Capítulo 27: Proyecto Geass

¿Qué quiso decir Lelouch al pedirle que no olvidara sus sentimientos? ¿Acaso indirectamente admitió los suyos? ¿Se precipitó al asumir que no le correspondía? Milly le había hecho ver a Kallen la atracción de Lelouch hacia ella. Kallen acogió su comentario con suspicacia. No era que pusiera en duda su capacidad de observación o sus conocimientos sobre Lelouch. Es que él era el maestro del engaño y sus señales no eran muy claras que digamos. Hasta la fecha sus cálidos gestos, sus atentas palabras y sus bondadosas acciones connotaban preocupación y cariño, lo que no necesariamente se traducía como amor romántico. Más tarde, sin embargo, C.C. confirmaría la presunción de Milly asegurando, además, el amor de Lelouch. Así pues, Kallen tenía dos afirmaciones de dos personas que lo conocían bastante bien y que apoyaban incidentalmente ciertas pruebas factuales, ya que Kallen no podía omitir que en dos ocasiones sus labios estuvieron a punto de unirse en un beso y anoche casi tuvieron un encuentro más íntimo. De ningún modo eran gestos provenientes de un socio o siquiera un amigo. Por tanto, resultó inevitable que la esperanza empezara a aletear en el pecho de la pelirroja.

Ahora todo lo que necesitaba era que Lelouch fuera sincero consigo mismo y con ella. Habría obtenido su respuesta, de no ser porque, cuando fue a abordarlo, estaba con Urabe y justo después vino Suzaku y ya no pudo tener un momento a solas con él. Kallen se prometió a sí misma que lo acorralaría en cuanto surgiera una mínima oportunidad y se lo preguntaría. «No tiene por qué decirme de inmediato que me ama. Me basta con que tome mi mano y me sonría o rodee con su brazo mi cintura y me bese o me abrace y me susurre que desee estar conmigo». Si ninguno de los tres escenarios ideales tenía lugar, entonces ella lo miraría a los ojos. Ellos expresarían la verdad que sus labios reprimían. «Puede ser que me ame y la raíz del problema sea que no se atreve a responsabilizarse de sus sentimientos. En dado caso, no sería el hombre indicado para mí». A Kallen le rompería el corazón que esa fuera la situación. Inclusive preferiría que Lelouch no la amara. Era menos doloroso. Por lo pronto, debía vaciar esos pensamientos de su cabeza y concentrarse en el caso de Britannia Chemicals.

Apenas llegaron los empleados de la planta química, Kallen los invitó a pasar y acomodarse en la mesa rectangular de sala de reuniones. Era una habitación sin ventanas, aunque bastante iluminada debido a las lámparas fluorescentes tubulares. Para el caso de Lelouch, la utilizaron por primera vez con el fin de reagruparse y planear su próximo movimiento con los antiguos socios de Lelouch. Sobre las paredes insípidas no había nada destacable que las embelleciera. Solo un reloj IMB colgado detrás de la silla de cabecera, en la cual Lelouch era el único que se sentaba. Pero que, por esta ocasión, Kallen iba a ocupar.

De por sí, la silla era diferente a las otras. Era más alta y el respaldo era acolchado. Desde ahí tenía una visión panorámica de todo. A Kallen le pareció a un trono. Ese pensamiento la imbuyó de una sensación intimidante y, a su vez, placer. Ya entendía por qué a Lelouch le gustaba tanto esa silla. En tanto esperaba que tomaran asiento, sus ojos vagaron por toda la sala. Kallen logró reconocer cada uno de sus rostros, aun cuando los había visto por el rabillo del ojo. A todos los había salvado. Eran supervivientes. Todos eran su propia especie de soldado, al igual que ella, Rolo, C.C., Suzaku y Lelouch. Unidos en la guerra contra Britannia Corps para pelear juntos. La mujer se aclaró la garganta y sintió un cosquilleo en el estómago. Se produce una sensación embriagadora al tener la atención de muchos.

—Muchas gracias a todos por asistir. Creo que esta es la primera vez que nos vemos, así que me presentaré: soy la abogada Kallen Stadtfeld. Los he llamado porque nuestro bufete quiere tomar su caso. Como ustedes, llevamos largo tiempo luchando por denunciar al público todas las actividades ilícitas de Britannia Corps con afán de atraerlos a un tribunal y enfrentarlos a la justicia y, aunque Britannia Corps consigue escurrirse, eso no nos desalienta. Sabemos que su abogado les sugiere establecer un acuerdo; no obstante, nuestro bufete los insta a continuar peleando, con la diferencia de que esta vez nosotros pelearemos con y para ustedes.

Kallen nunca fue buena para los discursos; si bien, había pasado los últimos meses caminando detrás de alguien que sí lo era y había aprendido bastante de él en ese lapso. Bueno, siempre destacó como una estudiante sobresaliente. Lelouch le había dicho que era capaz de inspirar a los otros. Internamente, rogaba tener algo de esa magia inspiradora con ella y convencerlos.

—¿Crees que ganaremos? —preguntó uno de los empleados.

—Lo creo —contestó Kallen, dirigiéndose brevemente a su interlocutor. Se volvió a todos—. Será una batalla dura y larga. Les confieso. Son pocos los bufetes que se atreven a desafiar a Britannia Corps. Nuestra firma es pequeña, pero nuestros abogados son audaces, constantes y determinados a ganar. Tenemos un plan en el cual confiamos que ganaremos. Si rechazan esta oportunidad, estarán renunciando a su posibilidad de ganar —aseguró con voz enfática—. Por lo tanto, es decisión de ustedes si rendirse con el acuerdo o ganar con nosotros.

Kallen era pésima mentirosa. Detestaba mentir y, aunque había aprendido que la verdad y la mentira eran las dos caras de una moneda, siempre que pudiera optaría por la verdad. Su tasa de probabilidades estaba a un 40%, técnicamente. Les urgía tener un médico como testigo experto. Esa clase de testigos era el mayor inconveniente en los casos laborales. Nadie quiere testificar por temor a ser despedido o algo peor. Y, en efecto, con Britannia Corps había que esperar lo peor. Lelouch prometió encargarse de ese asunto y Kallen confiaba en él. Se acordó de lo que le dijo en la cárcel: «un hombre debe saber cómo fabricar su propia suerte». ¿No estaban en una situación similar? ¡Desde luego! Kallen había presenciado los milagros de los que era capaz de hacer. No podía menos que aferrarse a esa pequeña posibilidad.

Kallen los observó. En sus semblantes estaba escrita la respuesta. Experimentó una inmensa satisfacción en la recepción positiva de sus clientes. Imaginó que así debía sentirse él. El resto fue sencillo. Les solicitó presentarse en la corte como sus testigos y le entregó a cada uno un documento con las preguntas hipotéticas de la fiscalía y las que formularía la defensa con sus respectivas respuestas. También les dio lecciones del lenguaje corporal. Algo que Lelouch le enseñó. Les enfatizó que debían prepararse. Sus oponentes en el estrado eran embusteros. Subestimarlos era un precio que pagarían con el veredicto. En ese punto hizo una pausa para que asimilaran sus palabras. Era importante que lo entendieran. Al concluir la reunión, Xingke fue el último en despedirse. Se había reservado ese privilegio a fin de hablar a solas con ella un momento.

—Fue una buena reunión, abogada Stadtfeld. Nos convenció a todos. El caso es suyo.

—¡Gracias! Prometo que trabajaremos duro...

—No, no me malentienda. El cayo es suyo. De usted. Si otro abogado la apoyará, quisiéramos que se reuniera con nosotros. Estaríamos encantado de oír qué tiene que decir al respecto.

—¡Oh! Ya veo.

—Gracias por todo —le sonrió—. Cuídese. Nos veremos pronto.

https://youtu.be/VJEnEj7c1o8

Xingke se inclinó respetuoso y se marchó junto con Rolo. Kallen se quedó ordenando algunos papeles. La pelirroja no cabía en su gozo. Todo salió a pedir de boca. No. Superó sus propias expectativas. Estaba tan orgullosa que se puso a canturrear inconscientemente. Quizá fue por eso que no apercibió a Lelouch acercársele por detrás o tal vez se debía a sus pasos suaves. Lelouch era un poco demasiado taciturno.

—Estoy impresionado con tu liderazgo. Veo que puedo confiar que el día de mañana estará en buenas manos si me ausento —la elogió, sonriente—. Te has vuelto una estupenda líder.

—Gracias —susurró Kallen, sonrojándose—. Sabes, no te he dado el suficiente crédito.

—¿Ah, no?

—Sí. Ser líder es una responsabilidad monumental. Implica tener autocontrol y ser empático, justo, tolerante, paciente, comunicativo, sabio para las decisiones y un buen oyente. No solo debe tener carisma y confianza. Debe preocuparse por los otros y crear un ambiente cómodo para todos. La verdad es que las dos veces que te sustituí no he hecho más que admirar tu extraordinaria labor, pero solo hasta ahora he podido decírtelo —confesó—. ¿Y oíste todo?

—Una buena parte. Estaba fumando un cigarrillo afuera. Para cuando entré, noté que estaban casi acabando. Como no quería interferir, decidí ver a la distancia.

—¿Oíste que Xingke dijo que quiere que te reúnas con ellos o no te aceptará como abogado?

—Lo oí.

—¿Y bien?

—No hace falta. Tú los representarás —refutó. Kallen se desilusionó. Anhelaba hacer equipo con él en otro juicio. Su expresión tuvo que haber reflejado su desencanto porque agregó con una dulce sonrisa—: has crecido profesionalmente, Kallen. Eres capaz de hacerte cargo sola y eres una buena abogada. Aunque puedo ayudarte a preparar tu defensa, si quieres.

No le quitaba razón. Le gustaba que Lelouch valorara su potencial y el crecimiento que había tenido. Y le gustaba que confiara lo suficiente en ella como para encomendarle aquella tarea.

—Eso es porque he tenido un buen mentor —indicó, recogiéndose un mechón tras la oreja.

—Es cierto —alardeó dibujando aquella sonrisa idiota que innumerables veces había sacado a Kallen de quicio y que hoy le pareció encantadora. Sucedió una pausa y la pelirroja pensó que este era el momento que estaba aguardando con ansias.

—Oye, Lelouch, tengo que saber...

—Por cierto, ¿dónde está C.C.? —la interrumpió Lelouch.

—No lo sé —repuso la pelirroja, parpadeando desconcertada—. No regresó ni ella ni Suzaku. Únicamente Rolo.

Lelouch torció el gesto. Esa mueca de disgusto dio cuenta a Kallen que esa no era la respuesta que deseaba escuchar. Lelouch profirió una maldición entre dientes y se giró. Iba a buscar a Rolo cuando sonó su celular. Dudó en atender. No estaba de humor para conversar con nadie. Por otra parte, si C.C. no estaba allí y si tal vez Rolo no supiera su paradero, ¿qué tenía que perder? Se resignó y sacó su teléfono que vibraba en el interior de su chaqueta. En la pantalla leyó el nombre de «Urabe». Lelouch dedujo que se trataba de una emergencia. Urabe no era insensato. No lo llamaría desde la mansión sino fuera importante. Recibió la llamada.

—¿Qué ocurre?

¡Lelouch, debes venir al apartamento del abogado Kururugi! ¡Está en peligro! Luciano lo quiere asfixiar con monóxido de carbono.

https://youtu.be/cAQr_G_xOmo

Urabe cortó. Tal como supuso, él no lo llamó para charlar, sino para transmitir un mensaje y Lelouch se tensó al captarlo. Una tensión que se intensificó apenas la línea cedió espacio al silencio. Kallen miraba con preocupación a Lelouch que había empalidecido. Intuyó que algo andaba mal. Lelouch no se inquietaba por cualquier nimiedad. No llegó a preguntarle porque entonces él salió deprisa hacia la biblioteca jurídica, movió la pequeña estatura de la Dama de la Justicia, se revelaron las escaleras y las bajó. Se mudó de ropa en el búnker. Entretanto estaba colocándose los guantes, su mente empezó a cuestionarlo: ¿por qué no se ahorraba esa preparación en la que estaba desperdiciando minutos valiosísimos y corría a salvar a Suzaku? ¿No debería ser que Lelouch fuera quien rescatara a su amigo? ¿Estaba ganando tiempo para calmarse? No, no era nada eso. Era lo correcto. Zero ayudaba a las personas generosamente. Esa era la fachada que había concebido para Zero. Lelouch, no. Él se movilizaba en función de sus razones egoístas y había lastimado a Suzaku por esas mismas razones. Además de que la máscara lo protegería del gas venenoso.

Kallen bajó las escaleras.

—¿Por qué te estás vistiendo como Zero? ¿Qué pasó? ¿Eso tiene que ver con la llamada?

—Sí. Suzaku me necesita.

Urabe no había especificado si la vida de Suzaku peligraba en ese momento. A juzgar por el tono tajante y áspero, Lelouch infería que Suzaku se debatía entre la vida y la muerte. Kallen siguió observando a Lelouch con aire meditabundo. Seguidamente, ella se palpó los bolsillos de su pantalón, sacó un juego de llaves y se la tiró. Lelouch las atrapó con torpeza.

—Son las llaves de mi moto —explicó—. Me las devuelves cuando salves a ese idiota.

Los ojos de Lelouch oscilaron de las llaves en su mano a Kallen. Dijo:

—Gracias.

Y salió. Nunca antes había manejado una moto. Había ido en el sidecar de la motocicleta de Rivalz durante la época en que era un adolescente haragán que pasaba de todo el mundo, con excepción de Nunnally. Aun así, Lelouch era capaz de extraer algunos recuerdos nítidos del pasado. Por ejemplo, se acordaba de cómo él la ponía en marcha; lo que resultaba de utilidad en ese instante. La moto de Kallen tenía una pinta monstruosa y, por extensión, intimidante, comparada con la moto infantil de su amigo, pero Lelouch no se dejó amilanar. La adrenalina había inyectado su cuerpo de vigor y fuerza. Sentía que podía ir en un monopatín hasta donde estaba Suzaku. Decidido a domar la bestia, saltó sobre la moto, la arrancó y se adentró en la avenida.

Lelouch había ido dos veces al apartamento de su amigo y las dos veces había terminado mal en mayor o menor medida. En la primera, Suzaku casi lo descubría besándose con Euphemia. Era un riesgo calculado. Uno que asumió con ganas de que se hiciera realidad, aunque no lo admitiera abiertamente. La parte más retorcida de su ser sabía que era verdad. El apasionado encuentro entre los amantes se trocó en un episodio embarazoso una vez que Suzaku apareció y se agravó después de que su examigo intentó averiguar sus pretensiones con el Dr. Asprius. La segunda ocasión fue para pedir un favor que lo obtuvo al costo de varios moretones. Nunca se había humillado ante nadie y no se enfadó con Suzaku por obligarlo a hacerlo. Lo engañó, así como mintió y usó a Euphemia, la mujer a quien sedujo y planeaba separar de Suzaku, a sabiendas de sus sentimientos. Y sus acciones quedaron impunes. Así pues, el odio de Suzaku hacia él era válido. Lelouch reconocía que no fue un buen amigo ni una buena persona. No hubiera imaginado que iría una tercera vez para salvarlo.

A Lelouch casi lo aplastó la moto al bajarse de ella. Trepó por el muro. Tuvo una estrepitosa caída, pero no nos desviemos. Forzó la cerradura. Un truco que había aprendido de Tamaki. «Si deseas forzar una cerradura, debes entender cómo funciona; pero si deseas dominar una cerradura, debes aprendértela para que comparta contigo todos sus secretos». A Lelouch le gustaba tener el dominio de las situaciones y practicó bastante con el gánster desmontando y montando cerraduras pensando que a su alter-ego le serviría en el futuro. El chasquido de la cerradura aflojando paralizó su corazón un segundo y lo reanudó al abrir la puerta. A Lelouch también le gustaba tener razón. Ingresó en el edificio y subió las escaleras. Si él hubiera sido quien estuviera atrapado en su apartamento, Suzaku le habría propinado patadas a la puerta hasta abrirla. Tenía la fuerza para hacerlo. Él no, así que introdujo la contraseña en el sistema de control esperando que Suzaku no la haya cambiado. Sonrió al comprobar que no. La puerta se abrió.

Lelouch no divisó nada raro y sabía que no iba a oler nada si se quitaba la máscara. El monóxido de carbono era incoloro e inodoro; por lo que era imperceptible ante los sentidos humanos. Pasó al interior. Escaneó el lugar con las sienes palpitándole y el corazón a mil. Al tiempo, iba abriendo las ventanas. Supuso que Bradley las cerró para concentrar el gas en el apartamento y evitar las filtraciones. Lelouch logró localizar a Suzaku. Estaba inconsciente. «¡Suzaku!». Lelouch se arrodilló a su lado y palpó su pulso. Latía aún. Débilmente. Lelouch se figuró que debió estar expuesto al gas por bastante tiempo, de suerte que aspiró profundo, contuvo el aliento, se sacó su máscara y se la puso. Se echó su brazo alrededor de sus hombros y con el brazo libre rodeó su cuerpo. Lelouch dirigió a Suzaku hacia la salida del apartamento, hacia el pasillo. Sin detenerse para pausas, por más que las piernas se le doblaran por el peso y tuviera algunos mareos. Lelouch se permitió jadear tan pronto llegó con Suzaku al rellano. Recuperó su máscara y sacó su celular. Marcó el número de emergencias.

—Hola, estoy llamando desde el distrito cuarenta y dos, desde el edificio El pájaro bermellón, piso cuatro. Hay un hombre inconsciente en el rellano de la escalera. Apúrense.

De pronto, sintió que una mano agarró su tobillo. Escuchó a Suzaku respirar ruidosamente. Lelouch se inmovilizó. Suzaku alzó la vista. Vislumbró el perfil de un hombre joven de piel pálida y con cabello negro vestido como Zero. Intentó distinguir más detalles, pero la cabeza le dolía y le daba vueltas.

—¡Zero! —gritó con voz estrangulada.

Y perdió el conocimiento o esa era la impresión, pues todo se sumergió en silencio. Lelouch evitó darse la vuelta. Se zafó con un movimiento delicado y se alejó.

https://youtu.be/HTgP5NOfPmM

C.C. repasó de nuevo el sortilegio en su diario de Wicca. Un libro de piel hecha a mano cuya portada tenía el diseño de un pentagrama en relieve. Se estaba aprestando a efectos de crear un amuleto de protección y quería hacerlo bien. Jamás había empleado su magia para nadie que no fuera ella misma. Ya en el pasado lo había hecho. Casualmente, fue su primer trabajo mágico. Recordaba el proceso. No era tan complejo, aun tratándose de magia muy avanzada. Debido a que necesitaba un objeto en el que conjurar, decidió usar un colgante. Un pentáculo. Similar al que ella portaba, salvo que este era de bronce. No bien lo había comprado, lo metió en un cuenco de sal y lo dejó sepultado un día entero. El siguiente paso fue la sintonización del amuleto con su receptor. Su convivencia con Lelouch le facilitó esa parte. Mejor así. Se ahorraría ver cómo arqueaba la ceja y sus labios se curvaban en una sonrisa burlona al pedirle que lo llevara puesto. Si él no manifestaba su escepticismo con palabras, lo hacía a través de la expresión facial adoptando ese particular mohín. Lelouch se portaba especialmente pesado cuando le pinchaban en su vena ateísta. Acabado eso, ella podía proceder a la más importante y la última fase: el encantamiento, que tenía que realizarse en la noche. C.C. siempre recitaba sus hechizos en la noche, después de que Nunnally, Lelouch y Sayoko se retiraban a dormir. Esta vez aguardó pacientemente la noche y se situó delante del balcón en la sala con la vista hacia la luna llena. En realidad, el amuleto podría ser creado en cualquier fase de la luna con la condición de que correspondiera con el objetivo; pero la energía de la luna llena era idónea para obtener efectos duraderos. Acto continuo, levantó el círculo mágico wiccano con velas. A C.C. le encantaban las velas. Las encendió todas, incluida la que iba a utilizar en el ritual, y el incensio. Llenó un cuenco con agua y otro con sal. Mientras dibujaba formas indefinidas en el aire, pasó el incensio y una vela por encima del colgante. Lo salpicó con sal y lo remojó en agua. Al apercibir el momento de la energización, visualizó un escudo. Alargó los brazos como si estuviera tratando de alcanzar algo invisible y cerró los ojos. En la oscuridad detrás de sus párpados imaginó el flujo de las energías entretejiéndose y formando un bucle que se expandía, alimentándose de las energías a su alrededor...

Entonces, sintió la presencia de Lelouch. No se volvió a ver y había escasa iluminación en la sala, pero sabía que estaba detrás. Ya la energía había quedado sellada, así que C.C. abrió los ojos y se limitó a pasar el amuleto por los elementos en orden inverso. Empezó con el agua.

—Ya estás devuelta —lo saludó, imperturbable—. ¿Cómo te fue? ¿Le compraste flores? ¿Te reencontraste con tu madre?

—Sí, compré flores —susurró Lelouch en respuesta. Las palabras se atascaron en su garganta por unos segundos—. Lamentablemente, no pude dárselas: el abogado Gottwald había tenido mí misma idea. Estuvimos charlando un rato.

—¿Ah, sí? —inquirió C.C, fingiendo desdén. Esparció sal sobre el amuleto—. ¿De qué?

—Del juicio de mi madre. Alegó que en aquel tiempo prefirió creer en la evidencia antes que en su corazón. Me contó que no hace mucho descubrió la verdad sobre el juicio porque tú se la revelaste. ¿Es verdad que te reuniste con él? —preguntó Lelouch, circunspecto.

C.C. cerró la mano. Lelouch se mantuvo a la expectativa. Si ella lo estuviera mirando, habría notado cuánto relucían sus ojos. La Wicca tuvo la premonición de que su contestación iba a ser importante. Los segundos fueron deshilándose de la mortaja del tiempo con desgarradora lentitud. A la larga, cogió la vela y la pasó por el colgante. Repitió la acción con el incienso.

—Claro que no. ¿No crees que te lo habría dicho si fuera así?

«Miente», siseó una vocecita en la mente de Lelouch que lo hizo apretar el puño escondido detrás de sí con que sujetaba algo. El abogado despachó la vocecita entrometida a un rincón.

—Eso pensé —C.C. imaginó a Lelouch sonreír confianzudamente. C.C. se incorporó con un movimiento ágil y se puso a deshacer del círculo wiccano—. Entre nosotros no hay secretos. ¿Por qué el abogado Gottwald me habrá mentido?

«No hay secretos entre nosotros con alguna que otra excepción», pensó Lelouch.

—Quizás imaginó que no le creerías si te mencionaba otro nombre.

—Es un buen punto —asintió—. Bueno, ya que no pude regalarle estas flores a mi madre, te las doy a ti.

Lelouch le tendió las flores. Ella le echó una mirada larga al ramo y a Lelouch que estaba de pie con una expresión inescrutable y una mano detrás de su espalda. Las flores, las velas y la oscuridad que los circundaba, en otro contexto, eran elementos propicios para una atmósfera romántica. Le fue inevitable sonreír. Juraba que había dejado de tener esas fantasías. La bruja caminó hacia Lelouch, agarró el ramo y aspiró su aroma metiendo la nariz en las flores. Los lirios desprendían un delicioso perfume como para embriagarse y no despertarse jamás.

—Gracias. Son bonitas —comentó C.C., acariciando los suaves pétalos. Y se mordió el labio, repentinamente. Había resurgido en ella un pensamiento que la había estado molestando por días, meses inclusive. Tal vez no era el momento para preguntarle; mas sabía que no lo habría más adelante—. Lelouch...

—¿Uhm?

—¿Qué harás después de que obtengas justicia?

—¿Después? —repitió.

—Ya sabes. Una vez que el presidente Charles, Schneizel y sus cómplices sean condenados por sus crímenes, una vez que triunfes, ¿qué harás?

Lelouch fijó sus ojos en C.C. con tal ferocidad que sugería la impresión de estar agujereando su cráneo. De pronto, relajó sus facciones sonriendo y contestó con un tono natural:

—Iré a terapia. Es lo que Nunnally me sugirió. Quería que recibiera tratamiento y que viviera una vida normal.

—¿Pero tú no querías?

—No. Era lo que necesitaba —rectificó—. Siempre supe que era lo que mi corazón quería y estaba convencido de que eso era lo que necesitaba para apagar el atronador grito de mi madre en mi cabeza para siempre. Creía que mi promesa a Nunnally era mi palanca —Lelouch elevó la comisura de su labio esbozando una sonrisa irónica—. Me tardé en entender que Nunnally era mi palanca y aún a día de hoy lo lamento. Buscando lo que quería, perdí lo que necesitaba —susurró Lelouch con amargura. C.C. bajó la cabeza y entrecerró los ojos, aislándose en su mundo interior. Lelouch amplió su sonrisa y preguntó—: ¿no me crees?

—No, te creo —replicó, volviendo a la realidad—. Nunca ha habido mentiras entre nosotros.

—Eso es correcto —afirmó—. Y, dime, ¿dónde estuviste? ¿Por qué no volviste al bufete?

—Tenía que comprar unos ingredientes —contestó con un amago—. Como puedes percatarte por ti mismo, quería crear un talismán protector para ti.

«Está mintiendo otra vez», rumió aquella voz marginada en su consciencia. Lelouch tornó a apretar el puño y se hizo daño. Normal. Estaba sosteniendo una tijera que había sacado de un cajón cuando C.C. estaba concentrada en su ritual. La sangre discurrió por el filo de metal y goteó en el piso como copos de nieve. Lelouch contuvo un gemido comprimiendo los labios.

—¿En serio? Eso es muy amable de tu parte. Gracias.

—No me des las gracias. Mi deber es protegerte.

—Cierto. Has sido como mi torre a lo largo de estos años —admitió. C.C. asintió una con la cabeza. Borboteó de sus labios una risa entrecortada que contagió a Lelouch, así que, a pesar de que quería permanecer serio, acabó riéndose con ella—. Eres el timón que me ha protegido de los escollos.

—Lelouch... —gorjeó C.C. sonriente, ladeando la cabeza. Lo miró.

—¿Sí?

—¿Qué estás esperando para apuñalarme con lo que ocultas tras tu espalda?

La expresión de Lelouch se crispó por un segundo. Su mirada relumbraba como nunca antes. El brillo se atribuía a las lágrimas anegando sus ojos que refractaban contra los rayos de luz de las velas y a la furia enloquecida que lo estaba poseyendo. Lelouch estrujó las tijeras. El puño temblaba. Parecía una bomba a punto de estallar. Se extinguieron las risas.

—Que me explicaras por qué me traicionaste con Charles o a lo mejor que me dijeras si fuiste honesta conmigo alguna vez —masculló Lelouch—. ¡Nunnally te abrió las puertas de nuestro hogar! ¡¿Cómo pudiste seguir mirándome a la cara luego de lo que le hiciste, sucia serpiente?!

—Pero eso tú ya lo sabes —gimoteó C.C. Al tomar una bocanada de aire, se sorbió la nariz sin querer. Decidió interpelarlo—: ¿conoces la fábula del escorpión y la tortuga? —aguardó por su respuesta, algo. Silencio total. C.C. dejó caer las flores—: había una vez un escorpión que deseaba cruzar un río. Como no podía hacerlo, le pidió a una tortuga que la ayudara. La tortuga desconfió, pues los escorpiones eran traicioneros y mentirosos y a veces mataban por placer y ella se rehusó. El escorpión prometió no lastimarla asegurando que quería atravesar el río y que si la picaba perdería más que ella. Compadeciéndose del pobre animal, la tortuga accedió y juntos cruzaron el río, no obstante, a medio camino, el escorpión la picó. La tortuga lo reprendió: «¡tonto! ¡¿Qué acabas de hacer?! ¡Ahora los dos moriremos!» —exclamó. C.C. había relatado la fábula con una voz susurrante, hasta ese punto que flexionó el tono. Colocó su mano en su hombro y le murmuró al oído—: y el escorpión le respondió: «perdóname, no lo pude evitar. Está en mi naturaleza».

C.C. se enderezó y Lelouch la apuñaló. C.C. soltó un alarido. Arrastrada por el ímpetu, volvió sobre sus pasos. Agarró las tijeras por el filo queriendo sacarlas; pero estas se sumergían más en su carne, conforme Lelouch aplicaba mayor fuerza. Su espalda terminó chocando contra la pared. C.C. trató de empujarlo y Lelouch retorció las tijeras. C.C. gimió y Lelouch también, tal cual si el filo lo hubiera traspasado a él. Sentía el metal tan ardiente en su mano como las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Le producía dolor. C.C. comenzó a deslizarse hacia abajo. Sus pies habían dejado de sostenerla. Lelouch movió las tijeras hacia arriba, forzándola a incorporarse. La sala se llenó con los gritos y sollozos de C.C. Lentamente volvió sus ojos ambarinos copiosos de lágrimas. El agua le dio la apariencia de un vidrio fragmentado. O tal vez lo que estaba observando Lelouch era un reflejo de las grietas de su corazón. «No puedo. ¡No puedo hacerlo!». Lelouch arrancó las tijeras de su cuerpo de un tirón. Solo la oyó caerse porque se volteó para cubrirse los ojos con el brazo y llorar de cólera y bramar de impotencia, entrando en una erupción de violencia y dolor.

Lo tomó por sorpresa cuando C.C. clavó algo duro en su cuello. Lelouch se tocó en donde la aguja había atravesado la piel y se giró hacia C.C. La vio de pie con una mano conteniendo el sangrado y otra agarrando una jeringa. Se le nubló la vista. Lelouch parpadeó desesperado por volver a enfocar los ojos. Pero entonces la sala se inclinó.

—¡Perdóname! —imploró una C.C. enrojecida, sorbiéndose los mocos.

Lelouch no alcanzó a entender qué decía. Se derrumbó en cuatro patas y no logró hacer que su cuerpo se levantara más. En su lugar, un brazo cedió bajo su peso y cayó definitivamente. Una densa oscuridad empezó a cerrarse sobre su campo visual.

Y luego todo se desvaneció.

https://youtu.be/O3PYBJdNOAs

Suzaku fue herido por una luz incandescente al abrir los ojos. ¿En dónde estaba? Intentando desperezarse se movió en la superficie acolchada donde estaba tendido. Sintió bajo sus manos una textura áspera y acartonada. Tenía la nariz fría. En el aire había suelto un olor antiséptico. Reconoció las sábanas y el suelo limpio del hospital. Ahora bien, ¿por qué estaba ahí? Suzaku se devanó los sesos haciendo memoria y el lóbulo occipital le respondió palpitando. Le dolía la cabeza, pese al analgésico circulando por sus venas. Decidió mudar de posición. Dejó que sus dedos se desplazaran por las sábanas. Abrió y cerró los ojos hasta acostumbrarse al brillo estéril de las luces fluorescentes. Se dobló hacia adelante y la máscara de oxígeno tiró fuerte de él. El jalón sacudió sus memorias dormidas. Habían atentado contra su vida y fue Luciano Bradley. No pudo verlo, no obstante, Suzaku estaba seguro de que esa carcajada le pertenecía a él. De todos modos, se cercioraría revisando las cintas de seguridad de su edificio.

Pero, entonces, si Luciano trató de matarlo, ¿quién lo rescató? ¿Quién llamó a Emergencias? Suzaku cerró los ojos. En su mente apareció la silueta de aquel hombre joven alto. Caucásico, presumiblemente. Y moreno. Muchos hombres encajaban en esa descripción. Suzaku inclinó la cabeza y apretó los párpados. Molesto. Se acordó de haberlo escuchado hablar por celular. Su voz era grave, reposada, profunda, hipnótica. Con ese añadido, el rango se reducía. Suzaku se quitó la máscara, sacó su teléfono y contactó a Lelouch a su casa. ¿Qué hora era? ¿Ya era el día siguiente? Había perdido la noción del tiempo. La llamada repicó varias veces. No cayó nunca. Reanudó el intento. Siguió sin suerte. Llamó su celular. Una, dos, tres. Nada de nada. ¿Lo estaría evitando adrede? ¿Estaba en un sitio sin recepción? ¿Por qué no contestaba? Esto se estaba poniendo raro.

Suzaku se echó un vistazo a sí mismo. Conservaba su ropa. Respiró profundo. El oxígeno se había administrado y distribuido por sus pulmones eliminando todo rastro de monóxido de carbono. Miró su entorno. Al parecer, lo habían internado en la unidad de cuidados intensivos —normal, considerando que le urgía una desintoxicación. Había otras camillas, además de la suya. Las enfermeras estaban atendiendo a los pacientes. Ninguna de ellas ni nadie le estaba prestando atención. Por ende, si iba a escaparse, ahora era el momento. Suzaku se incorporó. De por sí había sido bastante malo haberse desmayado. En internet ya estaban comentando sobre su apuñalada y formulando teorías. Era mejor mantener en secreto lo que había pasado y pasar a investigar con más detenimiento este incidente. Aunque estaba por confirmar la identidad de Zero, esta podría ser la única oportunidad de desenmascararlo con evidencia que se podía presentar en una corte. Suzaku pudo pasar desapercibido entre la gente gracias al ajetreo en la pieza y cruzó el umbral sin mirar atrás.

https://youtu.be/DKVi9P7jNUc

Luciano estaba fuera de control. Ayer atacó a los trabajadores de Britannia Chemicals cuando expresamente Schneizel le había ordenado no hacerlo y hoy intentó asesinar a su protegido. Schneizel nunca olvidaba una desobediencia ni perdonaba a alguien que hubiera lastimado a sus allegados y, por ello, estaba dispuesto a devolver el daño. Schneizel le había solicitado a Kanon averiguar los detalles de ambos incidentes. Pero, independientemente de su respuesta, había tomado una decisión. Ese día Bradley sería ejecutado. Schneizel se preguntó a sí mismo por qué había tardado tanto. Siempre supo el tipo de persona que era. Preveía que algún día iba a perder el poder que tenía sobre él. Aun así, lo dejó ser su verdugo, ¿por? Había intentado descubrirlo reflexionando esa mañana. ¿Por lástima? Schneizel recordaba cuándo el vampiro de Britannia irrumpió en su vida. Euphemia no había nacido y Cornelia estaba mudando sus caninos. Fue una noche lluviosa. Sin previo aviso, el presidente Charles apareció con él en la mansión. Era un niño harapiento con el pelo sucio y mugre debajo de las uñas. Más alto que él, entonces, y no mayor que Odiseo. ¿Guardaba algún secreto de su padre? ¿Era un bastardo? Imposible. Charles zi Britannia no se apiadaba de los mendigos con que se topaba de camino a la empresa y los recogía. Ni siquiera hacía donaciones a orfanatos. Y el patriarca no explicó por qué lo trajo ni en qué oscuro callejón lo encontró. Luciano no hablaba de ello ni mostró interés por sus orígenes y Schneizel tampoco quiso indagar. Ya existían dos niños bastardos, ¿por qué aumentar el número? Mientras no tuvieran parecido físico, daba igual.

Luciano no hizo el menor esfuerzo por acercárseles y desarrollar vínculos fraternales. Y ellos tampoco. Cornelia nunca quiso amistarse con él. Se quejaba de que la mansión ya parecía un orfanato con la cantidad de niños que su padre dejaba al cuidado de sus sirvientes. Y Odiseo le tenía miedo, lo cual era entendible. Luciano soportaba los pellizcos y palizas de los criados y el presidente Charles sin verter una lágrima y, más bien, se le veía intrigado por los patrones y los colores de los cardenales que se extendían por su piel. Para ser un niño, tenía el carácter endurecido. Schneizel decidió tratarlo. A esa edad pensaba que su gentileza y su compasión lo motivaron. Al crecer, reparó que tal vez pudo ser algo más. Su madre había fallecido y se sentía abandonado por su padre. Estaba familiarizado con la soledad que debía sentir.

—Soy Schneizel, el segundo hijo de Charles zi Britannia, el dueño de esta casa y tu anfitrión —se había presentado. Creía que la estadía de Luciano era temporal—. Llevémonos bien.

Pero a él no le importaba hacer buenas migas. O eso parecía. Desde temprano, dio muestras de un comportamiento sociopático. Schneizel lo había aprehendido torciendo el cuello de un pájaro en una visita al parque y siempre sospechó que era él quien estaba detrás de las muertes de los gatos en el vecindario. Cierto día, la mascota de Cornelia fue hallada con el estómago abierto. Era una buhund noruego adulta cariñoso y leal llamada Victoria. Se lo había regalado por navidad hace cinco años. A Cornelia la devastó su pérdida. Amaba a su perra. Odiseo no sabía qué hacer. Schneizel le pidió consolar a Cornelia; mientras iba a resolver el problema. Como solía ser. Fue a encarar a Bradley. Estaba jugando con una rama en el patio. Schneizel no tenía nada que acreditara su culpa, pero estaba seguro de su responsabilidad en su muerte.

—¡Fuiste tú! ¡Tú mataste a la perra! ¡No tenías ningún derecho! —le había reñido el pequeño Schneizel. Luciano trazaba figuritas en la tierra y las borraba restregándolas con el zapato—. ¡¿Por qué lo hiciste?!

—Quería saber si estaba embarazada o estaba gorda —había respondido Luciano con apatía.

—¡¿Qué?! —había escupido Schneizel—. ¿Tienes idea de lo que tu experimento loco causó? —Bradley no estaba dando oídos al pequeño. Ni lo estaba viendo ni se angustió de haber sido atrapado infraganti, siquiera—. ¡Heriste a Cornelia! ¡¿Acaso no te arrepientes?!

—No, y tú tampoco —había dicho Luciano con la voz pastosa.

—¿Disculpa?

—Toda esa amabilidad y esa empatía es aprendida, ¿cierto? Tú no lo sientes realmente —le había preguntado. Schneizel estaba a punto de defenderse cuando Luciano lo cortó—: o sino me habrías ordenado correr a disculparme con ella, en vez de preguntarme por qué lo hice o si estoy arrepentido. Quieres saber si no estás solo.

—No sé de qué me hablas.

—También te he visto, ¿sabes? Matando a hormigas, arañas, sapos, incluso a un ratón.

—Eso es diferente —había refutado Schneizel, a la defensiva—. Eran animalejos, diminutos, insignificantes, sin dueños, sucios.

—Entonces, ¿porque son animales insignificantes deja de estar mal? —lo había cuestionado, dirigiéndole una mirada—. Es divertido tu modo de ver las cosas —le sonrió—. Hagamos un trato: tú no dices que fui yo quien mató a la mascota de Cornelia y yo te guardo tu secreto. A cambio, yo te cuidaré. No como te cuida tu hermano el grandote. Te cuidaré como tienen que cuidarse las personas. Sabré que aceptaste si me delatas. Ahora, discúlpame. Debo entrar.

Y Luciano ingresó a la mansión. Schneizel no lo siguió en el acto. Primero tenía que mantener a raya la sombra que gruñía en su fuero interno. Por más que quería hacerlo, no lo delató y a partir de ese día se gestó un cambio en Luciano. En adelante, comenzó a sentarse junto a él en sus ratos de soledad, haciéndole compañía en silencio. Con el paso del tiempo, entablaron conversaciones propiamente. Luciano cumplió su palabra. Despejó el camino de Schneizel a la presidencia. Sin querer lo había convertido en un activo valioso; mas no indispensable. En el mundo de los negocios, Schneizel había aprendido que nadie lo era y esa misma regla se expandía hacia otros ámbitos. En esto, Minami penetró en su despacho en Britannia Corps. 

—¿Me llamó, señor presidente?

—Sí —afirmó él—. Le concederé su deseo. Estoy dispuesto a nombrarlo como mi nuevo jefe guardaespaldas si para antes de la medianoche el puesto está vacante. ¿Fui claro?

—Sí, señor.

—También quiero que «dialogue» con el amable tesorero de Britannia Chemicals. Lelouch y su firma representarán a los empleados de nuestra subsidiaria y ya tienen una ventaja en su poder. No podemos rezagarnos. Mi asistente, el señor Maldini, le proporcionará la dirección de su domicilio y algo que le ayudará a convencerlo. Lleve consigo a más guardaespaldas.

—Está bien, señor. ¿En qué orden debería llevar a cabo estas tareas?

—En el que prefiera, con tal de que sea todo en este día —sonrió.

—Entendido. Le traeré buenas noticias.

Minami se inclinó cortésmente y salió. Schneizel jugó con intercambiar las posiciones de los anillos en sus dedos. En unas horas se desharía de la única persona que había visto debajo de su perfecta máscara.

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Lelouch imaginaba que sabría que estaba muerto cuando viera únicamente una luz blanca y no sintiera más que una paz indescriptible. Era lo que suponía de niño. En la madurez reparó que tras la muerte solo quedaba el limbo. No obstante, la luz arriba de él era amenazante y ni siquiera era natural. Provenía de un tubo fluorescente. De igual forma, sentía un intenso ardor en el antebrazo izquierdo y en la cadera. ¿Contra qué se había golpeado para que sus ojos se pusieran acuosos? Lelouch flexionó las piernas e intentó incorporarse. Al menor movimiento, experimentó un dolor electrificante recorrer todo su cuerpo cual un relámpago atravesándolo. Gimió. Aguardó que el dolor disminuyera y volvió a la carga. Esta vez con más cuidado. Vio que yacía tendido sobre una superficie fría y tiesa. Sobre una mesa de metal, para ser exactos. Lelouch esparció la mirada. Vestía una bata. Tenía un vendaje en el antebrazo y una gasa en la sangradura. Eso explicaba el dolor; no cómo se lo hizo. Estaba en una habitación grande y luminosa forrada con espejos. Intuyó que el espejo frontal era de dos vías. Igual al de la sala de interrogatorio en la estación. A su lado había una máquina grande. Lelouch tragó saliva. Nada más una vez en su vida la había visto. Era una máquina de resonancia magnética.

—Buenos días, Lelouch —habló una voz de barítono por el intercomunicador—. Aspiro que hayas descansado bien. Estuviste dormido por trece horas.

Lelouch retrajo los labios y rechinó los dientes. Reconocería ese vozarrón en donde fuera. Le lanzó al espejo frontal un súbito ceño ensombrecido.

—¿Dónde estoy?

Infería la respuesta a juzgar por su vestimenta, el aspecto siniestro del lugar y el cómo había sido trasladado allí. Aun así, quería oírla.

—Estás en el Proyecto Geass —contestó el presidente Charles casi ronroneando. Lelouch lo visualizaba detrás de ese espejo sonriendo con fruición. Lo había contentado que preguntara.

—¿Por qué me has secuestrado? ¿Qué planeas hacerme?

—Paciencia, paciencia. Hoy disiparé todas tus dudas —interrumpió—. ¿No te gustaría saber primero qué es el Proyecto Geass? ¿No era eso lo que querías investigar? —inquirió. Lelouch mantuvo la mandíbula cerrada. En parte porque su padre conocía las respuestas. En parte por disgusto—. Eso pensé. Pero no te puedo decir en qué consiste sin explicarte cómo surgió —indicó—. Este proyecto nació en la mente de mi hermano. Él era ingeniero genético. Estaba muy interesado en la biología evolucionaria y en la genealogía genética. Específicamente en los estudios de Darwin y en el último ancestro común universal. Decía que los seres humanos nos habíamos estancado en nuestro desarrollo evolutivo ya que preferimos inventar máquinas en detrimento de potenciar nuestra fortaleza y nuestro cerebro; sacrificando así un futuro en que pudimos ser superhombres por un futuro dominado por la tecnología, en el cual los robots se encargarían del trabajo de producción, la inteligencia artificial y el razonamiento; en tanto, los humanos se degenerarían y marcharían a su extinción. Víctor tenía la certeza de que para salvar al ser humano de su autodestrucción había que impulsar la evolución artificial y acudió a mí para su financiamiento. Juntos fundamos el Proyecto Grass. Por allá en la década de los setenta y desde entonces ha estado operando. Estudiamos varias especies de animales y cómo combinar genéticamente sus genes con los de los humanos. Logramos algunos avances; sin embargo, no los resultados que anhelábamos. En algún punto de la investigación, Víctor fue asesinado y me vi forzado a continuar en su memoria. Nos habíamos centramos en examinar las células de las medusas inmortales y me ofrecí a mí mismo como sujeto de prueba. Fue en el curso de una experimentación que morí y «volví a la vida» con esto.

El presidente hizo una pausa tanto para que procesara el significado implícito de sus palabras como para imprimir dramatismo. Al igual que Lelouch, él saboreaba dar discursos. El control que tenía sobre la audiencia y las palabras era excitante. De otro modo, era innecesario alargar el suspenso. Ambos sabían a qué se refería. Era una probabilidad alta que tuviera un Geass.

—Lo sé. No tiene sentido. Ni los científicos que trabajaron conmigo ni yo lo comprendimos. Pero, tras una revisión minuciosa, concluimos que el Geass es el resultado de una experiencia traumática, es decir, es una respuesta fisiológica y psicológica del cuerpo a una muerte y una resurrección repentinas y traumáticas. Te lo voy a enseñar —dijo. La pared lateral retrocedió y se deslizó elegantemente una pantalla que mostró imágenes en paralelo de dos cerebros—. Estas son imágenes sacadas por resonancia magnética nuclear. ¿Ves la de la derecha? Es mi cerebro. El de la izquierda es el cerebro de una persona con trastorno de estrés postraumático. Observa el hipocampo del lado izquierdo en ambos cerebros. Lo hemos resaltado en rojo para que puedas distinguirlo. ¿Percibes la asimetría con respecto al lado derecho? ¿Te das cuenta de que es más diminuto con respecto al izquierdo? Aunque se ignora si es secuela del trauma o es natural y supone una vulnerabilidad para que se origine el trastorno, es innegable el daño hipocampal. Ahora, mira —la imagen izquierda fue reemplazada por otra de un cerebro más pequeño. Lelouch comparó el hipocampo en ambos lados del cerebro. El derecho, en efecto, estaba más reducido—. Este es tu cerebro. Te tomamos esta resonancia a los diez años. Es el mismo daño. Tu hipocampo derecho no es grande porque tu trauma inició en tu niñez. El mío fue en la adultez. Es posible que te hayan diagnosticado con trastorno de estrés postraumático y, si bien, técnicamente no es TEPT, igual sobreviviste a un evento traumático.

—Experimentaste conmigo cuando era niño —musitó con voz contenida—. Me secuestraste la noche que mamá murió y a Nunnally le dispararon. Es la página en blanco de mi memoria. La borraste con tu Geass, ¿no? No fue ningún mecanismo de defensa, fuiste tú.

—Así es. Al igual que mi cirugía, el riesgo era alto. El doble. Nunca habíamos experimentado con niños. Habíamos intentado replicar mi éxito con vagabundos, prostitutas y criminales en balde. Pensamos que podrías superar la muerte. Yo lo hice, ¿por qué no mi hijo? Tal vez la variable genética era la que nos faltaba en nuestra ecuación y no me equivocaba: las personas son diferentes. Los genes lo prueban —se complació el presidente de informar—. Fue gracias a la afluencia de adrenalina, miedo e increíble fuerza de voluntad que venciste a la muerte. A pesar de que parecías normal, yo estaba convencido de que habías obtenido un Geass. Así que, en aras de confirmarlo, te liberé y envié a alguien que pudiera seguirte y tomar nota de todas tus actividades.

—C.C. —rumió Lelouch. Su voz ya no sonaba trémula y la arruga en su ceño se había alisado. Se le habían cerrado los puños y se le habían pintado de blanco los nudillos.

—Sí, ella. Pero no te resientas contra C.C. No tiene la culpa —pidió el presidente Charles—. C.C. hizo todo lo que le ordené porque no tenía mejores alternativas. Ella fue sincera contigo cuanto pudo. A ciencia cierta, ella era una niña huérfana y uno de nuestros sujetos de prueba experimental. Lamentablemente, falleció cuando estaba cerca de lograr ser como nosotros. Se me ocurrió que podía ser una buena espía. Era joven, dócil y de agradable apariencia. En definitiva, menos sospechosa que un hombre misterioso. Por lo cual, creamos un clon de ella y firmamos un contrato. Ella te seguía, se reportaba cada tanto ante y si había manifestación del Geass tenía la obligación de notificarnos y te atraería hasta aquí cuando fuera el momento. Si hacía eso, la liberaríamos de nuestro control. Creo que en esa posición, incluso tú, hubieras aceptado —agregó—. No planeamos retenerte demasiado. Tan solo queremos realizarte una serie de exámenes que nos serán de utilidad para nuestra investigación. De hecho, te hicimos la mayoría mientras dormías. Nos falta la prueba de neuroimagen y preferimos aguantar hasta que te despertaras. Pensamos que obtendremos un resultado más óptimo con tu cooperación.

—¿Y si me rehúso?

—Entonces, nos vemos en la necesidad de persuadirte hasta que aceptes. Entretanto, tendrás que permanecer en una acogedora celda que hemos preparado para ti.

Lelouch no se indignó. Había llegado al Proyecto Geass secuestrado. Era lógico que su padre lo mantuviera prisionero. A decir verdad, tenía la corazonada de que no lo liberarían ni luego de que consiguiera sus dichosos resultados. Charles zi Britannia estaba ocultando algo y si le había contado de buena gana las raíces y los antecedentes de su proyecto ultrasecreto y había admitido la experimentación ilegal, era posible que eventualmente se lo revelara. Algo quería de él y Lelouch, de la misma forma, quería algo de Charles. Necesitaba averiguar más sobre el Proyecto Geass y estaba en el lugar indicado.

—A ti, sobre todo, te conviene aceptar —prosiguió el presidente Charles—. Estos resultados hablan de ti. ¿No quisieras saber a profundidad sobre lo que te hace especial?

El patriarca Britannia tenía un punto. A Lelouch no se le dificultaba visualizar al presidente Charles inclinado sobre el micrófono hablando con él. Eran pálidos, de hombros anchos, de facciones afiladas y mirada dura. Con mirar al espejo había imaginado cada uno de sus gestos y sonrisas. Era como él. El extraordinario parecido lo perturbaba y lo repulsaba aún más que el hecho de que compartían sangre. Le fue inevitable a Lelouch divagar. Pero no lo consideró un problema. El silencio le daría mayor verosimilitud a su treta. Le seguiría la corriente.

—¿Me permitirás ver mis resultados?

—Por supuesto.

—Bien —asintió—. Acordamos no mentirnos. Confiaré en ti. Si me traicionas, no cooperaré.

Lelouch dejó que las palabras flotaran durante unos segundos. Sí, eran similares. Había sido una estupidez negarlo. Era un hecho que no podía cambiar. Podía detestarlo, gustarle o usarlo como cualquier información que manejaba. Lelouch se recostó sobre la mesa. Esta se deslizó hacia atrás y metió a Lelouch en el interior de la máquina, procediendo al examen.

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Suzaku fue a revisar las cintas de seguridad del sistema de videovigilancia del edificio donde vivía. Insólitamente, el metraje había desaparecido y el guardia no tenía remota idea de cómo había podido suceder. Interrogándolo, se enteró que siempre estaba en su cabina y justo ese día hubo un incidente en el estacionamiento y tuvo que ausentarse por un lapso. Un lapso en el que coincidía con el momento en que Suzaku fue avisado de que había una fuga de gas en su apartamento. También le preguntó por eso al guardia y este respondió que no había venido ningún técnico de alguna compañía de gas. Esa mañana sí llegaron los bomberos después de que Suzaku fue internado de emergencias por una intoxicación de monóxido de carbono. Los bomberos rastrearon la fuente (un cubo llena de carbono a medio quemar) y ya neutralizaron la situación. Aquello hizo clic dentro de la cabeza de Suzaku. Su hipótesis cobraba fuerza. El aspecto negativo era que no podía probar que Luciano ni Zero estuvieron ahí. El único consuelo que le quedaba era que aún tenía otro medio de confirmación. 

Suzaku continuaba dándole vueltas al asunto mientras partía rumbo al bufete. Esperaba hallar a Lelouch y realizarle unas cuantas preguntas. Tenía curiosidad en saber cómo se las apañaría a fin de exonerarse de las sospechas. No supo si era indicativo de algo bueno o malo descubrir que tampoco estaba en su despacho y quizás en ninguna parte de la firma legal. Su sospechosa actitud captó la atención de Kallen y Rolo, quienes ya estaban ahí.

—¿Te podemos ayudar en algo? —inquirió Kallen desganada, apoyándose del marco de la puerta de la oficina de Lelouch con los brazos cruzados.

—¿En dónde está Lelouch?

—En su casa, tal vez —repuso Kallen, rascándose la cabeza—. Aquí no está. Tampoco C.C.

—No, ahí no está —refutó Suzaku que estaba admirando el tablero de ajedrez en el escritorio de Lelouch. Cogió la pieza del rey negro y la evaluó—. Ya lo llamé y nadie atiende.

Suzaku dejó la pieza y salió de la oficina. Kallen lo siguió con la mirada. Suzaku deliberó en torno a los recientes eventos. Quizás la ausencia de Lelouch y el allanamiento en su casa y el atentado contra su vida eran hechos aislados o quizá no. Lelouch aparecería pronto y él podría interrogarlo. Era extraño que C.C., su secretaria, también anduviera desaparecida. Puede que estuvieran juntos. Como fuera, Lelouch no podría esconderse para siempre.

—¿Por qué buscas a Lelouch? —inquirió Kallen.

—Necesito hablar con él —contestó Suzaku secamente, a lo que Kallen alzó una ceja—. Me preocupa. Es todo.

—¡Ja! Sí, cómo no —se rió con sarcasmo. La mujer se aclaró la garganta y avanzó hacia él, sopesando cada uno de sus pasos con lentitud—. Escucha, tal vez Lelouch te haya perdonado por cariño. Eras su mejor amigo. La segunda persona más importante en su vida. Tal vez los demás se hayan conmovido con tu historia. Y tal vez todos creyeron de buena fe que querías reiniciar. Pero yo no —indicó Kallen, enfática. Para entonces, la distancia entre ellos se había cerrado a apenas unos centímetros. Suzaku atisbó que el azul de sus ojos era un fuego ardiente y peligroso—. Tu renuncia no cambia que te aliaste con Charles zi Britannia ni que intentaste por todos los medios condenar a Lelouch a la pena máxima. No puedo revertir las decisiones de Lelouch; pero te estaré observando y te juro que si me das una razón para sospechar que nos has engañado y esta es una estrategia yo misma terminaré contigo antes de que empieces.

Suzaku no pudo sostenerle la mirada a Kallen sin sentir una punzada en el estómago. Si, para Lelouch, Pendragón era un tablero de ajedrez de dimensiones reales sobre el cual caminaban todos y él era el rey negro, Kallen era su reina. Hasta ahora, él la había considerado como su mayor apoyo por su feroz lealtad y sus competencias en el ámbito legal. Un peón del rey. En realidad, esa era la superficie. Tenía un gran valor táctico en los planes de Lelouch y su papel transcendía al de abogada. También era su socia y su guardiana. Suzaku comprendió que no podría llegar hasta Lelouch sin pasar primero por Kallen.

—No me alié con el presidente Charles. Me subordiné a él. Lo admito. Cometí varios errores por las razones correctas y por eso mismo estoy aquí —declaró Suzaku dando un paso hacia adelante, lo que obligó a Kallen a retroceder—. Quiero hacerlo bien esta vez, pero no creerás en mis palabras, así que te demostraré la honestidad de mis intenciones y me ganaré tu perdón

Kallen se burló de Suzaku alzando los ojos al cielo. Verbalizó su incredulidad profiriendo un «¡tsk!». Sonó como un resuello a razón de que apretó la lengua contra el paladar. Suzaku no se ofendió y mantuvo la postura erguida. La tensión se cortó con la oportuna interrupción de Rolo, que no se percató del ambiente hostil o lo ignoró. De seguro era la segunda opción.

—Acabo de llamar a Lelouch y a C.C. Varias veces. Ninguno atiende. Es un tanto curioso ya que C.C. estaba desaparecida desde ayer y Lelouch andaba buscándola cuando tuvo que salir de emergencia y no regresó —informó. Su mirada oscilaba de Suzaku a Kallen y viceversa. Había detalles que solo él y Kallen manejaban y no era imperativo que el exfiscal los supiera también. Rolo prosiguió—: habíamos acordado que nos reuniríamos de nuevo aquí tan pronto concluyéramos nuestras tareas, pero Lelouch y yo fuimos los únicos que volvimos.

Los ojos saltones de Rolo se posaron finalmente en Suzaku. Kallen logró descifrar el subtexto minutos después y también se volvió a Suzaku. El aludido se cohibió.

—¿Qué? ¿Por qué me miran así?

—Tú fuiste la última persona que estuvo con C.C. —explicó Rolo—. Sabes dónde está.

—No. Ella no me dijo adónde iría. Oigan, nosotros sí íbamos a volver al bufete. Es solo que surgió una contingencia y tuve que ocuparme de ella. C.C. me pidió que la dejara allí porque tenía asuntos que resolver. No especificó y no quise entrometerme. Así que nos despedimos y ya. No sé dónde está.

—¡Ja, ja! Me parece tan divertido que por una vez tu carácter entrometido nos hubiera servido y justamente decidiste ser discreto —se mofó Kallen forzando una carcajada que incomodó a Suzaku. Se enserió para añadir—: bueno, ¿por qué se separaron? ¿De qué contingencia se trataba o no quieres decirnos?

—No, yo... —empezó a decir Suzaku. Ante las miradas insistentes de Rolo y Kallen, se halló acorralado por ambas direcciones. Lo contó todo—: me llamaron de la compañía de gas para advertirme de una fuga. Era una trampa. Querían asfixiarme con monóxido de carbono.

Rolo asintió como quien recibe una nueva noticia sin más. Kallen, en cambio, no exteriorizó ninguna emoción: no se sorprendió ni se preocupó ni ostentó un ápice de compasión.

—¿Quién?

—Creo que fue Luciano Bradley, aunque no tengo pruebas.

—¿Y cómo fue que escapaste de la muerte?

—Un hombre desconocido me salvó. No lo sé. No le vi la cara.

Para sus adentros, Suzaku se dijo que era mejor no compartir con ellos sus sospechas. Estuvo estos meses persiguiendo a Lelouch para exponerlo como el hombre detrás de la máscara de Zero. Kallen podría malinterpretarlo y lo último que deseaba Suzaku era provocarla, menos luego de recibir una amenaza mortal. Suzaku pensaba que Kallen estaba resentida con él por no haberla salvado el día que el reportero Ried la arrojó por la barandilla, además de sentirse traicionada y profundamente decepcionada. Su razonamiento era correcto. Y a eso se sumaba una pequeña cuota de responsabilidad en el conflicto entre Kallen y Ohgi. Empero él ignoraba todo el daño que le causó a Kallen. Un efecto colateral de su rencilla personal contra Lelouch.

—De acuerdo —recapituló Kallen, masajeándose las sienes—. C.C. se va de la nada, Lelouch luego desaparece y, en el mismo día, intentan matarte, ¿deberíamos preocuparnos porque no tenemos noticias de ellos?

—Considerando que estamos en una guerra contra Britannia Corps, tal vez —terció Rolo—. Si yo fuera el presidente, no descartaría ninguna opción. Ahora bien, ¿por dónde empezamos?

—Eso nos lo puede decir Suzaku —repuso Kallen, dirigiéndose al susodicho—. Eres el más cualificado de los tres en materia de búsqueda, en especial cuando involucra a Lelouch.

Suzaku sintió que debería ofenderse por la entonación mordaz y la proposición en sí misma, no obstante, no lo hizo. Kallen tenía razón. Como fiscal, a ciencia cierta estaba entrenado en la investigación, lo cual abarcaba la búsqueda. No de personas precisamente. Si bien, sería una mentira negar que había estado focalizado en Lelouch, siguiéndole la pista, estudiándolo. Y, para colmo, sí tenía una idea vaga de cuál podría ser su próxima parada.

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C.C. caminaba taconeando a través de un largo pasillo, el cual, a su izquierda, se dilataba una serie de puertas metálicas. C.C. llevaba una bandeja sobre la cual había un jugo de naranja y un tazón de arroz con setas y espárragos. La comida de la cafetería no era tan deliciosa como debería ser; pero, al menos, era comida y Lelouch no había comido nada. C.C. procuró coger lo más apetitoso a simple vista y, excusándose con que prefería almorzar sola, se marchó del comedor y fue a visitar a Lelouch. Tenía la leve y molesta sensación de que estaba haciendo algo prohibido, y no le importaba. C.C. llegó a su destino. Estaba por introducir el código de acceso y su mano se detuvo de repente. Flotó dubitativa sobre el panel. Todavía la herida en el abdomen la escocía. La aterraba la reacción de Lelouch. No, la atemorizaba enfrentarse a una mirada de odio. Aquellos ojos almendrados violáceos que durante años la habían mirado con una mezcla de benevolencia y repulsión, a partir de ahora solamente la mirarían con odio. Un sentimiento que se había ganado a pulso. C.C. cerró los ojos, inspiró e ingresó.

La celda de aislamiento era un cuarto pequeño. Calculaba que un metro ochenta de largo por metro ochenta de ancho. El piso, al igual que el suelo de las instalaciones del Proyecto Geass, era de linóleo. Las paredes estaban revestidas con fibra de vidrio. En cada esquina de la celda había una diminuta cámara grabando todo. Por último, acurrucado contra la pared del fondo, abrazado a sus piernas, cabizbajo, estaba él. Algo se retorció en las entrañas de C.C. y no se trataba de su apuñalada. La puerta se cerró a sus espaldas y en esa posición se quedaron. No se sumieron en silencio. C.C. escuchaba el ligero zumbido de las paredes recargadas con una sutil corriente para disuadir cualquier intento de escape. La celda desenterraba recónditos y terroríficos recuerdos que dormitaban en su subconsciente. Pero C.C. no tenía miedo, porque estaba Lelouch y siempre se había sentido a salvo con él. C.C. se atavió de valor y avanzó.

—Te he traído comida. Sé que estás hambriento —lo saludó. Se arrodilló delante de él—. La cafetería de este sitio no ofrece menú de cinco estrellas, pero la comida es buena. Prueba.

C.C. revolvió el arroz y con la cuchara cogió una porción. Se la tendió como solían hacer las madres para alimentar a sus bebés. Lelouch permaneció con la cabeza hundida en las rodillas.

—No está envenenada ni tiene nada raro —añadió, edulcorando su voz. A consecuencia de los nervios, C.C. se esforzó demás, lo que afectó su tono—. Yo misma lo serví de la cafetería. ¿Quieres que pruebe?

—Lo siento.

C.C. arqueó las cejas. Había imaginado incontables veces las palabras que articularía Lelouch la primera vez que tuvieran un momento a solas. «Bruja». «Víbora». «Traidora». «Maldita». «Puta». Ninguna fue «lo siento». Lelouch levantó despacio sus ojos hinchados e inyectados en sangre. No había odio en ellos. ¿Qué estaba tramando?

—Lo siento —repitió—. Yo tan solo he estado medio día mientras tú habrás vivido la mitad de tu vida aquí. No soy capaz de hacerme una idea del dolor que habrás soportado. Te crearon en este laboratorio donde te adoctrinaron para acatar instrucciones y espiarme y te criaste en esta ciudad putrefacta. No tuviste a nadie que te diera amor. Nadie te enseñó a diferenciar lo bueno de lo malo. Todo lo que tuviste fue a mi padre y a mí que no somos un buen prospecto de hombre. Lo siento.

La cuchara vaciló en la mano de la bruja. C.C. observó a Lelouch y cuanto más se le quedaba viendo, la desolación oprimía su pecho con mayor fuerza. Camufló su ansiedad metiendo la cuchara en el tazón de arroz. Colocó la bandeja en el suelo y repuso con voz queda:

—Está bien. No me molesta.

—Nosotros te hicimos quién eres —recalcó Lelouch, de una forma tan contundente que C.C. se estremeció—. Prometieron liberarte si me entregabas, ¿por qué aún sigues aquí?

—Supongo que pronto lo harán...

—O quizá cambiaron de opinión —insinuó Lelouch—. O quizá nunca pretendieron cumplir su palabra—aseveró con parquedad. C.C. bajó la cabeza. Vio sus manos convertidas en puños sobre su regazo—. ¿Por qué no nos largamos y nos olvidamos de todo? —sugirió—. Dijiste que éramos iguales. Lo somos. Quedémonos juntos

—¿Y vivimos como fugitivos? —preguntó, no con ironía, sino con una franca curiosidad—. ¿Por qué no? —se contestó a sí misma, estirando la comisura de un labio—. Viajaríamos por el mundo o por todo el país. Llegaríamos a territorios que nadie jamás ha pisado —sonrió, echando la cabeza hacia atrás—. O podríamos asentarnos en una pequeña ciudad o en algún pueblo en el que nadie sepa nuestros nombres y fundar una panadería. Venderíamos sabrosos y crujientes panes con forma de penes y vaginas. Ganaríamos mucho dinero.

—¿No quieres fundar una pizzería?

—¿Quieres que me coma la mercancía?

—Buen punto —se rió por lo bajo—. Tendríamos nuestro hogar arriba de nuestra panadería —prosiguió con la idea, enseriándose—. Un humilde y lindo apartamento y allí hubiéramos vivido juntos. Y tal vez con el tiempo habría aprendido a amarte de otra forma...

C.C. sintió su frío corazón entrar en calor. La niña huérfana soñadora, que comía de la basura y dormía bajo el techo de las estrellas, estaba viva y había prendido una luz en el oscuro pozo de su alma. No sabía en qué momento ella tomó el control, si cuando desapareció Nunnally o le enseñó sus cicatrices a Lelouch o mató a Mao, pero había dejado que sucediera.

—Sí, tal vez o tal vez nos hubiéramos matado el uno al otro porque así somos —replicó C.C. colocando la mano sobre el puño apretado que temblaba tristemente—. Lo siento. No hubiera podido procurarte ninguna felicidad. No podría darte una familia. No tengo la menstruación. Tampoco puedo hacer el amor con nadie. Ni siquiera mis recuerdos son míos. Son incubados de mi yo original. Al igual que sus deseos de ser amada. Solo soy un clon imperfecto. Soy...

—Un mueble.

Nunca le había preguntado por qué se consideraba un mueble. Obviamente le había extrañado como a cualquiera y no ahondó. Lelouch respetaba los límites personales. Ahora sus palabras cobraban sentido. C.C. se petrificó, pues Lelouch la pronunció como si fuera una palabrota.

—Sí —susurró ella al fin. Lelouch la desorientó sonriendo burlonamente.

—¿De veras crees que no eres mujer porque no menstruas? ¿A eso has reducido tu feminidad, C.C.? —la confrontó Lelouch con aire desafiante—. ¿Crees que no eres humana porque eres el producto de un experimento? ¿Crees que no tienes salvación? ¿Te parece que la naturaleza humana se simplifica en una dicotomía del bien y el mal y porque eres una pecadora, piensas que no eres humana? Errar es de humanos. ¡Sentir es de humanos, la apatía es de monstruos!

—¡No he sido humana porque no soy libre! —chilló C.C., alterada.

—Entonces, ¿fue una orden de Charles asesinar a mi hermana y a Mao, amistarte con Kallen, formar equipo con Rolo o aliarte con el abogado Gottwald? ¿No fuiste libre al intoxicarte con el alcohol y el cigarrillo ni lastimar tu cuerpo? ¡¿No creaste recuerdos mientras estuviste con nosotros! ¡¿No significaron nada para ti tus lágrimas y tus sonrisas?! ¡¿De veras crees que ya no te interesa una vida normal ni que te gustaría ser amada?! —la increpó. A C.C. se le escapó un jadeo. Desvió la mirada—. ¿Te digo qué creo? —murmuró—. Creo, en realidad, que no crees en esa mierda que escupes. Creo que te obligas a creer en eso para permitirte ser autoindulgente y renunciar con más facilidad —imploró. El silencio se extendió sobre ellos por unos instantes eternos. C.C. lanzaba miradas tímidas a Lelouch. Sus manos nerviosas arrebujaban su falda. Lelouch decidió concluir—: tenemos un contrato, ¿lo olvidas? Estoy dispuesto a cumplir mi parte.

—Tú ya cumpliste tu parte —lo corrigió con ternura. Esta vez natural—. No me debes nada —aseguró. C.C. se puso de pie. Se encaminó hacia la puerta y se sujetó de la jamba—. Come algo. Charles vendrá dentro de poco y ya después quizás no tendrás ganas.

C.C. escribió el código en el teclado con rapidez, la puerta de fibra de vidrio desapareció en el suelo y ella atravesó el umbral con un destello asomándose en sus ojos.

https://youtu.be/2S5Fc6Pr660

Luciano solía ir cada cuando con algunos guardaespaldas a beber algunos tragos al final del turno. Trabajar para los Britannia era agotador y a veces el mejor remedio para liberarse del entumecimiento era un ron-cola en la mano y una nena con buenas tetas sobre las rodillas. Si bien, esa noche todo lo que tenía un gin tonic. El pub estaba atestado. A esas horas era normal que hubiera un mar de gente y que el ambiente estuviera caldeado. Las personas venían a los pubs para entrar en calor. Pero no Luciano. Él venía para refrescarse. Su temperatura corporal siempre fue un poco más alta que el promedio. Luciano bromeaba diciendo que era debido a la sangre caliente que circulaba por sus venas. Las luces estroboscópicas de color violeta del pub parpadeaban entrecortadamente al compás de la música electrónica que hacían retumbar las paredes, transmitiendo la impresión de que había movimiento. En el centro había una gran pista de baile y allí se había congregado una multitud de cuerpos y bailaban y bullían. En otra ocasión, Luciano estaría mezclado con ellos.

En su lugar, estaba repantigado en un sillón esquinero hecho de cuero con vista hacia la calle oscura bebiendo con sorbos moderados su vaso y con el rostro nacarado por el profuso sudor. Luciano sentía un ardor en su garganta que se expandía hasta su pecho y tan abrumador era el malestar que había dejado de beber para meter toda la nariz en el vaso y marearse. No le hubiera sentado mal abrir la ventana, respirar y ser aireado por la deliciosa brisa fría nocturna.

—Oye, Luciano —lo llamó Kewell alegremente, dejándose caer a la derecha del aludido—. Conseguí quedar con unas bellezas, ¿quieres participar?

—No, no quiero —jadeó Luciano, frotándose la frente con hastío.

—¿Qué te sucede? —inquirió Minami, inclinándose a tal grado que Luciano aspiró su aliento con olor a ron—. ¿Estás bien?

—¡No me jodas!

Luciano apartó a Minami con un brusco aspaviento. Quiso levantarse y acabó desplomándose sobre su asiento. Molesto consigo mismo, Luciano blasfemó entre dientes.

—¡Oye, tranquilo!

—Estoy drogado —murmuró Luciano cogiendo el vaso. Comenzaba a entenderlo.

—¿Cómo dices?

—¡Que alguien puso una droga en mi vaso! —bramó, impacientándose.

Bradley volvió a intentar ponerse de pie y tropezó con la mesa, algunos de los vasos y botellas se derrumbaron sobre la superficie. Los platos, por su parte, se tambalearon. Bradley se aferró a las esquinas de la mesa en un esfuerzo por mantener el equilibrio. Estaba mareado.

—Cuidado —susurró Minami morosamente. Se rascó una ceja—. He oído que el oxibato de sodio actúa más rápido si te agitas...

—Fuiste tú, maldito. ¡Tú me drogaste!

—¡Oh! ¿Y acaso tienes pruebas de eso, Bradley? —inquirió Minami, remitiéndole una señal al hombre que se estaba posicionado al lado de Luciano.

—Sí...

Inesperadamente, Luciano haló la corbata de aquel hombre y estampó su cara contra la mesa. Cogió un tenedor y ensartó su mano. El hombre profirió un mortal alarido que pudo desgarrar sus cuerdas vocales. Luciano pateó la mesa en dirección de sus atacantes, aplastándolos bajo su peso y echó a correr hacia la ventana. La atravesó y la destrozó. Llovieron mil pedazos en cuanto Bradley aterrizó sobre su brazo. Sabiendo que los guardaespaldas bajarían y que más temprano que tarde cedería al efecto de la droga, Luciano se incorporó agarrándose del brazo lastimado y se fundió en las sombras en busca de un refugio donde ocultarse antes de perder el sentido.

https://youtu.be/mYTO8JaM8xs

Nuevamente C.C. desfilaba por el extenso pasillo donde recluían a los sujetos de prueba, iba detrás del presidente Charles y la señorita Alicia Lohmeyer, junto a C.C. caminaba el profesor Asplund y de cerca los seguía un par de guardias. El presidente Charles y su asesora estaban discutiendo alrededor de los posibles resultados de Lelouch, con tal discreción que el profesor Asplund y ella los escuchaban claramente. Habían estado comentando sobre las imágenes de la resonancia magnética. En algún punto la cháchara se desvió hacia las pruebas en general. Esta no era el primer debate en torno a Lelouch y el Geass. Al inicio, este tipo de pláticas le parecían divertidas; pero dejó de prestarles atención tan pronto ella comenzó a notar que eran repetitivas y no llevaban a nada. Hoy era un lujo que no podía darse. C.C. estaba súper callada atendiendo cada palabra religiosamente, aunque el pasillo rezumaba un silencio insondable, porque esa conversación determinaría el destino inmediato de Lelouch. C.C. sentía la tensión clavarse como aguja en su piel.

—...¡No, Lelouch es un usuario del Geass! Tiene el don de la regeneración —aseveraba el presidente con la misma convicción que hacía gala en sus discursos políticos—. Solo que no se ha desarrollado. También mi proceso de curación era lento y limitado. A menudo tuve que consumir sangre para acelerar el ritmo.

—Pero tu Geass era poderoso. Recuerda que sufrías constantes dolores de cabeza porque no podías controlarlo —objetó Alicia—. Creo que deberíamos someterlo a otra experimentación e intentar desbloquear el Geass en su otro ojo.

A C.C. le recorrió un escalofrío por la espalda. La había fustigado un espeluznante recuerdo. «No, una experimentación no». Apercibió un sabor metálico en la boca. Se había mordido la lengua sin querer. El profesor Asplund advirtió el virulento cambio de su expresión de reojo. Se aclaró la garganta.

—Hemos realizado todos los exámenes físicos conocidos en Lelouch —terció el profesor—. Sin mencionar que no ha comido nada desde que despertó, está débil y cansado. Si forzamos la potenciación de su Geass por medio de otra experimentación, probablemente muera y esta vez para siempre. Sé que ninguno de ustedes ha pedido mi opinión, pero quizás es importante que tengan esto en cuenta.

—¡No, Lelouch sobrevivirá! —espetó Alicia con voz acerada—. Tiene que hacerlo. Él tiene una razón para aferrarse a su vida. Una experimentación no puede matarlo.

—No estaría mal seguir la sugerencia del científico, querida —dijo el presidente Charles—. Conoce más que nosotros. Démosle una descarga para limpiar las impurezas en su organismo. Eso debería bastar para quemar las células débiles. Cuando su cuerpo tenga solamente células fuertes y haya abastecido sus necesidades, podremos pasar a la experimentación.

—¡Lelouch nunca lo aprobará! —aulló C.C., rindiéndose a la desesperación—. Una cosa son las pruebas y otra son las experimentaciones.

—Tarde o temprano lo hará —disintió el patriarca—. Ahora que lo tenemos aquí, disponemos todo el tiempo para hacerlo cambiar de opinión.

La aguja se hundió dolorosamente en las entrañas de C.C. No le gustaba ni una pizca la calma en el tono del presidente. Se detuvieron. Estaban delante de la celda de Lelouch. El presidente Charles introdujo la clave de acceso y la puerta se abrió. Lelouch estaba en la misma posición en que C.C. lo había dejado. Abrazado a sus rodillas, agazapado contra la pared. No entraron.

—Sal, Lelouch —pidió el presidente—. Vamos a dar un corto tour.

Lelouch alzó la cabeza al oír su nombre y se levantó. Los guardias que iban con el presidente Charles formaron un estrecho túnel alrededor de la puerta. Lelouch salió sin hacer preguntas. Los guardias lo rodearon y así le permitieron unirse a su cortejo. Lo condujeron hasta la sala de operaciones. Si la sala de experimentaciones era el corazón del Proyecto Geass, esta era su cerebro. Una sala amplia llena de computadoras, ingenieros absortos en los teclados y un tumulto de científicos tomando notas de la tomografía del cerebro de Lelouch proyectada en la pantalla central. Nina Einstein figuraba entre ellos. La sala de operaciones era un remanso de paz. Incluso el rasgado de los bolígrafos sobre las hojas, los sonidos del teclado y el ulular del aire acondicionado eran relajantes a su modo. Por esos detalles era la habitación favorita de C.C. del Proyecto Geass. Adicionalmente, la sala era de los pocos lugares que no tenía ese brillo purpurino diabólico que la fastidiaba (a veces C.C. se preguntaba en qué rayos pensaba el idiota que sugirió iluminar las instalaciones con luz violeta).

El profesor Asplund y Nina se aprestaron a darle una extensa y aburrida explicación a Lelouch del trauma y sus secuelas físicas y psicológicas y las diferencias anatómicas entre una persona normal y un usuario del Geass, concentrándose principalmente en el funcionamiento del cerebro. A C.C. le producía cierta envidia el tratamiento especial que todos brindaban a los usuarios del Geass. Si hubiera sobrevivido a las experimentaciones, habría recibido los mismos privilegios. Ella quería esa atención. ¡Joder! Siempre fue su deseo. Quizás Lelouch no lo consideraría así. Quizás estaría incómodo. Tal como los animales en los zoológicos cuando ven a las personas del otro lado de las rejas. Como sea, ninguna emoción o sentimiento traslució en su rostro. Aparentemente, él estaba escuchando. Puede que tuviera interés en averiguar más sobre el Geass. Lelouch era de naturaleza curiosa. Pero C.C. sabía cuándo Lelouch adoptaba una máscara. Su tranquilidad era muy sospechosa. Valía la pena preguntarse no qué cosas maquiavélicas estaba urdiendo su cabecita, sino qué estaba esperando exactamente.

—Esto es todo lo que hay que ver sobre tu cerebro —dijo el patriarca. Para entonces estaban saliendo de la sala y estaban caminando por los pasillos—. Los resultados de las otras pruebas demorarán en salir. ¿Doy por satisfecha mi parte de nuestro pequeño trato, Lelouch?

—Casi —repuso Lelouch—. ¿Por qué no me dices de una vez qué es lo que quieres encontrar en mis resultados?

Curvó en los labios del viejo león una sonrisa que aparentaba contener un enigma.

—No es tanto lo que quiero encontrar, sino lo que no me gustaría. A propósito de eso, en uno de sus informes, C.C. apuntó que tardaste un mes para sanar una herida de bala en tu hombro.

—Sí, ¿y qué con eso? —replicó Lelouch.

Era la contestación de C.C. para restarle importancia a las cosas. A Lelouch debió parecerle irritante. Seguro que quería joder a su padre. C.C. meneó la cabeza, sonriente.

—Que no es un resultado alentador... —explicó el presidente Charles sin perder la sonrisa.

Irrumpieron en otra recámara en la que había varios equipos apilados contra una pared y una diversidad de aparatos. Algunos parecían médicos y otros, técnicos. La recámara estaba llena de mesas, largas y angostas con espacio de sobra para recostar un cuerpo. A falta de cuerpos, había colocado cristalería de laboratorio. Probetas, tubos de ensayo, matraz, buretas. El resto permanecía guardado en las estanterías. Al fondo estaba apoyado un cartel y una pizarra con anotaciones sobre el Geass. C.C. había estado aquí con anterioridad con el profesor Asplund. Era el laboratorio central del Proyecto Geass. O la guarida de los científicos, como prefería denominarla. Con su vozarrón, el presidente Charles ordenó a todos los científicos presentes que desalojaran. Todos obedecieron. De manera que solo se quedaron el presidente Charles, ella, Lelouch, Alicia, el profesor Asplund y los guardias que los habían escoltado. El patriarca Britannia se dirigió a una de las mesas y cogió un escalpelo. Se cortó la palma de la mano de un tajo. Algunas gotitas de sangre cayeron al piso. El presidente mostró su mano a Lelouch. Ante la incrédula mirada de su hijo, la herida empezó a cerrarse como si una aguja y un hilo invisible estuvieran cosiéndola. La sangre cesó de gotear.

—¿Lo ves, Lelouch? Es una secuela de haber adquirido un Geass. Se da de manera rápida y automática, aunque he aprendido a controlar el proceso mediante el pensamiento consciente. A lo largo de estos años, he estado enfocándome en desarrollar la velocidad y la variedad de mi nueva habilidad. He llegado al punto de que ya no necesito comer ni dormir. Soy inmune a las enfermedades e infecciones. Mi regeneración celular es tan alta que mi cuerpo rebosa de perfecta salud. Sigo conservando la resistencia y vitalidad de mi yo de treinta y cinco años. Tú también puedes evolucionar a este nivel con el tiempo. O, si estás de acuerdo, podríamos darte un empujón recargando tus células.

—¿Y por qué debería darte mi consentimiento? ¿O por qué debería participar en tu proyecto? —cuestionó Lelouch, a la defensiva—. No me has dicho todo, ¿verdad? ¿Cuál es tu objetivo? Y no me digas que es por el bien de la humanidad. Secuestraste personas, experimentaste con ellas, las torturaste y de seguro traficaste con animales. Habrás roto, por lo menos, diez leyes. No tengo por qué inmiscuirme en esta mierda y no quiero.

—Estaba ansioso por que me formularas esa pregunta —reconoció el presidente Charles—. Con el análisis de resultados que arrojen tus pruebas y las mías, crearemos un suero que sea capaz de producir usuarios del Geass. Morirán en el proceso..., pero ellos nunca se enterarán —añadió ampliando su sonrisa.

—¡¿Acaso planeas engañar a la gente o tú crees que irá voluntariamente a inyectarse?! —gruñó Lelouch—. Lo que dices es una puta locura.

—¡Oh, Lelouch! Me asombra tu ingenuidad —rió el presidente Charles—. ¿Por qué piensas que me lancé a la presidencia? —inquirió. Lelouch tembló. Poco a poco estaba entendiendo los alcances del Proyecto Geass y temía ver hacia dónde iban—. Pretendo instituir y fomentar un plan gubernamental: «Conexión a Ragnarök». Distribuiremos el suero por todo el país de esta suerte. No asumo que todos vayan a ser parte. Siempre habrá escépticos. Así como habrá gente que sí creerá en el proyecto. No es mi objetivo convertir a cada ciudadano en un usuario del Geass, sino a los suficientes para fundar un nuevo orden. La raza humana que conocemos acabaría sucumbiendo frente a la raza de superhumanos, inaugurando una era gloriosa. Tengo la certeza de que lo entiendes.

A Lelouch se le paralizó el corazón. Su mente reprodujo sus propias palabras con un sentido perturbador y macabro. «Destruir el mundo para crear uno nuevo». El presidente prosiguió:

—Nuestra nación será la líder, la primera en su especie con una sociedad de superhumanos, y cuando las demás naciones vean nuestro éxito querrán implementarlas en las suyas.

—Imposible. Es una utopía —musitó Lelouch todavía en estado de shock—. Ese mundo no existirá más que en sueños. No podrías hacerlo.

—Pero está hecho ¡y tuve éxito! Tú y yo somos el principio de algo más grande —señaló el presidente con las manos detrás. El hombre retrocedió y accionó una palanca. La pared lateral rotó sobre su eje dando una vuelta completa. Siendo remplazada por una vitrina—. ¡Admira esto, Lelouch! ¡Saluda a tus hermanos y hermanas!

https://youtu.be/eduwBgDcMwY

Lelouch se acercó midiendo sus pasos. No quería imaginarse qué estaba a punto de descubrir, aunque su cabeza se anticipaba a la siniestra realidad. En cada uno de los estantes de la vitrina había una hilera de frascos con un contenido misterioso. Estaba oscuro. Se inclinó despacio. Reprimió un escalofrío. ¡Eran bebés probeta! Lelouch había visto cosas peculiares y ninguna era como lo que estaba observando y oyendo. Como la que le estaba contando el presidente. Superado por los acontecimientos, Lelouch tuvo náuseas. Se precipitó sobre una papelera y regurgitó saliva entre convulsas arcadas. Todos lo siguieron con la mirada y únicamente C.C. ahogó una exclamación. Acabado de regurgitar, Lelouch se apoyó de la mesa para recuperar el aliento. C.C. se aproximó a él. Extendió el brazo queriendo tocar su hombro y Lelouch, de improviso, agarró un matraz, lo partió contra el borde de la mesa y lo blandió. C.C. retrocedió. Los demás se sobresaltaron. El presidente Charles no se inmutó.

—Lelouch, suelta eso —ordenó con desdén—. ¿No te quedó claro que es inútil atacarme?

Dicha la pregunta, fue el turno de Lelouch de sonreír. Encauzó la peligrosa punta del matraz roto de su padre a su propio cuello. Se presionó en la yugular y un hilito de sangre le chorreó. La ola de pánico barrió la sonrisa cínica del presidente.

—¿Eres tan arrogante que creías que iba a lastimarte? ¡Tenías que ser mi padre! —se burló—. Tú me necesitas, ¿no? Déjame ir y no me suicidaré.

C.C. pasó la mirada de Lelouch, quien irradiaba confianza, al presidente. Se fijó en la tensión de la línea dura de su mandíbula. Probablemente ahora había visto su trampa: averiguar sus planes y salir. Lelouch había entendido que era un prisionero. Pero también había deducido que era el mejor rehén. Lelouch sabía muy bien qué hacer con las cosas valiosas.

—Charles, conozco a Lelouch —intervino C.C.—. Haz lo que dice. Es muy capaz de cumplir su amenaza.

El presidente Charles puso mala cara. Sus labios permanecieron tozudamente sellados.

—No voy a esperar todo el día —presionó su hijo saboreando su impotencia—. Te doy cinco segundos para que accedas a mis exigencias o sino... Cinco, cuatro, tres...

La punta letal se enterró en su carne. Lelouch tiró del matraz y la incisión se hizo más larga. El escozor del corte crispó sus células. La sangre chilló. Lelouch ignoró la súplica ardiente de su sangre. Charles batallaba contra el impulso de acceder a sus demandas. Lelouch estaba guardando la orden del Geass para una ocasión más importante, pero si Charles no daba su brazo a torcer, iba a tener que usarlo. Lo activó y seguiría adelante de no ser porque entonces una melosa voz habló:

—Lulú, cariño, basta de travesuras. Baja ese vidrio —pidió cariñosamente Alicia—. Sé que no quieres cortarte el cuello.

Lelouch se volvió hacia Alicia cuyos ojos lilas despendían un destello cálido y familiar. Tenía una mano tendida hacia arriba y la otra, agarrada a su mata de pelo dorada. En el suelo estaban todas las prótesis usadas. Se quitó la peluca y una lustrosa melena azabache se derramó sobre sus hombros y su espalda. Lelouch desactivó su Geass de manera inconsciente. ¡Claro! Solo una mujer podía ser tan cercana a Charles. Lelouch sintió un paroxismo de rabia. ¡¿Cómo no lo predijo?!

—¡¿Qué mierda?! —balbuceó—. ¡¿Madre?! ¿Cómo es que estás viva? ¡¿Qué significa esto?!

Marianne acortó la distancia entre ambos y lo desarmó con esa sonrisa maternal con que solía regalarle al acostarlo en su cama. Lelouch no ofreció resistencia. Ya estaba atando todos los cabos. Los insólitos cambios en la escena del crimen y las inconsistencias con sus memorias. Los sobornos. La extraña suspensión de la búsqueda de Naoto. Los inquietantes sueños que surgieron justo después de que su Geass se activó. Su padre modificó más que sus recuerdos de su estadía en el Proyecto Geass. Esta era la cruda y espantosa verdad que quería encubrir. No era el asesinato de su madre. Era su pecado. Y tal vez la condenación a la desgracia de él y... «¡Kallen!». Lelouch estaba tan abstraído en el estupor digiriendo la verdad que Marianne le arrancó el vidrio de su mano con delicadeza.

—¡Eso es! —declaró Marianne con acento triunfante—. Caballeros, pueden llevárselo.

—¡¿Qué?! ¡No! —tronó Lelouch tornando en sí—. ¡Madre! ¡No te vayas! ¡Debes responder mis preguntas!

Lelouch se abalanzó de bruces hacia ella. Los guardias lo retuvieron. Lelouch era consciente de que gastaba sus energías forcejeando contra ellos. No era fuerte ni veloz ni ágil. Con todo, lo intentó porque era luchar o entregarse al terror y Lelouch podía consentir que le rompieran la columna vertical; pero nunca dominarían su espíritu rebelde. Antes la muerte. Los guardias consiguieron apresar sus extremidades. Así pues, lo levantaron y lo cargaron a la temible sala de experimentaciones.

Le sacaron la bata por encima de la cabeza y lo subieron a otra mesa. Una que se sentía más helada que la anterior en donde estuvo. Aquella mesa tenía unas barras de goma a diferencia de la otra. Lelouch supo al instante su función y volvió a ser embestido por otro escalofrío. Ataron sus tobillos, piernas, torso, brazos y cabeza con correas de goma. Le metieron otra en la boca y le colocaron sensores en sus sienes y en su pecho desnudo. Iban a empezar con los valores bajos y paulatinamente irían aumentando. Lelouch observó a través del espejo, que no era de dos vías, a su madre, a su padre, al profesor Asplund y a C.C. entrar en la cabina. En la otra habitación había máquinas que parpadeaban y chirriaban furiosas en una lengua que Lelouch no hablaba. Él miró a sus padres con ojos vidriosos y ellos lo miraron con expectación.

Fue Marianne quien dio la orden de que giraran el selector un solo punto.

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Pocas veces el presidente Schneizel había estado tan furibundo como en este mismo instante. Luciano estaba vivo. Su celular no había repicado para confirmarlo. Pero él lo sabía. Minami prometió que se reportería de nuevo ante él con buenas noticias. Era su primer trabajo como jefe guardaespaldas. Un fracaso no era un prometedor comienzo. La resolución más prudente para Luciano sería abandonar el país. Había sido su verdugo. Estaba en conocimiento de sus planes. Pero no tenía credibilidad ni poder. En una comisaría era probable que Luciano fuera el mayor perdedor. Y Luciano no era ningún idiota. Deduciría, además, que los matones de Britannia Corps, quienes habían sido sus subordinados, lo rastrearían hasta matarlo. Bien que Luciano rara vez tomaba decisiones a partir de la lógica. No huiría por su vida. No sin intentar vengarse por traicionarlo. Al presidente Schneizel le parecía mejor así. Odiaría que el asesino de su hermana y el único que había descubierto su verdadero rostro no tuviera un castigo. Lo corroería que ese infeliz anduviera suelto y despreocupado.

En esto, sus oídos advirtieron algo romperse no muy lejos. Bajó la vista. La copa en su mano se había hecho añicos. Había apretado con demasiada fuerza la copa. El presidente Schneizel abrió el puño. El vidrio roto cayó por encima de los barandales hasta los rosales del jardín de la mansión. Vislumbró que tenía trozos y franjas rojas surcando su palma. Por sus dedos finos y largos se escurría el Martini & Rossi.

El presidente se internó en su estudio y fue al baño. Abrió el grifo. Se arrancó los fragmentos más grandes con las pinzas del botiquín de primeros auxilios y se entretuvo viéndolos fulgurar en el lavabo de mármol, al tiempo que se preparaba para sustraerse los pedazos pequeños. Cerró los ojos, inhaló hondo y procedió cauteloso. Le costó reprimir algunas muecas al retirar ciertos trozos. Al terminar, experimentó unas oleadas de dolor ascender por su muñeca. Introdujo la palma abierta en el chorro. El frío del agua fue apaciguando sus nervios. El presidente avistó como el agua, el vino y la sangre se mezclaban y se iban por el drenaje.

Schneizel siempre había dicho que el blanco era su color predilecto cuando le hacían la pregunta formal. Sin embargo, el rojo o, para ser exactos, el rojo burdeos era fascinante. Una vez, de niño, se raspó las rodillas al tropezar en las escaleras. Entretanto, las criadas corrían histéricas de un lado a otro, él se quedó embelesado contemplado la herida. La sangre que manaba era igual a ese color. Al del vino. Se lamentó que no existiera ninguna pintura del mismo tono. Hubiera sido el regalo perfecto para Euphemia.

El presidente de Britannia Corps sonrió divertido y limpió la encimera con presteza y desechó los trozos de vidrio. Sabía que le tocaba aplicarse los primeros auxilios. Y lo haría. Luego de beber otra copa de vino. Al salir, se topó con Kanon.

—Mi señor... —el asistente se acalló. Había reparado en su mano sangrante—. ¡Oh, Dios!

—Dime, Kanon. ¿Qué ocurre? —inquirió el presidente, escondiendo la mano detrás de sí.

—El abogado Kururugi está aquí —tartamudeó él con los ojos fijos en su mano fantasma.

¡Suzaku! ¿Por qué quería verlo? ¿Acaso vino a confrontarlo por el atentado de Luciano? Era una posibilidad. En tal caso, ¿fingiría desconocimiento del asunto? ¿O atribuiría toda la culpa a Bradley? En su fuero interno, el presidente se dijo que no adelantaría a las conclusiones y accedió a dejarlo entrar. Kanon marchó a la sala y, en ese breve lapso, el presidente se atavió con unos guantes blancos. Posteriormente, Kanon retornó acompañado por su protegido. El presidente Schneizel se tendió en el sofá de terciopelo del centro del estudio. Invitó a Suzaku a hacer lo propio.

—Gracias, señor presidente; pero, si no es molestia, me quedaré de pie —desestimó Suzaku con amabilidad—. No pretendo prolongar mi estadía.

—Como prefiera —asintió el presidente Schneizel, encaramando una pierna sobre la rodilla y entrelazando los dedos—. Dígame, ¿qué puedo hacer por usted?

—Responderme una simple pregunta: ¿en dónde está Lelouch?

—Temo que no puedo ayudarlo —expresó el presidente Schneizel, francamente sorprendido. Descruzó los dedos—. Ignoro su actual paradero.

—Pero podría localizarlo, ¿no?

—¿Por qué? —sonrió el presidente Schneizel—. Me intriga saber por qué supuso que tendría idea de dónde está Lelouch.

—Por el mismo motivo por el cual debería importarle —enfatizó con gravedad—. Porque él es su hermano y usted cuida a su familia. Para usted, el lema de los Britannia es significativo.

—Es correcto —afirmó moviendo la cabeza—. ¿Qué sucedió con mi pequeño hermano para que usted se preocupara por él?

—Está desaparecido desde ayer.

—Las personas son propensas a desaparecer cuando las abaten las circunstancias —indicó el presidente en un tono aséptico—. Es más común de lo que se cree.

—No tan común como cuando ese mismo día intentan asesinarte con monóxido de carbono.

—Luciano Bradley ya no trabaja para mi empresa —indicó—. No puedo disculparme en su nombre. De igual manera, quiero resarcirlo por su horrendo crimen.

—Está bien. Le agradecería si me hiciera este favor.

—Seré honesto con usted, abogado Kururugi. Me imaginé que sería la última persona en la faz de la tierra que quisiera encontrar a mi hermano, considerando todo lo que le hizo.

—Yo también, señor presidente —confirmó Suzaku entornando los párpados.

El presidente Schneizel detectó un atisbo de tristeza en la voz de Suzaku. No era la pena que había apercibido en el funeral de Euphemia ni la melancolía que usaba inconscientemente al referirse al caso de Nunnally. Este sentimiento se asemejaba más a la nostalgia. El cariño de Suzaku por Lelouch había sido sometido a diversas transformaciones a lo largo de aquel vía crucis; pero no había sido destruido. Lo admitiera o no, Suzaku visualizaba a Lelouch como su mejor amigo. El presidente Schneizel recordó que C.C., la espía de Lelouch, le había dado un rastreador, asegurándole que Lelouch eventualmente lo llevaría a las instalaciones secretas del Proyecto Geass. De cuando en cuando, le echaba un vistazo al mapa. No lo había hecho hoy. El reloj estaba a punto de dar las nueve de la noche. Estaba a tiempo. Se hallaba incapaz de negarle una petición a su protegido y, desde luego, Lelouch era sangre de su sangre. Esta quizás sería la única vez que podría actuar como un hermano mayor.

https://youtu.be/pyH_kOQlcSE

C.C. llevaba largo rato observando a través del vidrio a Lelouch retrotraerse y arquearse ante los espasmos del dolor. Cada vez que Nina subía el selector, el aire producía un sonido similar al hielo resquebrajarse y la sala de experimentaciones se atestaba de aullidos espeluznantes, con los cuales C.C. estaba familiarizada. A intervalos, se visualizaba a sí misma en esa mesa chillando y pidiendo morir. Entonces, pestañaba y volvía a ver a Lelouch y la culpa se retorcía en su estómago. En una de esas. Cuando Nina giró el selector, Lelouch cayó contra la mesa. Estaba cubierto por el sudor y apretaba tan firmemente la correa con su boca que C.C. creyó que se le partirían los dientes. «¿Qué estás haciendo? De nada te sirve el orgullo, ¡Ruega por tu vida!». Pero Lelouch no hizo nada de eso. Mantuvo su ceño fruncido y su actitud retadora. O tal vez no suplicó porque la mandíbula se le atascó con la correa. C.C. apercibió que había pasado varios segundos sin que Lelouch recibiera otra descarga. Entrevió de refilón a Charles y Marianne y tuvo la esperanza de que los gritos agonizantes de su hijo habían removido sus instintos paternos, disuadiéndolos. Era demasiado tentador dejarse seducir por esa inocente ilusión. Desafortunadamente, fue una falsa alarma ya que ellos le ordenaron a Nina aumentar la intensidad y Lelouch tornó a contorsionarse. C.C. no aguantó y se marchó. No quería que nadie notara la humedad en sus ojos.

Se refugió en el laboratorio. Aquel lugar sirvió como su guarida durante los últimos años que estuvo en el Proyecto Geass. Hoy recuperó ese propósito. Tuvo la suerte de encontrarlo vacío. Supuso que todos debían estar en la sala de experimentaciones. Los científicos del Proyecto Geass estaban algo obsesionados con Lelouch. Tenían razones para ello. Fue el segundo éxito de su investigación. C.C. se arrepintió haberlo pensado. El fugaz alivio que la habría abrigado se trocó en angustia. Posteriormente, el profesor Asplund la descubrió. No se extrañó. Estaba al tanto del significado del laboratorio para ella; por lo que se limitó a ir a la máquina de café y sirvió dos vasos. C.C. interpretó la llegada de Lloyd como el fin de las experimentaciones. Quiso preguntarle por Lelouch. Pero le faltó el coraje. El profesor Asplund arrastró una silla y se sentó con ella. Le pasó un café.

—Ten. Te convendría beberlo. No luces bien.

Los ojos ambarinos de C.C. oscilaron del vasito de plástico que el profesor le tendía al propio profesor. Odiaba los cafés de esa máquina y él lo sabía. Si se lo estaba ofreciendo era porque en serio lo necesitaba. Se resignó con un suspiro.

—Lo sé. Me veo horrible y me siento miserable —concedió, aceptando el vaso—. Gracias.

El café estaba caliente, aunque el plástico aminoraba la temperatura. Intentó beberlo todo de un trago. Tal como solía beber el alcohol.

—¡Despacio, niña! ¡Te vas a atragantar!

«Niña». Era como el profesor Asplund la llamaba para evitar referirse a ella como «hija». A él le molestaba que una mocosa lo denominara «padre» —con el paso de los años, lo toleró—. A ella le gustaba tener un padre. Reconocía que el profesor Asplund divergía del prototipo ideal de un padre. Pero él la había creado, ¿acaso no lo convertía en su padre? Las palabras del profesor se trocaron en una profecía autocumplida y C.C. tosió. Era una tontería beberse el café como si fuera licor. Era verdad. Aun así, quería hacerlo.

—Te lo dije —la estaba amonestando, sin embargo, sus labios dibujaban una sonrisa burlona. C.C. iba a limpiarse con el dorso de la mano cuando el profesor sacó un pañuelo del bolsillo.

—Gracias —rezongó. Dejó el café en la mesa, cogió el pañuelo y se limpió.

—Ya escoltaron a su celda al sujeto de pruebas. Logré convencer al presidente Charles. No hubo menester de recurrir a reanimación cardiopulmonar. Sobrevivió a las electrocuciones y eso prueba la tesis de la señora Marianne: él tiene una poderosa voluntad para vivir. Tan pronto como comprobemos que sus células evolucionaron, vamos a analizar su sistema inmunólogico y sus anticuerpos por separado —le contó el profesor, arrellanándose en su asiento—. Imaginé que querías saberlo —C.C. vaciló. El profesor apuntó la cámara en la esquina—. No eres muy discreta —dijo—. Está bien. Has pasado considerable cantidad de tiempo con él. Es normal estrechar lazos.

—No siempre fue así. Inicialmente, me menospreciaba porque creía que era una estafadora. Me usó como a sus piezas de ajedrez.

—¿Y luego?

—Luego —repitió C.C. Al profesor Asplund no podía mentirle. Al igual que Mao y Lelouch, era la otra persona que era capaz de leer sus pensamientos. Mao podía hacerlo porque poseía un Geass; Lelouch, porque aprendió a conocerla—. Luego, nos hicimos cómplices.

—Así es, niña —asintió Lloyd—. No sabrás lo que es la profunda miseria si no has vivido la máxima dicha.

El profesor Asplund sorbió su café. C.C. le devolvió el pañuelo y cerró sus dedos alrededor del vaso. Su mirada se sumergió en la negra laguna. De repente, se manifestó una voz. «¿De veras crees que ya no te interesa tener una vida normal ni que te gustaría ser amada? ¿Te digo lo que creo? Creo que, en realidad, no crees en esa basura que escupes. Creo que tú te obligas a creer en eso para renunciar con más facilidad». C.C. apretó los párpados e inclinó la cabeza. Su cabellera rodó por sus brazos y se le vio la cerviz. Inspiró para estabilizarse. Escuchó el chasquido del yesquero. Lloyd estaba encendiendo un cigarrillo. En teoría, estaba prohibido fumar en las instalaciones del Proyecto Geass, pero el profesor Asplund no acataba la norma.

—¿Alguna vez has deseado renunciar al Proyecto Geass?

—Infinidad de veces.

—¿Qué te lo ha impedido?

—La apatía. Haces algo, lo repites al día siguiente y, repentinamente, te ves en la necesidad de hacerlo siempre. Es como si lo tuviera internalizado. Bueno, el ser humano es una máquina de la naturaleza. Ese es mi criterio, ¿sabes? —el profesor Lloyd hizo una pausa para fumar—. El tiempo es un círculo plano.

C.C. amagó una sonrisa. A Lelouch siempre le asombró que una estafadora y ladrona que no había estudiado en una universidad ni ido siquiera a un bachillerato expresara una perspectiva nihilista y antinatalista. Si estuviera allí, entendería muchas cosas. Si estuviera allí...

—¿Y qué hay del deber para con la ciencia? ¿No estás orgulloso? El Proyecto Geass resultó en un éxito. Es posible que tengas entre manos el mayor descubrimiento científico del siglo, ¿eso no te consuela?

—El deber para con la ciencia es una mierda. ¿A ti te parece que eso es un logro que merezca algún premio? Lo has comprobado con tus ojos. Es una aberración —gruñó Lloyd, sacándose el cigarrillo con malhumor—. No tengo de qué enorgullecerme: este es el trabajo de Víctor. Yo solo lo seguí. ¡Debería estar en la división de ingeniería robótica!

—Es como estar atrapado en un círculo vicioso, ¿no? —indagó—. Sé a lo que te refieres. Yo también he sido presa de mis mismas restricciones. Sin embargo, alguien me dijo hace algún tiempo atrás que si podía imaginarlo podía hacerlo realidad y que nunca es demasiado tarde para intentarlo.

—Son graciosas las cosas que te ablandan, niña —se mofó el profesor, sonriente—. Aunque, a no ser que mis reflejos mentales estén disminuyendo, creo que me estás tirando un mensaje subliminal. ¿O me equivoco?

—No, no te equivocas. Hay algo que quiero pedirte —confirmó—. Pero, primero, quiero que me digas algo —el profesor Asplund ladeó la cabeza. C.C. fijó en él una mirada penetrante—: dime cuál es mi verdadero nombre.

N/A: lo sé, lo sé, este capítulo es tan extenso como el anterior. Para ser honesta, apenas recordaba la cantidad de palabras y solo calculé el aproximado. No quería finalizar el capítulo en el punto que ustedes acabaron de leer. Ojalá me perdonen por este horrible pecado. Pasemos a comentar brevemente los dos aspectos más destacados del capítulo:

¿Ustedes odiaban a Luciano Bradley? ¿Opinaban que era el tipo más despreciable de este fic? ¿Creen que Charles y Marianne lo han superado en este capítulo? Sin ánimos de alardear, pienso que logré lo que parecía imposible: envilecer todavía más a Charles y Marianne. De por sí son unos seres humanos horribles que están locos de remate. Yo misma quedé impactada leyendo los diálogos de Charles y Marianne: ¿pero qué carajos se fumaron estos dos? El único mérito que podemos darles a Charles y Marianne es que concibieron un plan accesible para nosotros (no como la original Conexión a Ragnarök) ya que son peores padres que en el anime. A ellos lo podemos acusar de negligencia y de abandono; al igual que a estos, solo que podemos añadir el cargo de experimentación. No es raro, si lo piensan, ya que los personajes de esta novela son más viscerales que sus contrapartes canónicas. Un ejemplo de ello es la propia C.C. Considero que uno de los aciertos más destacados en esta novela fue convertirla en una contagonista. Siento que ella ha aportado los mejores giros a la historia y esta decisión enriqueció su arco porque, a pesar de los cambios, no perdió su esencia. El arco original de C.C. giraba en torno al propósito de la vida. El arco de C.C. en esta historia está ligado al entendimiento de la naturaleza humana.

No es por demeritar las relaciones de Lelouch con otros personajes, pero siento que sus relaciones con Suzaku, Kallen, C.C., Nunnally y Shirley fueron las más significativas para él. En este fanfic, Lelouch, Kallen, Suzaku y C.C. son personajes principales y, por ende, él comparte más escenas con ellos. Me esmeré bastante en construir las relaciones y plantear las dinámicas de Lelouch con cada uno y desarrollarlas. Algo que me encantó (y no lo hice deliberadamente), de hecho, es que en cada libro (o parte de la historia) la relación de Lelouch con ellos está en un punto diferente y se siente especial. La relación de Lelouch y Suzaku es la que más presenta altibajos. La de Lelouch y Kallen, si bien, arranca con el pie izquierdo ya que Lelouch no confía en ella y Kallen es hostil hacia él, conforme se van conociendo y se van abriendo el uno al el otro, se fortalecen sus vínculos y se enamoran. La de Lelouch y C.C. era la relación más sólida, pero, como bien explica Lelouch en el capítulo ocho de este fic, la confianza es un muro que puede derrumbarse y eso fue lo que tuvo que pasar en el anime. Sí, la C.C. canónica no incurrió en un pecado tan grave como la mía, pero ocultó información pertinente que incumbía a Lelouch, una que podía causarle el mismo sufrimiento que ella padeció. No tiene sentido que Lelouch, uno de los personajes más rencorosos del anime, la perdonara rápido (por más piadoso, benévolo y comprensivo que fuera) y se siente totalmente injusto que C.C. evadiera la responsabilidad y se escudara en su orgullo. En especial en un mundo como el de Code Geass que se rige por el principio de que nada llega sin un precio. Entonces, ¿los demás personajes enfrentan las consecuencias de sus acciones y no C.C.? Creo que Okouchi y Taniguchi no quisieron darle el tratamiento correcto a este problema, en parte, porque estaban ajustados de tiempo y, en parte, porque a lo mejor pensaban que C.C. ya sufría suficiente con su condición inmortal. Sin embargo, eso es un hecho aislado del que no tiene absolutamente la culpa y que al final acepta gracias a Lelouch. Decidí corregir eso para mi novela. Y debo decir que mis escenas favoritas de este capítulo son justamente las dos conversaciones de Lelouch y C.C. En cada una de ellas se dejó caer algo que es vital para el arco narrativo de cada uno (no lo repetiré; vuelvan a leer y descúbranlo).

Dicho esto. Pasemos a las preguntas: ¿tienen ansias de conocer el nombre de C.C.? Este ha sido uno de los misterios más atractivos que han tenido enloquecidos a medio fandom y no entienden que si Taniguchi y Okouchi quisieran que lo supiéramos, ya lo hubieran dicho y si no lo han hecho, es porque realmente da igual; de seguro, a su juicio, pensarán que hay misterios de C.C. que no deben saberse porque es parte de su «encanto». Pero yo no pienso así. Por mi parte, los complaceré en esta novela. ¿Qué les ha parecido los orígenes y el propósito del Proyecto Geass? En este capítulo tuvimos varias revelaciones desconcertantes: la de Marianne, la de C.C. y la de Schneizel, ¿tienen algo qué decir de alguna? ¿Cuál les gustó más? ¿Los sorprendió la tregua entre Schneizel con Suzaku, Kallen y Rolo? ¿Encontrarán a Lelouch antes de que Marianne y Charles experimenten con él? ¿Qué creen que acontecerá con Luciano Bradley? ¿Suzaku se ganará el perdón de Kallen? (Nadie amenaza como la señorita Kozuki, tengo los pelos de punta con ese diálogo). ¿Habrá alguna redención para C.C.? ¿Lelouch podrá perdonarla? ¿Cuál fue su escena favorita?

Compártanme sus expectativas para el próximo capítulo. Los estoy leyendo.

Tienen una cita con este fanfic y conmigo este 30 de mayo (lo siento, volvemos a las tres semanas de espera usuales; siento que apenas avanzo en mi novela por el cansancio y la falta de inspiración y quiero evitar cometer errores ya que en esta parte se cierran todas las tramas). Al menos, les adelantaré el título: «Cera».

¡Gracias de antemano por llegar hasta aquí! ¡Besos en la cola!

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