Capítulo 31: Re;sucitado
—¿Vino?
—Sí, por favor.
Luciano agarró el chardonnay por el cuello de la botella y llenó las dos copas que descansaban sobre la encimera anaranjada. Cogió una de las copas y se la ofreció al presidente Schneizel, que estaba sentado en la barra de la cocina. El presidente realizó un movimiento con la cabeza como muestra de gratitud. Luciano se tendió en el taburete frente a él y cogió su copa. Estaba helada. Perfecta. El vino no había estado fuera de la nevera por demasiado tiempo.
Kewell consiguió arreglar una reunión con el presidente para Luciano en la villa de la familia Britannia el viernes de esa misma semana. Luciano lo propuso. El presidente y sus hermanos habían pasado parte de su infancia en esa casa. Era su estadía para las vacaciones de invierno y verano. Luciano se coleaba con ellos por ser contemporáneos. Conforme fueron creciendo, dejaron de ir y la villa se quedó vacía. Para Bradley, esas paredes no significaban nada. Para el presidente Schneizel, contenía sus memorias más felices. Luciano lo sabía y esperaba que eso produjera algún efecto en él. No tuvo el placer de saborear su estupor cuando supo cuál sería el lugar de reunión; aunque bien pudo imaginárselo. El presidente Schneizel no habría aceptado su ofrecimiento de lo contrario. Desde que había recibido la confirmación, Luciano estuvo contando los días. El vino empapó sus labios al beber un trago. El asesino se relamió.
—Gracias por venir. Temía que rechazaras mi invitación.
—No me costaba nada —expresó el presidente Schneizel amagando una sonrisa amable. Los perspicaces ojos lilas del empresario revolotearon por derredor—. No puedo omitir la ocasión de hacerte un cumplido, además. Elegiste un buen punto de encuentro.
—¿Recuerdas que solíamos jugar a príncipes y caballeros, aventureros en la selva, bucaneros de altamar y cazadores de tesoro aquí? —le preguntó correspondiéndole con igual sonrisa—. Bueno, tú, Cornelia y Odiseo jugaban; yo los observaba desde allá. No muy cerca —corrigió señalando con la barbilla el primer peldaño de la escalera.
El presidente Schneizel entornó los párpados. Su mirada fue de su interlocutor al escalón. A unos metros, hacia el sur, estaba un sofá modular. Al presidente Schneizel y a sus hermanos les gustaba jugar en la sala en los días de lluvia en verano o las nevascas en invierno. Era el cuarto más espacioso de la villa y los muebles estaban sujetos a su voluntad y su imaginación. Los niños colgaban una sábana en el sofá y disimulaban que era un castillo fortificado o una cueva, según decidieran. Durante las tormentas nevadas, asentaban un campamento, se traían consigo golosinas y linternas, se sentaban en semicírculo rodeados de almohadas y contaban historias de terror. Al mejor lo premiaban con el tarro de galletas de la cocina. Schneizel casi siempre ganaba, pero, aun así, regalaba algunas de sus galletas a sus hermanos.
—Ni tan lejos. Te mantuviste en una distancia lo suficientemente estrecha para acudir en mi ayuda por si te necesitaba —añadió el presidente Schneizel—. Lo lamento, Luciano. No dejo de pensar que la situación degeneró por mi culpa. Si no hubiera apelado a tu protección, no te habrías transformado en...
El presidente Schneizel enmudeció. Bajó la vista, como si le sorprendiese ver que tenía una copa de vino en la mano. No había ingerido ni un solo trago. Luciano iba por el quinto.
—¿En qué? —terció, impaciente—. ¿En un monstruo? ¡Bah! Desde que he trabajado para tu padre y para ti, he estado en mi salsa, ¿así es que se dice? ¡En fin! —soltó manoteando en el aire—. ¿Te acuerdas cuando me ordenaste disfrazarme de Zero y matar a Diethard? ¡Eso fue divertido! —comentó Luciano adoptando nuevamente aquel tono casual. Parecía que estaban discutiendo de qué iban a cenar—. ¿O qué tal la vez que me autorizaste matar al imbécil de Lamperouge si lo encontraba? No esperaba que fueras a darme tu permiso, si te soy honesto.
—No quería que lo localizaras —confesó el presidente sin abandonar su expresión ausente—. Es mi hermano, después de todo.
—¿Y por qué me dejaste si no querías?
—Porque él es mi hermano —repitió el presidente con voz queda— y porque es el único que puede destruir a la empresa y la familia.
—Por eso, me mandaste secuestrar a su hermanita.
—Por eso, tú la mataste —contraatacó, tajante.
El presidente sostenía la copa con soltura, como si estuviera a punto de brindar, como si fuera a beber en cualquier momento. Luciano tenía apoyado los nudillos contra la mejilla y miraba expectante al presidente. Dejó su copa vacía sobre la barra. El licor había templado su ánimo, lo que era positivo porque debía soterrar sus sentimientos. Se secó la mano en el pantalón.
—Sería un hipócrita si me disculpara. Lo hice por Britannia Corps. Lo sabes —se defendió—. De la misma manera en que sé que preferirías que no lo lamentara. Así estarías en tu pleno derecho de odiarme. En su lugar, me disculparé porque todo terminara mal entre nosotros —gimió. Sus ojos se anegaron de lágrimas—. Eso no lo quería. Ustedes, los Britannia, han sido como una familia. Me dieron un hogar, me alimentaron, me criaron...
Bradley se dobló hacia delante, a la par que se cubría la boca con una mano como conteniendo los sollozos. La frente del presidente Schneizel se arrugó.
—No te queda nada en Pendragón. Es más, es peligroso que te quedaras. Lo mejor sería que te fueras. Puedo ayudarte. Si lo deseas, te montaré en un barco que zarpe a China.
Sus palabras eran sencillas. Transpiraban compasión. No había arte alguno en ellas, cosa que, por descontado, era en sí mismo un arte. Bradley gimoteó con fuerza y, de improviso, se puso de pie de un salto y aulló extático como los lobos al cantar a la luna. Se carcajeó entre jadeos rápidos. El presidente no parecía enterado de nada. Se limitó a seguir a Luciano con la mirada. Vuelto a ser dueño de sí, Bradley se tragó su sangre. Se había mordido la mejilla para forzarse a llorar. Le ardía de dolor.
—No se preocupe, presidente. Pronto entenderá —anunció aún jadeante. Sacó su celular del interior de su chaqueta y llamó a Kewell—. Envía una copia del vídeo al señor presidente y luego remítesela a la comisaría —Bradley cortó la llamada con una sonrisa lobuna y se dirigió al presidente Schneizel quien lo estaba mirando con recelo. Se guardó el celular—. Creo que no hace falta una explicación más detallada de lo que acaba de oír, ¿cierto? Ya no te quedará nada en Pendragón cuando el comisionado Tohdoh tenga en su poder el vídeo que grabé. «Lo mejor sería que te fueras» —le reiteró, cáustico. El celular del presidente repicó—. Adelante. Atiende. Es tu tiempo el que pierdes, no el mío: conseguí un barco. Estaré muy lejos de aquí para cuando sea mañana. Perdóneme, presidente Schneizel.
El aludido verificó su celular. En efecto, Kewell le había enviado un mensaje con un archivo adjunto. Un vídeo de unos cuarenta y nueve segundos. Lo reprodujo y se lo enseñó a Luciano.
—Perdón, Luciano. No grabé el vídeo. Te fuiste de Britannia Corps, pero yo sigo trabajando en ella. Le debo mi lealtad al presidente Schneizel —explicó Kewell—. Luciano, detente. Sé que mi petición te sonará hueca. No somos parientes ni amigos. Así que te pediré que pienses en ti mismo...
—¡CABRÓN! —gritó Bradley, frenético—. ¡¿CÓMO PUDISTE?! ¡ME TRAICIONASTE!
—No seas tan duro con él. Kewell solo hizo lo que le ordené. Predecir tu línea de acción fue sencillo —le reprendió el presidente suavemente, metiéndose el celular en la chaqueta—. Fui honesto al ofrecerte mi ayuda. No me conviene si la policía te captura. Hay tantas situaciones en las que estamos involucrados como los años que hemos crecido juntos o incluso más.
El presidente señalaba con la copa aquí y allá mientras hablaba, removiendo un poco su vino en el grácil vaivén, pero sin derramarlo. Se bebió el contenido de una sentada y se limpió las comisuras de los labios con una servilleta. Luciano estaba rechinando los dientes. Aunque su expresión era impertérrita, los nudillos se le habían puesto blancos. Cuando el presidente se levantó, Luciano lo prendió por las solapas de su chaqueta. El presidente Schneizel no perdió su serenidad. Apuntó con el dedo el librero y lo previno:
—¡Cuidado! ¡Las cámaras están grabando ahora! Si me pones un dedo encima, tu barco será cancelado.
La advertencia del presidente Schneizel rayaba en la burla. A Bradley se le dificultó soltarlo debido a sus dedos rígidos. No nada más estaba a diez pasos por delante de él, también había usado en su contra su propia trampa. El presidente se adecentó. La mano de Luciano flotó en el bolsillo de su pantalón donde temblaba su pistola con ansias. Estaba por sacarla cuando en esto estallaron las sirenas.
—¡Luciano Bradley, salga con las manos en alto! —ordenó el comisionado—. Lo tenemos rodeado...
El presidente Schneizel unió las manos detrás de la espalda. Luciano juró visualizar la sonrisa zumbona curvando en sus labios.
—¡Oh, olvidé decirte! La policía está afuera esperándote. Tienes unos minutos para decidir qué hacer. Pero «es tu tiempo el que pierdes, no el mío».
—¡MALDITO HIJO DE PERRA!
https://youtu.be/9s_9W531ZLU
Hubiera querido romperle el hocico a ese zorro. ¡Hubiera querido asesinarlo! Pero el tiempo apremiaba. Luciano echó a correr. De dos en dos, él subió las escaleras. Entró en el cuarto de Cornelia. Encontró la única ventana entreabierta, al igual que la última gaveta de la cómoda apoyada contra la pared. No estableció la conexión. No se detuvo a pensar. Ese fue su error. Zero alzó la correa por delante de Bradley, rodeó su cuello y apretó con fuerza. Luciano luchó por desasirse. Intentó arrancarse la correa que truncaba el paso del aire por la tráquea. Intentó alcanzar a Zero y golpearlo. Todos sus intentos se vieron frustrados.
—No es mi intención matarte, Bradley. No por ahora —le susurró Zero al oído con malicia—. Solo que no cooperarás conmigo de otra forma.
Zero sentía que la fuerza de sus brazos estaba disminuyendo. Compensó esa falta enrollando la correa en las muñecas. A Luciano le flaqueaban las piernas. Se le atragantó un gemido en la garganta. Sacudió los brazos espasmódicamente. Una vez. Otra vez y otra y otra. Cedió a su resistencia y, por fin, se quedó inmóvil. Zero se confió y lo liberó. Se arrepentiría. Luciano se derrumbó como un saco de papas, rodó sobre su cuerpo y desenfundó la pistola. Le disparó. El justiciero dio un alarido de dolor y se tocó el abdomen. Los dedos se le pintaron de rojo. Luciano gateó hacia la ventana. Había logrado asomar medio cuerpo afuera en el momento en que Zero le encajó en la pantorrilla un cuchillo que traía. Luciano chilló. Zero lo arrastró devuelta, halándolo por los pies. Luciano se giró y trató de dispararle. Esta vez Zero fue más veloz y presionó con el pie la herida. Luciano gruñó y Zero lo desarmó. Se apoderó del arma y lo golpeó con la culata en la cabeza aturdiendo a Bradley.
Afuera, tres patrullas de policía habían sitiado la finca. El presidente Schneizel estaba con el comisionado Tohdoh. Los policías encontraron a Luciano herido en el piso de arriba y a Zero desangrándose, encogido y pegado contra la pared del exterior de la casa, estaba deslizándose con extrema lentitud en lateral por la repisa. Los oficiales intercambiaron miradas elocuentes. Forzosamente, tendrían que echar a suertes para decidir quién de ellos se aventuraría a ir por Zero y Zero los estaría esperando entonces y se iría con ellos. En apariencia, resignado. No obstante, Zero se guardaba una sorpresa jugosa que estaba seguro que ninguno se veía venir. Por otro lado, a Bradley lo habían esposado y lo habían metido en una patrulla. El coche ya se había largado. Lo iban a llevar al hospital para tratar su herida en la pierna.
El auto giraba a gran velocidad en las esquinas como si lo hiciera aposta y Luciano se ladeaba. En una de esas vueltas, se dio de lleno contra la puerta. Sentía las esposas de metal clavarse en sus muñecas. Empezaba a tener comezón. Holgaba decir que la cortada estaba quemándolo por dentro. Lo estaba enloqueciendo y lo hacía revolverse como animal enjaulado. De pronto, el conductor lo amenazó con un arma.
—¡Quieto, Luciano! Te desaconsejo intentar cualquier tontería. No te convendría molestar a un hombre armado.
Luciano reconoció aquella voz aséptica; pero, de todos modos, se inclinó bruscamente. Tenía que verificar que no lo estaba alucinando. Debajo de la visera que le hacía sombra distinguió un par de ojos lilas. Se sobresaltó.
—¡Rolo! ¡Maldita sea! ¡¿Cómo...?! —tartamudeó—. ¡Oye, tú!
Bradley zarandeó al policía que estaba en el asiento del copiloto. Él se derrumbó inconsciente sobre su tablero. Luciano se hundió en su asiento en el estupor. Comprendió que había huido del presidente y la policía. Pero había caído en las garras de alguien mucho peor. Rolo enterró en su muslo una jeringa en tanto Bradley estaba digiriendo la situación. A los pocos segundos, Luciano colapsó.
https://youtu.be/S_vwFCYRiGY
Un par de semanas atrás, Suzaku se había mudado temporalmente al hogar del comisionado. No había vivido con él desde que era un chico y, a ciencia cierta, se sentía como uno bajo el cuidado y la atención del comisionado Tohdoh. La sensación se acentuaba mientras estaba en su habitación. El comisionado no la había redecorado. Todavía estaba en donde mismo su baúl de juguetes, su equipo de pesca, sus videoconsolas, las figuras de acción y los pósteres que había colgado cuando era un adolescente. Por lo menos, Suzaku no había crecido mucho. La cama se ajustaba a él igual que un guante. Suzaku decidió regresar a su apartamento hace unos días. Estaba incómodo en la casa del comisionado. Aquella mañana despertó sintiendo el sabor fantasmal del licor en el fondo de la garganta. A su boca seca le urgía alcohol. Había vino en la despensa. Suzaku pensó en descorcharlo y servirse. Se había malacostumbrado a dar comienzo a su día con un trago. Como criatura de hábitos que era, Suzaku movió el culo fuera de la cama y se fue a la cocina. A la mitad del camino, Suzaku cambió de parecer. «No. Si bebo, nunca me detendré. Tengo que renunciar al alcohol definitivamente». Y reanudó su viaje a la cocina. Solo que no se echó alcohol. Se preparó algo de comer. Tenía tiempo que no disfrutaba una buena comida casera. Desayunando, Suzaku cayó en la cuenta que hoy era jueves de entrenamiento. Se dijo que ejercitarse le quitaría su aspecto abotargado y, además, le daría algo qué hacer las próximas horas y lo eximiría de la tentación.
En el gimnasio, se puso manos a la obra con la bicicleta estática. Estuvo pedaleando treinta minutos. Procedió con la máquina de remo, después con el banco press y finalizó con el peck deck. La ducha posterior estuvo exquisita. Los chorros de agua salían a toda potencia. Suzaku se frotó enérgicamente el pecho, los brazos, las piernas y el resto del cuerpo, eliminando todo el sudor. Se enjabonó a consciencia y vio la espuma dar vueltas en los azulejos azules a sus pies en tanto se enjuagaba con un chorro caliente que le daba pinchazos.
De regreso, ya en el coche, se sentía fresco y adolorido. Sopesó almorzar en algún restaurante. Entonces, estaba lloviendo. El clima húmedo fue propicio para que sus pensamientos volaran hacia el Proyecto Geass. Si no hubiera visto el ojo demoníaco de Lelouch ni paseado por los pasillos intrincados de las instalaciones ultrasecretas, habría pensado que la explicación de Lelouch era la mayor tomadura de pelo que le habían hecho. Todo era tan absurdo que parecía la copia barata de una película de ciencia ficción. Sea como fuere, la pregunta vital que debía plantearse era qué iba a hacer a continuación. Su instinto le ordenó que debía denunciar esta retahíla de crímenes. Una ola de tristeza lo invadió al recordar que ya no era fiscal. No podía aparecer en Camelot e investigar. No obstante, eso no era razón para dejarlo impune. Si él no podía encausarlo, ¿quién sí?...
https://youtu.be/cAQr_G_xOmo
Suzaku se había detenido en un cruce de semáforos. Sobre el gofre de su automóvil, la lluvia tamborileaba. Al unísono que un relámpago partió el cielo, Zero cruzó a toda velocidad frente a sus ojos en una motocicleta. ¿Era Zero? Estaba casi seguro de haber identificado la capa y la máscara. Gino le había contado que la policía iba a tenderle una emboscada. No mencionó cuándo sería. Suzaku escuchó las sirenas gemir desde lejos confirmando lo que había visto. Sus manos no dudaron al girar el volante. Se lanzó en persecución del enmascarado. Para sus adentros, se preguntó si Alicia se había sentido igual tonta que él cuando persiguió al conejo. Zero advirtió en el espejo retrovisor que el exfiscal le pisaba los talones después de un rato y trató de despistarlo. Suzaku presionó el acelerador a fondo y abrió la guantera. Adentro estaba la pistola que había pertenecido a su padre. La misma que usó para jugar a la ruleta rusa con el presentador Ried. Desde entonces, Suzaku había dejado la pistola en la guantera. El rostro de Suzaku se oscureció. La cogió con determinación. Se asomó por la ventana y sacó el brazo. Disparó en la llanta. El tiro acertó. La moto cabeceó peligrosamente. Zero luchó por mantener el control moviendo el manillar en otra dirección. El cambio de su peso arrojó la moto hacia delante y lo aplastó. Lo arrastró a lo largo del asfalto. Suzaku frenó y se bajó. Zero se retorcía exasperado bajo la moto. Intentaba quitársela de encima. Suzaku lo hizo por él. Zero se puso en cuatro patas boqueando. Se tensó al sentir el cañón de la pistola en su cabeza.
—De rodillas y con las manos en la cabeza.
Zero se dio la media vuelta lentamente. Con igual sosiego, se llevó las manos a la nuca y se arrodilló. Su traje tenía sangre. Estaba herido, lo que explicaba por qué sus movimientos eran tan medidos. Sus hombros, su máscara y su capa se habían cubierto de millones de perlas de agua. Tiritaba. A saber cuánto tiempo estaría bajo la lluvia. Suzaku lo desenmascaró de una vez. Se encontró cara a cara con la mirada altiva de Lelouch. Suzaku se mantuvo impertérrito. Siempre lo sospechó y lo confirmó con el resultado del análisis forense. Él le había pedido a un técnico comparar en secreto la sangre de Lelouch que le había sacado en la pelea en el bar karaoke con la sangre de Zero y notificarle en cuanto estuvieran listos. El análisis forense no podía ser presentado en una corte ya que se había conseguido de manera ilegal. Pero le daría la respuesta que tanto ansiaba.
—Lelouch, eres Zero.
—¡Rayos! —exclamó Lelouch y esbozó esa sonrisa suya de cabronazo—. ¡Me atrapaste!
Lelouch solía decir eso cada vez que Suzaku frustraba sus planes al jugar a superhéroes y supervillanos. Incluso ahora, Lelouch seguía jugando con él. A Suzaku no le hacía gracia.
—¿Es todo lo que dirás? ¿No usarás el Geass?
—¿Te gustaría que lo hiciera? —replicó, provocador.
—Di tus oraciones —exhortó Suzaku ignorando el desafío.
—Te lo dije. Yo no rezo —susurró meneando la cabeza. De repente, agarró el cañón del arma y lo presionó contra su frente, lo que desconcertó a Suzaku—. Haz lo que debes hacer.
A pesar de estar de rodillas, a pesar de temblar como pescado recién salido del agua, a pesar de desangrarse, a pesar de tener una pistola apoyada contra él, su mirada era inquebrantable y su apretón, firme. El agua destilaba por el pelo ralo, la nariz y la barbilla de Suzaku. Lelouch deslizó un dedo hacia el percutor y esperó que Suzaku jalara el gatillo. El cielo relampagueó nuevamente, al igual que los ojos de Lelouch. Suzaku, sin embargo, hizo girar la pistola entre sus dedos y se lo tendió. Lelouch miró la pistola y luego a su viejo amigo. Lucía sereno.
—Tómala. Es tuya —indicó—. Vete.
https://youtu.be/5JOj-Rl4IB4
La lluvia continuó golpeando el semblante de Lelouch. Varios mechones de cabello se habían adherido a su piel húmeda. Algunos se habían enredado en sus pestañas. Las sirenas sonaban con más fuerza conforme las patrullas descendían sobre ellos. Lelouch se levantó con torpeza, cogió la pistola, se colocó la máscara y se fue en la moto ante la mirada indulgente de Suzaku. La policía llegó a la posición de Suzaku, al cabo. Los vehículos se estacionaron alrededor de él. La fiscal Alstreim y el comisionado Tohdoh abordaron a Suzaku.
—¡Suzaku, ¿estás bien?! —lo interpeló el comisionado Tohdoh—. ¿No estás herido?
—No, no, estoy bien —masculló Suzaku.
—¡¿Pudiste escuchar su voz?! —lo atajó la fiscal entre jadeos—. ¡¿Pudiste ver su rostro o te fijaste en alguna característica?!
—No, lo lamento.
—Zero debe estar aún en la zona. ¡Sigan buscando! —ordenó la fiscal Alstreim. Los policías afirmaron con la cabeza y se pusieron en marcha—. No importa, Suzaku. Lo encontraremos.
Pero Zero no estaba por ninguna parte. La policía peinó la zona y más allá durante una hora. Interrogaron también a los habitantes del vecindario. Nadie lo había visto. Nadie había notado nada fuera de lo ordinario. Su vecindario era tranquilo. La fiscal Alstreim se estaba irritando. Esa gente estaba mintiendo para proteger a Zero. Carecía de sentido que nadie hubiera visto al justiciero enmascarado más famoso del país en un vecindario tan pequeño.
—¿No entienden que sus mentiras caen por su propio peso? —cuchicheaba—. No se puede ocultar a un elefante en una habitación por siempre.
«Excepto si ese elefante tiene la inteligencia para hacerlo», discutió Suzaku para sus adentros. De igual manera, la policía no iba a desmayar en su intento de atrapar a Zero de una vez por todas. Sabiendo que Zero despachaba a sus rehenes en cajas a la fiscalía y que hasta ese punto había seguido su modus operandi al pie de la letra, decidieron adelantarse yendo a la fiscalía y emboscarlo. Allí los policías se escondieron y esperaron. Zero no dio señales. Apenas había actividad. No había peatones circulando y algún que otro coche que pasaba aprisa. Esperaron. Todos estaban en posición. Alertas. Nadie habló. Nadie se movió. Nadie respiró. ¡Esperaron! ¿Acaso Zero iba a romper su modus operandi? Suzaku comenzaba a dudar. Inopinadamente, uno de los oficiales vislumbró una silueta con capa subir los escalones de piedra de la fiscalía haciendo gala de una monstruosa calma. ¡Era Zero! Enseguida, Suzaku detectó algo extraño. Lelouch debería haber intuido que la policía intentaría tenderle una trampa. Sí, era seguro de sí mismo, pero eso no contradecía su distintiva astucia; de modo que su exceso de confianza rayaba en un carácter impropio. La policía, que no conocía ni tenía entre sus sospechosos a Lelouch, no se extrañó y asedió a Zero, quien se rindió en el mismo acto al ser encañonado. El comisionado tuvo el honor de desenmascararlo. Zero, que tantas veces había evidenciado la ineptitud del sistema judicial y se había ganado el amor del país, resultó ser un adolescente con acné. «Ese no es Lelouch», rumiaba Suzaku, ofuscado. «Pero, ¿por qué Lelouch enviaría a un adolescente como su sustituto? ¿Está tratando de crear una distracción?».
—¿Cuál es tu nombre? —lo interrogó el comisionado Tohdoh.
—Ian —tartamudeó el pobre muchacho—. ¡Señor, le juro que no he hecho nada malo! Zero nos dijo que si queríamos conocerlo debíamos presentarnos a esta hora en la fiscalía vestidos como Zero. Dijo que nos daría un mensaje importante.
—¿«Nos»?
—¿A quiénes les dijo? —preguntó la fiscal Alstreim.
—¡A su comunidad de fans!
—¡Comisionado, viene alguien! —interrumpió un oficial—. ¡Es Zero!
No solo un Zero. ¡Varios! Eventualmente, la fiscalía se atestó de montones de Zeros. Tantos como para fundar un ejército. La fiscal Alstreim y el comisionado Tohdoh se repartieron los Zeros y los descubrieron. Detrás de sus máscaras se ocultaban caras de jóvenes y adolescentes en su mayoría. El resto eran adultos y algunos ancianos. Todos estaban ahí para conocer a su héroe y ninguno era Lelouch. La fiscal Alstreim quería arrestar a todos por alborotadores. El comisionado Tohdoh, apiadándose de los inocentes internautas, estaba intentando disuadirla. Suzaku se metió el puño en la boca reprimiendo una sonrisa. Conque Lelouch sí había echado mano a medios arteros, burlándose del sistema judicial una vez más. En cualquier caso, había entendido el mensaje que Lelouch prometió dar. Zero no era una sola persona. Era un símbolo que vivía en el corazón de cada ciudadano y mientras hubiera gente que creyera en él no sería detenido por nadie. Brillante.
https://youtu.be/WkIpCKfOO8A
Cornelia estaba pensando en Euphemia. Durante los meses siguientes a su asesinato, se había afanado por recordarla hermosa y radiante de felicidad, como cuando estaba en su habitación pintando en un lienzo y el sol entraba por el balcón. Contrastaba abismalmente con la imagen de su muerte. El rostro amoratado, los ojos saltones y los labios crispados. No reconocía a su dulce Euphemia en esos rasgos; mas el análisis dactilar y el de ADN la desmentían. Cornelia había multiplicado sus esfuerzos por exiliar aquella imagen tan horrible y tan dolorosa de sus recuerdos. La desgarraba siempre que acudía a su mente y eso hubiera sido lo último que ella quería. Euphemia quería que fuera feliz y estuviera tranquila. En paz. Como ella... ¡Tks! No, ¿cómo podía descansar en paz cuando su asesino andaba suelto? Cornelia ingirió un trago de su coñac. Había tenido días ajetreados, complicados, inquietos. Todo menos pacíficos. Hace unos días había recibido un correo perturbador:
El ASESINO DE SU HERMANA SIGUE LIBRE
En el juicio, había salido a la luz la existencia de una segunda copa con el ADN de su hermana y que había dado positivo para veneno, lo que llevó a la fiscalía a retirar los cargos contra Lamperouge y obligó al sistema a liberarlo. De igual forma, se había entregado una sirvienta alegando ser culpable. Había tantos baches en el caso que dio cabida para la duda razonable. Por lo cual, los medios difundieron la resolución del caso y el asunto fue olvidado por todos. Salvo por Cornelia. Ella nunca se tragó esa historia. La copa y la nueva sospechosa resultaron bastante convenientes en un momento en que la defensa estaba ahogada de pruebas. Cornelia sabía que el caso no estaba resuelto. Ella. ¿Quién más podía saberlo? En principio, no le dio importancia. Asumió que el correo era una broma cruel. El remitente era desconocido. Si era incapaz de encararla y decírselo, era porque era un charlatán. Ella eliminó el correo y se sirvió una copa de brandy. No platicó con nadie lo que había leído ni volvió a darle vueltas. Fue tal cual si hubiera botado basura en la papelera. Pero había llegado otro anónimo esa mañana:
SU HERMANA FUE ASESINADA PORQUE IBA A REVELAR LA VERDAD
¿Verdad? ¿Cuál verdad? ¿La verdad sobre la venganza tramada por el abogado Lamperouge? Sí, eso debía ser. Cornelia sorbió minuciosamente su vaso. Aunque, le fue inevitable meditar, sometiéndolo a una revisión concienzuda, hubiera sido mejor para él abstenerse de actuar ya que hasta ese punto su venganza no había dejado rastro. Supuso que sucumbió ante el pánico. La gente hace cosas locas cuando entra en pánico. Fuera de eso, ¿qué otro motivo debía tener Lamperouge para matarla? Ninguno. Euphemia no tenía enemigos siquiera. Solo las personas inteligentes tienen enemigos...
Cornelia se escandalizó al percatarse que había tildado sin querer a su hermana como «tonta». ¡No, no creía eso! Creía que Euphemia era cariñosa, gentil y risueña. Como pocos, tenía un corazón noble. Nadie la odiaba. Nadie quería matarla. Entonces, sino era eso, ¿a qué se refería el anónimo? ¿Qué sabía que ella ignoraba? Cornelia dejó el vaso en su escritorio con rudeza. Los hielos rebotaron ruidosamente. Cerró los ojos. Se concentró en recordar. A sus memorias apelaron jirones del pasado, destellos fugaces, escenas cortas. Euphemia se comportó extraña los días antes a su muerte. Estaba callada. Extremadamente callada. Así como el ruido puede llenar todo un espacio, también el silencio podía hacerse tangible. La presencia de Euphemia no se sentía en la mansión. Era como si no estuviera. Euphemia no era alguien introspectiva. Por supuesto, tenía de vez en cuando sus accesos de ensimismamientos. Pero no era un estado habitual y, en esos días, había adquirido la costumbre de encerrarse en su recámara y no hacer nada allí. En apariencias. Una vez, ella había entrado y la sorprendió mordiéndose el pulgar distraídamente, entretanto tenía los brazos cruzados bajo el pecho y la mirada fija en el vacío. Estaba reclinada contra el balcón. No notó que estaba ahí. Dos días antes, Euphemia la abrazó por la espalda. Era de noche y Cornelia estaba leyendo el informe general de un nuevo producto que pronto saldría al mercado..
—¡Oh, Euphie! ¿Ya te irás a dormir?
—Así es, me siento algo cansada. Espero no abrir los ojos hasta el otro día cuando acueste la cabeza en la almohada —había expresado Euphemia apoyando el mentón en su hombro.
—¿Tuviste una mala noche?
—He tenido sueños intermitentes —había respondido Euphemia—. ¿Te acuerdas que me iba corriendo a tu cama cada vez que tenía pesadillas cuando éramos niñas?
—¡Ajá! Y cada vez que tronaba. Las tormentas siempre te ponían nerviosa —había asentido Cornelia con una sonrisa comprensiva.
A Euphemia se le doblaron los labios en una sonrisa. Fue por unos instantes porque enseguida su bello rostro se contrajo.
—Cornelia...
—¿Sí?
—Si yo hiciera algo malo por las razones correctas, digamos, por ejemplo, si yo me opusiera a la familia porque actúa equivocadamente, ¿escucharías por qué lo hice? ¿Me perdonarías?
—¡Euphie! ¿Qué cosas dices? —se había reído Cornelia.
—Solo responde, por favor —le había suplicado Euphemia.
Cornelia no podía ver a su hermana, pero había percibido la ligera inflexión en su voz y sentía sus brazos cerrarse más y más en torno a ella. Por vez primera, Euphemia era más fuerte.
—Claro —le había asegurando palmeando su brazo—. ¿Te gustaría que fuéramos mañana al Spa y pidiéramos un tratamiento corporal? Tengo un hueco libre en mi agenda en la tarde.
—Me gustaría, pero mañana iré a ver a Suzaku, digo, el fiscal Kururugi. Organicémoslo para otra ocasión, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —había asentido. Le pellizcó la mejilla con cariño—. Ve a descansar, Euphie. Nos vemos mañana.
Intercambiaron dulces palabras de buenas noches y Euphie se retiró a dormir. Esa había sido su última conversación. Entonces no tenía idea. Su mente saltó por encima de la tragedia. No era menester revivir recuerdos tan tristes. Cornelia había subestimado la zozobra que engullía a su hermana. Tampoco se había cuestionado su pregunta. ¿Por qué le había interpelado eso? ¿Qué estaba tramando? ¡¿Cómo pudo ser tan ciega y tan sorda?! ¡Euphemia había estado en apuros y ella no había hecho nada por ayudarla! Cornelia se presionó las sienes con los dedos. La cabeza estaba martillándole. No más alcohol por hoy. Ella tenía el correo abierto. Lo había leído tantas veces que se lo había memorizado. De repente, condujo la mano hacia el mouse. Iba a borrar correo. Algo se lo impidió. ¿Qué cosa? Reflexionó.
Era probable que el remitente misterioso volviera a contactarla. Si había un segundo, habría un tercero, un cuarto..., hasta que ella respondiera. Ahora bien, ¿cuál era el interés del remitente al avisarle esto? ¿Por qué estaba escribiéndole? ¿Cuál era su relación con Euphemia y con el siniestro? Más importante, ¿qué información tenía? La mano de Cornelia vacilaba sobre el mouse. Tras debatirse largo rato, Cornelia tecleó una respuesta: «¡¿Quién eres?!». Leyó lo que había escrito. Se retractó. El remitente había ocultado su identidad. No se iba a revelar en una confrontación. Reescribió su respuesta: «¡¿Qué quieres?!». Cornelia meneó la cabeza. La suprimió enseguida. Era obvio que quería que investigara. La cuestión era: ¿por qué? ¡Por qué! Cornelia escribió: «¿Cómo lo sabes?». Tal vez la respuesta rayaba en el cinismo. Aun así, era sincera y contundente. La envió.
Cornelia se levantó, buscó su frasco de aspirinas en su cartera y se tragó dos en seco. Se encaminó al mueble apoyado a la pared lateral derecha. Agarró el asa de la jarra con agua y vertió un poco en su vaso. Bebió. Cornelia estaba en su despacho en Britannia Corps. Era un despacho de techo alto, amplio y luminoso, dotado de un diseño austero. Las paredes eran lisas y la mueblería de cristal. Predominaban los colores neutros. No era que Cornelia fuera fan del concepto minimalista, pero debía reconocer sus virtudes: potenciaba la concentración y la comodidad en el trabajo. En esto, oyó un pitido. Una notificación. El anónimo le contestó. Cornelia se acercó y leyó:
Si de verdad quieres averiguarlo, reúnete conmigo
Era un riesgo aceptar la invitación de un desconocido, por no mencionar que era una completa locura. Pero ella era Cornelia li Britannia. Era una mujer admirada por su valor y sabía mejor que nadie que solo puedes actuar con valentía en momentos de miedo. Ella ya le había fallado a Euphie. No repetiría ese mismo error. Lo último que podía hacer por ella era darle justicia. Resuelta, Cornelia se instaló a escribir...
https://youtu.be/ikl-QYQ252Q
Lelouch sabía que la reunión entre su hermano y Luciano era una trampa para Zero. Minami tuvo que haberle revelado su identidad y Schneizel seguramente dedujo que Luciano sería su siguiente captura, al conectar los puntos entre sus otras presas y sacar el común denominador. Lelouch también sabía que no iba a poder despistar a la policía y llevarse a Luciano solo y al mismo tiempo. Necesitaba un cómplice. Un nuevo compañero del crimen. Rolo llenaba todas las casillas de lo que necesitaba. Lelouch lo planificó todo. Rolo se infiltraría en la policía y se llevaría a Luciano cuando lo trasladaran a la estación en medio del caos que Zero incitaría con su aparición. La policía estaría tan empeñada por arrestar al justiciero que descuidarían a Bradley en custodia. Averiguaron quiénes eran los policías que participarían en la redada e interceptaron a una. El Geass les allanó el camino.
Después de secuestrar a Luciano, Rolo le inyectó un sedante y lo trajo a un almacén abandonado del puerto, el mismo al cual Luciano había llevado a Lelouch la vez que era fugitivo de la justicia. Lelouch creyó que sería gracioso brindarle la misma hospitalidad que él le había dado hace algún tiempo. Rolo lo acomodó en una silla y lo ató. Lelouch, asimismo, le había encargado cuidarlo. Visto que no tenía ninguna prisa por despertarlo y el efecto del sedante no era duradero, esperó tranquilo. La lluvia había arreciado. El cielo amoratado rugía. El viento soplaba furioso. El mar se mecía violento. Las olas batían contra el muelle proyectando grandes nubes de espuma blanca hacia el cielo. Era una imagen desgarradoramente hermosa. Rolo se hallaba admirándola cuando escuchó a su rehén despertarse. En primer término, Luciano entrevió a través de sus párpados pesados sus muñecas atadas a los brazos de la silla. Se agitó. Su mirada saltó a sus tobillos amarrados a las piernas. Dejó para el final a su secuestrador. Luciano se relajó entonces. Sonrió socarrón.
—¿En dónde estoy?
—¿En dónde crees? —contestó Rolo—. En el infierno, donde se queman todos los pecadores.
La sonrisa de Luciano se amplió exhibiendo sus blancos dientes relucientes. No había notado cuán grande era la boca de Bradley. Le hizo acordarse al hocico de un perro. Antes de ganarse la etiqueta del mejor amigo del hombre, los perros eran considerados animales carroñeros, salvajes y desbocado. Luciano era todo eso. Tanto ese perro leal (de Britannia Corps) como ese perro esclavo de sus impulsos más bajos y puros. Rolo pensó en un versículo de la biblia que había leído del Apocalipsis: «Afuera están los perros, los hechiceros, los inmorales, los asesinos, los idólatras y todo el que ama y practica la mentira».
—¿Cuándo me matarán?
—No nos sirves muerto, vampiro de Britannia. Hay mucho que puedes contarnos acerca de la compañía y el presidente. Por supuesto, preferiríamos que cooperaras con nosotros por tu propia voluntad. Sino es el caso, nos obligarás a sonsacártela...
—¡Oh! Así que me van a torturar primero —exclamó—. ¿Cómo procederán? ¿Me desollarán los dedos, me cortarán, me quemarán, me azotarán, me golpearán, me mutilarán alguna parte del cuerpo...?
Los ojos de Bradley relumbraban. Estaba excitándose imaginando su propia tortura antes de sentirla en carne viva.
—El tiempo será tu torturador. Verás al sol salir por el oeste y desaparecer en el este despacio. A duras penas saciarás tu sed y tu hambre. No dormirás ni tendrás más compañía que el mar —manifestó Rolo. Su aspecto se había agravado y su voz sonaba engolada como quien recita un poema—. Así vivirás hasta que decidas terminarlo y te humilles andando y aullando como el perro que eres el resto de tus días.
Rolo sacó unas tijeras de su chaleco de policía y la arrojó al piso. Se estrelló con un chasquido. Rolo la pateó. La tijera salió disparada hasta detenerse a los pies de Luciano. La sonrisa de Luciano había flaqueado. Ya no le parecía divertido. Inspiró de una forma irregular.
—Siempre supe que nos traicionarías —siseó Luciano con aversión—. Dime, ¿desde cuándo eres el cuchillo de Lamperouge? ¿Cuánto te pagó?
—Lelouch no me pagó ni me chantajeó. No soy su cuchillo, soy su cómplice —corrigió Rolo áspero—. ¿Te acuerdas qué tú me preguntaste si no me tentó mirar el cadáver de la señorita li Britannia? —preguntó cambiando de tema—. ¿Y te acuerdas que yo te dije que nunca había disfrutado ninguno de mis asesinatos? Creo que voy a disfrutar uno muy pronto. Lástima que no podré contarte los detalles.
Luciano miraba a Rolo de hito en hito. De golpe, estalló en una estridente carcajada de hiena. ¿Frustración? ¿Incredulidad? ¿Burla? No había cómo determinarlo. Rolo vaciló en el primer momento. Sinceramente, le había dicho eso porque quería privarle del placer de darle razón. Lo cogió por sorpresa la naturalidad con que lo soltó. Acto seguido, Rolo le dedicó a Bradley una sonrisa traviesa. Acabó uniéndose a sus risas. Bien. Que riera todo lo que quisiera ahora. Luego vendrían las lágrimas.
https://youtu.be/LjV7-NjUf24
El presidente Schneizel estaba echando espumarajos por la boca al regresar a la mansión. La policía solo tenía dos cosas que hacer. Dos cosas ridículamente sencillas. Arrestar a Luciano Bradley y a Zero (Lelouch). Él les había proveído la estrategia, el lugar, el tiempo, la carnada. ¡Y no pudo hacer ninguna de las dos! Zero consiguió escaparse frente a sus narices y Luciano se había desvanecido en custodia. La patrulla nunca llegó a la estación. A uno de los oficiales lo encontraron desnudo y desarmado. Era evidente que el secuestrador lo había interceptado y le había robado su uniforme y su arma. El otro oficial no podía acordarse de nada de lo que había sucedido. Según los informes, la amnesia era el único síntoma que sufrían los afectados por el Geass de Lelouch. Él lo hizo. Él se había llevado a Luciano. Él había predicho su plan. ¡La policía había fracasado de forma espectacular! Lelouch se debía estar riendo de él en ese momento en donde quiera que estuviera. En donde quiera que estuviera...
Minami trajo al presidente Schneizel en el flamante BMW blanco, uno de sus autos favoritos. Era su primer día como su guardaespaldas y como su chófer. Tenía ganas de preguntarle por los detalles de la emboscada. Quería saber si Lelouch había sido detenido. Sin embargo, algo en su expresión, que la falta de conocimiento no le ayudó a determinar qué era, lo desaconsejó hacerlo y obedeció su instinto. El presidente no estaba bien (de seguro porque Lelouch volvió a salirse con la suya). Incluso si el gato lucía tranquilo en el exterior, no había que jalarlo por la cola. El presidente Schneizel le ordenó llevar el auto al garaje y lo despachó. Acto seguido, ingresó en la mansión. Subió las escaleras. Se dijo en su fuero interno que estirar las piernas le sentaría bien. No había podido desfogarse, dado que había llegado en coche. Pensó que un baño caliente con sal marina atenuaría su rabia contenida. Le ordenó a una mucama preparar la tina.
—Otra cosa más: no me transfiera ninguna llamada ni reciba ninguna visita. No estoy para nadie —agregó—. Me disculpas, además, con mi hermana por no acompañarla para la cena. Dígale que me tomé unas píldoras porque tuve un malestar y me fui a acostar. ¿Me expliqué?
—Sí, señor presidente.
La sirvienta se inclinó y se retiró en el acto. Schneizel se cubrió la mitad de su rostro con una mano. Se le ocurrió que podría servirse un vino durante la espera. Solía beber vino al bañarse. Se retractó. La otra vez había destrozado una copa de vidrio con solo apretarla por la rabia y varias esquirlas se incrustaron dolorosamente en su palma cortando su piel. Hoy estaba ebrio de coraje, frustración e impotencia. Podría pasar otro accidente si tenía otra copa en la mano. Mejor prevenir. No quería destruir más vajillas. El presidente Schneizel extendió la palma de su mano hacia arriba y la examinó. Sus cortadas apenas estaban cicatrizando. Cerró la palma y la abrió. El presidente Schneizel sentía que la presión de los nudos en su espalda y su cuello estaba subiéndole a la cabeza. Dentro de algunos minutos, iba a bañarse. Sería mejor empezar a desvestirse. Jaló del nudo de la corbata de una vez que ya le estaba molestando. No se aflojó tan rápido como quería. Volvió a intentarlo y con más dureza. Esta vez sí se la quitó. Se fue a su recámara. Se terminaría de desvestir allí y se pondría su bata. El presidente Schneizel se desabrochó los botones de su chaqueta. Se saltó algunos sin querer. Las manos temblorosas entorpecían la tarea. En ese momento, tocaron la puerta. El presidente Schneizel se detuvo.
«Ordené que no me molestaran».
—Señor presidente...
Esa voz la reconocía. Era la de Minami. Schneizel no le hizo caso y continuó en lo suyo. Pero los golpes eran insistentes. No iban a detenerse. «Le ordené que se largara...». Schneizel vio en rojo. Abrió la puerta con violencia, casi arrancando el picaporte y la puerta con ella.
—¡Te dije que por hoy iba a prescindir de tus servicios!
Minami se paralizó con los ojos exorbitados. Atónito. Schneizel también. Las palabras habían borbotado de su boca sin pensar. Schneizel barrió nerviosamente el piso con la mirada como si estuviera buscando los trozos de su máscara rota. ¡Maldita sea! ¡La había cagado! ¡¿Ahora qué?! ¿Se disculpaba? Fue la primera solución que acudió a su mente. Por alguna razón, una parte de él se resistía a hacerlo ya que supondría admitir que había hecho mal, ¿y por qué tenía que hacerlo? De cualquier modo, sentía que su lengua estaba amarrada. La cosa era que si no se disculpaba, ¿cómo quedaría? No quería que más personas vieran debajo de su máscara. Por fortuna, Minami le ahorró el problema hablando primero.
—Creo saber dónde está Lelouch.
Aquello lo tomó con la guardia baja. Necesitó algunos minutos para asimilar ese anuncio. Claro, Minami había trabajado para Lelouch. Debía manejar algunos de sus secretos. Schneizel se recompuso enderezándose y acicalándose. Cuestionó aprensivo:
—¿Cree?
—Sí, estoy seguro un 45% —repuso con la misma cautela de su primera intervención—. Si está herido, las probabilidades aumentan a un 88%.
El corazón de Schneizel se aceleró. Fue solo por un intervalo. ¿Eso significaba que quedaba aún una esperanza de deshacerse de Lelouch para siempre? Detestaba darle la razón al desquiciado de Luciano. Sin embargo, hubiera ordenado asesinar a Lelouch desde el inicio, se habrían evitado tantas muertes y no estaría acarreando tal cruz. Entonces, Lelouch ignoraba que tenía un poder capaz de dominar las voluntades ajenas. El riesgo era menor. A Schneizel lo intimidaba su Geass, cuánto menos sabía sobre él. Pocas cosas lo asustaban y esta era una de ellas. El desconocer cuándo y en quién podría usarlo infundía incertidumbre en él. Algo que lo inquietaba y entretanto Lelouch estuviera con vida, estaría en constante incertidumbre.
—Sí, lo estaba —confirmó con un asentimiento. Minami no contestó. Estaba contemplándolo absorto. Schneizel se pasó una mano por el sedoso cabello de oro—. Bien, ¿por qué continúa aquí? ¿Está esperando esto? —inquirió y sacó su cartera. Le tendió un fajo de dinero. Minami no lo tomó. Estaba dudando. Eso acució la impaciencia de Schneizel—. Adelante, mi buen hombre. Agarre el dinero, si es lo que quiere. Prescinda del decoro. Está bien. Puede ser usted mismo conmigo —instó el presidente Schneizel con una sonrisa amistosa. Minami se inclinó y aceptó el pago—. Eso es. Ahora, váyase, embósquelo y mátelo —ordenó con una voz gélida impropia de él—. No se olvide sellar su Geass. Es el ojo izquierdo. No le gustaría estar bajo su poder.
—Sí, señor presidente.
Minami se incorporó con algo de torpeza por la rapidez. Se distanció unos cuantos pasos.
—¡Minami! —lo llamó el presidente Schneizel a sus espaldas—. Hay un traidor en el equipo. Zero supo cuándo atacarlos frente a Britannia Chemicals y en el Centro Médico de Britannia porque uno de ustedes se lo contó. No busque al traidor. Es un desgaste de energía y tiempo. Elimínelos a todos.
—Como ordene, señor presidente.
Minami amagó una reverencia y se marchó. Schneizel cerró la puerta. Con un poco de suerte, Lelouch y Minami se matarían entre ellos y todos sus problemas se habrían acabado y ningún cabo quedaría suelto. Schneizel experimentó una opresión en el pecho. Sentía que el peso de la decisión que había tomado cayó sobre sus hombros. Las piernas estaban doblándosele. El presidente Schneizel apoyó la frente y la mano en la puerta y llevó la otra mano a su corazón. Suspiró cansado. Él no odiaba a Lelouch, como pudiera parecer. No. En realidad, lo respetaba hondamente. Lelouch y él estaban unidos por la sangre, el intelecto agudo y el desprecio a su progenitor. Lo admiraba tanto como lo aterrorizaba. Hasta cierto punto él lo quería y quería que sufriera. Lelouch lo había roto. Schneizel quería defender y predicar el lema de su familia con el ejemplo y Lelouch lo había obligado a romper sus principios. Y, para colmo, si quería detenerlo, tenía que romperlos una vez más. Nunca podía perdonárselo. «Está bien, Lelouch. Será como tú desees».
https://youtu.be/Ad3gVVCkHRw
Lelouch había perdido bastante sangre y estaba siendo perseguido por la policía. Era un día como cualquier otro. O quizás no. Había atravesado exactamente aquella situación hace unos meses: su último día en la mansión Britania, el día en que murió Euphemia. Sino fuera porque le preocupaba la normalización del peligro que su vida corría y porque no había cicatrizado la herida que le dejó la muerte de Euphemia, le habría parecido divertido. Quería reírse para alivianar un poco las tensiones. Pero sonreír siquiera le resultaba doloroso y Lelouch se sentía débil. Había estado escapando sin permitirse un descanso por ¿cuánto? ¿Una hora? ¿Hora y media? Estaba extenuado y herido. Necesitaba recobrar el aliento, descansar, tratar su herida, aclarar su mente, pensar. Necesitaba a Shirley. No le gustaba depender de ella. Ya él la había involucrado suficientes veces en sus asuntos. Pero no podía ir demasiado lejos con una herida de bala ni contaba con los implementos esterilizados y requeridos para realizar una extracción de emergencia. Limitado de opciones, llamó a Shirley y acordaron encontrarse en su clínica; de manera que, desde que se fugó de la villa de los Britannia, se había puesto en rumbo hacia su cita.
Por vez primera, lo alivió que Shirley estuviera al corriente de su doble vida. No tenía que cambiarse de traje ni explicarle por qué había sido herido. Shirley experimentó el mismo déjà vu desagradable de Lelouch cuando lo ayudó a bajarse el traje hasta las caderas. El traje tenía un cierre que se abría por detrás y Lelouch se desgarraba de dolor tan solo enderezarse. Dicho sea de paso, había llegado a la clínica sujetándose el estómago como si temiera que se le cayera las vísceras. Para entonces, estaba sentado en la mesa de exploración en el quirófano y se había quitado la máscara.
—¿Otra herida de bala? —fue todo lo que dijo la veterinaria.
Era una pregunta retórica. No debía ni quería responderla. La mujer desinfectó la herida con povidona y Lelouch fue ensartado por un ramalazo que le sacó de raíz un gruñido. Desvió la mirada al escuchar un tintineo metálico. Su exnovia había cogido las pinzas. Lelouch estaba sudando a chorros. Contra la luz, su piel de porcelana relumbraba. También estaba titiritando y castañeando entre dientes muy suavemente. Tenía frío. A decir verdad, su cabello chorreaba agua. Captó su atención un chirrido agudo. Era la ramita ahorquillada de un árbol que raspaba la ventana. Estaba lloviendo de forma sesgada. Las gotas de agua se clavaban en el pavimento con rudeza como una avalancha letal de flechas. Estaba tronando, además.
Lelouch sintió las pinzas retorcerse en busca en la bala en su interior. Experimentó un pinchazo doloroso. Al extraerla, lanzó un grito ahogado. Shirley botó la bala en un recipiente. Tenía la frente perlada de sudor. Arrancó un pañuelo desechable y se secó. Lelouch jadeó. Sintió su pulso palpitar en los oídos. Se atavió de valor para verse la herida. Quería calcular cuántos puntos le cosería y cuánto tardaría en sanar. En esto, el corte comenzó a cerrarse ante sus propios ojos atónitos y los de Shirley. A priori,no hubo otro movimiento que el de la carne de Lelouch cerrándose. Shirley y Lelouch se ensimismaron observando cómo el corte en el abdomen de él se cerraba por arte de magia hasta quedar una arruga apenas visible, luego una cicatriz y después nada. Sucedieron unos minutos en que ambos se devanaron los sesos en el afán de entender lo que había acontecido y cómo.
—¿Qué carajo...? —balbuceó Shirley cuando el silencio era tan palpable que era incómodo.
Lelouch se acarició temeroso la piel nueva de su abdomen. Se sentía tersa. Se sentía bien. Se sentía normal. Enseguida, supo lo que debía de hacer. Cogió un bisturí.
—¡¿Estás loco?! —chilló Shirley.
Lelouch se infligió un corte en el brazo y este se cerró igual de rápido e igual de bien que el de su abdomen. El único vestigio que tenía de la herida era la sangre que había brotado y se estaba secando. Fascinante. Deseaba probar de nuevo su poder regenerativo. Se contuvo por la expresión de miedo de Shirley.
—Creo que puedo explicarlo.
—Me temía que no dijeras esas palabras —musitó—. Adelante, te escucho.
La verdad era que no sabía cómo explicarlo ni quería hacerlo. Sabía que Shirley no ahondaba para satisfacer su curiosidad personal ni para incomodarlo, sino porque estaba genuinamente preocupada por Lelouch. Ella sola se había percatado del sufrimiento que la temprana pérdida de sus padres le había infligido tanto él y a Nunnally, así como había sido testigo de algunas de las dificultades que atravesaron. No obstante, una cosa era dejarla ser su enfermera y otra era hacerla partícipe de sus planes. Así que él le dijo lo necesario.
—Mis padres me sometieron a una serie de experimentaciones la noche que tú me donaste tu sangre. De ahí me rescataron Suzaku, Kallen y Rolo. Esto era un efecto colateral.
—¿Tus padres? —repitió Shirley, boquiabierta.
—También creí que estaban muertos —repuso Lelouch sonriente tristemente—. En realidad, soy un hijo bastardo de Charles zi Britannia. Lamento haberte mentido.
Shirley tenía los ojos desorbitados. Al igual que Kallen, se tomó sus minutos para asimilarlo.
—¿Y Nunna?
—Sí, lo es. O lo era —se corrigió sin voz.
Shirley se mordió el labio inferior. Probó a cambiar de tema:
—Dijiste que «esto» era un efecto colateral. ¿Cuál era el propósito de las experimentaciones? —lo interrogó Shirley. El volumen de su tono aumentaba al mismo tiempo que el horror que la estaba poseyendo—. No, ¡¿por qué tus padres...?!
—Shirley, ¿podrías no preguntarme más? —imploró Lelouch—. Por favor.
Shirley guardó silencio y estudió con atención el semblante de su interlocutor. Una crispación angustiosa había deformado sus bellas facciones. Incluso estaba evitando su mirada. Transida por su dolor, bajó la vista y se vio los guantes de plástico ensangrentados. Se los quitó.
—Está bien. Voy a desechar todo esto —anunció, poniéndose de pie—. Y voy a servirme un café. Con este clima frío, dan ganas de beberse algo caliente. ¿Te apetece uno?
—Sí, ¿por qué no?
—¡Vale! ¡No tardaré!
https://youtu.be/czmPvE6DEP8
Shirley se fue a paso contento. Honestamente, Lelouch hubiera aceptado lo que fuera con tal de que fuera caliente. Su exnovia tenía razón. La mayor parte del tiempo el clima frío no era problema. Es más, le gustaba —el verano y el calor, en cambio, le traía a la memoria algunos recuerdos que prefería sepultar en la tumba del olvida—. No obstante, estaba a medio vestir y empapado hasta los huesos. No estaba en condiciones para disfrutarlo. En tanto, se vistió y trató de ponerse cómodo tendiendo las piernas sobre la mesa y apoyando la espalda contra la pared. Su celular eligió ese preciso instante para sonar. Lelouch leyó el nombre del remitente del identificador. Era su Q-1. Algo en su estómago se agitó. Recibió la llamada.
—¿Kallen?
—¡Lelouch! ¡Me alegra que contestaras! Estaba preocupada —exclamó Kallen luchando por destrabársele la lengua que se había transformado en una piedra que obstaculizaba el paso de las palabras por su boca. Su voz cantarina había alcanzado un timbre extrañamente agudo—. No tenía noticias tuyas. En la televisión dijeron que hubo avistaron a Zero y que se presumía que estaba herido. Añadieron que la policía estaba siguiéndole la pista...
—Estoy bien, Kallen. Logré despistarlos en la persecución, aunque decidí ir a ver a Shirley —la cortó Lelouch con entonación reposada—. Me había rozado una bala y quería comprobar que no fuera nada serio. Afortunadamente, estoy fuera de peligro.
—¡¿Te disparó la policía?! —gimió Kallen cundiendo en pánico.
—No, fue nuestro amigo Bradley. Te contaré con lujo detalles cuando regrese.
—De acuerdo —musitó cediendo ante la imponente calma de Lelouch—. ¿Estás con Shirley?
—Sí, estoy con ella. Ya terminamos y estamos conversando. Me quedaré con ella otro rato y volveré a casa a tiempo para la cena. ¿Te gustaría que te cocinara algún platillo especial?
—Pues un yakisoba no estaría mal —sugirió Kallen con timidez. Sonaba animada. Lelouch la visualizó esbozando esa sonrisa tierna que adoraba y, al cabo, sonrió, contagiándose.
—¡Perfecto! Será yakisoba entonces.
—Bien. Aquí estaré...
—¡Kallen!
—¿Sí?
«Te amo», deseó confesarle. Kallen se lo decía tantas veces al día en cualquier momento (al saludarse, al despedirse, al comer juntos, al abrazarse, al consolarse, al hacer el amor) que lo hacía ver endemoniadamente fácil y duro para él. Había ensayado algunas veces en su mente. Otras delante del espejo. Y se sentía capaz de hacerlo. Pero su valor se desinflaba al mirarla. Tal como ahora al oír su respiración ansiosa. Él sabía que ella estaba aguardando y ella intuía que a él le costaba. Apenas había abierto su corazón para recibirla. Tranquilamente ella podía aguantarse otro tiempo para escucharlo decir que la amaba. Lelouch sintió como las palabras le colgaban en la punta de su lengua. ¡No podía decírselo! Improvisó.
—Cuenta los minutos entretanto. Estaré a tu lado antes de que llegues a cien.
—¡Eso haré! —se rió—. ¡Oye, Lelouch...!
—¿Uhm?
—Te amo.
Kallen colgó. Lelouch mantuvo el celular pegado a la oreja. «No digas eso», hubiera querido replicarle. «Son más que palabras». La declaración de amor de Kallen lo había noqueado. Al volver a sus sentidos, cerró los párpados y guardó el celular. «Se lo diré en casa. En la cama. Sí, estas cosas hay que decirlas en persona. No, no voy a aguardar hasta que estemos ahí. Se lo diré cuando estemos cenando. ¡Uhm! Tampoco. Se lo diré cuando la vea».
https://youtu.be/pyH_kOQlcSE
Shirley estaba apoyada contra la pared externa al cuarto del quirófano. Sostenía los dos vasos en ambas manos. Sin querer alcanzó a oír a Lelouch a la mitad de su conversación telefónica. No tenía que preguntarle nada para saber que Kallen era su interlocutora. Desde luego, estaba al tanto de que estaban viviendo juntos porque ella se mudó de su apartamento y, por lo tanto, se lo había contado emocionada. Eso quería decir que Lelouch había hecho caso a su consejo. Aunque ella se alegraba por los novios, el corazón le dolía un poco. Para ser honesta, quería ser la causa detrás de la radiante sonrisa de Lelouch. Sin embargo, si otra mujer era quien lo hacía feliz, lo aceptaba. La felicidad de Lelouch primaba sobre sus deseos y Kallen era una gran mujer. Le constaba. Shirley se repitió a sí misma las mismas palabras con que aliviaba la angustia de los humanos que llegaban con su amigo perruno o gatuno lastimado a la clínica: «todas las heridas sanan». Un corazón roto también tenía remedio. Shirley respiró profundo. No quería que Lelouch notara que se había descompuesto. Era tan inteligente para establecer las asociaciones. Esperó calmarse para entrar y le ofreció uno de los vasos de café.
—Estabas hablando con Kallen, ¿no es así?
—Sí —tartamudeó. Lo preocupaba que su relación con Kallen dificultara las cosas entre él y Shirley debido a sus sentimientos. Lelouch quería conservar su amistad. Pensó que elogiarla mejoraría su estado de ánimo—. Decidí escuchar a mi corazón. Estabas en lo cierto. Gracias.
—De nada. Quizás debería interpretar esto como una señal del destino de que deje la clínica veterinaria y me haga casamentera —bromeó Shirley. Había captado la intención de Lelouch de amenizar la situación y quiso cooperar. Lelouch se rió entre dientes y Shirley lo observó con detenimiento—. No sé por qué no me percaté antes cuán distinto estás con respecto a la última vez. Estabas apagado. Hoy estás brillante. Te ves...
—¿Enamorado?
—Feliz —indicó ella y le dirigió una sonrisa cálida—. Te ha sentado bien vivir con Kallen.
Los pensamientos de Lelouch lo empujaron hacia la pelirroja. La visualizó en su apartamento, sentada en el sofá pendiente del celular y echando miradas de refilón de cuando en cuando al umbral. En el pasado, nunca se quedaba hasta tarde trabajando en el bufete o estudiando en la universidad o jugando en los casinos. Estaba atento al reloj de su celular calculando cuándo venía el último autobús. Sabía que Nunnally lo aguardaba en casa y no quería retrasarse para no mortificarla. Era puntual en sus llegadas. Al desaparecer, Lelouch creyó que nadie jamás lo esperaría en casa de nuevo. Sin embargo, desde que Kallen se había mudado, era ella quien estaba pendiente de su regreso; así como Lelouch esperaba el suyo cuando a Kallen le tocaba salir y a él quedarse. Era lindo tener a alguien en casa. Y por «casa» él pensaba en los brazos de Kallen. Se habían convertido en una suerte de refugio para él. Imaginaba que Kallen debía sentirse igual. De repente, Lelouch divisó que Shirley tenía entre manos la máscara de Zero. La había agarrado mientras estaba inmerso en sus lucubraciones y ahora estaba estudiándola. La boca de su estómago se cerró.
—Se ve que es una máscara pesada —señaló Shirley, sopesándola.
—Lo es —confirmó Lelouch con gravedad—. Pero he llevado máscaras más pesadas.
—¿«Lelouch Lamperouge» es una de ellas? —se atrevió a preguntarle colocando la máscara donde estaba.
—Sí —respondió Lelouch sin voz.
—Ya veo —asintió la mujer en un susurro—. ¿Y quién se supone que eres ahora? ¿Lelouch Lamperouge? ¿Zero? ¿O quién?
—Lelouch, el chico torpe y vago con quien fuiste a clases en la Academia Ashford —suspiró Lelouch remontando con una tenue alegría—. Contigo es fácil ser solo Lelouch.
Shirley bajó la cabeza y sonrió. Su cara se iluminó con las rosetas de arrebol que aparecieron en sus mejillas. Se le marcaron hoyuelos. Se cepilló el cabello.
—Me contenta saberlo —musitó Shirley, cruzándose de brazos—. Me temía que nada de lo que había visto, oído y sentido hubiera sido real
—¡Pero lo fue! —le aseguró Lelouch. Puso el vaso en la esquina del carrito multiuso cercano donde Shirley había dejado todos los instrumentos y medicamentos para la extracción de la bala y la desinfección y tratamiento de la herida—. Mira, sé que suena inverosímil y tal vez creas que estoy loco y digo esto para convencerte. Pero mis máscaras me permiten expresar mi yo interior. «El hombre nunca es sincero cuando interpreta su propio personaje. Dale una máscara y te dirá la verdad» —recitó Lelouch y cambió el tono a uno ceremonioso para dar a entender que estaba citando las palabras de otra persona.
—¿Quién dijo eso? —preguntó Shirley frunciendo el ceño—. ¿Shakespeare?
—Oscar Wilde —corrigió Lelouch con suavidad—. El punto es que no quiero que creas que nuestras memorias fueron falsas. Me dolería bastante. Jamás te mentiría, si es para lastimarte.
https://youtu.be/bCRZt9qNzYc
Lelouch se deslizó fuera de la mesa de exploración y se acercó a ella. Shirley frenó su avance plantando una mano en su pecho. El gesto consternó a Lelouch. Enseguida, buscó su mirada para leer su mente. Los ojos de Shirley se habían reconcentrado en la sangre seca en el traje de Zero y de ahí no se apartaron.
—Lulú, siempre tuve curiosidad por tus actividades misteriosas y me forcé a tragarme todas mis preguntas porque me asustaba que me excluyeras de tu zona de allegados y de tu... vida. Al parecer, ser tu enfermera era la única forma que tenía para ayudarte. Y te lo dejé pasar por mucho tiempo porque te conozco y mi corazón me dice que tus razones, sean cuales sean, no son malvadas. ¡Y, aun con todo lo que ha pasado, sigo sin entenderlas! ¡No soy como tú! No soy capaz de deducirlas. Pero mi estatus de enfermera me ha permitido comprobar el efecto físico y emocional de lo que sea que haces y me preocupa que no reconozcas tus límites.
—Los conozco bien —replicó Lelouch, retrocediendo.
—La otra vez casi moriste en la clínica y hoy te han vuelto a disparar. ¡¿Acaso no te importa?!
—No me hubiera puesto la máscara, corrijo, no habría venido a esta ciudad, si no tuviera en mente el riesgo. No temo a la muerte —contestó él con acritud. La aspereza de su entonación fue un duro latigazo para Shirley, que contrajo su rostro.
—¿Y a las personas que te aman no les importa? —inquirió Shirley. Lelouch se estremeció—. ¡¿Qué hay de nosotros, Lulú?!
—Lo hago por ustedes.
Era una verdad a medias. Lelouch se motivaba a sí mismo acordándose de todos los inocentes que, de una u otra manera, fueron arrastrados por el espiral de su venganza y en las personas que ya estaban batallando contra el conglomerado maligno de su padre. Pensaba en Naoto y en cómo había sido asesinado queriendo denunciar la verdad del Proyecto Geass, pensaba en Kallen y en la promesa que le hizo, pensaba en Suzaku y en el calvario que había atravesado debido al asesinato de su padre, pensaba en Euphemia y en cómo había acabado trágicamente intentando limpiar el nombre de su familia, pensaba en Tamaki y en cómo había muerto por una lealtad que Lelouch no se merecía, pensaba en Rolo que había sido usado como un arma por varias personas a lo largo de su vida (incluyéndolo a él) y en cómo el arrepentimiento lo había transformado radicalmente, pensaba en el abogado Gottwald y en cómo estaba luchando por redimirse, pensaba en la pelea de los empleados de Britannia Chemicals a pesar de que tenían todo en contra y pensaba en Cera y en cómo su venganza la satanizó. Esto era lo que Shirley quería advertirle. Al igual que Cera lo hizo. Y, con todo, ella misma fue quien le indicó que para erradicar el mal debía convertirse en uno más grande. A su vez, Lelouch también hacía esto por sí mismo, por expiar los pecados de él y su familia, y por Nunnally, que había sido secuestrada y torturada por su culpa.
—No es cierto —prorrumpió Shirley—. No te pedimos que hicieras nada por nosotros. ¡Esta fue tu propia elección! ¿O crees que queremos ver cómo te autodestruyes? ¡Yo no lo quiero!
—Shirley...
—¡Cállate, Lelouch! —gimoteó. Tenía humedad en los ojos avellanos y su rostro empezaba a enrojecerse—. ¡Esto es tan terriblemente injusto! ¡No me quiero resignar a ver tu muerte!
—¡No voy a morir, Shirley!
Shirley apartó a Lelouch, que había reanudado la marcha hacia ella, de un empujón. Lelouch agarró su muñeca y la jaló hacia él. La abrazó con fuerza. Shirley torció la tela de su traje en su puño. En parte, con rabia. En parte, con dolor. Era todo el daño que podía infligirle. Acabó dejándose llevar. Metió el semblante encarnado en su pecho y lloró. Lelouch frotó con cariño su cabeza y la estrechó contra él.
—Si hubiera sabido lo que tramabas, te habría retenido a mi lado —pensó en voz alta Shirley entre sollozos.
La declaración de Shirley transportó a Lelouch a través del tiempo y el espacio. Exactamente al día en que el presidente Charles lo visitó en la cárcel. Le había hablado de su libre albedrío y su otra opción. Si no hubiera decidido destruir a Britannia Corps, a día de hoy estaría en la humilde ciudad en que creció, se ganaría la vida con sus honorarios profesionales de abogado y a buen seguro estaría casado con Shirley, su novia del instituto, su primer amor y a quien usó para adquirir experiencia en las artes amatorias y los placeres de la carne. ¿Tendría hijos? Ella mencionó alguna vez que quería ser madre. Lelouch nunca se imaginó a sí mismo como padre. La idea le infundía terror de sobremanera. No había tenido una figura paterna, ¿cómo se supone que iba a guiar a una criatura en sus primeros pasos por la vida cuando ni siquiera era un buen modelo a seguir? Y, desde luego, si hubiera escogido esta vida, Euphemia estaría viva y Nunnally seguiría con él. Entonces, él no se hubiera reencontrado con Suzaku ni habría conocido a Tamaki ni a Urabe ni a Cera ni a Kallen y Diethard, Bartley y Villetta (y Luciano y Bismarck pronto) habría continuado evadiendo la justicia. Si bien era verdad que Lelouch y Zero los habían castigado por los motivos incorrectos, ellos eran unos egoístas, codiciosos, corruptos y maquiavélicos que debían responder ante sus crímenes.
De cualquier manera, no servía de nada desplegar el abanico de posibilidades a estas alturas. Había elegido un camino el cual no podía regresar y lo sabía de antemano. Lelouch siempre tuvo claro que se estaba metiendo por un valle espinoso, intrincado, agotador y muy doloroso y que no saldría de allí siendo la misma persona que comenzó a transitarlo. Jamás titubeó ni se arrepintió de cruzarlo porque estaba seguro de lo que quería, como podía obtenerlo y a qué costo. Así es. Para que la sangre derramada no fuera en vano, tenía que derramar aún más.
—¿No hay palabras ni nada que pueda hacer para disuadirte, Lulú?
—No.
—Entiendo —gimió—. Imagino que debiste haberte sentido solo y ofuscado caminando en una sociedad de máscaras tratando de discernir qué era verdad y qué era mentira. Me gustaría, si fuera posible, al menos, acompañarte en tu travesía, ya que no me dejas sacarte de ella.
https://youtu.be/_P7OT4Lfd2I
Lelouch echó un paso para atrás y tomó el rostro bañado en lágrimas de Shirley. Enjuagó con los pulgares la humedad. Abrió la boca, pero no llegó a articular nada porque en ese instante tocaron la puerta. Ambos se paralizaron. Shirley había cerrado la clínica colocando el letrero y no esperaban ninguna visita. Lelouch fijó las pupilas dilatadas en el umbral. Tuvo un mal presentimiento. Shirley se dirigió a la puerta.
—¡No, Shirley! —vociferó Lelouch—. ¡No te...!
Escucharon el vidrio templado crujir. A Lelouch y Shirley los traspasó un escalofrío. Alguien había roto la puerta desde afuera para forzar la cerradura. De repente, fueron asediados por una nube de fuego y plomo que agujereó las cortinas, la pared, los cuadros, las lámparas, un florero, entre otras cosas. Lelouch se arrojó sobre Shirley. La prudencia los clavó en el suelo. Allí permanecieron por unos minutos eternos. Se divisaron unas sombras al disiparse un poco la cortina. Todos traían puestos visores ahumados. Pese a que su identidad estaba protegida, Lelouch miraba a través de los visores las expresiones furibundas de sus antiguos aliados y los matones de Britannia Corps trabajando juntos. Los Caballeros Negros sabían la dirección de la clínica veterinaria y Schneizel conocía en dónde estaba el Proyecto Geass. Había venido con Suzaku, Rolo y Kallen. Debía estar al tanto de su Geass y su punto ciego. Su peor temor se materializó ante él. Lelouch se irguió y con movimientos parsimoniosos escudó a Shirley con su cuerpo.
—Es a mí a quien quieren. Déjenla a ella tranquila e iré con ustedes. Haré lo que me ordenen —negoció—. O podemos acabar esto aquí y ahora. ¿No les gustaría tomar su venganza contra mí? ¿Eh, Minami? ¿Sugiyama? ¿Yoshida? ¿Urabe?
—¡Lelouch! ¡¿Qué estás haciendo?! —protestó Shirley, despavorida.
El suspenso tomó control del lugar y de los presentes. Los enmascarados no se movieron. Se diría que estaban deliberando. Los acometió a Lelouch y Shirley un respingo cuando Minami dijo:
—Podríamos, pero el presidente Schneizel nos dio órdenes específicas...
Y abrió fuego. Salvo que la bala no salió de su pistola. Minami fue abatido por Urabe de un tiro a quemarropa. Al instante acribillaron sin misericordia a Urabe hasta la muerte. Por cada disparo, el rebelde corazón de Lelouch impactó durísimo contra sus costillas como si quisiera abrir un hueco y fugarse de su pecho. Por un instante, juró que se había quedado sordo.
Entonces, los matones de Britannia Corps volvieron sus armas contras él...
—¡LELOUCH! ¡NO!
Fue solo un disparo. Un disparo certero. Un disparo que traspasó el dulce corazón de Shirley por atrás al interponerse entre Lelouch y los asesinos enviados por el presidente. Las rodillas de la mujer flaquearon. Con la poca fuerza que le restaba y que iba mermando a cuentagotas, Shirley se abrazó a su amado usando su cuerpo como escudo. Su sangre salpicó a Lelouch.
—¡DETÉNGANSE! ¡¿QUÉ CREEN QUE ESTÁN HACIENDO?! ¡ELLA ES INOCENTE! —rugió Lelouch, horrorizado—. ¡ES A MÍ A QUIEN QUIEREN! ¡ES A MÍ...!
—Lelouch... —resolló Shirley en su oído.
—¡Shirley! —gimoteó Lelouch. Hizo una pausa para tragar saliva—. ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué hiciste eso?! ¡¿Por qué hiciste una tontería así?! Viste que me regeneraba, debiste dejar que...
—Es cierto —musitó forzando una sonrisa lánguida para quitarle importancia—. Qué tonta...
—¡Shirley! —exclamó él cuando los brazos de Shirley alrededor de su cintura lo liberaron y ella casi se derrumbó. Lelouch la sostuvo. Empezó a menear la cabeza de izquierda a derecha con suavidad. Gradualmente, fue incrementando el ritmo—. ¡No! ¡Por favor...!
—Supongo que el amor nos idiotiza en los peores momentos... —observó, entrecerrándosele los ojos.
Lelouch se arrodilló con ella más rápido de lo que hubiera querido. Depositó a la moribunda Shirley en el piso con la misma delicadeza que se cogía una flor aplastada cuyos pétalos están por desprendérsele. Lelouch activó su Geass. Tenía los ojos enturbiados por las lágrimas. En su fuero interno, rogó que eso no diera problemas.
—¡SHIRLEY! ¡VIVE! —le ordenó—. ¡Te he dado una orden, ahora tienes que obedecerme! ¡Ese es mi poder! Tú me preguntaste qué era, ¿no? ¡Ya lo sabes! ¿Me oyes? ¡¿ME OYES...?!
Lelouch fue separado abruptamente de Shirley. Los matones de Britannia Corps lo retuvieron contra el suelo sujetando sus tobillos y sus muñecas. Lelouch forcejeó con una fuerza bestial que ignoraba que tenía. Les suplicó que lo dejaran estar con Shirley. Sus esfuerzos resultaron en un lamentable fracaso. Uno de los matones le encajó en el ojo izquierdo de Lelouch el filo de un cuchillo. Antes de que pudiera tomar aliento para gritar, el hombretón metió sus dedos en su cuenca ocular y se la apretó. Le arrancó el ojo de un tirón. Botó el ojo carmesí con una raíz ensangrentada. La sangre le chorreó sobre la cara. El grito que profirió Lelouch le salió desde lo más recóndito del alma. Fue un grito estertóreo, agudo y espantoso. Lelouch tuvo la espeluznante impresión de que se le habían roto las cuerdas vocales. Su grito se extinguió en algún punto; pero sus labios proseguían entreabiertos y su pecho se sacudía y vociferaba. Las fosas nasales le apestaban a hierro y el ojo izquierdo le lloraba sangre. Y, aun cuando él se estaba muriendo de dolor, Lelouch sollozaba:
—¡Shirley! ¡No!
Después de todo, no había perdido la voz. Sin embargo, sentía que algo dentro de él se había hecho pedazos. Solo que no sabía qué era.
Un segundo después, le dispararon en el tórax y así murió Lelouch Lamperouge.
https://youtu.be/6G0NFv3738s
Al morir Cera, el presidente Schneizel delegó a los dirigentes del Proyecto Geass la tarea de deshacerse de su cadáver. La iban a sepultar en el mismo lugar donde enterraban a todos los sujetos de prueba fallidos. El profesor Asplund solicitó su cadáver para cremarla. A cambio, prometió tener suma discreción. Los demás dirigentes no encontraron motivos para negarse y accedieron. Así pues, el profesor cumplió la última voluntad de Cera expresada en su última charla, dándole el final adecuado a la bruja de las pizzas: «cuando muera, entrega mi cuerpo a las llamas». El profesor casi mandó a inscribir en la urna: «Una chica». Se retractó luego y dispuso que inscribieran «Cera». Ella había ido tan lejos para recuperar su nombre, después de todo. Sería una crueldad despojárselo. También el profesor Asplund ordenó que añadieran el siguiente epitafio: «Las lágrimas falsas causan dolor a otros, pero las sonrisas falsas dañan a uno mismo». Para el final, el profesor compró un ramo de flores surtidas y se la colocó al lado al visitarla. No tenía idea de cuáles eran sus flores favoritas, así que eligió varias: lirios, iris, rosas, violetas, margaritas, camelias, jazmines. Todas rosadas. A Cera le encantaba ese color. Se lo mencionó hace años.
Aquel recuerdo puso en marcha el tren de sus pensamientos. Durante toda la tarde, acaparó su mente. No la Cera pragmática y desdichada que fue a verlo. La Cera soñadora y alegre que le hizo compañía en el Proyecto Geass por un tiempo breve y que tenía la costumbre de importunarlo cuando trabajaba.
—¿Qué significa ser un humano, padre?
Cera solía preguntarle mucho sobre los seres humanos. Estimaba al profesor Asplund como una autoridad sobre el tema. Y, bueno, era la única persona a la que podía interrogar.
—Temo que la respuesta que podría darte no es la que buscas. Soy científico, no filósofo.
El profesor Asplund, a su vez, sorteaba la mayoría de sus preguntas, lo que no desalentaba a Cera para seguir investigando.
—¿Existe un modo de volverse humano o necesariamente uno tiene que nacer como tal?
—¡Demonios, niña! ¡¿Por qué tienes tanto interés en ser humana?! ¡¿Qué tiene de especial?! Los seres humanos son unas criaturas orgullosas y arrogantes. Se creen la gran cosa porque están dotados de capacidad creativa. Pero la verdad es que alcanzan todas sus luchas, hazañas y logros mediante el egoísmo y el instinto porque el hombre es predominantemente instintivo. En realidad, no es diferente de los animales —había declarado el profesor Asplund, harto—. Créeme. Eres mejor que ellos.
—¡No es verdad! Un ser humano es libre de hacer lo que le plazca y de ir adonde se le antoje y yo estoy encerrada y me torturan. ¿Cómo puede ser eso mejor? —se había lamentado. De súbito, ahogó una exclamación de asombro—. ¡Oh! ¿Acaso eso es ser humano? ¿Por eso no querías decirme? ¿Querías que yo encontrara la respuesta? ¡Qué inteligente eres, padre!
—¡No...!
—No puedo hablar de los seres humanos en general porque no conozco suficientes, pero no creo que seas egoísta ni orgulloso ni arrogante. No tengas una opinión tan pobre de ti mismo. ¡Me pone muy triste! —lo había atajado haciendo un puchero. El profesor había apretado los labios con embarazo. Cera le había privado del habla. No pasó mucho tiempo para que Cera volviera a joderlo—. ¿Algún día seré libre e independiente, padre?
Sin embargo, el profesor Asplund no la trató con descortesía ni con sarcasmo.
—Sí, algún día...
—¡¿Cuándo?!
—Cuando aprendas a ser autosuficiente. Ahora bien, no tienes que esperar hasta eso para que puedas ser una humana. Existe una forma de convertirte en una —había agregado el profesor con rapidez para que Cera no le cortara el hilo. Había conseguir retener su atención. Cera lo estaba mirando con los ojos bien abiertos, llenos de expectación e inocencia—. Ten un sueño.
—¿Un sueño? —había preguntado con incredulidad Cera inclinando la cabeza.
—Sí. Los seres humanos persiguen sueños, así como los perros persiguen sus colas. De ese modo ellos matan el tiempo mientras esperan que la muerte venga a librarlos de su existencia. Son tan importantes los sueños para los seres humanos que dedican toda su energía, su tiempo y sus recursos para ellos sin pensarlo dos veces. Sienten que no vale la pena vivir sin sueños.
—¡Tienes razón! ¡No sé por qué no lo había pensado!
—¿Ya ves? —le había sonreído el profesor arqueando las cejas—. Bueno, ¿por qué no te vas a dormir, Cera? De otra manera no vas a poder tener tu propio sueño y ser humana.
—¡Oh, lo haré, lo haré! Pero antes dime cuál es tu sueño. ¡Tengo curiosidad!
—No tenemos la suficiente confianza entre nosotros para que comparta mis sueños contigo —había expresado el profesor automáticamente.
—¡Oh! Está bien si no quieres decirme, aunque yo te diré el mío: desearía estar rodeada de muchas personas que me quieran.
—¿Qué? —había cuestionado, rascándose la cabeza—. Pero, ¿qué clase de sueño es ese?
—Solo un sueño. No hay reglas para los sueños que yo sepa.
—Puedes aspirar a algo mejor, Cera...
—No se me ocurre algo mejor —le había susurrado—. Solo tú me tratas bien. Quiero pensar que hay más gente que puede quererme. Por favor, déjame pensarlo.
—Está bien, niña —había suspirado.
El profesor la llevó de regreso a su celda y la despidió dándole unas palmaditas en la cabeza, la cual era la máxima muestra de afecto que él le prodigaba y que ella aceptaba feliz. Esa vez se avergonzó de tratarla como un perro. No era receptivo ni inclinado a dar cariño y la verdad era que Cera le parecía una cachorrita ávida de amor. Al profesor Asplund le resultaba curioso que Cera jamás se vio a sí misma como un ser humano y, aun así, ella era mucho más humana que la mayoría de personas que él conocía y se consideraban como humanos, si comulgamos con la tesis rousseauniana sobre la naturaleza humana. El profesor Asplund sentía que había contribuido a destruir esa Cera inocente. Inoculó su dulce corazón con su propia amargura y cinismo. En vez de hablarle sobre la depravación humana, tuvo que haberla protegido de ella.
https://youtu.be/_79MaU8sN8s
El profesor contrajo su expresión en una mueca. Al inicio, creyó que era la culpa. Luego, vio que era que su cigarrillo había derramado algo de polvillo en el dorso de su mano. Era lo que sucedía cuando no fumabas con un cenicero cerca. Lloyd barrió el polvillo de la mesa con el brazo. Coincidió con la entrada de Marianne, la amante y la socia del presidente Charles.
Ellos estaban en el Proyecto Geass. En concreto, en su humilde oficina.
—¿Te aislaste aquí para recordar a C.C.?
Lloyd puso una mueca. Se volvió a su inesperada interlocutora con aire de deliciosa sorpresa.
—Me has pillado infraganti. Tú debes aislarte con frecuencia, ¿no?
Lloyd sabía que devolverle la pregunta era la mejor pulla que podía soltar. Marianne contestó con total desparpajo, indiferente ante la insinuación:
—No tanto como tú crees. Una madre podrá estar lejos de su hijo, pero nunca completamente separada de él. Aunque el obstetra corta el cordón umbilical, el lazo que une a una madre con su hijo es irrompible. Yo siento en mis entrañas un cosquilleo cada vez que mi Lulú está en aprietos o se halla afligido. Ahora mismo me siento algo inquieta. Algo sucede. Lo siento.
A Lloyd se le antojó hacer un comentario sarcástico: dudaba que existiera algún componente biológico en la maternidad.
—Entonces tendrás varios problemas uterinos considerando todo lo que debe de sufrir aquel pobre desgraciado. ¡Perdón! Dije una grosería. No debí hablar. No soy el más indicado para versar sobre las entrañas femeninas. Después de todo, soy solo un hombre blanco, aunque no heterosexual —se apresuró a corregirse apenas vio la expresión malhumorada de Marianne. Conocía el riesgo y, aun así, no se resistió a burlarse. A fin de prolongar su vida un poco más, cambió de tema—. Bueno, supongo que el deber de toda madre es proteger a sus hijos hasta el fin de los tiempos. Un hijo es un hijo. No importa si es un adulto —repuso—. Debes saberlo mejor que yo. Mentiste para proteger a Lelouch, ¿o me equivoco?
Era una pregunta que estaba tanteando cuándo y cómo formularla. Ya que Marianne se había acercado voluntariamente a él y había traído el tema a colación, sacó ventaja a la oportunidad. Marianne, que estaba de brazos cruzados y de espaldas a él, esbozó una sonrisa ambigua:
—¿Puedo ser franca contigo, Conde Pudín? ¡Ah, por supuesto que puedo! Siempre lo he sido —gorjeó la mujer. Marianne hizo una pausa y se mordió el labio. Necesitaba estar seria para lo que estaba por decir. Solo que le estaba costando enormemente enseriarse—. Sé que todos en el Proyecto Geass saben que maté a Naoto Kozuki y sé que todos dan por sentado que ese fue mi primer y único asesinato. La verdad es que no lo fue. En realidad, mi primer asesinato ocurrió mientras yo estaba embarazada. Era mi sexto mes de gestación. Un bastardo amenazó con matar a mi Lulú. Yo recientemente me había resignado a tener el bebé. No iba a permitir que ningún degenerado me lo quitara, así que hice lo que debía hacer y protegí a mi Lulú. Sé que está mal regodearse de la desgracia ajena, pero de vez en cuando, en mis ratos de soledad, me trae consuelo pensar que esa vil escoria está en el fuego infernal retorciéndose.
—¿Y quién es la vil escoria? —preguntó el profesor Asplund—. De casualidad, ¿lo conozco?
—¡Ay, Conde Pudín! Si te digo el nombre, se perderá el aura de misterio y no será divertido. El nombre no importa. Lo que importa es que la vida de mi Lulú siempre ha estado en peligro y Charles y yo hemos tenido que protegerlo. Primero aquel adefesio. Luego Schneizel. Desde que se enteró de la existencia de otro posible heredero, estuvo tratando de matarlo por todos los medios. Charles tuvo que fabricar su muerte y la de Nunnally cuando eran solo unos niños indefensos para que los dejara en paz —recalcó—. Él sabía que Charles tenía intenciones de nombrarlo su único y universal heredero y eso arruinaba sus planes.
Lloyd pensó que era injusto que el presidente Charles desheredara a Schneizel en favor de su hijo favorito. Cabrón o no, era su hijo. «Sangre de su sangre», añadió socarrón en su interior. Su resentimiento y envidia contra Lelouch eran comprensibles. Su actitud, aunque rayaba en lo desquiciado, era consecuente. De cualquier modo, no tenía ganas de hablar positivamente de él ni de discutir con Marianne.
—Sí, lo sé. Aun si el presidente Schneizel carece de voluntad, tiene una gran ambición.
—Visto que estamos en el tema, mi querido Lloyd, y me contenta que así sea, dime ¿a quién le eres leal? —inquirió Marianne.
—¿Cómo? No te estoy siguiendo —mintió Lloyd con deje desenfadado.
Marianne apoyó sus manos en ambos brazos de la silla en la que estaba sentado y se inclinó sobre él, de tal forma que tenía un vistazo frontal de su escote y su rostro diamantino a escasos centímetros del suyo. Su aliento le soplaba. Inevitablemente, pensó que si fuera heterosexual su entrepierna se habría levantado para saludarla. Incómodo, Lloyd se fue para atrás.
—Lee mis labios, entonces. ¿A quién le eres leal? ¿Al presidente Schneizel o a mí?
—A ti, por supuesto.
—¿Y me ayudarás a convencer a Lulú a unirse al Proyecto Geass, si es menester?
—Sí —afirmó Lloyd.
A Marianne le complació ver el paso de la saliva por su garganta.
—Bien, es justo lo que deseaba oír —expresó, enderezándose—. Ni pienses en traicionarme. No te gustará conocer mi lado malo.
Los labios sensuales de Marianne dibujaron aquella misma sonrisa conquistadora que atrajo la atención del presidente y que ahora estaba incordiando al profesor Asplund y se alejó entre risas. En honor a la verdad, ni se le había cruzado por la cabeza semejante idea. Marianne era astuta y peligrosa. Le constaba. El ingenio, los modales provocativos, el sentido del humor y el encanto eran las cualidades que sujetaban a los hombres. Charles zi Britannia nunca estaría con alguien que no fuera su igual. Era una tontería provocarla. Lloyd miró con desazón cómo su cigarrillo llegaba al fin de su vida útil. Lo dejó caer y lo apagó pisoteándolo con el zapato. Sacó un nuevo cigarrillo, subió los pies a su escritorio y fumó. Independientemente de eso, Marianne tenía un punto. Al igual que Cera. Ella le había instado a rebelarse contra Britannia Corps en su última conversación. Ella sabía de antemano que Lloyd estaba harto del Proyecto Geass y que quería desvincularse. Ella dio el ejemplo y acabó pagando el precio por rebelde. La muerte era el castigo a los traidores, aunque en ese periodo no le importaba perder su vida, a no ser que fuera a desperdiciarla inútilmente. Como sea, no le prometió nada a Cera. Debía reflexionar con mucho cuidado qué iba a hacer y qué bando iba a escoger.
https://youtu.be/Bg5Ia_XeUWs
Los matones de Britannia Corps desocuparon la clínica veterinaria tan pronto masacraron a los antiguos camaradas de Lelouch. A todos salvo Minami. El disparo no lo mató por milagro. Estaba malherido y le urgía un tratamiento, pero antes tenía que completar el trabajo. Tocaba efectuar la limpieza. Era la parte más sucia de todo, a su juicio, por todo lo que implicaba. Si no actuaban con precaución, corrían el riesgo de dejar un sucio rastro tras de sí. Abandonaron el cadáver de Shirley y robaron la caja registradora para aparentar que había sido un asalto a mano armada. No podían abandonar también a los demás cadáveres. Se desharían de ellos de otra forma. A Minami le pareció poético que la tumba de Lelouch fuera el mismo río que se tragó a su hermana, por lo que les ordenó a los hombres conducir hacia al puente. Antes bien ellos metieron a los cuerpos dentro de sacos, los echaron en la parte trasera de la camioneta y partieron. Lelouch difícilmente se enteraba del desarrollo de los eventos. La bala se le había empotrado en una zona vital, pero no lo había asesinado. Sospechaba que su recién adquirido poder regenerativo había retrasado su fatal desenlace. Con énfasis en retrasar, no impedir; lo que acentuaba y prolongaba su sufrimiento. Recordó que su herida no sanó hasta que Shirley extrajo la bala. Dedujo que ese era la debilidad de su poder. Se regeneraría siempre y cuando su cuerpo no tuviera alojado algún objeto extraño interfiriendo en el proceso. ¡Shirley! Una sombría tristeza atenazó a Lelouch. Ahora, Shirley ya no existía más que en su memoria. Era su culpa su muerte. Si no le hubiera pedido ayuda, si no se hubiera enamorado de él, si no la hubiera conocido, estaría viva. Se estaba rodeando de los cadáveres de sus seres queridos.
«Hazte a la idea, Lelouch», le había reprochado duramente Cera. «No puedes salvar a todos».
«A todos los que amo, ¿a esto te referías, Cera?», le hubiera gustado preguntarle. Bueno, iba a verla y a otros más en un rato. No parecía que iba a salvarse de esta.
Lelouch apercibió el rechinido de la puerta de la camioneta y una luz confusa lo hirió en los ojos a través de la tela que lo envolvía. Vislumbró aproximarse a dos hombretones. Cada uno de ellos asió el saco de diferentes extremos, levantando sus hombros y sus piernas. Lo sacaron de la camioneta. El viento aullaba furioso. El frío y la humedad de la tormenta traspasaban el saco y se infiltraba a su cuerpo. Los relámpagos azotaban el cielo. El chasquido del látigo eléctrico fulgente restallaba en sus oídos. El bravo rumor del agua del río se escuchaba fuerte.
—El río no está para bromas esta noche —comentó uno—. Se hundirá rápido, ¡ja, ja, ja!
—¡Vamos! No nos distraigamos. A la cuenta de tres —anunció el otro. Lelouch sintió cómo su cuerpo se mecía. Inició suave. Fue paulatinamente intensificándose con cada balanceo—. ¡A la una!
—¡A las dos!
—¡Y a las tres!
Lelouch se sintió arrojado a un vacío abisal. El viento oponía resistencia intentando combatir la inexorable gravedad en balde. Como un pájaro herido de muerte, bajó a una velocidad que helaba la sangre en las venas y hendía los aires. Acuchilló la superficie del agua replicando el impacto de un meteoro. Por instinto de supervivencia, Lelouch contuvo la respiración. Fue arrastrado a las negras honduras del río. La presión gélida y pesada de las aguas oprimió su pecho; al tiempo que la corriente se disputaba el saco, halando de él con una fuerza medieval como si estuviera decidida a partirlo en dos.
«¿Es así cómo voy a morir? ¿Herido? ¿Ahogado? ¿Solo?», se preguntó. «Bien. Que así sea. Me reuniré con Nunnally y podré pagar con mi vida de una vez cada uno de mis pecados».
Nuestro héroe cerró los ojos con resignación. Derrotado. El oxígeno acabó abandonando sus pulmones. Ya el disparo y el dolor lacerante en el ojo había diezmado todas sus energías. Su corazón fue disminuyendo el ritmo. De súbito, pegó un vuelco y se paralizó.
https://youtu.be/L1L7KQdtR8o
Entonces, una voz pastosa lo llamó:
«Lelouch...
...Lelouch...
...¡Lelouch!».
¿Por qué Cera lo fastidiaba en ese momento? En todo caso, la incipiente irritación de Lelouch se trocó en una alegría macabra. Si la estaba escuchando, quería decir que estaba muriéndose.
«¿Así es cómo te quieres morir? ¡Qué patético!», se mofó la brujita. «¿Qué hay del juramento que hiciste? ¿Qué hay del mundo de justicia que ibas a crear o fue otra de tus mentiras? ¿Qué hay de los verdugos que juraste que ibas a enjuiciar y castigar? ¿Y qué hay de los amigos que juraste recompensar? ¿Cuál fue el sentido de haber vivido y sufrido tanto si ibas a terminar de esta forma? ¡Joder! Me asquea cómo te revuelcas en tu autocompasión».
«¿Y qué quieres haga, Cera?». Si hubiera verbalizado la pregunta, Lelouch habría arrastrado las palabras.
«Recuerda, Lelouch».
«¿Que recuerde? ¿Recordar qué...?».
«Esto ya lo habías vivido, ¿recuerdas?»
«Sí, lo recuerdo...». Los pensamientos de Lelouch emigraron diecisiete años atrás. Marianne había llevado a Lelouch consigo al Proyecto Geass poco después de haber asesinado a sangre fría a Naoto delante de él. Estaba nervioso, como jamás había estado, de manera que su madre se había sentado con él en un banco, le regaló un chocolate, lo abrazó, le cantó sus canciones infantiles favoritas, le prometió que todo estaría bien y le sonrió con esa sonrisa paciente que le tendía al arroparlo por las noches. Fue la mismísima Marianne quien lo indujo a entrar en la sala de experimentaciones. Le dijo que tenía que hacerse unas pruebas. Le dijo que era por su bien. Y le dijo que se irían en cuanto concluyeran. Lelouch confió en ella y se fue con los científicos. Ellos lo amarraron a una mesa de acero con unas correas de cuero y le colocaron una máscara que cubrió su nariz y su boca que tenía una manguera, la cual estaba conectada a una máquina. Le inyectaron algo en el brazo vía intravenosa y le aconsejaron asirse de las barras de gomas de la mesa por si sentía mucho dolor. Acto continuo, le abrieron el cráneo. Aunque el niño ignoraba que le estaban haciendo, se sentía socavado por un espantoso dolor. Procedieron a aplicarle descargas eléctricas. Todo su cuerpo se tensó contra las ataduras y la piel de sus muñecas y sus tobillos se blanqueó ante el apretón. Sus nervios zumbaban tal cual los cables chisporroteando al entrar en contacto con el agua. Fueron numerosas pruebas.
—¡MAMÁ! ¡PAPÁ! —lloraba él—. ¡POR FAVOR, SÁQUENME DE AQUÍ! ¡ME DUELE MUCHO! ¡SE LO PIDO! ¡HARÉ LO QUE QUIERAN! ¡SERÉ UN BUEN NIÑO!
Pero la súplica fue estrangulada por la máscara. Marianne y Charles lucían impertérritos. El muchacho podía leer en sus facciones relajadas: «es por tu bien». Ellos no iban a intervenir. Lo habían abandonado. Fue en ese lugar y en ese momento que Lelouch observó a sus padres bajo una nueva luz. En el transcurso de la «terapia de electrocución», Lelouch se mordió la lengua al estremecerse. Nunca había probado la sangre. Tenía un sabor a cobre. Extraño y, a la vez, estimulante.
«No van a detenerse. ¡Mis padres son malvados! ¡Voy a morir!».
El chiquillo gimió. Por su tierno rostro corrían gotas de sudor que le mojaban el cabello. Sus músculos ardían de electricidad. Jeremiah le había preguntado cuál fue el último pensamiento que tuvo antes de morir. Quería saber cómo había adquirido un Geass tan poderoso. Lelouch se lamentó no contestarle. Él también tenía curiosidad. No obstante, entonces Lelouch no lo recordaba..., sino hasta ahora.
«No. Hoy no», rumiaba Lelouch. La ponzoña del odio se introdujo en su corazón. «Solo...». «Solo yo controlaré mi destino...».
Lelouch levantó el juramento de que conseguiría salir de ese infierno y reencontrarse con su hermana. Acumularía fuerza a tal grado de que Nunnally tendría en él todo lo que necesitaba. No dependerían más nunca de sus padres ni le deberían respuestas al mundo y cuando fuera el momento, haría justicia. Les cortaría las piernas para que nunca más volvieran a levantarse.
«Controlaré mi destino...».
«Control...».
«Hoy no», se dijo a sí mismo Lelouch en el presente para sus adentros. Reanudaron los latidos de su corazón frenéticamente. Tal era la violencia de la vida que sentía a su pulso aletear en sus sienes, en su cuello, en sus muñecas. Lelouch aguantó la respiración y abrió su único ojo. Este emitió una onda brillante color carmesí y se materializó la silueta de un ave desplegando sus alas.
¡Sí, ya recordaba! Los matones de Britannia Corps no le habían quitado su cuchillo. El cuchillo con que atacó a Bradley, el mismo cuchillo que Cera le había dado al despedirse de él. Lelouch desenvainó el cuchillo en la funda de su cinturón y trabajó en cortar el sudario. Tenía las extremidades agarrotadas por la presión del agua, lo que ralentizó sus movimientos. Pero su espíritu vibraba imbatible inyectándolo de adrenalina. Consiguió desembarazarse del sudario cuando le estaba faltando el aliento. Hizo un hincapié vigoroso y ascendió a través del agua con cada parte de su cuerpo gritando de dolor. Lelouch salió a la superficie chupando galones de aire. Tosió y borbotó cataratas de agua. La Wicca se había burlado de él cuando ellos se instalaron en Pendragón al señalar que era uno de los favoritos de la suerte. Lelouch no la tomó en serio. Tal vez debía empezar a hacerlo. Era un buen nadador. No obstante, la tormenta, su herida y todo el tiempo que se había tardado en reaccionar se conjugaron en su contra. Realmente lo ayudó que el río no fuera profundo. La lluvia lo bautizó. Lelouch alzó la cabeza. Un cielo hostil le devolvió la mirada. Los espejos de agua reflejaban los fogonazos de la tormenta. Las nubes estaban librando una batalla campal. Un relámpago dividió el cielo a la mitad y restañó en su corazón, prendiendo fuego a su voz:
—¡Si para honrar mi promesa tengo que destruirme a mí mismo, la determinación no me hará falta! ¡Exorcizaré de mi corazón la clemencia, la bondad y todo aquello que se interponga en mi camino! —juró cerrando los puños—. ¡Destruiré este mundo dominado por la impunidad, el egoísmo, la ambición, la codicia y la perversidad y crearé un nuevo mundo! ¡Juro que voy a convertir el paraíso de los poderosos en el infierno de los justos, los castigaré con el fuego de su dolor y la sangre de sus crímenes! ¡Juro que los haré sufrir tanto como he sufrido! ¡Juro ser la persona que mi hermana jamás se atrevió a ser! ¡Juro que nada me detendrá! ¡Juro que voy a destruir a ese hombre y que voy a destruir mi cuerpo, mi mente, mi corazón y mi alma! —declaró Lelouch con convicción—. ¡JURO QUE VOY A DESTRUIR A BRITANNIA!
El rugido de Lelouch se extravió en un trueno. En un paroxismo de ira, gritó a los cielos. La garganta le ardía de dolor; mas él seguía gritando en aras de dejar salir al fuego que quemaba sus entrañas y que la lluvia no podía apagar. En algún punto, rompió a llorar. Su ojo derecho se vació en un torrente de lágrimas. Su ojo izquierdo era un agujero obscuro y sanguinolento. El llanto convulso le produjo pinchazos en la herida de bala. Lelouch cruzó los brazos sobre el pecho plantando una mano en cada hombro. Alternó palmaditas entre ambos. Y, de la nada, se le escapó una risita nerviosa entre los dientes mientras vagaba una sonrisa errática por sus labios cuyas comisuras se torcían una y otra vez en señal de contención. Su llanto dio paso a una risa propiamente. Y entonces Lelouch lanzó una carcajada. Una carcajada descontrolada, desgarradora, maniática, malévola. Llenó la naturaleza con sus carcajadas.
Lelouch Lamperouge estaba muerto.
Pero Lelouch vi Britannia había resucitado.
A/N: el final de este capítulo es brutal y poderosísimo. El discurso de Lelouch me dejó helada. Recuerdo que me dije que quería escribir una escena que igualara o superara el retorno de Lelouch en la película de Lelouch of Re;surreccion y, honestamente, sentía que era capaz de hacerlo (no porque mis habilidades son las mejores, sino porque me dejaron la barra bastante baja). ¿Se acuerdan del capítulo en que Schneizel decía que dentro de Lelouch había un monstruo terrible y él no sería quien lo iba a sacar? Bueno, estaría bien que lo tuvieran en mente. Quizás ya se esperaban que alguien muriera y lo resucitaran por el título. Pero tenía que titularlo así porque siempre reservo un capítulo con el título del libro en cuestión. Revenant es una palabra anglosajona recuperada del francés y «significa alguien que ha regresado, especialmente que ha regresado a la vida luego de estar muerto». Este libro, de alguna manera, se siente que está dividido en tres actos muy marcados. Aquí concluye el primero: con la muerte y la resurrección literal de Lelouch. En el siguiente acto apreciaremos la resurrección metafórica del mismo, sin embargo, no nos adelantamos.
Lelouch, en este capítulo, se burló de todos demostrando que era el puto amo, luego lo mataron y, por último, resurgió de sus cenizas como el ave fénix. Ganó mucho y perdió todo. Quizás varios se molesten conmigo porque Lelouch desbloqueó el Geass del otro ojo recién después de haber perdido el ojo izquierdo, pero yo me justifico alegando que ya había establecido previamente la condición de que el Geass se adquiere una vez que la persona resucita. Por tanto, para que Lelouch resucitara, era necesario que su Geass alcanzara el pleno potencial. Además, ninguna de las tres razones para quitarle el ojo a Lelouch tuvo que ver con privarlo de su Geass, pues ya tuvimos un libro dedicado a un Lelouch completamente normal y si creen que este Lelouch es inofensivo sin el Geass, lo juzgaron mal (y esta afirmación se extiende hasta el Lelouch canónico). Al contrario, la primera razón fue para dejarlo vulnerable y, por extensión, matarlo con facilidad, la segunda razón es simbólica y la tercera es inherente a la trama. Dejaré que ustedes las deduzcan. Si me preguntan, la mayor pérdida de Lelouch fue Shirley, no su ojo.
Me gustaría hablar un poco de mi Shirley. Si bien es cierto que no le di un desarrollo e incluso después se me ocurrió que pude hacerlo trasladando su arco del anime aquí al convertir a su papá en un científico del Proyecto Geass, estoy satisfecha con el resultado. Quería que prestara ayuda a Lelouch y lo logré volviéndola su enfermera (en el anime, ella no pudo ayudarlo como le hubiera gustado porque Rolo la asesinó y, honestamente, no creo que podía contribuir con los Caballeros Negros). Del mismo modo, Shirley trajo a colación los dos mismos temas que aportó en el anime: el amor y el perdón, y actuó como una especie de catalizador en los arcos de Suzaku y Lelouch —dicho sea de paso, mis escenas favoritas de ella son sus dos conversaciones con Lelouch en el tercer libro—. ¿Era necesario que muriera? Sí, lo era. La muerte de Shirley es simbólica (esta novela está plagada de simbolismos). Les daré una pista: la muerte de Shirley está conectada a la desaparición de Nunnally y la «resurrección» de Marianne en el sentido de que las tres son avatares del pasado de Lelouch Lamperouge. Barajé tres muertes para Shirley. Una de ellas es la de Euphemia, lo que quiere decir que, por un momento, ella estuvo a punto de morir como Shirley. Decidí darle la muerte que originalmente había planeado para Euphemia porque pensé que causaría un mejor efecto que la muerte de Euphemia fuera sorpresiva, de golpe, y el momento de la muerte de Shirley estaba lleno de tensión. Algo que me pareció adecuado para esta escena y, bueno, esta muerte fue muy similar a la del anime, aunque, si me preguntan, fue más desgarradora. Pues no murió producto de las inseguridades y miedos de Rolo, sino porque quiso proteger a Lelouch, el hombre que amaba.
RIP Urabe, nunca olvidaremos tu sacrificio.
Pasando a otra nota, uno de los contratiempos de este capítulo fue escribir Schneizel. Es el personaje más difícil de escribir para mí porque es el que menos tengo información (lo que me deja la libertad de llenar vacíos) y mucho de lo que vemos en la serie es falso porque él se construyó una personalidad. Con lo cual, tenemos una imagen mental de él como alguien calmado, frío, que tiene siempre el control. Sin embargo, yo decidí darle más profundidad a mi antagonista dándole un arco narrativo. Habíamos visto fisuras de su máscara previamente. Pero ya que estamos avanzando en la historia, corresponde ver lo que hay debajo de ella y eso implica ver lados de Schneizel que jamás hubiéramos pensado. Temía que no fuera verosímil, pero me encargué de conducirlo a esa situación y confío en que lo logré.
Ahora bien, continuemos con las preguntas para terminar: ¿cuál les gustaría que fuera el final del fanfic? (Pueden dividirlo por personaje si les resulta mejor). ¿Qué les pareció la escena final del capítulo? ¿A quién asesinó Marianne antes de matar a Naoto? ¿Qué opinión tienen de la escena de Cera y Lloyd? (Honestamente, me conmovió escribir ese diálogo). ¿Los sorprendió que Lelouch perdiera el ojo? ¿Qué les pareció la muerte de Shirley? ¿Cómo encuentran la escena de Schneizel? ¿Imaginaban que ordenara matar a su hermano? ¿Cuál de las incógnitas planteadas les genera más interés: la subtrama de Cornelia, el futuro de Luciano o el de Lelouch? ¿Les gustó la traducción el milagro de un millón de Zero? ¿Les gustó cómo fue llevada el desenmascaramiento de Zero del anime a aquí? ¿Por qué creen que Suzaku no mató ni entregó a Lelouch? ¿Qué tal les pareció la redada? ¿Pudieron prever que Schneizel iba a usar la trampa de Luciano en su contra? ¿Cuál fue la mayor sorpresa del capítulo para ustedes? ¿Cuál es su escena favorita? ¿Qué expectativas tienen para el próximo capítulo?
Coméntenme todo lo que les apetezca. Los estaré leyendo en «El Trono de Sangre».
Hasta un nuevo capítulo.
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