Capítulo 32: El Trono de Sangre
Schneizel no creyó posible que Lelouch Lamperouge estuviera muerto. Tuvo que preguntarle a Minami que se reportó ante él para cerciorarse de que sus oídos no habían sido engañados. Schneizel se aseguró de reutilizar sus mismas palabras. Era muy importante aclarar cualquier confusión. Minami lo confirmó con tesón. No muy convencido, sin embargo, Schneizel tornó a preguntarle a su amante al día siguiente. Kanon estaba con él cuando sus matones acudieron a su despacho. Quería verificar que no lo había soñado. Kanon le repitió el reporte de Minami al pie de la letra y le enseñó como prueba de autenticidad el breve artículo que exponía sobre el trágico asesinato de una joven veterinaria. Un incidente colateral, según Minami. Entonces, una sensación que no había experimentado por meses se extendió por el cuerpo de Schneizel. No plenitud. Su hermano estaba muerto. Eso era una desgracia. Lo asaltó una sensación de perturbadora paz que exterminó un incipiente remordimiento. Ese mismo día Schneizel invitó a Kanon a comer. Dedicó el resto de la tarde a sí mismo y a su amante. Su vida poco a poco regresó a su estado normal. O casi. No solo su medio hermano estaba muerto; su padre estaba comatoso. El panorama actual era mejor que nunca. Así transcurrieron dos semanas.
De cualquier manera, aún era muy temprano para bajar la guardia. Aunque el rey había caído, la reina y el caballo estaban de pie y con ganas de luchar. Sin ninguna duda, llevarían adelante la demanda de Britannia Chemicals. Sabía bien que la negociación no era una vía con que la abogada Stadtfeld y su antiguo protegido quisieran resolver las cosas. Concertar un acuerdo era imposible, en tal sentido. Matarlos tampoco era una opción. Los inconvenientes pesaban más que los pros. Además de que la violencia nunca podría ser la firma del presidente. Con lo cual la única solución era responder a la demanda y después discurrir en un plan de acción para incapacitar a la abogada Stadtfeld y a Suzaku. Obviamente ellos continuarían la guerra contra el conglomerado. Aun así, la amenaza no le quitaba el sueño al presidente. Un ejército no podía ir demasiado lejos sin su general. Suzaku tenía la misma determinación de Lelouch. Pero le faltaba su inteligencia, su previsión y su sangre fría. No podía llenar sus zapatos. Él no era oponente para el presidente Schneizel. Tampoco la abogada Stadtfeld. Estaba al tanto de sus talentos y habilidades gracias a la investigación de Kanon y el testimonio de C.C. Por lo tanto, el presidente suponía que las cosas iban a ser más calmadas a partir de ahora.
De momento, el juicio era su prioridad en la jerarquía de problemas. El abogado Gottwald se estaba ocupando de eso y confiaba en su pericia. Había enviado a Kanon al juzgado a ser sus oídos y ojos. Tendría noticias del juicio en unas horas. Entretanto, pasaría tiempo de calidad con Shamna. Aquella cita era especial porque iba proponerle matrimonio. Kanon escogió el restaurante, así como preparó el ambiente romántico. Se aseguró de abarcar todos los detalles. Inclusive los nimios como la elección del mantel y las velas. Quería que todo saliera perfecto. El éxito o fracaso de la cita dependía el futuro del conglomerado, la continuidad de la dinastía Britannia y la consolidación de Schneizel como presidente. Él tenía la total certeza de que ella aceptaría. No hubiera empezado a salir con él sin antes haber analizado los beneficios a corto y a largo plazo. Y eran muchos. Al presidente lo sorprendió gratamente la cantidad de cosas que Kanon manejaba de su novia como su color favorito, a qué era alérgica, qué música le gustaba, qué tipo de comida prefería. Llegó a avergonzarse ya que demostró que la conocía mejor que él. Aunque, pensándolo bien, aquello no era nada raro. Después de todo, mandó a Kanon a investigarla. Lo aliviaba que su asistente no le guardara rencor por eso.
Shamna se presentó en el restaurante que Schneizel reservó toda la tarde exclusivamente para ellos. Ni un minuto de retraso ni de adelantado. Ella vestía un fino conjunto que había salido en la colección de otoño de Zara ese año: una blusa de seda dorada con mangas bombachas, una falda negra que le llegaba hasta las rodillas blancas y huesudas y zapatos de plataforma que realzaban sus piernas largas y estilizadas y su culo. Se había pintado los labios de un rojo sangre y enmarcados los ojos por unas pestañas negras, espesas y postizas. La recepcionista le indicó que el caballero ya se hallaba esperándola. Shamna se adentró. Enseguida, capturó su interés que todos los muebles estaban cuidadosamente cubiertos por manteles rojos. Sobre dichas superficies estaban velas y candelabros encendidos. Su luz iluminaba todo el camino. Conforme fue avanzando, se fue encontrando con floreros de cristal con rosas en su interior. Estaba tan distraída admirando la decoración que no vio venir la lluvia de confeti sobre ella. Dos camareros le habían disparado un cañón de confeti. Se hizo la luz en el lugar cuando un letrero de neón se prendió. Shamna lo leyó: «¿Te casarías conmigo?». Entonces, escuchó los pasos del presidente Schneizel avecinarse hacia ella por detrás. Shamna se dio la vuelta. Notó que tenía sus manos detrás de su espalda. El violinista contratado para la ocasión comenzó a tocar.
—Hola, Shamna —la saludó, sonriente—. Te ves...
—¿Hermosa?
—Iba a decir «poderosa».
El comentario le dibujó una sonrisa en sus labios. Shamna ya sabía que era guapa. Se veía a sí misma todos los días en el espejo. Y probablemente los hombres se lo repetían como loros. Debía estar harta de ese empalagamiento. La belleza acarreaba un gran poder. El poder, a su vez, ofrecía mucho. Las mujeres no querían sentirse bellas. Querían sentirse poderosas. Por lo menos, Schneizel sabía cómo tratar a su futura esposa.
—Gracias, cariño. Dices cosas muy dulces.
—Es sencillo decirlas cuando te tengo a mi lado —afirmó él—. Y, hablando de tu hermosura, vi esto el otro día y pensé en ti. Sé cuánto te gustan las cosas bonitas...
El presidente acortó la distancia que los separaba y se hincó en una rodilla. Le enseñó la cajita que celosamente estaba ocultado detrás de sí. La abrió. Adentro había un refulgente anillo.
—¿Crees en las almas gemelas, Shamna? ¿Crees que existe alguien en el mundo con el que puedas tener una conexión especial? —inquirió—. Yo sí. Y creo que tú eres mi alma gemela. Me gustaría dedicarte el resto de mi vida. Querida mía, ¿me harías el honor de convertirte en mi esposa?
Shamna examinó el anillo. La montura estaba labrada en plata. En el centro tenía incrustado un lindo zafiro. Alrededor de la piedra tenía tallados pequeños y simples adornos arabescos.
—¿Por qué dilata tanto la espera, señorita? —intervino una de las empleadas—. ¡No deje que desgaste sus rodillas!
Shamna, que se había vuelto brevemente hacia su interlocutora, se dirigió de nuevo hacia su novio. La mujer cuadró los hombros adoptando una postura solemne. Su nariz respingada le confería un aire soberbio.
—Me honra aceptar tu proposición. ¿Me la pondrías tú?
El presidente Schneizel sonrió modesto, cogió la mano que Shamna le estaba tendiendo y deslizó el anillo de compromiso sobre su dedo anular. La mujer admiró maravillada la sortija. Tenía la pinta de ser costosa. Quizás lo había comprado en Tiffany & Co. Esa joyería de lujo adonde acuden los novios con poder adquisitivo. Schneizel plantó su mano en su hombro y la invitó a tomar asiento moviendo la barbilla. Habían venido originalmente por un almuerzo y eso iban a obtener. Sin embargo, la felicidad de los novios se vio amenazada por la irrupción de la policía. El presidente no se alarmó. Lidiaría la situación con diplomacia y cortesía:
—Buenas tardes, caballeros. Díganme cómo puedo ayudarlos.
—Schneizel el Britannia, queremos que nos conteste unas cuantas preguntas —puntualizó el detective Asahina—. Por favor, acompáñenos a la estación donde hablaremos con más calma.
—¿Estoy en aprietos?
—Aún no.
—De acuerdo —repuso el presidente Schneizel con sobriedad. Se giró hacia Shamna—. Vas a tener que almorzar sin mí, querida. Estoy seguro de que es un malentendido. Iré con ellos. Te escribiré en cuanto todo haya terminado.
El presidente Schneizel se subió a la patrulla. Fue un viaje insufriblemente largo. Los asientos eran incómodos y el aire acondicionado no funcionaba. Para no volverse loco, se concentró en mantener la calma y en pensar por qué la policía quería interrogarlo. Su primera hipótesis fue que la policía había dado con un rastro que los llevó a Minami, que ahora trabajaba para él. Lo descartó. Sus fuentes averiguaron que ese caso lo cerraron por falta de evidencias. La veterinaria fue asesinada como resultado de un robo a mano armada en que puso resistencia. Minami se aseguró de limpiar toda la escena. Incluyendo deshacerse de los demás cadáveres. Y la existencia de su hermano había sido erradicada de la historia. El mal sabor de boca era la única prueba de que era real. ¿Qué iban a investigar sino era eso? Los oficiales tampoco le proporcionaron muchas pistas. Tuvo que aguantar paciente durante el trayecto.
https://youtu.be/WkIpCKfOO8A
En la estación, el presidente Schneizel se negó a hablar sin la presencia de sus abogados, lo que forzó a los policías a postergar el interrogatorio por hora y media. El presidente escuchó la puerta abrirse. El detective Asahina colocó sobre la mesa un café exprés y lo empujó en su dirección. El presidente echó un vistazo al vaso plástico con suspicacia. Tenía entendido que el café de la máquina de la estación de policía no era muy bueno. Por eso, preguntó en el tono más amable que pudo, dadas las circunstancias:
—¿Está delicioso?
—No está envenenado ni nadie escupió en él. Yo mismo lo serví. Bébalo si gusta calentar la garganta. Sino, pues, le aconsejo dejarlo ahí.
El presidente Schneizel le sonrió al detective en agradecimiento por su brutal franqueza. Los años le hicieron saber que era una cualidad que apreciaba en las personas. Estaban en la sala de interrogatorios. El presidente Schneizel nunca había estado allí. Ni siquiera consideró que algún día iba a estar en una. Era más pequeña de lo que hubiera imaginado. Las paredes eran lisas, lo que aumentaba el eco de los sonidos. Estaba algo deslustrada y casi no tenía muebles. El presidente se fijó que el cuarto se cerraba del lado exterior y únicamente había una salida. La puerta que atravesó él y el detective Asahina y por la que entró el abogado Waldstein. El hombre se sentó junto a él.
—Lamento la tardanza, el tráfico es terrible a esta hora —se disculpó el abogado Waldstein—. Muy bien. Ahora que ya estamos todos reunidos, ¿podría comunicarnos a mi cliente y a mí el motivo de que estemos aquí?
—Por supuesto —asintió el detective con desenfado—. ¿Saben lo que es el lavado de dinero?
El presidente Schneizel sintió que el pulso en las sienes se aceleró un poco. Lo sabían. ¿Cómo se enteraron? Siempre habían sido precavidos movilizando el dinero. Si en una década no los habían atrapado, ¿qué los había delatado ahora? El detective Asahina rompió en una risotada. La atención del presidente Schneizel retornó a él. El detective gozaba de un buen humor.
—¡Qué pregunta! Creo que lo saben. Sus expresiones me dicen que sí.
—Si ya terminó de bromear, quisiéramos saber qué pruebas tienen —terció el abogado.
—Está bien. Les contaré lo que sabemos. Recientemente hemos detectado una anormalidad desde que su padre está en estado de coma: descubrimos que la cantidad de las donaciones a la iglesia que pertenece a su familia se redujo a quinientos mil dólares de un millón, a pesar de que el número de feligreses es el mismo. Treinta mil personas que asisten religiosamente cada domingo —describió el detective, enseriándose—. Visto que las iglesias están exentas de investigaciones de impuestos, la fiscalía no tiene jurisdicción para investigarlas, lo que las convierte en un lugar perfecto para lavar dinero.
—Esas no son pruebas. Es una vil especulación. Una historia infundada —cacareó el abogado Waldstein, irguiéndose con brusquedad—. Llámenos cuando tenga pruebas sólidas.
—¡Oh, pero no he terminado! —lo atajó el detective—. Siéntese, hombre. Al menos, quédese hasta el final de la historia —insistió. El presidente Schneizel le hizo un gesto al abogado. El exfiscal Waldstein volvió a tomar asiento obedientemente—. Resulta que tenemos imágenes en movimiento de su secretario moviendo el dinero el pasado domingo. Las imágenes fueron tomadas por las cámaras de vigilancia de la iglesia, por cierto. Un informante nos avisó. Nos encantaría hablar con el Sr. Darlton; pero está desaparecido...
¡Conque fue un informante! ¿Algún soplón? No, solamente él, su padre, el exvicepresidente Kirihara, Kanon y el secretario conocían la existencia del fondo de sobornos. Ninguno pudo haber compartido esa información por distintas razones. Alguien se habría dado cuenta. ¡Se habían descuidado! El detective no les reveló el nombre de su informante. Lógicamente. El presidente dejó que el abogado Waldstein controlara el interrogatorio. El abogado se obstinó en afirmar que ese dinero transferido era una generosa donaciones y no otra cosa. No lo que el detective osaba a pensar. El detective Asahina no se mostró demasiado convencido. Debido a la falta de evidencia concreta y directa, no pasó de un «amigable» interrogatorio y la policía tuvo que dejarlos ir. Antes, el detective les pidió que le notificara si el secretario Darlton los contactaba. Prometió, además, que seguiría investigando. «Es posible que después tengamos más preguntas», había agregado el detective Asahina con una entonación aplomada. «No se desaparezca del radar, ¿está bien?». No. Al presidente no le parecía nada bien, pero no tenía más remedio que aceptar.
https://youtu.be/FEL99N4lNs8
Kallen solamente sabía tres cosas de Jeremiah Gottwald: era un racista (y, por extensión, un xenófobo), nunca había perdido ningún juicio e iba a ser su oponente en el único juicio del caso de Britannia Chemicals, pues, en su carácter de abogado corporativo, debía defender los intereses de la empresa. Kallen le había preguntado por curiosidad a Lelouch no hace mucho si era cierto que su tasa de éxito era del 100% o si había inflado la tasa para dar la imagen de abogado exitoso.
Entonces, Lelouch y Kallen estaban cómodamente explayados sobre el sofá esquinero de la sala del apartamento. Kallen se encontraba recostada en el torso de su amante. Lelouch tenía el brazo descansando sobre el respaldo del sofá. Kallen había entrelazado sus dedos con los de él. Quería ver cómo se veían juntas sus manos. Notó que la piel de Lelouch era sorprendentemente lechosa y tersa. Mucho más que la suya. Mientras ellos estaban en esa posición, sus pies desnudos retozaban provocándose cosquillas el uno al otro. Los mocasines de Lelouch y los tacones de Kallen yacían tumbados de lado junto al sofá. En algún punto se habían sacado los zapatos. «Es totalmente verdad», había contestado Lelouch esbozando una sonrisa con aires de suficiencia. «Pero, ¿cómo pudiste ganar todos tus casos? ¡Es imposible! Debiste perder, aunque sea una vez», se había quejado Kallen empezando a sentir una pizca de envidia. «Verás. Las mejores tasas de éxito no se obtienen a base de un trabajo impecable en los tribunales. Se consiguen a base de elecciones». «¿Elecciones?». «Sí, analizas los casos, eliges los más concluyentes para llevarlos al juzgado y te mantienes atenta al transcurso del juicio. Si tú observas que el panorama se pone feo, pactas con la fiscalía una condena menor, al margen de que sea justa o injusta».
La explicación de Lelouch la decepcionó. Admiraba a Lelouch como abogado por su perspicacia legal, su creatividad, su falta de escrúpulos y su audacia. Irónicamente, las mismas razones que le inspiró animosidad contra él antes. Siempre que pensaba en el concepto del mejor abogado, pensaba en Lelouch. Pero ella no se reconoció en la imagen que Lelouch estaba pintándole. No le gustaba. Ella prefería luchar y perder que traicionar a la víctima. Así era ella. Y esa mentalidad le había trajinado tantas victorias como derrotas. Su decepción se debió haber notado con precisión en su rostro porque él añadió algo que le hizo recordar sus palabras en el centro penitenciario una vez que Kallen fue a visitarlo: «no me enorgullece mi desempeño como abogado. No seas como yo. Sé una mejor abogada. Sé que ya lo eres».
Jeremiah Gottwald ostentaba el título de ser uno de los mejores abogados de Pendragón. Si bien era cierto que los títulos no eran transferibles, Kallen sentía, por alguna razón absurda, que si lo derrotaba estaría más cerca de cumplir la promesa a su hermano. La pelirroja no pensó ni por un instante que podía perder. Es más, experimentaba una sensación semejante a la euforia propia de una batalla campal a medida que el juicio estaba más cerca. A decir verdad, Kallen se sentía optimista, segura, batalladora y llena de energía. Incluso si el juez Calares iba a presidir el juicio, a pesar de que se encontraba en desventaja otra vez.
La parte demandada invocó al estrado al director del Centro Médico de Britannia en calidad de testigo: Clovis la Britannia. El juicio ya había comenzado. El director era un hombre rubio, caucásico y guapo (y estaba consciente de ese detalle). Tenía la mandíbula de una estrella de cine y mentía como todo un actor profesional. A eso se sumaba una voz agradable y clara y unas facciones finas que inspiraban confianza y la mentira se trocaba en verdad. En el estrado, achacó desvergonzadamente las enfermedades de los trabajadores de Britannia Chemicals a su mala salud y sus hábitos nocivos. Cuando el juez le preguntó a la abogada Stadtfeld si iba a interrogar al testigo, ella declinó la ocasión alegando que interrogaría a un testigo adicional. Aquello desorientó tanto al juez como al abogado de la parte demandada.
—Pero todos sus testigos fueron rechazados por esta corte...
—Es un testigo sorpresa, su señoría —insistió la abogada Stadtfeld con una sonrisa.
—¿Y tiene información sobre el caso? —inquirió el juez Calares algo renuente.
—Así es, su señoría.
—Bueno... —tartamudeó. El juez clavó una mirada desesperada al abogado Gottwald como pidiéndole indicaciones. El abogado le hizo un gesto. Hoy sus labios no curvaban esa sonrisa confiada y altiva de siempre. Lucía aburrido y agotado. Kallen apostaba que daría cualquier cosa por estar en otro lado antes que en los juzgados—, está bien —refunfuñó el juez Calares a regañadientes—. Hágalo pasar.
—¡De acuerdo!
El testigo sorpresa respondió diligentemente al llamado atrayendo las miradas del público en el proceso. El juez Calares frunció el ceño. El abogado Gottwald levantó la mirada con hastío ante semejante ruido. El exfiscal Kururugi se sentó en el estrado de los testigos.
—¡Su señoría, este testigo fue arrestado por agredir a empleados de Britannia Chemicals! —protestó el abogado Gottwald—. Me niego en rotundo a que testifique.
—Su señoría, el caso de agresión, por el cual el abogado Kururugi fue detenido, es pertinente para este juicio —señaló la abogada Stadtfeld.
El juez abrió la boca. Sus labios no llegaron a articular ninguna réplica porque, sabiendo que el juez y el abogado iban a impedir por cualquier medio que testificara, Suzaku se adelantó:
—Britannia Chemicals no equipó sus laboratorios con el adecuado sistema de tratamiento de aguas residuales para reducir costos —contó él—. Debido a ello, los trabajadores de la planta quedaron expuestos a sustancias químicas nocivas...
—¡Objeción, su Señoría!
—...Y la compañía, en lugar de hacerse cargo, tergiversó la verdad y culpó a las víctimas de tener previos problemas de salud.
—¡Señor Kururugi, esta corte no lo autorizó para que testificara! —lo reprochó el juez con severidad—. Ni siquiera está bajo pala...
—Su señoría —lo interrumpió—, en mis manos tengo una prueba crucial para este juicio.
Suzaku sacó un celular empaquetado en una bolsa de plástico y lo enseñó a todo el auditorio. El juez Calares se inclinó en su podio entornando los ojos:
—¿Qué es eso?
—Es el celular del jefe del equipo de investigación. Se le debió haber caído cuando lo agredí. Los oficiales me lo dieron creyendo que era mío —le explicó—. Los mensajes guardados en este celular evidencian que la compañía encubrió el incidente y amenazó a las víctimas.
—Su señoría, es probable que el testigo haya planeado esto con un cómplice para acceder a los mensajes de forma ilegal —insinuó el abogado Gottwald.
—Sin pruebas que apoyen su acusación, está especulando, abogado Gottwald —contraatacó la abogada Stadtfeld con acidez. Rápidamente se volvió al juez—. Su señoría, la parte actora quiere hacer entrega de los mensajes de este celular como evidencia y además desea convocar al estrado a una médica experta como testigo.
La abogada presentó una transcripción impresa de los mensajes de texto al secretario del juez que, a su vez, se la pasó a él. Aun si el juez Calares excluía la credibilidad del testimonio de Kururugi, la prueba que había aportado lo forzaba a aceptarla. Bien que dicha prueba lo había convertido en un testigo imposible de rechazar. Kururugi debía estar consciente de eso.
—¡¿Otro testigo?! —exclamó el juez con un inevitable tono quejumbroso—. Bien. Adelante.
https://youtu.be/UMEXg83t3RU
Casi ninguno de los concurrentes del auditorio mostró sorpresa cuando la esposa del director Clovis ocupó el estrado de los testigos en sustitución de Kururugi. Eso incluía al juez Calares. Sin embargo, el semblante del director Clovis adquirió un virulento y repentino color rojizo. Ni el abogado Gottwald pudo prolongar más su indiferencia. Ellos la reconocían. El abogado intentó persuadir al juez a rechazar a la testigo, a lo que la abogada Stadtfeld salió alegando que era una testigo con pruebas terminantes que desmentían el testimonio del director Clovis. El juez se vio en el deber de otorgar su permiso a las malas.
La testigo prestó juramento y, sin más dilación, la abogada Stadtfeld procedió a interrogarla. Kallen no tenía el honor de conocer a la esposa del director Clovis ya que ella siempre estuvo contacto con Lelouch. Tan solo el día anterior le envió un mensaje para confirmarle que «ahí estaría». Era una mujer guapa de nariz carnosa, mirada expresiva y espontánea, ojos dorados y voz nasal. Sus modales parcos y resueltos denotaban el más bellos de los movimientos. Era profesora y la directora del Centro Oncológico Pediátrico del Centro Médico Britannia. Una mujer inteligente, en suma. Ella estaba al tanto de que su marido había tenido aventuras con distintas mujeres. No así de que le había escondido tanto dinero. Fue de su agrado la idea de quedarse con todos los bienes de su marido, pero ella quería más. Nada más aceptó testificar a favor de la defensa si Lelouch la invitaba a comer un día. Lógicamente, no podía desestimar una cita con una bonita, inteligente y, además, ambiciosa mujer. No era difícil adivinar el por qué el director la desposó —aunque las malas lenguas cuchicheaban que el presidente Charles lo había obligado a casarse para poner freno a su vida licenciosa—. A Kallen, por otro lado, no le hizo demasiada gracia que su amante fuera a una cita con ella. Sin embargo, sabía cuán importante era contar con su testimonio en el juicio, así que tuvo que realizar algo engorroso que estaba poco acostumbrada: tragarse su orgullo. Ese día, en esa corte, Kallen contempló satisfecha que su esfuerzo estaba siendo recompensado.
—...En esta memoria USB tengo la correspondencia del director Clovis con el Dr. Farnese del Centro Médico de Britannia acerca de cómo tratar con el BLSD, el nuevo producto que Britannia Chemical —declaró ella—. Aquí reconoce que el tratamiento inadecuado de aguas residuales originó la filtración e identifica al BLSD como la causa directa de la leucemia.
—Su señoría, leer los correos de otra persona sin su consentimiento es una violación a la ley de telecomunicaciones.
—¡No leí los correos de mi esposo! —refutó la testigo—. El Dr. Farnese me envió los suyos. Él es un viejo querido amigo mío.
—¡De acuerdo! —anunció el juez, masajeándose la frente—. Para constatar la veracidad del testimonio y comparar sus opiniones médicas, citaremos al director Clovis la...
—Su señoría, ¡una cosa más! —soltó la testigo y sacó de su elegante bolso Prada una bolsita que contenía un polvillo blanco—. Encontré esto en el cajón del escritorio de mi esposo. Creí que era azúcar para dulcificar su café, pero es metanfetamina. Mi esposo también es médico. Todo médico sabe de los efectos de la metanfetamina en el cuerpo. Él no es la excepción...
—¡Es mentira! —bramó el director Clovis, levantándose—. ¡Me está calumniando!
Si el director Clovis hubiera visto la mirada fulminante que el abogado Gottwald le lanzó en ese preciso instante, se habría mordido la lengua y hubiera vuelto a sentarse en silencio.
—Si no es tuya, ¡¿de quién es?! ¿Es mía? ¡Dímelo! Estaba en nuestra casa. Nadie, aparte de nosotros, vive ahí —lo encaró su esposa aventando la droga. El director Clovis la miraba con fijeza rechinando los dientes. Fue por una fracción de segundo. Luego, miró hacia otro lado—. ¡Ya sé! ¿Por qué no enseñas tu brazo, cariño? Si no tienes nada que ocultar, no te importará mostrárnoslo, ¿verdad?
El director Clovis se sujetó el anverso del codo con temor por acto reflejo. Quitó la mano al caer en cuenta que había sido traicionado por su inconsciente.
—Su señoría, se ha expuesto en este tribunal la posibilidad de que el testigo del acusado sea un consumidor de estupefacientes —dijo la abogada Stadtfeld, de pie—. No podemos aceptar su dictamen pericial.
Lelouch anticipó que el juez intentaría desacreditar el testimonio del testigo del demandante llamando al estrado al director Clovis. De modo que ingenió una contramedida: descalificarlo antes acusándolo de drogadicto. No se vio en la necesidad de persuadir a la mujer de plantarla. Con el Geass bastó para ordenarle que remplazara las bolsitas de azúcar para el café que solía beber durante las mañanas por metanfetamina que el mismo Lelouch le suministró (y le había pedido previamente a Rolo conseguir). Esperó que ella saliera del trance y, acto seguido, le pidió registrar los enseres personales del director. La hizo prometer avisarle si de casualidad encontraba algo que pudiera serles de utilidad. La mujer accedió de buen grado. Señal de que la cita había sido un éxito. Kallen recordó que Lelouch se portó especialmente atento con ella al regresar. Inclusive la invitó a una cita. Tras asegurarle que no había pasado nada entre ellos y robarle unos cuantos besos, Kallen se olvidó por qué estaba enfurruñada. Fue una merecida reconciliación. Lelouch había sido honesto con ella. Él apeló al Geass cuando ella empezó a coquetearle y se aprovechó de su lapsus mental para desviar su atención a otros intereses.
Así pues, el juez tuvo que ordenar al policía procesal sacar al director por desacato. Estaba armando un escándalo intolerable. A consecuencia de esto, el testigo clave de Britannia Corps y su testimonio quedaron descartados. El júbilo no cabía en Kallen. El abogado Gottwald se cubrió la mitad del rostro avergonzado con una mano. A simple vista, un ademán de derrota. Esa fue la señal que la pelirroja descifró. La verdad es que esas eran apariencias. En realidad, Jeremiah quería protegerse la boca porque no podía reprimir más la sonrisa que recorría sus labios. Aun cuando él era un aliado secreto de Lelouch, no pretendía regalarle la victoria a la abogada. Consideraba que, para vencer a Britannia Corps, debía vencerlo primero a él. Ahora que había verificado de qué madera estaban hechos los demás socios de Lelouch, podía estar tranquilo. En su fuero interno, Jeremiah se lamentó no poder felicitar en persona a la abogada Stadtfeld. Aun después de que se había terminado el juicio, no podía romper su fachada. Así que se prometió que le contaría concienzudamente a Lelouch la próxima vez que se reunieran. Estaba seguro de que se enorgullecería de su reina.
Kanon salió de la sala del juicio no mucho después de que el director Clovis fuera expulsado. No había que ser adivino para saber que la socia abogada de Lelouch había ganado este juicio. Kanon se escabulló hacia un pasillo solitario. Se comunicó con el presidente y le dio la odiosa noticia. De esa manera, empezaría a asimilarla.
—Muy bien, Kanon —respondió el presidente—. Organiza una rueda de prensa para mañana y ponte en contacto con el jefe de investigación. Dile que cancele el desarrollo del BLSD.
—¿Acaso va a...?
—¿Castigar a los responsables e indemnizar a las víctimas? Sí —confirmó—. Admitiré todo. A estas alturas, esto es lo único que puedo hacer para proteger el conglomerado —manifestó el presidente y, por la casi imperceptible inflexión en su voz, el asistente dedujo que aguantó un suspiro. Añadió enseguida de una corta pausa—: y, Kanon, te agradecería que me hicieras otro favor en cuanto acabes eso: filtra a los medios que me comprometeré con Shamna.
«Conque aceptó la proposición. Esa parafernalia la impresionó. La predicción de Schneizel fue correcta de nuevo», observó Kanon con resignación en su interior.
—Claro.
Kanon colgó primero. Rara vez el presidente Schneizel se enfadaba. Nunca permitía que sus pasiones lo poseyeran. Schneizel tenía un gran control de sus emociones. Una habilidad poco valorada. Kanon conocía a más de uno que le convendría ponerla en práctica. Fue esa la razón por la cual no esperó un estallido de violencia del otro lado de la línea telefónica. Aun así, él había logrado detectar un matiz inusual. ¿Cómo explicarlo? Su voz sonaba desinflada, como si estuviera en pleno deshielo. Sí, eso era. Estaba seguro. Kanon se había aprendido todos los matices del presidente Schneizel y este era distinto. Algo había sucedido. Algo malo. Kanon deploró no decírselo en persona. Ahora que habían perdido a su principal apoyo en la fiscalía, Britannia Corps estaba parcialmente desamparada. Les urgía localizar un reemplazo.
https://youtu.be/pzFUImBP-Gc
El abogado Gottwald se cruzó con su colega, el abogado Waldstein, en el vestíbulo del bufete de Britannia Corps. Estaba sirviéndose un vaso con agua del dispensador eléctrico. Entonces, acababa de volver del nefasto juicio por la demanda de los trabajadores de la planta química. Inicialmente, no le dio importancia. Se limitó a pasar por su lado para entrar en su despacho y entrevió de soslayo su rostro, casi por accidente. El abogado Waldstein tenía una expresión digna, grave, ¿furibunda? Bueno, no podía asegurarlo. No eran para nada cercanos —siquiera eran contemporáneos—. Apenas eran colegas. No habían coincidido en muchos juicios. De hecho, el último fue el polémico juicio de hace diecisiete años. El exfiscal se cambió de sede. De tal modo que ignoraba qué ambiciones tenía. No había tenido buenas nuevas de él, aunque lo había visto en algunas tertulias que organizaba el presidente Schneizel.
Por mera casualidad, él se enteró de su dimisión a su cargo de fiscal jefe de la división central de Pendragón. Transmitieron en vivo una parte de la ceremonia. Jeremiah estaba saliendo de la ducha y encendió la televisión mientras se secaba el pelo. Los malos hábitos eran los más complicados de superar y este era uno antiguo. En su memoria quedaron calcadas su gesto impávido, la solemne seriedad en su entonación y el discurso. «Hoy asumo la responsabilidad por un asunto vergonzoso. La institución sagrada de la fiscalía no debe ser mancillada debido a mis errores. Hoy los dejo, mas mi viaje no cierra aquí. Me dedicaré a ayudar a los indefensos que fueron desprotegidos por la ley. Muchísimas gracias». Dio una breve reverencia y todos lo colmaron de aplausos. Era la despedida a un héroe y, al mismo tiempo, era la despedida al fiscal jefe de cualquier división que duró menos en el puesto. Jeremiah supuso que el exfiscal estaba apuntando a la posición de Fiscal General. El cargo más alto y prestigiosa de la orden de la fiscalía. Seguida de la posición de fiscal distrito y los fiscales jefes. Jeremiah se imaginó la impotencia que envasaba al exfiscal Waldstein. También su sangre herviría si el sueño por el que tanto luchó se desmoronara como un castillo de naipes. El exfiscal, sin embargo, lucía estoico como siempre. Los ojos son la ventana del alma y el monóculo velaba las emociones verdaderas del exfiscal. Sea por ese rapto de compasión o por algo más, Jeremiah le preguntó:
—¡Oye! ¿Te ofrezco un trago?
—¿A esta hora? —replicó esquivando sus centelleantes ojos anaranjados—. No, gracias.
—¡Que no le dé pena, hombre! —insistió, sonriente—. En mi despacho tengo una botella de coñac sin descorchar. Sirvámonos de la ocasión para celebrar su incorporación al bufete.
—Nuevamente te agradezco por tu gesto amable, empero en serio debo rechazar la invitación —se disculpó—. No he acabado mi turno y tengo una pila de trabajo pendiente. Lo lamento.
—¡Oh, vaya! Me asombra tu diligencia. Te adaptaste más rápido de lo que creí a este trabajo. Si no me equivoco, nunca ejerciste como abogado.
El abogado Waldstein le dirigió una mirada al apercibir la entonación maliciosa y lo primero que vio fue su sonrisa altiva. La misma sonrisa que adornaba el rostro del fiscal Guildford el día en que se apareció en su oficina con un equipo de auditoría interna para registrar e incautar sus archivos. «¿No le preocupan las consecuencias que su acción insensata puede acarrearle, fiscal Guildford?», lo había interpelado con dureza. «En su lugar, yo solo me preocuparía por mis propias acciones. El resultado de la investigación determinará su futuro en la fiscalía y tal vez el de su carrera. Ahora, si me disculpa, tengo que seguir con la confiscación», le había replicado el fiscal Guildford tranquilamente. Supuso un desafío para el abogado adoptar una máscara impasible en ese momento. Ambos sabían bien qué iban a encontrar en los archivos y por eso el entonces fiscal jefe se apremió en ponerse en contacto con el presidente Schneizel para notificarle que dimitiría tan pronto la investigación terminara. El presidente Schneizel aprobó su ruta de escape, aun cuando no fue sino hasta que oficializó su marcha que le ofreció unirse a su bufete. Era seguro que el presidente todavía considerara valiosos sus servicios y, por lo tanto, hizo lo que hizo. El exfiscal Waldstein estaba agradecido con el presidente por ofrecerle esa oportunidad. Pero eso quería decir que estaba comprometido para demostrarle que podía serle útil de otro modo.
El fiscal Waldstein volvió a poner aquel gesto desenfadado. La segunda vez no costó tanto ni fue tan dolorosa. Jeremiah se inquietó. Había algo en el ojo izquierdo del exfiscal que le resultaba siniestro a Jeremiah. Si uno observaba de cerca, podía notar que la pupila de su ojo izquierdo era un poco más grande y miraba con gran intensidad. Jeremiah no podía apartar la vista, por más que quisiera. Era como si aquel ojo pudiera atraer con su desparpajo. El exfiscal contraargumentar:
—El margen de diferencia no es tan amplio. Continúo teniendo subordinados bajo mi mando. El presidente Schneizel me contrató en una posición superior...
Jeremiah apretó los labios en señal de disgusto. Al siguiente segundo, sonreía como si nada.
—¡En ese caso, hay más razones para celebrar! —señaló vigorosamente.
—...De lo que no me acostumbro aún ni creo que nunca lo haga es al espacio.
—¿El espacio?
—Sí, las oficinas del bufete son pequeñas —comentó el exfiscal y se abandonó a un silencio melancólico, como si hubiera perdido el hilo de la conversación por seguir sus pensamientos. Tan embebido estaba Jeremiah en su expectación que se sobresaltó cuando su interlocutor le inquirió súbitamente—: ¿a ti no te lo parece?
—La verdad es que no —reconoció con parquedad. El labio inferior le sobresalía—. Bueno, a mí sí se me antoja un trago. El juicio de hoy fue pesado. Si tú cambias de opinión, no dudes en entrar en mi oficina. De todas maneras, tú me ofreciste uno hace diecisiete años y no pude devolvértelo.
—¿Recuerdas un detalle como ese? —preguntó con una sonrisa zumbona—. Tu memoria es bastante buena. Pasó hace añales.
—Si te soy sincero, siento que no he salido de tu despacho desde hace diecisiete años —dijo pensativo, girándose sobre sus talones lentamente.
Esta vez fue el exfiscal que fijó sus ojos llenos de curiosidad en la espalda del abogado. Este se metió las manos en los bolsillos y desapareció detrás de la puerta de su oficina.
https://youtu.be/Ad3gVVCkHRw
Al finalizar el juicio, Kallen sintió una terrible falta de aire, por lo cual salió y se sentó en un escalón de concreto de la entrada del juzgado bajo la suave luz de un crepúsculo mortecino. La luna se elevaba soberbia sobre las nubes vaporosas de color lila iluminando la ciudad. El cielo se habían teñido de un rosado pastel cursi y bonito. Frente al juzgado, estaba un parque infantil. Había tres niños jugando en el tiovivo. Kallen recordó que había más al inicio de la tarde. Supuso que se habían ido. Kallen sonrió nostálgica. Hasta esas horas, ella también solía quedarse jugando afuera a su edad. Su madre se preocupaba cuando Kallen regresaba a casa toda desarreglada y sucia. De inmediato la mandaba a bañarse para que estuviera limpia antes de cenar. A veces la sermoneó por llegar tarde. Si acaso la pequeña Kallen tenía contusiones, su madre esperaba que saliera del baño para atender sus moretones. Su hermano, en cambio, la animaba. Decía que era una buena de ejercitarse y drenar su energía entretanto le regalaba una sonrisa cómplice o le guiñaba el ojo cuando su madre no estaba mirándolos. Kallen era una niña activa y disfrutaba mucho más de los juegos físicos como cualquier niño enérgico. Kallen en el presente se abrazó a sus piernas. Últimamente pensaba en su madre y en Naoto, aun si no quería. Rememorar a su familia le producía una alegría contaminada por el dolor y la tristeza. ¿Algún día podría pensar en ellos sin sentir que el corazón se le partía? Suzaku se arrimó a Kallen discretamente.
—¡Aquí estás!
—¿Por qué me buscabas, Suzaku? —inquirió Kallen con aspecto aburrido.
—Por nada malo, si eso temes. Nada más quiero felicitarte por tu impecable desempeño.
—El juicio no acaba...
—Aun así, no hace falta un veredicto que nos diga que ganaste. Es una victoria merecidísima.
Sí, lo era. Victorias como esas se saboreaban dulces. Solo que esa tenía un punto amargo que le impedía deleitarse plenamente. Habían planeado esto juntos Lelouch, Cera, Rolo, ella y sí, incluso el imbécil de Suzaku, y no todos estaban aquí para compartir este momento de éxtasis. Kallen entendió que Lelouch prefería realizar las cosas por su cuenta. Su naturaleza suspicaz lo conducía a trabajar solo, cuando no podía controlar la situación ni los otros miembros del equipo. Lelouch era ese tipo de persona, aunque dio muestras de haber cambiado tanto en su pequeña conversación en la clínica veterinaria como después en su apartamento cuando él le contó sus secretos y Kallen creyó en él sinceramente. No la molestaba tanto su ausencia como que no le avisara que se iba ni por cuánto tiempo ni por qué.
—Preveo que al director Clovis lo encarcelarán —prosiguió Suzaku—. No solo por perjurio y porque es sospechoso de consumir estupefacientes. La mala praxis es un delito muy grave. Ya debes estar al tanto. Podría apostar que le revocarán la licencia médica.
—Entonces, está bien —observó la pelirroja, resintiéndose—. Quiere decir que esta historia va a tener un final agridulce. Varios de los culpables serán castigados por la ley y las víctimas recibirán una compensación monetaria que invertirán en su salud.
—Así es y, cuando eso pase, el director Clovis tratará de establecer un acuerdo con la fiscalía para que reduzcan su condena destapando la corrupción en Britannia Corps. Presumo que el presidente Schneizel procurará sobornar a la fiscalía. Habida cuenta de que la única persona que podía ayudar a la compañía dimitió, buscarán a otra. Voy a averiguar quién será el fiscal que tome el caso y lo evitaré.
—¿Y cómo lo harás exactamente? —cuestionó Kallen, recelosa—. No eres fiscal.
—Algo se me ocurrirá. Eso no importa. Lo que importa es que el director Clovis no evada la justicia. Haré lo correcto sin importarme las consecuencias ni los métodos —declaró Suzaku. Kallen lo contempló. La determinación había congestionado sus facciones y sus ojos estaban turbados. Era raro. Se preguntó quién era ese tipo y qué había hecho con Suzaku. Kallen bajó la mirada y atisbó que tenía los puños apretados. En un abrir y cerrar de ojos, el exfiscal había abierto las manos y le estaba sonriendo, volvía a ser el mismo idiota de toda la vida que ella despreciaba—. Tú no te preocupes y enfócate en la demanda del divorcio.
—No estoy preocupada.
Kallen había atendido algunos casos de divorcio en el anterior bufete donde trabajaba. Estaba más que familiarizada con el procedimiento. Era un fastidio. Los casos civiles no le gustaban por esa razón. Nada que no pudiera manejar.
—Ciertamente, no lo estás —concedió él con una sonrisa indulgente—. Pero tampoco luces muy feliz por haber ganado, ¿qué pasa?
—¿Lelouch no se ha comunicado contigo?
Kallen sentía la garganta tan seca que únicamente logró hablar en susurros. Suzaku se enserió de golpe. Pasó de mirarla a ella al firmamento.
—No, no lo ha hecho —contestó—. Creo que si no nos ha contactado es porque está en una posición peligrosa. La última vez que desapareció fue así.
—Solo quiero que esté bien —murmuró. Sus palabras expresaban un deseo, aunque su tono era de ruego—. Ni siquiera se presentó en el funeral de Shirley. Es súper extraño. Él no haría algo así —razonó. Se ensimismaron en el silencio incómodo que incentivó a Kallen a cambiar de tema—. No imaginaba que eras su amigo. Me sorprendió verte ahí.
—Fue la veterinaria de Arthur, mi gatita —añadió al reparar que Kallen arqueaba una ceja—. También fue mi consejera amorosa. Me alentó a dar el primer paso y me ofreció una lección. Me dijo que la base de toda relación es la sinceridad. Las mentiras surtirán y todo funcionará bien al principio, pero tarde o temprano terminarán lastimando a las personas que amamos.
—Pues es una valiosa lección.
—Lo es —concordó Suzaku. Y le tendió la mano gentilmente—. Ven. Te invitaré algo para festejar esta pequeña victoria.
Aunque Kallen dudó, agarró su mano. Suzaku la levantó halándola de un tirón.
—¿Qué me invitarás?
—¿Te apetece? —inquirió señalando con el pulgar un carrito de helados en la acera vecina.
—¡No lo dirás en serio!
—Perdón, estoy evadiendo el alcohol — le explicó juntando las cejas sin dejarle de sonreír—. ¿Prefieres comida japonesa?
—Prefiero sake o cerveza y con pollo frito tal vez —puntualizó, encogiéndose hombros. Fue justo en ese momento que Kallen advirtió que Suzaku aún no había soltado su mano. La jaló hacia ella antes de que él pudiera regresársela. Suzaku se avergonzó y balbuceó una disculpa incoherente. Kallen le cortó la nota—. Iré a comprar. Nos vemos luego.
Kallen se dio la media vuelta y se desperezó con parsimonia, entrelazando los dedos, alzando los brazos hacia arriba y llevándolos detrás de la cabeza, como si experimentara cierto placer en hacerlo. Suzaku la contemplaba embelesado. La luz del crepúsculo proyectaba sobre todas las cosas sombras a contraluz. Incluso estando tan cerca, solo podía distinguir la silueta negra de la pelirroja. Entonces, ella se alejó poco a poco.
—Muy bien. ¡Te veré en el bufete!
Suzaku la despidió con un ademán, a lo que Kallen correspondió distraídamente. En honor a la verdad, no tenía tantas ganas de beber. Pero era la manera facilona e infalible de deshacerse de Suzaku, el exalcohólico. Pensándolo detenidamente. Tal vez esa cerveza le sentaría bien. Esas semanas habían sido particularmente estresantes. Su cuerpo necesitaba entrar en calor y su mente, desconectarse. Más tarde quizá podría pasarse a visitar a Shirley en el cementerio. Visto que el juicio había finalizado y había enviado toda la evidencia que recopiló como Zero al fiscal Guildford, ella tenía la noche libre. Noches como estas eran perfectas para pasarlas con el novio en una cita romántica o con amigos en el bar o en la discoteca o haciendo alguna tontería similar. Desafortunadamente, Lelouch andaba desaparecido y Shirley y Cera estaban muertas. Kallen no olvidaría jamás el semblante ajado de sufrimiento de la señora Fenette en del entierro de Shirley. Las ojeras plomizas debajo de sus ojos enrojecidos e hinchados, las mejillas húmedas, los gemidos entrecortados, las rodillas temblorosas. Milly le había contado que ella había perdido a su esposo varios años atrás. Sin hija, sin marido. La infeliz mujer se había quedado totalmente sola. A Kallen la asustaba descubrir algún día que había terminado igual.
https://youtu.be/LSz5mw4vfk4
Para la mañana del lunes, fue convocada una reunión extraordinaria en Britannia Corps con todos los socios, la directora general Cornelia que también era accionista, la junta directiva, el abogado Gottwald y, por supuesto, el presidente Schneizel. Tratarían dos asuntos de suma importancia: en primer término, harían lectura del testamento del presidente honorario y, en segundo término, discutirían las medidas que emprenderían para estabilizar el conglomerado. Aunque el compromiso con la presidenta Shamna fue un buen distractor para los medios y la opinión pública y supuso un ligero incremento en las acciones de ambas empresas, la pérdida de la demanda y sus repercusiones, el escándalo reciente que involucró al director Clovis del Centro Médico de Britannia y el interrogatorio al presidente Schneizel habían sido bastantes golpes duros en poco tiempo.
La atmósfera de la reunión ese lunes estaba recargada con energía nerviosa, la cual emanaba principalmente del presidente Schneizel. No era la impresión que daba a priori. El presidente conseguía mantener la calma cerrando los párpados y entrecruzando los dedos. Su expresión traslucía serena y cordial como cualquier mañana. Por dentro, sentía que un gusanillo corroía su estómago. Achacó a la acidez aquella sensación intensa y se tragó unas píldoras antiácidas en seco. El presidente prefería dejar esos aspavientos propios del nerviosismo a otros. Como a su hermana, Cornelia. Desde su elegante silla de cuero, alcanzaba a escuchar una y otra vez al bolígrafo retráctil de su hermana chasquear. La vio de reojo. Mientras tanto presionaba el bolígrafo, Cornelia se estaba mordiendo el pulgar con abandono. Era un gesto que solía hacer de forma inconsciente cuando algo la mortificaba. Una vez el presidente comprobó que todos estaban presentes y miró el reloj, anunció:
—Se ha dado inicio a la reunión extraordinaria. Jeremiah Gottwald, mi asesor legal y el líder de nuestro bufete privado, divulgará a los socios la última voluntad del presidente honorario.
El abogado, que estaba sentado en el extremo opuesto a la cabecera de la mesa, se levantó.
—Bien. Antes de pasar a la lectura del testamento del presidente honorario, fue una solicitud expresa del presidente Charles que reprodujera para ustedes este vídeo para cuando falleciera o de que sufriera algún terrible accidente. El presidente Charles se grabó a sí mismo para que escucharan de su propia boca la repartición de la herencia y no surgieran malinterpretaciones. Dado que el presidente ha estado en coma por un periodo extenso y no ha experimentado una mejoría, juzgo pertinente obedecer sus instrucciones. De todos modos, leeré el testamento al final del vídeo ya que dejó los bienes raíces por fuera y se enfocó en exponer la distribución de todas sus acciones y la reestructuración de la aglomeración empresarial —explicó lacónico el abogado. Cornelia frunció el ceño. Nadie había hablado de una reestructuración. Schneizel apoyó la barbilla en sus manos unidas. Ella tuvo un mal presentimiento. Él ya había intuido que esto sucedería. Estaba preparado para lo peor.
El abogado Gottwald se ubicó detrás del pódium de acrílico apostado en el fondo junto a una pantalla e introdujo una memoria USB en una laptop que descansaba sobre el pódium. Tecleó una serie de comandos y, al instante, el proyector sobre la mesa trípode envió hacia la pantalla una imagen del presidente honorario sentado en un escritorio. Schneizel identificó el espacio. Se había grabado desde su despacho. Quizás lo había hecho entretanto aún era el presidente en funciones. El abogado reprodujo el vídeo al mismo tiempo que sacaba el testamento de su portafolio. El vozarrón del presidente honorario llenó la sala.
—Saludos a todos. Si están viendo este vídeo, significa que ya no los acompaño en este plano terrenal y que mis bienes y mis acciones no me pertenecen más. Por lo que, a partir de ahora, las cosas funcionarán de la siguiente forma —el presidente Charles pasó la lengua entre sus labios discretamente. Si bien era cierto que sus labios se le resecaba con frecuencia, esa vez lo hizo por efecto dramático—. Para mi hija mayor, Cornelia. Fuiste responsable y exhibiste con orgullo el apellido familiar. Incluso si no cumpliste con todas las expectativas, tienes un fuerte sentido del deber. Te nombro por eso presidenta de Britannia Chemicals y te concedo todas las acciones del Museo de Arte Moderno que iban a ser destinadas originalmente para tu hermana pequeña, Euphemia. Para mi leal asesora, Alicia Lohmeyer. Tú fuiste una mujer incondicional que me regaló muchas alegrías. Deseo que te quedes al lado de mi familia aún luego de mi muerte y sigas brindando tus sabios consejos a mis hijos. Te legaré todas mis acciones de la Comercios Britannia. Para mi sobrino, Clovis, quien es el hijo de mi hermano, conozco el duro esfuerzo que hiciste para graduarte de la escuela de medicina y comenzar a trabajar en el hospital. Por ese motivo, te daré mis acciones del Centro Médico de Britannia y te dejaré tu actual cargo de director con la condición de que mantengas tu dignidad. Para mi segundo hijo mayor, Schneizel. Te dejo 30.000 acciones de Seguros Britannia y te designo presidente de Inmobiliarios Britannia. Esta empresa posee un gran valor sentimental para ti porque tu madre ostentó el cargo. Desafortunadamente, desde que abandonaste el puesto la empresa no ha cosechado los resultados esperados. Confío con plenitud en tu habilidad y en tu experiencia para optimizar el rendimiento y encumbrar el nombre de la compañía en el rublo de los bienes raíces. Y, para finalizar, a mi hijo menor, Lelouch, te entrego 150.000 de mis 308.000 acciones, te transfiero todas las acciones que iban a ser para tu hermana y mi hija, Nunnally, y te nombro el heredero y presidente de Britannia Corps. Todas mis demás acciones serán donadas a la caridad y a los fondos fiduciarios educativos.
La imagen en movimiento se congeló. Indicativo de que el vídeo había llegado a su fin. Los asistentes se hundieron en un hondo estupor. Todos excepto el presidente. Estaba seguro de que su padre favorecería a su hijo favorito. Es más, estaba esperando que lo convirtiera en el mayor accionista del conglomerado y así había sido. Su padre tenía acciones en las empresas más lucrativas de todo el conglomerado: Britannia Corps (la división constructora), Britannia Resorts (la división hotelera), Britannia Paradise (la división de entretenimiento), Britannia Chemicals (la división farmacéutica) y Britannia Intelcom (la división de telecomunicaciones y electrónica). Y se las había traspasado a Lelouch. Nombrarlo heredero fue un movimiento excesivo considerando que apenas habían pasado unos meses desde que él asumió ese cargo, pero estaba dentro de su radio de alcance. La verdadera sorpresa era que el presidente Charles expresara interés por asuntos mundanos. «Nada grita «te amo» como un padre alzando la voz por su hijo». El presidente Schneizel clavó las uñas en su mano derecha y se rasguñó. La piel ardió al rojo vivo, aunque él no le prestó la mínima importancia. Seguidamente, el presidente estudió la recepción a su alrededor y palpó que el sentimiento general se había vuelto sombrío y algo nervioso. Cada persona tenía sus propios pensamientos al respecto y no se inclinaba a compartirlos. O casi todos. El shock solo no le pudo robar las palabras a una socia:
—¡Es mentira! Esto tiene que ser un montaje. El presidente Charles ha dado varios discursos en televisión. ¡Esos vídeos rondan por internet! Alguien pudo haberlos descargados y de ahí recortar y soldar las partes que le interesaban —insinuó la directora Cornelia—. Es imposible que el presidente nos haga pasar por semejante humillación. ¡No puede ser cierto!
—Temo que no, señorita directora —refutó el abogado Gottwald—. Este vídeo fue regrabado un mes después de la sensible muerte de la señorita Euphemia li Britannia ya que esta tragedia lo obligó a modificar partes del testamento. Guardé el archivo tanto en la computadora de mi despacho como en esta memoria USB, la que no ha abandonado mi portafolio desde ese día.
—En ese caso, tendremos que atenernos a la voluntad del presidente —intervino el presidente Schneizel. Quería sonreírle para tranquilizarla. No, estaba muriéndose por reírse de toda esta situación. No tenía nada de qué preocuparse. Él había ganado. Lelouch estaba muerto. Él se quedaría con el puesto de presidente. Solo lo detuvo el hecho de que eso causaría extrañeza y, en teoría, debía mostrar mínimamente asombro e impotencia. Tenía que seguir la corriente.
—¡Pero, Schneizel, nuestro padre, digo, el presidente te destituyó y en tu lugar nombró a...!
—Sí, lo escuché ¿y qué puedo hacer? ¿Acaso debo rebelarme ante la voluntad del presidente honorario? ¿Quieres que haga eso? —cuestionó el presidente Schneizel. La feroz resolución de Cornelia se debilitó y no solo ella vaciló. Todos los presentes. Todos pensaban igual que la directora. Nadie aprobaba esta decisión. Pero nadie se atrevía a oponerse a la palabra del presidente Charles—. Eso imaginé.
—Es bueno ver que todos respetan la voluntad del presidente Charles —manifestó una voz.
Todos conocían las voces de los asistentes. Ninguno era el dueño. Aquella voz era profunda, grave y reposada, con un tenue acento francés, y provenía del umbral. El presidente Schneizel sintió el instante exacto en que su corazón se paralizó. Esa voz sí le sonaba a él horriblemente familiar. «Esa voz... ¡Es imposible!». En medio de los murmullos de confusión, el presidente vislumbró el umbral. Su mirada aterrada arrastró hacia aquel punto las miradas del resto. La sombra misteriosa salió de la zona oscura y penetró en el transparente cuarto con una actitud tóxicamente triunfante. La expectación y la curiosidad relumbraron en los ojos de la mayoría. No obstante, los ojos de la directora Cornelia y del presidente Schneizel despedían una chispa de reconocimiento que pasó a ser una llama de ira. El abogado reprimió sin éxito una sonrisa divertida. Unió las manos detrás de sí para mantenerlas quietas.
https://youtu.be/e8CZO3xA8jU
Lelouch vi Britannia avanzó regalando sonrisas. Realizó una parada para permitirse paladear el momento dejando que sus pupilas vagaran por derredor. Vestía un traje negro acorde a la ocasión y llevaba un refinado parche negro romboide que cubría su ojo izquierdo. Sumada a la feroz cicatriz que le surcaba desde la mejilla derecha hasta el pómulo izquierdo atravesando la nariz, el parche le confería a Lelouch un aspecto fascinantemente monstruoso. Lelouch jaló la silla del extremo opuesto a la cabecera y se sentó, quedando cara a cara con el presidente, que había sido cubierto por una palidez mortal. Tal cual si él estuviera viendo a un fantasma. Si la atención no estuviera concentrada en Lelouch, se habrían preocupado porque a su presidente se le hubiera bajado la tensión.
—Hubo muchísimo tráfico de camino acá y no quería que se retrasaran por mi culpa, así que le pedí al abogado que continuaran sin mí.
—¡¿Usted, aquí?! —estalló Cornelia con un respingo interior.
—Sí, yo —confirmó Lelouch—. Emergí desde las honduras del infierno para incorporarme a esta reunión urgente y saludar a mis queridos hermanos. ¿Cómo están?
—¡Largo! Esta es una reunión privada. No es bienvenido.
Naturalmente, Cornelia ignoraba que Lelouch había sido asesinado por un disparo y arrojado al río. Schneizel consiguió averiguar que ni la abogada Stadtfeld ni su protegido lo reportaron desaparecido, pese a que había transcurrido el tiempo suficiente para considerarse como tal. Pero estaba ahí él. Vivo. Sentado haciendo bromas de su asesinato que ambos sabían que no era una casualidad. Debajo de la mente, los dedos del presidente Schneizel se retorcían sobre sus rodillas ansiando enroscarse alrededor de un cuello. Los obligó a inmovilizarse.
—Disculpe la intromisión, directora. Yo fui quien llamó al señor vi Britannia a esta reunión —terció el abogado Gottwald con tono conciliador inclinándose sobre la oreja—. Me pareció pertinente hacerlo ya que su nombre figuraba en el testamento. Lamento no haberle avisado.
—¡No lo llames así! Su verdadero nombre es Lelouch Lamperouge, es abogado —masculló la directora Cornelia que parecía a punto de tener un ataque de convulsiones—. ¡Él no...!
—Pero ese es mi verdadero nombre —se encargó de contradecirla Lelouch—. Así aparezco en mi partida de nacimiento. Mi padre, el presidente Charles, me fue a registrar en el registro civil a unas semanas de haber nacido. El notario sigue trabajando. Él puede testificar. Si lo que está en tela de juicio son mis lazos de sangre, esto debería clarificar todo. ¡Por favor, no todos a la vez! ¡Ja, ja, ja!
Lelouch sacó de su chaqueta una prueba de ADN en que los dos sujetos para el análisis fueron él mismo y Charles zi Britannia y la tiró sobre la mesa de cristal. Casi todos los socios y los miembros de la junta directiva juntaron las cabezas en el centro para leer el documento. El secretario tuvo la inteligencia suficiente para agarrarlo, leerlo y pasárselo al socio sentado a su derecha, de manera que la prueba fue rotándose en sentido horario. Al presidente Schneizel se le dispararon las cejas hasta el cielo cuando llegó la hoja a sus manos. Era la misma prueba que había mandado a realizar. ¡¿Cómo diantres la obtuvo?! ¡Cera, esa bruja de cabello verde! ¿Acaso la había robado de su escritorio en su estadía como mucama para Lelouch? ¿O había sido el abogado Gottwald que los traicionó?
—¿Quieres decir que viniste a nosotros bajo una identidad falsa? —increpó la directora.
—Quiere decir que yo soy un Britannia, el mayor accionista de esta compañía y su presidente —rectificó él cruzando las piernas, arrellanándose en su asiento—. Sin malas intenciones por mi parte. Apenas me enteré de la verdad sobre mis lazos de sangre.
—El presidente de esta empresa es Schneizel. Fue designado legítimamente por el presidente honorario Charles por sus aptitudes, su duro trabajo y sus leales años de servicio a Britannia Corps, no por sus vínculos consanguíneos —rumió la directora Cornelia—. ¿Cómo cree que usted puede ocupar este cargo?
—Para ser honesto, sí tengo cierta experiencia —aseguró, imperturbable—. Trabajé como un abogado corporativo en una pequeña empresa de textiles antes de establecerme en Pendragón. De cualquier modo, tendré a mi disposición un grupo de asesores que pueden orientarme.
—Con su permiso, directora —tornó a intervenir Jeremiah—. Debido al estado inestable de la compañía, estaba por sugerirle organizar una votación para elegir un copresidente. Alguien capaz de ejercer completa autoridad sobre asuntos financieros, de personal y extranjeros. Un capitán que pueda enderezar el timón y tomar responsabilidad de los daños. Sería provisional —agregó al ser fulminado por los ojos furibundos de la directora Cornelia.
—¿Por qué íbamos a elegir un copresidente? —replicó dando un resoplido—. El presidente Schneizel no está enfermo ni depuso su cargo...
—Pero fue por la ignominia del presidente Schneizel que nos hemos reunido hoy en esta sala —la cortó Lelouch—. No creo que tenga que recordarles que fue citado ayer en la comisaría por sospecha de fondos ilícitos. Después de todo, es información de dominio público.
Fue al término de esa contundente declaración que las piezas del rompecabezas se acoplaron en la mente del Schneizel. ¡Fue Lelouch! Él era el informante de la policía. De alguna forma, había averiguado la fuente de la cuenta secreta y quien manejaba el dinero y dio el dato a la policía a fin de que lo interrogaran, abriéndose así un camino hacia la presidencia. De seguro, conocía el testamento. De seguro, su padre le proveyó la información. Si no la compartió con la policía era porque la estaba guardando para entregarla con todo lo demás que pudiera reunir mientras trabajaba en Britannia Corps, ¡para descargar un solo golpe fatal! Schneizel alzó su vista hacia su medio hermano, que ya había clavado sus ojos felinos sobre él. Lelouch estaba sonriéndole como sonreían los gatos. Siempre era más divertido jugar con un ratón vivo antes de zampárselo.
—¡Es cierto! —opinó el tesorero—. ¿Cómo la compañía lidiará con tres golpes consecutivos? Primero, la compañía es sospechosa de sobornar a los medios para encubrir el siniestro de la planta química. Posteriormente, ¡enfrentamos una demanda por incumplir las condiciones de seguridad de los empleados que nos obligó a retirar el producto que estábamos por sacar! ¡Y ahora nuestro presidente es investigado!
—La policía no descubrió nada en el interrogatorio. No tienen nada —bramó la directora—. Es una difamación.
—Directora Cornelia —brotó la voz aterciopelada de la garganta del presidente finalmente. Sonaba en calma, controlada. Se aseguró de no hablar hasta que tenía la certeza de que no se le quebraría—. Está bien. Reconozco que les he fallado a todos. Estoy dispuesto a someterme a cualquier solución que estabilice la empresa y fortalezca la confianza fracturada. Eso es la prioridad. Voy a aceptar la idea del abogado Gottwald. Elijamos a tres candidatos, incluyendo a nuestro hermano pródigo, Lelouch vi Britannia, para que la junta de socios vote por quién será el copresidente.
Los miembros de la junta directiva y los accionistas del conglomerado aprobaron la propuesta del abogado Gottwald cabeceando. La directora acabó sumándose al creciente consenso sin mucho entusiasmo. El presidente pudo entrever por qué cesó la hostilidad. De seguro pensaría que nadie con sentido común votaría por un desconocido. El presidente Schneizel no estaba tan convencido en lo que a él respectaba. La mayoría se sujetaba a la voluntad del presidente Charles. Su respeto hacia él solo se veía superado por su temor. Por otra parte, no tenía idea de cómo Lelouch estaba vivo. Tal vez Minami no lo mató y solo creyó que sí. Alguien ayudó a Lelouch o él halló la fuerza para vencer a la muerte. Tal vez sí había sido asesinado y había resucitado gracias al poder del Geass. Aun así, ¿esto era posible? Esa era la primera condición para adquirir un Geass, pero ¿podía funcionar dos veces? ¿Quería decir que pudo desbloquear el Geass en el otro ojo? ¿Acaso él no había perdido su Geass cuando le fue arrancado el ojo? ¡¿O esto se debía a un milagro de su extraordinariamente rápida capacidad regenerativa?! No había información que pudiera responder a sus preguntas.
Como sea, el Lelouch que conocía jamás abrazaría sus lazos familiares en pos de sus planes. Su ego no lo se lo concedería. Este Lelouch era diferente. El presidente entendió que este era un nuevo personaje de su hermano. Se había cumplido su más grande miedo. Lelouch había aparecido para reclamar su derecho sobre el trono que ocupaba. Para sentarse en él, se construyó un escalón con el cadáver de su hermano mayor. Y, para conservar su puesto, tuvo que derramar aún más sangre. Podría decir que sentía los pies húmedos. No lo perdería ante Lelouch.
N/A: ¡jo, jo, jo! ¡Feliz navidad! No podía despedir el año sin haber subido un nuevo capítulo que sé que lo esperaban con ansias. Técnicamente, este capítulo no terminaba aquí, pero tuve que cortarlo porque se había alargado demasiado. Aun así, el capítulo siguiente no compartirá el título de este ya que no me gusta nombrar los capítulos como «parte I» y «parte II» (no lo hago a no ser que es inevitable por la propuesta temática del capítulo). Disculpen el retraso de la actualización. Quería publicar este capítulo mucho antes, pero necesitaba terminar de escribir el capítulo 42 y reescribir algunas partes de este. La universidad y la depresión me impidieron ponerme manos a la obra durante noviembre y diciembre (inclusive en estas fechas tengo deberes que atender). Aunque no pude finalizar este fanfic como tenía previsto, estoy en la recta final. Tampoco me disgusta que hubo una pausa por un par de meses ya que la historia quedó en el final del primer acto del tercer libro.
Antes de saltar a comentar algunos aspectos del capítulo, los invito a releer el capítulo 12 de este fanfic ya que decidí añadir una escena. No es vital leerlo para comprender la historia ni el punto actual de la misma. Tampoco esta escena supone una modificación. Como dije, se trata de una adición. Había querido incorporarla desde hace un año. Pero no lo hice porque pensé que constituiría una falta de respeto a ustedes, los lectores que me han acompañaron desde el inicio de este viaje. ¿Qué me motivó a escribir la escena por fin? Bueno, por un lado, sabía que no sería el primer fanfic que era reescrito luego de varios años y que, además, no podía evitar que más lectores se subieran a bordo de esta novelita. Y, por otro lado, era una escena que aportaba narrativamente al arco de los personajes de Lelouch y Kallen. Bien. Estoy segura de que esa escena les gustará.
Ahora sí. Quise establecer para este capítulo la jerarquía de la fiscalía de Pendragón y enumerar las empresas filiales de Britannia Corps, así como describir el aspecto físico de mi Bismarck Waldstein. De paso, pude señalar que mi Suzaku y, por extensión, todos los fiscales de este fic trabajan en una división: la del centro de Pendragón. A lo mejor debí explicarlo antes. Lo siento. Es una de mis fallas. Soy una escritora más panorámica e introspectiva. Me concentro más en los simbolismos, los paralelismos narrativos y en el mundo interior de los personajes (y, claro está, sus arcos narrativos). Pierdo de vista los detalles. Al menos, ya tengo el final definido de este fanfic en mi cabeza y me muero por sacarlo de ahí.
Obviamente, la escena final de este capítulo es una reminiscencia de la épica escena del episodio 21 en que Lelouch irrumpe en la sala del trono y se autoproclama emperador. Existen unas diferencias claras (después de todo, este es un retelling del anime que todos conocemos, así que me tomo mis licencias creativas). Por mencionar un par de ejemplos, el reclamo de mi Lelouch es legítimo y quien lo asiste no es Suzaku, sino Jeremiah. Me encantó escribir la entrada triunfal de mi Lelouch. Fue divertido.
¿Qué les pareció esa escena? ¿Pudieron anticiparse a los acontecimientos con base en el anime? ¿Qué creen que trama Lelouch? ¿Piensan que esto es un presagio de un Zero Réquiem? ¿Temen que se materialice el temor de Kallen? Y, ya que estamos, ¿en dónde creyeron que estuvo Lelouch durante todo este tiempo? ¿Los desconcertó su ausencia? ¿Les gustó el desenvolvimiento del juicio? ¿Se cumplirá la predicción de Suzaku sobre el director Clovis? ¿Suzaku estará más cerca de ganarse el perdón de Kallen? ¿Qué les ha parecido el cambio de Suzaku? ¿Adivinaron quién fue el informante? ¿Cuál fue el evento que más los sorprendió? ¿Cuál fue su escena favorita? ¿Qué expectativas tienen para el siguiente capítulo y este segundo acto en general?
Son libres de comentarme lo que quieran. Nos leemos en la continuación de esta bonita historia que corresponde con el nombre de: «La espada de Damocles». (sabrá Dios cuándo actualizaré; quiero adelantar bastante el capítulo que estoy escribiendo antes de hacerlo). ¡Besos en la cola! ¡Y feliz año!
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