Capítulo 23: Justicia (Parte I)
Era la muerte del día y flotaba una niebla opaca y densa sobre Pendragón. Lelouch transitaba por el sucio y resbaladizo pavimento. A su izquierda, escuchaba el rumor del río y le llegaba el olor a hierba húmeda que se mezclaba con el fuerte hedor a alcohol, smog y muerte. Alguna rata muerta quizás. La pacífica crecida del río contrastaba notablemente con la caótica urbe, a su derecha. No había peatones ni coches en la autopista. Nomás estaba un borracho tendido de bruces en medio de la acera. Las casas y los edificios con sus postigos y puertas cerradas tenían un aspecto sucio y triste. Lelouch finalizó su recorrido sentándose en una viga de metal en una zona de construcción de cara al río y sacó una jeringa que contenía refrain. Cabe acotar que era refrain del puro. Últimamente se estaba traficando un refrain adulterado que acuciaba la producción de serotonina, lo que estimulaba conductas agresivas en los usuarios. Pero este refrain no. Su efecto era inducir a recuerdos alucinatorios amenos. Este era el refrain original. O eso decían. Lo iba a verificar dentro de poco. Lelouch lo obtuvo yendo al vientre sórdido de la ciudad. El único lugar donde todavía lo venden. No tuvo que pagar por él. Usó su Geass en el traficante constatando así y no sin sombrío placer que conservaba su poder y, en efecto, que funcionaba una vez. Aunque se arrepintió. Hubiera sido mejor ordenarle que se suicidara para que no siguiera traficando. En fin, tenía otra prioridad. Lelouch se quitó su chaqueta, se enrolló la camisa hasta el brazo y se hizo un torniquete con la tira que había arrancado de la cortina de su despacho.
Suzaku le había dicho que no se rindiera. Prácticamente, le había ordenado buscarse un nuevo propósito. Si él lo viera así, lo habría llamado «patético» y no hubiera podido refutárselo. Lo era. Lelouch había vivido para su hermana estos diecisiete años. Concentrarse en ella lo había ayudado a distraerse del dolor y la amargura que abrumaban su corazón. Bradley tenía razón. Él necesitaba más a Nunnally que ella a él. Ella era su mundo. No una parte de él. Incluso su plan había perdido todo su sentido. Lelouch le había jurado que castigaría a los culpables que mataron a su madre y arruinaron sus vidas. ¿Qué caso tenía construir un mundo de justicia si Nunnally no vivía en él? A Lelouch lo había aliviado que Suzaku aceptara tomar el caso por su voluntad. Lo hubiera desilusionado usar su Geass en él y estaba considerándolo seriamente ante su creciente hostilidad, sino fuera por la chispa que avistó en sus ojos vidriosos. Lelouch quería creer de corazón que su Suzaku estaba igual de fatal por la desaparición de Nunnally y, además, lo compadecía; así como aquel Suzaku niño que lo acompañó al juicio de su madre y que lo había animado a seguir adelante, a pesar de sus dudas y temores personales.
Una brisa fría penetró en su cuerpo haciéndolo estremecerse y retornar a su realidad. Lelouch vio la jeringa en su mano y sus ojos se desorbitaron, como acordándose a qué vino. La apretó. Ya había perdido demasiado el tiempo con divagaciones tontas. La droga lo haría retroceder a la época más feliz de su vida donde estaba Nunnally. También afectaría su mente y si llegara a hacer uso prolongado de ella la acabaría deteriorando. Era consciente de todo eso. Pero esta era la única forma de reunirse con Nunnally. En ese momento, el precio no le importaba...
—¡Aquí estás! ¡Cielos, Lelouch! ¡Te he estado buscando por todas partes! ¡No tienes idea de lo preocupada que estaba! —prorrumpió una voz cantarina. Lelouch se volvió. Distinguió a Kallen venir corriendo hacia él—. Escucha, sé que... —ella frenó en seco. Interrumpiéndose. Sus ojos habían caído sobre la jeringa con el refrain—. ¿Qué cosa es...? —indagó la pelirroja, acercándose lentamente. Ató los cabos y estalló horrorizada—. ¡NO ME JODAS CON ESAS MIERDAS!
Kallen le arrebató la jeringa violentamente, la arrojó al piso y la aplastó con la suela del tacón con furia. Lelouch estaba tan abandonado a su dolor que ni intentó recuperar la droga. No le interesaba ser drogadicto. Quería algo para ahogar sus sentimientos.
—Una cosa es que empieces a fumar, te emborraches, ignores mis mensajes y te aísles y otra cosa son las drogas. ¡Refrain! ¡Lelouch, ¿es en serio?! —lo encaró, montando en cólera—. ¿Sabes lo que esta mierda le hace a tu organismo? —lo interrogó—. ¡¿Sabes que hay personas que se han vuelto adictos y que el refrain les ha causado tanto daño al punto de que sus efectos son irreversibles?! ¡¿Lo sabes?! ¡¿Y, aun así, quieres pudrirte el cerebro?! ¡¿Quieres terminar como mi mamá?! —le espetó, quebrándosele la voz con la última palabra. Lelouch contrajo su expresión. Recordaba la trágica historia que Kallen le había contado de su mamá—. ¿Qué crees que diría tu hermana si se enterara de que estás inyectándote esta porquería? —inquirió y, sin querer, se le escapó un sollozo—. ¡Estaría devastada! Ella no querría que te destruyeras, quería que fueras feliz...
—No importa lo que ella crea ni quiera porque no está aquí —le replicó Lelouch con frialdad, poniéndose de pie. Para continuar con la discusión, tenía que estar a su altura—. Al igual que mi madre y Euphemia. ¡¿Cómo puedo ser feliz con tantos muertos que caen a mi alrededor y por mi culpa?! ¿Cómo puedo ser feliz si no veo ni siento más que muerte? Incluso yo mismo creo que soy la muerte —confesó, dando un paso. El dolor había lastrado su tono—. Tú casi mueres por mí una vez. Deberías odiarme, Kallen.
https://youtu.be/P0ohJJVZlwM
—¡¿Odiarte?! ¡Yo nunca podría odiarte! —rugió la pelirroja sacudiendo la cabeza. Sus ojos se inundaron de lágrimas—. ¡Yo te amo! —sollozó—. ¡Te amo tan ferozmente que a menudo me molesto conmigo misma!
Atónito por una declaración que su corazón temía escuchar (y secretamente esperaba) algún día, Lelouch abrió tamaño ojos.
—¡No puedes! —reconvino Lelouch con rotunda desaprobación—. Ama tu vida. Aférrate a ella. Tienes que vivir.
—¡Pero si estoy viva! —lo contradijo Kallen con gran arresto—. ¡Finalmente lo estoy! Antes de conocerte, era un fantasma que caminaba entre los otros sin un propósito y con un sueño nada más, hasta que le diste forma. No cambiaría este presente por nada, aun si estuve a punto de morir más de una vez. Tus enseñanzas, tu confianza, tu calidez significan más para mí.
Lelouch no pudo menos que mirar a Kallen con una mezcla de espanto y compasión. En ese momento, estaban a dos cortos pasos de distancia. Lelouch podía ver perfectamente el rubor en sus mejillas y sus ojos azules. Tan puros, tan profundos, tan hermosos, tan infinitos, como el agua, como el cielo, tal como su amor. Entonces, comenzó a llover. No solo la había estado carcomiendo la angustia de no haber tenido ninguna señal de él, sino porque estaba sintiendo su dolor. Eso llenó de zozobra su corazón. Kallen dio rienda suelta a su llanto.
—Kallen, ¿qué dices? —gimió Lelouch.
—Te digo la verdad —sollozó Kallen, sorbiéndose la nariz—. Yo conozco el dolor que estás atravesando. Yo lo viví. Al igual que Nunnally era para ti, Naoto era la estrella del norte que me guiaba. Cuando mi hermano murió, también sentí que mi noche se apagó; aunque no sin dejarme su amor y sus sueños —le contó. Kallen zanjó el espacio que los separaba plantando su mano en su pecho—. ¿No sientes el amor de tu hermana aquí? ¿No empezaste a soñar un mundo de justicia por ella? ¿Y no me prometiste que lo haríamos realidad? Pues tenemos que hacerlo por nuestros hermanos —instó con fogosidad—. Me tomó mi tiempo encontrar la luz que necesitaba en mí. Tuve que hacerlo yo sola. ¡Pero tú no, Lelouch! Me tienes a mí y desde este día hasta el final de mis días no me iré de tu lado y te juro por mi vida que te amaré hoy y mañana y mañana y mañana si así lo quieres y si tú lo juras también.
«¿Cómo he podido inspirar tan apasionado, tierno y sincero afecto? Esto es mucho más de lo que un ser como yo se merece. Kallen, al contrario, sí merece que un buen hombre se enamore de ella y le dé su amor. Lo que yo no puedo». Lelouch había escuchado el discurso de Kallen. Sin palabras. Ni él podía quitarle la razón en ciertas partes. Con el pulgar, limpió las lágrimas que aún rodaban por sus mejillas. No la quiso apartar de ahí después. Millones de personas al año declaraban sus sentimientos a otras por primera vez en plena cita o en la cama mientras hacían el amor, y Kallen le confesaba el suyo en uno de los peores días de su vida, cuando él estaba hecho pedazos. ¿Era hermoso o triste?
—¿Cómo puedes amar a un monstruo, Kallen? —preguntó apenas audible.
—Con todo mi corazón —le respondió y ella agarró la mano con que acunaba su semblante—. No eres un monstruo. Eso es lo que te has dicho a ti mismo para llevar a cabo tu propósito —le aclaró. Su voz era dulce—. Eres un ser humano al que le han jodido demasiado la vida.
Aquellas palabras provocaron que Lelouch retirara la mano y retrocediera. La pelirroja no se afligió. C.C. le había advertido que Lelouch pertenecía a esa clase de hombres que no podían amar ni ser amados porque la mujer que elegía amarlo se condenaba a sí misma al sufrimiento y ahora él se lo estaba confirmando, pero como ella misma le había dicho: «el corazón quiere lo que quiere, incluso si es lo peor para él». Y su corazón quería a Lelouch. De una forma tan loca que se había llegado a avergonzar de sus sentimientos. Cada vez que veía a Lelouch, su corazón pegaba vuelcos de emoción. Había tratado de concentrarse en algún defecto o en sus acciones más amorales para paliar sus afectos y enseguida, paradójicamente, pensaba en dos o tres cualidades o en la nobleza de sus actos y su amor hacia él crecía. Ya no podía disimular más o escapar de sus sentimientos. Tenía que enfrentarlos, sincerarse con él y consigo misma y aceptar la realidad. No era el mejor momento para declararse; pero le dolía hondamente ver como Lelouch estaba destruyéndose a sí mismo, como estaba alejándola de él y como le pedía que lo odiara. Había sido demasiado duro de soportar. Kallen se frotó los ojos con el dorso de la mano y luego agarró la mano de Lelouch. Tiró de él.
—Ven conmigo.
—¿Adónde?
—Al apartamento de Shirley y mío —susurró—. No estás listo para volver a tu casa; así que, hasta entonces, quédate en la nuestra.
Lelouch no replicó. Prefirió absorberse en el silencio y en la profunda meditación. Kallen supuso que estaba de acuerdo. Aun si él no quería irse con ella, tampoco deseaba regresar. En esos momentos, su apartamento era un lugar inhabitable. Por suerte, Kallen llevaba siempre consigo dos cascos para moto. Le dio uno y, seguidamente, con la agilidad y gracia de una gimnasta, echó una pierna encima de la moto, montándose. Mientras ella se ajustaba el casco, Lelouch se acomodó detrás, ya con el suyo puesto. Kallen se irguió al sentir su peso cuando la moto se tambaleó debajo de sus piernas. Sin dejar pasar otro segundo, Lelouch envolvió su cintura con sus brazos y apoyó la mejilla en su espalda. Su toque fue tan delicado, pero, a la vez, tan fuerte que inyectó sangre sus mejillas y aceleró su corazón. Kallen intentó ignorar las reacciones de su cuerpo, sujetándose al manubrio de la moto, creyendo que la conexión con el mundo físico la haría concentrarse.
Al minuto siguiente, la moto salió volando sobre el asfalto bajo un atardecer anaranjado.
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Rolo estaba llegando al bufete. Kallen lo había citado allí. Quería hablar de la demanda contra el reportero Ried, lo cual era bueno dado que tenía información que proveerle. Recientemente ella le había enviado un mensaje diciendo que estaría ahí tan pronto como dejara a Lelouch en su apartamento. Hubiera preferido que Kallen no lo obligara a esperar. Estos días no quería estar solo. Le era inevitable pensar en Nunnally. Algo que estremecía su corazón de una manera desconocida para él. Lo peor era que casi siempre estaba solo. No había caído en cuenta cuán solitaria era su vida. Esta vez pensó en su última charla con Nunnally. Que no imaginaba que lo sería. Dándole la vuelta a aquel momento le pareció curioso. ¿Alguna señal del destino? Rolo no creía en esas necedades, aunque tampoco podía apresurarse en descartarlo. Entonces, a él le había apabullado que hubiera podido reconocerlo a través de su olor, pues era probable que ella siempre habría sabido que él tenía un arma o que iba a matarla ese día en que hablaron por vez primera. ¿Por qué no lo confrontó? Porque no era propio de su carácter juzgar a otros sin tener certezas. Rolo no podía seguir mirando o charlando con Nunnally sin sentir que la vergüenza lo abrumaba. Había decidido admitirlo.
—No soy una buena persona —le había dicho, temblándole la voz—. La lista de mis pecados es tan larga que no se pueden contabilizar.
Si le decía que era un asesino, se sentía obligado a confesarle que había matado a Euphemia. Su hermana. Un asesinato que jamás había lamentado ni había examinado. Había sido para él un trabajo más. Ya habíamos dicho que Rolo nunca había intentado comprender por qué le pagaban por asesinar a ciertas personas. Mejor dicho, ciertos objetivos. Deshumanizar a las personas era otra de sus reglas. Estaba claro que ahora no era un simple trabajo. Su percepción sobre el asesinato de Euphemia era diferente. ¿Eso significaba que sus anteriores asesinatos también lo eran? Lo acobardaba la reacción de Nunnally. No tenía agallas.
—¿Crees en Dios? —le había preguntado Nunnally con tranquilidad.
Hasta donde tenía conocimiento, había sido bautizado y había recibido la eucaristía católica. Sin embargo, no tenía inclinación por alguna creencia religiosa e imaginaba que Nunnally lo sospechaba. ¿Cuál era el punto? Fue sincero.
—No profeso ninguna religión.
—Eres como mi hermano —había observado. Sus labios se doblaron en una sonrisa meliflua y prosiguió—: las personas no creyentes se fundamentan en la falta de evidencias tangibles, en las inconsistencias de la Biblia y en las acciones de su institución, dejándose llevar por lo que sus ojos ven. Yo que soy ciega percibo más allá de mis sentidos y he sido testigo de los milagros que las personas pueden hacer como la liberación de mi hermano o el hecho de que tú me salvaras. No importan tus pecados, Rolo. Ellos no te definen. Si los reconoces, muestras arrepentimiento y estás decidido a cambiar, Dios te perdonará.
El perdón de Dios lo absolvería de la culpa. La biblia señalaba que si no lo obtendría pasaría la eternidad sufriendo las consecuencias de sus pecados. ¿Acaso deseaba ser perdonado? Esa pregunta, a su vez, planteó otra: ¿significaba que quería cambiar? Rolo estaba nadando en estas reflexiones cuando Nunnally le tomó la mano de repente, lo que lo enervó. Se sentía indigno de ella. Aun así, no la soltó. No quería arruinar nada.
Rolo divisó a Kallen apearse de su moto y le hizo unas señas. Se reunieron delante de la firma.
—¿Cómo está Lelouch?
Rolo no se contuvo de preguntarle. Si era difícil para él aceptar la muerte (porque sí, lo estaba, era una crueldad contra sí mismo abrigar la esperanza), para su hermano debía ser peor. Le preocupaba cómo la situación podría repercutir en él. Kallen abrió el bufete. Entraron.
—Muy mal. No podrá atender el bufete por un largo periodo. En el estado que estaba, decidí que era mejor para él dejarlo solo —explicó la mujer, cabizbaja—. Tendremos que hacernos cargo de la demanda contra Ried. Bueno, el delito por difamación no es demasiado grave...
—Ya no es solo difamación por lo que acusan a Ried —la corrigió Rolo—. Me enteré de que el fiscal Weinberg obtuvo evidencias de sobornos por cubrir el incendio en la planta química y por posesión de drogas.
—¡¿Qué?! —inquirió Kallen, perpleja.
—Algún informante anónimo. El presidente no podía estar más contrariado. Creí que ustedes habían sido esa fuente.
Kallen recordó que el exvicepresidente Taizo Kirihara le había conferido a Lelouch una lista con los nombres de las personas que habían aceptado sobornos de Britannia Corps. Pudo ser él. No sería la primera vez que él hiciera algo sin participárselo. Pero, ¿y la droga?
—Tal vez fue Lelouch. Se lo preguntaré... ¡¿Qué mierda?!
Sentado en el escritorio de C.C. estaba Urabe. Totalmente desnudo. Kallen lanzó un grito de pánico. Escandalizada ante la grotesca imagen. Rolo actuó rápido y sacó su revólver. Apuntó a Urabe que alzó las manos en señal de rendición.
—¡Por favor! Tranquilos —imploró el pobre hombre que claramente no esperaba que alguno estuviera armado—. Vengo en son de paz. Necesito hablar con ustedes. Me desvestí para que vean que no tengo armas ni guardo trucos. Mis ropas están allá. Rolo puede revisarlas.
—¡No! —clamó Kallen que no podía mantener una conversación con Urabe sin tener la mano levantada como especie de barrera entre ellos—. Me ocuparé yo...
Así Kallen tuvo la excusa perfecta de apartar la vista. Rolo, que no se había cohibido ante la desnudez de Urabe, le advirtió sombríamente sin cambiar el punto de mira de su pistola:
—Dinos qué haces aquí. Si tu respuesta no me gusta, jalaré el gatillo.
—Está bien. Está bien. Sé que ustedes están disgustados —balbuceó, un tanto alarmado. Bien sabía lo que esos revólveres eran capaces de hacer con un cráneo a corta distancia—. Yo lo estaría en su lugar. Déjenme explicarles. El presidente Schneizel nos invitó a su mansión a los muchachos y a mí. No nos dio opciones y reconozco que aceptamos en gran parte por la curiosidad. Nos llevó a cenar y nos explicó que Lelouch nos había traicionado primero.
—¿Qué sandeces estás diciendo? —gruñó Rolo.
—No son sandeces. Es la verdad —replicó—. Lelouch nos encerró en la cárcel para después liberarnos y actuar como si fuera nuestro único aliado en el mundo. Tamaki se rehusó a creer que Lelouch pudiera hacer algo tan malvado que no quiso leer la investigación del presidente, aun cuando nos hizo una oferta como indemnización. Tamaki iba a declinar cuando Minami lo mató...
A Rolo se le dispararon las cejas hacia arriba. Vislumbró a Urabe, consternado.
—¡¿Tamaki está muerto?!
Lo había repetido porque no podía creerlo. Aquel que, a su pesar, lo había adoptado como su hermano pequeño estaba muerto. A Rolo le había desagradado. Era impertinente, parlanchín y engreído. Gradualmente, empezó a conocerlo más a fondo. Su carácter alegre y sus buenas intenciones le granjearon cierta estimación. Lo asaltó una enorme pena. Kallen, que no había perdido la concentración, tomó la dirección del interrogatorio:
—¿Estás diciendo que traicionaron a Lelouch en venganza?
—Algo así. Es complicado.
—¿Qué es lo complicado?
—Se sentían heridos de que Lelouch los engañara y aceptaron el pago en compensación.
—¿Y tú no? —retomó Rolo con suspicacia.
—No. Si bien es cierto que Lelouch me incriminó injustamente y no lo perdono, no significa que voy a unirme a Britannia Corps. El presidente Schneizel no es mejor. No es esta la forma en que quiero arreglar mis cosas con Lelouch. Pero eso es un asunto que solo nos concierne.
—¿Y viniste aquí para decirnos que tus manos están limpias de la sangre de Nunnally? —lo interpeló Rolo. Su dedo se deslizó hasta el guardamonte de su arma.
—No realmente —dijo, enseriándose—. Vine para decirles que seré sus nuevos ojos y oídos y para advertirles que Schneizel está tramando el asesinato de Ried. Será durante el traslado a la fiscalía. Zero debe actuar.
—Sí, tal vez —repuso Rolo, brusco—. Es su problema.
—No puede —intervino la pelirroja—. Lelouch está deprimido por la muerte de su hermana. No tiene ánimo de nada.
—¡¿Qué?! —prorrumpió Rolo con desconcierto—. ¡¿Estás diciendo que Lelouch es Zero?!
—Conque ya te contó —observó Urabe, enfocándose en Kallen—. Bueno, lo lamento mucho, pero alguien tiene que ponerse esa capa y salvar al presentador Ried o el esfuerzo por llevarlo ante la policía habrá sido en vano. O tal vez prefieren que sea sin máscaras esta vez.
—¡No! Lelouch hubiera querido que Zero se encargara. Él es quien protege a los indefensos.
¡Lelouch era Zero! ¿Por qué no se lo había compartido? ¿No confiaba en él? ¿No era que le había dicho que era uno de ellos? «Le había dicho». Urabe acababa de revelarles que Lelouch que también les había dicho algo y resultó que era una mentira. Aparentemente, Lelouch solía decir muchas cosas. ¡Qué estúpido! ¡Y qué ingenuo! Rolo sintió una punzada de celos hacia Kallen. ¿Desde hace cuándo lo sabía? Ella ya estaba trabajando en el bufete antes que él. Tal vez siempre lo supo. Se acordó de que Lelouch la había designado como su sustituta. Desde el punto de vista racional, era la solución más lógica. Rolo sometió sus sentimientos heridos bajo el frío razonamiento que lo guiaba en sus asesinatos.
—Entonces, ¿asumirás el manto de Zero? —le preguntó Rolo con su usual tono práctico.
—¿Tienes alguna mejor idea? —suspiró Kallen, exhausta—. Soy toda oídos si la tienes.
—No. Iba a sugerírtelo. Lelouch te escogió para dirigir el bufete cuando lo apresaron, lo que quiere decir que confía en ti y tu trabajo fue impecable. Si noqueas a los matones de Britania Corps de la misma forma en que lo hiciste la vez en que fueron secuestrados, podrías salvarlo.
Kallen le sonrió. Agradecida por el elogio sincero. Rolo no era de los que intentaban agradar a otros. Él había inferido que le hacía falta. Las facciones de Kallen exudaban determinación. Pero la chispa en sus ojos delataba su miedo ante el imponente desafío. Relevar a Lelouch en la firma era una cosa; llenar los zapatos de Zero era otra. Sí, animar a Kallen era lo mejor que podía hacer por Lelouch. Él hubiera preferido que ella tomara el lugar de Zero. Estaba seguro. Hasta su último aliento, Nunnally oró por su hermano. Rolo no era católico, pero anhelaba el bien de Lelouch y, de ahora en adelante, lo cuidaría como si fuera la sangre de su sangre.
https://youtu.be/4UWquO_BjmY
Kewell Soresi era uno de los guardaespaldas subordinados a Luciano Bradley. Había estado en la azotea. Su declaración no era más que un reciclaje de las palabras de Bradley. A Suzaku no le importaba lo que había visto ni oído, sino que era un testigo presencial de los hechos, de manera que le expidió una citación bajo el pretexto de interrogarlo como parte del proceso de investigación. Soresi asistió puntual. Era rubio, alto y pálido. Su nariz respingada le daba un aire altivo. Pese que tiempo atrás se habían visto, esta sería la primera vez que propiamente conversarían. Suzaku lo invitó a sentarse y le pidió a la inspectora Cróomy que les concediera privacidad. Ella asintió, se paró de su escritorio y salió; al término que Soresi tomaba asiento.
—Me alegra verlo, fiscal —le saludó, sonriente—. Aunque si no se ofende, me asusté cuando me llamó. No es una buena señal que te llame la fiscalía. Dígame, ¿estoy en problemas?
—No —señaló Suzaku sonriendo misteriosamente—. Verá, lo llamé porque necesito hacerle algunas preguntas: ¿en algún momento, Luciano Bradley les dijo que iba a matar a Nunnally Lamperouge? —la sonrisa de Soresi se tornó rígida. Suzaku advirtió ante el tenso silencio y el ligero temblor en las comisuras de sus labios que había formulado una pregunta sensible. Añadió—: no tema ser sincero. El presidente Schneizel me contó todo y la inspectora Cróomy no nos molestará.
—¿Todo? —repitió Soresi, cauteloso—. ¿Qué es todo?
—Sobre el secuestro de Nunnally Lamperouge y la desobediencia de Luciano Bradley.
Era una teoría que tenía basada en la acusación de Lelouch. Suponiendo que era verdad y que el presidente Schneizel se jactaba de ser un buen hombre respetuoso de la tradición familiar, Nunnally era también una Britannia, por lo cual el presidente Schneizel nunca hubiera podido ordenar su muerte y Bradley tuvo que haber actuado por su cuenta. Era arriesgado. Si Soresi descubría que estaba mintiendo, su plan se vería frustrado. Soresi se rascó la cabeza.
—Bueno, explícitamente no nos lo dijo —balbuceó—. Solo dijo que si Lelouch hacía una de sus triquiñuelas que cortáramos la soga.
Su trampa funcionó. Su teoría era correcta. Ahora, tenía que conducir a Soresi adonde quería.
—O sea, ¿los instó a ir en contra de las órdenes del presidente Schneizel?
—Fiscal Kururugi, ¡nadie que quiera seguir con vida desobedecería a Luciano Bradley! —se excusó con los ojos bien abiertos.
—¿Y sí al presidente Schneizel? —contrargumentó. Soresi apretó los labios como si el fiscal hubiera pronunciado su sentencia de muerte. Suzaku prosiguió—: él estaba enojado cuando hablamos. No era su deseo que su hermana desapareciera, y no puede castigar a Luciano sin que perjudique a Britannia Corps a no ser que ese castigo se dicte en una corte —insinuó en tono confidencial—. Fue por eso que decidió llamarme. Desafortunadamente, las evidencias no están de nuestro lado. Para obtener un veredicto de culpabilidad, tendremos que crearlas...
—¿Crear evidencias? —inquirió Soresi arqueando una ceja—. ¿Se refiere a falsificarlas?
—No vamos a falsificar evidencias, vamos a ayudar las que tenemos —le aclaró Suzaku—. Crear evidencia física partiendo de cero es difícil, pero inventar una historia es sencillo y, si usted me presta toda su colaboración, juntos podemos encerrar a Bradley. Tan solo tiene que contestar mis preguntas como se lo indicaré...
Suzaku tenía la sensación de que iba a echar por la boca las tripas si decía otra palabra más. Se había tragado un tranquilizante para aflojar su nudo en el estómago y ni así pudo librarse del malestar. ¿Cómo Lelouch lo hacía ver tan fácil? Le asqueaba haber manipulado y mentido a aquel hombre. Había actuado tal como Lelouch. «Tú siempre has sabido lo que es correcto». Nunca lamentó su decisión hace diecisiete años. Hasta el mes pasado, había creído que aquel día hizo lo correcto. ¿Y qué tal si lo correcto hubiera sido no dispararle a su padre? Entonces, Nunnally y Lelouch estarían muertos y Euphie, viva. Y quizá no tendría estos problemas con el alcohol. Al fiscal le dolía tantear esa posibilidad. Hoy iba a sacrificar todo lo que tenía por Lelouch y Nunnally de nuevo. Sentía que si no ayudaba a Lelouch traicionaría sus principios. Pero si estaba haciendo lo correcto, ¿por qué sentía que estaba destruyéndose a sí mismo?
https://youtu.be/ZVtZkm6VGRg
Desde que Nunnally había desaparecido, se impuso un silencio en el pent-house que se espesó tras la marcha de Lelouch. A C.C. le gustaba el silencio. Significaba que era libre de hacer lo que quisiera. Eso implicaba vestirse solo con la camisa de Lelouch mientras bebía y fumaba y andaba o bailaba por ahí con la música a todo volumen. A Lelouch le disgustaba que hiciera esas cosas en presencia de su hermana y a ella le importaba un comino.
Por fin, tenía el lugar para ella sola.
Y el silencio la estaba enloqueciendo.
El apartamento siempre estaba lleno de melodías de ballet, por lo que pensó en poner una. Eligió el Trino del diablo. Las brujas bailaban y cantaban para complacer al diablo, ¿no? Era la pieza adecuada. Tartini contaba que se había inspirado en un extraño sueño en que hizo un pacto con el diablo. Él vendía su alma a cambio de los servicios del príncipe de las tinieblas. Queriendo humillarlo, le entregó su violín y le pidió que tocara. Cuán grande fue su sorpresa al escuchar una sonata maravillosa ejecutada con tal hermosura e inteligencia que nunca pudo reproducir. Algo que lo torturó hasta en su lecho de muerte. El mundo onírico podía ser muy cruel. En aquellos días no había logrado dormir por más de tres horas sin despertar sacudida por el llanto y los alaridos de Lelouch y cuando corría a su cuarto para ver qué sucedía no lo hallaba y, entonces, recordaba que él se había ido. Luego, no podía dormir ni quedarse en la cama y, como sentía un cosquilleo en el vientre, se iba por un cigarrillo. Siempre que estaba nerviosa, eso había resultado para calmarla. Pero, en cuanto chupaba, se sentía asfixiada por la nube de nicotina y ya no podía seguir fumando, lo que la forzaba a conseguir otro remedio. El alcohol era su segunda alternativa y, por suerte, Lelouch, que se había desecho del alcohol que tenían, había vuelto a comprar. Pero al intentar beber se ahogaba y tenía que dejarlo. Sin licor ni cigarrillos, C.C. solo tenía la bella y desgarradora sonata de Tartini para consolarse y unas tijeras en las manos.
El dolor físico era el medio de liberación al que apelaba cuando sus vicios no podían aplacar la tormenta que se había levantado en su interior y era justo lo que ahora necesitaba. Agarró con ambas manos las tijeras. Estaba titiritando. Pensó que era por el frío. Había abierto todas las ventanas de la sala para ventilar el apartamento. Había sentido que se estaba asfixiando, extrañamente. Tal vez era la sensación del encierro. No había salido desde el secuestro de Nunnally. La bruja decidió cerrarlas y recuperar su lugar junto a la pared. Como quien iba a realizar un antiguo sacrificio en el cual era tanto la ofrenda como la sacerdotisa encargada de llevarlo a cabo, C.C. bajó las manos, hundió la punta de las tijeras en la carne de su muslo y de ahí no lo movió. Comprendió que no temblaba por el frío, era por el terror. Por años nunca había titubeado al cortarse, ¿por qué tenía miedo? ¿Qué era distinto?
Repentinamente, llamaron la puerta y C.C. dejó caer las tijeras que tocaron el suelo con un golpe metálico. Se abrazó a sus piernas. Se sintió salvada. ¿Lelouch? No, volvió a pensar, si hubiera sido él, habría entrado. Se levantó con torpeza y avanzó hacia la puerta. Las piernas le temblequeaban. Parecía haber olvidado cómo caminar. Era la sirenita de Andersen cuyas plantas de los pies eran traspasadas por miles de clavos ardientes. Abrió y Rolo la agarró por los cabellos. La estrelló contra la pared. Apretando su cara con una mano y clavando el codo en su hombro, la inmovilizó. C.C. no fue consciente del ataque hasta que sintió el filo agudo y helado de la navaja en su cuello.
—¡Fuiste tú! ¡La orden de matar a Nunnally no vino del presidente Schneizel; vino de ti! —rugió Rolo con una voz prácticamente desarticulada por la ira—. ¡Tú manipulaste a Bradley, los vi juntos! ¡Lo convenciste de que tenía que matarla para detener a Lelouch cuando querías conseguir el efecto contrario!
Incapaz de girar la cabeza, C.C. miró a Rolo de reojo. Su rostro delgado y grandes ojos color lila estaban contorsionados a causa del frenesí y la impotencia.
—Sí.
¿Por qué ocultárselo? Rolo había sido el primero a quien acudió para deshacerse de Nunnally. Sabía por qué la quería muerta. No iba a creerle si mentía.
—¡Pues, enhorabuena! —ladró el asesino con ferocidad contenida—. Nunnally ya no está y Lelouch no tiene fuerzas para nada. ¡Estarás contenta!
—No.
Rolo retrajo los labios al punto de que sus dientes apretados asomaron. Aplastó bruscamente el cráneo de C.C. contra la pared. Las serpientes podían volverse y morder. Rolo era listo.
—¡¿No?! —masculló—. ¡¿Por qué no?!
Habría querido que omitiera la pregunta y saltara a la parte en que le cortaba la garganta.
—¿Por qué no me matas de una vez, Rolo? —susurró evitando verlo a los ojos.
—¡¿POR QUÉ NO?! —insistió Rolo, impacientándose.
C.C. volvió a mirarlo. Su semblante había enrojecido. Tenía las fosas nasales infladas por las inspiraciones que tomaba. La navaja temblaba en su puño. Estaba tan concentrado en su odio que su súplica le pasó desapercibida. Y ella estaba tan absorta en el dolor que no captó que Rolo no tenía ninguna intención real de matarla. Se había equivocado. No vino para salvarla.
—Por la misma razón que estás furioso conmigo —murmuró.
Rolo torció los labios. La liberó a regañadientes, se dio la media vuelta y se alejó unos cuantos pasos de ella. C.C. se desplomó sin fuerzas sobre sus talones. Sintió un picor en el cuello. Se tocó y contrajo su expresión. Se vio los dedos. Estaban teñidos de sangre. Tenía un corte.
—Eres una bruja egoísta.
Sus palabras denotaba una afirmación, pero su entonación se ajustaba a un reproche. Rolo estaba decidido a agraviarla y degradarla hasta hacerla sentir la peor basura del mundo. Encontraba divertido que un sicario la juzgara. Sin embargo, la fastidiaba que él la denigrara para sentirse menos culpable. No actuaba diferente de ella, en ese sentido.
—Lo soy; pero, ¿no es la naturaleza del ser humano egoísta? —se defendió C.C.—. ¿Acaso Lelouch, Charles, Schneizel, Suzaku y Kallen no están haciendo todo por sí mismos?
—¡Tú no eres ningún ser humano!
—Alguna vez lo fui y eso es mucho más de lo que tú nunca podrías presumir, ¿eh, máquina mortal? —se burló, sonriente. Rolo hizo un mohín o se imaginó que lo hizo porque aún estaba dándole la espalda. C.C. prosiguió divagando—: para Lelouch, el ser humano es mezquino, egoísta, ambicioso, egocéntrico. Es el motivo por el cual no tiene escrúpulos morales.
—Pero no es lo que tú piensas —advirtió, entreviéndola por encima del hombro—. ¿Cuál es tu opinión?
C.C. no se creía capaz de sintetizar la naturaleza humana en una palabra ni tampoco de ofrecer una respuesta larga y completa. No estaba de acuerdo del todo con Lelouch, pero no le quitaba la razón. Alegar que los seres humanos eran complejos parecía la respuesta correcta y era la más mecánica, como cuando las reinas de belleza contestaban que iban a trabajar por la paz del mundo. En suma, la respuesta típica para salir del paso cuando no tienes nada bueno qué decir. Como sea, no se consideraba la más apropiada para meterse en las honduras filosóficas de ese tema. Así que optó por una respuesta cursi que provenía de su antiguo yo, porque era la única respuesta sincera que podía darle:
—Pienso que el ser humano necesita soñar para vivir y ser libre. Y creo que tú también lo crees.
—¿Cuál fue tu último sueño?
El tono inherente a la pregunta le indicó a C.C. que Rolo realmente no estaba interesado en sus sueños, sino que no deseaba hablar de los suyos.
—Lo olvidé.
Era una mentira. El último sueño que tuvo fue también el primero y se forzó a renunciar a él pensando que jamás se haría realidad. Ser amada. Sería cuestión de que pasaran algunos años para que llegara a ser amada genuina y desinteresadamente por Nunnally, Kallen, Tamaki y Lelouch. Personas las cuales retribuyó de forma ingrata y de las que no era digna de su amor.
—¿Por qué estás aquí si no es para matarme? —inquirió para cambiar de tema.
—Kallen me pidió el favor de que fuera a verte. Estaba preocupada. Me dijo que tenías muy mal aspecto.
C.C., instintivamente, hizo el intento de cubrirse con la camisa de Lelouch. En vano, pues la camisa le llegaba un poco más por encima de las rodillas. Sus piernas no le gustaban: no eran bonitas. No como las de Kallen. Era tan flacas y largas que le parecían las patas de una mosca. Sin mencionar los ríos de cicatrices que las surcaban.
—Creo que le asustaba que pudieras cometer alguna locura —añadió Rolo, y cogió las tijeras que estaban en el suelo.
El tintineo la llevó a apartar la mirada. La Wicca enroscó un mechón verde alrededor de uno de sus dedos. Procuró aparentar desenfado.
—Y tú no lo creías o pensaste que estaba fingiendo y accediste para comprobarlo tú mismo... —se aventuró a decir—. Amabas a Nunnally, ¿cierto? ¿Eran novios?
—¿Qué más da? —repuso Rolo, evasivo.
C.C. tiró de la comisura derecha de su labio en una media sonrisa como si no estuviera dando crédito a sus oídos. Él y Nunnally eran de la misma edad. ¿Qué podían hacer dos jóvenes en un espacio cerrado en toda la tarde? Bueno, había que acotar que la joven era discapacitada y ciega que nunca tuvo un primer amor y que el joven era un asesino de escasas habilidades sociales cuya vida amorosa seguramente era más deprimente que la suya. Quizá no eran nada. C.C. recostó la cabeza de la pared.
—Lamento haberte arrastrado a esta situación —murmuró—. No estarías así si no te hubiera convencido de que la mataras.
—No, soy yo quien lo lamenta —replicó él suavizando el tono—. Tuve que haberla matado cuando pude —aseveró. Un gemido sordo se le escapó de la garganta.
—Hiciste lo que debías hacer. No le correspondía morir en ese momento.
—De verdad, ¿estás arrepentida? —preguntó Rolo, volteándose. C.C. no le contestó. A decir verdad, desconocía si lo había oído. Tenía la mirada extraviada. Las ojeras que circundaban en torno a sus ojos topacios sumada a su palidez mortal y su cabello despeinado le daban un aspecto de loca—. ¿Qué nos pasó?
—Estamos vivos.
Rolo no corroboró ni negó la afirmación. Prefirió entregarse a su silencio. C.C. sintió que le estaba escociendo el corte en el cuello. Tuvo la agobiante tentación de rascarse hasta calmar la irritación. Había leído que personas murieron en esas circunstancias. No era la muerte que hubiera previsto para ella. Tornó a tocarse. El corte estaba húmedo. Seguía sangrando. ¿Qué disparate era este? Los muebles no sangran. Y los cuchillos no lloran.
https://youtu.be/WkIpCKfOO8A
Era el día del juicio preliminar y Suzaku coincidió con el abogado Gottwald en la entrada del juzgado. Muy gentilmente, Suzaku le cedió el paso y, aunque él atravesó la puerta giratoria, el abogado se estacionó en el vestíbulo. Con ganas de hablar con él. Por fin, iban a enfrentarse en un tribunal. La otra vez Lelouch le había robado esa oportunidad. Jeremiah Gottwald era precedido por la reputación de ser el mejor (y el más pagado) abogado de Pendragón y había hecho honor a su nombre rechazando la orden de arresto que la fiscalía emitió contra Luciano Bradley y adelantando la fecha del juicio al ejercer el derecho del acusado a tener un juicio inmediato, lo que se tradujo como menos tiempo para procesar todas las evidencias. Suzaku no estaba asombrado. En realidad, estaba esperándolo. Inundar al departamento de policía y la fiscalía con mociones legales era algo que hacían los buenos abogados, especialmente los que sabían que sus clientes eran culpables. Eso sí, lo estaba sacando de quicio de sobremanera las muestras de compasión de sus compañeros fiscales. Por donde sea que pasaba se volvían indiscretamente hacia él. Detestaba la manera en que lo miraban. Como si estuviera yendo al matadero. Endiosar al abogado Gottwald despojaba al caso de toda la seriedad. Este caso era como cualquier otro. No perdería de vista eso. Ni corto ni perezoso, el abogado Gottwald se le acercó con una deslumbrante sonrisa.
—Fiscal Kururugi, ¿cómo le va?
—Un poco cansado, aunque bien. ¿Y usted?
—¡Oh, formidable! Parece que esta vez sí nos veremos en la corte. Dudo mucho que nuestro estimado amigo en común u otra contingencia interfiera.
—Eso parece, sí.
—Me alegra que hayamos podido encontrarnos con antelación. Quería felicitarlo. No hace poco revisé la lista de evidencias y me dio gusto ver que realizó una investigación exhaustiva. Ciertamente, le hace justicia a su fama. No se preocupe. No voy a objetar casi ninguna prueba.
—Estupendo. A tal efecto, el juicio avanzará más deprisa. Creo que ya es la hora, ¿vamos?
Había una nota artificial en la voz del abogado que no le permitió confiar en sus palabras. No ignoraba que el abogado había sido criticado por ciertas actitudes xenofóbicas y se acordaba bien, además, de la mirada de aversión que le envió la primera vez que él formó parte de una reunión organizada por el presidente Schneizel. Al abogado Gottwald le desagradaba por ser japonés. Y a él no le simpatizaba por ser un encubridor. Tal vez entre los socios de Britannia Corps el abogado Gottwald fuera el menos responsable al ser un empleado; mas cuando iba a perdonarlo, se decía: «siempre hay opciones», y se retractaba de cometer tal majadería. Así que, ¿por qué estirar más el hilo con formalidades si ninguno soportaba al otro?
En sesión, el juez le preguntó al abogado su opinión sobre las evidencias presentadas por la fiscalía.
—¡Ah! ¡Sí, sí! Estoy en desacuerdo con la evidencia número 3, con la 7, la 9, la 12, la 13, la 17, la 22, la 25...
—La número 25 es la declaración de una de las víctimas, Lelouch Lamperouge —observó el juez Calares—. ¿Quiere convocar al señor Lelouch Lamperouge al estrado?
—Así es. La fiscalía sostiene que el acusado es culpable del asesinato, extorsión y secuestro sobre la base de sus acusaciones —apuntó—. Es necesario que ratifiquemos la credibilidad de su testimonio citándolo a la corte.
—De acuerdo. La fiscalía se encargará de expedir una citación para el señor Lamperouge, de manera que podamos interrogarlo para la próxima audiencia.
«No voy a objetar casi ninguna prueba». ¡Gottwald objetó las evidencias más concretas que tenía contra Bradley! Con esto, Suzaku entendió cuál era el el plan de la defensa: desacreditar a su testigo, para dejar solo las evidencias circunstanciales y anularlas con mayor facilidad. Al menos, no había impugnado el testimonio de Soresi. El abogado lo estaba subestimando o creería que puede descartar su veracidad. Como sea, no le convenía bajar la guardia. Suzaku accedió a despachar la solicitud al aludido a regañadientes y le lanzó una mirada fulminante al abogado Gottwald, cuyo semblante se había iluminado por una sonrisa zumbona. Ojeó su lista de evidencias. Reparó que iban a pasar la mitad del juicio interrogando a testigos.
Sería un juicio largo.
https://youtu.be/nUtAWeSK28g
Diethard Ried nunca había temido por su vida como en aquel momento. Durante veinticinco años de carrera, personas enojadas con algunas de sus exclusivas le habían enviado amenazas de muerte que nunca les llegó a prestar atención. En el mundo mediático se cosechaban tanto admiradores y mecenas como enemigos y ningún periodista había muerto tras ser amenazado y él no se iba a convertir en el primero. No obstante, la amenaza era real esta vez. No planeaba confesar en el interrogatorio. Los favores secretos que había hecho a Britannia Corps eran su seguro de vida y lo había desecho estúpidamente. Por más resistencia que puso, las palabras consiguieron salir tras librar una ardua pugna. Fue como si alguna obscura fuerza mágica lo hubiera jalado de la lengua, obligándolo a soltar lo que sabía. Todavía sentía el escalofrío en su nuca al recordar. No alcanzaba a comprender cómo cometió tal mayúsculo error que pudo haberlo evitado. Pese a todo, Diethard no se lamió las heridas. Era un hijo de Pendragón. Era un superviviente. Había logrado regresar a casa con vida por cuarenta y seis años y seguiría haciéndolo por otros treinta años más. Si Britannia Corps no iba a ayudarlo lo haría la fiscalía. Tenía pensado negociar con el fiscal Weinberg y pedir protección a testigos. Colaboraría con la policía si eso lo salvaba de ir a la cárcel. Diethard iba a llevar a cabo su plan hoy. Ya estaba en el autobús. Lo iban a trasladar a la fiscalía. Estaban alistándose para salir cuando oyó unos gritos y el autobús se sacudió de golpe. Ignorando la voz en su interior que le recomendaba fieramente volver, Ried se paró. Extrañado. Estaba dirigiéndose al asiento del conductor para comprobar que todo estuviera bien cuando una silueta se estrelló contra la pared que separaba los asientos de los pasajeros del chófer. Todo lo que dejó antes de caer fue la huella sangrienta de su cráneo y Ried sintió el intrusivo aguijón del miedo en su estómago al divisar una sombra reconocida subir al autobús y tenderse detrás del volante...
Kallen o, mejor dicho, Zero se encontraba en un callejón donde tenía una vista perfecta del autobús en que iba Diethard Ried. Entre sus muslos sentía la motocicleta ronronear a la espera de pasar a la acción. No era su amada motocicleta roja. No podía llevarla para aquella misión. Era una que Rolo le había conseguido. No estaba cómoda con ella. Era una moto monstruosa y extraña. Visto que solo la manejaría por un rato, empujó a un lado sus remilgos y se centró en descubrir cómo manejarla. Una vez el autobús se puso en movimiento, Zero soltó el clutch y atacó la acera. Pendragón era una ciudad de tráfico llena de tantos taxis y camionetas como para atestar varios embalses. Por tanto, las arterias frecuentemente se atascaban. Zero contaba con eso a fin de ralentizar la velocidad del autobús y colarse entre las hileras de los vehículos. Aparte de su habilidad como piloto. En diez minutos calculó que podría llegar a él. Resultaron ser los diez minutos más fugaces y excitantes que había vivido. A la velocidad desenfrenada a la que iba y el viento soplándole eufóricamente en el rostro, Zero creía que volaba. La moto vibrando bajo su cuerpo le recordaba que seguía en tierra. En el camino consiguió arrancar algunas exclamaciones de peatones y conductores: «¿Ese no es Zero? ¡Es Zero! ¡¿Qué hace aquí Zero?! ¡Mira, es Zero!». Por mencionar unas cuantas. Al cabo, Zero dio alcance al bus. Se giró hacia el conductor. ¡Quedó en shock al ver que quien manejaba era él mismo! Aquello lo distrajo lo suficiente para que el otro Zero distinguiera su presencia y acelerara, llevándose un pequeño coche de por medio y se comiera un semáforo. Zero se regazó. Torció el manillar apenas se concientizó de todo. Ante la brusca variación de velocidad, nuestro Zero sintió que había dejado atrás el estómago. El corazón le pedía a gritos un respiro; pero no había tiempo para pausas. Los edificios, los vehículos y las personas corrían a ambos lados, difuminándose en una pared gris, y el autobús se alejaba cada vez más. En la intersección, una fila de coches que llegó de la nada le cortó el paso; obligándolo a tomar una desviación. Afortunadamente, Kallen sabía cada autopista, avenida, calle, palmo de Pendragón. Desde hacía bastantes años, esta ciudad le pertenecía a ella y a sus ruedas.
No hubo señales del autobús en los sucesivos minutos que demoró la frenética carrera. Había desaparecido. Si bien, Zero se aferraba a la esperanza de dar con él. «¡Vamos! ¡Vamos, debe estar cerca!». Le había parecido que transcurrió una eternidad cuando de súbito el autobús se asomó en el horizonte. Zero se lanzó en su persecución. La nueva avenida por la cual se había escabullido se le estaba haciendo insufriblemente interminable. La moto no paraba de morder polvo y humo. Se contentó de llevar puesta la máscara. Aceleró. Se preparó cuando se arrimó a la ventanilla. No se equivocaría dos veces. De su traje sacó una bomba de gas lacrimógeno. Otro regalo de Rolo. Kallen comenzaba a pensar que él no era simplemente un secretario con rostro de niño. Se avergonzó por ocurrírsele ahora. Zero apretó la bomba en su mano como si fuera una granada. Le quitó el seguro y la arrojó dentro del autobús. El vehículo pegó un horroroso frenazo que arañó el asfalto y sus tímpanos. Zero detuvo la moto y se apeó cual si le hubiera dado un calambrazo. Tenía un ligero cosquilleo en la entrepierna. Las puertas del autobús se abrieron violenta y sincronizadamente. Zero las volvió a cerrar de una patada. El conductor, que estaba por salir, chocó de bruces contra la puerta y resbaló en el escalón. Zero abrió otra vez, cogió al hombre mareado, que no era su doble, extrañamente, y lo tiró fuera. Se subió. No estaba Diethard. En algún punto en que había perdido de vista el autobús el otro Zero debió haber cambiado los vehículos. Gruñó, frustrado. ¿En dónde carajo estaba Diethard Ried? ¿Y quién diablos era ese Otro Zero?
https://youtu.be/DKVi9P7jNUc
De forma paralela, el autobús perdido se había estacionado en un túnel. Ried no atendía más que el goteo del drenaje y su propia respiración resonar con ecos suaves en sus oídos. Estaba completamente solo. Bueno, no. No del todo. También estaba él. El otro Zero abrió la puerta y lo invitó a salir a punta de pistola. Ried no halló cómo negársele, alzó las manos al tiempo que el color huía de su semblante y obedeció mansamente. Su mente empezó a analizar. ¿Por qué Zero estaba ahí? Él no mataba. Él atrapaba a sospechosos y los dejaba frente a la fiscalía o la estación. ¿Por qué había vuelto? ¿Qué se le había olvidado? ¿Algo había cambiado? No le estaba gustando nada el cariz que estaba adquiriendo aquello. Ya que la profesión le había enseñado que uno no salía de duda hasta que no preguntara, Diethard se forzó a tragar saliva e interpeló a su inesperado salvador:
—¿Por qué has venido?
—¿No es obvio? Estoy aquí para liberarte de este encierro.
Ried solamente había escuchado a Zero hablar una ocasión. Su voz era clara, profunda, fría. De tenor, podría añadir. La voz de este Zero no se asemejaba ni un pelo a la que recordaba. No obstante, el detalle escalofriante era que tenía la seguridad de haberla oído antes. ¿Dónde? Supuso que si mantenía la conversación lo averiguaría.
—¿Por qué? Tú fuiste quien me envió a la policía.
—Cambio de planes —lo atajó destempladamente—. No se puede confiar en la policía.
—Bien, ya me liberaste y, dado que no confías en la policía, ¿qué harás ahora?
—¿Ahora? —repitió Zero con un jadeo. Diethard se imaginaba perfectamente que detrás de la oscura máscara había una sonrisa maligna escondiéndose—. Ahora, tú mueres.
Zero se despojó de su máscara y abofeteó a Diethard con ella, lo que le hizo voltear la cabeza al punto de que el hueso de su mandíbula crujió. Ried se fue para atrás. El autobús retuvo su caída. Zero lo cogió del cuello de su uniforme y le encajó puñetazo tras puñetazos. Al mínimo afloje, Ried se derrumbó como si el alma se le hubiera salido del cuerpo. La sangre le manaba por la nariz desfigurada y los dientes húmedos y rotos. Zero lo agarró por la braga y lo arrastró igual que un muñeco. La tela se le ancló en la garganta. Lo puso junto a la puerta del autobús y la cerró con brutal violencia. La puerta rebotó. Zero la azotó de regreso provocando que el bus se bamboleara. Lo volvió a hacer. Y otra vez. Aplastar la cabeza de Ried contra la puerta sorpresivamente era igual que estrujar una uva entre los dedos y producía el mismo efecto placentero. Así estuvo por un rato. El autobús seguía meciéndose. El líquido cefalorraquídeo de Ried gorgoteaba en el piso. A la larga, la puerta se cerró y la cabeza de Ried se desprendió del cuerpo y rodó unos centímetros. La chispa de la vida abandonó sus ojos ante la pérfida mirada de su asesino, a quien identificó segundos antes de proferir su última exhalación.
Luciano Bradley.
https://youtu.be/O3PYBJdNOAs
Por otra parte, Lelouch embotaba sus sentidos fumando cigarrillo tras cigarrillo. Ya llevaba cinco e iba por el sexto. Estaba en la habitación de Kallen, tumbado bocarriba sobre su cama con la mirada ausente y una mano fuera de la cama mientras sus dedos sostenían el cigarrillo. Desde que se había instalado en el apartamento de Shirley y Kallen, Lelouch no había hecho más que descansar. Irónicamente, se sentía más extenuado que nunca. Había intentado dormir sin demasiado éxito ya que se había despertado agitado por las pesadillas, las cuales se habían multiplicado en aquellos días. Aún veía a Nunnally desaparecer en la espuma del río; mas no era la única. Había visto a todos aquellos cuyas vidas fueron arruinadas de una u otra manera por su culpa. Había visto, por ejemplo, a Euphemia morir envenenada en el suelo de su casa, a Naoto siendo abatido en su oficina y al Dr. Asprius suicidándose delante de él en su celda, sin que pudiera hacer nada para detenerlo a causa de las rejas que los separaban. Incluso llegó a ver sus antiguos subordinados atándolo y quemándolo vivo junto a su bufete. También soñó con sus enemigos. A veces Luciano lo torturaba en el almacén abandonado; otras veces estaba siendo humillado por Schneizel en una partida de ajedrez y a veces era visitado por su padre en su celda. Pero todas esas pesadillas acababan igual. La imagen se fundía en negro, aparecía su madre y le increpaba por haberle fallado. Lelouch abría los ojos llorosos, entonces, entre jadeos salvajes y melancólicos y ya no podía conciliar el sueño.
Su mente había sido su más poderosa fortaleza. Hizo de los muros de su palacio mental tanto un refugio donde podía resguardarse como un arma implacable para defender a sus allegados y aplastar a sus enemigos. Pero ese refugio se había transformado en una cárcel inexpugnable y esa arma se le había vuelto en su contra. Su mente que antes era un estanque relativamente pacífico y transparente ahora era una siniestra y tenebrosa ciénaga cuya corriente lo arrastraba hacia un abismo inescapable.
El cigarrillo se consumía entre sus dedos. Lelouch se incorporó y lo apagó en el cenicero que se había traído de la sala. Decidió explorar el lugar donde se hospedaba. El cuarto de Kallen era la morada de un deportista. Había varias botellas de agua mineral, barras nutritivas, dos mancuernas, una pera de boxeo colgada en el techo y varios peluches adorables, uno de ellos era de color verde. Parecía un hámster. La pelirroja lo había puesto en su escritorio y mirando hacia él a modo de hacerle compañía. Cuando Lelouch irrumpió por vez primera, la ropa de Kallen estaba dispersa por doquier y las sábanas estaban arrebujadas. Ella intentó ordenar un poco (lucía abochornada por su desastre). Encima del escritorio él observó que también había un paquete de tampones, algunas revistas deportivas y una carpeta delgada. Lelouch se sintió como un intruso oteando las cosas de Kallen. Ciertamente, lo era. ¡No, qué va! Exilió aquella idea. Era un huésped. Lo que era significativamente diferente. Lelouch se acercó. Quería leer una revista. Hacer algo en tanto. Se lo debía a Kallen y Shirley. Con solamente recordar con la mente fría que estuvo a punto de drogarse, una oleada de vergüenza lo fustigaba. Nomás cogió la primera revista avistó por el rabillo del ojo la carpeta y lo acució la curiosidad. ¿Qué le impedía echar una ojeada? Excepto las restricciones morales que no contradecían su ética, nada. La pelirroja no podía enterarse, a no ser que él se lo participase, lo cual no iba a suceder.
Animado por ese razonamiento, Lelouch abrió la carpeta. Era una serie de fotos de la escena del crimen hace diecisiete años. Aun cuando Lelouch tenía frescos los detalles del evento, un trozo de su alma se retorció de dolor al ver a su madre tendida sobre un lago de sangre. Había trozos del cerebro esparcidos en torno. Su cabeza había explotado. Todo lo que quedó fue la mitad de su rostro que era la parte que se apoyaba en el piso. Sino fuera por su ropa, le habría costado reconocerla. Aquella fotografía mostraba a Marianne de espaldas, la siguiente había sido tomada desde la derecha y más de cerca. La mujer había arrojado sangre por la boca y una lágrima pendía en sus pestañas. Su mano sujetaba la pistola y su dedo índice reposaba, en efecto, en el gatillo, confirmando la teoría del suicido. En el dedo anular brillaba el anillo de diamantes que el presidente Charles le había regalado, el mismo que iba a dar a Euphemia. A Lelouch se le revolvió el estómago. Pasó la imagen. Ahora tenía una foto con un plano del umbral del estudio. Observó un rastro de sangre entre aquel punto hacia el interior de la pieza. Lelouch frunció el entrecejo. Recordaba que toda la sangre se concentraba en un solo punto. ¿Cómo se había formado ese rastro si su madre falleció ipso facto y su hermana estaba en el vestíbulo? Lelouch revisó otra vez las fotos con rapidez, aun con las protestas salvajes de su corazón. Evaluó con gran desconcierto que había una discrepancia entre sus memorias y las fotos. Por obvias razones, nunca tuvo acceso al expediente ni regresó a la escena del crimen. Tampoco creyó necesitarlo. La imagen se reproducía en bucle en su mente. A veces de modo automático. Todos aseguraban que Marianne se había suicidado. ¿Podría ser que el presidente Charles ordenó alterar la escena del crimen para que coincidiera con su versión? Era factible. Tenía la duda, además, de cómo esas imágenes de su casa llegaron a ese cuarto. Tal pareciera que la habían colocado allí a propósito para que la encontrara.
https://youtu.be/82NzmREdkpg
En esto, llamaron a su puerta. Habló una voz melodiosa del otro lado.
—Lulú, ¿puedo pasar?
Era Shirley. Lelouch cerró la carpeta y la dejó donde estaba. Se sentó en la cama. Haciendo de cuenta que no había pasado nada entre la última hora en que ella vino y ese mismo instante.
—Sí, sí, adelante.
Shirley asomó medio cuerpo a través del resquicio de la puerta ingresando al cuarto. Saludó a Lelouch con una gentil sonrisa.
—¡Qué bueno que estás despierto! —expresó con entusiasmo—. Afuera hay unas personitas que desean verte.
—¿De quiénes se...?
Lelouch no logró formular la pregunta: la puerta se abrió con impaciencia de par en par. Milly y Rivalz se colaron en la estancia. Al abogado se le cayó la mandíbula del estupor.
—¡Hola, Lelouch!
—¿Milly? ¿Rivalz? —tartamudeó—. ¿Por qué están aquí?
Milly se dejó caer con Shirley junto a Lelouch en la cama. Rivalz arrimó la silla del escritorio, le dio la media vuelta y se sentó. Después de diez años, el concejo estudiantil de la Academia Ashford volvía a reunirse. Si las circunstancias fueras otras, esta sería una ocasión feliz.
—Estamos aquí porque nos necesitas —contestó Milly, agarrándole la muñeca—. Shirley ya nos contó la historia. No tienes que decir nada. Sabemos lo duro que es para ti.
—Y queremos que tengas en mente que cuentas con nuestro apoyo y que entendemos cómo te sientes porque nos sentimos igual —prosiguió Rivalz—. Nunnally era nuestra amiga.
Lelouch acogió las explicaciones, azorado. Era de suponer que Shirley los había contactado. No estarían ahí de otra manera. Sería una casualidad demasiada grande. Intentó agradecerles. Sentía que iba a atragantarse con sus propias palabras.
—Agradezco las molestias que se están tomando por mí.
—¡No es ninguna molestia! —corrigió Shirley, enfática—. Hacemos esto porque somos tus amigos. ¿Recuerdas cuando mi padre falleció hace once años en aquel deslave? —lo interpeló dulcificando el tono—. Yo también me derrumbé. No sabía cómo seguir adelante con mi vida —murmuró, compungida, bajando la vista—. Mi padre era mi guía y sin él me sentía perdida. Incluso me atrevo a decir que me sentía culpable por vivir. Yo pude haber muerto y mi padre podría haber vivido, y el azar dispuso que fuera yo quien viviera. Entonces, tú, Milly y Rivalz se quedaron a mi lado —indicó, volviéndose hacia Lelouch—. Me acuerdo que me hablaste de tu madre, de tu proceso de duelo y cuán importante fue para ti y Nunnally tenerse el uno al otro. La herida que la muerte de mi padre me dejó no hubiera podido cerrarse si no hubiera sido por ustedes.
De igual forma, Lelouch tenía recuerdos de aquel duelo. Todavía no habían empezado a salir. Shirley había sido muy desdichada aquellas fechas. Nadie lo supo, pues la trágica noticia se divulgó a los cuatro días. Lelouch se enteró al mismo tiempo que el resto del estudiantado de la Academia Ashford; por lo que no pudo expresarle sus condolencias sino hasta después que se topó con ella en la estación del metro. Shirley iba a lanzarse sobre los rieles. Percatándose de la locura que iba a llevar a cabo, Lelouch la salvó y la trajo a la residencia donde vivía con su hermana. Entre diálogo y diálogo, Lelouch le contó la historia de su madre. No se la había referido a nadie de allí desde su llegada. Ni siquiera a Milly. Se había resignado en parte. A las malas, había aprendido que daba igual lo que hubiera visto. Asimismo, estaba cansado de que lo tildaran de mentiroso. En parte, también porque aquella historia desgarraba su carne cada vez que intentaba extraerla de sí, hundiéndolo más en el recuerdo. Lelouch había oteado vestigios de aquel niño triste y desesperado que alguna vez fue en ella. Eso lo animó a decirle. Shirley siempre le agradeció que se hubiera abierto con ella.
—¡Oh, mi niña llorona! ¡Ven aquí! —exhortó Milly con voz melosa.
Shirley sonrió con bochorno y recostó su cabeza en el hombro de Milly que apoyó, a su vez, la suya en ella. Le pasó un brazo por los hombros.
—Tenías razón, Lelouch —terció Rivalz—. Ni tú ni nadie debe enfrentar solo estas pérdidas.
—La vez pasada nosotros fuimos a tu juicio como periodista. Iremos a este y esta vez como tus amigos —le aseguró Milly.
«¿Por qué son tantas las personas que me quieren? ¿Y por qué me aman tanto? ¿Son idiotas? ¿No ven lo egoísta, mezquino y despiadado que soy o acaso no les importa? ¿Por qué Suzaku me ayuda si fue por mi culpa que perdió a quienes más amaba? ¿Por qué C.C. está conmigo si la trato con desprecio? ¿Por qué Kallen está enamorada de mí si sabe que la engañé? ¿Por qué Shirley, Milly y Rivalz continúa preocupados por mí, aunque ya ha transcurrido bastante tiempo en que no nos vemos? ¿Por qué Nunnally quiere que sea feliz si yo nunca la ayudé a volar porque quería retenerla a mi lado? ¡No lo entiendo! Todos ven en mí a un gran hombre. Ojalá pudiera convertirme en lo que ellos ven. ¿Será que yo soy el idiota?».
—¡Lulú, ¿estás llorando?! —exclamó Shirley, sorprendida.
—¡Ja, ja, ja! Lo ha conmovido el poder de nuestra amistad —gorjeó Milly.
Lelouch quería desmentir a Milly. Defender su ego. No pudo pronunciar ni media palabra. Los labios le sabían a sal y su visión se había fragmentado en miles de pedazos como si fuera un mosaico. Eso le hizo pensar en lo que Suzaku dijo una vez que estaba con él y Nunnally. Los tres se habían puesto a discutir en torno a la forma que podría tener la felicidad en caso de que fuera algo tangible. Todos habían estado de acuerdo en que era como el cristal ya que, al igual que la felicidad, no siempre sabes que está allí, aunque definitivamente lo está. Para verlo, era menester cambiar de ángulo y el cristal brillará. Suzaku tenía razón. No podía tirar la toalla. Todas estas personas no se habían rendido con él y, definitivamente, no querían que él lo hiciera. De cierta forma, su causa los incluía. Había hecho una promesa. Debía cumplirla. De pronto, entreoyó la puerta principal abrirse. Alguien vino.
—¿Esa fue la puerta? —inquirió Rivalz.
—¡Oh, sí! Debe ser Kallen —intervino Shirley, enderezándose de golpe—. ¡Kallen, estamos en tu cuarto! —avisó en voz alta. En breve, estuvo en el cuarto. Dio un respingo al tropezarse con el gentío dentro de su cuarto—. Kallen, te quiero presentar a unos queridos amigos...
—¡Ya nos conocemos! —la cortó Rivalz con una sonrisa de oreja a oreja, girándose hacia la mujer—. Tú eres la abogada...
—Kōzuki —se adelantó Kallen. Chasqueó la lengua al reparar su error—. ¡Perdón, Stadtfeld! Kōzuki es el apellido de mi madre. A veces los cruzo.
—Está bien —excusó Rivalz con un ademán—. No tienes que disculparte.
—¡¿Tu madre se apellida Kōzuki?! —la interrogó Milly con avidez. Su instinto de periodista se había activado—. ¿Eres mitad japonesa? ¡Vaya! Si no lo dices, creo que eres una britana. No conozco a muchos japoneses pelirrojos, espero no me lo vayas a tomar mal.
Kallen la tranquilizó negando otra vez con la cabeza. Milly tenía un punto. Era más parecida a una britana de lo que le gustaría. Eso la había ayudado a disimular su mestizaje y, por tanto, a ser aceptada por los britanos. Ningún britano la había tratado mal por su raza; a diferencia de los japoneses. Recordaba que un día, siendo niña, se topó con un grupo de niños japoneses que estaban jugando y ella quiso unírseles. No la dejaron porque era una britana. Creían que estaba mintiéndoles por más que les aseguraba que era japonesa (o mitad de ella). Sus rasgos eran occidentales. La pequeña Kallen lloró mucho esa vez. Maldijo su condición de mestiza. Fue la primera de varias maldiciones que proferiría más adelante. Era una cruel ironía que la gente que despreciaba fuera tan amable con ella; entretanto, las personas que consideraba sus únicos compatriotas la discriminaron. A Kallen le gustaba ese trato gentil y se sentía fatal al ver que el resto de sus paisanos eran desairados. Cuando la culpa era demasiado abrumadora, fingía estar enferma para no asistir a clases; aunque tampoco se quedaba en casa: su madrastra era insoportable. La odiaba por ser una bastarda y por ser una japonesa. Kallen había culpado a los britanos por llenar las cabezas de los japoneses con prejuicios. Pero sometiendo a una nueva consideración, su razonamiento le pareció absurdo. Nadie podía imponerte ideas que no estuvieras de acuerdo. Los japoneses eran igual de racistas que los britanos. En tal sentido, ni ella ni los japoneses eran mejores que esos britanos.
—Descuida, tampoco conozco a otros japoneses pelirrojos.
—¡Yo opino que suena mejor Kōzuki! —declaró Shirley sonriente, juntando las manos.
Inopinadamente, sonó un tono de llamada. Todos buscaron con la mirada a quién pertenecía ese teléfono. Milly hurgó en el interior de su bolso.
—¡Oh, diablos! Disculpen, tengo que atender esta llamada.
Lelouch se puso de pie y sujetó a la pelirroja por el codo. Su imprevista aparición le recordó el puñado de fotografías. Le urgía hacerle unas cuantas preguntas.
—Kallen, ¿puedo hablar contigo a solas un minuto?
—Sí, claro... —balbuceó, desorientada ante las líneas duras que recorrían sus facciones.
A fin de evitar las distracciones, Lelouch la arrastró afuera de la habitación. Quería ahorrarse la explicación a sus amigos. Tampoco tenía que hacerlos saber de su reciente descubrimiento.
—¿De dónde sacaste las fotos en tu escritorio?
—¿De dónde más tú crees? Del expediente del caso del asesinato de tu madre hace diecisiete años —respondió, zafándose. No le gustaba como la estaba agarrando ni el tono de aprensión en su voz—. Suzaku me refirió de la relación entre los objetivos de Zero y los implicados en aquel juicio y quise investigar más. No pretendía tomar fotos, pero el comisionado mencionó que el archivo original se había perdido y me extrañó. Necesitaba más tiempo para estudiar las fotos y descubrir qué era lo que Britannia Corps quería destruir.
Sencillo. El presidente Charles quería destruir la falsa escena del crimen antes de que alguien con suficiente materia gris se diera cuenta de que algo no encajaba; así como logró adelantar la cremación de su madre a fin de impedir la autopsia. No había ningún misterio.
Lelouch iba a preguntarle a Kallen si pensaba compartir su investigación con él cuando Milly irrumpió, Rivalz y Shirley iban a la zaga:
—Odio definitivamente hacer esto, pero el director no me ha dado elección. Rivalz, tenemos que irnos. Al parecer, Zero asesinó a Diethard Ried cuando lo estaban trasladando a la fiscalía para interrogarlo. Nos han asignado cubrir la noticia.
—¡¿Qué carajo?! —clamó Rivalz, en claro estado de estupefacción—. ¡¿Ahora Zero mata?!
—Habrá descubierto que es más fácil limpiar a Pendragón matando a los criminales, en lugar de dejarlos en la estación de policía o en la fiscalía —repuso Milly cruzándose de brazos.
—No, ese no puede ser Zero —discrepó Shirley con toda la naturalidad del mundo.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque Zero nunca ha matado y no lo hará a partir de ahora.
Ante la réplica de la veterinaria y sin saber cómo contraargumentar, Rivalz puso una mueca y se rascó la cabeza. Milly estaba tan aturdida como su amigo. Solo que ella sabía disimular mejor. Shirley nunca había expresado interés por los asuntos sociales y políticos. Era como si el mundo se redujera a ella, a sus amigos y su familia y fuera de él no existiera nada. Ellos lo sabían de buena fuente. Fue aquel comentario lo que les generó extrañamiento. No a Lelouch. A él lo inquietó otra cosa. Si bien, Shirley había dirigido esas palabras a Rivalz y a Milly, le había enviado una mirada rápida a Lelouch y le había dirigido una sonrisa cargada de significado. ¿Podría ser que supiera su segunda identidad?
https://youtu.be/FKiHn6JMQgw
La noche anterior al juicio, el presidente Schneizel invitó a Suzaku al teatro. Iban a ver Julio César, de Shakespeare. No muy remotamente aquel mismo teatro representó otras obras del dramaturgo inglés. Intuyó que quizá estaban rindiéndole un homenaje. Suzaku no conocía la tragedia. No se perfilaba entre las más famosas piezas del Bardo. Su primer contacto con él, por cierto, fue mediante Lelouch que, a sus diez primaveras, ya había leído dos de sus obras, proclamando su admiración por el genio que había escrito semejantes tragedias. Suzaku había intentado leerlo y se hartó: el lenguaje se le hacía tan enrevesado que a duras penas entendía y no era tan listo como su amigo para apreciar la genialidad de Shakespeare. Con respecto al personaje titular, Suzaku manejaba los aspectos básicos de su historia como parte su bagaje cultura, al igual que todo el mundo. No le atraía mucho la idea de asistir a una obra sobre él; pero no pudo rechazar la amable invitación del presidente de Britannia Corps. Mañana iba a un juicio y, de paso, iban a celebrarse las elecciones. A los dos les convenía despejarse para agudizar su concentración y enfrentar sus respectivos duelos.
El presidente Schneizel alquiló uno de los palcos. Allí tenían una vista general de la puesta en escena y del teatro. A Suzaku lo abrumó tanta rimbombancia, mas se reservó para sí mismo sus pensamientos. Desde esa alta posición, observaron la obra. Suzaku se anonadó al ver que la obra se centrara más en Bruto que en el mismo Julio César. Ciertamente, era un personaje mucho más trágico. Un hombre dividido entre sus ideales republicanos y, su deber patriótico y su amistad con César y que, encima, tenía la responsabilidad de proteger el legado que sus antecesores construyeron. Suzaku supuso que la naturaleza controversial de Bruto sedujo al dramaturgo, impulsándolo a desviarse del drama que envolvía a César para profundizar en la psicología de Bruto, sino es que lo había hecho deliberadamente. Las interpretaciones acerca de Bruto se habían polarizado a lo largo de la historia. Siendo visto a veces como un traidor oportunista y a veces como un luchador abnegado contra la tiranía. Shakespeare había elegido esa óptica para escribir a su personaje y no era para menos. Plutarco llegó a describirlo como un hombre virtuoso y benevolente. Era más interesante conocer los motivos que condujeron a un hombre con tales características traicionar a una de las figuras más ilustres que habían pisado la tierra y que, para colmo, era su amigo. Si Shakespeare no tituló la obra como Bruto era porque quizás nadie quería conocer su historia, la gente juzgaba a los traidores con dureza, y porque su nombre no sería reconocido sin César. Bruto había matado a César y este había conseguido vengarse en la posteridad arropándolo con su sombra. Antes se escribirían miles de historias sobre César, el conquistador, el urbanista, el general, el dictador, el amante y, de último, si acaso, una de Bruto, el conspirador. O quizás no la tituló como Bruto porque César sí era el protagonista y tan solo su destino estaba ligado al suyo ya que, sin querer, él había convertido a su mejor amigo en su peor enemigo.
Suzaku observó a Bruto debatirse entre sus lealtades personales y sus ideales con un nudo en el estómago. Su contrariedad le privó el derecho de disfrutar la obra. Pasajes como el doloso asesinato de César, su visita fantasmagórica a Bruto y su suicido lo incomodaron en extremo. Suzaku no pudo hallar un momento para aligerar el nudo porque al menor gruñido o gemido que huía de su garganta el presidente lo miraba. Era como ser vigilado por el profesor durante el examen. Suzaku estaba hundido en su asiento como un niño pequeño para cuando la obra finalizó. Al salir, los hombres se engarzaron en una amistosa discusión a propósito de la obra.
—...Me parece que Shakespeare suavizó al personaje de Bruto con la evidente intención de hacer que los espectadores empatizaran con él y así aumentar el efecto catártico de la tragedia.
—Bueno, hay evidencia histórica que afirma que Bruto poseía un carácter íntegro y patriótico —señaló Suzaku con discreción—. Independientemente si exageraban sus cualidades, él era un hombre. No tuvo que haber sido sencillo estar en su lugar. Oponerse al poder era más que una cuestión política, era algo personal. Uno de sus antepasados había ayudado a derrotar al último rey de Roma bajo el juramento de que ningún hombre debería tener demasiado poder y César parecía que intentaba devolver a la república romana su estado de monarquía.
—Usted lo ha dicho, fiscal Kururugi. «Parecía que». A César le otorgaron el título de dictador tantas veces seguidas porque demostró que era un líder eficaz. El líder que Roma necesitaba y quería. Sus victorias militares y sus iniciativas como la distribución de tierras a los pobres hablaban por él. César no hizo más que lo que pedían de él.
—Sí, no niego que el ascenso al poder de Julio César estaba en consonancia con su creciente popularidad. Incluso le faltó añadir que a tal punto le erigieron estatuas y templos en su honor. Y ahí radicaba el problema precisamente —advirtió, acalorándose—. Era tanto el poder que César estaba acumulando que disparó el miedo de que retornara la monarquía por la que sus antepasados lucharon por abolir y por la que Bruto tenía una especial obligación. Existía una posibilidad respaldada con fuertes indicios y Bruto no iba a esperar que Roma se sumiera en una tiranía para actuar.
—Me sorprende que diga eso siendo fiscal —se rió el presidente Schneizel, divertido—. ¿No era que si las evidencias son circunstanciales no prueban nada? Fiscal Kururugi, César era su amigo. Debió conocerlo mejor que otros hombres. ¿De verdad Bruto pensó que su amigo era capaz de coronarse como emperador de Roma?
—Temo que no siempre podemos advertir las ambiciones de nuestros amigos hasta que es muy tarde —se lamentó Suzaku—. Hay otras cosas que tienen más prioridad que la amistad.
—¿Cómo cuáles?
—El bien común —afirmó despacio, como si las palabras trepidaron en sus labios, lo que era insólito porque estaba totalmente seguro de la respuesta—. Es verdad que Bruto actuó según sus pasiones, precipitándose a la acción sin tener certeza de nada y dejándose manipular por Casio y el resto conspiradores, pero lo hizo creyendo que era lo correcto para los japoneses, ¡lo siento, quise decir los romanos! —farfulló con embarazo.
—A ciencia cierta, esa es la opinión de Marco Antonio en la escena final de la obra. Lástima que Bruto no pudiera percatarse de que sus decisiones políticas destruyeron la república que sus antepasados fundaron tras una sucesión de guerras civiles —convino, moviendo la cabeza con pesadumbre—. Es lo desafortunado de no poseer una bola mágica que nos prevenga de estas calamidades. Bien, fiscal, ¿me haría el honor de aceptar el trago que voy a ofrecerle?
https://youtu.be/Z7Fd6ltgEQg
El presidente Schneizel extendió el brazo en dirección a la barra haciendo gala de sus modales suaves. El atónito Suzaku realizó una inspección superficial del lugar. Estaban en un bar. Sin apenas darse cuenta, había seguido al hombre por inercia. Se había perdido en la discusión.
—No, gracias. Tengo que ir a casa. Mañana es el juicio y debo estar listo para entonces.
—¡Oh, por favor! Solo será un trago y luego podrá volver. Es más, le pediré a mi chófer que lo lleve —insistió el presidente—. Nos encantaría honestamente tener su compañía.
—¿«Nos»?
—¡Presidente Schneizel, muchas gracias por la invitación!
Al bar llegó el fiscal Waldstein escoltando a un par de fiscales. Suzaku nunca había tenido el placer de intercambiar palabras con alguno de ellos, aunque sabía quiénes eran. Nada más ni nada menos que el asistente del fiscal estatal y el director de la fiscalía pública. Por eso mismo no pudo más que limitarse a verlos rara vez en los pasillos. «¿Para qué los habría invitado el presidente?». Esos fiscales deberían estar en sus oficinas trabajando, no reuniéndose con un hombre de negocios. Suzaku cogió un mal presentimiento. ¿Acaso no tenían orgullo? ¿Dónde habían dejado el compromiso con el país? El vaivén de las reflexiones morales de Suzaku se vio cortado de raíz cuando sus oídos se prestaron a oír a los cubos de hielo chocar entre ellos. El barman estaba sirviendo un Gibson. Era maravilloso verlo. El vaso era límpido y claro. El Gibson era cristalino. Las dos cebollitas blancas como dos perlas eran haladas hacia al fondo. Suzaku sintió de pronto la garganta seca. Procuró ignorar el deseo que estaba aflorando en la boca de su estómago.
—Fiscal Kururugi, me da gusto verlo —lo saludó el asistente del fiscal estatal—. Tenía ansias de conocerlo.
El presidente Schneizel le tendió a Suzaku su cóctel. Suzaku agarró la copa triangular. Miró a su mecenas y a los fiscales que le sonreían a la expectativa. Miró el Gibson en su mano. El bar empezó a gravitar en círculos a su alrededor, incrementando la velocidad en cada vuelta. Suzaku era consciente de que tenía que descansar. Mañana prometía ser un día pesado. Iba a necesitar todas sus energías y la mente despejada. Pero la tentación era superior a sus fuerzas.
Y bebió un trago.
N/A: ¡hasta aquí llegamos por hoy, malvaviscos asados! Ante todo, quiero disculparme por haberme atrasado por un día. Sé que prometí actualizar ayer. Pero entonces todavía el capítulo estaba en revisión y ya era bastante tarde para cuando finalicé. ¡Igual, quería desearles a todos un feliz año 2022! Pues esta es la primera vez que nos leemos desde el 2021 y este es el primer capítulo de la novela del 2022, el cual escribí a inicios del año pasado. Curiosamente. ¡El tiempo pasa volando, sin lugar a dudas! En aquella época yo estaba finalizando el segundo libro y ahora estoy en la mitad de la tercera parte que es la más larga, densa y complicada de escribir. En parte, por la falta de inspiración. En parte, porque es el cierre de todas las tramas y la explicación a todas las respuestas que he planteado en los anteriores libros. Voy a necesitar mucho de su apoyo para que esta historia llegue a buen puerto.
Hablando de resolver misterios, en algún punto de estas semanas yo estuve releyendo el capítulo 17 y decidí hacer un par de pequeñas modificaciones en la conversación entre C.C. y Lelouch porque temía no haber sido clara. El primer punto modificado fue Mao. Él fue un usuario del Geass, creado en el infame proyecto ultrasecreto de Charles, cuyo poder de leer mentes se descontroló (por tanto, las voces que oía en su cabeza eran los pensamientos de la gente a su alrededor). El segundo punto fue la memoria de Lelouch. Tanto los recuerdos borrados como la migraña de Lelouch son un efecto secundario del Geass (recordemos que Lelouch estuvo una inestimable temporada en el Proyecto Geass y fue sometido a diversas experimentaciones). Aclarados esos puntos, podemos avanzar.
Este capítulo fue tranquilo y se me hizo cortito al leerlo. Es el clásico capítulo que refiere a la calma antes de la tormenta. Aun así, fue intenso. Miren que en este capítulo hemos despedido a Diethard Ried (les advertí capítulos atrás que rodarían cabeza, ¿creían que hablaba en un sentido metafórico? No lo hacía realmente). Lo que me gusta del capítulo 23 principalmente es el comienzo y el final. La primera escena es una recreación de la escena que comparten Lelouch y Kallen en el episodio 7 de la segunda temporada y que es uno de mis momentos favoritos de la serie y un punto de inflexión en el arco de Lulú; así como también el reencuentro con sus excompañeros de la Academia Ashford es una recreación de la escena que viene luego. Creo que nadie está sorprendido de la confesión de Kallen. Más bien, la estábamos aguardando. En el primer libro, Kallen se sintió muy atraída hacia Lelouch desde que lo conoció. Y, en el segundo libro, la vimos enamorada de él. Por lo general, en las historias de amor, incluyendo las mías, el chico toma la iniciativa (porque nos gusta y es casi lo convencional); sin embargo, tomando en cuenta las personalidades de los personajes y que los sentimientos son la máxima debilidad de Lelouch (excluyendo que el pobre chico es un desastre emocional), Kallen tenía que dar el primer paso, igual que en la serie. Amé su declaración. Fue concisa, pero bonita. La última escena de este capítulo es un espejo de la ida al teatro de Euphemia y Lelouch y su posterior discusión sobre Macbeth. Los paralelismos entre Bruto y Suzaku eran muy grandes como para omitirlos y no me resistí a hacerlo hablar de sí mismo a través de él. Yo no soy la primera autora en que compara a un personaje con otro personaje popular de la literatura y, usualmente, esas comparaciones dan cringe ya que el personaje que es comparado está mal escrito; no obstante, no es el caso de Suzaku ni pienso que el mío lo sea (hay que distinguir a los dos Suzaku). Sobra decir que estas escenas fueron mis favoritas del capítulo.
Ya para concluir estas notas, dejo mis preguntas habituales: ¿qué opinan de la escena recreada de Lelouch y Kallen? ¿Les gustó que Urabe se haya ofrecido como doble espía o creen que no es confiable? ¿Qué les pareció que Kallen haya asumido temporalmente el manto de Zero? ¿Qué piensan de los cambios de Rolo y C.C.? Abro paréntesis para declarar que amé su conversación (valió la pena extenderla), ¿qué creen que pasará en el juicio? ¿Ganará Suzaku o Jeremiah? ¡Nos enteramos del maléfico plan de Schneizel para deshacerse de Diethard? ¿Se imaginaban que Luciano se disfrazó de Zero? ¿Los sorprendió la cruenta muerte de Diethard Ried? ¿Por qué los recuerdos de Lelouch no coinciden con la investigación de Villeta? ¿Les gustó el reencuentro de los miembros del Concejo Estudiantil? ¿Qué tal la escena final? ¿A Suzaku le pasará factura su decisión? ¿Cuál fue su escena favorita? ¿Qué expectativas tienen? Díganme todo lo que quieran en los comentarios.
Nos leemos el 7 de febrero para la épica conclusión del segundo libro de esta historia: «Justicia (Parte II)». O como me gusta denominarlo: «Un mundo de justicia (Parte II)».
¡Se me cuidan todos! ¡Besos en la cola!
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