aprecien y las destaquen por igual). Tratándole de ver el lado positivo a esta situación, al menos habré revisado y corregido la primera escena (que antes fue la última) del próximo capítulo, lo cual me conviene porque estos meses voy a estar ajetreada con la universidad, así que voy a dedicarme a eso y a seguir escribiendo la historia desde donde estoy (naturalmente).

Dejando a un lado mis frustraciones, les dejo la ronda de pregunta: ¿por qué Charles no se ha despertado? ¿Qué opinan de lo que averiguaron en la charla de Lelouch con Lloyd? ¿Qué opinan del castigo de Lelouch a Luciano? ¿Creen que se cortará la lengua por su libertad? ¿Piensan que es posible que todo vuelva a la normalidad para Lelouch en cuanto la venganza acabe? ¿Les gustó el pasado de Bradley? (No hombre, yo no tenía planeado escribirle ningún trasfondo y mis deditos concibieron uno, ojalá estén satisfechos ya que ustedes me lo pidieron). ¿Qué pueden decirme de la reunión entre Cornelia y Villetta? ¿Qué creen que haga falta para que Cornelia acepte la dura realidad? ¿Por qué Lelouch accedió a firmar sin problemas el pago de los socios? ¿Qué piensan que Schneizel hará con Clovis? ¿Cuál fue su escena favorita? ¿Qué expectativas tienen para el próximo capítulo?

Háganme saber todo lo que piensan en la cajita de comentarios. Así apoyarán este fic y yo me sentiré motivada a continuarlo.

Nos leemos en el capítulo 35: «Campanas». ¡No se lo pierdan! (Lo pido en serio, este tiene mi final favorito para un capítulo del fanfic; estoy segura de que les volará la peluca). ¡Gracias, mis malvaviscos! ¡Nos estamos leyendo!

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