Capítulo 28: Cera

Dolor. Fue todo lo que Lelouch percibió entre tanto duraron las experimentaciones. El dolor disparándose a través de su cuerpo atomizando sus células. El dolor vibrando en cada uno de sus nervios. El dolor rasgando las palmas de sus manos sudorosas, enrojecidas y agarrotadas que se aferraban a las barras de goma como si la vida se le fuera en ello. El dolor obligándolo a retorcerse. Por un instante, Lelouch juró que perdería el sentido. Pero el dolor lo mantuvo consciente de todas las descargas eléctricas. Lelouch se oyó gritar y gemir con la correa entre los dientes y sintió la humedad acumularse en los bordes de los ojos en los cuales sus padres se reflejaban. Llegó un punto en que la obscuridad empezó a remolinarse a su alrededor. Fue entonces que añoró la muerte. Así su martirio acabaría y podría reencontrarse con Nunnally. Sin embargo, el dolor, que contraía sus músculos, que estrujaba su corazón y que desgarraba su piel, se interpuso entre ellos igual que un muro. Incluso cuando todo acabó, Lelouch seguía pensando en el dolor. Lo sentía palpitar en sus costillas y en sus piernas temblorosas que se doblaron una vez que sus pies tocaron el helado suelo de linóleo. Lo oía zumbar como energía estática en la sala de experimentaciones y en la celda de contención. A Lelouch le vendaron los ojos y lo embutieron en una humillante camisa de fuerza. Las camisas de fuerza fue una medida preventiva que el Proyecto Geass adoptó después de que algunos sujetos de prueba, como C.C., trataron de suicidarse. Así pues, las camisas de fuerza los protegía de sí mismos. Durante ese tiempo encerrado a solas con sus recuerdos, Lelouch se concentró en la sensación que experimentó. «El dolor es bueno para tu corazón», se había dicho a sí mismo en el pasado. «El dolor te endurece». Lelouch solía repetirse eso desde niño como especie de mantra. Ese fue su modo de digerir el dolor. Bueno, no. No del todo. Convivir con el dolor. Lelouch logró internalizarlo, al cabo. Y ya no tuvo que decírselo otra vez. Nunca se cuestionó la veracidad de esas palabras hasta ahora.

Lelouch resistió al loco impulso de gritar y estrellarse reiteradas veces contra la puerta. Sabía que no conseguiría más que ponerse ronco y lastimarse innecesariamente. Se necesitaba una tarjeta de acceso para abrir la celda. Lelouch calculó que transcurrieron varias horas. No tenía forma de averiguarlo. Allí no había reloj y aun si lo hubiera no podía verlo. Sus padres habían pensado en todo. No cabía duda de que Charles y Marianne lo habían procreado. Lelouch se rió amargamente con los dientes prietos. Se había acurrucado contra la pared, de tal manera que el flequillo cubría la mitad superior de su cara. Estaba en esa posición cuando sus oídos captaron un ruido. Alguien había entrado. Supo quién era. Por diecisiete años, su madre había vivido en su mente. Primero como un recuerdo. Luego como un fantasma. Mas la verdadera Marianne estaba frente a él. Marianne Lamperouge era una mujer de impresionante belleza. Tenía la piel de porcelana, los ojos almendrados y el cabello oscuro y lustroso. Perfectamente podría haber pasado por americana, de no ser por esa suavidad gala en sus rasgos y su acento francés que realzaban su encanto. Tales atributos los había heredado su primogénito, aunque su acento estaba matizado. Marianne bromeaba diciendo que Lelouch mantendría la tradición familiar. Su mirada era gentil y sus labios carnosos usualmente curvaban una sonrisa traviesa.

—¿Ya estás mejor, Lulú? —le preguntó Marianne con untuosa entonación—. ¿Sientes algún mareo o tienes náuseas? Es normal tener esas reacciones tras una descarga eléctrica.

—Me torturaron tú y Charles... —murmuró Lelouch arrastrando las palabras—. ¿Y tienes el descaro de preguntarme si estoy bien?

—¿Torturar? ¿No estás exagerando? —farfulló, desconcertada—. Te aplicaron unas cuantas descargas. Creía que tu padre te había explicado por qué. Fue para eliminar las impurezas de tu cuerpo y dejar las células fuertes y sanas y así acelerar tu proceso de regeneración.

—...Y luego me metieron en una camisa de fuerza —prosiguió Lelouch levantando la cabeza hacia donde procedía su voz— y me encerraron en esta jaula para animales.

—Fue por tu propio bien. Habías amenazado con quitarte tu preciosa vida —gimió Marianne haciendo un puchero—. ¿No crees que tu padre y yo no íbamos a preocuparnos?

—¿Exactamente qué les preocupaba: que su hijo se iba a suicidar o que ya no iban a tener su sujeto de pruebas?

Marianne ahogó un grito. Anteriormente su dolor lo habría golpeado y Lelouch había hecho todo para contentarla. Ya no. Quería seguir hurgando el dedo en la llaga. Quería que sufriera.

—¡¿Qué dices, príncipe mío?! ¡Estás distorsionando las cosas!

—¿Estoy distorsionando las cosas? ¿Qué distorsiono, mamá? —la cuestionó Lelouch. Su voz lo traicionó temblándole al dirigirse a ella como «mamá». En algún punto de su vida, él había execrado esa palabra: se sentía incapaz de pronunciarla sin que lo atravesara dolor—. ¿Estoy distorsionando el hecho de que tú y Charles experimentaron conmigo cuando era niño? ¿O estoy distorsionando que tú y Charles nos engañaron a mí y a Nunnally?

—No fue nuestra decisión...

—¿No fue su decisión haber abandonado a sus propios hijos o la de asesinar a Naoto?

La expresión de Marianne se avinagró por vez primera ante la mención de aquel nombre. Su hijo no pudo verla, pero sí sintió la tensión recrudecerse.

—Naoto. Él es el causante de todo. Si hubiera mantenido la nariz lejos de los asuntos que no le atañen, las cosas habrían acabado diferente.

—¿Qué pasó? —preguntó él. Su madre vaciló. Lelouch no estaba con ánimos de comportarse paciente—. Supongo que vienes para responder mis dudas. Eso incluye la noche del siniestro.

—Sí, es verdad —confirmó Marianne limando su tono áspero—. A lo mejor sabrás que Naoto trabajó para tu padre. Fue el número uno en su academia. Eso le valió un puesto en el equipo de guardaespaldas. A Charles y a mí nos agradaba. Era un jovencito simpático y determinado con un terrible defecto: no conocía cuál era su lugar y eso le trajo desgracia. De alguna forma, logró enterarse de la existencia del Proyecto Geass, se infiltró y tomó numerosas fotos con la intención de denunciarnos con la policía. Afortunadamente, acudió a mí primero. Él confiaba mucho en mí. Quería que lo apoyara. Yo intenté ganar algo de tiempo desalentándolo, ¡pero él no me escuchaba! ¡Era muy testarudo! No me dejó otro remedio que tomar la situación por mis propias manos. Tú y Nunnally, por otro lado, se habían ocultado en el búnker y creo que nos oyeron. A día de hoy no sé por qué estaban ahí —gimoteó—. Nunnally se lanzó sobre él en un intento de protegerlo y recibió la bala. Ya nada me importaba cuando él murió porque mi hijo me había visto mancharme las manos de sangre y mi hija quedó paralítica por mí —agregó. Marianne hizo una pausa. Estaba sintiendo que la pena apretaba su garganta. Tragó saliva, inspiró y continuó—. ¿Tú crees que ustedes fueron los únicos que sufrieron? No hubo un solo día que no los extrañara. Deseaba poder abrazarlos y besarlos. Pensé en reunirme con ustedes; pero me asustaba que se me cayera la cara de la vergüenza. De tan solo imaginarme a tu hermana en su silla de ruedas, me quería morir...

—¿Y por qué no lo hiciste? —la interrumpió Lelouch en un susurro—. Si hasta este extremo habías llegado, ¿qué te detuvo de jalar del gatillo? —tornó a preguntar con la misma dureza. Oyó a su madre proferir un alarido y los labios de Lelouch se estiraron en una sonrisa triste—. Hubo muchas personas que creyeron que eras una mala madre y una mujer desquiciada que osó a dispararle a su hija y se había suicidado por arrepentimiento. Me dolía profundamente oírlos despotricarte. A lo mejor no lo sabes. No estabas ahí. Yo estuve defendiendo tu nombre mientras la fecha del juicio se acercaba —contó—. Yo te admiraba, mamá. Eras una mujer fuerte e independiente, una abogada tenaz y una madre amorosa y protectora. Fuiste mi fuente de inspiración para mis primeros juicios. Tú eras mi mayor heroína en el pasado; hoy eres mi más grande vergüenza ¡y me repugna ser tu hijo! —sentenció Lelouch con voz gutural. Soltó una risotada seca, rayana al sarcasmo—. ¡Quién lo diría! Estuve todos estos años orando por que resucitaras y hoy deseo que estuvieras muerta...

—No me digas eso, Lulú —imploró Marianne—. Hieres mis sentimientos.

Lelouch guardó silencio. Aunque no podía advertir ninguna de sus reacciones, la escuchaba con toda claridad. A sus oídos llegaron sus sollozos lánguidos. Realmente estaba afectada. O podría ser actuación. Era su madre, después de todo. No estaba seguro. Todo lo que creía de su madre era una mentira. Marianne Lamperouge era una asesina, una embustera y la pésima madre que todos habían dicho que era. De repente, sintió que alguien penetró en la celda.

—No te desquites con tu madre, Lelouch. Yo soy el verdadero objeto de tu odio y tu furia —lo sermoneó una voz engolada familiar—. Tú tenías razón en todo. Yo usé tu venganza para que allanaras mi camino a la presidencia y eventualmente vinieras a mí. No atendiste ningún llamado del destino, fue mi voluntad que te trajo de nuevo a Pendragón —admitió el patriarca Britannia—. Fue mi culpa que Nunnally y tú crecieran separados de tu madre. Y también fue mi culpa que ella se quedara ciega. Su ceguera no fue ninguna manifestación postraumática.

—¡¿Qué?! —jadeó Lelouch, horrorizado.

—Esa noche no fuiste el único testigo del asesinato de Naoto. Nunnally también estuvo ahí. Era importante manipular los recuerdos de ambos. Pero, al contrario de ti, tu hermana mostró resistencia contra el Geass y acabó inhibiendo su agudeza visual. Encubrí el efecto colateral atribuyéndolo a una secuela psicológica del trauma —explicó el presidente—. Así como fue mi idea fingir el suicido de tu madre y de experimentar contigo en mi afán de involucrarte en el proyecto. Este lugar es el legado que quise dejar para ti y tu hermana.

—En prisión, me dijiste que observaste cómo miembros de tu familia se apuñalaban los unos a los otros por codicia y se derramaba sangre inocente —aludió Lelouch con aire pensativo—. ¿Te parece que cambió algo con el Proyecto Geass? Porque, hasta donde yo veo, Schneizel y yo nos enemistamos, Euphemia murió y Nunnally está desaparecida —recalcó y del mismo modo que el fósforo que estalla en una cámara de gas, el fuego que engullía su alma explotó—: ¡¿o es que no son capaces de ver lo que su ambición enferma ha provocado?!

—Para Schneizel, todos los que lo enfrentan son sus enemigos. Incluso si son de la sangre de su sangre. De ahí que haya intentado asesinarte a ti y a Nunnally desde que supo su existencia. Tu padre tuvo que hacerle creer que habían muerto. Solo así los dejó en paz. La muerte de Euphemia fue una tragedia que estuvo fuera de nuestro control. Al igual que la desaparición de Nunnally, pero ya nos estamos ocupando —indicó Marianne—. Actualmente, tenemos un equipo de búsqueda registrando el río donde cayó. En cualquier momento, nos darán noticias de Nunnally. Tenemos fe de que la encontrarán viva. ¡Seremos una familia feliz otra vez! Tu padre, tu hermana, tú y yo —aseguró, sonriente—. Inauguraremos una dinastía gloriosa para los Britannia. Tu padre en la presidencia y tú en la cabeza del conglomerado. Seremos como reyes y reinas, Lulú —fantaseó—. Si, por el contrario, está muerta, pues hemos pensado crear un clon. C.C. fue la prueba de que el experimento es un éxito...

—¡Un clon no puede reemplazar a Nunnally! —espetó Lelouch, indignándose—. ¡Ni puede indultar sus pecados!

—¡Nadie habló de reemplazarla!

—¡Cállate! —ladró. Y se volvió con lentitud hacia donde creía que estaba su padre—. No lo entienden. Ninguno de ustedes. No quiero nada. «No tiene nada de glorioso heredar un legado de sangre y mentiras».

De esta manera, tan franca como desdeñosa, el presidente Charles había calificado al antiguo legado de los Britannia y ahora Lelouch rechazaba el nuevo legado que sus padres le ofrecían reciclando sus palabras. El presidente Charles se quedó callado. Aun así, el silencio entrañaba una cólera contenida. Lelouch visualizó al presidente Charles con aquella deliciosa expresión impotente que logró arrancarle en el laboratorio. Fue un perfecto jaque. Entonces, Marianne abofeteó a su hijo y el eco del golpe sordo llenó la celda.

—No te atrevas a faltarnos el respeto —lo amonestó ella, cogiéndolo por la barbilla. Lelouch no movió la cabeza ni se tensó bajo su contacto—. Vámonos, querido. No lo convenceremos hoy y ya lo hemos molestado de sobra. Dejémosle reflexionar en su soledad.

Marianne volvió en sí dando un respingo, se sujetó la mano con que le había pegado a su hijo y se la retorció. Salió bruscamente. No miró atrás cuando las sombras volvieron a abrazar el interior de la celda y a Lelouch, por más tentada que se sintió de hacerlo. Su amante la siguió. Mariane se miró la mano una vez estaba bastante lejos de la celda. Estaba roja y caliente. La palma le palpitaba. Podría decir, incluso, que aún sentía el fantasma de su mejilla de Lelouch cosquilleándole. Jamás le había infligido castigos físicos. Ni siquiera se le había cruzado por la cabeza. Era un método que desaprobaba rotundamente por parecerle agreste e incorrecto y Lelouch siempre fue un hijo obediente. Un niño modelo. Había sido la envidia de las madres de los otros chicos del colegio que Lelouch estudió durante su niñez por eso mismo. Además, su relación siempre fue excelente. ¿Significaba que ya no podían volver a ser lo que eran?

—¿Estás bien, cariño? —le inquirió el presidente Charles.

—No lo estoy, pero supongo que me lo merezco —se sinceró Marianne bajando la mano—. ¡Debí hacerte caso! ¡No debí visitarlo! ¡Empeoré las cosas!

—Tampoco seas tan dura contigo misma. No habías hablado con él por diecisiete largos años. Es tu hijo. Es natural que desees estar con él.

—¿Por qué le mentiste? —indagó Marianne inopinadamente—. Fue idea mía darle un Geass y fuiste tú quien te opuso en su momento.

—Aunque cedí al final.

—Porque yo te persuadí.

—Bien, —empezó a decir el presidente, al mismo tiempo que se detuvo. Marianne se volvió a él—, Lelouch me considera culpable de todas sus desgracias. En cierta medida, es verdad. Ya me odia por ello. Es mejor que concentre todo su odio en mí y no en los dos. Él necesita que, al menos, uno de sus padres sea bueno y necesita tiempo para aceptar el Proyecto Geass.

Marianne sonrió. Enternecida. El presidente Charles era todo lo que decían de él. Distante y rígido. Ambicioso y determinado. Dominante y calculador. Empero, esa percepción apenas rascaba la superficie. Aquella coraza fría y dura, en realidad, estaba resguardando un corazón sensible que no mostraba a nadie porque le producía incomodidad. Por supuesto, Charles no llegó a contarle nada. Ella sola se había dado cuenta. Tampoco era del todo cierto que no era vulnerable con nadie. Marianne era una excepción a la regla y adoraba tener acceso a un lado exclusivo de él. Por esa razón y más, lo había elegido como su compañero de vida y como el padre de sus hijos. Debía confiar en su juicio. Lelouch se uniría a sus padres tarde o temprano.

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C.C. jamás olvidaría el día que conoció a Lelouch. El tiempo había desdibujado los detalles del recuerdo y redibujado otros en su lugar. Pero la sensación que le había dejado permanecía con ella. En aquel entonces, C.C. trabajaba para el Proyecto Geass. Había sido sugerencia de Marianne usarla como espía. De hecho, había sido ella quien le había prometido liberarla por sus «bondadosos servicios». Como cabía esperar de la madre de Lelouch y de la amante de Charles zi Britannia, Marianne Lamperouge era una mujer astuta y buena para los negocios. La proposición fue acogida con agrado por el presidente, así que dio su consentimiento con la condición de que Mao fuera con ella. Le ofrecieron el mismo trato. Mao era un usuario del Geass defectuoso y, por extensión, un cabo suelto. No podían seguir experimentando con él y no tenía ninguna utilidad para el Proyecto Geass. La cosa era que a Mao no le interesaba la libertad. A él le interesaba C.C. y el presidente quería a alguien vigilándola. No confiaba en ella y sabía que Mao era el mejor guardián que podía conseguir. Mao cumplió eficientemente su tarea. Amaba observarla. Al principio, se limitó a eso. Poco a poco fue degenerando hasta obsesionarse. C.C. advirtió enseguida las señales de peligro. Marianne y el presidente Charles no dieron muestras de preocupación en cuanto pasó a acosarla ni cuando cayó presa.

Lelouch fue a visitarla. En esa misma época frecuentaba las cárceles y ayudaba a criminales a salir en su búsqueda de cómplices para su cruzada contra Britannia Corps. Y, de paso, ganar algún dinerillo. C.C. dudaba si eso era signo de desesperación o de astucia. Dicha visita había intimidado a C.C. No fueron de la misma opinión el presidente y Marianne. Por el contrario, lo vieron una oportunidad. Así podría espiarlo más de cerca sin levantar sospechas. Hasta la fecha, C.C. había visto al hijo ilegítimo del presidente Charles en fotos y desde lejos. Fue en la sala de interrogatorios donde oficialmente lo conoció. La atmósfera hermética y oscura de la estación era inquietantemente similar a las instalaciones del Proyecto Geass. No le gustaba. Sin contar que la habían encerrado en una celda, lo que sacudió sus recuerdos más profundos

y la indujo a unas pequeñas crisis de ansiedad. Pero la sonrisa galante de Lelouch le inspiraba calma. Era más gallardo en persona. C.C. se asombró de cuán gráciles y femeninos eran sus modales y su fisonomía. Y, según parece, era plenamente consciente de su magnetismo.

—Hola, señorita Chastain. Soy el abogado Lamperouge. ¿Le importaría si me siento por unos minutos? Me gustaría conversar con usted.

Chastain. Era la identidad bajo la cual ella había vivido durante los últimos años. Falsa, desde luego. Había sido una mendiga huérfana que había vivido casi toda la vida en las calles. Más bien, esa era la vida de su yo original. Ella no tenía nada más que sus recuerdos implantados. Como sea, nadie había pronunciado su apellido correctamente. Salvo Marianne y su hijo.

—¿Por qué no? —había contestado entrecerrando los ojos con resignación—. No es como si tuviera otras cosas qué hacer después.

—Gracias.

Jaló la silla hacia él, se tendió y se puso cómodo entrelazando los dedos ceremoniosamente. Se percataría que hacía ese gesto cada vez que entablaba una negociación.

—Ahora, yo tengo una pregunta: ¿nos conocemos? No recuerdo haberlo llamado ni me suena su cara de ningún lado.

—No con exactitud. Usted no me conoce, pero yo sí la conozco —había expresado ampliando su sonrisa— y temo decirle que está en un apuro muy grande, señorita. La acusan por lesionar de gravedad a un hombre. Específicamente, por echarle cera caliente. Sus huellas en el arma, un testigo ocular y el hecho de que lo hallaron en el piso de su cocina la señalan a usted como la única responsable. Y tampoco la ayudan sus antecedentes por falsificación...

—Y por robo, con mucha honra —había añadido C.C. con cinismo.

—La buena noticia es que la víctima está en condición estable y no quiere presentar cargos en su contra. Por tanto, solo tiene que pagar la fianza y estos caballeros la soltarán ipso facto —le había explicado lanzándole una mirada de soslayo a los policías que estaban afuera.

—No tengo dinero.

—¿Y ningún familiar puede socorrerla? ¿O algún amigo? ¿O su novio?

—Nadie —había susurrado meneando la cabeza—. No tengo a nadie.

C.C. sentía que la respuesta abrasaba su garganta y su boca y quemaba su lengua en tanto las palabras se empujaban por salir de su interior. ¿Por qué? No tenía idea. Era la verdad. Había considerado telefonear al profesor Lloyd, dado que el presidente Charles y Marianne no iban a mover un dedo por sacarla. Pero tenía la sospecha de que tampoco la ayudaría. Todo lo que le importaba eran sus experimentos y sus máquinas. Su afecto era unilateral. Lo sabía, incluso cuando lo llamaba «padre».

—Ya veo —asentía Lelouch—. También soy huérfano, dejé atrás a queridos amigos y rompí con mi novia no hace mucho. Pero no estoy solo y tampoco usted. Tengo a mi hermana. Así como me tiene a mí.

Y, dicho aquello, Lelouch cogió su muñeca. El solidario gesto tomó desprevenida a C.C. Por alguna razón, no intentó desasirse de su agarre. Su toque era cálido y gentil.

—Si lo he entendiendo bien, tan solo necesito pagar la fianza, ¿no? En ese sentido, ¿qué pinta usted aquí? No se ofenda; pero todo parece indicar que no requiero de sus servicios.

—Se equivoca —había discrepado Lelouch y su sonrisa seductora relampagueó. Aquello le comunicó que quería que llegaran a este punto—. Existe algo que usted ignora: hay suficiente evidencia para demostrar que ha sido acosada por la víctima de este crimen y, si es de su deseo, podría demandarlo o asesorarla y ayudarla a poner una orden de restricción contra ese sujeto. Nos aseguraríamos de que jamás vuelva a importunarla. ¿No quisiera eso?

La comisura de la boca de C.C. se elevó esbozando una media sonrisa. Se pasó la mano por el cabello y se inclinó. Apoyó los codos en la mesa de metal que había entre ellos.

—Sabe demasiadas cosas sobre mí. Sabe, incluso, cosas que ni yo misma sé. Lo felicito. Hizo una impecable investigación —observaba—. Me siento en desventaja. No sé absolutamente nada sobre usted, más allá de que es un abogado y que quiere cerrar un trato conmigo.

—¿Qué le gustaría saber?

—¿Por qué quiere representarme?

—De acuerdo —concedía—. Porque recién empecé a ejercer y ando cazando nuevos clientes.

La respuesta genuina y espontánea provocó una risita burbujeante en C.C. La sofocó con la mano. Lelouch era la personificación del carisma y el encanto. ¿Cómo no caer en sus redes? Era agradable estar con él. De alguna manera que escapaba al entendimiento de C.C., Lelouch lograba que se sintiera humana. Originalmente, lo atribuyó a su naturaleza bondadosa que lo impulsaba a tratarla como un ser humano cualquiera. Su convivencia con él y su hermana y sus interacciones con los miembros del Escuadrón Zero vivificaban la sensación. Pero luego de que Lelouch la salvó en el muelle ella descubrió la fuente: eran la simpatía y el cariño que le profesaba.

—O sea que ¿nunca había hecho esto?

C.C. se embozó hasta la nariz subiéndose el cuello de su jersey de lana rosa. No quería parecer que se burlaba. Aun cuando sus motivos obedecían a un interés personal y no un sentimiento desinteresado como le hubiera gustado, Lelouch era el único que estaba dispuesto a ayudarla. La risa logró vencer su represión y abrirse paso a través de sus labios. Lelouch no reaccionó enfadado (ese era el temor de C.C.). Estaba mirándola con fijeza. Comentó:

—Tiene una bonita sonrisa.

La lisonja aflojó los colores en la cara de C.C. que se había enmudecido al instante.

—Le ruego que no confunda mi cumplido con otras intenciones. Tan solo pretendía ser cortés —aseguraba, sonriendo con inocencia—. Bueno, véalo de esta forma. Usted no tiene a nadie ni dinero y yo no tengo clientes, ¿por qué no nos ayudamos mutuamente?

—Suena un buen trato, para mí. No tanto para usted —recalcaba—. ¿Y el dinero?

—Pensaré luego cómo me pagará.

—De acuerdo. Quisiera hacerle otra pregunta, en tanto me decido. ¿Por qué me buscó a mí?

—Siendo honesto, le debo una disculpa. Mentí antes. No la conozco tan bien como aparento. Sin embargo, me gustaría hacerlo. Presiento que juntos haríamos buenos negocios.

—¿Es propenso a guiarse de suposiciones para tomar importantes decisiones?

—Soy propenso a guiarme por mi intuición —la había corregido él. C.C. le había contestado arqueando una ceja y Lelouch, lejos de ofenderse, lo consideró un desafío—. Mira, ¿cómo lo explico? Soy capaz de ver las implicaciones futuras de nuevas ideas y comportamientos y, a su vez, me permite visualizar las cosas de una forma cabal y cuidadosa antes de implementar cualquier plan, de suerte que puedo decantarme por el mejor modo de acción entre múltiples que puedo discurrir.

A ciencia cierta, una falsificadora en su equipo podría ser de bastante provecho. Lelouch ya habría contemplado algunas posibilidades. No por otra razón estaba aquí. Él tenía planes para ella. Nunca fue parte del futuro de alguien. Nunca nadie se había expresado de ella en plural. Se sentía agradable. Sus labios se curvaron en una sonrisa boba.

—¡Uhm! Creo que ya sé cuál será mi pago. Hagamos un contrato por una sonrisa. Veremos si consigo proteger tu sonrisa —dijo Lelouch entre divagaciones, agarrándose la barbilla. Le tendió la mano—. Por cierto, no me presenté adecuadamente. Soy Lelouch.

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«Un contrato por una sonrisa». C.C. se preguntó entonces si Lelouch estaba escaso de ideas o esa era su estratagema. En todo caso, esa cursilería había funcionado y le había estrechado la mano. Pasaron años para que su relación alcanzara la solidez que apreciamos a comienzos de esta historia. Tuvieron que trabajar mucho para ganar su confianza. A diferencia de Kallen, C.C. no era transparente. Era de la misma naturaleza suspicaz que Lelouch. Con el plus de que C.C. era una mujer impenetrable, cínica y desenfadada. Tres cualidades que irritaban a Lelouch. En tal sentido, ambos tenían que ceder. De ahí que inicialmente él flirteaba con ella. Dejó de hacerlo al percatarse que C.C. realizaba lo que le pedía sin protestar ni cuestionarlo. Eso sí, solía preguntarle por qué. Necesitaba comprender la lógica que configuraba los planes de Lelouch. Pero acababa llevando a cabo. Se convirtió en su cómplice.

C.C. tenía la certeza de que Lelouch la había elegido porque era la opción más conveniente. Como le había dicho. Eran contemporáneos, ella era mujer, no estaba asociada a nadie y tenía «habilidades» valiosas. No se le ocurrió que Lelouch pudo haberla elegido porque tenían una conexión, porque había visto algo de él en ella, por algo tan cursi. Originalmente, estuvo de acuerdo con todos los términos y condiciones tácitas del contrato. Ambos querían venganza y no podían proceder hasta que tuvieran lo que les hacía falta. Lelouch necesitaba un socio crimen. Alguien sin código moral, incondicional y leal. Alguien que pudiera ser la voz de la razón y lo mantuviera con los pies sobre la tierra. C.C. necesitaba a Lelouch. Era el talón de Aquiles del presidente Charles y la piedra angular de sus planes. Así pues, C.C. no vio nada malo que se usaran el uno al otro. Aspiraban el mismo objetivo: destruir a Charles zi Britannia y su imperio. Coronaría el éxito trabajando codo a codo. No obstante, la venganza era como las guerras. No había verdaderos ganadores ni perdedores y únicamente quedaban heridos y muertos en ambos lados. C.C. creía que no había nadie en esa guerra que le importara. Podría decirse que esa seguridad la llenó de denuedo para ir adelante. Pero se había equivocado. Ella sí tenía alguien importante y lo había lastimado.

C.C. abrió la celda y entró cautelosa. A medida que avanzaba, la luz, que se asomaba a través del resquicio tímidamente, se derramaba sobre el interior de la pieza revelando a un Lelouch tumbado de lado y de espaldas a la puerta. C.C. advirtió que vestía una camisa de fuerza. Le dio la impresión que estaba envuelto en una crisálida. Sintió un repentino picor en el rostro y en los ojos. C.C. meneó la cabeza. No podía darse el lujo de distraerse. Se arrodilló y desató sus brazos. Lelouch rodó hacia ella despacio. A C.C. la alivió ver que estaba despierto. Iban a movilizarse pronto.

—No tenemos tiempo. Hay que salir de aquí.

C.C. le quitó la venda y Lelouch entreabrió los ojos. C.C. le sonrió. Se dejó llevar acariciando su mejilla con los nudillos. Lelouch cerró ambas manos en torno a su cuello y la lanzó con la misma facilidad que una muñeca de trapo. Su espalda se estrelló abruptamente contra el piso y el aire se fugó de sus pulmones. Lelouch se sentó aprisa a horcajadas sobre ella y apretó su garganta con todas sus fuerzas. A C.C. se le ensancharon los ojos. Atenazó sus muñecas por acto instintivo. Vislumbró que los labios de Lelouch se le habían corrido hacia atrás al punto de exhibir su dentadura. Eran las fauces abiertas de un depredador encolerizado. En sus ojos inflamada por el agua había una resolución demente y salvaje.

—Maldita bruja, ¡lo sabías! ¡Sabías que mi madre estaba viva y me lo ocultaste! ¡Sabías que yo era el bastardo de Charles zi Britannia y te lo callaste! ¡Lo sabías TODO! ¡Estuviste trabajando para mis padres todo este tiempo! —rugió Lelouch, mientras oprimía su cuello con los pulgares. La tez de la Wicca demudó del blanco alabastro a rojo sangre—. Entiendo que me hayas entregado a mi peor enemigo. ¡Puedo entender si me odias! Pero, ¿por qué involucraste a Nunnally? ¡Ella no pidió participar en el Proyecto Geass! ¡Ella no quería que yo luchara contra Britannia Corps! ¡Ella era inocente! Tan solo era un ser humano que estaba viviendo su vida lo mejor que podía. ¡No tenías ningún derecho sobre su vida ni tampoco lo tienes para vivir! —clamó, lloroso—. Te mataré aquí y ahora.

—Sí... Hazlo... —resolló C.C. con voz cascada.

Lelouch puso una mueca. Perplejo. Entonces notó que C.C. no estaba arañándolo en defensa propia. Tampoco estaba sintiendo sus piernas retorcerse debajo de él. No estaba intentando salvar su vida.

—...Después... —se forzó C.C. en agregar— antes... Tengo que... Arte...

El entrecejo fruncido de Lelouch se acentuó. ¿Era un ardid? Existía la posibilidad. La firme confianza que Lelouch había depositado en C.C. quedó pulverizada. El único modo que tenía para cerciorarse era soltándola y ello suponía un riesgo que no estaba seguro si valía la pena correr. De improviso, su mente rebobinó trayéndole imágenes de sus heridas autoinfligidas. Los músculos faciales de Lelouch se encogieron por una ráfaga de segundo que apenas pudo apreciarse. Lelouch aflojó su agarre. Fue un movimiento indeliberado. Independientemente de sus dudas, le urgía tomar una decisión. Los párpados de C.C. se le estaban viniendo abajo. Su pulso estaba yéndosele de los dedos. C.C. no tenía el mismo tiempo que él para esperarlo. La liberó. No sin cierta renuencia. C.C. rodó sobre sí misma quedando a gatas, lo que resintió su espalda. Tuvo un feroz ataque de tos.

—¿Qué quieres decir? ¡¿Por qué debería creerte?!

—No tienes por qué. Puedes quedarte aquí y dejar que continúen experimentando contigo o puedes seguirme y averiguar si digo la verdad. A final de cuentas, solamente uno de nosotros conoce dónde está la salida —gimió, masajeándose la garganta adolorida. Se incorporó y dijo tras impostar la voz—: sea lo que sea, decídete ya. Tus padres se enterarán pronto que alguien abrió una de las celdas y no tendrán que darle demasiadas vueltas para saber que fue la tuya.

C.C. deslizó su tarjeta de acceso por el lector, la ranura se coloreó de verde y la celda se abrió con un chasquido. Salió hacia el corredor. Caminó sin prisa. Al cabo, oyó una serie de pasos. No eran suyos. Pertenecían a Lelouch. La puerta se cerró detrás de él de manera automática. C.C. amagó una sonrisa y redobló la velocidad corriendo. Lelouch la imitó. El dúo se escurrió por una red intrincada de pasillos. En varios sentidos la estructura interna del Proyecto Geass se asemejaba a unas entrañas. En primera instancia, la longitud y el grosor de sus corredores. Algunos eran vastos. Otros eran más delgados. Empero todos eran oscuros y de tanto en tanto emitía gruñidos hambrientos. Aunque C.C. sabía por dónde iba, al parecer. Lelouch recelaba aún de C.C. No lograba entrever sus intenciones. Mejor dicho, no estaba seguro. Razonó que si se mantenía cerca de ella estas se manifestarían o podría sonsacárselas. No había usado el Geass con ella. Esta era la oportunidad que estaba anhelando para huir del Proyecto Geass y acabar con C.C. Lelouch y C.C. hicieron una parada frente a las amplias puertas de vidrio de un ascensor. C.C. lo llamó.

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—¿Por qué me estás ayudando? —la interpeló Lelouch—. ¿Te arrepientes o...?

—¡No te precipites! No hago esto para ganarme tu perdón. No soy una heroína. Lo hago por mí porque soy una bruja egoísta como tú mismo me has descrito —replicó con rudeza—. Fui sincera cuando te dije que quería tomar venganza contra el presidente Charles. Lo que no te dije fue que planeaba usarte para ese fin. Me pareció pertinente que fuera su propio hijo quien destruyera su empresa, su familia y su legado. El karma no lo pudo preparar mejor.

—Eso no explica por qué no mostraste resistencia —insistió—. ¿Por qué quieres morir?

—Mi plan siempre abarcó mi muerte —declaró C.C., girándose hacia él.

C.C. tenía una expresión inescrutable que descargó un escalofrío en Lelouch. Atisbó marcas encarnadas en su cuello. Estaban apareciendo. Y por alguna razón estúpida, porque la lógica era incapaz de explicarlo, Lelouch sintió que se le formaba un nudo en el estómago.

—Te lo dije, ¿recuerdas? Para los que buscan venganza, como tú y yo, no nos queda más que la muerte. La venganza está bien en un principio. Te da algo qué hacer mientras lidias con el dolor. En sí es un propósito —puntualizó, acercándose—. Te da una razón justa para lastimar a los que te hicieron daño. Pero, una vez que la obtienes, el dolor no se va porque la herida no cicatriza.

El nudo en el estómago de Lelouch se agarrotó y, por vez primera, Lelouch rehuyó a la mirada de C.C. Como si hubiera leído sus pensamientos, C.C. añadió:

—¡No seas egocéntrico! Mi muerte no tiene nada que ver contigo. La concebí desde antes de que nos conociéramos. Desde que era prisionera, exactamente. Lo intenté unas cuantas veces, por cierto. Todas resultaron en fracaso como podrás deducir. Por las malas, me tocó aprender que aquellos que desean morir la vida no los deja ir y aquellos que quieren vivir los alcanza la muerte. Digamos, pues, que establecí la fecha de mi muerte para después de concretar mi plan —se lamentó y sonrió para restarle importancia—. Sabes, Lelouch. Contrario de lo que puede parecer, no te odio. Siempre quise venganza. Únicamente me faltaba el valor. ¡No! No es cierto. No me animé porque lo creía imposible, en realidad. Eso cambió al conocerte. ¿No te produce gracia que nuestro corazón siempre tenga claro lo que quiere y rara vez sabe qué necesita? —C.C. se rió y deslizó la mano por la mejilla de Lelouch. Dirigió su cabeza hacia ella. Lelouch se inmovilizó. Extrañamente, su cuerpo no se puso rígido, como si no detectara señal de peligro—. Tú no, por lo que veo. Tú sabes lo que necesitas y es por eso que no debes terminar como yo —gimoteó. Las lágrimas que estaban asediando sus ojos amenazaron con caer. La bruja acunó su rostro diamantino entre sus manos—. No puedo destruir tu vida como me la destruyeron a mí.

C.C. posó sus labios sobre los de Lelouch con suavidad. Había mentido parcialmente al negar que no tenía remordimientos. Existía algo de que se arrepentía con violencia. Sí. Incluso más que seguir adelante con su venganza. ¿Qué era? Tardar en descubrir que se había enamorado de Lelouch. Si hubiera escuchado a su corazón, habría abortado el plan. ¡Todo! Por supuesto, C.C. no se engañaba a sí misma. No aguardaba que Lelouch correspondiera sus sentimientos. Lelouch era un hombre prohibido. Toda mujer que se enamoraba de él se condenaba a sufrir. Ella misma se había percatado y le había avisado a Kallen. Eso sin contar que él había hecho su propia elección. Pero, por lo menos, Nunnally estaría con su hermano y Lelouch no estaría al borde del mismo abismo por el cual ella se había despeñado. C.C. conoció un dolor mucho más terrible que el físico que se infligía y el emocional que evadía a costa de las autolesiones cuando vio a hurtadillas a Lelouch llorando por la pérdida de su hermana. No esa era el modo que hubiera querido enterarse que amaba a ese idiota arrogante. El sufrimiento del ser amado hendía el corazón de cualquiera, sin embargo, ser la causa de tal sufrimiento quemaba el alma y eso era lo que ella le había hecho a él.

La calidez del beso se desvaneció tan rápido como apareció porque justo entonces sonó una alarma aguda y estridente y se encendió una intermitente luz roja. Lelouch y C.C. esparcieron la mirada por el perímetro.

—Ya descubrieron que escapé.

—Eso o significa que están aquí.

—¿Quiénes?

—Tus rescatadores. Obvio.

https://youtu.be/kVLLB6gJVcc

Se les agotaba el tiempo. Las explicaciones debían postergarse. C.C. empujó a Lelouch contra la pared. Sacó el cuchillo que escondía en la funda de pierna y en su brazo derecho trazó un corte profundo. La piel se abrió y brotó sangre a lo largo de la incisión irregular. C.C. hundió el cuchillo en su carne y Lelouch pegó un grito cuando sintió la punta retorcerse. En medio de una sarta de blasfemias y de alaridos, C.C. le dio unas rápidas instrucciones adónde tenía que dirigirse. Finalmente, C.C. logró sacarle el dispositivo de rastreo y lo botó. Jaló a Lelouch por la camisa de fuerza y lo arrojó hacia el interior del ascensor.

—...¡Vas a tener que irte sin mí! Protégete con este cuchillo, por si surgen contratiempos —indicó C.C. y se sacó el cuchillo de su funda de cuero. Lo aplastó contra su pecho—. ¡Reúnete en cuanto puedas con Jeremiah! ¡Será tu cómplice!

—¡C.C., aguarda! —tartamudeó Lelouch, que estaba asimilando los acontecimientos que se sucedían uno tras otro muy deprisa—. ¡Dijiste que yo te mataría! ¡Que tu vida me pertenecía!

—Te amo, Lelouch —sollozó C.C. Presionó el botón que llevaba al piso superior. Su mano que estaba empapada de la sangre de Lelouch salpicó la botonera—. Gracias por darme todo lo que necesitaba. Gracias por tu amor.

Lelouch se abalanzó impulsivo hacia C.C. y se dio de bruces contra las puertas del ascensor. Por suerte, amortiguó el impacto sosteniéndose con ambas manos. La bruja colocó su mano ensangrentada sobre la suya y le dedicó una sonrisa desvaída. No quería angustiar a Lelouch. Mucho menos quería que esta fuera la última imagen que tuviera de ella. Le sonrió, incluso con las comisuras temblándole y los ojos empañados.

—¡C.C.!

—Cera —musitó ella—. Mi nombre es Cera.

El día que a C.C. le arrancaron su nombre fue el día que el presidente Charles la encarceló y le privó sus derechos. Curiosamente, no fue esa la razón por la que se propuso recuperarlo. C.C. no se lastimaba con dulces engaños. Sabía que nada cambiaría luego de tenerlo devuelta. A no ser que en el fondo de su corazón albergara el sueño, lo cual daría cuenta por qué cuando el nombre se deslizó fuera de sus labios por una vez la invadió una sensación de libertad.

El ascensor se tambaleó un poco, lo cual sobresaltó el corazón de Lelouch. Comenzó a subir. C.C. no partió de inmediato. Se quedó mirando el ascenso de Lelouch. Quería cerciorarse de que llegara sano y salvo a su destino. La actitud relajada e impávida de C.C. irritó a Lelouch significativamente. Los agentes podían aparecer en cualquier momento y apresarla. Intentó despacharla. La llamó. Le envió señas. Tocó el vidrio. C.C. no entendió o no quiso moverse. Lelouch se tensó. Su mente saltó a una suposición que lo azoró. En esto, vinieron los guardias en tropel. La irrupción ofuscó a Lelouch. ¿Cómo llegaron tan rápido si la alarma apenas había chillado? C.C. no se percató o no hizo nada. Lelouch perdió la calma pasando a golpear y dar patadas a la puerta de forma repetida y descontrolada. Violencia bruta en su pura expresión. Pero ella se limitó a sonreír. Uno de los agentes la derribó pegándole en la sien. Lelouch gritó enloquecido mientras observaba con impotencia cómo se la llevaban a rastras. Todo se puso negro repentinamente. No se veía casi nada. Salvo la huella de sangre de la palma de C.C. en la puerta.

https://youtu.be/IHIzHXZhTQA

Lelouch retrocedió y se sujetó del pasamanos de acero detrás de sí, manteniendo el equilibrio. Tan solo cuando se sobó su pecho agitado con la otra mano, reparó que estaba hiperventilado. Ya había sucedido antes. La última vez fue con la lívida y convulsa Euphemia en la sala de su casa. Lelouch se recostó del pasamanos y se cepilló el pelo a la espera de que su respiración se regulara. Procuró ordenar sus pensamientos. Eso lo ayudaría a aterrizar sobre la realidad. Los nervios lo elevaban y lo hacían perder de vista el horizonte que perseguía. Entonces, él seguía siendo prisionero del Proyecto Geass. Sus padres estaban al tanto de su huida y habrán mandarlo a traerlo de regreso, lo que se traducía que tendría que ponerse en movimiento. El brazo estaba escociéndole. La sangre caliente se escurría por su piel y goteaba por sus dedos. Eso seguro iba a dejar un rastro. Lelouch le echó un vistazo al cuchillo que innecesariamente apretaba en su puño. Cera le había entregado su única arma para protegerse, renunciando así a su propia defensa, a sabiendas de que él tenía un arma más poderosa. Lelouch justificó el descuido de Cera alegando para su interior que la ansiedad saboteaba la memoria. El pequeño gesto abnegado de Cera lo zahirió.

Lelouch sí había ideado un plan de escape del Proyecto Geass: utilizar a C.C. Si bien era cierto que lo traicionó y que posiblemente lo odiaba, era su única carta. Los dos tenían una relación bastante cercana dada su carácter de confidente y él era conocedor de que ella estaba hambrienta de amor. Planeaba saciar esa hambre recurriendo a la seducción. De ahí que se había mostrado comprensivo y clemente en la primera visita de Cera. Lelouch había mentido sobre su sentir, pero expresó verdaderamente sus pensamientos. La punzada en su corazón le insinuó a Lelouch que quizás había una diminuta certeza en toda su mentira. En el rostro cansino de Lelouch se pintó una sonrisa saturnina. En esto, las puertas del ascensor se abrieron. Lelouch sintió su corazón tamborilear ruidosamente. Inspiró hondo.

Lelouch salió y se encontró en una suerte de recámara enorme del tamaño aproximado de un hangar pequeño, hecha de concreto. La luz roja seguía parpadeando. Atravesó la recámara y de improviso emanó una nube de gas blanco a través de los conductos de ventilación. Se tapó la nariz con la sangradura del brazo derecho y aceleró la marcha. Lelouch llegó hasta la puerta indicada por Cera. Entró y accedió a un corredor estrecho. Los oídos de Lelouch se aguzaron. Creyó percibir pasos que marcaban un ritmo inarmónico y para que retumbaran con tal fuerza debían ser muchos y provenir de un lugar próximo. Lelouch se alejó tomando una desviación. Pensó en esconderse hasta que fuera seguro salir.

Pero, al doblar una esquina, se topó con la tropa de agentes que quiso evitar. Lo encañonaron con sus pistolas. Lelouch alzó las manos, rindiéndose. Paseó la mirada con rapidez por cada uno de sus captores. Ninguno traía cascos ni lentes. O no los habían sido informados de lo que era capaz de hacer su Geass (lo cual fue una completa estupidez). O no pudieron prepararse adecuadamente. En tales circunstancias, todo señalaba que a su padre no le había preocupado desarrollar una defensa contra el Geass ya que de seguro el suyo también requería contacto visual. Como sea, Lelouch había seguido probando su Geass después de la orden fallida a Luciano Bradley y verificó que el Geass era inmune a los objetos transparentes (y a nada que él estuviera al corriente). ¡En suma, no había nada que le impidiera subyugarlos a su voluntad! Su ojo izquierdo se tornó carmesí y apareció una silueta de un ave desplegando sus alas.

—¡Quieto!

—¡No lo miren a...!

—¡Lelouch vi Britannia les ordena MORIR!

Los agentes de seguridad se paralizaron como si se hubiera producido un cortocircuito en sus neuronas. A Lelouch le pareció ver unos anillos rojos circunvalar sus ojos. Esperó. Sintió que permanecerían en esa posición cuando...

—¡Sí, mi señor! —corearon al unísono.

Los agentes mordieron el cañón de sus pistolas con alegría insana y las detonaron en la negra oquedad de sus bocas. Sus cabezas explotaron. Igual que las uvas que eran aplastadas por la presión de los dedos. A Lelouch se le desorbitaron los ojos. La sangre salpicó hasta su camisa de fuerza y su mejilla. Los descabezados se desmoronaron silenciosamente; aunque Lelouch juró que el eco de la caída vibraba en sus tímpanos, lo que le hizo dar un respingo. La sangre se desparramó por el suelo formando charcos. Lelouch miró los cuerpos. Estaban muertos.

—¡Lelouch!

https://youtu.be/gtlRJicp5jE

El susodicho se tensionó. Se volvió en dirección de la voz y se sorprendió al ver a Suzaku, a Kallen y a Rolo corriendo directo hacia él. Lelouch desactivó su Geass. Limpió el filo con la lona de la camisa de fuerza y lo escondió detrás de sí.

—¿Cómo ustedes llegaron aquí? ¿Cómo supieron que estaba aquí?

—Bueno, tuvimos algo de ayuda. Pudimos entrar porque vinimos con el presidente Schneizel y sus guardaespaldas —explicó Suzaku jadeando.

—Y C.C. nos trazó una ruta indicándonos que los veríamos acá —agregó Rolo.

—¡Estábamos preocupados por ti, Lelouch!

Kallen dio una gran zancada hacia Lelouch y se echó sobre él. Tan grande fue su ímpetu que Kallen se hubiera ido al suelo si Lelouch no la hubiera atrapado. El choque los dejó a ambos sin aliento. Sonrojado, él le devolvió con timidez el abrazo mientras trataba de estabilizarse. Trató de tragarse el corazón que se le había subido a la garganta.

—Dijeron que vinieron con Schneizel. ¿Dónde está?

—Ni idea. Nos separamos cuando llegamos a este «lugar» que, por cierto, ¿qué coño es...?

Al tiempo que barría las inmediaciones con el brazo, Suzaku dejó que su mirada vagara por el pasillo. El vagabundeo acabó cuando esta aterrizó sobre uno de los cadáveres. Suzaku soltó el hilo del diálogo sin querer y no volvería a recuperarlo. Seguidamente, sus ojos revolotearon por cada uno de los agentes muertos. Los contó para su fuero interno. Eran cinco. La pelirroja no demoró en fijarse también en la colina de muertos bajo sus pies y se apartó de Lelouch de un empujón. Rolo llevaba un rato mirándolos.

—¿Qué ocurrió? —preguntó, anonadada. Enseguida advirtió en la humedad sanguinolenta que impregnaba su chaqueta roja de roja y teñía su blusa blanca y que había sido transferida de la camisa de fuerza—. ¡¿Y qué rayos te ocurrió a ti y a tu brazo?! ¡Estás hecho una mierda!

—Es una larga historia y no muy bonita. Les contaré más tarde —contestó Lelouch, evasivo. Comenzó a adelantarse—. ¡Vámonos!

—¿Y C.C.? —inquirió Kallen, cogiéndole el brazo sano, lo que forzó a Lelouch a detenerse.

—Está muerta —musitó Lelouch con aire sombrío, evitando adrede su mirada.

Lelouch percibió el jadeo de horror y pena salir de la boca de Kallen. Sintió cómo sus dedos rígidos les costó desasirse de él. Ante la noticia, además, las facciones de Suzaku se alteraron y la usual expresión impávida de Rolo fue sustituida por una de estupefacción. Lelouch inhaló con fuerza y se sujetó el brazo herido. No existía otra forma de llegar hasta la salida excepto caminar a través de los cadáveres. Lelouch tomó la iniciativa y se abrió camino pisando entre los espacios libres como si fuera un campo minado. Así lideró la retirada con un silencio roto por una tensión fúnebre.

https://youtu.be/O9fBNr8M6tI

El presidente Charles estaba monitoreando las instalaciones del Proyecto Geass desde la sala de control. El sistema de videovigilancia del Proyecto Geass era el mismo sistema de circuito cerrado de televisión implementado para todas las empresas del conglomerado y la mansión Britannia. Pero esto era un detalle de exclusivo conocimiento del presidente Charles. Él había ordenado instalar un conjunto sistemático de minicámaras inalámbricas hace años a espaldas de su familia (después de todo, jamás iban a aceptar una violación a la privacidad). Esto era la verdad que encerraba el enigma de la omnipresencia de Charles zi Britannia. Las cámaras constituían el ojo de la providencia y el presidente Charles miraba a través de ellas desde su cielo. Ningún secreto huía de él en sus dominios. Ni siquiera la fuga de su hijo. El presidente Charles había intuido que C.C. los traicionaría. Nada más no pudo predecir la fecha y no le preocupó. Confiaba en su sistema de seguridad. Además de la tecnología de videovigilancia, el Proyecto Geass tenía un cuerpo de seguridad organizado en cuatro escuadrones armados compuestos por cinco agentes que patrullaban las instalaciones del Proyecto Geass y rotaban cada seis horas, a final del turno.

Ese día, durante el patrullaje del escuadrón número tres, un poco antes del cambio de turno, uno de los agentes reparó que Lelouch no estaba en su celda y lo reportó con sus superiores de inmediato. Acudieron a la sala de control y averiguaron su paradero revisando el metraje. El jefe del cuerpo de seguridad estaba por activar la alarma cuando el presidente Charles lo desautorizó y le explicó con una sonrisa pérdida que era mejor hacerles creer que seguían en la ignorancia para sorprenderlos. Sin más, le pidió a Marianne ir a buscarlos. De tal manera que ella que se había ido con otro escuadrón y él se quedó en la sala de control solo espiando a Lelouch y a C.C. Le pareció que estaba mirando una película genérica de la cual no se quejó hasta que C.C. besó a Lelouch. «¡Ay, C.C.! ¡Qué predecible!». El presidente se rió y encendió la alarma. De acuerdo con sus cálculos, Marianne regresaría en unos minutos. Entonces, C.C. sería castigada y Lelouch sería llevado devuelta a su celda.

Tenía que urdir una estratagema para persuadirlo de entrar al Proyecto Geass, por cierto. Si amenazaba con lastimar a C.C., Lelouch se uniría sin duda. La extorsión era un método infalible. No obstante, el presidente no quería que ese fuera el modo. Quería que Lelouch acogiera el propósito y los principios del Proyecto Geass y se integrara por su propia voluntad. Tal vez la mujer que amaba era el incentivo que necesitaba. Casualmente, ella estaba en las instalaciones del Proyecto Geass y trajo consigo compañía. Su intrusión no la arropaba ningún velo misterioso. Apostaba que C.C. les había contado de la existencia del Proyecto Geass, preparando así una distracción de antemano. «Astuta». Sin embargo, había un detalle. C.C. no podía ayudar a su hijo a escapar y, al mismo tiempo, abrir la entrada a los intrusos. Eso insinuaba que había un segundo traidor y el presidente Charles se hacía una idea de quién podía ser. Si bien, eso tendría que esperar. Tenía un importante invitado que atender.

—Me estaba preguntando cuánto demorarías en descubrir dónde estaba esta sala —apostilló el presidente con la mirada fija en los monitores—. ¿No tuviste tropiezos en el camino?

—¡Vaya! Estoy desilusionado —exclamó Schneizel. Su voz amanerada era inconfundible—. Me apetecía darte una sorpresa, padre

—En realidad, sí me sorprendiste —corrigió el presidente Charles y una sonrisa encarnizada apareció en sus labios—. Excepto que no fue por la razón que hubieras querido: no esperaba que averiguaras la ubicación de este lugar, francamente. Aunque posees la perspicacia y la ambición de todos los Britannia, careces de determinación. Eres débil.

Los colores subieron al semblante de Schneizel, al tiempo que experimentaba un hormigueo en las mejillas. No volvió en sí hasta que se sintió asfixiado por el silencio tiránico. Se percató que su mirada se había clavado a lo lejos. Se aclaró la garganta y carraspeó.

—¡Habrase visto algo más insólito! —sonrió Schneizel por esgrima de cortesía—. Me tendré que disculpar por haber subestimado tu sagacidad, mi querido padre. Me conoces incluso sin tratar conmigo. Me pregunto si también conoces el motivo de mi visita.

—Me figuro que vas a ilustrarme.

Schneizel juntó las manos detrás de su espalda y se puso a deambular por la sala. Con ojo de halcón, el presidente Charles vigilaba sus movimientos a través del reflejo en su pantalla

—Quería encontrarlo —mistó Schneizel, súbitamente serio—. Me preocupaba que se hubiera perdido para siempre a sí mismo. Se aisló después del fallecimiento de Odiseo. Descuidó la empresa. Le dio la espalda a la familia. ¡Abandonó el interés por todo! ¿Y por qué? Porque estaba absorto en una investigación. Con el tiempo circularon rumores en torno a usted como que se había obsesionado con la piedra filosofal. ¡A simple vista, era una idea ridícula! Pero para nadie pasó desapercibido que nunca aprendió a desprenderse de los muertos. Necesitaba entender qué cosa lo había absorbido para ayudarlo. Es todo.

Schneizel le lanzó una mirada de interés a su padre. El presidente no se dignó a devolverle el gesto. Incluso después de varios años, lo trataba exactamente igual que en su niñez. Schneizel siempre compitió por la atención de su padre contra otras cosas (la compañía, sus hermanos, su investigación y un largo etcétera) y siempre resultaba perdedor. Por eso mismo era tonto ofenderse y, aun así, lo hizo. Schneizel intentó sonsacarle algunas palabras.

—¿No te defenderás? Este sería un momento para hacerlo.

—No. Tienes toda la razón —confirmó el presidente, estoico—. En efecto, estuve varios años trabajando en una forma de prolongar la existencia humana a través de la biogenética, aunque jamás me perdí. Simplemente me traen sin cuidado los asuntos triviales y mundanos.

—No es divertido reñirte si tiras la toalla de buenas a primeras —Schneizel se rió por la nariz.

—¿Por qué no lo cortas hasta aquí y me dices qué es lo que quieres? —gruñó el presidente.

—¿Por qué asume que quiero algo de usted? —lo cuestionó Schneizel—. ¿Acaso un hijo no puede visitar a su amado padre?

—Porque alguien que mató a su hermano para hacerse con la presidencia no renunciará a su cómodo puesto para estrechar lazos con su padre en una mazmorra.

La contestación chasqueó como látigo y Schneizel se estremeció. Lo asaltaron mil preguntas. ¡¿Podría ser ese el por qué se había distanciado de él definitivamente?! Para empezar, ¡¿desde cuándo lo sabe?! ¿Cómo se enteró? Él se había encargado de sacar del país a la única persona que pudo delatarlo, así como se había asegurado de acabar con su vida. Era imposible que el presidente Charles la localizara antes, ¿habría ordenado inspeccionar la escena del crimen de manera clandestina? No, había limpiado todo rastro que lo condujera a él. Tenía total certeza. ¿Era una trampa, quizás? Si así lo fuera, ya habría caído.

—¡Oh! Creí que mi nombramiento fue porque había reconocido mis méritos y mis cualidades —farfulló. El presidente Charles lo ignoró. Su actitud desdeñosa estaba irritando a Schneizel. Apretaba los dientes mientras lo taladraba con los ojos—. No comprendo, padre. Explíqueme y, por favor, míreme por una vez. ¿Por qué debería mendigar por lo que es mío por derecho?

—Porque nada de esto es tuyo —sentenció el presidente Charles, encarando a Schneizel y de pie. Al fin. Schneizel retrocedió como si lo hubiera abofeteado. Maldijo su cobardía para sus adentros—. ¿Crees que quería designar como mi sucesor a un ambicioso y taimado sodomita que se escudaba en nuestro ilustre apellido cada que se bañaba en la sangre de sus hermanos? Heredaste la empresa que iba a ser para Odiseo porque eras el segundo en la línea de sucesión. No por más ni por menos —siseó el presidente con amargura—. Te lo preguntaré de nuevo: ¿qué es lo que quieres?

Cualquier huella de dolor que pudo asomar en el semblante de Schneizel se desvaneció detrás de una máscara tranquila. Pidió gentil:

—Quiero formar parte del Proyecto Geass.

—Jamás.

—¿Por qué no?

—¡Porque preferiría que mi carne se pudriera y sirviera de abono para las plantas que permitir que prostituyas mi legado!

—¡Yo soy tu legado! —rebatió Schneizel, perdiendo los estribos—. ¡Sí, padre! ¡Estás en lo correcto! Soy un fratricida, soy ambicioso y soy homosexual; pero también soy tu hijo, soy la sangre de tu sangre ¡y llevo tu mismo apellido! ¡¿Por qué te niegas a reconocer que soy tu igual?! Todo cuanto he hecho ha sido por...

—¡Por ti mismo! —atajó el presidente con un bramido furioso—. ¡Como vuelva a oírte decir que hiciste todo por el bien de la familia y Britannia Corps, te juro que ni yo sé de lo que seré capaz de hacer! ¡Me enferma tu hipocresía!

Las facciones vulpinas de Schneizel convulsionaron y al segundo siguiente entró en aparente estado de shock. Nunca antes su padre lo había amenazado. Nunca antes ellos habían tenido una discusión tan acalorada. Schneizel trató de defenderse de los impíos ataques de su padre rebuscando en su mente algún contraargumento o lo que fuera con tal de no quedarse mudo. No halló nada. No solamente su padre lo desarmó con la implacabilidad, precisión y prontitud de un esgrimista. Igual que una espada, su lengua había logrado traspasarlo de un extremo al otro, infringiéndole heridas mortales. Sentía que se estaba desangrando.

De golpe, la alarma pegó un grito. Estaba entrando una llamada por el intercomunicador. El presidente Charles la aceptó. Había buenas y malas noticias. Por el lado de las malas, seguían sin dar con Lelouch y los intrusos y, a estas alturas, debía asumir que los habían perdido. Paradójicamente, el presidente no lo consideró algo malo. Por el lado de las buenas noticias, habían capturado a C.C. El presidente cortó la llamada y se giró sobre sus talones. Schneizel estaba paralizado en mitad de la sala y no se le había borrado su expresión estúpida. Sus ojos habían adquirido un aspecto raro. Vidriosos. Parecía que fuera incapaz de verlo. El presidente frunció la boca. Ya su hijo le había robado demasiado tiempo. Caminó al umbral en el sentido de las escaleras. Schneizel se recobró de su poderosa impresión apenas sintió el batir del aire a su lado.

—¿Por qué a Lelouch sí le permites unirse al Proyecto Geass? —le inquirió su decepcionante hijo con una voz extrañamente contenida. Aún miraba la nada—. Es un asesino y debes estar al tanto que trama la destrucción de nuestra familia y nuestro imperio. No lo reconociste ni lo criaste, pero testificaste en su juicio para ayudarlo e inventaste su muerte para protegerlo de mí y, a pesar de todo, él te odia y lo maldice. Está claro que su preocupación bien poco le importó. ¿Por qué Lelouch es distinto? ¿Es porque es el hijo de Marianne?

—¿Por qué lo es? ¿De veras quieres saber? —se mofó el presidente Charles. Se volvió hacia la espalda de Schneizel que seguía envarado como una estatua—. Porque él es un hijo digno de mí.

https://youtu.be/S4-Hn2d4u34

Cada palabra se clavó en los oídos de Schneizel como dardos afilados. Era cierto. Él lo había pensado. Cerró los párpados, agachó la cabeza y sonrió. Supuso que quizás tenía un complejo masoquista. El presidente resopló. Se dio la vuelta y reanudó el curso. Una sombra cruzó por el semblante de Schneizel. De pronto, alcanzó a su padre y lo empujó por las escaleras. Todo pasó muy rápido. Cuando apoyó sus manos en su espalda, cuando rodó cuesta abajo, cuando escuchó el último golpe sordo. Irónicamente, cada fotograma se había grabado en su mente. Schneizel palideció de horror. ¡¿Había enloquecido?! Una cosa era orquestar asesinatos. Otra era ejecutarlos. Otra radicalmente distinta era asesinar a un familiar. El recuerdo del aspecto enfermizo de Odiseo en su lecho de muerte acudió a su mente para herirlo y Schneizel gimió y se golpeó el cráneo con los puños. No se reconocía a sí mismo. ¿Qué estaba haciendo? ¡Su padre había caído por las escaleras! ¡Puede que estuviera herido, puede que estuviera muerto! ¡Muerto! Schneizel bajó corriendo. En el rellano yacía su padre inconsciente sobre su sangre. Schneizel se agachó. Tocó su pulso. Latía débilmente. ¡Estaba vivo! Respiró con alivio y fue así como supo que había estado aguantando la respiración. Casi al mismo tiempo sintió una bilis creciente arañar su pecho y su garganta. Sí, estaba vivo.

Y, ya que había comprobado su estado, ¿qué iba a hacer? Schneizel jugó con cambiar las posiciones de los anillos en sus dedos. Su instinto filial le instó encarecidamente contactar a emergencias. Desaprobó ese plan. No podía mover solo al presidente Charles. Era un hombre cuya estatura era un 1.97 y pesaba cerca de 108 kilogramos. Tenía que pedir ayuda. Schneizel había venido con su escuadrón completo de guardaespaldas, presintiendo que podrían surgir contingencias. Les ordenó esperarlo en el pie de las escaleras entretanto iba a hablar con su padre. Pero no podía ir a ninguna parte sin atraer la atención y el personal del Proyecto Geass no sería tan descerebrado como para no atar cabos e inferir que él le había ocasionado eso a su padre, ¿y qué sucedería en esa situación? ¡Lo denunciarían! ¡Iría preso! Quizás, visto que su padre no está muerto y teniendo en cuenta el prestigio inherente a su nombre y la actuación de sus abogados en el tribunal, el sistema se apiadaría de él y le dictaría una sentencia menor a diez años. En cualquier caso, su reputación, sus logros y el arduo trabajo que había realizado a lo largo de sus treinta y ocho años de vida se irían por el desagüe. Schneizel sacó un pañuelo del bolsillo de su chaqueta y se enjuagó las gotas de sudor que habían aparecido en su frente. Se impuso una perturbadora calma sobre la tensión agobiante. ¡Estaba arruinado! Schneizel estrujó el pañuelo en su puño.

¡No! ¡Todavía no! Si bien era cierto que no tenía autoridad sobre el Proyecto Geass, de cierta forma estaba empotrado en su territorio ya que estaba debajo de Camelot y ahora el Proyecto Geass se había quedado sin un líder. Alguien debía tomar las riendas. Temporalmente, claro. ¿Por qué no él? Total, no había nadie más que pudiera llenar el vacío de su padre. Algunos a lo mejor se opondrían: excluyendo que el presidente no lo tenía en alta estima, era un intruso. Como sea, eso no le acarreaba problemas. Fácilmente podría adueñarse de las instalaciones. Pero Schneizel pensaba que no tendría que recurrir a la fuerza. Nadie podía denunciarlo sin revelar la ubicación del Proyecto Geass, lo que por razones obvias no iban a hacer. Es más, ¿tenían evidencias de que lo hizo? En absoluto. Nadie los había visto pelear ni había cámaras que filmaran el siniestro porque estaban en la misma sala de control. Este era el único lugar que estaba desprovisto de seguridad. Él había tomado nota mental de eso. Todo lo que había sucedido sería lo que su boca contara.

Este extenso razonamiento renovó la confianza de Schneizel. Guardó el pañuelo y convocó a sus guardaespaldas. En suma, les ordenó llevarse al presidente Charles y, además, conducir su BMW a una velocidad de 70 kilómetros a través de una ruta específica, estrellar el coche, volcarlo y meter al presidente. La impartición de instrucciones coincidió con la irrupción de Marianne y una tropa de agentes. La mujer chilló al ver a su amante desmayado. Corrió hacia él. Los guardaespaldas le restringieron el paso. Marianne no dejó que eso la detuviera. Uno la aprisionó entre sus brazos. Marianne forcejeó en un intento desesperado por reunirse con el presidente Charles. Schneizel estaba tan estupefacto ante los jadeos y sollozos del fantasma que acababa de pasar olímpicamente delante de él que la pregunta que un agente le hizo entró y salió por sus oídos como una ráfaga de viento. ¿Marianne estaba viva?

—¡¿Quién es usted?! —repitió, gesticulando con impaciencia—. ¡¿Qué fue lo que sucedió?!

—Calma, mi buen hombre. Calmémonos todos, por favor —solicitó el presidente Schneizel, dirigiéndose tanto a los agentes de seguridad como a sus guardaespaldas, que adoptaron una postura defensiva—. Le responderé a sus preguntas. Soy el presidente Schneizel el Britannia. Hijo del presidente honorario y fundador del Proyecto Geass, Charles zi Britannia. Por más que me encantaría explicarles por qué mi padre perdió el conocimiento, caballeros, la verdad es que ya estaba tumbado en el rellano cuando llegué. Urge trasladarlo a un hospital y le pedí a mis hombres el favor de hacerlo. Si no tienen inconvenientes, lo sacaremos de inmediato y fabricaremos un accidente de tránsito a modo de improvisar una excusa. A menos que lo haya entendido mal, creo que la dirección de este lugar debe permanecer en secreto. De cualquier modo, estoy abierto a otras ideas.

Los agentes de seguridad entrevieron con discreción a Marianne a la espera de que les dijera qué hacer. El llanto de la mujer estaba cediendo. Sus hombros crispados fueron aquietándose poco a poco. Había estado analizando toda la situación vertiginosamente mientras disertaba el presidente Schneizel. Lo fulminó con la mirada. Él era el responsable. No tenía dudas. Los prejuicios no estaban nublando su visión. Sin embargo, si lo expulsaba, Schneizel retornaría con más matones. Tenía el poder para tomar posesión del proyecto. La clandestinidad había sido su mayor medida protección y la habían perdido. Impotente, Marianne retrajo las uñas.

—¿Ninguna objeción? —inquirió Schneizel—. Excelente. Agradezco su cooperación.

Los agentes interpretaron el mutismo de la mujer como resignación y se apartaron despejando la vía para los guardaespaldas que se llevaron al presidente. Schneizel se retiró poco después fingiendo ir en busca de aire. La escalera era estrecha. Todos estaban algo apretujados. Por lo tanto, a nadie le extrañó que se largara sin más. Schneizel esperó estar bastante lejos para exteriorizar sus sentimientos. Los labios del presidente insinuaron una sonrisa. Ni Marianne ni los agentes lucían muy convencidos con su historia y, aun así, no se atrevieron a desafiarlo. Se habían visto superados. Y, adicionalmente, quedaron unidos por un problema en común. Schneizel se había equivocado. Su vida no estaba arruinada. El accidente de su padre le daría ocasión para entrar en el Proyecto Geass. Luego investigaría con detenimiento cómo su padre se puso al corriente que envenenó a Odiseo. Sospechaba que él no solo lo adivinó. Bueno, no tenía prisa. El peor riesgo había sido neutralizado. Todo iba a mejorar a partir de ahora.

https://youtu.be/qYxaPn22S6c

A Lelouch se le emborronó la vista en el viaje de regreso. Había perdido una profusa cantidad de sangre. Necesitaba con inmediatez tratar el corte de su brazo. Entonces, estaba en el Chevy de Rolo con él, Suzaku y Kallen. Suzaku sugirió ir al hospital. Lelouch se negó enfáticamente y les pidió que lo llevaran con Shirley. Rolo, que estaba manejando, se adelantó a la negativa de Suzaku girando el volante, de tal manera que sobreviró el coche y los puso en rumbo a la clínica veterinaria de Shirley. Él ya había ido allí una vez con Lelouch y los viejos Caballeros Negros. Recordaba donde estaba y, dicho sea de paso, conocía algunos atajos para acortar el camino. Paralelamente, Kallen se comunicó con Shirley y la citó allí mismo. Les tomó hora y media. A duras penas colocó un pie fuera del auto, Lelouch sintió que el mundo se inclinaba peligrosamente y se tambaleó. Rolo y Suzaku tuvieron que sostenerlo a efectos de evitar que se derrumbara en el pavimento. Kallen se quitó con presteza su chaqueta y arropó a Lelouch, tapando la sangre. Era de madrugada y, en un vistazo superficial, no había moros en la costa; pero nunca podía estar seguro de que no hubiera ojos acechando. Lelouch la elogió.

Shirley les abrió la puerta. Lelouch la cruzó trastabillando. Su brazo bueno colgaba del cuello de Suzaku, mientras el pequeño Rolo lo agarraba por la cintura. Entre los dos, Lelouch sacaba fuerzas para seguir arrastrándose hacia el quirófano. Kallen iba a la zaga. Shirley estranguló un grito cubriéndose con ambas manos, al tiempo que los seguía muy de cerca. Suzaku, Rolo y Kallen acostaron a Lelouch con extrema cautela en la mesa metálica. Estaba helada. Él no lo sintió. Sus sentidos estaban entumecidos. Shirley agarró unas tijeras y cortó la manga del brazo herido de Lelouch con desparpajo. Reparó que se trataba de una profunda cortada que llegaba hasta el hueso tras una inspección atenta. Se apremió a lavarla. Lelouch se arqueó medianamente en respuesta al agua.

—¿Cómo te hiciste eso? —gimió ella presionando a ambos lados de la herida, juntándolos.

—Me cortaron con un cuchillo —resolló.

—¿Cuánto tiempo ha estado abierta?

—No lo sé. ¿Dos horas? ¿Dos horas y media? ¿Tres?

Shirley cabeceó con pesadumbre. Había conseguido detener el sangrado. Ahora bien, tocaba desinfectar la zona aledaña del corte con povidona. Lelouch gruñó de dolor. Shirley tuvo que pedirle a Suzaku estabilizarlo. Se estaba retorciendo bastante a consecuencia del dolor y ella no podía darse el lujo de cometer errores. Después, Shirley limpió la sangre y se puso a coser. Lelouch cooperó manteniéndose más relajado. Por fortuna. Sus gruñidos se asemejaban a los de un zombie. Los demás, por otro lado, la observaban trabajar con ansiedad. Shirley finalizó cubriendo la región afectada con una gasa. Lelouch no mostró signos de enterarse. Tenía un aspecto fatal y sudoroso. Shirley decidió medir su presión arterial. Cortó la otra manga. Sacó el tensiómetro y envolvió el brazo sano de Lelouch con el brazalete y lo infló de aire. Kallen sentía su corazón acelerarse con cada segundo que Shirley los hacía esperar.

—Ha perdido bastante sangre. ¡Su presión sanguínea y el pulso son malos! —gimoteó—. Lo más seguro es que necesite una trasfusión sanguínea. Debemos ir a un hospital de inmediato.

—¡No, Shirley! —intervino Lelouch, asiéndose de la bata de Shirley, lo que la sobresaltó. La súplica sonó rasposa. Provenía directo de su pecho. Lelouch intentó sentarse y persuadirla—. Trátame aquí. Sabes lo que nos pasará si vamos a un hospital.

—¡No puedo! —chilló Shirley azorada, cogiendo su mano—. Tu pérdida de sangre es severa y no cuento con un banco de sangre.

—Shirley, por favor...

—¡Esta es una clínica para animales y yo soy una veterinaria! No me quiero arriesgar contigo. Si sufres alguna complicación por mi culpa, yo... ¡Lelouch!

La mano de Lelouch se escurrió por los dedos trémulos de Shirley y su espalda se dio contra la superficie de la mesa de metal. Abría y cerraba los ojos con pesadez luchando por mantener la consciencia. Le estaba costando. Kallen sucumbió ante un rapto de exasperación.

—¡Por favor, Shirley! ¡Te lo imploro! ¡Por lo que más quieras, haz la trasfusión! No podemos ir a un hospital y tal vez sea demasiado tarde para cuando lleguemos. ¡Hazlo tú! ¡Yo asumiré toda la responsabilidad! —sollozó la pelirroja uniendo las manos en actitud de ruego—. ¡Por favor, salva al hombre que amo!

Shirley miró a Kallen cuyos ojos desorbitados y acuosos ardían de angustia. La urgencia que destilaba su voz noqueó a Shirley momentáneamente, haciéndola cambiar de opinión. Suzaku y Rolo no compartían su impacto. Cada uno se había percatado de los sentimientos de Kallen.

—¿Qué tipo de sangre eres, Lelouch? —inquirió, volviéndose al semiinconsciente Lelouch.

—Es A+* —respondió Suzaku—. En la primaria nos realizaron unos exámenes médicos para determinar nuestro grupo sanguíneo.

—Muy bien. ¿Y quién de ustedes es tipo A+? ¡También puede ser A-! ¡Y cualquier tipo O!

Shirley repartió su mirada entre los presentes buscando donadores. Rolo la eludió sutilmente. ¡Maldición! ¡Lelouch necesitaba una cosa tan simple como donar sangre y no podía hacerlo porque desconocía su grupo sanguíneo! Rolo resistió al impulso de golpear la pared. Estaba enojado consigo mismo. Suzaku, por su parte, estaba sumergido en un debate consigo mismo. Bueno, esa era la impresión. Su mirada se ausentó de pronto. La tenue esperanza que apenas había florecido en el interior de Kallen se marchitó en el silencio que levantó la pregunta de Shirley. ¡El tipo de sangre! ¡Claro! Sin un donante, de nada hubiera servido haber rogado ni traído a Lelouch a la clínica veterinaria. Su tipo era B+. No eran compatibles para nada. ¡No podía ayudarlo! Estaba por entrar en pánico cuando Shirley alzó su voz:

—Mi grupo sanguíneo es el mismo que el de Lelouch. Yo...

—¡No! —la interrumpió Suzaku con los brazos cruzados bajo el pecho—. Yo puedo donarle mi sangre. Soy tipo O. Mi única condición es que no le digan a Lelouch que fui su donante.

—¡No tienes por qué, Suzaku! ¡Yo lo haré! —insistió Shirley con vehemencia, colocándose la mano en el pecho como si estuviera aliviando un malestar que la embargaba.

—¡Pero quiero hacerlo! ¡Ese idiota es mi amigo! —espetó Suzaku. Se mordió el labio a modo de castigarse a sí mismo. Ya no podía retractar lo dicho. Agregó—: mira, no puedes extraerte sangre a ti misma y, al unísono, realizar la transfusión. Hagamos algo. Iré yo primero y si él requiere más, le donarás tu sangre. ¿Alguno de ustedes sabe cómo poner una intravenosa?

—Yo puedo y también soy capaz de medir la presión —anunció Rolo.

Shirley cogió una silla al azar del consultorio y la arrastró al lado de la mesa quirúrgica donde Lelouch oscilaba entre el límite de la consciencia y la inconsciencia. Suzaku se despojó de la chaqueta, se arremangó la manga izquierda y se sentó. Shirley constató los signos vitales de Suzaku: su temperatura, su pulso y su presión arterial. La clínica disponía de torniquetes para animales. Eran bastante delgados. Shirley pensó que era mejor improvisar uno. Usó la corbata de Suzaku (él se la prestó generosamente). Shirley enrolló la corbata por encima del codo de Suzaku y la apretó con fuerza. Su brazo era musculoso. No nervudo. Necesitaban que una de sus venas fuera visible al menos. Suzaku no se inmutó ante el pinchazo de la aguja. Su sangre fluyó a través del dializador que Shirley empleaba con los pacientes caninos que padecían de insuficiencia renal. A falta de una verificación adecuada, la máquina se encargaría de depurar la sangre de Suzaku y, enseguida, la enviaría libre de desechos y toxinas al torrente sanguíneo de Lelouch mediante un tubo flexible de plástico. Rolo había introducido la segunda aguja del dializador en el brazo sano de Lelouch.

Durante el proceso, Shirley estuvo supervisando la presión arterial, la temperatura y la frecuencia cardíaca de Lelouch y Suzaku con la ayuda de Rolo. De cuando en cuando, ella comprobaba el estado de Suzaku preguntándole cómo se sentía. Kallen pudo tenderse en la otomana anaranjada que Shirley tenía en el quirófano con la finalidad de que los amigos de sus pacientes se acomodaran. Pero ella optó por arrodillarse y entretanto miraba con ternura a Lelouch, que ya se había anegado en las profundidades del inconsciente, cogía su mano entre las suyas y la acariciaba con el pulgar. No era la única que estaba pendiente de Lelouch. Suzaku también lo observaba. Con menos afecto y con mayor expectación. Era difícil de discernir. Shirley se dejó caer en la otomana para descansar unos minutos.

Esto iba a durar lo que restaba la madrugada.

*Los datos de los grupos sanguíneos de los personajes no me los saqué del culo. Están compilados y almacenados en la Code Geass Wiki.

N/A: ¡por fin! ¡El capítulo 28 está disponible! Sé que ustedes lo han estado esperando desde que salió su predecesor y recuerdo que la fecha estaba programada para el 30 de mayo. ¿Por qué no subí el capítulo entonces? Porque, aunque estaba listo, no me gustó el resultado, así que lo sometí a un riguroso proceso de reescritura. Había comenzado a leerlo una semana con anticipación, pero súbitamente me sentí indispuesta y no pude trabajar en la computadora. Para cuando pude retomar mi trabajo, era el fin de semana y confieso que estuve trabada en algunas escenas que son bastante importantes para los arcos narrativos de algunos personajes y que me impulsaron a corregir ciertas escenas de unos capítulos posteriores (no quise postergarlo y decidí hacerlo). Súmanle a eso mis deberes para con la universidad y ahí tienen las razones de esta demora (de hecho, no he podido avanzar desde donde estoy por ello). Este capítulo lo escribí en el 2021 y tuve un bajón emocional fuerte en ese año (me parece que lo he mencionado: soy una persona con un temperamento melancólico y, por extensión, tiendo a experimentar episodios de profunda tristeza que duran largos periodos, al grado de que no me provoca hacer nada y si lo hago es como si estuviera en piloto automático: lo hago por inercia). Entonces, perdí la inspiración y parcialmente las ganas y eso se vio reflejado en los capítulos que escribí y en los que corregí. Además de que en la actualidad estoy atravesando por una fase de odio a mi propia escritura que no hace más que intensificarse conforme avanza el tiempo. Comencé escribiendo el fanfic motivada por amor y mientras más leía aparte y esta historia se iba volviendo más profunda, mi perfeccionismo tomaba más control.

Leyendo este fanfic para la versión traducida, percibí que escribí el primer libro y la primera mitad del segundo libro de este fic con tanto cariño y entusiasmo que no noté algunos vacíos y que ciertos aspectos formales eran deficientes. A estas alturas, me temo que por mi falta de tiempo y de habilidad y por la longitud de los capítulos es dificultoso hacer ajustes, aunque intento mejorar todo cuánto esté a mi alcance mientras reviso los capítulos para la versión traducida. Quizás algunos piensen que estoy siendo muy dura conmigo misma. Los fics son buenos si cumplen dos requisitos: ser entretenido y ofrecer más de lo mismo, siempre que se mantenga fiel al canon. Pero yo no creo que eso sea suficiente para certificar la calidad de la historia. Tampoco es una excusa para justificar los errores que tenga y la escritura no es un pasatiempo para mí. A pesar de ello, no me arrepiento de escribir esta historia porque esta experiencia me ha permitido evidenciar mi evolución como autora y percatarme de mis fortalezas y debilidades (especialmente eso). Con relación al contenido del fic, muy poco tengo de qué quejarme. Es mi historia más densa y compleja hasta la fecha. A mi parecer, la llevo bien. Existen ciertos detalles puntuales que se me han escapado, pero son corregibles. Por dar un ejemplo, precisé la razón de las visitas de Rolo a Nunnally: en principio, lo hacía para protegerla, sabiendo que era la vulnerabilidad de Lelouch. En tal sentido, él sentía que así ayudaba a Lelouch (¿no les encanta este contraste entre mi Rolo y el Rolo canónico? Mientras el Rolo del anime quiere asesinar a Nunnally para que él pueda ser el único hermano que Lelouch, mi Rolo la protege porque entiende que Lelouch enloquece sin ella).

Como sea, espero que la historia compense todos sus defectos y les esté gustando. Este es uno de mis fanfics más queridos y sus comentarios pintan una sonrisa en mi rostro melancólico (es horrible tener este temperamento).

¿Qué les puedo decir de este capítulo? Prácticamente reúne a todos los personajes que darían su vida por Lelouch (aquí todos se jugaron el cuello para salvarlo): C.C., Kallen, Suzaku, Rolo y Shirley (Nunnally, Tamaki y Euphemia también lo hubieran rescatado si no estuvieran durmiendo con los peces). Ellos no sustituirán a los horrorosos padres que Lelouch tiene, no obstante, su afecto es importante para él. A propósito de «afecto», este capítulo fácilmente pudo titularse «Amor» ya que vimos a los personajes expresar su amor como la falta de este. Incluso cada una de los intereses amorosos de Lelouch tuvo oportunidad de demostrar que estaban enamoradas de él. Dado que el capítulo trató sobre el amor, C.C. tuvo un especial protagonismo ya que ese tema era el núcleo de su arco en esta historia. Siempre tuve claro que C.C. se humanizaría debido al amor y, para que la carta del poder del amor resultara, tuve que mostrar con antelación que, en el fondo, era una buena persona (aunque ella misma no lo creyera). Lo más desgarrador es que el precio de su humanización es el odio de Lelouch y la ruptura de su relación, pues justo después de que le arrebata de forma indirecta su ser más querido C.C. descubre que lo ama (lo crean o no, esto es algo consustancial de la C.C. canónica: no era una persona con los pies anclados en el presente y tenía facilidad para conectar con el mundo interior de los otros, pero no con el suyo; estoy segura de que no mentía al responderle a Kallen que no sabía si amaba a Lelouch cuándo fue confrontada ante sus propios sentimientos). Este trágico giro se anticipaba ya que C.C. quería devuelta su humanidad, al mismo tiempo que quería vengarse. El clímax del arco de C.C. fue razón suficiente para que titulara este capítulo como «Cera». Después de todo, la recuperación de su nombre era igual de vital para su arco, además de que había un misterio en torno a su verdadero nombre (eso sin mencionar que de por sí era bastante extraño que ella se moviera bajo este alias frente un sistema que la reconoce).

Hablando de amor, vayamos a la escena en que este brilló por su ausencia. Así es. Ese diálogo entre Charles y Schneizel. Honestamente, temía que ese empujón fuera un poco demasiado telenovelesco. Pero necesitaba sumergir a Charles en un estado comatoso y no podía ser de otro modo que con una contusión fuerte y tenía que ser Ricitos de Oro en persona quien lo hiciera. Schneizel no es fornido. Podría golpear a su padre con un objeto pesado, lo cual implicaría un acto premeditado y no quise. Por un lado, porque, al igual que Lelouch, Schneizel prefiere delegar la violencia a otros (Luciano, Minami y Rolo). A lo sumo solo empuña armas de fuego y ya. Y, por otro lado, porque Schneizel también tiene un arco y quiero conducirlo a través de él gradualmente; por lo que una discusión fea seguida de un empujón fue la solución. De igual manera, fue escalofriante la velocidad con que Schneizel se recompuso y limpió su desastre. Los invito a leer otra vez el momento y a prestar atención que está pensando (y qué es lo que le preocupa). Es todo lo que diré. Dicho sea de paso, creo que la discusión está bien. Charles sacó todos los trapitos de Ricitos de Oro al sol y Schneizel dejó entrever por qué está resentido con su padre y viceversa (tampoco quería que fuera una charla sentimental). Pero tengo la corazonada que en el futuro regresaré a ella para pulirla.

Sacado esto del camino, les pregunto: ¿cuál fue su escena favorita? ¿Cuál fue la escena que los dejó más tensos? ¿Cuál fue para ustedes la mayor sorpresa del capítulo? ¿Qué opinan de estas versiones de Charles y Marianne y qué pueden decir de su diálogo con Lelouch al inicio? ¿Qué les pareció la revelación del siniestro? ¿Les gustó ese humilde guiño a la serie? ¿Qué pueden decir de la discusión de Schneizel y Charles? ¿Qué creen que sucederá a continuación con el Proyecto Geass? ¿Qué expectativas tienen para el próximo capítulo? Coméntenme todo lo que les apetezca en la cajita de comentarios. Yo los estaré leyendo.

Trataré de actualizar el 11 de julio el capítulo 29: «Fuego en el agua» (por si las moscas, tómenlo como una fecha tentativa).

¡Nos estamos leyendo! ¡Cuídense! ¡Besos en la cola!

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