Capítulo 3: Memorias

Llegó el día del juicio. El primero de tres. Casi todos los involucrados habían tomado su lugar en la sala del tribunal. Solo faltaba el abogado de la defensa. Su puesto estaba vacío. Al lado del asiento, se hallaba el acusado. Suzaku lo había estado examinando en la espera. No tenía el porte de un agresor. Su piel apergaminada, sus mejillas enjutas, su expresión ausente. Bajo la luz artificial, se veía incapaz de matar a una mosca. Lucía como un anciano completamente inocente. Pero Suzaku sabía que no debía guiarse por las apariencias. Este sería el primer golpe contra Britannia de los muchos que vendría. No podía perder. Se lo había prometido a Nina. En la sala del tribunal, el juez se había puesto a leer unos papeles. Se cubrió la boca al escapársele un bostezo. Las personas en el público conversaban entre ellas. No había nada mejor que hacer. Aburrido, Suzaku tamborileaba los dedos sobre la superficie de madera. «¿Por qué demora tanto el abogado Gottwald?».

Coincidiendo con aquel pensamiento, las puertas se abrieron de par en par y a través de ellas cruzó un hombre joven de traje formal negro con su portafolio atrayendo las miradas de todos los asistentes. Lo siguieron hasta que se tendió junto al acusado. Suzaku entró en shock. No era el abogado Gottwald. Era Lelouch. Su viejo amigo de la infancia. «¡¿Qué coño hacía en aquel juicio?!». Este no lo miró, su foco de atención era el juez, pero él sabía que estaba ahí: en el asiento de su oponente.

—Soy el abogado de Taizo Kirihara, Lelouch Lamperouge —anunció el comparecido.

—Abogado, llega media hora tarde. ¿Cuál es el motivo? —le preguntó el juez con gravedad.

—Necesitaba encontrar una evidencia para el juicio, su señoría —se excusó—. No la obtuve, sino hasta ahora. Ya podemos empezar.

No daba una disculpa por el retraso, aunque sí ordenaba cuándo el juicio comienza como si fuera él el juez. Suzaku tenía los ojos desorbitados. Lelouch remató su respuesta con una petulante sonrisa. Acto seguido, se volvió despacio hacia el fiscal. Era su saludo después de diecisiete años. Nadie reparó que justo entonces entró un hombre de cabello castaño opaco. Se integró al auditorio sentándose en la parte trasera. El juez carraspeó.

—Bien. Este es el caso n° 5697 del 2027. Iniciaremos el juicio de un caso aislado en la Corte Central de Pendragón. Fiscal, por favor —indicó el juez. El aludido no se movió—. Fiscal...

El Caballero Blanco volvió a colocar los pies sobre la tierra. Se incorporó.

—Acuso al demandado, Taizo Kirihara, por cargos de agresión sexual.

De nuevo, tomó asiento.

—¿Defensa?

El abogado Lamperouge mantenía fija su mirada en el fiscal.

—La defensa rechaza todos los cargos. El acusado se declara inocente.

Había formulado tantas veces esas palabras que la oración había perdido su significado, pero hoy parecía haberlo recuperado parcialmente. El fiscal Kururugi prosiguió.

—El acusado, Taizo Kirihara, y la víctima, Nina Einstein, estaban en una cena de la compañía con unos compañeros del trabajo en el restaurante Horai cerca de las 7:40 PM. Después de la segunda ronda de bebidas, el Sr. Kirihara alegó que estaba indispuesto y le pidió a la Srta. Einstein que lo ayudara a llegar a su auto. Dijo que llamaría a un conductor y le solicitó que esperara que viniera, conduciéndola así al interior del vehículo. Sin embargo, él jamás llegó. No había registro en el teléfono de una llamada con el conductor. Entrego como evidencia los registros de teléfono de Taizo Kirihara ese día.

El fiscal recogió de la mesa unos papeles y se los confirió al juez. En la pantalla se leía claro que no hubo registro de conversaciones tras las 4: 45 PM.

—Dentro del auto, Taizo Kirihara intentó abusar sexualmente de Nina Einstein —afirmó el fiscal. Nina estaba sentada en el primer banco, entre los asistentes, al oír las murmuraciones detrás de ella, apretó sus párpados cerrados y frunció sus labios como conteniendo las náuseas al recordar algo horrible—. Llamo a la víctima, Nina Einstein, como testigo.

Al escuchar su nombre, la joven se levantó y ocupó su lugar en el estrado. A pesar de que estaba cabizbaja, todos podían darse cuenta de la mezcla de pavor y desconsuelo que desfiguraba su rostro. Era comprensible que era duro para ella estar en el mismo lugar que su atacante.

—Nina —el fiscal suavizó su voz—. En su declaración, señaló que el acusado hacía contacto físico con usted con regularidad, ¿correcto?

—Sí —asintió sin devolverle la mirada—. Decía que mis hombros estaban tensos y que debía caminar erguida o sino mi columna se torcería y, aunque no lo quería, me masajeaba aquí —Nina se tocó en los omóplatos en consonancia con su discurso. No pudo reprimir un gimoteo—. Lo odiaba, pero no podía rehusarme.

—¡¿Qué?! —vociferó el vicepresidente sin dar crédito a sus oídos. El abogado lo agarró del hombro, instándolo a calmarse mediante un estrujón—. ¡Está mintiendo! ¡Yo jamás dije...!

El Sr. Taizo guardó silencio. Se sentó otra vez con resignación. El abogado se levantó.

—No es un acto confirmado. Si tomáramos las palabras de la Srta. Einstein como evidencia de acoso sexual en el trabajo, cada empleado masculino de Britannia Corps sería enjuiciado.

El juez hizo un movimiento afirmativo ante la objeción de la defensa, quien volvió a sentarse. El Caballero Blanco reanudó el interrogatorio.

—Srta. Einstein, justo antes de salir del auto, ¿qué le dijo el acusado?

—Que si le decía a la policía o a cualquier persona: me despediría —repuso con voz chillona.

—Como comenzó a trabajar para Britannia Corps hace un mes, estaba en periodo de prueba y él, al ser el vicepresidente de la compañía, podía despedirla cuando dispusiera. Le dijo eso, ¿cierto? —inquirió el fiscal Kururugi inclinándose a la altura de Nina tratando de encontrarse con su mirada.

—Sí.

—Su señoría, el verdadero problema con el acoso sexual laboral es el abuso de poder. Lo que está en discusión aquí es lo que Taizo Kirihara posee y lo que Nina Einstein tiene que perder. ¡Estoy hablando de poder! —explicó el fiscal con convicción girándose hacia los oyentes. Se volteó un segundo para mirar a Nina—. Por favor, Srta. Einstein, alce su mirada, usted no ha hecho nada malo.

Nina lo obedeció. Claro que hizo todo lo posible para evitar cruzar una mirada con el acusado.

—Defensa, ¿le gustaría interrogar? —preguntó el juez.

—No. Voy a interrogar al testigo que he traído —replicó el abogado Lamperouge.

—Entiendo. Convoquen al testigo de la defensa al estrado.

En la sala, hizo acto de presencia una joven de pelo castaño que el fiscal no identificó. ¿Quién era ella? No podía ser una testigo ocular. Había dado con ella antes, ¿no? Cuando la víctima se retiraba, intercambió una breve mirada con la testigo de la defensa. Parecía tan estupefacta como el fiscal Kururugi. La mujer ocupó su lugar en el auditorio retorciéndose las manos.

—¿Podría presentarse a la corte?

—Soy Sophie Wood, licenciada en química.

Si bien, era una pregunta, su entonación no concordaba. Al abogado no parecía afectarle que la fiscalía tuviera la ventaja. Se desplazaba en un corto vaivén con gracia felina.

—¿Qué tipo de relación tenía usted con la víctima, Nina Einstein?

—Éramos compañeras de la universidad.

—Y, en aquella época, ella la demandó por delito de lesiones, ¿cierto?

—Sí, así es.

El fiscal frunció el ceño. «¿A dónde estaba encauzando esto, Lelouch?». La mirada de Nina vagó erráticamente de un punto a otro. Sin estar segura en dónde detenerse. Su respiración comenzó a acelerarse.

—¿Y la procesaron en esa demanda?

—No. La retiró porque llegamos a un arreglo monetario —respondió la testigo.

—¡Es mentira, su señoría! ¡No hubo tal acuerdo! —protestó Nina, exaltada.

—¿Ah, no? —cuestionó el abogado llevándose las manos a su espalda. Caminó hasta su mesa y agarró una hoja. La enseñó a todos los presentes—. Este es el registro de la transferencia bancaria del fondo del acuerdo entre la testigo y la víctima, Nina Einstein.

—¡Objeción! La defensa está sacando a la luz un evento que no tiene relación con este juicio y enturbia el verdadero problema —intervino el Caballero Blanco enérgicamente.

—El hecho de que la Srta. Einstein estuvo involucrada en otro caso de agresión es importante para la corte —increpó el abogado Lamperouge con serenidad.

—Objeción denegada, fiscalía —dijo el juez.

El abogado entregó la evidencia y se encaminó hacia la testigo una vez más.

—Srta. Wood, aparte de la relación de compañeras, ¿tenía otro tipo de relación con la víctima de este juicio?

—Éramos novias —suspiró.

—Por lo tanto, ¿usted está diciendo que la Srta. Einstein demandó a su propia novia por delito de lesión? —indagó el abogado Lamperouge.

—Sí.

—¿Y quién de las dos sacó a colación el tema del acuerdo la primera vez?

Para esa pregunta, él cambió ligeramente el tono de su voz. A no ser que alguien lo conociera bien, como el fiscal Kururugi, aquel gesto era inapreciable. La comisura izquierda de su labio estirada se ocultaba una sonrisa zumbona. El abogado lo estaba disfrutando.

—Fue Nina.

La respuesta de Sophie parecía haber cincelado sobre piedra el destino del caso o, al menos, de momento, las mareas habían cambiado. Los presentes cuchichearon al respecto.

Nina se paró de golpe. Tuvo que agarrarse del respaldo del bando delantero para contenerse.

—¡Maldita, ¿por qué no dices también que eres una plagiadora?! —rugió— ¡Honorable juez, ella me engañó haciéndome creer que me amaba para robarme mi proyecto de tesis! ¡Fue por eso que la demandé! —admitió Nina jadeante.

—Por favor, cálmese —ordenó el juez.

—Su señoría, esto se trata de un juicio en el que la vida de un hombre que ha trabajado duro para la compañía y por su familia está en juego —manifestó el abogado, sirviéndose de las mismas palabras de la fiscalía—. Las mentiras de la Srta. Einstein, quien ha exigido dinero en un caso similar en el pasado, no deben arruinar la vida de un hombre. La defensa descansa.

El juez asimiló la declaración final de la defensa. Lelouch se fue a sentar habiendo concluido. El rostro de Nina era recorrido por convulsiones de furia y pánico. Suzaku cerró los ojos. El propio vicepresidente estaba plácidamente perplejo. No tanto por el sorprendente testimonio, sino por la exposición de abogado. Aquella seguridad, aquella astucia, aquellos rasgos felinos eran familiares. ¿Cómo no se había dado cuenta cuando fue a visitarlo en el centro penitenciario? El hombre que se había unido al auditorio de último silbó impresionado. El escandaloso caso de agresión sexual instigado por abuso de poder ¿se había convertido en un intento de sacarle dinero a un pobre hombre? No había previsto esa jugada por parte de la defensa. El abogado tuvo que haber investigado concienzudamente para averiguar ese incidente. Ahora la fiscalía debía presentar una prueba contundente o, de lo contrario, la defensa la aplastaría.

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Fuera de la sala de audiencias, Suzaku se reunió con la víctima, quien estaba arrepentida de su conducta en el juicio.

—Tuviste que habérmelo dicho —la reprendió, sobrio.

—No creí que era necesario: era un asunto ya terminado. En verdad, no hubo dinero. La retiré porque me rogó. Dijo que, si le daban el veredicto de culpable, su familia la repudiaría y que solo tenía su carrera —explicó con los ojos llenos de lágrimas—. Sentí compasión. Ella envió ese dinero como forma de agradecimiento y limpiar su consciencia.

—Está bien. Solo te lo digo porque si somos golpeados así de nuevo, perderemos —enfatizó.

Nina asintió, sofocada. Suzaku se percató de que no estaban solos. En el pasillo, Lelouch los observaba. Se sujetó del cuello de su traje y lo haló hacia arriba. Luego se fue, sin decir nada. Suzaku zanjó rápido su conversación con Nina y siguió al abogado hacia la azotea. Tras subir las escaleras, el fiscal escudriñó el recinto. Lelouch estaba, a contraluz, de cara a una formidable ciudad dividida por un río estrecho, con las manos metidas en los bolsillos. Estaban a solas.

—Diecisiete años después y no creí que volverías a usar ese lenguaje de señas de más de 500 palabras —observó Suzaku nostálgico.

—No lo has olvidado —sonrió Lelouch, orgulloso—. Lo creé para enviarnos mensajes secretos que no captaran los adultos entrometidos y los niños molestos, ¡quién iba a decir que todavía sería útil! Tú entenderás. Es mejor que nadie vea al abogado y al fiscal del mismo caso hablando. Se sujeta a malinterpretaciones.

Suzaku se le acercó por atrás. Lelouch se dio la media vuelta. Intercambiaron una mirada en silencio. ¿Cómo se saluda a alguien que no has visto por casi veinte años? Suzaku improvisó sorprendiendo a su interlocutor con un abrazo. Lelouch terminó devolviéndole el gesto con cierta rigidez en sus brazos. Como si no estuviera acostumbrado a tales muestras. Suzaku no sabía cuántas ganas tenía de hacer eso hasta que le dio unas palmaditas en la espalda.

—¿Cómo has estado, viejo amigo? —preguntó Suzaku con entonación cálida.

Se separaron. Lelouch meditó su respuesta.

—Mejor.

—Me alegro. Temía que había hecho algo que te molestara. ¡Tú y Nunnally se largaron de casa sin despedirse y rompiste la comunicación! ¡Te desapareciste por completo! Eso no está bien —fingió amonestarlo. Quería bromear con él, pero era la primera broma que hacía en un largo tiempo. Estaba oxidado.

—Sabes que odio las despedidas —se defendió—. De todos modos, Nunnally yo nos fuimos de la ciudad. Era imposible volver a visitarte.

—Comprendo. ¡Lástima! —exclamó. De repente, le golpeó amistosamente en el brazo—. Mírate, ¡cuánto has cambiado! Estás..., más alto.

Fue lo peor y lo mejor que se le ocurrió. Ambos se echaron a reír.

—Tú también estás más alto, Suzaku —elogió Lelouch, socarrón.

—Sí, bueno, me hubiera gustado que intentaras contactarme para reunirnos en un mejor sitio que en un juicio. ¿Cuándo llegaron?

—La semana pasada.

—¿Cómo está Nunnally? —inquirió Suzaku con reserva.

Lelouch inspiró.

—Feliz de estar vuelta —contestó él, circunspecto—. Aunque lamenta no poder ir a sus lugares favoritos sin ir acompañada de Sayoko y ver cuánto ha cambiado todo.

Esa fue una respuesta completa. Suzaku arrugó la frente en señal de aflicción.

—Me gustaría también saludarla cuando sea posible —dijo con voz estrangulada. Cambió de tema—. Es una ironía de la vida que, aun si no hemos hablado por más de diez años, hayamos estudiado la misma carrera y nos reencontráramos como abogado y fiscal en un juicio, ¿habrá sido planeado el destino?

—No creo en la predestinación —repuso Lelouch, encogiéndose de hombros—. De niño manifestabas un fuerte sentido de la justicia y del deber. Aunque no la barajaba como una de mis posibilidades favoritas, ya que no te veía como un servidor público: eras algo egoísta entonces.

El comentario consiguió arrancarle una sonrisa a Suzaku.

—Tampoco te imaginaba como abogado. Detective, sí, claro que jamás hubieras podido pasar el examen físico. En eso sigues igual, ¿no? —el hombre frunció los labios evitando contestar, a modo de proteger su ego. A Suzaku le hizo gracia—. Lelouch, necesito que me respondas algo —pidió, enseriándose— ¿por qué defiendes al vicepresidente de Britannia Corps? Sabes lo que le hizo el dueño de esa compañía a tu...

—El vicepresidente me escogió para hacer el trabajo. No cree que el abogado Gottwald lo vaya a sacar de la cárcel. Es todo —atajó Lelouch, brusco.

—¿No hay otra razón?

—No hay otra razón —confirmó con aire inocente—. Cuando un abogado hace un contrato con un cliente, sea culpable o inocente, tiene que ganar sin importar cómo.

La frialdad en su mirada contrastaba notablemente con la sonrisa que formaban sus labios.

Suzaku miró abajo por un momento, caviloso. La manera en que terminó su respuesta le hizo recordar lo que le dijo el día del juicio contra el asesino de su madre. Sin embargo, no podía hacer nada más. No era la respuesta que aguardaba escuchar. Ni la que se resignaría admitir. Su celular lo sacó de trance con un pitido. Se fijó que se trataba de su fiscal superior. Necesitaba verlo urgente.

—¡Maldita sea! Tendremos que postergar nuestra charla. Me llaman de la fiscalía —se lamentó—. Buena defensa, abogado —lo ensalzó. Lelouch amplió su sonrisa. Suzaku estaba por retirarse cuando se volvió de pronto—. Te hice una promesa hace diecisiete años. Te mostraré que te equivocaste aquella vez. Todavía quedan hombres buenos, Lelouch.

Eran las mismas palabras que soltó en aquel juicio. El interpelado enarcó las cejas. No sabría decir si fue un gesto irónico o escéptico. Podrían ser ambas.

«No, definitivamente no ha olvidado».


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Acabado el juicio, el espectador, a quien dejamos por última vez en la sala del tribunal como el lector recordará, abandonó el lugar conjuntándose con la marea humana que había acudido al auditorio. Todos comentaban sobre el suceso. Nuestro hombre, en cambio, fue al bebedero y desde allí realizó una llamada. No lo he presentado adecuadamente, así que me apresuraré a corregir mi error: su nombre era Kanon Maldini. Es el jefe de sección de Britannia Corps. Tan pronto como el presidente Schneizel averiguó que el vicepresidente deshizo su contrato con el abogado de la compañía, reemplazándolo por uno más joven del que no oyó hablar, o eso creía, tuvo que cerciorarse que el Sr. Kirihara estuviera en buenas manos, aun cuando tenía la referencia de su hermana pequeña. No eran demasiadas las veces en que Euphemia estaba por delante de él, de forma que tuvo ganas de escuchar su opinión del abogado. Ella lo colmó de loas. Lo consideraba un hombre inteligente, de buen juicio y elocuente y no es que pusiera en duda su credibilidad, pero era difícil que Euphemia li Britannia se expresara mal. Inclusive podía destacar una cualidad de su peor enemigo. Si lo tuviera. Cosa imposible. Para despejar sus dudas, envió a un hombre de entera confianza cuyo trabajo jamás lo había decepcionado. Este confirmó lo dicho por ella y sumó dos cualidades: minucioso y seguro de sí.

El presidente Schneizel trabajaba en su despacho personal en casa cuando su celular repicó. Su leal guardaespaldas, Luciano Bradley, estaba con él. Con la prolija descripción del juicio, quedó picado por la curiosidad. «¿Quién diablos era Lelouch Lamperouge?». Era cierto que a diario se gradúan y vienen abogados a Pendragón porque pueden ganar toneladas de dinero, pero no todos toman los casos de otros. Era raro y sucio.

—Si me permite el atrevimiento de dar mi opinión, presidente. A no ser que la fiscalía venga con una evidencia del tipo que le dé la vuelta al juicio, la defensa ganará.

—Comprendo —afirmó el presidente Schneizel—. La fiscalía necesitará ayuda para destruir al Sr. Kirihara —el hombre le lanzó una mirada discreta a su guardaespaldas, sopesando cada palabra que pensaba decir. Luciano sonrió juguetón. Del otro lado del auricular, su asistente movió la cabeza—. Otra labor bien hecha. Vuelve de inmediato.

El presidente Schneizel colgó primero. Luciano se retiró con una reverencia a medias. En el umbral casi se tropieza con la hermana menor del presidente: Cornelia. Él se disculpó farfulladamente. Pese que lo que dijo fue ininteligible, no se entretuvo con eso y continuó de largo. La mujer penetró en el despacho.

Cornelia li Britannia. Llamada así por la legendaria reina de los británicos y personaje de la tragedia shakesperiana: Cordelia. Por razones desconocidas, a último minuto su padre decidió cambiar la «d» por la «n» al registrarla. Tal vez porque al darle un nombre nuevo subrayaba que era suya. Shakespeare fue igual. Inventó nombres para sus creaciones. La típica soberbia que generaba sentirse original. Aun así, el legado de mujer noble y guerrera inherente al nombre no se extravió y se infiltró en las venas y por los poros de la tercera hija de Charles zi Britannia. Igual a sus antepasados, como cabía esperarse de un Britannia, Cornelia era una ganadora. Desde muy joven, trajo a su familia honor y gloria. Siendo una adolescente, se coronó como atleta profesional de judo y modelo. Su carrera como deportista fue más larga y memorable para el público general, pero ambas los recordaba con cariño ya que, al alcanzar la mayoría de edad, dejó todo eso de lado para meterse de lleno en el negocio familiar. Claro que nunca podría enterrar su pasado: sus movimientos gráciles y su contoneo suave delataban su incursión en el mundo del modelaje; sin hacer mención que solía ir al dojo a practicar judo dos veces a la semana.

Cornelia era directora general de Britannia Corps y su padre le había dejado bien en claro que eso era todo lo que iba a aspirar. A lo que se resignó a regañadientes. Bien que pudo «desquitarse» postergando el destino que él tenía previsto para ella: casarse y procrear hijos con el apellido Britannia. Algo que aún podía hacer. A sus treinta y cinco años, Cornelia era una belleza noble y severa que seguía cautivando (e intimidando) a los hombres a su alrededor. Pero no. Cornelia ya se había desposado con su familia y empresa. La leona eligió una vida de éxito por encima del matrimonio y sus amados hermanos la apoyaban. Esta generación de Britannia, en oposición a los rumores de los maldicientes, eran muy unidos y lo manifestaban abiertamente.

El presidente Schneizel conocía la razón de la visita de la directora Cornelia: era la encargada de organizar su pomposa fiesta por su nombramiento que sería esa misma noche. Se sonrieron con cariño el uno al otro.

—¿Estás ocupado? —preguntó Cornelia, aproximándose.

—Siempre me sobra tiempo para hablar con mi hermana —le sonrió haciendo de lado el papeleo—. ¿Están listos los preparativos? —aventuró entrecruzando los dedos.

—Casi —contestó, sentándose en una esquina del escritorio de Schneizel—. Euphemia está en ello. Sabes que adora decorar y, en ese aspecto, es mejor organizadora que yo.

—Es cierto. Las fiestas ponen de buen humor a nuestra Euphie. Se encargó de la última que tuvimos el año pasado. Fue por el aniversario de la compañía. Sino estoy equivocado fue una fiesta de disfraces. Ella se vistió como princesa.

—No, su disfraz fue un ángel. Tú te presentaste como rey.

—¡Ah, sí! Fue una sugerencia de nuestros asociados. Originalmente fue una broma, claro —se rió al recordarlo—. Estaba corto de ideas —añadió—. Lamento que cancelaras tu viaje a Nueva York. Si me hubiera enterado que nuestro padre tenía intención de montar una enorme celebración por mi ascenso, yo...

—De eso nada. Los vuelos se pueden reprogramar. Te mereces una fiesta. Has invertido toda tu vida prácticamente por esta empresa —replicó la directora con una sonrisa gentil—. Vengo de nuestra bodega. Buscaba el vino que mejor acompañaría a los canapés que serviremos.

—Tu gusto para seleccionar el licor es exquisito —señaló encarecidamente—. Confío en que habrás tomado una buena decisión.

—La cocina ha sido siempre mi fortaleza, ¿no? —reconoció, agarrándole la muñeca—, pero no nos engañemos: tu gusto en vinos es indiscutible.

La familia Britannia poseía una viña en California y con la vid que cosechaba se producía un delicioso vino, del cual Schneizel tenía acceso. Su fascinación por este licor era bien sabida. Gustaba catar vinos de distintas marcas y años para agregar nuevas "etiquetas" a su colección. Solía beber una copa en la tarde o en la noche y tenía la tradición de descorchar una botella y ofrecerle un trago a su cliente cada vez que celebraba un trato para sellar la feliz asociación. Junto a los trajes blancos de moda italiana, eran sus más grandes placeres.

—Inspeccioné la lista de invitados. Tendremos un gran número —comentó la directora—. Más de cincuenta y menos de cien. Vendrán asambleístas, ministros, legisladores, agentes... ¿Papá no te dijo si iba a venir?

El presidente Schneizel fingió pensarlo. Ya había averiguado el motivo de su visita. Bueno, con su hermana no tenía que recurrir a trucos. La confianza entre ellos era mutua.

—Tiene qué. Fue él quien puso en mis manos las llaves de la compañía. De todos modos, no es la primera vez que usa estas fiestas para concretar sus acuerdos sin decirnos nada. Además, —se paró. La directora Cornelia se mostró de acuerdo mediante un ademán triste— me pidió que invitara a alguien muy especial.

—¿A quién? —indagó frunciendo el ceño.

—La clave de su campaña política —sonrió. Por supuesto, con semejante contestación había dicho todo y nada al mismo tiempo dejando en ascuas a su hermana—. ¿Euphemia invitó al abogado Lamperouge a la ceremonia?

Como la directora Cornelia había sacado el tema, podría dirigir la conversación al objetivo de su interés sin problemas.

—Eso hizo. ¿No te parece que quizá está precipitando las cosas? Lo conoció hace una semana en la exposición de arte y lo invita a la casa en la siguiente —pensó en voz alta.

—No me parece. Creo que es bueno que nos presente de una vez a su amigo, ya que podemos estudiar la naturaleza de su carácter y así Euphie nos demuestra que no pretende ocultarnos nada. Cornelia, querida, —susurró, sujetando delicadamente sus brazos— sé cuánto te preocupas por ella, pero déjala. ¿No has notado la chispa de vida en sus ojos? Euphemia estaba alicaída estos meses y fue gracias al abogado que recuperó ese júbilo que nos hace amarla tanto —él estaba a punto de agregar algo, pero cambió de opinión al final—. Bien, debo irme. Procuraré regresar no demasiado tarde. Me disculpas con Euphie. Veré el salón después.

Schneizel soltó a Cornelia, guardó su teléfono y se fue.


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Suzaku se reunió con su superior, el fiscal Guildford, en su oficina. No era él quien pidió verlo, pese que lo había llamado, sino el nuevo fiscal jefe. A lo que Suzaku no podía dar crédito. Tuvo que preguntar una segunda vez para cerciorarse si escuchó bien y él repitió su respuesta. No bromeaba. Ahora bien, ¿por qué una de las personas más importantes de la fiscalía quería hablar con él? Repasó sus acciones recientes, ¿era porque había hecho algo indebido o estaba retrasado con otros casos? ¿Era porque sus constantes idas y venidas a las escenas del crimen incordiaron al departamento de policía y el nuevo fiscal no iba a tolerar eso? Bien, no podía hacerse el desentendido. La semana pasada se propagó la noticia de que ese día se incorporaría a trabajar. Solo que se había entregado al caso de agresión sexual de forma tal que se le había pasado por alto. Suzaku se resignó. Lo que tuviera que pasar, lo asumiría si era su responsabilidad.

Los dos ingresaron al despacho. A Suzaku se le pararon los vellos de la nuca: reconocía quién estaba sentado en la silla del fiscal jefe. Un hombre corpulento de cabello oscuro ondulado recogido en una cola de caballo, tez morena, cejas espesas y ojos azules. Usaba un monóculo en el ojo izquierdo.

—¡Fiscal Kururugi! —censuró el fiscal Guildford—. ¿Qué está haciendo? Está frente al fiscal jefe, Bismarck...

—Waldstein. Es un placer conocerlo —masculló entre dientes, inclinándose respetuoso—. Soy el fiscal Suzaku Kururugi.

Suzaku recordaba al fiscal del juicio del asesinato de Marianne Lamperouge hace diecisiete años y su entusiasta apretón de manos con el abogado de la defensa. De todos los implicados, a su juicio, el peor era Waldstein: su trabajo consistía en castigar a los culpables, pero debido al dinero cerró los ojos ante la injusticia. ¿Cómo una escoria escaló una posición tan alta? No podía entenderlo.

—¿Conque usted ganó el premio al Fiscal del Año? No esperaba que fuera tan joven. Debió trabajar muy duro. Felicidades —le sonrió.

Por alguna razón absurda, le molestó que Waldstein ignorara que había sido él el merecedor del premio cuando todos lo felicitaron por ello.

—Gracias.

—De nada. Un día de estos, debemos comer juntos. Ya sabe, para conocernos mejor. Espero que mi ejemplo lo inspire a continuar haciendo un buen trabajo.

Suzaku apretó los nudillos. El fiscal jefe tenía de sobra el sentido del humor que al fiscal Guildford le faltaba. El joven odiaba ser complaciente, pero sabía que no le quedaba remedio y asintió. Según parece, el fiscal Waldstein lo citó porque deseaba conocer al ganador del premio al fiscal del año y felicitarlo en persona. Imaginó un montón de escenarios posibles que dieran explicación a ese saludo y no previó uno optimista: era cierto que ese había sido el único acontecimiento notable en el que figuraba como estrella.

Suzaku sintió que pudo volver a respirar tras salir del despacho. Con Waldstein al acecho, probablemente sería difícil moverse con la libertad que tenía. ¿Este nombramiento se debía a que las elecciones presidenciales estaban cerca? Sí, ¡no podía ser de otra manera! Sus pensamientos corrían por su mente tan deprisa que Suzaku no reparó cuando regresó a su oficina. La inspectora Croomy se puso de pie nomás al verlo.

—Suza... Fiscal Kururugi, tiene una visita.

Suzaku esparció la mirada. El presidente Schneizel se hallaba sentado en el sofá verde apoyado contra la pared. Se levantó de inmediato.

—¿Cómo está, fiscal Kururugi? Me agrada volver a verlo.

—¡Presidente Schneizel! El placer es mutuo —exclamó Suzaku. Esto había sido una sorpresa enorme—. ¿Q-qué le trae por aquí? ¿Quiere...?

—¿Un café? —se le adelantó sacudiendo la mano—. No se moleste. Su inspectora me lo ofreció al llegar y lo desestimé. No vengo a robarle una hora de su tiempo para importunarle por el caso de nuestro vicepresidente, salvo que usted necesite hacerme preguntas.

—No las tengo, pero si no vino por eso, ¿cuál es el motivo?

—Simple. Odio vanagloriarme de mis logros: lleva al exceso de confianza y luego al desastre eventualmente, pero en esta ocasión es menester hacer mención de ello para contextualizarlo. Mi padre me nombró presidente de Britannia Corps —explicó, lacónico—. Usted a lo mejor lo sabe.

—¡Créame que no! —admitió, anonadado. ¿Cuántas noticias se había perdido que no paraba de caer en el asombro? Su trabajo lo absorbía bastante—. Felicitaciones. Entonces, eso quiere decir que el presidente Charles...

—Se preparará para su campaña. Debido a mi promoción —retomó—, organizarán una fiesta esta noche y me gustaría invitarlo.

—¿Y se molestó en venir desde su empresa hasta acá para invitarme en persona? —balbuceó Suzaku. Se frotó la nuca, abrumado—. Es muy atento.

—Para echar mano a todas las estrategias de persuasión conocidas —asintió el presidente.

—Me halaga que haya pensado en invitarme, pero he estado sobrecargado de trabajo estos...

—Usted no está comprendiendo, fiscal Kururugi —atajó él, sonriente—. Le recuerdo que este repentino ascenso es obra de mi padre y la fiesta también y, por tanto...

—Ya veo, ¿y cuál es el interés del presidente Charles en mí? —preguntó Suzaku, suspicaz.

—Eso no sabría contestarle. Lo lamento. Tan solo me pidió ese favor y me dijo que no dudara en ser persuasivo con usted. Y yo creo que no existe un medio mejor que ser directo y sincero. No obstante, de una cosa estoy seguro: el presidente Charles no es incauto. Es un visionario. Entre todos los que se postulan a la presidencia, es el único que puede llevar este país a lo alto. No lo digo porque sea mi padre. Él tiene un plan y todos formamos parte. A sus ojos, somos piezas en un tablero de ajedrez —el presidente Schneizel hablaba distraídamente sin mirar a Suzaku hasta que sacó aquel dato. Tras una corta pausa, le inquirió mirándolo—: ¿lo sabía? Le gusta ese juego. Diría que la pasión por el ajedrez es todo lo que nos une, además de la sangre y la empresa.

—No.

—Pues ahora lo sabe —indicó, alegre—. ¿Vendrá a nuestra fiesta?

Suzaku vaciló. «¿Acaso tengo otra opción?», se moría por decirle, pero se contuvo. Soltó al final:

—Estaré encantado de ir.

—¡Maravilloso! —su sonrisa se ensanchó. Se le acercó y lo agarró por el hombro, amistoso—. Una cosa más: como es una fiesta, habrá bailes que no querrá perderse. Lleve a su novia.

—No tengo novia —confesó con timidez.

—¿Ah, no? Está bien, no importa, estoy seguro de que encontrará una pareja a tiempo. Siendo usted un fiscal joven, exitoso y bien parecido debe tener cientos de damas ansiosas por salir con usted —lo animó con gentileza. Le dio unas palmaditas—. Lo veré esta noche.

El presidente Schneizel se marchó. Suzaku tenía una expresión perdida. Súbitamente, tenía entre manos dos preocupaciones: el presidente Charles, ¿qué carajo quería hablar con él?, y su pareja, ¿en dónde podía hallar una para esta noche? Todo conducía a una pregunta incómoda: ¿cómo se terminó involucrando en los asuntos de Britannia Corps? El pobre de Suzaku, ya asumiendo lo inevitable, intentó ser positivo: esto podría ser el comienzo de la meta que se propuso hace diecisiete años.

Con esta nueva óptica, Suzaku no podía esperar que la noche sobreviniera.


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¿Por qué una persona va a juicio a rendir una declaración? La primera respuesta que se nos puede ocurrir es porque recibe un citatorio, el cual es imposible ignorar. Aunque no siempre es así. La mayoría de los testimonios dependen de la voluntad de los testigos, mas ¿qué sucede cuando estos no quieren comparecer ante el tribunal? Hay diversas maneras de convencerlos y es aquí que la pericia de un abogado es probada.

Acatando las órdenes de su compadre, Tamaki investigó a Nina. Descubrió su relación pasada con Sophie Wood y la demanda que hubo en su contra. Casualmente, su nombre era el mismo de una de las clientas de un traficante que conocía. No demoró en decírselo a Lelouch y este planificó un encuentro con él. El camello lo confirmó. Enseguida, averiguó cuando sería la próxima vez que iban a verse y acudió con Tamaki. Se aseguraron de tomar varias fotos de la reunión antes de animarse a verla. No estaba muy dispuesta a colaborar con ellos cuando Lelouch le pidió testificar en la corte. Lelouch no podía darse el lujo de ser paciente. Cada día que pasaba era uno menos para el juicio y necesitaba tener la ventaja, así que le ofreció un «trato»: ella asistiría al tribunal en calidad de testigo de la defensa y contaba todo sobre la demanda y él, por su parte, se deshacía de la evidencia que la inculpaba por posesión de drogas. Sophie cambió de parecer en el acto y ya el resto es historia.

Ahora, Lelouch le correspondía cumplir el convenio. Sophie fue a su bufete. Él le mostró que tenía en su poder las fotos. Sacó el yesquero que «había tomado prestado» de C.C. y en frente de ella quemó todo. Sophie respiró tranquila.

—Muchas gracias por su testimonio, señorita Wood. Fue de mucha ayuda.

—Si eso es todo, me retiro.

—¡Espere! —exclamó. Lelouch cogió una de sus tarjetas de presentación guardadas en uno de los cajones de su escritorio, agarró su mano y la colocó en su palma—. Si no tiene cuidado, algún día podría acabar en problemas y necesitará un abogado —dijo con voz seductora cerrándole la mano afectuosamente. Ella se estremeció ante su tacto. Miró su puño y luego a él. No había notado cuán bonitos eran los ojos del abogado—. Váyase —ordenó con frialdad.

Sophie volvió a la realidad y asintió. A solas, Lelouch se reclinó en el respaldo de su asiento. Su oficina actual era más grande que la vieja que había alquilado en la otra ciudad. Era lógico, pues había transformado su antiguo dormitorio en su despacho. Además de tener lo que otras oficinas de abogados poseían: un escritorio, una computadora, sillones de cuero, un librero, su diploma enmarcado..., tenía un modelo tamaño a escala de un castillo que estaba construyendo poco a poco en una esquina del cuarto y un tablero de ajedrez reposando en una mesa de salón rectangular y baja. Habrá renovado por completo la pieza, pero la atmósfera olía a nostalgia. El escenario idóneo para beber de los recuerdos...

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Posteriormente de que eximieran a Luciano Bradley de todos los cargos. El pequeño Lelouch partió directo al hospital donde a su hermana la internaron. Suzaku se ofreció en acompañarlo, y él declinó: tenía que hacerlo solo. Nunnally quería ir al juicio con él, ya que sabía que estaba llevando a cuestas las consecuencias de un siniestro que afectaba a ambos por igual; por lo que lo menos que podía hacer era compartir ese peso. Sin embargo, su condición se lo impedía. El médico le había comunicado a Lelouch que la bala se había alojado en su médula espinal causándole una paraplejia. ¿Cómo iba a decirle a su hermana que no volvería a bailar nunca más, que ni siquiera iba a caminar? ¿Cómo iba a decirle que aquel asesino lo soltaron esa mañana y que el caso iba a cerrar como un suicido? Ni quería pensar en su siguiente preocupación: el funeral de su madre. Lelouch entró en putillas al cuarto de Nunnally. Estaba inquieta en su cama. No estaba acostumbrada a tener los ojos cerrados por mucho tiempo. Observó su mano diminuta y frágil sobre la sábana y se la agarró con ambas manos.

—¡Hermanito! ¿Eres tú? ¿Volviste? —jadeó Nunnally ladeando la cabeza de un lado a otro en su busca—. ¿Cómo estuvo el juicio? Dímelo todo, por favor. ¿Lo atraparon?

—Pues... —susurró débilmente. No supo cómo continuar y dejó las palabras suspendidas en el aire. La niña aguantó la respiración y luego apretó su mano, temerosa—. No..., lo siento —escupió con frustración.

Nunnally abrió los párpados. Sus glóbulos oculares eran dos cáscaras incoloras. Vacías. Sus ojos se anegaron de lágrimas. No dijo ni hizo nada por unos segundos inquietantes, lo que agravó la angustia de Lelouch. De repente, se ahogó en un espantoso llanto. Lelouch no sabía cómo consolarla. En su interior ya libraba una feroz batalla para contenerse. Tenía ganas de echarse llorar también; pero no quería empeorar las cosas: Nunnally estaba demasiado afectada. Se dijo que por los dos debía permanecer tranquilo. Tal como hacía su madre.

—P-pero ¿cómo? —chilló Nunnally, incapaz de hablar—. T-tú le dijiste todo, ¿q-qué más hacía falta? Hermano..., ¡tú me prometiste que todo iba a salir bien! ¡Es injusto! ¡¿Qué vamos a hacer?! Nuestra mamá murió, nuestro papá no está, ¡¿qué nos pasará?! ¡No quiero que me aparten de ti! —sollozó. Se interrumpió para sorber su nariz—. ¡Lelouch! ¡Quiero que mamá esté devuelta con nosotros!

La pequeña temblaba. Se lanzó hacia adelante y lloró con fuerza sobre su regazo. Esta vez fue Lelouch quien le apretó su mano y la rodeó con sus brazos. Apoyó la mejilla en su espalda.

—Perdóname —murmuró pensando que si bajaba el volumen de su voz no correría el peligro de que se le quebrara—. Perdóname, por favor —suplicaba, desesperado. A ella le resultaba complicado hacer caso a su hermano—. Rompí mi promesa —aceptó. Inmediatamente tuvo que parpadear muchas veces para sacudirse las lágrimas que se acumulaban en sus pestañas—, todo salió mal. El mundo no es un lugar justo, pero te prometo —a medida que Lelouch iba controlando más sus emociones, su tono se ensombrecía más— que yo lucharé por darte uno: el que nos hizo esto será castigado y todos los que lo ayudaron también. Solo dame algo de tiempo. Confía en mí una vez más —pidió. Sus facciones se habían endurecido para ese punto—. No llores más: no nos van a separar. No estarás sola: estaré contigo siempre. Yo te cuidaré.

Lelouch recordaba que, tras haber pronunciado esa promesa, su hermana empezó a calmarse. Nada más gimoteaba sin aire. Ella aún tenía fe en él. Eso había tocado una tecla sensible en Lelouch.

Ese 10 de julio, su madre fue asesinada intentando exponer a Britannia Corps y su familia había caído en desgracia. El presidente Charles debía perder todo en indemnización: su empresa, su reputación, su éxito, su familia. Una hora atrás, él había jurado destruir a Britannia Corps con Suzaku sirviendo de testigo. En aquella plática con su hermana reafirmó lo dicho y aun cuando no estaba pensando convertirse en abogado precisamente, estaba centrado en trazar un plan. Si no lo tomaba en serio desde entonces, habría estado susurrando palabras huecas. No cometería el mismo error.

Cumpliría su promesa a Nunnally costara lo que costara. Haría justicia.

Lelouch se pellizcó el puente de la nariz. No importaba si habían transcurrido diecisiete años. En sus sueños, incluso cada vez que cerraba los ojos y se lo tragaba la oscuridad veía en bucle el siniestro en su mente. Era como si estuviera condenado a repetirlo.

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Los hermanos estaban en el cuarto de Nunnally y Lelouch, en efecto, la ayudaba con su tarea en la escuela. Fue cuando entonces escucharon la puerta abrirse. Mamá había llegado. Abandonaron todo y corrieron a recibirla. Ella estaba en el estudio. Nunnally le dio la bienvenida a su madre con un abrazo de oso. Él se quedó rezagado. El agua escurría entre los cabellos de Marianne. Estaba empapada de pies a cabeza y jadeaba en la búsqueda de aire. Supuso que había corrido hacia la casa para guarecerse de la lluvia.

—¡Mami, estás en casa! —exclamó Nunnally, contenta. Marianne la estrechó con fuerza.

—Lo estoy, cariño —aseguró ella—. Tenemos muy poco tiempo. ¡Deprisa, niños! Ayúdenme a hacer las maletas. Debemos irnos.

—¿Irnos? ¿Por qué? —inquirió Lelouch, confundido.

Tocaron el timbre.

—¡Yo abriré! —exclamó sonriente Nunnally. La pequeña soltó a su madre y se fue saltando alegremente.

—¡No, Nunnally! ¡Vuelve! —gritó Marianne, pero su hija no alcanzó a oír.

—Mamá, ¿por qué tenemos que irnos? —insistió Lelouch.

Marianne se dio la vuelta y miró a su hijo, expectante. Presurosa, cogió un portarretrato que estaba colgado en una pared. Sacó la foto y luego una pluma de un cajón. Anotó en el reverso una dirección, se arrodilló delante del niño y se la metió en el bolsillo de su pantalón, al igual que todo el dinero que llevaba en su cartera. Lo sujetó por los bracitos, forzándolo a mirarla.

—Te he dado la dirección de los Ashford —explicó con urgencia—. Si me pasa algo, vayan con ellos y no vuelvan nunca más a Pendragón. No confíen en nadie.

—¿Por qué...?

—¡Y cuida a tu hermana! Necesito que hagas eso, ¿puedes, Lelouch? —preguntó, acunando su carita entre sus manos.

Estando cara a cara, el niño se fijó en las pupilas dilatadas de su madre. La energía nerviosa de Marianne lo estaba contagiando.

—¿Por qué dices esas cosas? ¡¿Qué está ocurriendo?! —exigió saber.

Un disparo les hizo pegar un enorme salto. Nunnally gritó. El niño sintió su corazón subírsele a la garganta. Quiso ir a ver, sin embargo, Marianne lo jaló hacia ella, deteniéndolo.

—¡No, Lelouch! ¡Escóndete! ¡Escóndete!

Y lo empujó hacia el librero. El tono de alarma en su voz lo convenció de que debía obedecer. Él abrió el pasaje secreto y entró. No cerró del todo. Entrevió llegar a unos hombres desconocidos. Supuso que el líder debía ser el que estaba por un paso delante de los otros. Un tipo de cabello castaño y mandíbula afilada. Los que venían con él se desplegaron en torno a ella.

—Hola, cielo —saludó con una sonrisa deslumbrante que dejaba ver sus dientes amarillos y retorcidos—. ¿Creíste que ibas a correr muy lejos? Qué lástima que somos más rápidos —se rió de su chiste—. Sabes qué venimos a buscar. Más te vale que me digas en dónde está.

—No sé de qué hablas —musitó entre dientes Marianne.

—¿No sabes de lo que estoy hablando? —repitió. Avanzó despacio hacia ella en zigzag, parecía un depredador. La agarró por la barbilla de golpe—. Bien —dijo deslizando su pistola desde su sien hasta la barbilla. Marianne se mantuvo firme. El matón amplió su sonrisa burlona—. Entonces, te abriré un lindo hoyo en esa cabeza como el que le hice a tu hija en su...

—¡¿Qué le hiciste a mi hija?!

—¡CÁLLATE! —vociferó, golpeándola con la culata. Marianne se desmoronó. El hombre se agachó y tiró de su cabello hacia arriba. Lelouch percibió que la sangre le estaba goteando de la frente—. ¡Escúchame, cielo! —espetó alzando la voz. Aquella amenaza no iba dirigida a ella. Sus ojos vagaron frenéticos por el estudio—. ¡Sé que estás aquí! Si no sales ahora mismo, le abriré un hoyo en la cabeza a tu madre. ¡¿Eso te gustaría?!

—No hay nadie más aquí —gimió Marianne.

El matón halaba tan duro desde las raíces de su pelo que le arrancaba lágrimas de los ojos.

—¡¿Crees que soy idiota?! ¡Vi un tercer paraguas en el paragüero del vestíbulo y vi las fotos! —le ladró al oído. Marianne cerró los ojos, protegiéndose—. Vamos, bebé. ¿No quieres salir a jugar? Te aseguro que nos divertiremos mucho —rompió en una fea carcajada de hiena que dio escalofríos a Lelouch. Aquel hombre parecía que hablaba en serio—. ¡Ya estuvo bueno! —rugió, enseriándose—. Si no sales, la mataré. A la una —apoyó el arma en la sien de su madre— a las dos —puso el dedo en el gatillo— y a las...

—¡Déjenla!

Lelouch salió. Fue atrapado por dos hombres en el acto. El matón soltó a Marianne. Se encaminó hacia él, se puso de cuclillas, lo evaluó y lo peinó con delicadeza. El niño realizó un esfuerzo sobrehumano en mostrarse imperturbable. Los perros olían el miedo de las personas y, por eso, los atacaban. Tal vez funcionaba con aquel hombre.

—Bien, bien, buen chico. Se parece a ti, Marianne —dijo, risueño—. Oye, niño, ayúdeme. Si me dices lo que quiero saber, te prometo que tu madre, tu hermana y tú saldrán, sino ilesos, vivos —se mordió el labio inferior para contener una risita. Lelouch lo ignoró manteniendo la frente en alto. El corazón le latía a mil—. ¿No me crees? ¡Mira! —se estiró el cuello de su camisa, enseñándole parte de su pecho desnudo—. ¡Que mires, coño! —vociferó potenciando la voz. Esta variaba a la par de sus cambios de humor. El chico decidió hacer caso pensando que era mejor no exacerbar su ira. El hombre recuperó su buen ánimo—. ¿Lo ves? —indagó, emocionado. En su pecho tenía miles de muescas. Distribuidas de derecha a izquierda. Por supuesto, ya habían cicatrizado; no obstante, la imagen era incómoda y horrorosa. Lelouch se sobrepuso respirando profundo—. Cuando mato a alguien, me hago un pequeño corte. En parte, para llevar la cuenta. En parte, para recordarlo. Cada marca es especial, ¿sabes? Son mis trofeos y, te seré franco, ¡tengo tantos que casi no tengo espacio! —afirmó, orgulloso—. Tenía planeado cortarme en honor a ti y a tu linda mamacita aquí —dijo arremangándose la manga de su chaqueta a la altura del pliegue del codo. En su antebrazo observó que él también tenía cicatrices. Menos que en su pecho. Se apuntó en una zona libre— o podría no hacerlo. Todo depende de ti. Contéstame, ¿dónde está la tarjeta de memoria?

—¡Él no sabe nada, Luciano! —intervino Marianne.

—¿No sabes? —le preguntó Luciano sin retirar la vista de su presa. La mandíbula de Lelouch se obstinó en permanecer cerrada. El matón inclinó la cabeza—. Un niño inocente...

Luciano se puso de pie, rodeó al chico y se ubicó detrás. Alborotó su cabello fingiendo cepillarlo. De pronto, lo sujetó por la cabeza y por el mentón. Luciano sintió el paso de la saliva a través de la garganta de Lelouch. Sonrió con maldad.

—¡Luciano, maldita sea! Dime que no vas en serio.

Esta vez quien había hablado era uno de los hombres que vino con el tal Luciano. Hasta ese punto, el niño solo había estado pendiente de él. De reojo, le echó un vistazo al dueño de aquella voz que había salido repentinamente. Era el más joven de todos. Alto, desgarbado, pelirrojo. Dos mechones le caían por ambos lados de su rostro. La forma de sus ojos la halló peculiar: angulosos. Luciano no lo tomó en serio.

—Nunca había matado a un niño —divagó el matón—. ¿Cómo sonaría su cuello roto? Tengo curiosidad, ¿igual que un adulto?

—¡No! ¡NO! ¡A mi hijo, NO! —lloriqueó Marianne—. Bien. Tú ganas... Te diré dónde está.

—¡No, mamá! ¡No lo hagas! —prorrumpió Lelouch.

—Tengo que hacerlo —gimió—. Tu vida no vale más que una tarjeta.

La mujer se levantó, derrotada. Registró en el estante y sacó un libro. Lo abrió, pasó las páginas y cogió un dispositivo diminuto. Uno de los hombres se lo quitó y se lo confirió a Luciano. Él la inspeccionó desde distintos ángulos, cerciorándose de que era la tarjeta que buscaba, luego la guardó y sacó su móvil. Llamó a su jefe. De manera instintiva, se puso a deambular por la habitación arrastrando consigo al pequeño con la finalidad de obtener una mejor recepción. Se detuvieron delante del librero.

—Señor, soy yo —indicó acariciando juguetón el cabello de Lelouch—. Recuperé la tarjeta de memoria. ¿Qué hago con la abogada y sus hijos?

Deshazte de ellos.

El volumen estaba tan alto que Lelouch alcanzó a oír. Era un vozarrón grave. Imposible que perteneciera a una mujer.

—Muy bien —confirmó Luciano.

Cortó y guardó el celular. Colocó sus manos en los hombros tensos del niño, masajeándolo. Lelouch se estremeció. Se devanó los sesos pensando cómo librarse. Si no se le ocurría nada, iban a matarlos. Inesperadamente, Luciano lo arrojó al suelo y lo apuntó con su pistola.

—¡No! ¡Por favor, no! ¡No lo mates! —chilló Marianne, abrazándose a sus piernas. Luciano dio un respingo—. ¡Te di la memoria! ¡Dijiste que no nos harías daño si te la dábamos! ¡¿Qué más necesito hacer para...?!

Luciano la calló descargando un golpe sobre ella.

—¡TE DIJE QUE TE CALLARAS! ¡¿Por-qué-esta-maldita-perra-no-deja-de-interferir?! —jadeó, asestándole durísimas patadas entre cada corta pausa para conseguir que lo liberara.

Marianne se aferró aún más hasta que sus brazos se debilitaron y se desmoronó por completo. Luciano pudo frenar en ese punto, pues había logrado lo que quería. No obstante, tan inmerso estaba en tal acto que perdió la noción. Le gustaba escuchar a la madre sollozar adolorida e implorar por su hijo. Todavía más, como sus huesos crujían con cada nuevo golpe. Lelouch era forzado a mirar horrorizado a su madre encogerse sobre sí misma mientras su cuerpo rebotaba de un lado a otro. Su madre. La mujer imponente que había visto en varios juicios. La mujer que siempre sonreía a sus hijos. Estaba en el suelo vejada, magullada, rota.

—¡Detente, detente, DETENTE! —tronó Lelouch, pálido.

—¡Mira! —bramó Luciano, por fin frenándose. Sin dejar de mirar a Marianne, señaló a Lelouch con su dedo pringoso—. ¡Mira lo que hiciste! ¡Asustaste a tu hijo! Es tu culpa, perra bastarda —vociferó, pateándola una vez más—. ¡Ahora mira a tu hijo morir!

—¡Luciano! ¡Recapacita, por favor! Esto no era parte del plan —intentó disuadirlo aquel joven.

—El jefe dijo que no quería cabos sueltos y yo estoy de acuerdo —cacareó Luciano.

—¡Es solo un niño! ¡¿Qué podría hacer?! —insistió el otro.

—¡Es un niño que sabe demasiado! ¡Y ya no intervengas o te meteré un hoyo en la cabeza a ti también! —replicó—. ¡Charles zi Britannia te manda sus saludos!

Luciano no logró dispararle porque la madre se abalanzó contra él para proteger a su pequeño con las últimas fuerzas que le quedaba. Marianne trató de apropiarse del arma, pero, incluso si la adrenalina había renovado su vigor, no podía vencer a Luciano y cuando los hombres de este se inmiscuyeron en el forcejeo: no había nada que ella pudiera hacer.

—¡Huye, Lelouch! —le ordenó—. ¡Yo lo distraeré! ¡No olvides lo que te dije!

E irrumpió un disparo.

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Un dolor intenso en el lóbulo frontal perturbó las meditaciones de Lelouch. El abogado se cubrió la mitad izquierda de la cara con la mano. Apretó los ojos cerrados. Sintió que una punzada atravesaba su ojo izquierdo. A ciegas tanteó con la mano su escritorio. Dio con un frasco de pastillas. Lo destapó, sacó dos aspirinas y las tragó en seco. Detrás de sus párpados, Lelouch veía una laguna roja, formada con la sangre de su hermana, y el cuerpo de su madre desplomarse hacia atrás. En su cabeza retumbaban el disparo que le quitó la vida a su madre y los alaridos de Nunnally. Traspasado por las memorias, se aflojó la corbata.

C.C. ingresó al despacho.

—Tengo listo el reporte que me pediste sobre la abogada Stadtfled —se calló al darse cuenta la expresión de dolor de Lelouch—. Te duele otra vez ese puto ojo, ¿verdad?

—Dame agua —masculló—. Una migraña es lo último que necesito este día.

C.C. tomó la jarra de agua fría junto a la ventana. Solo contenía cubos de hielo. En vez de ir a la cocina y llenarla, pasó los hielos de la jarra al vaso y se la dio a Lelouch. Este fijó una mirada grave en C.C. Ella alzó los hombros, excusándose.

— Dale tiempo al proceso de fusión. No demorará demasiado —aclaró sacando un cigarrillo. Agarró el yesquero que estaba en el escritorio.

—¿Qué averiguaste sobre la señorita Stadtfled? —preguntó Lelouch para hablar de otra cosa. No tenía ganas de profundizar en lo que acababa de ver. C.C. no era entrometida ni curiosa, por suerte.

—Kallen es la hija menor del matrimonio Stadtfled. Su padre es el rector de la Universidad de Vogue, que es patrocinada por Britannia Corps —informó, sentándose en su escritorio, pasando olímpicamente de las sillas desocupadas. Encendió el yesquero, acercó su cigarrillo a la mecha.

—De algún modo u otro, todos en esta maldita ciudad están relacionados con Charles zi Britannia y su compañía —observó Lelouch uniendo las manos y colocándolas bajo el mentón—. Pero hay algo más: cuando pagué la operación de la madre de Kallen, me fijé que se apellidaba Kozuki. Ya veo por qué estaba tan enojada de que hubiera escuchado su conversación con el médico.

—¡Uy, uy, uy! ¿Una hija ilegítima? —sugirió C.C. aparentando interés—. Como sea, esto te va a encantar: descubrí que ella egresó de la Facultad de Derecho con la honorífica distinción de magna cum laude. Su promedio fue el mejor de su promoción junto a un estudiante becado, ¿adivinas quién fue? Suzaku Kururugi, el fiscal de tu caso. Ellos han estado en una constante competencia.

—Eso quiere decir que se conocen bien —apuntó, enarcando las cejas momentáneamente.

—Más que bien, tienen mucho común. ¿Sabías que el padre del fiscal Kururugi también era un hombre de negocios? Era presidente de una compañía afiliada a Britannia Corps, pero esta quebró y él se suicidó a consecuencia.

—No te pedí que investigaras al fiscal Kururugi —gruñó Lelouch.

—Lo sé —admitió sin atribuirle relevancia— Bueno, ya para finalizar, Kallen trabajó en una prestigiosa firma de abogados. Sospecho que su apellido la habrá ayudado. Estuvo ahí hasta que le suspendieron su licencia. Al parecer, agredió a un juez. No pude enterarme por qué. Sabes que guardan esos detalles por confidencialidad, pero averigüé que él estaba presidiendo un juicio en el que Kallen era la abogada defensora. Se trataba de un caso en que una mujer mató a su esposo. Ella quería reducir su sentencia y no pasó —cruzó los brazos y se rió—. ¿No es gracioso cómo actúa némesis? El fiscal asciende y la abogada se estrella, la echan de su trabajo y acaba convertida en una repartidora. ¿No te preguntas por qué su padre no hizo nada para ayudarla? Es la parte del rompecabezas que me falta.

—La vida no ha sido justa con la abogada Stadtfled. Pobrecita —comentó Lelouch con una sonrisa socarrona, salvo que el tono que utilizó era compasivo—. Aparecimos en el momento adecuado. Le ofrecí trabajar como abogada en la firma la última vez que la vi, pero si ella no tiene licencia: entonces, la contrataré como mi secretaria.

—¿Y para qué quieres dos secretarias? —inquirió C.C., suspicaz.

—Porque la actual no podrá trabajar a tiempo por completo por razones específicas, así que tendré que buscarme otra. No me mires con esa cara —explicó sin borrar su sonrisa—. Eres una pieza central en mi plan. Eres mi torre. No puedo enrocar sin ti. Es por eso que te asigné una tarea más importante. Te contaré los pormenores en otra ocasión: ahora debo prepararme para la fiesta que los Britannia darán esta noche. Iré con la mujer más hermosa de Pendragón. Soy afortunado, ¿no? —bromeó—. Entretanto, necesito que hagas algo por mí. Ve a la escena del crimen y revisa las cajas negras. Para asegurar mi victoria, debo tener a la mano evidencia contundente —remató condescendiente—. ¿Cuento contigo?

—Claro —suspiró. Su boca despidió un vaho de nicotina al articular cada sílaba—. ¿Qué harías sin mí?

—No llegaría tan lejos —respondió Lelouch haciendo un gesto teatral. Ninguno creyó eso, pero él no pretendía sonar sincero. Acto seguido, se levantó al término que C.C. le lanzaba una mirada. Se percató que ya estaba vestido para la fiesta: un brillante esmoquin negro—. ¿Qué tal?

—Un momentito —pidió apretujando el cigarrillo con los dientes para no soltarlo. La mujer se deslizó fuera del escritorio, serpenteó hacia él, deshizo su moño de corbata y lo volvió a hacer con presteza. Sus dedos eran ligeros como caricias de plumas. Ni podía sentirlos. ¿Acaso C.C. fue ladrona alguna vez? Lelouch estaba seguro de no saberlo todo sobre ella—. El moño no está bien.

—Para eso estás tú —replicó, burlón—. La creencia popular afirma que el moño es el trabajo de las mujeres... —comentó sin cambiar el tono.

C.C. sonrió, divertida.

—Sí, salvo que yo no soy una mujer, soy un mueble... ¡Listo! —anunció, apartándose.

—Gracias —expresó ajustándose el corbatín para que quedara en el centro.

Los cubos de hielos se habían derretido. Lelouch concluyó la conversación bebiendo el vaso de un trago. Por último, atravesó el umbral.


https://youtu.be/d6UR0FRL_q4

Kallen estaba en los vestuarios cambiándose la ropa por un sujetador deportivo y unas mallas de yoga. Se había tendido en la banca para atarse las agujetas. Cuando terminó, se miró las zapatillas y luego alrededor, comprobando si faltaba algo. Y así era: solo tenía que colocarse sobre la frente una banda roja. La agarró con cuidado. Como si estuviera sosteniendo algo frágil. Originalmente pertenecía a su hermano mayor. La utilizaba al entrenar. Kallen iba a todas sus prácticas con contadas excepciones. Amaba animar a Naoto y más le fascinaba presenciar las peleas. No podía evitar levantarse e imitar los movimientos. Paraba una vez que el resto de practicantes reparaban en lo que hacía y se reían, abrumados de ternura; entonces, ella se sentaba sonrojada. De niña, su pelo era más corto que en la actualidad, parecía una mata rojiza lo que tenía por cabeza y, si bien, sus piernas eran más cortas y su apariencia, actitudes y preferencias la podían juzgar como una marimacha; desde pequeña, Kallen era un volcán de energía, luz y vida.

Él interpretó positivo el entusiasmo que ella ostentaba y decidió instruirla en artes marciales. Naoto siempre había sido un hermano atento y afectuoso, sin embargo, en los entrenamientos se portaba estricto y es que debajo de esa máscara había una preocupación: sabía que no iba a estar con su hermana todo el tiempo y puede que necesitara defenderse. El mundo era cruel con los niños. En el fondo, rogaba para que Kallen nunca tuviera que apelar a sus habilidades. Sí, pelear era vigorizante, pero también tenía su lado oscuro, ¿cómo le transmitía ese mensaje a una niña totalmente ilusionada?

—Quiero pelear tan bien como tú, hermano. Sé que si sigo esforzándome: ¡lo conseguiré! —decía la niña. En esto, un pensamiento inopinado la tomó por sorpresa—. ¡Oh! —exclamó—. ¡Podría volverme también guardaespaldas! Así rompería huesos y narices con mis puños, ¿no te gustaría? ¡Lucharíamos lado a lado y castigaríamos a los malvados!

—Serías una buena guardaespaldas —sonrió Naoto asintiendo—, pero ¿te digo algo? El puño más fuerte que golpea las cosas contra el suelo no es este —señaló alzando su puño—, es la mano que maneja la ley.

—¿Te refieres a esos señores que andan en esos trajes de pingüino? No entiendo, ¿qué tienen ellos de grandiosos? Se la pasan encerrados en sus oficinas leyendo y escribiendo.

—Bueno, los guardaespaldas realmente no son unos luchadores contra el crimen como crees. Ellos se pasan el santo día detrás de una persona. Es más factible que tengas que enfrentar a una lluvia de cáscaras de huevo que un ataque. Casi siempre no ocurre nada. Comparado con lo que hacen los abogados, tampoco es muy divertido —explicó Naoto—. Si da la casualidad que alguien se acerca a nuestro protegido con malas intenciones, nosotros lo detenemos; sin embargo, son los abogados, los fiscales y el juez quienes determinan el castigo de ese criminal. Los abogados, de cierta manera, son protectores como nosotros ya que se encargan de defender a esa persona del fiscal, que es el que lo acusa. El juez es el que decide al final quien de las dos partes tiene la razón. Frente a ellos, un criminal no puede hacer nada.

—¿Estás diciendo que es mejor que sea abogada? —preguntó mientras procesaba todo.

—Sé aquello que desees ser. Lo que quiero que entiendas es que no te estoy enseñando esto para que ataques a otros, sino para que te puedas proteger a ti misma y a todos los que puedas —le sonrió Naoto acariciando su cabeza con cariño.

Kallen reflexionó por unos minutos.

—Está bien, hermano. ¡Seré abogada! —afirmó con seguridad.

—¿Abogada? ¿No juez? ¿No fiscal? Creí que querías castigar a los malos —repuso Naoto, atónito.

—Sí, pero ante todo quiero proteger a las personas, así como tú proteges al presidente Charles y a mí. Si dices que los abogados son geniales, tiene que ser verdad. Ya lo verás, hermanito, ¡seré la mejor abogada de Pendragón! —prometió derrochando emoción—. Pero, aunque yo vaya a ser abogada y no guardaespaldas, ¿me seguirás enseñando artes marciales?

Naoto soltó una carcajada alegre y pellizcó su mejilla en respuesta. Kallen le devolvió una sonrisa tan grande que mostraba todos sus dientes de leche o los que quedaban. Dieron por acabado el descanso y retomaron las prácticas. Después de que Kallen fuera derribada en todos los enfrentamientos, saltaron a una divertida y adorable sesión de cosquillas. De seguro, Naoto no pensó que lo decía en serio. Si hubiera una forma de decirle que consiguió graduarse como abogada tal como le prometió ese día... Mas no la había ni le serviría en absoluto. Aquella banda roja que tenía entre sus manos era la prueba de que cada uno de los momentos que estuvo con él eran memorias, no sueños. Quizás fuera lo mejor. Se ahorraría decirle que no podía seguir adelante con su promesa porque había sido degradada. La pelirroja se mordió el labio inferior, lamentándose.

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Kallen meneó la cabeza volviendo a sus sentidos. Los vestuarios no eran un buen sitio para llorar. Se anudó la banda alrededor de la frente y salió al gimnasio. Oyó un ruido sordo. No le costó adivinar quién era. Aparte de ella, había una persona que venía los mismos días a ejercitarse. Aún no sabía si que coincidieran incluso en el gimnasio era bueno o malo. Kallen se acercó hasta dónde estaba Suzaku. Lo encontró golpeando un saco de boxeo. Estaba sudando, lo que insinuaba que llevaba un largo tiempo allí. Se le veía muy concentrado. «Tal vez es así en el trabajo». Pensó si debía llamar su atención. Decidió que sí. Iba a percatarse de su presencia y sí o sí tenía que saludarlo. Y, bueno, algunas veces habían practicado juntos, lo cual no había sido tan malo.

—Ya casi lo tienes, campeón. Dale con más fuerza —bromeó.

—¿Kallen? —inquirió Suzaku, girándose.

—Ese es mi nombre —sonrió, orgullosa—. ¿Te basta practicar con tu amigo el saco o quieres hacerlo conmigo? —preguntó mientras se bajaba la cremallera de la chaqueta. Esta rodó fuera de sus hombros, descubriéndolos.

—Eh...

Suzaku contempló el suave movimiento de la chaqueta y se tragó las palabras que iba a decir cuando sus ojos verdes se posaron sobre sus hombros desnudos. Ella captó la doble intención descuidada de las palabras que usó y el rubor tiñendo las mejillas del joven. Le aventó en la cara su chaqueta.

—¡Me refiero a entrenar! ¡¿En qué mierdas estás pensando?!

—¡¿Yo?! En nada, en nada. ¿En qué pensabas tú? —balbuceó, en su defensa.

—¡Aj! Olvídalo. Eres un inmaduro —rezongó Kallen, arrepintiéndose de haber pasado a la ofensiva.

Suzaku era un soñador iluso, pero no era un pervertido y ella lo sabía. Quizá se había apresurado acusándolo. Como sea, no quería retroceder sobre sus pasos.

—¡Espera, Kallen! Sí me gustaría —soltó—. Entrenar contigo, quiero decir —añadió, llevándose una mano a la cabeza.

«¿Y qué otra cosa podría ser sino?». Aun si ella lo pensó, no se atrevió a decírselo. No quería prolongar el malentendido y enredarse en una discusión absurda. En vista de que tenía puesto sus guantes, Kallen se colocó los suyos. Subieron al ring y se pusieron en posición. La mujer tomó la iniciativa. Él esquivó su patada. Volvió a atacar descargando un puñetazo, él lo frenó a tiempo y todos los que siguieron después.

—Oye, ¿tienes planes esta noche? —se aventuró Suzaku.

—¿A qué viene a cuento eso? ¡Cállate y pelea! —rumió, sorprendiéndolo con una patada en el costado. Suzaku gruñó.

—De verdad, ¿tienes algo qué hacer? —probó de nuevo—. Es que...

—¡Concéntrate, maldita sea! No estás usando todo tu potencial, ¡y sabes que puedo golpearte más fuerte que eso si me da la gana!

—Es que me invitaron a una fiesta esta noche y me gustaría ir contigo.

—¡Basta de querer distraerme! ¡No te funcionará!

Se giró sobre su eje y lanzó otra patada. Suzaku vio venir la dirección trazada por su pierna y pudo capturarla. La arrojó lejos. Kallen se derrumbó, pero reaccionó rápidamente dando una voltereta larga hacia atrás. Suzaku aprovechó la oportunidad embistiendo primero. Ella atajó su muñeca segundos antes de que entrara en contacto con su cuerpo. Sin soltarlo aún, bajó su brazo y giró sus hombros realizando una posición invertida, apoyándose solamente en su otra mano. Sus piernas rodearon el cuello de Suzaku y lo volcó al piso. La pelirroja lo inmovilizó agarrando su brazo y aplastando su hombro con la pierna.

—Te aseguro que no lo intento. ¿Qué tal esto? Si te venzo, irás conmigo —resolló Suzaku.

—¡No! —ladró Kallen.

—¿Por qué no?

—¡Porque no y ya!

Suzaku consiguió zafarse, volteándose hacia atrás. Ambos rodaron por la lona, sin embargo, se incorporó antes y se lanzó contra ella sujetándola por los hombros. Kallen se retorció. Él sintió cuando sus pechos rozaron su torso frotando rítmicamente en su lucha por zafarse ahora que los papeles se habían invertido. Suzaku aspiró una bocanada de aire, obligándose a focalizarse.

—«Porque no y ya» no es una razón. ¡Vamos! —la animó—. Es mejor arrepentirse por hacer algo que no haberlo hecho. No puedes juzgar una fiesta sin haber ido —dijo. Pudo notar que ella estaba más pendiente en averiguar cómo salir que en sus palabras. Prosiguió hablando—: quizá te diviertas. Habrá comida, bailes y conocerás gente interesante. Si lo que te preocupa es que te quedes sola, te prometo que bailaré contigo. No me apartaré de tu lado.

—¿Por qué me estás invitando? Tú y yo no somos tan cercanos como me quieres hacer ver. ¿Es que nadie más quiere ir a esa aburrida fiesta que soy lo único que te queda? —jadeó.

—No, simplemente me pareció que esta sería la ocasión para acercarnos, ¿tú no lo ves así?

Era una mentira piadosa. Su primera opción había sido Anya, salvo que ella estaría trabajando hasta muy tarde en un caso y Cécile tenía otros planes. Kallen era su última esperanza. Pese que era consciente de que la pelirroja prefería oír la verdad, no quiso decir que estaba en lo cierto: temía herir sus sentimientos.

—¿Qué dices? Es en la mansión de los Britannia. He pensado que sería mejor que pasara por tu casa y nos fuéramos juntos ya que queda un poco lejos.

La expresión de Kallen cambió.

—¿Eh? ¿En dónde dijiste qué sería?

—En la mansión Britannia —repitió Suzaku.

La mujer lo miró de hito a hito. Por un intervalo, guardaron silencio y, con tamaños ojos, se observaron el uno al otro. Suzaku se preguntó en su interior qué estaría pensando. ¿Por qué no decía nada? ¿Lo estaría considerando? ¿O...? En esto, se percató del espacio estrecho entre ambos. No había hablado en un sentido literal cuando afirmó que le gustaría acercarse a ella. Suzaku fue capaz de apercibir los acelerados latidos del corazón de Kallen haciéndose eco a través de su cuerpo, lo que lo condujo a la distracción y ella tomó esa ventaja para levantarlo con sus pies. Lo arrojó por los aires. El hombre sintió el oxígeno abandonar abruptamente de sus pulmones cuando aterrizó rudamente de espaldas. Reprimió una mueca de dolor. Al abrir los ojos, ella estaba junto a él. Kallen movió la cabeza hacia un lado para sacudirse un mechón que se le había adherido a su frente perlada de sudor, le tendió su mano y lo ayudó a ponerse de pie de un tirón.

—Bien. Iré. ¿Cuándo será?

—¡¿Irás?! —indagó sin creerlo ni disimular su alegría—. El presidente Schneizel no me dio una hora, pero podríamos ir a las ocho. Esas fiestas duran toda la noche —indicó. Ella asintió y salió del ring deslizándose por debajo de la segunda cuerda con agilidad—. ¿Adónde vas?

—¡A comprar un vestido! —contestó a la distancia.


N/A: ¡«habemus» actualización, malvaviscos asados! Espero que este capítulo extenso haya satisfecho sus ansias de leer esta historia por este mes. Rápidamente quiero aclarar dos cositas con ustedes sobre el fanfic:

1. Sé muy bien que el Director Ejecutivo es quien ocupa el puesto más importante en una empresa y que un presidente es más bien un segundón. Sin embargo, no es así siempre. Depende del tipo de corporación. Y ya que este es MI MUNDO, decidí que la persona con más alto poder en Britannia Corps es un presidente, ¿por qué? Porque «director Charles» suena soso. Por el contrario, «presidente Charles» suena imponente. Hasta sexy. Por tanto, ese es el título que Schneizel va a ostentar a partir de ahora que asumirá las funciones de su padre. Yo no soy empresaria, soy escritora y, para mí, las palabras son especiales. Que me refiera a Schneizel constantemente como «presidente», en sustitución de «príncipe», no es casualidad. Estoy reflejando algo. Al igual cuando aludo a Lelouch y Suzaku por sus apellidos y profesiones durante el juicio. Así que presten atención cuando de pronto llame simplemente Schneizel (sin el «presidente»). Es índice de algo. Aquí el «presidente» es dueño de la empresa, director ejecutivo y presidente a la vez. Todo en una persona. Igual que el padre, el hijo y espíritu santo.

2. Nina en el animé es físico (o expresa un alto interés en esta área, a juzgar por lo visto), pero por razones de la trama será químico y algo más que guardaré para cuando se revele. No se despeluquen porque sigue siendo una científica.

Dicho esto, es su turno de hablar: ¿qué les pareció el capítulo? Leí en los comentarios que el primer juicio y el encuentro entre Suzaku y Lelouch era lo más esperado, aquí lo obtuvieron, ¿igualó o superó sus expectativas? Lelouch ganó este primer juicio, ¿tendrá la misma suerte en el siguiente? ¿Ansían pronto que llegue el segundo juicio? Asimismo, se sumaron a nuestro gran elenco nuevos personajes: Kanon, Luciano y Cornelia, ¿qué tal? ¿Les parece que podrían estar en un cuarto encerrados con Luciano? Okey, no xD Estaba de broma. Enfoquémonos en el gran acontecimiento que promete el inminente capítulo cuatro: ¿qué creen que quiera Charles de Suzaku? ¿Se reunirá Lelouch con su amigo en compañía de Kallen? ¿A quién veremos en la fiesta? ¿Qué sucederá en la casa de los Britannia? Cuéntenme cualquier cosa que les haya atraído o les haya hecho ruido que aquí se dieron varias cosas (y memorias) interesantes.

Los estaré leyendo y respondiendo.

No se pierdan el próximo capítulo: Decisión (también llamado: La fiesta).

La cita es en agosto. ¡Saludos!

PD: disculpen los memes. No me pude resistir. Este será el inicio de una tradición divertida xD 

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