Capítulo 25: Padre e hijo
—¡Suzaku! —había soltado Lelouch—. ¡Yo voy a destruir a Britannia!
Al susodicho se le había escapado un jadeo ante semejante declaración de intenciones. «¿Dijo que haría qué?». El niño miró de hito en hito a su amigo. Tenía los ojos acuosos, las mejillas encendidas y los puños apretados. Su respiración afanosa ahogaba el silencio del pasillo. Su postura y la determinación en su voz prevalecieron sobre su incredulidad.
—Pero, Lelouch, ¡nada ni nadie ha sido capaz de derrotar a Britannia Corps! Ni siquiera sus mismos competidores. Es una empresa muy poderosa y antigua. ¿Cómo vas a destruirla?
—Nada ni nadie había sido capaz de derrotarla porque no tenían una razón real para hacerlo. Yo sí —afirmaba, contumaz—. Haré real lo imposible. Si no me vas a apoyar, no me estorbes ni me desanimes. Al menos. No me gustaría quitarte de en medio.
—¡Lelouch! —gemía Suzaku, herido.
—No apartes tus ojos de ese edificio —le ordenó cortante, señalando con el dedo a Britannia Corps—. Algún día se caerá y con él se irá la dinastía de los Britannia.
Concluida su advertencia, Lelouch se marchó precipitadamente levantando una corriente fría que hizo estremecer a Suzaku al pasar junto a él. El niño permaneció quieto cual si lo hubieran atornillado al piso. «Si vas a destruir a Britannia Corps; si la ley es cómplice de los culpables; entonces yo..., yo..., ¡yo cambiaré el sistema!», se había jurado el chico. Desde ese día, había estado trabajando de manera infatigable para cumplir esa promesa; empero, había sufrido una ligera desviación.
Suzaku entornó los ojos y fue herido por una luz blanca. Sus pupilas se apuraron en refugiarse detrás de sus párpados. ¿Qué sucedió? Sentía que estaba en una superficie dura, y acolchada y que tenía la nariz congelada. Alguien había prendido el aire acondicionado. Podía reconocer el zumbido que emitía la máquina, así como también un pitido que sonaba a su izquierda. En su apartamento no había tal cosa. ¿En dónde estaba? Suzaku se animó a volver abrir los ojos. Esta vez lentamente. Los fue abriendo y cerrando, en tanto se acostumbraba a la iluminación del sitio. Intentó enderezarse y algo tiró de su brazo: se fijó que tenía clavada en el brazo una agujada intravenosa. Estaba en una cama desnivelada con barras en un cuarto verde. ¿Era un hospital? Suzaku recordó el incidente en la licorería y su pelea con Lelouch en su apartamento —bueno, su aparente pelea con él—. Suzaku se observó las manos. A sus nudillos ásperos y prominentes le habían salido unas pequeñas costras. Nada alarmante. Lesionarse era común al entrenarse en artes marciales. Eso dejaba a la puñalada como su herida más grave. Suzaku se alzó la orilla de la camiseta que le habían puesto y avistó los puntos de sutura en su costado. Suzaku se pellizcó el puente de la nariz con malestar. En esto, abrieron la puerta. Se asombró al ver entrar al comisionado Tohdoh.
—Conque te despertaste —lo saludó con su habitual tono apacible—. ¿Cómo te encuentras?
—No muy bien —contestó—. ¿Por qué estás aquí? ¿No deberías estar en la estación?
—Estoy donde hago falta. No quería creerlo cuando me llamaron —confesó el comisionado Tohdoh, arrastrando una silla y sentándose—. Las últimas noticias que he tenido de ti no han sido buenas.
—Ya debieron contártelo todo, ¿no?
—No cómo te apuñalaron —refutó el comisionado negando con la cabeza—. Esa es la parte que no he podido resolver.
Suzaku vaciló. No quería tener esta plática. Sabía cuáles eran las noticias que divulgaban de él. Las leía en internet. Que hubiera perdido el sentido en la licorería debía ser la confirmación a esos infames rumores. Suzaku se dijo para sus adentros que no iba a arruinar su reputación. No había más que pudiera destrozar, en honor a la verdad.
—Yo mismo me apuñalé —murmuró, evitando mirarlo—. Quería quitarme la vida —agregó. Esperó que el comisionado Tohdoh dijera algo, mas él permaneció con los brazos cruzados sobre el pecho, lo que avergonzó a Suzaku—. ¿No vas a preguntar por qué?
—No. Me enteré que renunciaste a tu trabajo, poco después de que perdieras el juicio.
—¿Tampoco me preguntarás por eso? —inquirió de nuevo, inquietándose—. Creo que sabes cuánto amaba ser fiscal.
—Estás malinterpretando el motivo de mi visita, Suzaku. No estoy aquí para someterte a un interrogatorio. Estoy aquí para ayudarte.
—¿Ayudarme? —repitió, hondamente estupefacto—. ¿Con qué?
—Con tu alcoholismo —especificó el comisionado Tohdoh con voz suave. La expresión de Suzaku se crispó. Ser conscientes de eso era una cosa, decirlo era otra—. Le prometí a Genbu que me haría responsable de ti si le pasaba algo —indicó—. Él era alcohólico. Me parece que lo sabías.
Por supuesto que sí. Genbu solía encerrarse en su estudio y beber allí. De manera inconsciente sabía que su hijo estaba al tanto de su alcoholismo y, sin embargo, nunca bebió fuera de casa. No le preocupaba que lo supiera, sino que lo viera. Quizás porque lo avergonzaba verse tan patético frente a su hijo. Era su pacto secreto. Él se emborrachaba sin tapujos y Suzaku fingía desconocimiento. Para cuando su padre se había desmayado, el chico entraba discretamente al estudio y lo ayudaba a quitarle los zapatos, a acomodarlo en el sofá y a recoger las botellas que dejaba tiradas. Una vez por curiosidad, sorbió un trago. Lo detestó, al grado que no volvió a beber licor hasta varios años más tarde. Ni Suzaku ni el comisionado Tohdoh habían abordado el asunto. Él no llegó a hacerlo porque no sabía cómo. Incluso si fue quien lo crio, lo visualizaba como el jefe de policía de Pendragón. Se lanzó a preguntar:
—¿Por qué nunca me hablaste de ello?
—No quería pervertir su imagen —se sinceró—. Tú eras un niño y lo amabas. Lo necesitabas en tu vida.
—¡Pues debiste hacerlo! —le reprochó, irritándose—. Mi padre hizo cosas imperdonables...
—Tu padre hizo muchas cosas estúpidas, y ninguna de ellas fue concebida con maldad. Todo lo que hizo fue por lo que creyó que era tu bien y el de la compañía que anhelaba legarte —aseveró el comisionado Tohdoh—. Él nunca pudo superar la muerte de tu madre. La amaba con locura. Rechazó volver a enamorarse alegando que nunca hallaría otra como tu madre y empezó a beber —le contó—. Decía que el alcohol lo ayudaba a sobrellevar el duelo. Se hizo dependiente cuando los problemas con la empresa se agudizaron. Creo que lo entiendes —le insinuó enarcando las cejas. Suzaku esquivó la señal, incómodo—. A pesar de todo, tú tenías razón. Si te hubiera hablado de este tema, no te habrías formado una idea errónea. Perdóname por mentirte —pidió, su tono desprovisto de hostilidad y altivez socavó el incipiente enfado del joven Kururugi—. Ódiame si te hace sentir mejor, pero no odies a tu padre por sus errores, así como no te odies a ti mismo por los tuyos. Él era un buen hombre y tú también lo eres —el comisionado se puso de pie, al término que Suzaku lo siguió con la mirada—. Voy a dejarte descansando. Irás a mi casa cuando te den de alta. No sería buena idea que te quedaras solo por ahora, ¿de acuerdo?
Tohdoh hizo un asentimiento con la cabeza y se largó. «Todo lo que hizo fue por lo que creyó que era tu bien». Las palabras del comisionado iban y venían por su mente. Embrollándosele. Si bien, esas fueron las que se fijaron en su memoria. Fueron las últimas palabras que articuló su padre, justamente. Eso explicaba porque lo golpeaban con más dureza. Suzaku había visto a su padre borracho infinidad de ocasiones, y nunca se había percatado de la depresión en que estaba sumido. Suzaku se había convertido en un fiscal porque ansiaba salvar a las buenas personas de las malas, su padre había estado pidiendo ayuda a gritos y él lo ignoró. ¿A quién carajos iba a salvar si no podía salvarse a sí mismo? ¿Podía ser que había sido injusto con su padre por estos diecisiete años? Suzaku se cubrió los ojos y rompió a llorar.
https://youtu.be/6G0NFv3738s
Sentada en el piso y envuelta en la toalla, C.C. estaba apoyada contra la pared en una posición visiblemente incómoda con los ojos entornados. Se sentía en el vacío. Incapaz de transportar su cuerpo hasta su dormitorio y de quedarse dormida en donde estaba. Había logrado detener el sangrado con las gasas que tenían en el botiquín de primeros auxilios. No las había botado, de hecho. Estaban por ahí esparcidas. Le había dado pereza recogerlas. Como fuera, su sangre ya había coagulado. De manera oficial, estaba fuera de peligro. Sin ánimos de ser pretenciosa, tenía experiencia tratando heridas. No le enorgullecía cómo la adquirió. A la mariposa intrusa la atrapó en un frasco de galletas y se la trajo consigo. Si no quería ser libre, entonces le haría el favor de encerrarla por el resto de su vida. A la mariposa no pareció importarle demasiado, lo que enfureció a C.C., quien, en represalia, decidió fumarse un cigarrillo, escupirle humo dentro de su frasco y sofocarla. Así aprendería a no ser tan cínica. En cierto punto del día, en que ella no podía diferenciar si era de mañana o tarde, sus oídos percibieron el cerrojo abrirse. No se inmutó. Le daba igual quien fuera. Una parte de ella deseaba que fuera la muerte que venía para llevársela. Y, otra parte de ella. se burlaba de sí misma por soñar tan alto. Sintió al individuo entrar con pasos cautelosos y tenderse en el sofá. La bruja echó una ojeada de refilón. ¡Era Lelouch!
—¿Por qué no estás en el apartamento de Shirley y Kallen? ¿Es que olvidaste algo?
—Regresé. Ya no quería causar más molestias. Estuve divagando por la ciudad. Desconozco si te enteraste que Charles ganó las elecciones. Me topé con Rolo, por casualidad. Me contó algo muy extraño —anunció. A razón de que la Wicca no mostraba un ápice de interés y ni siquiera estaba mirándolo, Lelouch no dio más largas—. Me dijo que fuiste tú quien manipuló a Luciano, que tú incubaste en su mente diabólica la idea de matar a Nunnally por el bien de Britannia Corps.
Pese a que varios mechones verdes se le habían corrido hacia la cara, Lelouch divisó cuando los ojos ambarinos de C.C. se deslizaron hasta el rabillo.
—¿Y tú le crees?
Lelouch sonrió como si le hiciera gracia que le preguntara eso. Había neblina ese día. La luz mortecina que se colaba a través de las persianas iluminando las paredes de tonos brumosos le confería a la sala un aspecto melancólico como el de su estado de ánimo. Debido a ello, C.C. no podía mirar sus ojos. Sin embargo, sus palabras no podían engañar a su corazón.
—No.
—¿Y si fuera cierto? —insistió C.C. con sospechoso interés.
—Bueno, si lo fuera, no podría perdonarte —le confesó con una risita cascada, admirándose las manos suaves y delgadas, las cutículas limpias y las uñas cortadas. C.C. sintió su corazón agitarse con violencia—. Te mataría con mis propias manos.
—Muy bien, no cambies de opinión —le sonrió con tristeza, antes de desviar la mirada.
—Afortunadamente, no tenemos por qué preocuparnos por eso. Lamento haberte angustiado —expresó él cambiando de tema—. Mi comportamiento ha sido inestable en estos días.
—Está bien —lo tranquilizó—. Era comprensible.
—No te ves muy cómoda. Hoy hace frío. ¿Te gustaría que te trajera una manta o te preparara una taza de chocolate caliente?
—No, no, estoy bien.
—¿Qué quieres, C.C.?
—Nada, estoy bien así.
—No, en serio. ¿Qué es lo que quieres?
Su voz se escuchaba grave. C.C. tornó a mirarlo. Se había encorvado ligeramente en su sillón en actitud atenta. Tenía sus ojos clavados en su rostro. Insolubles, para ella. El entendimiento y la confianza de antaño entre ellos se había esfumado y ambos lo sabían en su interior. A lo mejor esa era la razón de por qué sus últimas pláticas se sentían apagadas y de vez en cuando se regalaban las miradas de lástima igual que amantes ante los minutos finales de su aventura.
—Vengarme del presidente de Britannia Corps por las torturas que me hizo pasar y la media vida que me robó, ya te lo dije —respondió con simpleza, ovillándose.
«Quiero destruir a su maldita empresa, quiero arruinar a su familia, quiero que sienta lo que es perder todo», agregó para su fuero interior.
—No, ese es mi deseo. Dime algo real.
—¿Qué más podría querer? —preguntó a su vez, incapaz de seguirle el hilo.
—¿No deseas ser feliz? —inquirió—. ¿No deseas tener una vida normal?
C.C. titubeó como si no estuviera segura de qué decir a continuación. Efectivamente, hubo una época en que soñaba con el amor. Era una niña huérfana que creía con ingenuidad que podría alcanzar la felicidad siendo amada. Una muerta de hambre que no tenía nada y que se conformaba con poco. Una estúpida niña que mendigaba amor de otros debido a que no podía obtenerlo de sí misma. Esos sueños infantiles perecieron cuando el Proyecto Geass la utilizó como sujeto de pruebas por largos años. C.C. deseó con desesperación morir, pues no se vive la vida sin tener consciencia de lo que es vivir y ella no vivía. Parafraseando a Dickinson, la muerte no dolía tanto como la vida misma. Su segundo deseo tampoco le fue concedido, por desgracia. Entonces, ella conoció a Lelouch y concibió un propósito: vengarse de Charles zi Britannia. Tomaría su vida y lo más importante para él, lo haría pedazos y, consecutivamente, se suicidaría. Total, ¿qué vida normal podría aspirar ya luego de sobrevivir a los horrores en esas instalaciones? Teniendo eso en mente, C.C. tragó saliva y le riñó en un susurro:
—¡Por favor, Lelouch! ¿Qué vida normal podemos aspirar? Para unos seres como nosotros, no hay nada más allá de nuestro propósito. Excepto la muerte.
—Sí, es cierto. Decidimos transitar un camino del que no hay vuelta atrás —ratificó Lelouch inclinando la cerviz—. Tú estabas en lo correcto. El mal solo puede ser castigado con el mal. Yo te llamé monstruo la otra vez y ambos lo éramos, y si tú eres una bruja, yo seré un demonio —proclamó Lelouch, solemne—. Bueno, técnicamente, lo eres. Si me convierto en demonio, ¿me adorarás y montarás aquelarres en mi honor?
Erróneamente, se asumía que los wiccanos idolatraban al diablo. Fruto de los prejuicios de las personas hacia las brujas. Una imagen ortodoxa que era alimentada por la cultura popular. La realidad era que el concepto del diablo no pertenecía a la tradición Wicca. C.C. sabía que Lelouch no era tan insensible para realizar una preguntar de ese tipo. Él era muy respetuoso y apostaba que habría investigado al respecto en cuanto le dijo que era una Wicca. De manera que solo podía estar bromeando. Se echó a reír. Su risa tenía algo encantador que contagió al bromista. Probablemente se debía a que se asemejaba a una nota musical.
—No funciona así.
—De acuerdo. Da igual, quiero que me lleves ante Charles —pidió Lelouch, enseriándose—. Trabajaste para los Britannia por varias semanas; de hecho, te ordené memorizar sus rutinas. ¿Quién más que tú sabría dónde estaría a él a esta hora?
—Eso hiciste. Okey —repuso ella, incorporándose—. Dame unos minutos para vestirme.
—Tómate tu tiempo —consintió Lelouch que se dispuso a sacar un cigarrillo. Fue justo ahí que se percató en la mariposa negra que revoloteaba dentro del frasco—. ¿Hiciste una amiga en mi ausencia? ¿Por qué la encerraste?
—Porque se portó mal conmigo. Ni pienses en liberarla, ¿eh? —le advirtió alzando un dedo.
—No he pensado nada —le garantizó esbozando una sonrisa inocente.
C.C. no pudo menos que corresponder a su gesto de igual forma y se adentró en su dormitorio. ¿De qué asunto quería hablar Lelouch con Charles zi Britannia? Para felicitarlo por su triunfo en las elecciones, no lo creía. El agotamiento y su humor habían enmohecido los engranajes de su cerebro. Supuso que lo averiguaría allá. C.C. eligió una blusa blanca con blonda, unas medias pantys y una falda caqui con un cinturón negro. Solía vestir faldas para estar de algún modo siempre en contacto con la tierra y no bloquear la circulación de energía —de ahí que tuviera más faldas que pantalones en su guardarropa, lo cual era irónico porque no se sentía a gusto con sus piernas surcadas por esos ríos de cicatrices—. Una vez lista, C.C. se fue con Lelouch.
https://youtu.be/d6UR0FRL_q4
No estaban siendo los mejores tiempos para nuestros héroes. El hombre que iba a denunciar los tejemanejes de Britannia Corps y serviría de testigo en un tribunal contra la misma había sido repentinamente asesinado por Zero, desvirtuando el símbolo de justicia que había creado Lelouch. Los empleados de Britannia Chemicals proseguían al pie del cañón, aferrados a la creencia de que su demanda sería admitida. Era cuestión de tiempo para que el presidente de Britannia Corps ingeniara una solución que socavara las protestas definitivamente. Kallen lo sabía y estaba decidida a conservar la calma, a mantener la cabeza clara y activa, a discurrir una forma de salir de aquella situación. Lelouch, su líder, atravesaba por una crisis emocional y C.C., su mano derecha, no podía ni ayudarse a sí misma. Alguien debía tomar el mando y solamente ella podía hacerlo. Kallen estaba en conocimiento de sus talentos y carencias. No era astuta como Lelouch ni versátil como C.C.; tenía, en cambio, fuerza de voluntad y coraje y había aprendido alguna que otra cosa de los mejores maestros.
Estas semanas había estado preparando el caso por difamación contra Diethard Ried. Sin un acusado, la demanda no iba a proceder. Ya que no había nada que pudiera resolver mediante la vía legal y no iba a esperar por algún milagro, decidió que haría las cosas de la manera de Zero: fuera de la ley. Ese era su poder. Zero era capaz de hacer lo que el sistema judicial no. Lelouch no llegó a contestar ninguna de sus preguntas; empero, Kallen tenía sus propias consideraciones de lo que debería ser Zero. Un símbolo de justicia, sí. Y también de esperanza, para aquellas personas a los que la ley le había fallado. No tenía idea de cómo iba a quitarle la etiqueta de «enemigo público», aunque lo haría. Gradualmente.
Por lo pronto, iba a concentrarse en ayudar a los protestantes. De camino al bufete en su motocicleta, los había visto. Su vitalidad la llenó. De veras, quería hacer algo por ellos. Pensó en conseguir evidencias que probaran las condiciones insalubres de Britannia Chemicals. El fiscal no tendría más remedio que procesar la demanda. Kallen le participó a Rolo su plan y le pidió su colaboración.
—Me gustaría irrumpir en la fábrica al anochecer. De esa forma, la oscuridad cubrirá nuestro rastro. La policía ya anda detrás de Zero, no se lo hagamos más fácil. Por lo cual, me gustaría saber si puedo contar contigo.
—Sí, puedes. De todos modos, Lelouch quería exponer las deficiencias de la planta química como prefacio a los crímenes de Britannia Corps y no dudo que desearía cuanto antes limpiar el nombre de Zero.
—¡Muy bien! Tan pronto tengamos las muestras, las enviaremos al fiscal Weinberg quien es el fiscal designado. Creo que es el mejor apoyo que podemos conseguir en la fiscalía. Suzaku está acabado.
—¿El fiscal Kururugi? En internet está difundiéndose la noticia de que renunció a su puesto.
—¡¿Qué rayos?! —lo interpeló abriendo tamaños ojos—. ¿Suzaku renunció? ¡¿Pero cómo?! ¡Si adoraba ser fiscal! ¿Lo habrán obligado a renunciar o es una estrategia?!
—En realidad, es un rumor —se apremió en atajarla. No imaginaba que la reacción de Kallen iba a ser tan explosiva: no tenía detalles de la relación entre ellos—. No he podido verificarlo y las fuentes que lo han publicado son poco fiables.
Kallen intentó sobreponerse a sus emociones y analizar fríamente. Suzaku había comparecido en el juzgado con resaca, azuzando los rumores de su alcoholismo. En adición, su popularidad había sido afectada al apoyar al presidente Charles en su candidatura. Con su imagen pública devastada, era probable que sus generosos mecenas lo hubieran abandonado. Su renuncia tal vez era el último eslabón del efecto dominó. O al revés. La compasión aguijoneó las entrañas de Kallen. En unos meses, había perdido a su amada, su mejor amigo, su trabajo, su fe en el sistema judicial, su prestigio y su dignidad. Absolutamente todo. Mas ese tierno sentimiento fue sepultado por su resentimiento al acordarse de cómo trató injustamente a Lelouch durante el juicio y lo persiguió con saña.
De repente, Rolo se sentó en su escritorio y disimuló escribir en su computadora, lo que confundió a la pelirroja. Iba a preguntarle por qué se había puesto a teclear cuando oyó a alguien carraspear sutilmente. Se giró sobre sus talones y vio a Villetta, de pie en el umbral, sosteniendo unas carpetas.
—¡Chigusa! —farfulló. Dentro de una semana, Villetta cumplía un mes y medio de vivir con Ohgi y Kallen todavía no sabía cómo dirigirse a ella, ya no era una detective y aun si se veían con relativa frecuencia no eran íntimas, tampoco consideraba que era apropiado llamarla por su apellido—. ¿Qué podemos hacer por ti?
—¿Está el abogado Lamperouge? —inquirió ella y su semblante cambió momentáneamente. Fue una microexpresión y Kallen pudo adivinar que Villetta tenía el mismo problema que ella con Lelouch.
—No, ni vendrá en los próximos días. Cualquier asunto que quieras solventar, será conmigo.
—Lo entiendo. Bueno, yo vine a entregar esto. Esto de aquí —indicó levantando la mano, su pulgar apretaba una memoria USB— es mi confesión por obstruir a la justicia y por cometer perjurio hace diecisiete años.
—No será necesario —disintió con un amago—. Lelouch y yo planeamos solicitar protección a testigos para que declares contra Britannia Corps en un juzgado. Solo estamos aguardando el momento oportuno.
—No, tenlo —insistió Villetta, metiendo la memoria en su puño—. Si acaso algo me sucede, esto servirá como testimonio.
—Okey...
—Y tampoco tendrán que esperar hasta ese punto: me entregaré hoy mismo a la policía. Pero, antes, quería darles esto —indicó apretando contra su pecho las carpetas que cargaba—. Son las pruebas de los dos casos en que yo ayudé a Britannia Corps a encubrir, incluyendo el asesinato de Euphemia li Britannia. No me deshice de ellas como me ordenaron. Las guardé, por si algún día llegara a necesitarlas. No quería que ese día llegara...
—Conque estuviste recopilando pruebas —observó la abogada acogiendo las carpetas—. ¿Te asustaba que Britannia Corps quisiera deshacerse de ti?
—Me asusta y me sigue asustando. No soy estúpida: sé muy bien que no soy imprescindible para Britannia Corps y que nada les costaría subirme en un avión que volara hasta Timbuktú o asesinarme y hacerlo ver como un suicidio —afirmó Villetta y se tapó la boca bruscamente. A menudo la perseguía la sensación de un palpitar en los espacios vacíos entre los incisivos. Procuraba no mirarse los dientes. Considerando que era una tarea diaria cepillarse cada cuatro veces, le resultaba complicado. La mano le tembló al bajarla. La mujer se justificó—. Tenía que protegerme de algún modo.
—Cálmate, Chigusa. Nadie te está juzgando —susurró Kallen. En un acto reflejo, agarró su hombro—. Es normal tener miedo.
—No, miedo no. Odio. Hoy, mi odio por la familia Britannia es mayor a cualquier temor que haya experimentado —la corrigió Villetta, zafándose con delicadeza de Kallen—. Sí hay algo que ustedes pueden hacer por mí: asegúrense de que Charles, Schneizel y Luciano me sigan a la cárcel —exhortó. No había matices especiales en su voz ni había adoptado ademanes o nuevas expresiones—. Te agradecería que le comunicaras al abogado Lamperouge que vine a dejarle esto y que más le vale cumplir lo que prometió.
—Le transmitiré tu mensaje.
Kallen asintió con la cabeza y pasó a sumergirse en sus pensamientos. Si estuviera en el lugar de Villetta, no le azoraba que Lelouch rompiera su juramento. En palabras de su mismísima hermana, Lelouch era fiel a sus promesas. «Hagamos que paguen por sus crímenes», le había dicho Lelouch la noche en que se abrió a Kallen por primera vez. «Hagamos que el presidente Charles llore lágrimas de sangre por cada lágrima que nuestra familia derramó por su culpa». Por más que quisiera olvidarlos, recordaba todo lo que ella dijo esa noche. Lo que él dijo. Su voz de hielo. Sus ojos de fuego. Había sentido esa lumbre en su mano cuando tocó su pecho. Estaba segura. Lelouch iba a cumplir su promesa. Sin importar si la vida se le fuera en ello.
https://youtu.be/RaBdq9WP-LQ
Suzaku fue dado de alta en las horas siguientes de su despertar. Su médico hubiera preferido que se quedara descansando hasta al otro día, mas no tenía ninguna razón para retenerlo; por lo cual, accedió a sus deseos. Apegado a su palabra, el comisionado Tohdoh iba a llevarlo a su casa. Una tradicional casita japonesa situada a las afueras. A Suzaku no le hacía gracia ir por la ciudad en una patrulla, pero no presentó objeciones. Con el reciente escándalo quería pasar bajo perfil. Puede que fuera mejor no quedarse solo. Debido a eso, Suzaku aguardó al comisionado Tohdoh enfrente del hospital. Sorpresivamente, la patrulla no llegó. Llegó, en contraposición, un hermoso Mercedes-Benz blanco. Era el coche que el presidente Schneizel llevaba cuando iba a la sede de Britannia Corps. Suzaku pestañeó con incredulidad. Su vista debía estar engañándolo. Entonces, la ventana se bajó y el presidente de Britannia Corps se permitió ver. ¿Cómo averiguó que estaba hospitalizado?
—Fiscal Kururugi, me contenta ver que está bien —le sonrió—. Móntese. Lo llevaré.
—Eh, le agradezco su ofrecimiento y, por eso, lamento tener que desestimarlo —tartamudeó Suzaku, aturullado—. El comisionado Tohdoh pasará por mí.
—Precisamente. ¿Cómo cree que supe que estaba aquí? —le preguntó el presidente Schneizel sin perder su gentil sonrisa—. El comisionado no estuvo en la labor de proveerme detalles al principio, pero no soy de los que aceptan un «no» por respuesta.
Suzaku no era ningún tonto. Sabía captar entrelíneas. Aceptó el aventón. Luciano le abrió la puerta y él se sentó en el asiento delante del presidente de Britannia Corps. Este se encontraba bebiendo agua fría en una de sus redondas copas cristalinas. Era una grosería servirse agua en vez de un Malbec o un Cabernet Sauvignon en una copa tan elegante como esa. Lo bueno era que el fiscal Kururugi no era el tipo de persona que juzgaba. Sucedieron algunos minutos en los que él se mantuvo silencio y observándose los dedos. El presidente conocía esa mirada cavilosa y se limitó a esperar que su compañero disparara su pregunta.
—No me imagino al comisionado contándole que me habían internado en un hospital. Es un hombre reservado. Creo que fue usted quien lo abordó y, de ser cierto, supongo que manejaba cierta información...
—Bueno, no es fácil ocultar un desmayo en una licorería en presencia de una multitud cuando eres una figura pública —señaló el presidente mirando su copa desde distintos ángulos con aire distraído—. Felizmente, la información no se había filtrado a demasiados medios y pude cortar el flujo a tiempo.
—No tuvo por qué. No se lo pedí.
—Sí, no lo pidió y, aun así, quise hacerlo —manifestó fijando sus ojos en el rostro ruborizado del fiscal. Dejó su copa en el minibar y añadió—: me agrada, fiscal Kururugi. Me parece que ya se lo dije. Veo en usted un reflejo de mi yo más joven. Perdóneme si sueno arrogante por confesarle esto —se rió entre dientes—. Ambos repudiamos la violencia. Ambos nos hemos entregado a nuestros trabajos con la esperanza de que nuestro sacrificio sería recompensado en lo que invertimos. En su caso, el país; en el mío, la empresa de mi familia. Ambos hemos decidido cargar con los pecados de nuestros padres y expiarlos incursionando en un camino espinoso —una pausa. A Suzaku se le heló la sangre. Se contorsionó ante la sensación. Oteó con fijeza al presidente. ¿Cuánto sabía Schneizel el Britannia sobre esa noche? Desentendido completamente, el hombre sonreía sin más. Continuó—: por eso y más quiero proponerle que venga a trabajar para nuestro bufete.
Suzaku se recompuso. Como si estuviera acordándose dónde y en qué estaba, parpadeó varias veces. Repasó la propuesta. El presidente estaba barajando si debía repetírsela cuando Suzaku contestó:
—De nuevo, le agradezco por cuidarme. Sin embargo, no puedo aceptar su propuesta.
—¿Por qué no? ¿Es por modestia? ¿Orgullo? ¿Comprometería tus valores?
—Una mezcla de todo.
—Ya veo —expresó el presidente Schneizel y, al hacerlo, sus ojos relumbraron. Al igual que su medio hermano y su padre, tenía esa habilidad de intimidar con la mirada, a la que Suzaku era inmune. Presumió que iba a profundizar más, pero varió el tema—: ¿puedo preguntarle, si no me considera entrometido, qué hará a partir de ahora? ¿Abrirá un bufete? ¿Tiene alguien que puede ayudarlo? Me preocupa porque una reputación no vuelve a quedar limpiar una vez que recibe una mancha. Por favor, no se desanime ni se sobrecoja por lo que le estoy diciendo, quiero ser entendido simplemente.
—Sí. Por el momento, quisiera tomarme una pausa —repuso Suzaku, cepillándose las manos en los muslos—. Este «atentado» —experimentó un escalofrío. Nadie, salvo el comisionado, sabía que fue un intento de suicidio y no iba a hacer partícipe al presidente también— me ha servido para reflexionar sobre mí mismo y darme cuenta del daño que me infligía. Necesito un tiempo para sanar algunas heridas.
—Es una decisión prudente. Lo aplaudo. De cualquier manera, no retiraré mi oferta. Le ruego me avise si cambia de opinión. Aunque le digo de antemano, y no me lo tome a mal, que me resultará chocante dirigirme a usted como «abogado Kururugi». Lo he visto en acción durante el juicio de mi hermana —apostilló y esbozó una sonrisa tan amplia que al correrse sus labios hacia atrás le sobresalieron las encías—. A usted le encanta atacar. Nació para ser fiscal.
Suzaku se encogió en su asiento, de manera instintiva. En entrevistas, tertulias entre colegas, charlas informales, Suzaku se declaraba como un fiscal que confiaba en el sistema judicial y cuyo deber era ser la voz de la víctima. Eran sofismas. Cuentos que se inventó y fue tan tonto como para creer. La verdad era que tenía presente las tantísimas resoluciones erradas que se cometían en un juicio. El porcentaje de error en los casos criminales, los falsos negativos, los falsos positivos. Ninguna prueba era infalible. Debió haber percatarse de su propia hipocresía cuando señaló al fiscal Guildford el factor humano en el proceso de investigación, ¿qué fiscal que se jacta de creer en el sistema puede reconocer la poca fiabilidad de los tribunales? Sí, a un fiscal le correspondía hablar por la víctima; mas no iba a negar que lo poseía la exaltación al acusar, apuntar con el dedo, nombrar a los malos. Algo que él jamás se había enorgullecido de aceptar, pues ello implicaba una gran responsabilidad y un gran peso de conciencia.
—Me conoce bastante bien —musitó Suzaku lentamente, como si estuviera entreteniéndose con el peso de cada palabra.
—Estudio lo que me interesa. Ya se lo dije. Usted me recuerda a mí en diversos aspectos.
—Señor presidente, hemos llegado a nuestro destino —anunció Luciano, desde el asiento del conductor, a través de la ventanilla.
—Bueno, aquí nos despedimos. Por favor, si hay algo que yo puedo hacer por usted, dígame. No sea tímido.
—Está bien, lo haré. Gracias por todo, presidente Schneizel.
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La puerta del coche se abrió justo cuando estaba por poner su mano sobre la manija. Suzaku empujó la puerta y salió medianamente perturbado por ese parecido con el presidente. No era un halago ni un improperio. Era una alerta que lo aterraba. Tenía delante de él dos caminos: uno que conducía a una tumba, donde casi terminó, y otro que seguía los pasos del presidente. «Es demasiado bondadoso y compasivo. Este mundo no está hecho para nosotros y para que hombres como tú y yo gobiernen, debemos adaptarnos a él». Eso le había dicho en el funeral de Euphie. Ambos eran honestos, y ambiciosos y ese rasgo los había arrastrado a la oscuridad. Como estipulaba el refrán: «el infierno está pavimentado de buenas intenciones». Y Suzaku era consciente que de nada servían los más nobles propósitos si no estaban acompañados por buenas obras. Paralelamente, el presidente observaba a Suzaku entrar en su edificio.
—Esta sería la ocasión perfecta para deshacernos del fiscal Kururugi —observó Luciano—. Si lo disfrazamos de un suicidio, todos lo creerán. A final de cuentas, ¿qué fuerzas le quedan para vivir a un hombre que lo ha perdido todo?
—No. Es todo lo contrario. El fiscal Kururugi no debe ser objeto de nuestra preocupación ya —replicó el presidente con rudeza—. No tiene poder ni credibilidad. Aun si va a una estación de policía o una televisora, no tiene cómo demostrar nada. Se hundiría. No es nadie.
—No creo que debamos subestimarlo, señor. Ese no se va a quedar echándose aire en su casa —insistió Luciano que divisaba con ojos perspicaces a Suzaku que tiraba sus llaves a la mesa.
—¡Basta, Bradley! —lo reprendió con un tono en desuso. El rugido del león que escondía en su interior—. El fiscal no morirá. Bajo ningún concepto, toleraré la violencia absurda.
Por medio de un asentimiento casi imperceptible, el chacal de Britannia Corps se resignó. El presidente Schneizel tornó la vista hacia el balcón. A plena luz, Suzaku estaba quitándose su chaqueta y colgándola. Luciano veía a una presa con la guardia baja. Él avistaba a un pichón acomodándose en su nido. Un pichón que nunca llegó a conocer a su madre. Schneizel sabía lo que era crecer sin una madre. Un pichón que luchó por obtener la aprobación de su padre. Schneizel sabía cuán frustrante y doloroso era vivir rechazado por un padre. Un pinchón que había abrigado bajo su ala. En parte por necesidad, en parte por compasión. Un pichón al que enseñó las lecciones básicas para sobrevivir al mundo cruel. Un pichón que más le valía que ni se le ocurriera morder la mano que lo alimentó por estas semanas. Sería algo que Schneizel lamentaría verdaderamente. Y Suzaku todavía más.
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El presidente Charles estaba involucrado en todos los proyectos de desarrollo del cuerpo de ingeniería de Britannia Corps. Directamente los supervisaba y siempre tomaba las decisiones importantes en conjunto con los directores encargados; por lo cual, solía pasar la mayor parte de su tiempo en Camelot. Fue allá hacia donde se dirigieron Lelouch y C.C. Los trabajadores estaban tan ocupadas en lo suyo que sus miradas destilaban ausencia. Como si hubieran sido puestos bajo hipnosis. Aquello les favoreció para ingresar y subir hasta el último piso donde se localizaba el despacho del presidente Charles sin que los interceptara ningún contratiempo.
Visto que no tenían programada una cita previa, solicitaron verse con Alicia. Llevaban hora y media. C.C deambulaba de un lado a otro con las manos en la cintura y la mirada clavada en el techo. Le sudaban la nuca y la espalda. La cabeza le palpitaba grotescamente diluyendo su concentración. Eso, sin hacer alusión a la abrumadora necesidad que tenía de fumarse un cigarrillo. Temiendo caerse dormida, no se sentó con Lelouch. La había atrapado una terrible somnolencia, a consecuencia de no dormir casi nada en estos días. La abstinencia era jodida. C.C. debía encontrar la fuerza en su interior para resistir a las tentaciones. O forjarla. Había sobrevivido a situaciones peores. Eventualmente, compareció Alicia. Lelouch se incorporó.
—Es la Srta. Lohmeyer, supongo —la saludó Lelouch, sonriente—. Un placer conocerla. Soy el abogado Lamperouge y ella es mi secretaria, la Srta. Chastain. Nos gustaría reunirnos con el presidente Charles.
Alicia no respondió. Estaba mirando fijamente al abogado con los ojos abiertos como platos. Sin aliento. Inmóvil. Lelouch la evaluó de forma superficial. Era una mujer alta, esbelta y un rostro terso y encantador, conservándose bella y joven. Caucásica. Rubia. Se había cortado el pelo al estilo paje. Tenía los ojos algo hinchados por la edad, por el insomnio, por la vida. Transcurrieron algunos minutos extraños. Dijo Lelouch para romper el silencio:
—No tenemos cita, pero, si le informa que yo estoy aquí, le aseguro que accederá a verme.
—De acuerdo. Espere.
La mujer regresó por donde vino. No fue capaz de retirar la vista de Lelouch. Él no volvió a sentarse. Permaneció parado. Alicia demoró un rato. Trajo excelentes noticias: podían pasar. El despacho del presidente Charles era extenso, bien ventilado y luminoso. Dos de las cuatro paredes estaban conformadas de ventanas panorámicas. No era el lugar que Lelouch hubiera imaginado a Charles. A él lo visualizaba en una oficina sin ventanas. Sellada por la forma de bloque sólido del edificio. Confinado en un espacio atemporal. El viejo estaba de espaldas y con las manos unidas por detrás contemplando el paisaje. Se dio la vuelta. Sus movimientos eran lentos. Parecían ensayados. No. Eran intencionales. Le fascinaban las teatralidades. Otro aspecto en común. Charles zi Britannia tenía setenta y tres años y lograba mirarse imponente. ¡Coño! Que medía un metro noventa y siete, para empezar. ¿Quién no se apabullaba? Lelouch medía un metro ochenta. Ligeramente más bajo. Aunque sus hombros y espalda eran iguales de anchos. Sus modales también eran teatrales. Tenían la mirada penetrante. Sus ojos, mierda, sus ojos. Lelouch lo miró igual que si fuera un león. Con cautela. Podría ser viejo y no morder ni rugir como en sus años mozos, mas un león era un león. Y este había devorado a la mitad de su selva, en aras de satisfacer su apetito.
—Abogado Lamperouge —saludó el patriarca estirando los labios en una sonrisa. Sus labios, contrariamente a lo que habría supuesto, eran carnosos, sensuales, crueles. Al sonreír, la piel se le alargaba demasiado—, ¿a qué debo el placer de contar con su presencia esta tarde?
Lelouch le devolvió la misma sonrisita torcida e inclinó el torso. Fue una reverencia larga y parsimoniosa. El presidente contuvo la risa. No se lo creía. Alicia y C.C. tampoco. A Lelouch no le afectó. No era su propósito hacerlo parecer creíble. Lelouch advirtió que tenía sobre su escritorio un tablero de ajedrez, en eso. Él también tenía el suyo en su oficina. Tuvo una idea.
—Ante todo, quiero felicitarlo por su triunfo en las elecciones. Fue una campaña extenuante.
—Le agradezco su amabilidad —asintió—. ¿Algo más se le ofrece?
—Sí —confirmó—. Hace unos meses, usted fue a visitarme en el centro de detención cuando fui arrestado. Me planteó una incógnita. Me pidió abrir mis ojos para poder identificar a mi verdadero enemigo. Hoy por fin sé quién es.
—¿Ah, sí? ¿Y quién es?
—Le responderé si me vence en una partida de ajedrez —dijo Lelouch—. Si, por el contrario, soy yo quien gana, tendrá que proporcionarme el acceso a su cuenta secreta, ya sabe, aquella que utiliza para hacer sus transacciones sucias.
Divertido, el presidente se rió con los dientes prietos. Su risa era placenteramente gruñona. A Lelouch lo alivió que sus risas sonaran diferentes. Hubiera sido el colmo. Sus sonrisas eran de por sí espeluznantemente similares. Encantadoras, zumbonas, frías.
—Ya veo que el fallecido exvicepresidente Kirihara te contó sobre ella. ¿Eso es todo lo que quieres? Juraba que tenía varias preguntas por hacerme, ¿o era una impresión mía?
—Las tengo —aclaró Lelouch—. Pero voy a obtener las respuestas que busco por mi cuenta. Bien, ¿aceptará esta partida?
El presidente Charles ladeó la cabeza y se sentó detrás del escritorio de caoba pulida. Lelouch se tendió en una de los asientos de madera y de respaldo recto acolchadas con cuero, al frente. Alicia se apresuró a desocupar el escritorio y mover el tablero al centro. De una vez, Lelouch se apartó las negras. El presidente Charles no tuvo ningún problema. El blanco siempre tiene la ventaja y, normalmente, dirigen el juego y ganan. A Lelouch le gustaban los desafíos. Sus ojos encendidos por la adrenalina eran la prueba. ¿Sería lo mismo para el presidente?
El viejo extendió su mano blanca y marchita, cogió el peón del rey y lo llevó hasta la cuarta fila. Casi por impulso Lelouch movió su caballo de rey a F6. El presidente Charles respondió con peón C4. Lelouch plantó su peón en la casilla D6 y el presidente Charles sacó el cabello de la reina a C3. La mano de Lelouch flotó sobre el tablero. Estudió todas las jugadas por unos minutos, revisando sus mejores posibilidades. Finalmente, trasladó el peón a E5. Era la defensa india antigua. La variante ucraniana, con exactitud. Una apertura que abría infinitas combinaciones para las blancas. Si quisiera, podría intercambiar peones en el centro y dar una dama por E8, a fin de impedir que las negras enrocaran. Era lo que tal vez hubiera hecho. Sin embargo, el presidente Charles jugó peón E4. Una sonrisa inevitable asomó en los labios de Lelouch.
Era un jugador de ataque. Al igual que él.
Lelouch miró a su adversario con intriga, a su cara bien afeitada e impasible, a su corbata bien anudada bajo su mentón cuadrado y duro, a los hirsutos vellos que emergían de su mano tosca y ancha. El hombre estaba concentrado en el tablero. Se dijo que no lo iba a hacer esperar demasiado y comió el peón en D4. El presidente Charles contraatacó sin vacilar con la dama minando la victoria que apenas había conseguido paladear Lelouch. O, al menos, eso había pasado desde el punto de vista de C.C. que trataba de seguir la partida con sus escasos conocimientos ajedrecísticos. Lelouch colocó el caballo de su reina en C6 amenazando a la dama de su oponente. Por tal razón, la siguiente jugada del presidente consistió en retirarla de la vista del caballo negro. Lelouch condujo a su peón en G6 creando un espacio para que su alfil pudiera filtrarse y desplazarse libremente a lo largo de la diagonal H8-A1. El presidente no quería ser menos y emuló la jugada, lo que le arrancó una risa suave a Lelouch. Ambos ubicaron sus respectivos alfiles en la diagonal. Preparándose para el duelo. Seguidamente, Lelouch enrocó. El presidente desplegó su otro alfil a D3 y el abogado llevó su caballo a G4 abriendo las diagonales para su reina y sus alfiles. La máscara impávida del presidente se rompió en ese instante con esa sonrisa monstruosa o mueca grotesca. Buscando enrocar, el presidente Charles puso el caballo del rey en E2. Lelouch atacó la infantería blanca moviendo la reina hasta la posición H4. En el escaque vecino estaba su caballo y entre ambas piezas Lelouch asediaba los puntos F2 y H2.
—Espléndido ataque.
—Gracias.
—Siempre fuiste de estilo agresivo —prosiguió el presidente y tomó el caballo con sus dedos carnosos y lo situó en G3. Lelouch se sintió enfermo ante el tuteo. Se preguntaba hasta cuándo iban a fingir que eran extraños—. Eras excepcionalmente bueno para realizar ataques rápidos. ¿No te acuerdas de quién te enseñó a jugar?
Por supuesto, el presidente no era ningún imbécil ni tampoco un principiante. Enrocar ahora mismo era un suicido. A su defensa, tenía que alegar que no perdía nada con intentarlo.
—Nadie me enseñó. Aprendí por mí mismo. Educándome con libros y visualizando jugadas en mi mente —alardeó Lelouch replegando su caballo hasta la quinta fila.
—Ya, pero ¿cómo fue que conociste el juego? ¿Quién te entusiasmó a jugarlo? —lo interpeló el patriarca sonriente y enrocó.
—Mi madre tenía un tablero en mi casa. Averigüé por mis medios de qué iba el asunto y me instalé a jugar y a mejorar mis movidas. Mi entusiasmo surgió así sin más —respondió y jugó peón F5. «A ver si aún te quedan ganas de sonreír con eso».
El presidente Charles se detuvo a analizar la jugada minuciosamente. Con aquel movimiento, Lelouch había abierto la columna F a su favor con el propósito de reventar al rey blanco; así como también había despejado la fila diagonal para el alfil de la reina que se hallaba intacta de momento. «Brillante». Avistó a Lelouch que lo miraba con un atisbo de sonrisa. «Mocoso arrogante». Le urgía una lección de humildad. Llevó su peón a F3. Lelouch ejerció presión contra la dama de su rival trasladando su alfil hasta H6. El presidente puso a salvo a su dama. Lelouch ocupó el escaque F4 con su peón y Charles ubicó el caballo a E2. Lelouch cortó el avance inminente de la caballería blanca enviando su peón a G5 que, a su vez, estaba siendo apoyado por su alfil en C8. Lelouch sonrió al sentir el poder de sus piezas a través de las filas y las diagonales aumentar. Le gustaba eso. Le gustaba crear tensión en el tablero.
—No, Lelouch. Fue gracias a mí que conociste el ajedrez. Yo fui quien trajo el tablero a casa de Marianne, yo fui quien te explicó las reglas, yo te transmití mi entusiasmo —le reveló el presidente Charles serenamente colocando el caballo en D5—. Jugábamos cuando podía. Así compartíamos nuestro tiempo como padre e hijo. Tal como ahora.
—No sé qué coño quieres decir...
¡Oh, demonios! Bien sabía C.C. que cuando Lelouch empezaba a maldecir o insultar era señal de que estaba perdiendo los estribos. C.C. vio el tablero. El último movimiento del presidente estaba amenazando la posición en C7. O eso le pareció. Lelouch había tratado de enseñarle ajedrez en su afán de tener un compañero de juegos. Aprendió lo básico y de ahí no pasó. No era lo suyo. C.C. volvió su atención en Lelouch. Su cara le proporcionaría las mejores pistas del progreso de la partida. La inquietó su inseguridad. Lelouch aborrecía las sorpresas. Tardó unos minutos en estudiar todo. Si fue una decisión imprudente o no, pasó olímpicamente de la jugada y jugó G4. El presidente Charles encaró su peón adelantando al suyo.
—¿No estás aquí porque me necesitas? —preguntó—. ¿No estás aquí por Nunnally?
—No, no lo estoy —refutó Lelouch con frialdad y capturó aquel atrevido peón blanco.
—Los hijos tienden a acudir a sus padres cuando las cosas se ponen feas. Todos necesitamos un padre —señaló el patriarca Britannia y tomó el peón negro sin alzar los ojos hacia su rival.
—Nosotros, no. Nunca nos hiciste falta. Tenía todo lo que necesitaba en Nunnally y ella tenía todo lo que necesitaba en mí, su hermano —sentenció Lelouch plantando la dama en H3.
—Su hermano —repitió el viejo, meditabundo. Las palabras habían fluido inconscientemente de sus labios. Movilizó otro de sus peones al frente. El presidente Charles cogía siempre sus piezas con firmeza, depositándolas con una grácil floritura—. Mi hermano también murió en la flor de su vida. No, me lo arrancaron de mis brazos —se corrigió con acritud—. Los medios declararon que había sido cosa de la maldición familiar. La policía concluyó que fue a causa de una salud muy deteriorada. Puras patrañas. Esa es la mentira que se inventó nuestra familia y se las ha contado de generación en generación para dormir bien por las noches —refunfuñó meneando la cabeza—. Todo lo que sientes, alguna vez lo viví. El resentimiento no resuelto contra las injusticias, la impotencia ante las demoledoras ventajas, la urgencia de corregir lo que está mal. Todo eso se combina y lo sientes en las tripas. La pérdida quiere que te tuerzas ante ella —susurró. Lelouch sintió a su estómago tensarse. Halló refugio en las casillas negras y blancas—. Hagamos algo. Acordemos no mentirnos de hoy en adelante, ¿te parece?
—Sí, está bien —musitó Lelouch, serio—. Nos facilitará las cosas.
—Nos ahorrará tiempo.
—Sí.
Y Lelouch sacó el alfil de la reina a E6. C.C. frunció el ceño, confundida. ¿Qué había hecho? Ahora el caballo blanco podría comer el peón en C7 y arremeter en un doblete contra la torre en A8 y el alfil que recién había movido. Echó un vistazo a Lelouch. Estaba tranquilo. O no había caído en cuenta de su error o no corría ningún peligro. Fue el turno del presidente que, en lugar de comer el peón como había creído que haría, replegó su alfil. Lelouch protegió su peón moviendo su torre. El presidente avanzó su rey hasta F2 y Lelouch lo atacó con su dama que había aguardado pacientemente su momento estelar. Ni había que decirlo. Era obvio para los asistentes. Pero a Lelouch le gustaba regodearse en la victoria. No, le gustaba aplastar a sus oponentes. Humillarlos. Así que anunció con su voz engolada:
—Jaque.
El presidente observó a Lelouch. En un instante que no podría determinar cuánto duró, padre e hijo se midieron las expresiones con la mirada. Se da un momento en la vida de todo padre en que de pronto veía a su hijo como un doble raro y distorsionado de sí mismo. Como si las identidades de ambos se superpusieran. Era él y no era él. Le era familiar y extraño al unísono. Era un enigma indescifrable. Una visión rejuvenecida de sí mismo en carne y hueso.
Delante de él, estaba sentado un joven adulto bien parecido; pero Charles veía a un niño terco y por ese instante, aquel fugaz instante, lamentó que su hijo lo hubiera convertido en su enemigo. De todos sus hijos, no había otro con quien pudiera entenderse mejor. Irónicamente, tenían los mismos miedos, la tragedia los había marcado, compartían una misma meta. Ese parecido extraordinario lo conllevó a explorar el abanico de posibilidades más de una ocasión: ¿podría Lelouch haberse vuelto el líder de la dinastía Britannia que estaba por construir? ¿Podría ser un colaborador del plan que estaba urdiendo y, por consiguiente, podría seguir siendo su peón o podría haber escalado hasta la posición de alfil o torre, por su propia voluntad?
El hombre empujó aquellos pensamientos que lo entretenían y se aprestó a retirar su rey. Lelouch quebró las patas del caballo blanco con su alfil y su padre lo eliminó en su siguiente movida con su peón acorralando simultáneamente al caballo negro.
—He cambiado de opinión —gruñó—. No es justo que te responda una pregunta, si yo gano. Y yo te dé el acceso a mi cuenta secreta, si tú ganas. No estás arriesgando nada.
Lelouch pudo haber alegado que esas fueron las condiciones que establecieron al inicio y su padre estaba obligado a validárselo. Nomás lo acució curiosidad y le preguntó directamente:
—¿Qué quieres?
—Quiero que renuncies a tu venganza y tomes el lugar que te corresponde en la familia.
Lelouch acababa de retirar a su caballo cuando el presidente Charles soltó aquella bomba. Se echó atrás con disgusto y dio unos golpecitos al brazo de su silla con el dedo medio.
—Pensaba que me comprendías. O de eso te jactabas.
—Así es y, por eso, quiero que desistas de tu venganza. Sé cómo terminará esta historia y te aseguro que no tiene un final feliz.
—¿Qué hay de Schneizel, el presidente de tu empresa? No creo que le agrade la idea.
—Schneizel defiende a la familia y el legado como conceptos. A él realmente no le importaría mandar sobre un puñado de cenizas mientras la riqueza, el prestigio y el nombre de la familia permanezcan incólumes. Mientras tenga influencia y poder sobre algo. Es debido a ello que no le tembló el pulso para matar a Odiseo y a Euphemia a sangre fría. Él no es un hombre de familia ni entiende el significado de nuestro lema —enfatizó el presidente Charles—. Tú, sí —la sonrisa regresó a su rostro—. Cuidaste a Nunnally por estos diecisiete años, salvaste a tu abogada de una muerte segura, encubriste a tu secretario delante de Schneizel, adoptaste a una pandilla de gánsteres y, no menos relevante, trazaste un ingenioso plan para rescatar a tu cómplice —el viejo león posó sus ojos sobre C.C., que ocultó su mirada con incomodidad—. Tú te mueves por algo más que unas ideas.
El presidente se inclinó. Lelouch avistó su manota agarrar la torre y llevarla hacia la esquina inferior derecha. Repicó un celular. Era el suyo. Lelouch revisó. Tenía un mensaje de Suzaku. Pedía reunirse con él. Lo guardó. Estaba en el clímax de la partida más importante de su vida.
—Está bien. Hagámoslo.
—Tienes mucha confianza en ganar... —observó el presidente con un dedo entre los labios.
—Señor presidente, nunca juego si no estoy seguro de que voy a ganar —declaró, sonriente.
—Yo tampoco —concertó el viejo, riéndose a borbotones—, yo tampoco...
Extrañada, C.C. miró el tablero y entendió el comentario del presidente Charles. El corazón se le vino abajo. El ejército blanco tenía contra las cuerdas a las piezas negras. La reina negra estaba en peligro. Si Lelouch la quitaba, cedería el espacio a la torre para posicionarse en H6 y comerse al alfil ganando terreno y obteniendo una ventaja decisiva. La mujer no veía cómo Lelouch podía salir de aquel aprieto. Esta vez sí iba a necesitar de un verdadero milagro para vencer al rey blanco.
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Y la noche cayó sobre Pendragón como un telón. En el teatro, cuando se corría la cortina, era un signo de que la función había finalizado. Sin embargo, en este caso, significaba que estaba por comenzar. Con semejante vestuario vistoso y cantidad de artilugios, la apariencia general de Zero parecía más un actor que un vigilante. A decir verdad, en el teatro clásico y el kabuki y el noh, los actores utilizaban máscaras que les servía para proyectar mejor sus voces en el escenario e indicar a la audiencia el personaje que estaba interpretando, pues a veces un actor podría representar varios papeles a la vez. Con el paso del tiempo, aquella máscara se perdió o, más bien, se invisibilizó y la gente olvidó que estaba viendo actores. Olvidando, asimismo, que la vida era una representación a gran escala.
Shakespeare había reflexionado a propósito. «El mundo es un escenario, y todos los hombres y mujeres son actores, tienen sus entradas y salidas; y un hombre puede representar muchos papeles». Lelouch era la personificación de aquella cita. Zero era una extensión de sí mismo. Era la máscara de un justiciero preocupado por el bien común y era un instrumento de su venganza. El abogado Lamperouge mujeriego, narcisista, avaricioso y pragmático que conoció frente a la puerta de su apartamento era otra máscara. Una fachada para ocultar al Lelouch gentil, bondadoso, roto y sediento de venganza que su hermana y su mejor amigo se habían referido en otros contextos y que estaba segura que ella misma había interactuado como en su despacho el día que le confesó sus planes y en esa tarde que lo sorprendió con el refrain en la mano.
Kallen recordaba que una vez Naoto le había aconsejado durante su entrenamiento: «nunca dejes que vean tus heridas, tus enemigos pueden usar eso a su favor». Supuso que era lo mismo con Lelouch. Kallen nunca visualizó a Zero como un hombre enmascarado ni a Lelouch Lamperouge como otra clase de hombre enmascarado hasta que sostuvo la máscara de Zero en sus manos. Hasta que se vio a sí misma vestida como Zero en el espejo. Kallen cerró los párpados con fuerza, en su interior se regañó por distraerse y se terminó de arreglar.
A razón de que habían acordado centrarse en Britannia Chemicals, la pelirroja había estado recabando información. «Conoce a tu enemigo y después ataca». Era lo que Lelouch hubiera hecho. Era lo que haría ella de ahora en adelante. Kallen descubrió que los trabajadores de la planta química la estaban demandando por violación de residuos industriales debido al uso de sustancias altamente nocivas. Un gran número de empleados había sido internado en el hospital de Britannia y todos ellos resultaron enfermos gravemente de leucemia. Cuestión de sumar dos más dos. De tal modo, Kallen pensó en obtener una muestra. Britannia Corps había movilizado sus influencias para retrasar la demanda. Con una muestra, la fiscalía no tendría más remedio que poner fin a sus excusas y aceptar la demanda.
Por tanto, se infiltró con Rolo en la planta química. Rolo iba vestido con uno de los uniformes de los empleados de Britannia Chemicals, a fin de pasar desapercibido. Estuvieron dando tumbos por una hora. Quizás dos. Kallen no quiso revisar el reloj. Incrementaría la presión. Ni Rolo ni ella tenían idea dónde podrían estar los laboratorios. Lamentó no tener consigo un mapa. Él había venido preparado. Desactivó las cámaras que iban localizando a su paso, introduciendo un chip.
—Definitivamente, no eres un secretario normal —advirtió Kallen sin disimular su asombro.
—Estás en lo cierto. No lo soy.
—¿Quién eres?
—Un aliado de Lelouch. Cualquier pregunta adicional que quieras hacerme deberá esperar hasta que salgamos de aquí.
Kallen no le discutió. Rolo tenía un excelente punto. No era la persona a quien debía reñirle, además; esa persona era Lelouch. Nuevamente le había ocultado cosas. A la larga, dieron con los laboratorios. Como manipular los químicos era peligroso y no trajeron implementos de seguridad, echaron mano a los que disponía la planta. Rolo se puso unos guantes, unas gafas protectoras y una mascarilla. Sacó unos frascos vacíos, los destapó y los llenó con ayuda de un embudo. Zero vigilaba que no hubiera moros en la costa. A duras penas hubo acabado se apuró a poner todo en orden y salieron. En el pasillo tuvieron la terrible suerte de cruzar caras con uno de los guardias que patrullaban. Tanto él como Rolo desenfundaron sus armas. Rolo fue más rápido. En situaciones de vida y muerte, había aprendido que la velocidad era más importante que la habilidad. Kallen vislumbraba al cadáver. Aquel disparo había resuelto su anterior incógnita.
—Si no saben que estamos aquí, los hemos alertado —musitó Rolo bajando la pistola.
—Se nos agota el tiempo —jadeó—. ¡Vayamos por atrás!
Zero consintió que Rolo se adelantara y liderara la marcha. Era el hombre con el arma y había demostrado que podía usarla. Juntos corrieron por el intrincado laberinto de químicos...
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Suzaku estaba sentado en la cornisa de la azotea contemplando con impotencia a Pendragón bajo sus pies. Se había instalado ni más ni menos que en el mismo edificio en el que Nunnally fue vista por última vez. Tenía hora y media aguardando a Lelouch. A este respecto, lo mejor hubiera sido irse; pero no quería regresar a casa. No quería encontrarse solo. Ahí estaban las botellas de alcohol y sabía que iba a sucumbir a la tentación de descorcharlas. Tampoco tenía más por hacer. Desde esa altura, sus oídos captaban todo. El ronroneo de las motos, la sirena del camión de bomberos, el llanto de un bebé, el zumbido del aire acondicionado. Al ponerse el sol, el bullicio se apagó como si el crepúsculo no nada más se hubiera llevado consigo la luz, sino el sonido también. Era de noche para cuando llegó jadeando Lelouch. Suzaku no lo miró ni siquiera de reojo. ¿Por qué lo había citado? Ese mensaje lo había pillado por sorpresa.
Dada la trágica muerte de Euphemia, su relación con Suzaku estaba en un punto de no retorno en que aun si intentaban dialogar civilizadamente nada volvería a ser como antes. Igual que intentar pegar las piezas de un jarrón roto, las fisuras estaban allí como prueba de que alguna vez ese jarrón se rompió. Por su culpa. Lelouch inspiró temblorosamente, se metió las manos en los bolsillos y sonrió aparentando desenfado y se le acercó.
—Elige puntos de reunión muy peculiares, fiscal Kururugi —comentó, bromista, ignorando adrede el hecho de que podrían estar a unos metros de altura de la tumba de su hermana.
—No lo elegí por eso —rebatió sin mirarlo. Su voz sonaba lejana—. Aquí jugábamos a los supervillanos y superhéroes. Era nuestro juego favorito, ¿te acuerdas?
—Después de todos estos años, ¿recuerdas esos juegos infantiles?
—Siempre —aseguró con nostalgia. Suzaku cogió una lata de cerveza que tenía junto a él y se la ofreció. De nuevo, sin mirarlo—. Ten, lo compré para ti.
—¿No está envenenado? —inquirió sujetando la lata y sentándose con él.
—¿Eso fue una ofensa?
—Si quisiera ofenderte, te habría cogido de los huevos.
Suzaku se rió, inevitablemente. Lelouch se le unió. Por vez primera, tras una larga temporada, reían juntos. Una vez, Tamaki le había aconsejado que si no tenía nada bueno para decir que bromeara sobre agarrar los testículos. Eran chistes que nunca pasaban de moda y eran buenos para romper la tensión. No imaginó que fuera cierto. Tendría que agradecerle a Tamaki más adelante. Funcionó por un rato ya que Suzaku, como si se acordara de que reírse con Lelouch estaba mal, se enserió. Lelouch lo imitó, al cabo. Abrió la lata. Esta profirió un chasquido y bebió. Estaba tibia. Los dos examigos se quedaron mirando el vacío cual si se hubieran puesto de acuerdo telepáticamente en fingir que había algo interesante que ver hasta que...
—¿Por qué me llamaste?
...Lelouch soltó la pregunta que lo estaba carcomiendo. Fue el turno de Suzaku de tomar aire temblorosamente. Incluso miró abajo para insuflarse de valor.
—Para pedirte perdón —gimió—. Te prometí ganar el juicio y encerrar a Bradley, para que no tuvieras que tomar la justicia por tu propia mano. Te fallé.
—¿Por qué crees que fallaste? —lo interpeló. Su tono estaba limpio de acusación. De verdad él parecía interesado en entender por qué Suzaku creía eso—. ¿Porque te emborrachaste y te apareciste en el tribunal con resaca? ¿Porque fabricaste evidencia?
—Por todo eso.
Y el ceño arrugado de Suzaku se acentuó. Lelouch pensaba que su actitud evasiva era porque le desagradaba mirarlo. Descartó muy pronto la vergüenza.
—No, Suzaku —desmintió Lelouch, desconcertándolo—. Fallaste porque no te ceñiste a tu papel. Ambos lo hicimos. Yo siempre interpretaba al villano y tú al héroe. ¡Fuimos estúpidos al invertir los roles! —sonrió con amargura—. Las trampas jurídicas no son lo tuyo.
—¿Y eso debería hacerme sentir mejor?
—Debería hacerte reflexionar en la naturaleza de tus errores, sí.
Lelouch ingirió otro trago. Suzaku estaba dándole vueltas a la explicación en su cabeza. Era una locura que tenía sentido. Extremadamente surrealista.
—¿Y cuál fue tu error?
—Apegarme al sistema —respondió, bajando la lata—. Confiar en la ley.
—Confiar en mí.
—No dije eso.
—Bien —suspiró, no muy convencido—. Supongamos que no lo dijiste.
Lelouch omitió el deje de incredulidad en la afirmación. No quería enrollarse en una toma y dame con Suzaku. Apuró en beberse su cerveza que le faltaba poco. Se le antojó un cigarrillo. Hace un buen rato que no fumaba. Por lo cual, sacó un cigarrillo, lo encendió y lo condujo a su boca. Lo chupó hasta sentir el humo inflar sus pulmones. El sabor agrio de la cerveza y la humareda del cigarrillo rascaron su garganta de una forma muy agradable. Eso le hizo pensar en C.C. que amaba tanto alternar el licor y el cigarrillo que intentó pegar la caja de fósforos a una botella para hacer ambas cosas al mismo tiempo. Entonces, la había juzgado como una loca. Hoy la entendía. Apercibió la mirada anonadada de Suzaku sobre su cigarrillo.
—¿Ahora fumas?
—¿Y tú ahora bebes?
Naturalmente, Lelouch había notado que Suzaku no compró ninguna lata de cerveza para él y no era desconocedor de los rumores en las redes de su alcoholismo. El gesto instantáneo de contrariedad de su examigo fue la confirmación de todo.
—Estoy intentando dejarlo.
—Está bien. ¿Puedo hacerte una pregunta? ¿Por qué aceptaste el caso de Nunnally? —indagó Lelouch—. No me perdonaste cuando me arrodillé y mis súplicas bien poco te conmovieron.
Otra pregunta, una que acarreaba desde ese día que fue a su apartamento. Si no la verbalizaba en ese instante, ¿cuándo colmaría sus ansias? Era posible que esta fuera su única oportunidad. Los ojos de Suzaku se hallaban inmersos en la vastedad del cielo negro y tristón.
—Porque tenías la mirada.
—¿Mirada? ¿Cuál mirada?
—La mirada de mi padre —aclaró Suzaku. Tan lento como si sus labios articularon aquellas palabras en contra de su voluntad—. Hasta su último aliento, juró que sus negociaciones con el presidente Schneizel fueron a fin de restaurar el honor de la familia y salvar a la empresa de la bancarrota. Pero hubo algo raro. Su mirada estaba en desacuerdo con su boca. Me mintió porque él no quería que me sintiera culpable de que por mí había vendido su alma —obligado a hacer una pausa dentro de su narración, el exfiscal tragó saliva y sorbió su nariz. Sentía que se estaba ahogando con su propia saliva. Ridículo. Suzaku retomó—: lo que vi en aquel día fue la mirada de una persona que esconde la verdad y asume la culpa. Mi padre era un hombre patético. Un alcohólico atormentado por el fantasma de su esposa que causó su propia ruina y un pésimo padre...
—¿En serio quieres que hablemos de malos padres? —se rió Lelouch sin alegría—. ¿Quieres hablar de Charles zi Britannia?
Era la segunda persona a la que le revelaba su secreto inconfesable. Cuando eran niños, jamás hubo secretos entre Suzaku y él. Que Lelouch supiera, claro. Quizás si lo hubiera averiguado en aquel entonces se lo habría compartido. Confiaba en él. Se sentía seguro con él. Ignoraba la razón exacta que lo llevó a sincerarse, solo tenía ganas de hacerlo y Suzaku era el indicado. Iba a enterarse, tarde o temprano, visto su carácter obstinado. Al hacerlo, sintió descargarse un peso grande de los hombros. Era como si hubiera vuelto a esa zona de confort. Suzaku no dio muestras de estupefacción. Lelouch necesitó unos segundos para atar cabos.
—No estás sorprendido.
—No lo estoy.
—¿Te lo dijo Euphemia? Bueno, a estas alturas, ¿qué más da quién te lo haya dicho? —bufó, y fumó otra vez. Expulsó unas bocanadas de humo—. Supongo que era obvio. Excepto para mí —forzó una sonrisa desmañada—. Somos un par de escorias humanas.
Lelouch se terminó de beber su cerveza. Suzaku no intentó contradecirlo. Estaba en lo cierto. Lelouch era tan egoísta y astuto como su padre. Ambos tenían el mismo talento para atraer a su mierda a las personas que los rodeaban. Ambos hallaron en el distanciamiento la solución para proteger a sus seres queridos. Y, sinceramente, Lelouch no tenía la culpa de ser su hijo. Como tampoco la tuvo Euphemia. Lelouch había reparado que no estaban listos para hablar de ella. Eso suponía hurgar el dedo en la llaga. Intentó desviarse por la tangente. Pero el bello rostro de Euphemia acaparaba la mente de Suzaku. Él no responsabilizó del todo a Lelouch. Mínimo pensaba en ella una vez al día. Era inevitable.
—A Euphemia le aterraba que la sangre de los crímenes de su familia nunca pudiera lavarse. De ahí que soñaba con un mundo en que la misericordia fuera para todos. Tenía la convicción de que era su deber cargar con los pecados de su familia y expiarlos haciendo lo correcto —contó, absorto—. Yo creo que tenía razón, pero no era ella quien debía pasar por ese calvario.
—¿Ah, no? ¿Quién, entonces? —inquirió Lelouch—. ¿Yo?
—Yo que mierdas sé —replicó Suzaku, aguantando un suspiro.
—Bueno, yo sí sé algo. Tenemos que ser mejores que nuestros padres —expresó Lelouch, y dejó la lata de lado y se puso de pie. Tiró el cigarrillo y lo apagó pisoteándolo—. Y tenemos que destruir a Britannia juntos —reiteró. Suzaku entrevió de refilón sus mocasines—. ¿No te acuerdas que Nunnally nos decía que acontecían cosas mágicas cuando trabajábamos juntos? Era cierto. Funcionábamos bien como equipo porque uno podía hacer lo que el otro no.
—¿Tienes un plan?
—Bueno, yo sí sé algo. Tenemos que ser mejores que nuestros padres —expresó Lelouch, y dejó la lata de lado. Suzaku entrevió de refilón sus mocasines. Lelouch se había puesto de pie. Tiró el cigarrillo y lo apagó pisoteándolo—. Y tenemos que trabajar juntos.
—¿Hablas en serio?
—¡Muy en serio! —confirmó Lelouch asintiendo una sola vez—. Ya cada uno intentó a su modo vencer a Britannia Corps en su propio juego y los dos fracasamos. Necesitamos cambiar de estrategia y de enfoque. ¿Por qué no nos asociamos? Ambos perseguimos el mismo objetivo y ninguno tiene un mejor plan, ¿o qué planeas hacer ahora que no eres fiscal? ¿Cuál es tu próximo movimiento?
—Todavía no lo sé...
—¿Acaso el caballo está fuera del tablero del juego? ¿Te rendiste?
—¡No me he rendido! ¡Y, demonios, tampoco soy...! —objetó un cabizbajo Suzaku. En eso, divisó la mano de Lelouch tendida hacia él. Suzaku se había incorporado. Azó la cabeza y su mirada se encontró con la de su interlocutor.
—Bien. Entonces, únete a mí —insitió Lelouch animadamente—. ¿No te acuerdas que Nunnally nos decía que ocurrían cosas mágicas cuando trabajábamos juntos? Era cierto. Funcionábamos bien como equipo porque uno podía hacer lo que el otro no y la experiencia nos enseñó que fallamos cuando recurrimos a los métodos del otro. Así que, ¿qué dices?
Suzaku de verdad deseaba creer en Lelouch. Mejor dicho, deseaba confiar en su viejo amigo. Joder, ambos lo querían. Pero para Suzaku no era tan fácil como Lelouch y de seguro él lo sabía y, por eso, estaba dispuesto a recuperar su confianza (costara lo que costara). Los puentes de comunicación entre ellos habían sido quemados. Y, con todo, Suzaku aceptó ayudar a Lelouch con el caso de Nunnally y ahora mismo estaba ahí en la azotea con él teniendo una conversación crudamente sincera. ¿Por qué? Suzaku se imaginaba la respuesta. No todos los puentes habían sido destruidos. Tal vez quedaba uno inestable y deteriorado y tal vez era lo bastante fuerte como para sostenerlos a los dos y, por lo tanto, permitirles cruzar. Lelouch se había arriesgado dando el primer paso y sin pedirle a Suzaku nada a cambio, más allá de depositar en él su confianza, lo invitaba a reunirse. ¿Aceptaría? ¿Aún no era tarde para salvar aquel puente? ¿Quería hacerlo? ¿Y acaso sería suficiente unir fuerzas? ¿Podrían lograr lo que fuera juntos?
https://youtu.be/DKVi9P7jNUc
Era un poco más de las ocho de la noche cuando Kanon penetró en el despacho del presidente Schneizel. Estaba consultando el precio de las acciones. Habían experimentado una aparatosa caída tras el infame siniestro que hubo. Subieron con la victoria de su padre en las elecciones y volvieron a desplomarse. Las protestas arreciaron y esto era porque no había resuelto nada. Adulterar los diagnósticos médicos y sobornar a los medios de comunicación con el propósito de refrenar la propagación del delicado problema de Britannia Chemicals, no era sino ponerle un parche a una grieta. El presidente todavía se guardaba un as bajo la manga. Un as que, sin dudas, elevaría el precio de las acciones: su compromiso con la presidenta Shamna. Resistió al impulso de sacarlo. Detestaría utilizarla como una carta de último recurso. Un anuncio de tal calibre tenía que darse a conocer en una fiesta pomposa. Kanon anheló que sus noticias lo animaran. El presidente siempre rebosaba vitalidad, pero estas semanas habían deteriorado su apostura deslustrando el oro de sus cabellos y atenuando su sonrisa centellante. A Kanon lo apenaba.
—Señor presidente —comenzó con la entonación formal que requerían estos temas a tratarse. Sin tomar en cuenta a Luciano que estaba allí, por lo cual no podían hablar libremente—, los comisionados del Ministerio de Salud y Bienestar confirmaron que asistirían al almuerzo de mañana. Expresaron su agradecimiento por esta amable invitación.
—Excelente...
—Algo más, señor. También los trabajadores de Britannia Chemicals solicitaron una lista de los químicos usados en la planta a la oficina de producción. Siguiendo sus órdenes, la oficina se negó a proporcionar esa información aludiendo a la confidencialidad empresarial.
—Eso no evitará que continúen protestando —intervino Luciano—. ¿Lo están? —interrogó a Kanon, su oyente permaneció mudo—. Respóndame, Maldini, ¿lo están o no?
—Lo están —tartamudeó Kanon. No le gustaba para nada rendir cuentas a Luciano ni la nota autoritaria en su voz; pero, sobre todo, no le gustaba tenerle miedo.
Luciano descargó un puñetazo sobre el escritorio. Kanon dio un respingo. Se colocó la mano sobre el corazón que latía desbocado. El presidente estaba inmóvil.
—¡Ahí está! ¿Saben por qué protestan? —inquirió Luciano, inclinándose y poniendo la mano en el respaldo del presidente de Britannia Corps. Pasó la mirada insistente de él a Kanon—. Porque nadie les ha dicho que no pueden hacerlo. Tienen esperanza y eso es muy peligroso. Inicia como una chispa y se expande si nadie lo detiene. Hay que extinguirlo o las llamas nos devorarán y cuando no tienes agua, combates el fuego con el mismo fuego. Señor presidente, si me otorga su consentimiento partiré de inmediato.
—¡No! —ladró el presidente Schneizel—. El abogado Gottwald se está haciendo cargo. Los convencerá de firmar el acuerdo y de esto no se hablará más.
—¡Tks! —Luciano chasqueó la lengua con sorna y rodeó al presidente, plantó ambas manos en el escritorio y le espetó—: señor presidente, ellos no quieren llegar a un acuerdo, ¿por qué cree que Jeremiah no ha tenido éxito?...
—¡He tenido suficiente, Sr. Bradley! —lo acalló el presidente Schneizel, atento al efecto de cada palabra en el rostro de su guardaespaldas—: Britannia Corps está en el ojo del huracán. No ordenaré nada que perjudique la imagen pública de la compañía. ¡Sr. Maldini! —exclamó sin volverse—, contacte al director de Hi-TV y pídele que convoque tantos reporteros como pueda en Britannia Chemicals mañana. Aparentaremos que el nuevo producto va a lanzarse.
—Sí, mi señor —asintió Kanon con la cabeza.
—No lo escuché, Sr. Bradley. ¿Fui claro?
—Lo fue, señor —masculló—. Espero que no se arrepienta.
Luciano soltó el escritorio y retrocedió unos cuantos pasos. La rigidez teñía sus movimientos. Tras un tenso momento de silencio, en que el presidente y su guardaespaldas intercambiaron una mirada torva, el chacal de Britannia Corps salió con brusquedad. Distraído, el presidente hizo girar su anillo de obsidiana en su dedo anular. El corazón de Kanon pegó un brinco en reconocimiento del significado de aquel gesto. Una premonición de muerte.
https://youtu.be/mrAqJ2js9Oc
Kallen se cambiaba de ropa en la habitación secreta de la firma. Había vuelto de su incursión en Britannia Chemicals. Ella y Rolo habían conseguido escapar sin demasiados tropiezos en el camino. Tuvieron suerte. O quizás no y debían atribuir el éxito de su asalto a su meticulosa planificación. La pelirroja estaba batallando contra una faja que aplastaba sus senos cuando escuchó la puerta abrirse y su estómago se encogió. No podía ser Rolo porque le había dicho expresamente que estaría abajo quitándose el traje. ¿Lelouch? El simple pensamiento coloreó sus mejillas y tensó su cuerpo. Si no era, no tenía idea de quién más. Pero el verdadero asunto era: ¿quería que fuera él? Sintió un cosquilleo en el vientre. Sí, lo quería. Y quería que bajara por esas escaleras, quería que la empujara de espaldas contra la pared, quería que la besara y quería que le hiciera el amor. Kallen no solía tomar la iniciativa para estas cosas; aunque, tal y como la había aconsejado C.C., debía desprenderse de ese caparazón tímido. Preparada para el romance, se volteó. Nomás, no fue a Lelouch a quien vio, sino a C.C. No supo con exactitud que notó en su semblante porque dijo:
—Relájate, soy yo.
—Ya me di cuenta.
—¿Te hubiera gustado que fuera Lelouch? —la interpeló C.C., sonriéndole traviesamente.
—¡No!
—Mientes —canturreó—. Te has puesto roja. Otra vez estás pensando en cosas pervertidas.
—¡Te dije que no! —increpó Kallen con más ahínco, sintiendo que el rubor se extendía hasta su cuello y sus hombros desnudos.
—No te lo estaba preguntando —puntualizó, enseriándose. Su fachada no duraría demasiado. Incapaz de contenerse con Kallen, C.C. se echó a reír y le propinó un codazo amistoso—. No te piques. Me gusta tomarte el pelo —le indicó, acariciándole el brazo. La examinó de pies a cabeza—. ¿Fuiste a patrullar?
—No, fui a Britannia Chemicals para obtener muestras de los químicos que enfermaban a los trabajadores para enviarlos a la fiscalía y admitan la demanda. Rolo me acompañó.
—Muy bien. ¿Y a ellas qué? —indagó pinchando uno de los senos de Kallen—. ¿Por qué te las tapas? Pobrecitas. Se ve que necesitan aire.
—Porque Lelouch es Zero. Yo estoy supliéndolo y no debe parecer que soy otra persona.
—Estás equivocada —negó con la cabeza—. Lelouch es Lelouch y Zero es un símbolo.
—Sí, lo sé.
—Si lo sabes, ¿qué más da quién esté debajo de esa máscara? —cuestionó C.C., alzando los hombros—. Dime una cosa: ¿por qué decidiste vestirte y actuar como Zero?
—Porque no quería que diera la impresión de que se había ido —murmuró Kallen—. El país lo necesita como nunca antes.
—Y así aconteció. Zero nunca se fue. Sí, sí, habrás sido tú y no Lelouch quien se embutió en ese traje y se apareció en el discurso de la victoria de Charles, pero a quienes vimos esa noche fue a Zero —explicó C.C., apoyando el codo en el hombro de Kallen. Ambas mujeres miraron el espejo de pie. Kallen estaba a medio vestir: la parte superior del traje le colgaba. Queriendo comprobar cómo le quedaba, C.C. sostuvo el traje a la altura de sus pechos—. ¿Lo ves?
—Lo veo...
—¿En qué narices estaba pensando Lelouch cuando diseñó el traje de Zero? No se me viene nada a la mente —se preguntó C.C. contrayendo su expresión, sin dejar de mirar el espejo.
Kallen no supo qué decir. No se lo había planteado. Estaba segura de que Lelouch no lo había pensado indeliberadamente. Por tanto, Kallen estudió el traje con detenimiento. Saltaba a la vista que aquel diseño fue hecho para Lelouch cual si hubiera sido confeccionado encima de él. Para una persona de hombros y espaldas anchos y cintura estrecha. Era ajustado, aunque cómodo. La moda no le interesaba. Mucho menos ahondar en su historia. No podía establecer un periodo exacto en que Lelouch pudo haberse inspirado. Kallen decidió coger la máscara ovalada y puntiaguda esperando que esta le arrojara más luces. Como no había fotos de Zero y la primera vez que lo vio todo se dio tan rápido, la pelirroja no logró fijarse en los detalles de su atuendo. No fue hasta que se atavió como Zero que experimentó la sensación de que su porte le resultaba familiar y después de darle vueltas entendió por qué...
—Es un rey de ajedrez.
—¿Ah? —soltó C.C. Miró a Kallen y, seguidamente, al espejo y viceversa—. ¡Oh, sí! ¡Claro!
—¿Me ayudas a quitarme esto?
—Sí, ¿por qué no? De todos modos, no tengo nada mejor qué hacer.
Ella desabrochó la faja y tiró de ella hacia abajo. Los senos de Kallen rebotaron, regocijándose en la libertad. Se rieron. Les había parecido gracioso. En los últimos días no sucedían muchas cosas divertidas ni buenas. De algo les apetecía reírse.
—Me surgió una duda: ¿cuándo tú corres o saltas tus pechos rebotan como en las caricaturas?
C.C. pinchó uno de sus pechos. Kallen se los cubrió como si hubieran atentado contra su vida.
—¡Oye!
—No me puedes culpar por ser curiosa. Muchas chicas quisiéramos tenerlas como tú.
—Ojalá estés bromeando. ¡Yo preferiría que mis pechos no fueran un par de montañas!
—¿De verdad?
—¡De verdad! Al final del día, me duele la espalda y a veces no puedo comprar brassiers que me gustan porque no están de mi talla. Eso sin mencionar que no puedo dormir bocabajo que es mi posición favorita.
—¡Vaya! Eso me enseñará a amar más lo que la divina providencia me ha dado.
—Sí, haz eso. Ahora, ¿quieres quitarme esta cosa?
C.C. forcejeó con la faja, que se había atorado en las prominentes caderas de Kallen. Tras varios intentos, la faja cayó a sus pies, atrapando a la pelirroja en un círculo. Kallen salió de ahí sacando primero una pierna y luego la otra, se vistió aprisa y juntas abandonaron el cuarto secreto. Ella le agradeció por su ayuda. C.C. le dijo que si quería mostrarle su gratitud que le comprara una pizza. Kallen se rió.
https://youtu.be/1Ya-BDb8kzk
Arriba, de espaldas a ellas, estaba un joven alto y esbelto charlando con Rolo. Le resultó insólito verlo sonreír. Al oír a las mujeres entrar, el joven se volvió y la emoción embriagó a Kallen acelerando su corazón y prendiendo un brillo en sus ojos. Era Lelouch. A su lado, C.C. sonreía con picardía.
—¿No creíste que vine sola o sí? —le murmuró al oído.
Kallen luchó contra el loco impulso de abalanzarse a sus brazos y estrecharlo con su cuerpo. En circunstancias normales, lo habría hecho. El impedimento era su declaración de amor. Tal vez para él fuera incómodo. Kallen se enfadó consigo misma por no haberse callado. Temía que sus sentimientos hubieran arruinado su relación.
—¡Lelouch! —exclamó Kallen, acariciando el nombre como si fuera néctar entre los pétalos rojos de su boca. Estaba sonriendo de oreja a oreja—. ¡Regresaste!
—Sí, regresé —afirmó. Se echó de menos su hipnótica voz grave y reposada—. Me complace ver que pudieron apañárselas sin mi supervisión. Pese a que un líder es fundamental, el alma de un equipo reside en todos y cada uno de sus miembros —explicó Lelouch, haciendo alarde de su característico movimiento de manos. A Kallen le recordaba a un director de orquesta—. Siento haberlos preocupados durante estas fechas. Los motivos de mi ausencia, los conocen. No es necesario que los repita. Todavía mi alma se retuerce al pensarlo. No obstante, la vida no se detiene y estoy tratando de tomar control de ella poco a poco. Es, en virtud de ello, que decidí volver y hablarles con franqueza. Y quiero que hoy no solo sea mi reintegración a este bufete, quiero, además, que marque un nuevo inicio y sea la incorporación de un nuevo socio —sonrió. Extendió al brazo, invitando al susodicho a pasar—. Saluden al abogado Kururugi.
Precedido por aquella corta introducción, Suzaku hizo su entrada, se paró junto a Lelouch y se inclinó cortésmente. Rolo torció el gesto. No estaba al tanto del trasfondo entre Lelouch y Suzaku. Nomás le impresionó que Lelouch permitiera formar parte del bufete al fiscal que lo había procesado. C.C. había digerido buena parte del shock cuando Lelouch vino con Suzaku. Él no la advirtió sobre una tregua. Bueno, no siempre Lelouch compartía sus planes. A veces se reservaba algún detalle. Ora por suspicacia, ora por mantener el factor sorpresa. Entendía la decisión. A Suzaku y Lelouch los unía unos lazos más poderosos que la sangre. La cólera había arrebolado el rostro de Kallen. ¿A Lelouch se le habían secado los sesos? ¡¿Cómo pudo perdonar a ese hipócrita?! ¿Se había olvidado que los traicionó confabulándose con Britannia Corps? Cuánto más reflexionaba sobre lo que hizo, más se sulfuraba. Algo de ese sentimiento debió reflejarse en sus ojos porque Suzaku agachó la cabeza con oprobio al dirigir su mirada a la pelirroja. Se impuso un silencio. Fueron los minutos más insufribles y largos que habían experimentado en sus vidas. De la nada, Urabe compareció:
—No van a adivinar qué está tramando el presidente Schneizel... —Urabe se interrumpió al caer en cuenta en Suzaku. Perplejo, atinó a preguntar—: fiscal Kururugi, ¿usted aquí?
—No, no. Ahora es el abogado Kururugi —lo corrigió C.C., dando tres pasos hacia delante—. Bienvenido a bordo.
—¡Uhm! Muchas gracias —balbuceó Suzaku.
—Me sumo a ese recibimiento —terció Rolo—. Siéntase bienvenido. Creo que no nos hemos presentado de la manera correcta. Soy Rolo Haliburton, un placer.
—El placer es mutuo. Ojalá nos llevemos bien —asintió, y estrecharon sus manos—. Gracias.
—Sí, ¡bienvenido, abogado Kururugi! —exclamó Urabe—. Me da gusto conocerlo. Kōtsetsu Urabe, para servirle.
Urabe se hizo a la idea y aun si había detalles que no comprendía del todo, no quería rezagarse y se aprestó a recibirlo. Kallen no movió ni un músculo. Que Lelouch lo hubiera perdonado no se traducía que ella lo hubiera hecho. A su juicio, esto era un error garrafal. C.C. tuvo que haberlo apercibido porque recuperó el hilo de la conversación:
—Ya que Suzaku es uno de los nuestros oficialmente, ¿por qué no preservamos las viejas y bonitas tradiciones y nos vamos a beber?
Kallen le lanzó una mirada llena de reproches a la bruja. Le pareció imprudente e inapropiado sugerir ir a beber con un alcohólico. Holgaba decir que no le gustaba la idea de ir con Suzaku a algún lado. Inopinadamente, él contestó:
—Sí, ¿por qué no?
—Maravillosa idea, C.C. —apuntó Lelouch con alborozo—. Las buenas tradiciones no deben perderse. ¡Vámonos!
Nadie se quejó. A todos se les antojaba una noche de tragos y les urgía liberarse por algunas horas de sus problemas. Estaban tristes, frustrados, exhaustos, cabreados. Les habían pateado el culo. Los habían humillado. ¿Cómo se decía? Los malos se salieron con la suya. Ante eso, existían dos formas de reaccionar: reagruparse y elaborar otro plan que incluyera un increíble retorno o lamerse las heridas y autocompadecerse. La primera opción era lo que habría hecho un héroe. Pero ellos no se consideraban héroes y olvidarse de sí mismos sonaba un buen plan.
https://youtu.be/665La2ZY7pA
Investido con la autoridad de jefe de guardaespaldas, Luciano llamó a todos sus subordinados y a los antiguos apandillados de Lelouch. Tenía que comunicarles algo de carácter imperioso.
—Acabo de estar con el presidente Schneizel —explicó Luciano, yendo al meollo—. Quiere que ataquemos a los manifestantes mañana y nos pide que lo hagamos de tal manera que no les queden ganas de vengarse ni volver a protestar.
—¿Eso dijo el presidente? —preguntó Minami.
—Eso dijo —confirmó con voz glacial. Quiso suavizar el tono sonriendo burlonamente como acostumbraba a hacer cuando se sentía seguro—. Los trabajadores están siendo muy ruidosos y eso está suscitando atención. El presidente Schneizel teme que esto transcienda a los medios y ocasione reales contratiempos a la empresa. Intentó ser bueno y negociar un acuerdo y ellos se rehusaron, toca sacar el Plan B. Él reconoce que es una orden atroz, pero sabe que el bien de la compañía prima sobre cualquier cosa —alegó Luciano—. Iremos sobre las ocho y sean discretos. Vamos a sacar a Britannia Corps del atolladero, no a meterlo en otro. Si no están sordos, lárguense de mi vista.
—¡Sí, señor!
Todos reverenciaron a Luciano a un mismo compás y se marcharon. El chacal no pudo menos que ampliar su sonrisa. Se sentía como el comandante al mando de una tropa. Técnicamente, lo era. Atendía los asuntos de la seguridad de Britannia Corps que era un imperio empresarial. El presidente Schneizel era casi un príncipe. Uno demasiado blando. Aquella bruja estaba en lo cierto. Su bondad le impedía tomar las decisiones sucias. Las generosamente denominadas «difíciles». Admitirlo, lo corroía. Si el presidente no se atrevía, lo haría él con todo el placer del mundo. No tenía límites morales que lo definieran. Debido a ello, Luciano había mandado a Kewell a vigilar a Kururugi.
Las protestas contra Britannia Chemicals apenas representaban una ínfima parte del problema. No confiaba en Kururugi. Temía que contraatacara tan pronto se recuperara. Luciano no iba a arrepentirse de haberlo dejado ir. Kewell le debía una grande por haber testificado contra él y si no quería que le abollara la cara o lo asesinara, tenía que obedecerlo por el resto de su estúpida vida. Había prometido reportarse cuando tuviera algo. La paciencia no era una de las virtudes de Luciano. Sacó el teléfono y marcó su número.
—¡Kewell, sabandija! ¿Estás con Kururugi?
—Sí. Perdona, tuve que salir. No quiero que el exfiscal Kururugi se dé cuenta de mi presencia y el karaoke está muy fuerte...
—¿El karaoke? ¡¿Qué coño?! ¿En dónde estás? —exigió saber. Al segundo siguiente, cambió de opinión—. ¡No, olvídalo! ¿Qué está haciendo?
—¿En este momento? —indagó—. Está bebiendo whiskey y animando a la abogada Stadtfeld que está cantando. ¡Uhm! Es que está con Lelouch y los miembros de su bufete de abogados. Una mujer guapa de cabello verde lo quiere sacar a bailar. Él se está resistiendo...
—¡¿Por qué está con Lamperouge?!
—Exactamente, no lo sé. Quería averiguar el por qué antes de llamarlo —le explicó—. Hace unas horas, el abogado Lamperouge fue a ver al exfiscal Kururugi. Estuvieron hablando largo y tendido en la azotea de aquel colegio donde Nunnally Lamperouge desapareció. No alcancé a escuchar bien...
Kewell se había preparado mentalmente para recibir un castigo al leer el nombre de Luciano en el identificador de llamadas. El castigo nunca llegó. Ni la amenaza ni el desquite. La sarta de improperios y la execración contra su incompetencia no cruzaron más allá del umbral de su imaginación. En contraste, le estaba costando contener su creciente alegría. Kewell podía visualizarlo delante de él esbozando su sonrisa canallesca.
—Esto es tal como sospeché. Estaba seguro que Kururugi conspiraba contra nosotros. ¡Puede que lo haya tramado con Lamperouge y los dos han estado burlándose en nuestras putas caras estos meses! —profirió Luciano con voz ahuecada. Añadió con una fría calma impropia de él tras una pausa efímera—: como sea, ya no importa. Para mañana quiero muerto a Kururugi.
N/A: disfruté leer y corregir este capítulo. Casi no le cambié nada. Desde luego, se pudo escribir muchísimo mejor. Pero todo el contenido del capítulo es maravilloso. Me da la impresión que lo escribí en tanto tuve un brote de inspiración y no fue así. Me he tomado mi tiempo para escribir los capítulos de este tercer libro ya que he estado dándole varias vueltas a las palabras que iban saliendo de mis deditos en el teclado y esa inspiración (y fervor entusiasta) que me acompañaba en el primer libro ya no está. No debería ser tan dura conmigo misma. Los capítulos de la primera parte eran más cortos y en la segunda y tercera parte no escribí al tirón como sí al inicio. Saben, me he percatado que escribir una novela es como estar en una relación. La experiencia es muy excitante e intensa en el principio y después esa emoción se va atenuando y solo te queda el compromiso y el cariño. ¡Ay! De súbito, me sentí vieja. Lo siento, estoy en una fase de odio a mi escritura, ¿qué se le puede hacer?
Hubo dos escenas que sé que estuve varios días trabajando en ellas, pero, a diferencia de otras escenas, no me trabé porque me moría de ganas por escribirlas y yo sabía más o menos cómo hacerlo. Esas escenas son la partida de ajedrez entre Lelouch y Charles y la posterior conversación en la azotea entre Lelouch y Suzaku. La primera escena es un fanservice dedicado a mí. Ya que en este contexto no había un mundo de C y no hallé forma de que Charles y Lelouch tuvieran una discusión filosófica sobre la mentira y la verdad, decidí abordar sus paralelismos mediante una partida de ajedrez. ¿Por qué solo Schneizel puede enfrentarse a Lelouch a nivel intelectual y estratégico si su enemigo es su padre? No sé cómo lo percibirán ustedes, pero yo vi factible que Lelouch aprendiera y amara el ajedrez gracias a Charles. Por otra parte, el diálogo de Suzaku y Lelouch es desgarrador. Diría que es la primera vez que estos dos son honestos el uno con el otro y está, además, en consonancia con el título del fanfic y el tema que trata en este capítulo: las relaciones de padre e hijo y cómo afecta a la formación de ciertos personajes.
No quiero profundizar al respecto. Dejaré esa tarea para ustedes. En cambio, aclararé dos cositas antes de pasar a la ronda de preguntas: oficialmente, Lelouch mide 1.78; sin embargo, yo tengo entendido que los hombres siguen creciendo hasta los veintiún años y Lelouch murió a sus dieciocho años. O sea, pudo haber crecido unos centímetros más y recuerdo haber leído en la Code Geass Wiki que en el universo de las películas (donde fue resucitado) mide 1.80. No sé si cambiaron esa información, no obstante, decidí que esa fuera la estatura de mi Lelouch. Así lo diferenciaba de su contraparte canónica y enfatizaba que mi Lelouch es un hombre con todas las letras. Hablando de información eliminada de la Code Geass Wiki, también leí en el artículo de Zero que su diseño estaba inspirado en la pieza del rey, pero borraron ese dato de la sección de trivialidades. No sé por qué. Como sea, me gusta el detalle, creo que encaja con Lelouch y lo conservé.
¡Preguntas de este capítulo! ¿Imaginaban que esa enfermedad que Suzaku atribuía a su padre era el alcoholismo? ¿Luciano se saldrá con la suya y apaleará a los empleados de Britannia Chemicals y asesinará a Suzaku? ¿Qué medidas emprenderá el presidente Schneizel cuando descubra que su guardaespaldas lo desobedeció? ¿Le dan la razón a Luciano: Schneizel está dejándose dominar por su compasión? ¿Lelouch no le creyó a Rolo sobre C.C.? ¿Qué opinan de la partida de ajedrez entre Lelouch y su padre? ¿Quién creen que ganó? ¿Charles o Lelouch? La respuesta la sabrán al final del tercer libro. ¿Qué les pareció la conversación entre los dos examigos en el tejado? ¿Qué expectativas tienen de la alianza entre Lelouch y Suzaku y cómo creen que esto afectará a la dinámica del Escuadrón Zero? ¿Les gusta Kallen en el rol de Zero? ¿Cómo les pareció el comienzo de esta tercera parte? ¿Cuál fue su escena favorita? ¡Coméntenme todo lo que quieran! Saben que adoro leerlos.
Nos vemos hasta el 11 de abril con el próximo capítulo titulado: «Perdón».
Me ceñiré a mi plan original de actualizar cada dos semanas para esta tercera parte y si veo que necesito más tiempo para escribir retomaré mi planificación antigua de subir un nuevo capítulo cada tres semanas. Sé que para esta fecha que les doy habré acabado el capítulo 37, que es donde estoy, y sabrá Dios qué tanto habré adelantado del siguiente (yo cuando escribía mi borrador me suponía que varios capítulos del tercer libro serían tan largos que necesariamente iban a tener que dividirse y, en efecto, estuve en lo cierto y estoy sufriendo por ello). ¡Envíenme sus mejores vibras, malvaviscos asados! ¡Besos en la cola!
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