Capítulo 24: Justicia (parte II)

Cuando Suzaku abrió los ojos, tenía calambres en todo el cuerpo. Era el efecto que producía al dormir en una bañera. De momento, este día no comenzaba diferente a sus otras mañanas. Solía despertarse en una silla o en el sofá con los miembros entumecidos, la cabeza dándole vueltas y un intolerable dolor de muelas que el alcohol únicamente podía aliviar. Por lo tanto, tenía una botella de vermut Martini & Rossi en su mesita de noche. Una recomendación del presidente Schneizel. El mismo que había cumplido su palabra y lo había enviado en su coche personal. Bueno, no. En realidad, se fueron juntos. No recordaba con exactitud a qué hora de la noche había vuelto a su casa. Suzaku se dobló y lo atacó una punzada de dolor en la cabeza y en el estómago. Tenía tanto calor que la nuca estaba húmeda y la camisa se le había pegado al torso. Intentó ponerse de pie. Sentía que su cuerpo era de plomo. Las piernas le temblaban como si no pudiera sostener su propia alma. Fue en esto que el timbre prorrumpió y Suzaku casi resbaló, de no ser porque se agarró a tiempo del sujetador de baño. El corazón de Suzaku le brincó. El fiscal juró haber visto su vida entera pasar delante de sus ojos en un flash. ¡Joder! ¡Eso estuvo demasiado cerca! Estaba completamente solo en aquel horno y si se hubiera ido atrás y partido el cráneo contra el lateral de porcelana, nadie se hubiera enterado hasta varios días. Suzaku permaneció inmóvil mientras intentaba recuperar la calma con cortas y rápidas respiraciones. Salió con cuidado de la bañera, se dirigió al retrete y allí vomitó. Eso le sentó mejor. Al cabo, fue a abrir trastabillando la puerta. Cécile lo miró, blanca por el terror.

—¡Suzaku, ¿por qué no estás listo?! ¡Llevo media hora llamándote porque no contestas mis mensajes! ¡¿No traías esa ropa ayer?! ¡Como sea, el juicio está a punto de iniciar! ¡Te están esperando!

Suzaku daba oídos a Cécile distraídamente cual si fuera un intermediario entre las palabras y el aire. Solo cuando mencionó «juicio» salió de su letargo abriendo tamaño ojos.

—¡Mierda! —gimió con voz prácticamente inteligible. Por supuesto, para sí mismo—. Sí, sí. Ya voy. Aguarda unos minutos, por favor.

A Suzaku se le fue la puerta de los dedos al cerrarla. Corrió a ducharse y a cambiarse de ropa. No le alcanzaba el tiempo para desayunar. Ni modo. Se llevaría un chili con carne enlatado y se lo comería en el camino. Sí. En unos minutos, tal como le había indicado a su inspectora, Suzaku salió de su apartamento abotonándose una chaqueta gris a juego con su pantalón, una camisa azul celeste y una llamativa corbata amarilla. A último instante pensó que el color era quizás muy chillón, mas ya era tarde para ponerse otra corbata. Cécile traía los archivos del caso, de modo que no era menester pasar por la fiscalía para recogerlos y podían ponerse en marcha al tribunal. Cécile había venido en su automóvil, además. Se irían de la misma forma que ella llegó. Bien. Así podría comer con más tranquilidad. El chili estaba delicioso, aunque su sabor mejoraba considerablemente cuando se le agregaba pimiento y lo bebía con burdeos. Suzaku revivió las náuseas nomás al pensar en el licor llenando sus tripas. Todavía su cabeza martilleaba dolorosamente. Alcohol, no. Necesitaba estar sobrio con el cerebro trabajando a su máxima potencia. «Lúcido, al menos». Se corrigió al tocarse el estómago que berrinchaba.

Las sórdidas calles de Pendragón estaban silenciosas como si aún estuvieran dormida. No era por eso que había tanta calma. Era que hoy se llevaban a cabo las elecciones presidenciales. En el vestíbulo del juzgado le pidió a Cécile su botella de agua. Su sed estaba estrangulando su garganta como si una garra la estuviera comprimiendo. Ella accedió de buena gana. Pudo leer en sus facciones su preocupación. Trató de ignorarlo. Suzaku entró a juicio y sintió que todas las miradas se posaron en él. Cécile estaba en lo cierto. Todos estaban ahí. Su rival, el abogado Gottwald; Lelouch, Kallen, Sayoko, el secretario del bufete, ¡Shirley, también! Ellos habían acaparado el primer banco. Bueno, ellos y una guapa mujer rubia y un tipo desgarbado de cabello azul. No estaba C.C. en ninguna parte. O tal vez sí. Tenía la vista repleta de puntos blancos. No fue buena idea desayunar chili. A Suzaku lo angustió la forma en que lo miraban. ¿Se había puesto dos calcetines de color distinto? ¿Se le habían bajado los pantalones? ¿Tenía chili en la boca? ¡¿Qué, mierda?! ¡¿Qué estaban mirándolo?! Ninguna de esas. Lo que todos vieron fue a un fiscal impuntual con los ojos inyectados en sangre dirigirse a zancadas hacia su puesto.

El juez Calares pidió a la fiscalía dar su alegato inicial. Obedientemente, Suzaku se ubicó en el centro de la sala y dijo:

—Honorable juez, miembros del jurado, soy el fiscal a cargo de este caso, Suzaku Kururugi. El acusado, Luciano Bradley, fue enjuiciado por presuntamente haber asesinado a la madre de las víctimas, Lelouch y Nunnally Lamperouge, siendo declarado inocente diecisiete atrás. Tiempo después, resintiéndose por el veredicto, Lelouch Lamperouge amenaza al acusado y a quienes creyó que orquestaron aquel asesinato, los empleadores del acusado, los Britannia. Cansado de esta situación, el acusado pide a Lelouch reunirse en un edificio que pronto será demolido en el área de Shinjuku aproximadamente a las 4 PM del 9 de octubre y se asegura de que acuda a la cita secuestrando a su hermana —explicó, al término que apareció una foto del susodicho edificio en la pantalla—. En la escena, extorsiona a la víctima y a razón de que él no cedió, procedió a matar a Nunnally dejándola caer desde la azotea —prosiguió Suzaku, la foto del edificio cambió a un plano de la azotea—. Posteriormente, para encubrir su crimen atroz, golpeó a Lelouch Lamperouge pretendiendo rescatarlo. Por ello, de conformidad con los artículos 250, 161 y 92 de la ley del Procedimiento Penal, la fiscalía acusa al sospechoso con los cargos de asesinato, secuestro y extorsión.

Suzaku asintió con la cabeza en señal de haber finalizado y se apuró a sentarse y servirse un vaso de agua. El alegato le había secado otra vez la garganta.

—Ante los crímenes que se le acusa, ¿cómo se declara el acusado? —inquirió el juez Calares.

Luciano Bradley, que oía con absoluto desenfado los cargos bajo los cuales era acusado como si no fuera con él, le dedicó una mirada elocuente a Lelouch. En sus labios asomó la aurora de una sonrisa canallesca y manifestó:

—Inocente. Niego todos los cargos.

Nadie esperaba que Bradley dijera lo contrario. Los medios lo habían vuelto un héroe trágico y la investigación policial, según parecía, respaldaba su versión de los hechos, lo que había influido posiblemente en la opinión pública. Lelouch era el único que se negaba a aceptarlo. Y, ante la falta de evidencias, todo indicaba que Lelouch estaba cegado por sus prejuicios.

—Bien. Por favor, abogado, haga su alegato —pidió el juez Calares.

El abogado Gottwald se irguió, se arregló las solapas de su traje y, parándose frente al jurado, dijo con una solemnidad envidiable:

—Soy el abogado que defendió al acusado, Luciano Bradley, en el caso referido por el fiscal Kururugi, entonces acusado por el asesinato de Marianne Lamperouge. Hoy, diecisiete años más tarde, yo estoy aquí para demostrar que se está de nuevo cometiendo una grave injusticia contra el Sr. Luciano Bradley. Al igual que en aquel juicio, no hay ninguna evidencia directa en este que señale que el acusado secuestró ni mató a la víctima, Nunnally Lamperouge, ni tampoco que amenazó al señor Lelouch Lamperouge. El Sr. Bradley solo es culpable de estar en lugar y momento equivocados y, partiendo de esta posición, probaré una vez más en este tribunal que el acusado es inocente.

El abogado Gottwald regresó a su asiento. Declaradas las intenciones de ambas partes, podían proceder a atacarse con evidencias. Viendo que le había resultado efectivo utilizar un material audiovisual la anterior vez, Suzaku presentó un vídeo en que mostraba a Luciano a punto de agredir a Lelouch en un restaurante. Aunque había emitido una citación de parte de la fiscalía a Lelouch, lo llamó para participárselo personalmente. Fue una conversación corta, formal y provechosa en que pudo obtener aquella valiosa información.

—El rencor que albergaba el acusado contra Lelouch Lamperouge era significativo y cuando él fue exonerado de todos los cargos el mes pasado, decidió hacerle una invitación que sabía bien que era incapaz de rechazar...

Suzaku hizo una pausa dentro de su narración para sustituir el vídeo por una foto de un plano detalle de la caja en que estaban los cabellos y la lengua de Nunnally. No hubo ni un alma en el auditorio que contuviera una reacción. Suzaku no estaba especialmente orgulloso de lo que hizo. Conmover mediante el impacto era la técnica del presentador Ried para convencer a las masas. A Suzaku lo había irritado su cinismo, pues él era consciente de su sensacionalismo y no se hacía responsable de los efectos colaterales de sus noticias. El abogado Gottwald, por otra parte, no mostró signos de preocupación por lo que el juez y el jurado pudieran pensar y replicó calmadamente:

— El vídeo mostrado por la fiscalía no es índice de que el acusado extorsionara a la víctima. Son dos hechos aislados, para empezar. ¿Dos hombres tienen un roce en un restaurante? Creo que todos alguna vez hemos tenido pequeños altercados. Bajo ese criterio, varios de nosotros estaríamos detenidos. Además, no hubo huellas del acusado en la caja. La argumentación que está haciendo la fiscalía solamente debería ser válida si fuera apoyada por evidencia concreta de que Nunnally Lamperouge está muerta. La sangre encontrada en la escena no es suficiente para probarlo. Y el descubrimiento de su lengua y algunos mechones tampoco lo son.

—¿Qué está insinuando, abogado? —inquirió el juez Calares arrugando el ceño.

—Estoy declarando, su señoría, miembros del jurado —lo corrigió el abogado Gottwald con una sonrisa radiante de seguridad—, que la víctima está viva.

Era una posibilidad. Sería un tonto si no la hubiera planteado sobre la mesa. Los murmullos del jurado y el público reverberaron en el pequeño salón zumbando en los oídos de Suzaku, que se arrepentía con amargura por no pedirle a Cécile o haber buscado por sus medios una pastilla para la migraña. Estiró el brazo para alcanzar el vaso y beber otro trago. Era su turno.

—En caso de ser verdad la declaración de la defensa, debió haber traído una evidencia que determinara que Nunnally Lamperouge continúa viva y, si bien, es cierto que no había huellas del acusado en la caja, en la cuerda atada alrededor de la difunta y en el cuchillo que se utilizó para cortarla sí había huellas pertenecientes a Luciano Bradley.

Suzaku se mareó al retomar asiento. ¡Maldita sea! No había bebido tantas copas anoche. Tres, cuatro, a duras penas, ¿o quizás fueron más? Tenía la mente en blanco. Su intervención había sido corta y precisa y sentía que había dado una arenga de tres horas con la voz en cuello. Se bebió otro vaso con agua.

—En la soga que fue atada la víctima también se encontraron huellas de Lelouch Lamperouge y de Toru Yoshida, quien estaba y fue asesinado en la escena —contraargumentó el abogado Gottwald—. Y, asimismo, el cuchillo tenía de huellas de Kento Sugiyama. Dicha arma le fue decomisada por la policía durante su arresto. Por consiguiente, el último en la posesión del cuchillo no fue el acusado.

No le gustaba el sesgo que estaba tomando el juicio. Sabía que tenía las de perder. Si posponía otra vez su ataque, sería tarde para convencer al jurado. Debía sacar su as. Preparándose para su próxima movida, Suzaku refrescó su garganta con un cuarto vaso con agua y convocó al estrado al primer testigo de la fiscalía: Kewell Soresi.

—Usted es miembro del equipo de seguridad del presidente Schneizel. Es decir, es colega de Luciano Bradley, ¿correcto?

—Técnicamente, es mi jefe. Sí.

—Bien. ¿Y usted estaba con él el 9 de octubre a las cuatro de la tarde?

—Estábamos otros compañeros: James Machlin, Alan Necker, mi hermano, Lorenzo Soresi, Michael Cornwell, Edward Crane, Henrik Gerald, Luciano Bradley y yo.

—¿Estaban todos en la azotea?

—Sí.

—¿Por qué?

—Luciano Bradley nos lo ordenó. Le habíamos pedido ayuda a los apandillados de Lelouch para secuestrar a Nunnally. Estábamos esperando que llegara. Íbamos a negociar un acuerdo.

—¿Un acuerdo? ¿No era que iban a saldar una deuda?

—No. Luciano nos ordenó decir eso para cuando la policía nos interrogara.

Luciano Bradley descargó un fuerte puñetazo en la superficie estallando de pura indignación:

—¡YO NO DIJE ESO! ¡MISERABLE EMBUSTERO!

El abogado Gottwald intentó controlar la impetuosidad de su cliente colocando una mano en su hombro, obligándolo a sentarse. Ajeno a la interrupción, Suzaku siguió su interrogatorio.

—¿De qué acuerdo se trataba, entonces?

—De que se marchara para siempre de la ciudad.

—¿Qué pasó con Nunnally Lamperouge?

—Luciano me ordenó que cortara la soga en caso de que Lelouch rechazara el acuerdo y eso hice. Tuve que hacerlo. Iba a matarme si lo desobedecía.

—Su señoría, estimados miembros del jurado, —empezó Suzaku impostando la voz—, como pudieron escuchar, el secuestro y asesinato de Nunnally Lamperouge fueron llevados a cabo con premeditación y alevosía. Su heroísmo es una fachada para ocultar su verdadero ser. ¡La ley ya ha sido engañada reconociendo la verdadera imagen del acusado! ¡No repitamos los errores del pasado!

Suzaku se inclinó a modo de finalizar su alegato y apretó el paso al dirigirse hacia su puesto. La mayoría de los miembros del jurado garabateaban en sus libretas guardando registros del reciente testimonio. El semblante del juez Calares se mantuvo impertérrito. Indicó al abogado Gottwald que podía interrogar al testigo. Este asintió. Se acercó a Soresi.

—Usted dijo que Luciano Bradley fue su jefe. Supongo que por bastante tiempo.

—Trece años aproximadamente —confirmó el testigo, encogiéndose de hombros.

—Entonces, debe conocerlo bien —infirió el abogado Gottwald—. Si tuviera que describirlo: ¿diría que es una persona tonta o inteligente?

—Inteligente —balbuceó Kewell sin enterarse cuál era el objetivo del contrainterrogatorio.

—Ya veo. Piensa igual que el fiscal —observó el abogado lanzándole una mirada a Suzaku—. Sin embargo, ¿por qué una persona inteligente contaría su plan maestro a sus subordinados? ¿No consideró que podía ser llamado a testificar? ¿No le parece extraño?

Suzaku palideció al comprender el rumbo por el cual iban las preguntas. ¡La posición de la fiscalía estaba arruinada! Soresi miró a ambos lados nerviosamente.

—Bueno, pensándolo mejor, no es tan inteligente...

—¡Ah, ¿ya no lo es?! —cuestionó el abogado Gottwald, sarcástico—. Es más extraño todavía porque, de acuerdo con la fiscalía, el crimen fue concienzudamente planeado. No es algo que un tonto podría urdir. Volvemos a la pregunta, ¿el acusado es tonto o es inteligente? —repitió. Soresi selló sus labios—. Bueno, ya no importa lo que tenga que decirme. Nos ha convencido de que el acusado no podría cometer este crimen —indicó. Soresi se negó a hablar—. Testigo, ¿es verdad que el acusado compartió su plan con usted?

—¿Uhm?

—¡Testigo, juró decir la verdad en esta corte! —enfatizó el abogado vivamente plantando las manos en el estrado con violencia. Soresi dio un respingo. Estaba atrapado en la trampa del perro de Britannia—. Le reitero la pregunta: ¿el acusado le dijo que iba a matar a Nunnally?

—No recuerdo —musitó—. Yo no... Creo que no... No...

—¡Testigo, la respuesta que está dando es muy diferente a la que me dio! —exclamó Suzaku, poniéndose de pie de un salto—. ¡Díganos la verdad! ¿El acusado le dijo que planeaba matar a Nunnally Lamperouge? —interpeló—. ¡Conteste! —exigió, exasperándose ante el silencio sepulcral de Soresi.

—Fiscal, no presione al testigo —le reprochó el juez Calares con una suavidad que imprimía mayor contundencia a su orden.

Suzaku se derrumbó sobre su silla, sintiendo que se ahogaba en su impecable traje. Se aflojó la corbata. Una sensación enfermiza se asentó en su estómago. Con la mano temblorosa cogió la jarra, solo para darse cuenta que estaba vacía. Pidió que le trajeran más agua. Era menester recuperarse de un subidón ante tan estrepitosa y fatal caída. Fue por ello que invocó a Lelouch a testificar. Iba a resultar difícil engañarlo. De todos modos, Suzaku no quería cantar victoria. El abogado permanecía imbatible. Digno de su reputación. Lelouch tenía muy mal aspecto y Suzaku creyó que el suyo debía ser igual por la mirada lánguida que le envió. No se le había quitado lo ojeroso ni los ribetes rojos en el contorno de los ojos. Lelouch estaba al tanto de todo el procedimiento. De hecho, recitó el juramento de memoria antes de que le formularan la consabida pregunta. Tan pronto como se sentó, sintió el asiento demasiado grande. El fiscal Kururugi llenó su vaso, lo ingirió de un trago largo y comenzó a interrogarlo.

—Testigo, ¿a usted lo contactaron sus exempleados cerca de las 4 PM?

—No, fue Luciano Bradley quien me contactó a través de mis antiguos empleados. Yo llegué a mi apartamento alrededor de esa hora y noté que la cerradura había sido forzada. Temiendo por mi hermana, me arriesgué a echar un vistazo y me topé con ellos y la caja. Me explicaron que ella estaba con Luciano Bradley.

—¿No llamó a la policía?

—Me dijeron que debíamos arreglar esto entre nosotros —disintió con un solo movimiento de la cabeza—. Si involucraba a la policía, no vería a Nunnally nunca más. Me coaccionaron con un arma, obligándome a subir en mi propio vehículo. Eran muy cuidadosos cubriendo su rastro. Pudimos haber ido en su auto; no en el mío, porque querían que yo manejara. Pudieron haberme llamado; no lo hicieron. No querían que su llamada se registrara. Creo que no tenían idea de las verdaderas intenciones de Luciano Bradley. Llegamos a un edificio abandonado. En la azotea lo vi a él y a mi hermana colgando. Luciano amenazó con separarme de Nunnally si no me iba para siempre de la ciudad.

—Siguiendo la línea de la declaración del acusado, fue Toru Yoshida quien ordenó cortar la soga y que Kento Sugiyama iba a matarlo a usted por negarse a cumplir su parte del acuerdo, de no ser porque él interfirió y que una bala perdida mató al primero.

—En realidad, fue Luciano Bradley que lo ordenó y quien mató deliberadamente a Yoshida. Él golpeó a Sugiyama, lo desarmó y abrió fuego. Bradley es guardaespaldas, tiene su propia arma, no la usó para aparentar que forcejeó contra Sugiyama y que la muerte de Yoshida fue un accidente. Necesitaba un chivo expiatorio que no pudiera defenderse. Por eso, lo asesinó.

—En su testimonio, Bradley alegó que intentó sujetar la soga de Nunnally, pero no pudo.

—Eso tampoco fue verdad. Fui yo quien intentó rescatarla. Es por esa razón que mis huellas están ahí. Yo conseguí sujetar la soga y ya la estaba subiendo cuando me golpearon la cabeza. Luego, desperté en el hospital.

—Bien, su señoría. No más preguntas.

Suzaku concluyó el interrogatorio, doblándose hacia adelante en dirección al juez y tornó a su puesto. La voz de Lelouch era aséptica y firme como si estuviera proyectándose sobre un hecho que había tenido lugar hace varias décadas. Escogía con celo sus palabras y estas fluían con una rapidez y locuacidad poco frecuentes. Sus ojos, en cambio, expresaban un resignado dolor que no se permitía articular con la boca.

—El abogado defensor puede preguntar al testigo —concedió el juez Calares.

Jeremiah se levantó y se plantó delante de Lelouch que levantó su rostro expectante hacia él con lentitud. El abogado se aclaró la garganta.

—Dijo usted que se abalanzó sobre la cuerda para evitar que su hermana cayera y que fue así como sus huellas llegaron a ella, ¿no?

—Eso dije.

— Su hermana era ciega y parapléjica —vaciló el abogado—. En vista de la trágica pérdida de su madre, ¿estos últimos diecisiete años estuvo al cuidado de ella?

—Sí.

—Debió ser una carga para usted...

—En absoluto. ¡Yo la amaba! —espetó Lelouch de forma abrupta.

—Desde luego, hizo todo lo que estuvo a su alcance para rescatar a la única familia que tenía. O tal vez aprovechó una oportunidad irrepetible —insinuó Jeremiah y cambió la diapositiva presionando el botón. Todos los ojos emigraron hacia la pantalla donde había aparecido una póliza de seguro a nombre de Nunnally Lamperouge, cuyo único beneficiario era su hermano mayor—, para reclamar el pago de un seguro...

—¡Objeción, su señoría! —protestó Suzaku—. ¡El abogado defensor está guiando la opinión del jurado con sus especulaciones!

—¿Y acaso las declaraciones que está haciendo no son especulaciones también? —replicó el abogado Gottwald—. Todo lo que se encontró fue una lengua y unos mechones, ¡¿dónde está el resto del cuerpo?! Juzgar este crimen como un caso de asesinato sin la evidencia del cuerpo es una opinión tendenciosa por parte de la fiscalía.

Suzaku sintió una oleada de calor agolpársele en las mejillas. Con el temor de que el abogado volviera sus palabras en su contra, consideró que era mejor cerrar la boca. Se fijó de soslayo que algunos miembros del jurado asintieron con la cabeza. El juez Calares apartó la mirada, ocultándose. Se produjo un enorme vacío en el auditorio que fue roto por una risita histérica y áspera que escapaba ni más ni menos que de la boca del testigo. Sintiendo como la sangre en sus venas se congelaba, todos se giraron hacia él que cesó de reír en el acto.

—¡Su señoría, me rehúso a contestar más preguntas! —siseó Lelouch con una voz tensa por la ira quemando su interior—. Voy a ejercer mi derecho al silencio.

—De acuerdo —consintió el juez Calares—. Puede...

Lelouch se adelantó incorporándose. No volvió a los bancos. Atravesó el juzgado y se largó. Suzaku vio al secretario susurrarle algo a Kallen y, enseguida, él se lanzó detrás de Lelouch. El fiscal cerró los ojos y dejó caer la cabeza en sus manos entrelazadas. Lelouch había vuelto a quedar como un mentiroso con las dos diferencias que había sido señalado como el asesino de su hermana y que esta vez Suzaku, quien se había lamentado de su inutilidad aquel fatídico 10 de julio del 2010, tenía el poder de evitarlo. Pero la historia se había vuelto a repetir.

https://youtu.be/S4-Hn2d4u34

Daba la casualidad de que ese día no solo tenía lugar el juicio por el caso del secuestro y el asesinato de Nunnally. Era también la fecha del aniversario del fallecimiento de Odiseo. Se estaban cumpliendo diez años desde su muerte. Schneizel acostumbraba servirse una copa de vino tinto Merlot en su honor frente a su retrato. De esa manera, lo honraba en su día y evitaba ir a su tumba. Le parecía descarado, por su parte, visitarlo, pues lo había matado para usurpar la presidencia. Schneizel recordaba no haber detectado rastros de resentimiento en sus ojos cuando se enteró que lo estuvo envenenando día a día. Odiseo nunca fue rencoroso. Más bien, era condescendiente y tan benévolo que rayaba en la estupidez. Muchos hombres buenos lo son. Odiseo fue un hermano mayor gentil y un presidente mediocre. Nadie se acordaba de su pésima gestión, en parte, porque él había intervenido a tiempo para encubrir su desastre y, en parte, porque no llegó a hacer nada. Odiseo se sentó en la silla presidencial sin un plan.

A su madre le ocurrió igual. Ella fue la presidenta de una empresa de fármacos, la misma que operaba bajo el nombre de Britannia Chemicals en el presente, y, hasta el día en que abandonó sus funciones, fue una presidenta más del montón que no destacó por su labor administrativa. Por otra parte, fue una madre amorosa y habría sido una buena madre si hubiera vivido más. O eso deducía Schneizel a partir de sus escasas y difusas memorias. Por más que se esforzaba, apenas visualizaba algunas imágenes de su madre y tenía la certeza de que eran fotos que él había visto. Su padre tampoco la recordaba. Nadie, de hecho. Del mismo modo que Odiseo. Él era el único que lo hacía porque era su asesino. Era una bella mentira que las personas que dejaban este plano de la existencia continuaban viviendo a través de otros mediante el amor. El amor era un sentimiento agradable; pero incorpóreo. Débil. Como decía Maquiavelo, «los hombres olvidan más fácilmente la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio». Ahí estaba Lelouch. Ni por veintiocho años de amor que su padre le profesó no le pudo perdonar la noche en que su madre murió por su culpa.

A Schneizel le atemorizaba ese final. ¿Cómo podía, entonces, vencer a la muerte y al olvido? Solo dejando detrás de sí un logro importante. Un aporte. Un legado. Para su tío Víctor, dicho logro era el Proyecto Geass. Schneizel consiguió ponerse al corriente de su existencia un día en que estuvo husmeando en su habitación. Siempre hablaba de la inmortalidad. Él y su padre se resistían a despedir a sus seres queridos. En eso se hallaba en lo cierto Cornelia la otra vez que peleó con Charles. Schneizel sospechó que había tomado las riendas de su investigación y esa era la razón de su prolongada ausencia en la compañía, lo que puso a Odiseo en el cargo de presidente interino y lo empujó a él a averiguar por sus propios medios qué era el Proyecto Geass. Pero, a todas estas, ¿cuál sería ese logro para Schneizel? El Damocles.

¿Y qué era el Damocles? Un poderoso complejo residencial-comercial de siete edificios que se convertiría en el centro económico de Pendragón y del país eventualmente. Aquella tarde, por cierto, le habían traído un modelo a escala del Damocles. Schneizel lo había mandado a realizar porque le urgía ver su sueño materializado y, dado que la construcción del complejo iba a tardarse, la maqueta, por lo menos, contendría un poco sus ansias. El Damocles estaría compuesto por un condominio de 900 unidades, un hotel resort, un restaurante, un monorraíl, un acuario público, dos edificios de oficina y un centro comercial que sería una torre con la forma de un alfil invertido y el primer lugar al que Schneizel visitaría una vez que estuviera listo. Se construiría en el territorio que pasaría a ser de su propiedad tras la fusión de Britannia Corps y Fundación Ziikhstan por su matrimonio con Shamna. El Damocles revolucionaría la vida de los habitantes de Pendragón y, por extensión, se consagraría en la mayor aportación de los Britannia a la ciudad y el más grande éxito de la familia.

Schneizel se disculpó con una sonrisa con el retrato de Odiseo por darle la espalda y se volvió hacia la maqueta. Les había pedido a los hombres trasportarla a su humilde oficina personal en la mansión. Bebió un sorbo de su vino. El futuro a sus pies se pintaba majestuoso. En esto, el presidente oyó que alguien tocaba la puerta. Supuso que era Kanon. Concedió su permiso.

—Sabía que estarías aquí. Te he estado buscando —manifestó Kanon.

—Ahora que me has encontrado, ¿qué procede? —sonrió el presidente Schneizel mirando el fondo de su copa—. ¿Tienes buenas nuevas para mí?

—Unas excelentes. La Srta. Lohmeyer me contactó —informó Kanon—. Me dijo que ya han contado la mitad de los votos. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que la victoria de tu padre es casi segura.

—En tal sentido, esto amerita una doble celebración —observó el presidente Schneizel—. O triple. ¿Nuestro enlace en los juzgados te ha llamado?

—No, y me resulta extraño. A esta hora, el juicio está en receso. Por lo tanto, debió haberme dado un avance del mismo.

—Está bien. Nos enteraremos cuando tengamos que enterarnos.

—Pero...

—Déjalo, Kanon. El veredicto nos favorecerá —aseguró adquiriendo un aire profético.

—¿Cómo lo sabes? —indagó Kanon, inseguro—. Espero no te ofendas con mi pregunta.

—Porque tenemos al mejor abogado de Pendragón y el juez Calares, incluso si no solicitamos su ayuda, no puede emitir una sentencia injusta. No tienen nada contra Bradley. Lo soltarán. El fiscal Kururugi no tendrá más remedio que atenerse a lo que dicte el sistema judicial que es su código más sagrado.

—¿No crees que el fiscal Kururugi hará nada por ayudar al abogado Lamperouge? Su amistad parece muy fuerte llegando a trascender la barrera del tiempo y del espacio —señaló Kanon con aprensión—. Y eso que estoy excluyendo la fuerte posibilidad de que el fiscal Kururugi haya matado a su padre para proteger a sus amigos.

—No lo creo. El odio que el fiscal siente por el abogado es real e intenso. Me consta. Aun si hubieran hecho una tregua, son demasiado profundas las heridas que se han infligido.

El presidente agachó la cabeza. Sus ojos despidieron un centelleo enigmático. No agregó más después. Sabiendo el significado de aquella mirada, Kanon decidió abandonar aquel asunto. Había apercibido que Schneizel reaccionaba sensible cuando el tema giraba en torno al fiscal. Estaría celoso, sino supiera que Schneizel no solo buscaba pasión en un compañero, también necesitaba un cómplice.

—De acuerdo. Si tú lo dices, no tengo más que creerlo. Sino necesitas más de mis servicios, me iré.

El asistente se inclinó respetuoso y dejó al presidente Schneizel a solas con sus pensamientos. Aguardó afuera unos minutos por si Schneizel cambiaba de opinión. No fue así. Se largó. A su vez, Schneizel meditaba que, si el abogado Gottwald ganaba el juicio, el fiscal tendría que cumplir su palabra y renunciar. Sentía un pinchazo de pena por él. Le había cogido cariño. El suficiente para ofrecerle trabajar en el bufete de Britannia Corps y no para restituirlo. Por muy sincero que fuera su afecto hacia él, sus sentimientos no lo obnubilaban. Suzaku era un fiscal determinado y testarudo. Esas dos virtudes que lo habían premiado como el mejor fiscal del año fueron las que lo orillaron a aquel barranco, a decir verdad. Por ende, era un enemigo feroz para Britannia Corps. Sin su trabajo, era inofensivo. Lo que dejaba a Luciano Bradley como la única amenaza real contra ellos. Ya seleccionaría el momento para deshacerse de él. Y cómo. Con relación a su hermano, había que tenerlo vigilado. No creía que se mantuviera inactivo por mucho tiempo. El abogado Lamperouge era un problema que habría que resolver otro día. Ahora correspondía prepararse para las celebraciones que venían a paso inminente.

https://youtu.be/eSzCvwJhVrI

—¡Chigusa, detente! —balbuceó Ohgi—. No lo estás haciendo bien.

—¿No? —indagó ella. Su tono estaba limpio de hostilidad; en cambio, expresaba un genuino desconcierto—. Estoy haciendo todo lo que me dijiste...

—No, estás luchando contra la masa —discrepó con suavidad—. La masa no es tu enemiga. Es tu materia prima y tienes que darle forma —explicó. Al ver la mueca de escepticismo de Villetta, añadió—: piensa en ella como una arcilla o plastilina y en ti como una artista, ¿nunca has trabajado con esos materiales cuando eras niña? Mira, así...

El hombre cogió el rodillo y amasó con presteza y desparpajo tres veces mientras hacía girar la masa. Villetta reculó, limitándose a observar. Ohgi, que captó de refilón su apabullamiento, le devolvió el rodillo, instándole con la mirada a continuar. Nada más Villetta se plantó frente a la mesa de trabajo, disponiéndose a imitarlo; él colocó sus manos sobre las suyas y la guio en el proceso, enervándola incidentalmente, aunque ella no lo demostró.

La dinámica laboral y, en general, la convivencia con Villetta había sido complicada. Debido principalmente a la mujer, que no ponía de su parte. Era arisca. A veces rayaba en lo grosero. Su raza era el plus que agriaba la mezcla. En vez de irritarse, Ohgi se armaba de paciencia y la trataba con dulce cordialidad, pues comprendía cuán desagradable era la idea de adaptarse a un lugar en contra de su voluntad. Ignoraba cuánto tiempo iba a hospedarse, de manera que intentó amenizar las cosas para ambos. Aparentemente, Villetta se mentalizó ya que empezó a limar la aspereza de su carácter. Ya no lo saludaba las mañanas con el semblante ceñudo.

Percibiendo con regocijo que Villetta había asimilado la técnica del amasado, Ohgi se echó a un lado dejando que ella lo hiciera sola.

—De verdad, tienes paciencia para esas cosas —reconoció, medianamente atolondrada—. Si hubiera sido al revés, ya te habría pegado la cabeza con el rodillo.

—La paciencia es una virtud que se practica —le sonrió, agradecido por el elogio—. Es una virtud indispensable para cualquiera que quiera formarse en la profesión de maestro.

Aquella espontánea revelación asombró a Villetta que se volvió a su interlocutor con la boca abierta. Siempre había visualizado a Ohgi como un pizzero carente de ambiciones. Alguien que vivía feliz en su simpleza sin tener conocimiento ni interés en lo que había más allá.

—¿Cómo? ¿Tú querías ser docente? —lo interpeló con ávida curiosidad—. ¿Y qué pasó?

—Bueno, no podía pagar la matrícula de una universidad privada, así que me inscribí en una pública, a la par que tenía un trabajo de medio tiempo en la pizzería. Sin embargo, me dediqué más al trabajo y descuidé mis estudios. Necesitaba más los ingresos que mi título y tuve que dejarlo, por desgracia. Iba por el cuarto año.

—¿Y por qué no lo retomaste? —prosiguió frunciendo el entrecejo—. Si el problema era el dinero en aquel entonces, ahora tienes lo suficiente.

—¿Y quién se hará cargo de la pizzería?

—¡Nombra a Naomi como la nueva gerente, contrata más empleados, pero no dejes escapar esta oportunidad! —graznó ella con una enérgica sacudida—. Las ambiciones no se cumplen solos, tienes que trabajar duro para hacerlos realidad.

Ohgi esbozó una ligera sonrisa. La mujer contrajo los labios con disgusto evitando devolverle cualquier gesto cómplice. Seguro se había fijado en la emoción bullendo en su voz; así como Ohgi había intuido a qué se debía. Era nuevo para él este lado de Villetta. Le gustaba.

—¿Tú lo harías en mi lugar?

—No lo dudes —contestó con sequedad—. ¿Y tú no? ¿No te asusta despertar algún día y ver que la vida te pasó por encima y no pudiste alcanzar tu sueño?

— Ser profesor era uno de mis sueños —la corrigió Ohgi—. Al igual que la vida misma, los sueños cambian y siempre llegan más. Estoy bien con la pizzería. Soy feliz llevándole alegría a la gente con un trozo de pizza.

Villetta miró a Ohgi inquisitivamente como si este hubiera hablado en un raro dialecto. Ohgi no se ofendió ante el enjuiciamiento. Para demostrarle la veracidad de sus palabras, le sostuvo la mirada con denuedo cohibiéndola. Una voz reposada y profunda intervino en esto salvando a la mujer:

—Chigusa, necesito que vengas conmigo.

Tanto la aludida como Ohgi se dieron la vuelta en dirección de aquella voz. Se sorprendieron de encontrarse con Lelouch junto a la puerta.

—¡Oye! —le reprendió Ohgi—. ¡El acceso a esta área está...!

—Restringido para el público, a excepción del personal. Lo sé —terminó Lelouch—. Solo te pido que permitas a Chigusa salir. Regresaremos más pronto si nos vamos antes.

—¿Qué es lo que quieres, abogado Lamperouge? —preguntó ella, cruzándose de brazos.

—Que me acompañes a mi bufete —contestó—. Existen algunas preguntas que me gustaría hacerte acerca del día del incidente.

Ella deliberó unos segundos. Al tomar una decisión, descruzó los brazos y se volvió a Ohgi.

—Está bien. Será mejor que me vaya con él. Lo conozco; no desistirá hasta que se salga con la suya. Retornaremos en media hora —le garantizó, propinándole unas palmaditas amistosas en el hombro y orientándose hacia Lelouch—. Puedes ir contando los minutos entretanto.

—Está bien —tartamudeó Ohgi—. Aquí te esperaré.

Villetta salió de la trastienda. Lelouch se despidió de Ohgi realizando un breve asentimiento y se fue detrás de Villetta. La percepción de Ohgi había cambiado ligeramente. Ya no le tenía tirria al abogado Lamperouge. Al menos, no como para destruir del todo la mala opinión que se había formado sobre él; sino hasta el grado de menguar sus esfuerzos por atacarlo y tolerar que su hermana afectiva trabajara para él. Esto era a raíz de informarse por medio de Kallen que había rescatado a Villetta. Algo que ella misma le confirmaría más tarde. Aunque aún la espinita de la duda de sus intenciones se le clavaba en el costado, él pensaba que alguien que arriesgó su vida por proteger a quien lo lastimó en el pasado merecía otra oportunidad.

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A lo largo del intercambio de ataques y contragolpes entre la fiscalía y la defensa, Kallen no había dejado de observar que Suzaku se portaba extraño y esa actitud iba recrudeciendo tras cada receso. Bebía como si no hubiera un mañana. Ya tres veces había pedido el favor de que llenaran su jarra. Con relativa frecuencia, se pellizcaba el puente de la nariz. Su frente había secretado tanto sudor que toda su cara brillaba por el reflejo de la luz. Tan bien familiarizada estaba Kallen con los síntomas de la resaca que podía poner las manos en el fuego y asegurar que Suzaku estaba resacoso. La mujer quiso encararlo y exigirle unas cuantas explicaciones. Lastimosamente, tuvo que tragarse las ganas a las malas: Suzaku se había metido en el baño. El mejor lugar público de un hombre para refugiarse de una mujer furiosa. Lo iba a esperar. No era como si tuviera mucho qué hacer. En cinco minutos, iban a entrar en sesión. El fiscal y el abogado darían su alegato final. Puede que se le dificultara abordarlo entonces. Alguien salió del baño tras quince minutos. No era Suzaku; sino el abogado Gottwald. En principio, Kallen pensó pasarlo por alto, sino fuera porque recordó a Lelouch abandonar los juzgados. No había estado presente en el juicio de hace diecisiete años, mas podía imaginarse que este juicio era una réplica de aquel y que el abogado Gottwald había vuelto a ridiculizarlo. Eso la airó. No lo había considerado con seriedad y estaba yendo hacia el abogado.

—¡Oye, tú! —le gritó a su espalda—. ¡Eres una deshonra para el colegio de abogados! ¡¿No tienes orgullo?! ¡¿Cómo puedes llamarte «abogado» cuando no eres más que el perro faldero de Britannia Corps?!

—¿Quién me habla? —preguntó abiertamente el abogado Gottwald, fingiendo demencia. Se giró y vio a Kallen aproximarse—. ¡Oh, si es la abogada que defendió al señor Lamperouge! Me enteré de los detalles de aquel juicio. Lo hizo bastante bien, teniendo en cuenta que estaba fuera de práctica —añadió sonriendo cruel.

Kallen quiso aceptar el disque elogio y regresárselo con la misma elegancia que habría hecho Lelouch, mas no halló una forma que le gustara e ignoró la puya. Su suspensión era una cosa superada y Kallen Kōzuki no se distraía mirando el pasado. Se llevó las manos a las caderas.

—¡¿Con qué moral te atreves a defender a Luciano Bradley?! ¡Es un asesino, un secuestrador, un extorsionista y quién sabe cuántos derechos humanos más habrá violado! No, seguro que lo sabes. Has estado limpiándole el culo por estos diecisiete años —lo sermoneó.

Un respingo surcó la expresión del abogado borrándole la sonrisa arrogante. Kallen había dado un golpe bajo que desempolvó recuerdos amargos. El infame caso del asesinato de Marianne Lamperouge lo perseguiría hasta la muerte.

—¿Moral? No me gustaría descalificarla porque el único caso que conozco que usted trabajó fue el caso del lamentable asesinato de la señorita li Britannia; así que voy a suponer que no lleva mucho tiempo ejerciendo y le pediré que acoja mis palabras como el consejo de un colega más experimentado. Usted no me puede reclamar nada sobre la moral porque la moral y el derecho están divorciados. Es cierto que en algún punto estaban casados, pero ya no más. Con respecto al otro caso que usted trae a colación, no había evidencia sólida que vinculara a mi cliente con la muerte de Marianne Lamperouge. Reconozco que el Sr. Bradley no es un ciudadano ejemplar, sin embargo, es el colmo atribuirle la culpa de los desafortunios del abogado Lamperouge. ¿Pude haberme equivocado? No exactamente. Era el trabajo de la policía investigar hasta dar con el responsable. El mío era representar a mi cliente en el tribunal. Hice lo que era correcto.

—¿Acaso crees que puedes dar la misma defensa ahora? ¡¿Crees que estás haciendo lo correcto?! —lo desafió Kallen—. ¿Puedes mirarme a los ojos y decirme con el corazón en la mano que ese hombre no secuestró a Nunnally ni la mató?

—Una vez más, señorita, no hay evidencias que respalden esa acusación —replicó el abogado instantáneamente. Estaban muy cerca y Kallen podía fijarse en los pómulos temblorosos y la humedad empañando sus ojos verdes—. Usted defendió al abogado Lamperouge aun con todas las evidencias en contra y lo declaró inocente, ¿por qué no convenció a su cliente de entregarse?

—¡Por favor! ¿Compararás al abogado Lamperouge con el monstruo de Bradley? —discutió, escupiendo una sarcástica risa nasal—. ¡No me hagas reír!

—Usted y yo conocemos a un monstruo más grande y temible que Luciano Bradley.

—El presidente Charles.

—Correcto —asintió. El abogado se envaró, enderezándose—. Me gustaría saber si seguiría siéndole tan ferozmente leal al abogado Lamperouge cuando descubra que él y ese monstruo tienen más en común de lo que parece —insinuó. Kallen parpadeó, atónita—. ¿Quiere a alguien a quien culpar? Culpe al presidente Charles. Él es el verdadero causante de las vicisitudes de nuestro querido colega. A su lado y al del abogado Lamperouge, Luciano Bradley es una mosca. Ahora bien, si me perdona, tengo un alegato que pronunciar.

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El abogado Gottwald rodeó a Kallen y pasó de largo. Inevitablemente, los ojos de la pelirroja se lanzaron a perseguirlo. ¿Qué coño había sido eso? ¿Estaba tratando de confundirla? ¡Nada de lo que dijo tenía lógica! Kallen casi se devanaba los sesos procurando extraer algún sentido de las últimas palabras del abogado Gottwald, de no ser porque recibió un mensaje de Shirley, avisándole que el juicio estaba por reanudarse. Ingresó al auditorio y se sentó junto a Shirley.

—En vista de que hemos finalizado con la revisión de la evidencia, vamos a dar inicio a los argumentos de cierre —anunció el juez Calares—. Fiscalía, cuando quiera.

Suzaku movió afirmativamente la cabeza y se levantó. En el primer receso, había ido a buscar unas aspirinas con el fin de aliviar la migraña. Al término de un rato, surtieron efecto a costa de nublar su mente. En su enésimo viaje al baño, se había echado agua esperando arrancarse así de su sopor. Con pasos cortos y precisos, Suzaku avanzó al centro y miró al jurado.

—Su señoría, miembros del jurado, quisiera agradecerles por su paciencia y atención en este largo juicio. Antes de dar a conocer mi alegato, me gustaría contarles algo. Llevo cinco años ejerciendo como fiscal y aun cuando tengo recuerdos del primer caso en el que trabajé, no lo consideraría como mi primer juicio. Ese sería el caso al que hice referencia con anterioridad. En aquel juicio, al igual que este, el 80% de las evidencias eran circunstanciales y el abogado argumentó que se trataba de un giro desafortunado del destino; incluso si un 20% sugería lo opuesto, pues la propiedad había sido allanada, las cámaras lograron captar una imagen del perpetrador y, después, misteriosamente fueron desmanteladas y la víctima había recibido un disparo. Un asesinato con toda seguridad. Bueno, basado en mis estándares —aclaró Suzaku, inclinándose con humildad ante el juez—. ¿Esto les suena, acaso? A mí también. El acusado en aquel juicio fue declarado inocente y liberado y, pasado el tiempo, volvió a aparecer para arrebatarle a la víctima lo único que le había quedado. Con el perdón de todos ustedes, pienso que, si las cosas se hubieran hecho del modo correcto, no estaríamos de nuevo aquí. ¿Cuántas más personas deben ser sacrificadas para que la ley abra los ojos? ¡¿Cuántas veces la ley debe de fallarle a las víctimas para que pueda impartir justicia?! —preguntó a viva voz—. Nosotros hemos esperado horas por escuchar el veredicto, algunos quizás semanas y la víctima lo ha estado esperando por diecisiete años —manifestó sin tono, volteándose hacia el asiento vacío donde había estado sentado él—. Es hora de que la ley proteja a Lelouch Lamperouge.

Suzaku se secó la frente perlada de sudor con el pañito que tenía en el bolsillo del pecho. Con su vista turbia por el dolor, se dirigió a su lugar.

Solo cuando se dejó caer en su silla se percató de lo infinitamente cansado que estaba.

—A continuación, escucharemos el alegato final de la defensa —indicó el juez Calares.

El abogado Jeremiah Gottwald caminó a través del auditorio. Su barbilla elevada y sus labios rectos denotaban su orgullo y su seguridad.

—En el 2013, a un hombre lo enjuiciaron culpable por cargos de violación y asesinato de una joven universitaria. Se había encontrado cabellos y huellas del sospechoso en la escena y un papel higiénico con su semen y sangre en el baño de un bar en las inmediaciones. Firmemente se creía que ese hombre había sido autor del crimen. Hasta que veintiséis años más tarde fue atrapado el verdadero culpable, los familiares de la víctima obtuvieron justicia, ¿y el acusado qué? ¿Quién le restituirá los años que desperdició encerrado tras las rejas y la vida que pudo haber tenido? Esa es la pregunta que debemos hacernos sobre Luciano Bradley. Había mucha presión en aquel juicio por hallar un culpable y yo estoy convencido de que si el juez hubiera dictado un veredicto de inocencia se habría arrepentido un 1%, pero hoy él se sentirá un 2% más arrepentido por haber dictado un veredicto de culpable y arruinado la vida de un inocente —expuso el abogado Gottwald con poderosa convicción—. No dejo de pensar que, si el fiscal y la policía hubieran reunido evidencia sólida, aquel pobre hombre no habría sido castigado por estar en el lugar y momento equivocados. La ley debe proteger a las víctimas, sí —afirmó, lanzándole una mirada arrolladora al fiscal Kururugi que escuchaba atento su argumento—; pero también debe proteger a los acusados —subrayó. Tornó a dirigirse hacia sus principales oyentes—. Por todo esto, les pido que lo piensen cuidadosamente. Yo confío en que tomarán la decisión más justa.

El abogado regaló al jurado la mejor de sus sonrisas en agradecimiento y regresó a su puesto. Suzaku oyó al juez Calares ordenar un receso, en tanto los miembros del jurado deliberaban. Su voz sonaba lejana como si estuviera a kilómetros de distancia. Conocerían el veredicto en la próxima sesión. Recapacitar sobre eso contrajo su estómago de tal modo que Suzaku sabía inconscientemente que ni el alcohol podría aflojar esa sensación.

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Lelouch se estacionó. A su vez, Villetta y él se desabrocharon el cinturón de seguridad y se bajaron del vehículo. Aquí estaban de pie frente al bufete de abogados. Donde todo empezó. A Villetta la traspasó un escalofrío que disimuló metiéndose las manos en los bolsillos. ¿Cuán perturbado debía estar Lamperouge para comprar la casa en que su madre falleció? Lelouch, por su parte, había distinguido las espeluznantes semejanzas entre el juicio de su hermana y el de su madre, lo que le trajo recuerdos de las fotos que había visto en la habitación de Kallen el otro día. Ya su presente se había arruinado y su futuro pintaba incierto, intentaría, así pues, entender su pasado. El abogado aspiró el humo del cigarrillo que estaba fumando con la poca destreza que resulta característica de la falta de costumbres, vistiéndose de valor y se adentró. En el umbral, se detuvo. Nunnally había dicho que iba a abrir, cuando tocaron el timbre. La imaginaba corriendo hacia la puerta. Bradley la habría saludado con un disparo inclemente.

—A mi hermana la hirió una bala que se alojó en su médula espinal, ¿no es cierto?

—Sí.

—¿Fue encontrada aquí?

—No, fue aquí.

Lelouch siguió a Villetta, que lo atrajo a la entrada del antiguo estudio, ahora convertido en una biblioteca jurídica. Botó su cigarrillo y aplastó la colilla con la punta de su mocasín negro.

—Los paramédicos la habían trasladado al hospital para cuando yo llegué.

Él no la puso en entredicho; pese a que eso contradecía sus memorias. No buscaba imponerse en un debate, quería averiguar todo. ¿Podría ser que a su hermana la movieron de un punto a otro? Algo así debió dejar un rastro. Entre la hora en que él y Naoto huyeron y la hora en que la policía vino, transcurrió tiempo de sobra para eliminar cualquier evidencia. Por instinto, Lelouch se ubicó en donde vio desplomarse el cuerpo de su madre.

—¿Aquí estaba mi madre?

—Sí.

—¿Muerta por un disparo a quemarropa en el pecho?

—No, un disparo en la quijada. Le voló los sesos. No es lo usual en suicidas. Ellos prefieren la sien o el pecho. Las mujeres son más propensas a matarse en silencio, cortándose las venas en el baño o en la cama —acotó, encogiéndose de hombros—. Y, antes de que me preguntes, no, no había signos de lucha.

—¿Y el rastro de sangre que estaba aquí? —interpeló Lelouch acompañando su pregunta con un ademán que trazaba la ruta de la sangre—. Sea por un disparo en el pecho o en la quijada, era imposible que su sangre llegara ahí.

—Sí, lo sé —admitió la exdetective con un suspiro—. A decir verdad, el análisis reveló que la sangre tenía cromosomas XY. Un hombre desconocido. Bueno, la Srta. Stadtfeld te debió contar.

—Sí, lo hizo —confirmó él—. Exactamente, ¿para qué te pagó Charles? Si estabas tan segura de que fue suicidio, era innecesario el soborno.

—Fue para apresurar la investigación y suspender la búsqueda de Naoto Stadtfeld.

—¿Te explicó por qué?

—¿Acaso el presidente Charles explica sus razones? —contestó Villetta con socarronería—. Lamperouge, lamento de veras la muerte de tu hermana —murmuró, pasándose la mano por el cabello—. Está bien si no me crees o piensas que me burlo, solamente quería decirte eso y que pronto voy a entregarme.

—¿Por qué has cambiado de opinión? Estabas reticente la primera vez que te conté mi plan.

—Porque estaré más segura en la prisión que allá afuera. No quiero ser la siguiente Diethard Ried —confesó la mujer, abrazándose. Se acarició los brazos—. Y porque tarde o temprano iba a terminar ahí, ¿para qué postergarlo más? Yo quería trabajar en la policía para hacer de Pendragón un mejor lugar donde vivir encerrando a criminales; lo correcto es que sea juzgada y castigada por mis propias reglas o toda mi lucha habrá sido falsa. Una excusa para justificar mis malas acciones en los últimos diecisiete años.

Lelouch miró a Villetta con fijeza. Una vocecita en su interior preguntaba infatigable: ¿estaría siendo honesta con él? Estaba sopesando usar el Geass cuando mencionó a Ried. Había leído la noticia de su muerte y de la supuesta implicación de Zero en un portal web. Su cambio era consecuente. Lelouch volvió a concentrar los ojos en el piso. Ni el cadáver de su madre ni el rastro de sangre estaban ahí; pero él podía visualizarlos muy cerca de sus pies. Tanto él como Villetta Nu tenían dos versiones completamente distintas de la misma historia, ¿hasta dónde llegaba la verdad y empezaba la mentira? ¿Qué era real? ¿Y qué era falso? Por vez primera, a Lelouch lo aterró pensar que había estado viviendo en una gran mentira.

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Era hora del veredicto. Kallen no tenía idea de qué esperar. El alegato final del idiota le había parecido bueno. Era profundamente emocional. Por un instante, llegó a asaltarla la impresión de estar viendo a aquel fiscal tonto, idealista y empático que estudió con ella en la universidad y ganó el premio al fiscal del año. Pero no podía ser cierto. Para colmo, el alegato final de la mascota de Britannia Corps fue magistral. Tenía que admitir, a su pesar, que logró atacar los puntos flacos del argumento de Suzaku y su postura era mucho más sólida. Kaguya figuraba como un miembro del jurado. Kallen quería pensar que su perspicacia legal fuera tan aguda como su ojo clínico. De igual manera, ella sola no podía marcar la diferencia. Era una de diez jurados. Casualmente, fue ella quien le entregó el sobre con el veredicto al juez Calares. Su expresión era impávida, lo que aumentó sus nervios. Se meció en el inquieto silencio. Shirley agarró su mano. Sus ojos avellanados eran un espejo de sus ansias.

—Revelaremos el veredicto para el caso número 2027-1860 concerniente a Luciano Bradley. Acusado, póngase de pie —Luciano acató la orden mansamente y unió las manos, sin ningún tipo de vacilación. Una total calma traslucía en su semblante—. El acusado, Luciano Bradley, está aquí por los cargos de asesinato en primer grado, secuestro y extorsión. En virtud de que el acusado fue encontrado sospechoso por un crimen relativo a dos de las víctimas diecisiete años atrás y que, en el día anterior, las cámaras de seguridad se rompieron, habiendo captado una imagen del acusado, está siendo juzgado como el principal sospechoso. El acusado se ha declarado inocente afirmando que no mató ni secuestró a Nunnally Lamperouge ni extorsionó a Lelouch Lamperouge. Con relación a los cargos de asesinato y secuestro, el jurado estaba dividido cinco a cuatro en su veredicto; considerando el veredicto del panel del jurado, voy a dar a conocer el resultado final. En cualquier caso criminal, la verdad debe ser respaldada con evidencia. Es más, la culpabilidad de alguien puede ser establecida con evidencia factual, así como con evidencia circunstancial —leyó—. Si el acusado estaba detrás de las víctimas, cual declara el fiscal, es difícil comprender por qué el acusado gastó tanto tiempo en acercarse a ellas. Además, no se debe descartar que el acusado puso su vida en peligro al salvarlas; por lo cual, si tenía intención de vengarse, es muy improbable que se haya arriesgado al grado de ser arrestado en su afán de rescatar a las víctimas. Algo que es avalado por un testigo ocular que confesó ante la policía. La credibilidad de la declaración de la víctima es cuestionable a razón del rencor de Lelouch Lamperouge hacia el acusado. Sumado al hecho de que el cuerpo de Nunnally Lamperouge no fue localizado ni hubo otras evidencias físicas, nos trae la duda de que otros sucesos hayan tomado lugar, distintos a los cargos que el acusado enfrenta. Por consiguiente, el jurado no puede declarar culpable al acusado sin que haya duda razonable y en tal situación, cuando hay duda, es deber de la corte fallar a favor del acusado. De manera que, en conformidad con el artículo 325 de la Ley del Procedimiento Criminal, el jurado halla al acusado inocente.

—¡SÍ! —exclamó Bradley en una explosión de júbilo alzando los puños.

Suzaku cerró los ojos con fuerza y hundió la barbilla en la garganta. Estaba sintiendo pesados el corazón, los pulmones, el estómago y los intestinos. Hubiera dado todo por desmoronarse allí mismo sobre sus rodillas. Pero no podía hacer eso. Se conformó engarzando los dedos en las hebras onduladas de su cabello. Kallen sintió sus esperanzas desvanecerse bajo el horror. Un sentimiento de desolación oprimía su pecho. A Milly, Shirley y Rivalz se les desencajó el semblante. Bradley sacudía la mano de su abogado entre las suyas, agradeciéndole por su trabajo en el fervor del momento. 

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A medida que el bullicio iba expandiéndose, el silencio se estrechaba más entre los amigos de Lelouch. Enloqueciéndolos. Fue Rivalz quien verbalizó el pensamiento que todos compartían:

—Esto es una mierda.

—¡Suzaku tiene que apelar! —chilló Shirley—. ¡Esto no puede quedarse así! ¡Es un asesino, un secuestrador y un chantajista! ¡Alguien así no puede andar suelto!

—¡Aj! Maldición —gruñó Milly, chequeando su celular que había puesto en modo silencio. Tenía varias llamadas perdidas del jefe de redacción—. Discúlpenme un segundo...

La rubia apretó cariñosamente el hombro de la atribulada Shirley, se irguió y se fue en busca de un lugar más tranquilo para llamar a la estación. Los demás decidieron salir del auditorio instantes después.

—¿Rolo no ha encontrado a Lelouch? —preguntó Rivalz a Kallen.

—No, no me ha mandado ni un mensaje.

—¡Pobre Lulú! Estará tan deprimido que no querrá ver a nadie —gimió Shirley.

—Sí, quizás quiere estar solo. Cuando quiera vernos, se comunicará con nosotros o aparecerá —coincidió Kallen.

—¡Este día no hace más que empeorar! —se quejó Milly, uniéndose a ellos—. El presidente Charles ganó las elecciones. Ahora mismo, dará una conferencia de prensa para agradecer a sus partidarios y festejar su triunfo. El jefe quiere que tú y yo movamos el culo hasta allá y formemos parte —ella señaló a Rivalz ladeando la cabeza y cruzando los brazos.

—Bueno, vamos entonces —musitó él, llevándose las manos detrás de la cabeza—. Despidan a Lelouch de nuestra parte. Díganle que nos hubiera gustado hacerlo personalmente.

—Está bien —asintió Shirley, comprensiva—. De todos modos, este veredicto ha matado la noche. No se me antoja regresar a casa. ¿Quieres ir a un bar y beber tequila conmigo, Kallen? ¡Yo invito!

—Lo siento. Me dejé algo pendiente en el bufete. ¿Lo posponemos para otro día?

—¡Oh, me hubiera gustado que vinieras! Entiendo. No hay problema. Lo...

La pelirroja partió en ese mismo punto como alma que lleva al diablo, dejando a Shirley con las palabras en la boca. Anonadada por la extraña prisa de Kallen, Shirley miró a sus amigos en busca de respuestas; sin embargo, sus expresiones denotaban una mayor confusión. Kallen tuvo que luchar por abrirse paso a punta de codazos para llegar a las escaleras. Bajó corriendo.

Cruzó la puerta giratoria del palacio de justicia y siguió adelante. A las afueras del edificio, se arremolinaban un enjambre de reporteros que informaban la infame sentencia del ansiado juicio que concentraba la atención de toda la ciudad. Algunos lo hacían desde la perspectiva del acusado, otros bajo el punto de vista de la víctima y unos cuantos daban la noticia evitando parcializarse con alguno de los dos bandos. En todo caso, todos enfatizaban algo en común: «En Pendragón se ha hecho justicia».

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La gente de Pendragón se retorció de adoración cuando el presidente Charles tomó el podio, en medio de sus dirigentes. Era como contemplar al mismísimo Odín con su cabello plateado y largo junto al resto de los dioses nórdicos. Bajo la frente, hundida pérfidamente, su mirada cruel y obstinada se paseaba por el gentío que adelantaban sus brazos hacia él con el inocente afán de tocarlo. En vano. La distancia entre los dioses y los mortales era un abismo insalvable. A su lado, estaba su asesora, Alicia Lohmeyer, sonriendo con verdadero éxtasis. El presidente Charles acercó su boca al micrófono.

—Disculpen la tardanza. Me acaba de telefonear la ministra Velaines. Quería felicitarme por el triunfo de esta noche. Fue una campaña extremadamente dura. Sin embargo, la ministra se equivoca en una cosa: este triunfo es mérito de todos; no mío. Ustedes votaron para que hoy pudiera estar aquí. Por lo tanto, este aplauso es para ustedes —proclamó el presidente—. Hoy no ha sido más que el verdadero comienzo de una transición a una era que revolucionará la tecnología, la ciencia, la infraestructura, la milicia y la economía, tal y como la conocemos. Pediremos prestado a los mejores y más inteligentes su talento para materializar este proyecto de reestructuración y crecimiento. ¡Nos convertiremos en la potencia que estamos destinados a ser! —arengó el viejo patriarca Britannia, a lo que siguió un conjunto de aplausos vigorosos y cálidos. Nunca nadie en este lugar había visto el nacimiento de algo tan colosal. Incluso el corazón del más escéptico saltó de la emoción con el rugido del león. En su interior, se cocía el presentimiento de un radiante porvenir—. ¡Trabajaremos codo a codo con nuestras fuerzas de seguridad para restaurar el orden! Empezando por capturar a Zero, que se ha desprendido de su máscara de héroe, revelándose como un peligroso y astuto asesino. No le permitiremos que siga arremetiendo en contra de nuestras instituciones ni que siga tomando la justicia por sus propias manos. Confíen en mí. ¡Zero es nuestro enemigo público!

—¡Zero!

—¡Miren, es Zero!

—¡¿Qué hace aquí?!

El presidente Charles levantó los ojos hacia donde todas las miradas se unían. Zero estaba en la terraza de un edificio. Su postura era erguida y majestuosa. Su capa ondeaba al viento. Su vista parecía escrutar la aglomeración; pero el futuro mandatario sabía, en el fondo, la verdad: Zero estaba mirándolo. Los labios del presidente tiraron de una mueca. Los guardaespaldas se amontonaron en torno a él, protegiéndolo. El fugitivo enmascarado se bajó de la cornisa y se fundió en la oscuridad. La gente gritó, alarmada. Todas las unidades se precipitaron a dar caza a Zero. No lograrían encontrarlo. La noche cómplice se encargaría de cubrir sus huellas.

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La tela resbaló delicadamente por su hombro desnudo y el resto de la camisa blanca la siguió hasta el suelo de azulejos del baño. C.C. metió despacio un pie en el agua cristalina, luego el otro, se encorvó hacia delante y se sentó en la tina. Se cercioró de la temperatura jugando con el agua, remojándose hasta los codos, acopiando un poco en su palma y dejándola caer entre los dedos. Estaba tibia. Ideal para bañarse; pese a que esa no era la idea. C.C. alargó la mano y cogió el mango de su amiga afilada. Este sería el sexto intento y el definitivo. No había ido al juicio esa mañana. Su cinismo tenía un límite. Por su culpa, Nunnally estaba desaparecida y Lelouch, destruido. Si llegaba a descubrir la verdad, la odiaría y ella no poseía herramientas para lidiar con esa situación. Antes no le preocupaba la posibilidad, la veía muy remota como el pico de un iceberg: diminuto, lejano, sencillo de esquivar. Ahora, ese iceberg estaba debajo de ella, y había chocado contra él sin medir en qué instante se había acercado tanto.

El primer contacto de C.C. con la muerte había sido cuando era una niña pequeña. Llevaba varios días sin comer y sin beber. El estómago se le encogía y no tenía fuerzas para caminar, por lo que durante una noche se acomodó en unos escalones de piedra para descansar. Al día siguiente, despertó en las instalaciones secretas del Proyecto Geass. Si ellos no la hubieran rescatado, habría muerto de hambre o de frío o deshidratada. C.C. recordaba su aspecto en aquella época. Las costillas le sobresalían agresivamente de la piel cual si fuera el relieve de la cordillera de los andes. La vida imitando el arte. C.C. observó que su vientre ahora estaba tan tierno que incluso el pellejo de un ternero era más duro igual que entonces. El sinnúmero de cicatrices que tenía repartidas en el cuerpo y las sustancias insanas que se había metido en el organismo no habían favorecido al mejoramiento de su aspecto, dejándola delgaducha y constantemente resacosa. ¡Cuán distinto hubiera sido todo si el profesor Asplund y su equipo habrían acogido a otro niño de la calle! La mujer había intentado reencontrarse con la muerte en cinco oportunidades. Ahorcándose, ingiriendo una mezcla mortal de barbitúricos, saltando a los rieles del metro, rasguñándose la garganta con las uñas y, obvio, cortándose las venas. Su confidente, Lloyd y Mao frustraron sus intentos, movidos por sus propios fines egoístas. De la misma forma que Schneizel y Charles. Era su instrumento. Un objeto como el cuchillo que sus manos sostenían y que usaría para quitarse la vida. C.C. apoyó la punta del cuchillo en su muñeca y picó. Sus labios se torcieron. La sangre escocía. Algunas gotas se disolvieron en el agua. Cabeceó como tratando de exiliar todos los pensamientos distractores. Continuó rasgando. Sus ojos se anegaron de lágrimas. Dolía mucho. Pero, ¿qué? ¿La cortada o todo lo que renunciaba? En absoluto. No tenía nada ni a nadie que dejar atrás y ya su venganza no le importaba. De cualquier forma, iba a hacerlo. Lo había acordado. Solo lo estaba adelantado.

El hilo de sangre se escurría más a lo largo de su brazo mojando su codo. Estaba formándose un manantial rojo. Urgida por la necesidad de acelerar el proceso, C.C. se hizo otro corte con la mano temblorosa en el otro brazo. Esta vez le costó más. La fuerza se le estaba escapando de los dedos y no podía concentrarse bien. También el agua estaba obstruyendo su vista. No lograba ver qué hacía. C.C. gimió. Se enjugó las lágrimas desesperada. De pronto, una cosa negra atravesó velozmente cortando el aire y el cuchillo se le resbaló de las manos. ¿Qué fue eso? ¿Una mosca? Temerosa, alzó los ojos topacios. Allí, en la arista que aunaba las paredes, rayando en el techo, estaba una mariposa negra. Era fea y enorme. Por largo rato, la bruja se quedó mirando a aquella intrusa imperturbable. No batía las alas. No se acomodaba en una mejor posición. Estaba totalmente estática. C.C., no. Procuró ignorarla y volver a la suyo; no obstante, no pudo. Había algo inquietante en aquella presencia ominosa que había acaparado su atención. Sin desearlo, se ensimismaron en un duelo de miradas. Cruzó por su cabeza, no sin cierta sorna, la idea absurda de que la mariposa proferiría en el momento más inopinado: «nunca más». «¿Cómo habrá entrado?». Debió entrar por alguna de las ventanas entreabiertas de la sala, pues la única ventana del baño estaba cerrada.

A la postre, C.C. se paró, salió de la bañera y se vendó ambos brazos con lo que había en el botiquín de primeros auxilios para detener la hemorragia. Vencida por su condición mortal ante la superioridad de aquel funesto animal. Su conocimiento sobre mariposas era modesto, bien que tenía experiencia de primera mano con la sensación de vivir encerrada. C.C. abrió la ventana y esperó. La mariposa no se movió, como si no se hubiera puesto al corriente de que la ventana se había abierto o no le importara. C.C. realizó algunos gestos exagerados a fin de espantarla y ahuyentarla. La mariposa no se inmutó. Es más, hizo caso omiso de ella. Su frialdad la lastimó. «No solo es fea, es estúpida, además». Frustrada, C.C. cogió una toalla y se arropó con ella. Salió del cuarto. ¡Sexto intento abortado por una tonta mariposa! Se rió con los labios apretados. Soplaba un viento violento. Las cortinas se balaceaban espasmódicamente. La televisión estaba prendida. Había una caja de pizza y una bolsa de Cheetos tiradas en el piso. Esa había sido su desayuno y su almuerzo. La Wicca esparció la mirada, a la par que se abrigaba más. Hacía un frío infernal. Se fijó que estaban retransmitiendo el discurso del presidente Charles por haber ganado las elecciones. Zero había mostrado su máscara por ahí, al parecer. «¿Lelouch?». Llevada por la inercia, ella se aproximó. Algunas cámaras captaron a Zero desaparecer brincando de edificio en edificio. «No, no es él. Entonces, ¿quién es?». C.C. siguió la carrera de Zero con la mirada hasta donde alcanzaron a grabar las cámaras. Aquel Zero era ágil. Sonrió ante la manera ingeniosa en que burló a los policías. El día había nacido envuelto en tinieblas y había muerto con la aparición sorpresa de Zero. Podía sentir su corazón palpitar loco de emoción. Esto era de lo que hablaba Lelouch. Esto era Zero. Tal vez la luz más cálida podía nacer en la noche más oscura.

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Fiel a su palabra, Suzaku se había reportado con el fiscal general sobre el resultado del juicio y entregar su carta de renuncia. Sin más dilación, fue a empacar sus cosas en la oficina. Cécile se opuso ferozmente. Intentó convencerlo de ir con el fiscal Waldstein y suplicar una segunda oportunidad. Suzaku se negó. Había hecho una promesa y pensaba cumplirla. Honestamente, era lo mejor. Un fiscal con una reputación en entredicho podía proseguir renqueando durante una temporada mientras era vigilado por sus colegas como lobos hasta que acabara expulsado por el bien de la manada. Forzándose a verle el lado positivo, ya no trabajaría más para aquel sistema corrupto. El presidente Charles había sido electo nuevo jefe de Estado y él había sido despojado de todo su prestigio y honor como fiscal. Supuso que sus servicios no volverían a ser requeridos por los Britannia.

Suzaku regresó a casa. Derrotado. Arrastró una caja de licor que tenía debajo de la mesa de té y la colocó encima. Había comprado dos la semana pasada. Anhelaba que quedaran botellas. La destapó. Lo confortó que así fuera. No tenía ánimos para desempacar lo que había traído de su oficina, por lo que se sentó con las piernas cruzadas en el suelo y sacó las botellas una a una. Siempre había visto como los baristas servían cócteles, y nunca se le ocurrió tomar notas. No tenía idea de cómo preparar uno. Consultaría en internet más tarde. Descorchó la botella de ginebra y la bebió directamente. Un largo trago. Le hubiera gustado tener a alguien con quien compartir su licor. No molestaría a su padre afectivo. Era posible que estuviera trabajando. Le avergonzaba que Cécile lo viera en ese estado. No quería que se formara ideas erróneas. Si llamaba a Anya y Gino, quizá preguntarían por el trabajo y el juicio y no quería revivirlo ni contarles que estaba desempleado. Shirley era muy intuitiva y temía que presionara hasta que escupiera todo creyendo que así lo ayudaría a desahogarse, y Suzaku únicamente deseaba beber y olvidarse de todo. Euphemia estaba muerta. Kallen lo odiaba. Y Lelouch... Lelouch hubiera sido el indicado para una noche de copas. Era su mejor amigo. Comprendía mejor que él sus necesidades. No podía llamarlo, por más que quisiera. Era la última persona que quisiera ver en ese momento, considerando la manera catastrófica en que perdió el caso y en que le falló miserablemente. Huelga decir que Suzaku continuaba resentido con él por las mentiras y las manipulaciones.

Suzaku apuró la botella. Ya ansiaba descorchar la siguiente. Sintió el líquido perderse en sus entrañas. Dentro de un rato, él iba a perderse también. Había coqueteado con el alcohol por semanas. Decidió que era el momento para consumar la relación.

Suzaku despertó tumbado en el salón entre el sofá y la mesita de té con una fuerte migraña y la visión borrosa. En algún punto, se había desmayado de tanto beber. La oscuridad se había tornado más espesa. ¿Qué hora era? Quién sabe, había perdido la noción del tiempo. Suzaku se repuso con torpeza. No quería resbalar con alguna de las botellas y caerse estúpidamente. De modo gradual, su vista fue aclarándose. La caja seguía en la mesita, había una botella ahí, la abrió y bebió un trago. Fue un gesto mecánico. Últimamente, no pensaba al beber. Quiso ingerir otra vez. Se abstuvo. Primero, iba a ducharse y a cenar. Así el licor no le quemaría el estómago. No era bonita la sensación. Recogió las botellas, iba a botarlas en la papelera que tenía en la cocina cuando vio que estaba al tope. Puso mala cara. No le apetecía cruzarse con los vecinos. No le gustaba las miradas de reproche que le echaban. ¿Acaso estaban tan libres de pecados ellos para arrojar piedras? Como sea, esas botellas no iban a desecharse solas.

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Suzaku salió y arrojó el contenido de la papelera y las últimas botellas por el ducto de basura. Su corazón pegó un vuelco cuando se encontró con los orbes violetas e inyectados en sangre de Lelouch. Suzaku dio un respingo ¡Maldita sea! Frunció el ceño al recobrarse del susto.

—Te dije que no eras bienvenido —refunfuñó Suzaku—. Largo de mi casa.

—Perdiste el juicio —rumió Lelouch.

—Sí, ¿y? Dije que iba a ayudarte, no te prometí ganar que yo recuerde —replicó rudamente.

Suzaku entró al apartamento. No tenía intención de quedarse a charlar. Lelouch lo siguió.

—¿No eras tú la voz de las víctimas? ¿No era tu deber acusar y encerrar a los criminales? ¿O todo era una mentira? —le preguntó con encono.

—Mira, lo intenté, ¡¿sí?! —lo encaró tras devolver la papelera a su lugar—. Era un caso muy complicado. No había evidencia directa que vinculara a Bradley con los crímenes.

—¡¿Y fue por eso que creaste una?! —apuntó sonriendo con amargura. Tenía el ceño abajo, por lo que la sonrisa le dio una pincelada siniestra a su aspecto—. No, Suzaku, tú no perdiste porque el abogado Gottwald fuera más listo o solo había evidencia circunstancial, tú perdiste porque fabricaste evidencia. ¡Te perjudicaste de la forma más idiota que existe!

—¡No tenía opción! ¡Había que atrapar al asesino! —se defendió, energúmeno. Estaba harto de que lo juzgaran, no se lo iba a tolerar al embustero y traidor de Lelouch—. Entre todas las personas, no eres nadie para señalarme...

—Mis métodos para obtener evidencias que favorecieran el veredicto que yo quería no eran limpios, pero tampoco eran ilegales —lo atajó Lelouch—. Fuiste más lejos de lo que yo fui. ¿Con qué moral te atreves a dictarme cátedras cuando usas métodos despreciables para lograr resultados? ¡¿Qué te distingue de los otros fiscales corruptos, Suzaku Kururugi?!

—No me compares con ellos —masculló.

—¡Ah, cierto! Solo eres el perro faldero del presidente Schneizel, el hombre que asesinó a tu amada, y del presidente Charles, el hombre que mandó a asesinarnos a mí, a Nunnally y a mi madre —se ensañó con crueldad—. Dime, Suzaku, ¿cómo pudiste elegirlos a ellos sobre mí?

—¡Fue por los ciudadanos de este país! —vociferó Suzaku, tan alto que se asustó de romperse su voz—. Te lo dije en la veterinaria de Shirley. ¡Sin su apoyo habría transcurrido años para que pudiera tener el poder con que ayudar a mi pueblo y cambiar el sistema judicial!

—Bien, ¿por qué no eres fiscal de distrito? ¿Qué cambio lograste aliándote con mi enemigo? —lo interrogó. La impotencia azotó las facciones de Suzaku que no tenía como contestarle—. ¡Ninguno! —escupió entre dientes—. ¿Y sabes por qué? ¡Porque eres un cobarde!

—¡¿Cobarde?!

—¡Un cobarde! —repitió Lelouch—. Un cobarde que vive aterrorizado de su propio reflejo. Tu decisión de convertirte en fiscal no provino de las necesidades de los ciudadanos, ¡provino de tu arrepentimiento por matar a tu padre! —rugió. A Suzaku le tembló el labio. Reculó ante el inminente avance de Lelouch—. Si cometer un crimen era el único modo que tuviste para salvar dos vidas, ¡debiste hacerlo y aceptar el castigo! ¡No consentir que Tohdoh se manchara con tu mierda para encubrirte! ¡Asume tu responsabilidad y deja de mentir! —exigió—. ¡Tu fachada de fiscal honesto y desinteresado no es más que un sudario para ocultar tu vergüenza y tu egoísmo! —le reconvino. Suzaku no se fijó que cosa estaba detrás de él y tropezó con el mueble, por lo que se resbaló y se desmoronó. La pequeña maceta donde estaba plantado el bambú artificial que le había regalado Euphie se bamboleó peligrosamente cual si estuviera en una cuerda floja y el portarretrato con la fotografía de Lelouch y Suzaku de aquel día que escalaron una colina se hizo añicos en el piso—. No fue hasta que Euphemia vino y te dio un propósito...

—¡No tienes el derecho de pronunciar su nombre con tu sucia boca! —gimió Suzaku—. ¡Eso no es verdad!

—¡Claro que lo es! —lo rebatió—. En el fondo de tu corazón, sabías que cambiar el sistema era una fantasía. En el fondo, codiciabas el poder, ¿de verdad nunca soñaste con remplazar a Waldstein y ser quien se sentara a la derecha de Charles zi Britannia? ¡Acéptalo, Suzaku! —lo desafió, provocador—. ¡La razón por la cual me odias es porque yo soy tú!

—¡No es verdad! —insistió Suzaku, partiéndosele la voz.

—La diferencia entre tú y yo es que reconozco lo que soy —siseó Lelouch, humedeciéndose los labios con su lengua bífida con que urdía mentiras cada dos por tres—. ¡Tú eres un maldito hipócrita!

La acusación lapidaria mordió a Suzaku como los colmillos de una serpiente y se disparó en su sistema como una ardiente ponzoña, embriagándolo de locura. Suzaku se aventó sobre él. Brutalmente le encajó sus nudillos en su nariz. Dirigió todos sus puñetazos a su cabeza. Iba a reventarlo a golpes. Lelouch se rió como si le divirtiera la paliza que le estaban descargando. Las carcajadas locas de Lelouch, intensificaron la ira de Suzaku contra él. Siguió golpeándolo solo que ahora estaba motivado a cerrarle la boca. Pero Lelouch no se calló ni cuando estaba borboteando sangre por la boca ni su rostro estaba abollado a raíz de tantos puñetazos, a tal grado que los músculos debían dolerle a la más mínima contracción. Lelouch no luchó contra Suzaku ni intentó desasirse de su agarre. Golpearlo no le proporcionó ningún placer ni calma a Suzaku, por otro lado. Nada más sentía odio porque había perdido todo por él y por lo que estaba a punto de convertirlo. Ahora, iba a acabar lo que empezó.

Agarró uno de los pedazos del vidrio del portarretratos roto y se lo clavó. Lelouch se arqueó. Contra su voluntad, exhaló un grito estrangulado y las risotadas cesaron. Sus pupilas se le dilataron. Suzaku ahondó más en la herida con el pedazo de vidrio hasta pulverizar la resistencia del diablo. Lo hizo. Suzaku gateó hacia atrás y lloró convulsivamente, acezante y horrorizado por su propia violencia. ¡Había matado a su mejor amigo! La sangre en sus manos lo confirmaba. ¡No! ¡Había matado al demonio! ¡Sí, eso hizo! Suzaku se apresuró a limpiarse con su camisa. ¡Qué gran imbécil! Ahora tenía que deshacerse de ella. Bueno, era mejor que lo hiciera. La sangre siempre dejaba un rastro. Se sacó por arriba de la cabeza la camisa y la encestó en la papelera. La quemaría, pero le urgía beberse un trago. ¡¿Dónde estaba la botella?! ¡No importa! Compraría más. La suerte lo había bendecido ubicando una licorería en la cuadra de enfrente. Podría realizar la compra si iba ya mismo.

Suzaku corrió a su cuarto, se puso otra camisa y se fue a la licorería dando traspiés. No miraba por donde caminaba. Su mente estaba en otra parte. Específicamente, en su apartamento. Un coche le perdonó la vida al cruzar la calle frenando de pronto. Suzaku ni se dio cuenta. En la licorería, cogió una botella de vino blanco Chablis, cuatro botellas de ginebra de Gordon's y una caja de cervezas Blue Moon. No era su marca favorita de cerveza. De todas maneras, era el menor de sus problemas. Tan solo quería llenarse la tripa con alcohol. El que fuera. Tenía cosas más imperiosas en qué pensar como, por ejemplo, ¿qué haría con el cadáver que estaba en su apartamento? Suzaku acudió a la caja para pagar.

—Por favor, cárguelo a mi cuenta —informó a la cajera.

—Sí, señor —asintió ella sin mirarlo.

Suzaku engarzó los pulgares en las presillas de su pantalón y dio unos suaves golpecitos con la punta del zapato en el piso. Detrás de la cajera estaba la televisión encendida. Según parece, Zero había hecho acto de presencia durante el discurso de victoria del presidente Charles.

—Señor, son... ¡Oh, dios mío! ¡Está sangrando!

Atraídos por el aullido de la mujer, los demás clientes en la licorería se volvieron y gritaron. Suzaku dejó vagar los ojos de un lado al otro. Sin entender muy bien la causa del horror. Fue cuando se encontró consigo mismo en el espejo detrás de la cajera. Había una flor roja en su abdomen. Pasmado, se subió la camisa, tenía una herida exactamente en la zona donde había apuñalado al diablo. Recordó que no había sacado el pedazo de vidrio de Lelouch. ¿Quizá...? Impulsado por su sospecha, Suzaku se introdujo los dedos en la herida y se extrajo el pedazo. Se le escapó un jadeo. ¡Estaba seguro de que vería al diablo cuando tuviera frente a frente al asesino de Euphie! En realidad, el diablo todo el tiempo estuvo allí en el espejo. Era él mismo. Y ahora que lo sabía fue su turno de reír como un desquiciado y de llorar como un desdichado. La licorería giró sobre su eje a una velocidad vertiginosa que lo mareó.

Súbitamente, todo se apagó.

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Lelouch había estado errando ansiosamente por una de las arterias principales de Pendragón, con las manos en los bolsillos, un cigarrillo en los labios y la mirada persiguiendo la mancha deforme y lóbrega que proyectaba su figura sobre la vereda. Divagaba en la recreación de la escena del crimen de su madre. No había resultado como quería. En vez de tener el escenario claro, tenía más dudas. ¿Charles no había contratado a Villetta para fabricar evidencias? ¿Por qué fue solamente para suspender la búsqueda de Naoto Stadtfeld? Lelouch recordaba haber escuchado a Villetta murmurarle al oficial que estaba con ella que el presidente de Britannia Corps movilizó sus influencias para adelantar la cremación de su madre. Siempre había dado por sentado que fue para evitar la autopsia, lo cual no tenía sentido en caso de que Marianne, en efecto, se hubiera suicidado ni que Charles se hubiera empeñado en destruir el expediente. A ciencia cierta, habría ayudado al argumento de la defensa. ¿Y si fue para encubrir que hubo un intercambio de cuerpos? Dado que la mujer de la foto se voló la tapa de los sesos, su rostro quedó desfigurado; así pues, Charles tenía una razón para querer deshacerse de la evidencia. Si su teoría no estaba lejos de lo que sucedió, ¿por qué habría tenido que intercambiarlo? Las ideas se le embrollaban en el cerebro y no saltaba a ninguna conclusión satisfactoria.

La acera por la que transitaba distraídamente desembocó en una plaza. Lelouch vio a su izquierda una tienda electrónica. En el aparador estaban apiladas varios televisores. Todos sintonizaban el discurso triunfal de Charles y cómo la ceremonia fue saboteada por Zero. Todavía le resultaba extraño verse a sí mismo fuera del traje de Zero.

—¡Ah, ahí estás! —exclamó la voz desapasionada de Rolo—. He tenido que poner la ciudad bocarriba para localizarte. Eres muy escurridizo cuando te lo propones. Dejaste a la abogada Stadtfeld, a la señorita Sonozaki y a tus amigos preocupados. Les consternó que te marcharas a mitad de juicio cuando ni la defensa ni la fiscalía habían dado su alegato final. Lamento ser yo quien te reporte que el jurado no dictó a nuestro favor. La abogada Stadtfeld me notificó.

—Lo imaginaba —respondió, inhalando el humo del cigarrillo. 

—Ya veo. Eso explica por qué te retiraste, ¿no? Mejor así —afirmó, condescendiente—. El fiscal Kururugi te había traicionado, tus hombres también, era demasiado doloroso ver cómo te fallaban una vez más. ¿No es una trágica ironía que los que creíste que eran incondicionales te traicionaron por sus intereses personales y yo que empecé como espía me quedé a tu lado por la misma razón? Te puedo jurar, sin embargo, que mi afecto es honesto. Tú y Nunnally me abrieron sus generosos brazos y me dieron un lugar en su familia. Me algo más valioso que el dinero: un sentido a mi vida. Ahora que solo nos tenemos el uno al otro, no te tienes que preocupar de nada. En adelante, yo cuidaré de ti en nombre de Nunnally como tu pequeño hermano.

Lelouch no se conmovió ante esas palabras. Rolo había asesinado a Euphemia y quién sabía a cuántos más. Por él, había ido preso. Era un espía y un asesino. Si bien era cierto que gracias a él pudo salvar a Nunnally en el primer intento de secuestro, no pasaba por alto que le ocultó que estaba visitándola. ¡¿Por qué se había acercado a ella?! ¿Qué intención perversa entrañaba? Sea como fuere, sus planes se mantenían en pie: sacaría todo el provecho que podía a Rolo y se desharía de él. La idea malévola le arrancó una sonrisa enigmática que Rolo malinterpretó ingenuamente creyendo que estaba agradeciéndole su lealtad. Lelouch dejó caer el cigarrillo y se giró hacia el aparador.

—Fue C.C. —agregó Rolo, sintiendo la bilis rascar su garganta.

—¿Ella fue qué?

—Quien ordenó asesinar a Nunnally. Ella manipuló a Luciano Bradley. Lo convenció de que la única forma de socavar tu determinación era eliminando tu talón de Aquiles. Ella argumentó que el presidente Schneizel era incapaz de dar la orden por ser un hombre familiar y amable, lo que a los ojos de Bradley es lo mismo que débil. No tuvo que realizar grandes esfuerzos para demostrar que estaba en lo cierto. El presidente nos ordenó solo trasladarla a la mansión. Quería que la tratáramos como una invitada. C.C. pensó que si perdías al ser que más amabas y creías que Britannia lo hizo, la oscuridad te consumiría hasta convertirte en un monstruo —indicó. Rolo hizo una pausa para tomar aliento—. ¿Qué harás con lo que te acabo de revelar? —lo interpeló él, abriendo los ojos más de la cuenta. A Lelouch le recordó esa forma que tienen los cachorros de pedirles croquetas al amo por hacer bien una pirueta.

—Ese asunto solo me concierne a mí —esclareció Lelouch que no había terminado de digerir la confesión—. ¿Cómo te enteraste de esto?

—Porque la escuché hablando con Bradley en la mansión y porque ella me lo propuso a mí.

—¿Y tú aceptaste?

—Decliné —mintió Rolo—. Sé cuánto la amabas. No podía hacerte tal cosa. Me odiarías.

Rolo sabía que no iba a poder sortear a la preguntar; pero, aun así, quería contarle el complot. Lelouch no era el único que estaba fatal por Nunnally. Ansiaba que C.C. fuera castigada.

—¿Fue por eso que empezaste a frecuentar a Nunnally?

—Sí. Quería conocerla mejor.

Esa respuesta no era del todo una mentira. En verdad, tenía interés por Nunnally. C.C. parecía ser una buena razonadora. Pero quería comprobar por sí mismo si era suficiente con matarla. Además de que se sentía a gusto con su compañía, aunque nunca lo admitiría abiertamente.

—¿Por qué no me dijiste que C.C. conspiraba a mis espaldas?

—Porque confías tanto en ella y tan poco en mí que no sabía con seguridad si ibas a creerme. Te digo esto porque mereces estar al tanto de la verdad y porque quiero hacerte entender que puedes confiar en mí, que no soy como Kururugi ni Minami —explicó. Lelouch miró a Rolo por un minuto largo, entornando sus ojos almendrados. Así parecían más rasgados. Rolo optó por cambiar de tema, aclarándose la garganta. A veces lo incomodaba su mirada aguda como punta de alfiler—. También asumo que sabes que el presidente Charles se coronó victorioso en las elecciones.

—Sí.

—¿No es curioso que Diethard Ried haya muerto en estas fechas tan cruciales? —comentó—. No había falta. Ried no tenía escapatoria. Estaba acusado por cargos de posesión de drogas y sobornos. Iban a darle una buena sentencia. Pobre infeliz. Le hubiera gustado que su muerte encabezara los periódicos y fuera la noticia principal del día. Amaba ser el centro de atención.

—¿Posesión de drogas? —inquirió, lanzándole una mirada interrogante a su interlocutor.

—¡Sí! A última hora, la fiscalía obtuvo pruebas irrefutables de ello enviadas por un remitente anónimo. La abogada Stadtfeld y yo pensábamos que tú habías sido. ¿No fuiste tú?

—No...

https://youtu.be/f_6_V57cOMo

¿Quién pudo haber sido el remitente? ¿Quién podía haberse beneficiado del arresto de Ried? Era un reportero sensacionalista, sí, de seguro que había más de una persona enojada contra él, pero ¿a ese punto? Asimismo, Ried era un reportero que manejaba valiosa información e incontables secretos. «¿Quieres tener a alguien a tu merced? Aprende a conocer sus secretos». ¿De quién podía saber tanto Ried que tenía que perder? La mirada de Lelouch se abstrajo en las pantallas. Charles era el protagonista en todas. De alguna manera, se extravió observando esos ojos tan penetrantes como estanques negros y sin fondo. Su piel era fúlgida como si una suerte de luz divina hubiera descendido sobre él. Y fue entonces que le sobrevino la epifanía. Los engranajes de su mente comenzaron a funcionar. El cigarrillo se le cayó de la boca. ¡El anónimo era la misma persona que le envió aquella caja con evidencia contundente de los aliados de Britannia Corps! ¡La misma que testificó en su juicio! La misma que había estado ayudándolo desde las sombras. Lelouch se maravilló de su propia pendejez. ¡Qué estúpido! ¡Qué jodidamente estúpido había sido! 

—Fue Charles...

—¿Qué pasa con el presidente Charles?

—¡Fue Charles quien despachó la evidencia de la posesión de drogas a la fiscalía!

—¿Qué? —lo cuestionó Rolo frunciendo el ceño—. Eso no...

—¡Sí, sí puede! —ladró Lelouch, dominándose por las diferentes emociones encontradas—. Charles estuvo usándome durante estos malditos años. ¡Él sabía que yo iba a regresar! ¡Sabía de mi cruzada y la utilizó para su beneficio! ¡Por eso no me mató; por eso me ayudó sin pedir nada! ¡Allané su camino a la presidencia, deshaciéndome de casi todos los que conocían sus más sucios secretos por él!

—Pero, y perdóname por dudar de ti, querido hermano, si eso fuera cierto, ¿no supondría un grave riesgo para él ya que es tu objetivo a largo plazo?

—No lo es —disintió él, articulando las palabras lenta y concienzudamente como si estuviera enamorado de ellas—, porque soy la sangre de su sangre...

Lelouch volvió a sumergirse en la profundidad de aquellos ojos conteniendo la respiración. En ellos parpadeaba una chispa como si fuera un mensaje encriptado enviado solamente a él para su decodificación. Un mensaje que decía: «¿Por fin ves, Lelouch? Te creías que eras el rey del ajedrez cuando no fuiste más que mi peón». Los latidos del corazón de nuestro héroe se incrementaron al ver como las piezas del rompecabezas encajaban. Inclusive el detalle de cómo era posible que Charles haya podido dejarle una caja en su propia oficina. Alguien tuvo que ser su cómplice y Rolo se lo había dicho minutos atrás.

Todo tenía jodido sentido.

https://youtu.be/_79MaU8sN8s

En la herbosa cima de una colina escarpada se levantaba una lúgubre e inexpugnable fortaleza que siglos atrás había sido el hogar de señores poderosos. El tiempo no había mostrado piedad con la fortaleza demoliendo sus hermosos torreones e imponentes almenas, privándola de su antiguo resplandor. Las piedras de los muros se hallaban derruidas, las tablazones se habían vuelto en comida para gusanos, la maleza invadía los patios, los muebles se habían podrido y los tapices se habían deslucido; pero, los muros arropados con muros albergaban historias que contar, razón por la cual la fortaleza se había convertido en un punto de interés que era frecuentemente visitado por los turistas de día. De noche, era la sede de un culto secreto que cada tanto iba para orar a su dios. Lloyd no se consideraba un hombre de fe. No había creído en el Dios cristiano ni tampoco había profesado religión alguna. A su juicio, los dioses eran falacias concebidas por los hombres en su necesidad de aferrarse a creer en algo a falta de la ciencia. El presidente Charles y él compartían ese pensamiento. Por lo tanto, tenía curiosidad ya que hasta esa fecha lo poco que sabía se lo participó el presidente. Lloyd no afrontó ningún inconveniente al infiltrarse entre los cultistas, lo que le permitió observar por sí mismo una reunión «común».

—...La hora cumbre se está acercando, queridos míos —arengaba la lideresa del culto—. El representante de los dioses y legítimo gobernante entre los hombres pronto descenderá y con Él llegarán 101 ángeles bebés para poblar la tierra. Será el inicio de una era gloriosa y llena de abundancia. No habrá más guerra ni hambre ni dolor. Nuestro pueblo que andaba entre la oscuridad por fin verá la luz cuando su reinado comience. La expansión de su gobierno y su paz no tendrán límites. La muerte ya no nos será temible porque Él nos abrirá las puertas de los cielos y nos compensará con la vida eterna; pero solo aquellos que entren a mi iglesia y lo abandonen todo serán los bendecidos. ¡Demuestren su lealtad a dios!

A Lloyd lo repelió esa visión de aquellas personas golpeándose el pecho y haciendo repetidas y exageradas reverencias. A veces alzando las manos vigorosamente. La expresión de éxtasis en los rostros de los feligreses le resultaban grotescas. El humo blanquecino que despendían las velas y los convulsivos rayos que el fuego proyectaba en los viejos muros rezumantes de humedad recrudecían la tenebrosidad y la inquietud del lugar. Lloyd se cuestionó en su fuero interno si acaso no había entrado por error a un fumadero de opio. Para cuando la multitud de fieles hubo desaparecido, quedaron el profesor Asplund y la lideresa. Era una mujer joven. Si bien, llevaba una capucha blanca, su pelo oscuro y sus ojazos de amatistas revelaban unas encantadoras facciones. Al vislumbrar a Lloyd, una sonrisa de tiburón apareció en los labios carnosos.

—Hola, profesor Pudín. Cuánto me alegra verte —lo saludó la mujer con su melodiosa voz—. ¿Vienes con un mensaje del presidente para mí? Lamento haberte obligado a esperar tanto.

—¡Oh, no! Está bien —la tranquilizó el profesor Asplund sacudiendo la mano y volviéndola a meter en el bolsillo—. Aposta vine temprano porque quería ver la Orden del Geass. Imaginé que sería como una secta religiosa.

Los ojos del profesor Lloyd volaron por los alrededores y se detuvieron en el estandarte con el símbolo de la silueta de un pájaro extendiendo sus alas.

—¿Te refieres a esas sectas falsas que se aprovechan de la ingenuidad de sus feligreses a fin de quitarle su dinero?

La lideresa no creía estar imaginando el matiz cínico en la voz mecánica del profesor Lloyd. Lo conocía lo suficiente para aprender a detectarla. No le molestaba. Su descaro era parte del encanto que tanto a ella como al presidente Charles le gustaban.

—Sí.

—Ya veo —dijo la mujer en tono comprensivo—. ¿Y encontraste lo que buscabas?

—Eso creo.

—En muchos sentidos la Orden del Geass es una secta religiosa —concedió—. La diferencia es que no estafamos a la gente. El príncipe prometido es real. Lo sabes como yo.

—Fue porque la ciencia lo hizo real.

—Con el patrocinio de la fe. Es más sencillo traficar con la fe que con la ciencia. La historia de la humanidad es la prueba de que la gente prefiere invertir en la fe.

—Ahí tienes un punto —ratificó el profesor Asplund con un ademán—. El presidente Charles cree que es hora de traer a Lelouch y hacerlo partícipe del proyecto. Ya ha pasado suficiente tiempo desde la activación del Geass de Lelouch.

—Esas son estupendas noticias —exclamó la lideresa, bajándose la capucha. Su largo cabello ondulado cayó sobre su espalda—. Son diecisiete años que no he abrazado a mi hijo.

FIN DEL SEGUNDO LIBRO

https://youtu.be/ro-__U-cYsQ

N/A: ¡Malvaviscos, hemos finalizado otra etapa en nuestra historia! Si me lo preguntan, la primera parte sirvió de introducción que plantó las bases sobre las que esta novela se construyó y la pregunta dramática. Por ello, este libro se titula Lelouch of the Revenge. La venganza que Lelouch ha estado tramando desde hace diecisiete años, finalmente se pone en marcha; sin embargo, la venganza no se limita a ser una búsqueda de la verdad movida por un hambre de justicia, es un viaje muy corrosivo. En Lelouch of the Return les presenté este mundo, y aquí lo he destruido. Asimismo, en el primer libro, procuré establecer a nuestros personajes, sus deseos, sus personalidades, sus motivaciones y sus posturas en este tablero de ajedrez. Me gusta pensar que la primera parte nos muestra la fachada de los personajes, en tanto que la segunda nos muestra sus capas más hondas; así como si ustedes se fueran a un bar y se toparan con ellos —Lelouch, Suzaku, Kallen, C.C., Schneizel, Charles y voy a incluir a Rolo—, por casualidad, los invitarían a beber, en principio, ellos se presentarían tal cual ustedes leyeron en el primer libro y luego, ya pasados de copas, les revelarían esta faceta que a simple vista no se percibe porque se encargan de ocultarlas. Es su lado sombra.

Con todo, el libro R2 tiene su propio eje temático que lo distingue de su predecesor: por ejemplo, el tema de las adicciones que va muy ligado a ese concepto de autodestrucción que mencioné en capítulos atrás. Suzaku y C.C. son los personajes que tienen tendencias autodestructivas. Aunque ese comportamiento en Suzaku está más definido en la serie; en C.C., no tanto porque su autodestrucción ya había comenzado antes del animé, con Suzaku, podemos definir los puntos en que empieza y acaba ese proceso. Por tal razón, mi C.C. ya era una fumadora empedernida, alcohólica y propensa a autoinfligirse, entre tanto, Suzaku desarrolla sus problemas con el alcohol a partir de este libro. El cigarrillo, el alcohol y las heridas autoinfligidas son los signos tangibles de cuán jodidos están estos personajes en su interior. Aun cuando nuestros tres personajes principales son Lelouch, Suzaku y Kallen, siento que C.C. tuvo una parte más activa porque ella está a unida a Suzaku y Lelouch por este tema. Eso no quita que Kallen tuviera gran importancia en el desenvolvimiento de los eventos.

Kallen y Schneizel siguen una ruta muy distinta. Kallen inició sin nada prácticamente en este fic y ha estado adquiriendo más y más conocimiento y poder desde que conoció a Lelouch y C.C. Schneizel, por otra parte, está luchando por conservar lo que tiene con uñas y dientes; irónicamente, lo ha logrado a costa de renunciar a ciertas cosas que no son poco relevantes. En conclusión, mientras Lelouch, Suzaku y C.C. se han ido a pique, Kallen ha estado ascendiendo y Schneizel se ha consolidado, incluso parece que más, ya que despedimos este segundo libro con la victoria avasalladora de Britannia Corps. ¡Los chicos malos ganaron y nuestros chicos buenos están arruinados! Ni siquiera la segunda temporada de Avatar: La Leyenda de Aang tuvo un final tan desolador (¿qué les puedo decir? Esto es un Angts y Code Geass es una obra trágica).

No es cosa del azar que la derrota de Lelouch fuera en el capítulo «Misericordia» y la de Suzaku, en los capítulos «Justicia (parte I)» y «Justicia (parte II)» (no hace falta que les explique el origen del título porque Kallen ya lo hace en la primera parte). Los títulos de los capítulos encierran una macabra ironía tanto para ellos como para los lectores. Eso sí, hay una diferencia en ambas derrotas que no voy a desentrañar, sino que dejaré que ustedes lo hagan.

Dicho esto, procedamos con las preguntas. Ya que estamos cerrando el segundo libro, centrémonos en el presente: ¿qué les pareció el juicio? ¿Se cumplieron sus predicciones y ganó quien ustedes previeron? (Me encanta que el segundo libro haya acabado de la misma forma que empezó: con un juicio, salvo que los resultados varían radicalmente). ¿Qué opinan de la adaptación de El Damocles en esta historia que de ser un arma es un proyecto infraestructural súper ambicioso? ¿Imaginaban que la discordancia entre los recuerdos de Lelouch y las evidencias de la escena del crimen implicaba que Marianne estaba viva o no establecieron esa conclusión? ¿Pronosticaron que Charles iba a ganar las elecciones? ¿Los engañó la ilusión de Suzaku y creyeron que había apuñalado a su examigo o intuyeron, desde el principio, que era otra las alucinaciones provocadas por el alcohol? (Les confieso que yo había barajado que Lelouch intentara suicidarse debido a la pérdida de Nunnally, pero luego me fijé que tanto Suzaku como C.C. iban a hacerlo; entonces me dije, ¿otro intento de suicido? No, mejor voy a irme por la línea argumental del anime). ¿Lograron adivinar que Charles fue quien envió la caja y que estuvo usando a Lulú todo este tiempo? ¿Cómo les quedó el ojo luego de las dos grandes revelaciones? ¿Cuál fue su escena favorita del capítulo?

Con relación a la segunda parte en líneas generales, ¿cuál arco de personaje les pareció más interesante atendiendo los acontecimientos del segundo libro? ¿Cuál personajes les gustó más su participación? ¿Cuál fue su capítulo favorito del libro R2? ¿Qué libro prefieren: Lelouch of the Return o Lelouch of the Revenge? ¿Cómo creen que se titulará el tercer y último libro de esta historia? Pista: empieza por Lelouch of Re...

Coméntenme todo lo que quieran de este capítulo y del libro R3, en general. Nos leemos el 28 de febrero con el prefacio del tercer libro en que conoceremos el título de la tercera parte de esta intrigante historia. ¡Se me cuidan todos! ¡Besos en la cola!

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