Capítulo 21: Caída
Milly citó a Kallen en su apartamento por la mañana. Sin adelantar detalles para no arruinar la sorpresa, le dijo que tenía información de interés. Kallen respondió que estaría ahí en veinte minutos. Enseguida, se preparó y partió a su encuentro con Milly, que ya estaba esperándola con dos tazas con café que recién había hecho. Kallen aceptó la suya de buen grado. La había asaltado la impresión de que iba a ser un día bastante largo. Se instalaron en la sala y Kallen aprovechó para echar un vistazo al sitio. Era pequeño, confortable y organizado. Exactamente lo opuesto a su habitación en que había regadas por doquier botellas de agua mineral, bragas, sostenes, mancuernas, envolturas de barras alimenticias y una que otras trituras, libros, hojas sueltas. Un desastre bien ordenado ya que, a pesar de todo, sabía en dónde estaba cada cosa. Resultaba que la información que Milly deseaba compartirle concernía a las protestas de los trabajadores de Britannia Chemicals por las peligrosas condiciones laborales que repercutían en su salud. Nada que Lelouch no estuviera al tanto. A la inversa de ella. Milly le reveló que los empleados habían introducido una demanda, que no procedería a no ser que la compañía hiciera lo correcto. Ambas tenían claro que los altos mandos no darían su brazo a torcer. De hecho, ya estaban tratando de persuadirlos de retirar la demanda sobornándolos...
—...A una señora trataron de ofrecerle el pago por la matrícula de su hijo en la universidad. Ella se negó, por supuesto. Si los sobornos no surten, Britannia Corps tendrá que apelar a la fuerza —Milly remojó un trozo de pan en el café y se lo engulló—. Ya esa pobre mujer está confinada a vivir entre tratamientos —dijo, cubriéndose la boca llena—. Britannia Corps no puede joderla más, excepto si logran que la corran del hospital o amenacen a su hijo.
—Como si no estuviera pasándola mal por su enfermedad, debe preocuparse por su hijo.
Kallen se preguntó si su hijo sabría que su madre estaba internada en un hospital. Sabía que si su madre estuviera en esa situación le habría ocultado todo (técnicamente, fue lo que hizo hace diecisiete años). Si bien, le hubiera dolido que la excluyera, habría entendido por qué.
—Es difícil ser madre en estos días —comentó, limpiándose las migas que le habían quedado en las comisuras de los labios con el dedo—. ¿Te gustaría serlo?
—Estoy abierta ante la idea y si llegara a tener un hijo me gustaría fomentar en él o ella amor por sus raíces japonesas. Sin embargo, odiaría criarlo en un ambiente en donde lo marginen por ser japonés y, más aún, odiaría tener que enseñarle a esconder su identidad para que tenga una vida digna. Es injusto —expresó Kallen con una voz extrañamente lejana, pues una parte de ella estaba allí con Milly y otra estaba perdida en sus reflexiones.
—Lo es —coincidió Milly cruzando las piernas—. Yo pienso más o menos igual. Nadie con un poco de sentido común criaría a sus hijos aquí.
—Afortunadamente, hay personas que están trabajando para cambiarlo.
—Eso también es verdad. ¿Fue por eso que te uniste al bufete de Lelouch?
Lo cierto era que las razones de su asociación con Lelouch eran personales. Estaban ligadas a su ferviente deseo de traer justicia para su hermano. Sus motivaciones, sus creencias y sus objetivos comulgaban con los de Lelouch. Kallen había sido muy consciente de ello. Una vez se preguntó para sus adentros si sería posible que sus caminos se encontraran en algún mundo paralelo en que sus familiares no hubieran muerto y no serían impulsados por la venganza.
—En gran medida, sí. ¿Tú y él son amigos desde hace varios años?
—Sí. Asistimos a la misma escuela, la Academia Ashford, y prácticamente crecimos juntos...
—Conque fue a vivir contigo y tu familia luego de que falleció su madre —observó Kallen.
—¿Te contó eso? ¡Vaya! Entonces su relación es más estrecha de lo que pensé —exclamó la mujer con una sonrisa rutilante. Kallen frunció el ceño sin comprender. Milly dejó su taza en la mesita auxiliar—. No me malinterpretes. Cuando Lelouch fue acogido por nuestra familia, su mundo giraba en órbita a su hermana, al ajedrez y a las apuestas. En ese orden. Le costaba abrirse a las personas y rara vez ponía atención a su entorno. Si no fuera porque yo misma lo inscribí en nuestro consejo estudiantil, no hubiera tomado la iniciativa por su cuenta. Con los años fue mejorando, pero aún mostraba esa falta de interés. No sé si me hago explicar. ¿Me creerías si te dijera que tuve que hacer de cupido para unirlo a su primera novia?
—¿Shirley Fenette?
—¿La conoces? El mundo es un pañuelo —afirmó, gratamente asombrada—. Fue agradable reencontrarme con él y verlo mucho más animado. Me pregunté si tú habías tenido relación.
—¡¿A qué te refieres?! —balbuceó Kallen, cuyo rostro había demudado—. ¿No querrás decir que Lelouch y yo somos novios? ¡Porque no lo somos!
—Si no lo son, dan esa impresión —insinuó con aire divertido—. Pillé a Lelouch comiéndote con la mirada un par de veces.
—Debiste haberlo imaginado... —insistió, sintiendo ahora que las mejillas le hormigueaban.
—Te digo que no. Supongo que habrás percibido que Lelouch no verbaliza sus sentimientos, en parte, por su falta de autoconocimiento con ese lado íntimo, y, en parte, por su naturaleza fría y hermética. No fue hasta que me tocó vivirlo en carne propia con una chica que entendí que sus acciones son su mejor y más cómoda manera de expresar su amor y que sus ideas del romance están basadas en la practicidad, no en la pasión. Ojalá me hubieras visto en el pasado orquestando todo tipo de eventos alocados para sacarle alguna reacción porque no conseguía sacarlo de su apatía, ¡cuando tenía que entrar en su cabeza! ¡Ay! Lo siento, Kallen, me desvié por la tangente —cortó ella, riéndose con vergüenza—. Lo que hay entre tú y mi primo no es asunto mío. Iba a decirte que los trabajadores seguirán al pie del cañón e iba a recomendarte a ti y a Lelouch reunirse con la líder del sindicato: una chica encantadora llamada Tianzi.
—¿Tianzi? ¿Una inmigrante china?
—Fuerza de trabajo es fuerza de trabajo —repuso en un intento de racionalizar lo que también hallaba raro.
—De acuerdo. Se lo diré a Lelouch. Gracias por la información, Milly.
La rubia le respondió guiñándole el ojo. Cogió su taza y sorbió el café. Pues, inopinadamente, Kallen había obtenido sin querer otra perspectiva de Lelouch de alguien que lo conocía bien. En su fuero interno, trató de establecer una conexión entre ese relato y el de Nunnally. Podría ser que esa aparente indiferencia fuera consecuencia de aquel episodio injusto que le cambió la vida y su visión del mundo. ¿Habría sido eso combinado con el escenario teñido en sangre en el que creció y su infancia traumática lo que definió el origen de Zero? Si no lo fue, habría forjado, al menos, su actitud de hacer frente a las injusticias a costa de romper los preceptos éticos y sacrificar su mente y su alma. Un escalofrío le puso a la pelirroja la piel como carne de gallina. Le urgía averiguar si Lelouch era Zero. Y tenía que hacerlo antes que Suzaku.
https://youtu.be/uRbDub8LqKQ
C.C. y Lelouch se habían puesto cómodos para cuando Kallen había vuelto al hotel. C.C. se había despojado de toda su ropa y se había vestido con una de las camisas blancas de Lelouch. Él, por su parte, se había conformado con colgar la chaqueta y desabotonarse el primer botón de su camisa. Estaba en un sofá confidente con la laptop en el regazo, una mano bailoteaba con la misma gracia de una bailarina sobre el touchpad y la otra se recostaba contra la mejilla en forma de puño. C.C. desayunaba pizza en la cama.
—¿Y este comité de bienvenida? No es para mí, presumo.
—No, es para el fiscal Kururugi —aclaró C.C.— Apresúrate y cámbiate. El hombre está por llegar y se supone que ayer tuvimos una noche salvaje.
—Bien —asintió Kallen y se bajó la cremallera de la chaqueta, la arrebujó y la tiró al asiento de un sillón, donde Lelouch había colgado la suya—. ¿Estás revisando las noticias? ¿Dicen algo bueno?
—Diethard está detenido por aceptar sobornos de Britannia Corps. Al parecer, confesó en el interrogatorio que había hecho algunos favores al presidente Charles —contestó Lelouch con voz monocorde—. Entre otras noticias, durante una rueda de prensa que dio anoche, Charles fue víctima de un disparo. Un empleado que, según su declaración, había sido diagnosticado con cáncer por trabajar con sustancias químicas tóxicas fue el perpetrador.
—¿Dispararon durante una rueda de prensa al presidente Charles? —repitió Kallen abriendo tamaños ojos—. ¿Hay vídeo sobre eso?
—Sí.
—¡Quiero ver!
Lelouch accedió. La noticia encabezaba la lista de los cinco artículos más leídos, por lo cual pudo hacer clic en el título de una vez. El vínculo lo redirigió a la página. Kallen se tendió junto a él. C.C. se deslizó fuera de la cama, relamiéndose los dedos cubiertos de salsa y queso gratinado, se paró detrás del sofá, flexionó las rodillas y apoyó los brazos en el respaldo. Lelouch reprodujo el vídeo. Primero, escucharon el discursillo del presidente Charles y, luego, vieron la interrupción del japonés que culminó en ese disparo a quemarropa. La gente se conglomeró alrededor del patriarca de los Britannia y el vídeo se puso negro. A Kallen se le inflaron las mejillas intentando contener una risa. Aun cuando sabía que reírse de las desgracias ajenas no estaba bien, se engañaría a sí misma si desmintiera que le había parecido graciosa la caída del gran expresidente de Britannia Corps. Observó a Lelouch de reojo. No experimentaba el mismo placer perverso. Su expresión era grave, a decir verdad.
—¿Qué sucede? ¿No quieres cantar victoria antes de tiempo?
—Sí, Lelouch —terció C.C., picándole una mejilla—. ¿Por qué tan serio? Le dispararon a tu enemigo, ¿no debería eso poner una sonrisa en tu cara?
—¿No se dan cuenta? —las interrogó él, mirándolas alternativamente. C.C. meneó la cabeza. La expresión de Kallen era vacía. Lelouch suspiró hondo y les explicó—. Punto número uno, en una semana se celebran las elecciones presidenciales. Dos, la tarde del jueves se libera un vídeo controversial que expone al presidente Charles y su compañía, lo que vuelca la opinión pública y los medios, sus más grandes aliados, en su contra. Tres, esa misma noche organiza una rueda de prensa en un ambiente poco favorable y, de repente, es atacado por un empleado. Y, de este modo, Charles zi Britannia pasa de ser un empresario mezquino y codicioso a...
—...Una víctima —completó Kallen boquiabierta, sintiendo el peso de la realidad asentarse en su estómago—. ¡Maldita sea! ¡¿Cómo me dejé engañar?!
—No seas duras contigo misma. Charles zi Britannia lleva añales manipulando a los medios. Es un experto. Miren —Lelouch cerró la pestaña y les mostró la noticia del atentado saltando a través de distintos medios digitales—. Nadie habla de nuestro vídeo porque toda la atención está concentrada en el espectáculo de Charles.
«Definitivamente, Lelouch es hijo de Charles zi Britannia». C.C. pensó bromear subrayando la teatralidad y las embustes como rasgos comunes de los Britannia; si se sujetó la lengua fue porque Kallen estaba ahí y desconocía el parentesco entre ambos. En su lugar, porque no iba a quedarse con las ganas de joder a Lelouch, preguntó:
—¿Y deberíamos sentirnos mejor porque todo el mundo le siguió el juego a Charles?
—Busqué vídeos y fotos del incidente que enfocaran otros ángulos —dijo Lelouch pasando olímpicamente de C.C.—. Revisen esto.
Lelouch reprodujo otro vídeo de la conferencia cuya cámara estaba orientada desde la vista lateral del presidente Charles. Unos segundos antes de que el perpetrador apretara el gatillo, uno de los partidarios que estaba con el patriarca Britannia se agazapó y se tapó los oídos. C.C. se echó a reír.
—O ese tipo tiene el poder de la precognición o sabía sobre el atentado.
—Un hombre inteligente sabe cómo fabricar su propia suerte. De eso se trata, ¿no? —indagó Kallen recitando una de las lecciones de Lelouch. La joven aún estaba avergonzada de su ingenuidad—. Creí que era verdad. Hablé con Milly. Me contó que los empleados demandaron a la empresa porque les habían violado algunos de sus derechos.
—Los hechos no necesariamente tienen que ser reales, solo creíbles. Lo habíamos discutido, ¿no? —le recordó Lelouch con la paciencia de un profesor—. Charles contaba con eso y sí, lo sabía.
—¡¿Lo sabías?! —gimió ella, desilusionada—. Por una vez quería ganarle a tu omnipresencia impresionándote.
—Me impresionaste en mi juicio cuando convocaste a Charles como testigo de la defensa.
—Eso fue hace un mes —gruñó Kallen—. Bueno, Milly me dio la dirección de la líder del sindicato. Una mujer llamada Tianzi. Está en el hospital recibiendo tratamiento. Tiene células cancerígenas. Lo bueno es que el cáncer está en su etapa temprana. Puede curarse. Milly nos recomendó entrevistarnos con ella.
—Perfecto. Nos iremos a reunir con ella luego de que acabemos con esto —contestó Lelouch—. Vamos a aunar nuestros esfuerzos en Britannia Chemicals. Es la subsidiaria más vulnerable, la que más manipula los precios de las acciones y cuya ética sería la más afectada, ¿está bien?
—De acuerdo —asintió Kallen resignada. Y se adentró en el baño.
—C.C., por favor, hazle seguimiento a esta noticia. En lo personal, no creo que...
Alguien tocó la puerta. No habían intercambiado una mirada y las mentes sincronizadas de Lelouch y C.C. habían adivinado quién era. Ella regresó a la cama y colocó la caja de la pizza en la mesilla. Él guardó su laptop en su funda y fue a abrir. Afuera estaba Suzaku. Ciñéndose a su papel, Lelouch lo saludó con una sonrisa de oreja a oreja y lo invitó a pasar al interior con un amago.
—¡Fiscal Kururugi, me contenta verlo! Lo estábamos esperando. Por favor, entre.
—Buenos días, abogado Lamperouge, C.C. —saludó Suzaku realizando un asentimiento con la cabeza. Persistía en el tratamiento formal, lo que indicaba que no trataría de disimular que era una visita amistosa. Suzaku penetró en la estancia, sin hacerse de rogar—. Lamento aparecerme a esta hora de la mañana. Asumo que C.C. y Kallen le habían prevenido de mi visita.
—Sí, así es —afirmó—. Mencionaron que estaba persiguiendo a Zero y que su rastro lo había conducido hasta aquí. Lo que omitieron fue la parte que me involucraba en aquel asunto.
—No lo omitieron. No les dije —repuso. Estaba eludiendo todo tipo de contacto visual. Sus ojos estaban paseándose por el cuarto ávidamente en la búsqueda de algo preciso y terminante que vinculara a Lelouch con Zero. Preferiblemente un descuido—. Tan solo quería saber si acaso había detectado alguna irregularidad. En mi investigación, he descubierto que los objetivos de Zero, de una u otra forma, tienen relación con usted: Bartley Asprius, Villetta Nu, Diethard Ried, ¿no le parece extraño? ¿Tendrá alguna idea de por qué?
—Le juro que no lo sé. Estoy tan sorprendido como usted ahora —declaró Lelouch arqueando las cejas con dulce ingenuidad— y me disculpo agregando que tampoco puedo aportar mucho en su investigación. Estaba ocupado cuando Zero pasó por aquí.
—¿Haciendo qué? —indagó encarando a Lelouch con la mirada, por fin— Si no le molesta decirme.
—Estaba en un triple mate con nosotras, ya te lo dije —resopló C.C., un poco fastidiada del distanciamiento entre Suzaku y Lelouch. A su juicio, los dos eran iguales de infantiles.
—Perdón, señorita —masculló—. Quiero que sea el abogado Lamperouge quien responda.
—C.C. se lo dijo. Estaba en un triple mate —coreó Lelouch ensanchando su sonrisa felina.
Se inclinó sobre la cama y gateó hacia C.C. con una voluptuosidad deliberada. Con un brazo, rodeó su cintura y la acercó. C.C. posó la mano en su pecho y metió la cabeza en la curva de su cuello, acurrucándose contra su cuerpo.
—Un triple mate largo —dijo Suzaku—. Según me dijeron en la recepción, fue por tres días.
—¡Estuvo averiguando sobre mí! No tuvo por qué, fiscal. Me lo pudo haber preguntado y yo con toda la amabilidad del mundo se lo hubiera dicho —expresó Lelouch con malicia.
—Realmente no pensábamos quedarnos más de un día, pero la experiencia fue una aventura para nuestros cinco sentidos.
Los presentes se volvieron en dirección al origen de aquella voz cantarina. La puerta del baño se había abierto de par en par y Kallen estaba ahí de pie, sujetándose del marco. Traía encima una de las camisas de Lelouch y un sensual baby doll rojo semitransparente que se amoldaba perfectamente a sus suaves curvas. Su entrada supuso la irrupción de una ola de calor inusual para el fresco mes de octubre en el cuarto. C.C. captó el momento en que los ojos de Lelouch se le salieron de las cuencas oculares justo antes de dominar su expresión. Se lamentó por no haberle tomado una foto. Con esa imagen, hubiera podido chantajearlo para conseguir pizza o cualquier cosa con tal de ponerlo nervioso. A Suzaku se le encendieron las mejillas y ladeó la cabeza cual si hubiera violado la privacidad de Kallen. Ella atravesó el cuarto con la desenvoltura de una ninfa danzando por el bosque. Las reacciones que había causado elevaron su confianza a un nivel estratosférico que resultaba para ella totalmente desconocido y excitante. Se hizo un lugar en la cama y se abrazó a Lelouch, quien con suma cautela deslizó su brazo libre alrededor de sus hombros. Nomás al ver a Kallen se tensó su virilidad y bien sabía que otro movimiento provocaría que temblara de emoción, lo que quería eludir a toda costa. Suzaku ya empezaba a sentirse voyerista mirando con repulsión y apetencia, a partes iguales, aquel show.
—No podría estar más de acuerdo con eso —secundó C.C. alborotando el pelo de Lelouch—. ¿Por qué no te nos une para la próxima vez, Suzaku? Nunca hemos tenido un cuarteto y eres bien parecido —lo convidó, sonriéndole desvergonzadamente a través de sus largas pestañas.
—¡Sí! ¡Por mí está bien! —exclamó Kallen con entusiasmo.
—No me puedo oponer a los deseos de las señoritas y, para ser franco, no podría elegir ni querer más a otra persona para completar el cuartero —aprobó Lelouch, sonriente—. ¿Qué dice, fiscal Suzaku? A mí no me molesta. Al fin y al cabo, fuimos viejos amigos y llegamos a compartir muchos tesoros. ¿Acepta por los nuevos tiempos?
Ni en sus fantasías más salvajes Suzaku había imaginado que tendría la ocasión de estar con dos mujeres hermosas y Lelouch, además. Enervándose, Suzaku carraspeó.
—No, gracias, aunque aprecio la invitación —musitó. A pesar de que el fuego de la tentación estaba bullendo en su interior, no perdía de vista el motivo por el que estaba ahí—. Iba a decir, antes de que me interrumpieran, que incluso si estuvieron en un triple mate durante estos días, no pudo ser al mismo tiempo que cuando Zero apareció porque en ese momento Kallen había sido tomada como rehén por el presentador Ried y Zero y yo fuimos testigos y ya que Kallen está aquí, puedo preguntárselo directamente: ¿qué hacías en la Torre de Babel ayer?
—Estaba en la conferencia del presentador Ried. Una amiga periodista de Lelouch lo invitó al evento, pero él no quiso y me obsequió su pase —aclaró Kallen—. Represento a la oficial que Ried difamó en su exclusiva y vi esto como una forma de conocer a la persona a la que nos enfrentaríamos.
—Doy por hecho, entonces, que si el abogado Lamperouge no estaba contigo sí lo estaba con la señorita C.C. —razonó Suzaku, que estaba intentando rescatar alguna pizca de seriedad en la escena frente a él.
Esta visita se estaba convirtiendo en una experiencia surrealista. Pensó que debería pellizcarse al salir para comprobar que no lo había soñado.
—Eso es correcto. Estábamos en un enroque porque la otra noche Kallen solita le había dado un jaque —indicó C.C. acariciando distraídamente con el dedo la clavícula desnuda de Lelouch—. Si no me crees, puedes ir al baño. En la papelera están los peones de Lelouch.
Kallen se tuvo que morder la lengua para no carcajearse. Ni en un millón de años hubiera pensado hablar abiertamente de la sexualidad en clave de terminología ajedrecística. Parecía que C.C. se había tomado como un desafío personal inventar la mayor cantidad de mensajes con sentido pervertido. «El truco en mentir está en insistir hasta que el otro lo crea», le había dicho la bruja en cierta ocasión. No había especificado cuántos límites había que romper. Tenía curiosidad en saber hasta dónde estarían dispuestos a llegar los dos maestros de la ilusión para convencer a otros del engaño. ¿De veras Lelouch se había hecho la paja para mojar un condón o era parte de la farsa? Kallen lo creía muy capaz de ambas cosas. Ignoraba si eso era bueno o malo. Bueno, desde que había conocido a Lelouch y a C.C. dejó de medir a las personas con esa vara.
—El fiscal no llegará a esos extremos porque esto no es interrogatorio, es una conversación —advirtió Lelouch y por primera vez, en toda la pantomima, su voz sonó aplomada—, ¿tengo razón? —preguntó recuperando la entonación juguetona e inofensiva.
—Así es —confirmó, inmune ante la mirada de Lelouch—. Será mejor que me vaya. Les he quitado bastante de su tiempo. Gracias por todo.
—Lamentamos no haber podido de ser más ayuda.
—Está bien. En cualquier caso, pudimos obtener una muestra del ADN de Zero. Nos faltaría un sospechoso y su muestra para compararlo y podremos aprehenderlo.
Por un segundo, la sonrisa y la mirada de Lelouch tuvieron un desencuentro. Mientras su sonrisa transmitía calidez; sus ojos eran fríos. Necesitó unos instantes para responderle.
—Esperemos que atrapes a ese bandido.
—Yo también —expresó Suzaku, sonriente. Ahora era su voz la que estaba cargada con una intención maliciosa—. ¿Me acompañas?
Lelouch salió de la cama y escoltó a su amigo hasta la puerta. Intercambiaron un gesto de despedida y se fue. Lelouch cerró. Vislumbró a C.C. y Kallen, cuyos ojos estaban fijos en él. Por espacio de dos minutos, nadie pronunció palabra alguna hasta que C.C. reventó de la risa. La pelirroja se contagió y se unió a ella. Lelouch resistió un poco más, pero, eventualmente, acabó rindiéndose con una risita. Era probable que su visión del ajedrez no volviera a ser la misma después de esa entrevista y que no pudiera evitar acordarse sin sonreírse de la incomodidad de Suzaku, las ocurrencias de C.C. y el baby doll de Kallen.
—¿Cuántas veces tendremos que hacer esto? —resolló Kallen, agarrándose el estómago. Las tripas le dolían de tanto reírse.
—Las veces que sean necesarias para improvisar una coartada —respondió Lelouch.
—¿No fuimos demasiado obvios? —inquirió Kallen.
—Técnicamente, lo fuimos. Nunca hay que ofrecer explicaciones más que las necesarias. Pero, en esta situación, da igual. Suzaku está empecinado en creer que soy Zero porque quiere enviarme a la cárcel de alguna manera. No importa si nos ve juntos al mismo tiempo. A estas alturas, solo no hay que proporcionarle evidencias fácticas.
—Ojalá no tengamos que repetirlo o sino tendremos que acostarnos en serio —apostilló C.C. buscando un cigarrillo en la caja, que estaba en la mesita de noche. Lo tenía entre sus labios cuando anunció—: pensándolo bien, olvídenlo. No sería malo.
De nuevo, Kallen no tenía idea si C.C. estaba hablando en serio o era otra de sus bromas extrañas. El panorama de Lelouch no era más claro, a juzgar por su expresión insondable. Le hizo una señal con la cabeza.
—Vístete, Kallen. Vamos a ir al hospital.
Kallen asintió y fue al baño. No sin haber tenido el deleite de cerciorarse de reojo como le había robado una última mirada a hurtadillas a Lelouch que quería asimilar toda la figura de la pelirroja con precisión fotográfica. Kallen cerró la puerta del baño detrás de sí con una sonrisa que no le cabía en el rostro.
https://youtu.be/O3PYBJdNOAs
Schneizel fue sorprendido por un enjambre de reporteros en la entrada del hospital. Deseaban preguntarle por la condición de su padre. Schneizel era conocido por tener una buena relación con la prensa. Era paciente y cortés. No obstante, hoy particularmente no estaba de humor y, haciendo alto esfuerzo por mantener mesura, les dijo que se reservaba de hacer declaraciones. Los reporteros continuaron lanzándole preguntas, incluso después de ingresar al edificio. En el ascensor se permitió inspirar. Había estado reteniendo la respiración de modo inconsciente. Casualmente, su celular repicó. Era Cornelia.
—Hola, Schneizel. Soy Cornelia —murmuró. Schneizel esperó, pero no escuchó nada por el otro lado. La imaginaba tapándose la boca con una mano, dándose tiempo de retomar el hilo. Habló, pese al nudo en su garganta—: yo..., llamaba para preguntar cómo está papá.
A ella no podía mentirle ni distraerla con cualquier cosa.
—Está fuera de peligro.
El suspiro de Cornelia fue sutil. Casi imperceptible. Era una mujer de carácter inquebrantable que se doblegaba por sus emociones rara vez. Del tipo de persona que sin titubeos se ofrecía a ayudar a los heridos de un accidente automovilístico, aun si había estado a bordo.
—Gracias al cielo.
Cornelia no era una devota religiosa. Nadie de la familia, en realidad; lo cual era muy irónico teniendo en cuenta que hacían contribuciones a la iglesia. Había hecho bien siendo honesto.
—¿Vas a venir? —se aventuró.
—No.
—¿Ni siquiera si te lo pido personalmente?
—Tú sabes que no estoy en buenos términos con él —explicó, lacónica.
De forma automática, Schneizel supo que no serviría de nada persuadirla
—Entiendo. Me hubiera gustado que estuviéramos juntos —se lamentó—. ¿Le transmito un mensaje de tu parte?
—Dile... Dile que... —susurró. La imaginaba ahora frotándose la frente—. No, no le digas nada. Haz de cuenta que nunca llamé. Lo siento, Schneizel. Debo colgar. Cuídate.
Y eso hizo. Schneizel cerró los ojos con pesar. Ellos habían sido muy íntimos desde que eran niños. A falta de un padre que los cuidara, asimilaron pronto que solo se tenían el uno al otro. Eso no cambió una vez que crecieron. Si Euphemia estuviera viva, habría podido convencerla de venir, independientemente de cuál fuera la disputa entre Cornelia y su padre. Ella poseía un poder que Schneizel reconocía que no estaba en sus manos. Si él era el líder de la familia, Euphemia había sido el corazón que los mantenía unidos. Su muerte había roto el equilibrio de la familia. Al irse, se llevó consigo la alegría. Nadie podía llenar el vacío que había dejado.
La enfermera autorizó a Schneizel ver a su padre por cinco minutos. Él asintió sin protestar y entró. Charles zi Britannia estaba en la cama. Tenía una cánula nasal y un suero intravenoso. Igualmente, en la habitación estaba Alicia Lohmeyer. La única que el presidente autorizaba acercársele, más que a sus hijos.
—Su hijo está aquí, señor presidente.
Ante la señal, el presidente Charles abrió los ojos, se quitó la cánula de la nariz y la aguja del suero, que no estaba conectada a su brazo, las colocó sobre la mesilla de noche y se sentó.
—Conque era verdad, estás sano e ileso —contempló Schneizel, prácticamente sin despegar los labios—. Pudiste haberme dicho sobre el atentado.
—¿Para qué? —graznó—. Siempre hemos resuelto nuestros propios asuntos.
«Sin involucrar a terceros, sin pedir ayuda». Confiar en sí mismo y ser autosuficiente fueron algunas de las pocas cosas que su padre tuvo tiempo de educarlo. «Todas las personas en tu entorno están aguardando tu caída y las que están de tu lado la ansían más; nunca puedes ser completamente sincero con tus empleados, menos con tus asesores, será tu perdición; deberás hacerte sabio para llegar a ser un buen hombre de negocios». Un buen hombre de negocios, sí. El presidente Charles los crio como los futuros empresarios que estaban destinados a ser, los príncipes a los que estaba legando un reino, no como hijos ni como seres humanos.
Ese fue su problema.
—Cornelia y yo estábamos preocupados —repuso agachando la cabeza lo suficiente para que su postura fuera humilde u orgullosa o ambas. Según se viere.
El presidente no se conmovió. Sus dedos carnosos juguetearon con el edredón de la cama.
—¿Cornelia? —repitió Charles alzando una ceja sin dar crédito a sus oídos—. ¿La Cornelia que me repudió en mi propio techo por declarar a favor de un hombre inocente? ¿Esa Cornelia es a quien te refieres? —lo interrogó. Su cruel cinismo taladró los oídos de Schneizel—. ¿Y tú, quien heredará todo mi imperio cuando me muera? ¿Tú estabas preocupado?
—Sí —reafirmó con la mandíbula apretada, ofendido ante la pregunta—. Eres nuestro padre. Eres la sangre de nuestra sangre. No hubiera venido por menos. Tu otro hijo, en cambio, debe estar en algún hotel con alguna prostituta festejando la noticia.
—Acabas de demostrar que la sangre y el apellido no determinan el afecto que un hijo siente por su padre —sonrió Charles sarcástico, apenas un movimiento insinuado en la comisura de los labios—. Si en verdad piensas que tu hermano se tragó mi pequeño acto, no eres tan listo como crees que eres. Empiezo a comprender por qué aún no lo has derrotado.
Charles nunca se había mostrado orgulloso con ninguno de sus hijos. Lo máximo que había hecho por ellos fue regalarles minutos de su valioso tiempo. ¿Qué significaba esto? ¿Charles amaba a Lelouch? Una pregunta extraña. Por regla natural, todo padre debía querer a sus hijos. Pero Charles zi Britannia no había nacido para ser padre, él había nacido para ser un magnate, para ser el dirigente de una nación. Un emperador que tenía el deber de procrear un heredero capaz de dirigir el vasto imperio tan pronto como él hubiera desaparecido de la faz de la tierra. Lelouch era el hijo de Marianne. La única mujer que había amado. Lelouch no era cualquier hijo. Ese dato le producía a Schneizel un dolor tan real que le parecía físico.
—Si he sido indulgente con él, es porque así lo he querido. Bastardo o legítimo, lo reniegue o lo acepte, es mi hermano y respeto el lazo sanguíneo que nos une —se defendió Schneizel con altivez—. Así como también respeto el lema familiar. Por ese motivo, intenté expiar tu pecado integrándolo a la familia y eso es más de lo que tú nunca has hecho o, sino dime, ¿qué has hecho para enmendar tu error? —lo encaró. Charles observó de hito en hito a su hijo. Su semblante reflejaba una severidad inexpugnable. Schneizel continuó—: nuestros antepasados han estado martillando clavos en el ataúd del apellido Britannia durante años y tú encajaste el último. El definitivo. Nuestra familia se derrumbará y seré yo quien tenga que ver como ese ataúd es sepultado bajo tierra.
—No, Schneizel. Si Britannia Corps cae, será tu responsabilidad. Ahora es tu barco y eres su capitán —refutó—. Si no has acabado con el obstáculo fue por tu falta de voluntad. Ordenaste matar a Euphemia porque era la opción inteligente y no tenías otro remedio. Dejaste vivir a Lelouch porque lo compadeciste. No por el legado familiar. ¡Ya basta! Bien sabes que muchos de nuestros antepasados se valieron del legado familiar para justificar sus pecados y evitar el castigo de Dios. No lo hagas tú también.
—¿Estás diciendo que el legado familiar es una mentira?
—Estoy diciendo que el legado familiar es hipócrita. Una de las tantas mentiras que me he comprometido erradicar en mi administración. Si te vas a excusar, que tus razones sean sinceras —instó Charles, hinchándosele las aletas de la nariz de rabia—. Señorita Lohmeyer, llame al director de Hi-TV y al fiscal Waldstein para mañana. Me urge hablar con ellos. Y, Schneizel, diles a los reporteros que no he recuperado mi consciencia. ¿Fui claro?
—Sí, padre —murmuró. Con algo de dificultad pudo articular dichas palabras, pues su padre le había cerrado la boca como nunca en la vida. Ni cuando era niño lo había humillado así.
—Sí, señor.
—De acuerdo. Voy a dormir un rato. Váyanse y no me molesten.
Prestamente, el presidente se volvió a colocar la cánula en la nariz y la aguja en el brazo y se sumió en su estado inconsciente falso. Se habían dicho todo lo que tenía que decirse. Y, como siempre, Charles se había quedado con la última palabra. Sabiendo que no iba a obtener nada más de su padre, Schneizel bajó por el ascensor. Su mente se había dividido en dos mitades. Una de ellas no se había movido del cuarto y continuaba dándole vueltas a la reprimenda de su padre. La otra se preparaba para lidiar con los periodistas. Era consciente de su compasión. No lo negaba. Se lo había confesado a su protegido y le había avisado de lo que el mundo les hacía a los hombres amables. Su padre tenía razón. Ese no era el tipo de hombre que podría sentarse en la silla presidencial. Si bien, estaba trabajando para cambiar eso. Britannia Corps por primera vez en su historia tendría a un presidente digno. Interesado en el bien de la familia y la empresa. Cuando las puertas del hospital se abrieron, el presidente Schneizel fue cegado por una avalancha de flashes. Se levantaba el telón para dar inicio al segundo acto.
https://youtu.be/FKU6enL9TfE
C.C. había vuelto a la mansión Britannia, al poco tiempo de que Lelouch y Kallen se largaron del hotel. La contentaba ya no embutirse más en aquel incómodo traje de mucama ni ponerse aquella horrible peluca que siempre le daba comezón. Ahora que todos conocían su identidad, podía pasearse por toda la casa siendo ella misma con absoluta desfachatez. Tenía, inclusive, acceso a la bodega. La afición del presidente Schneizel por el vino lo condujo a relegar los demás licores, lo que la había favorecido de forma inintencionada. Lelouch había tirado todo el alcohol del apartamento y de la oficina y se había llevado consigo sus tarjetas en su intento de reformarla. De no ser porque iba con asiduidad a la mansión, habría sufrido los síntomas de abstinencia. Lo mejor de todo era que al presidente no le importunaba que bebiera algunas botellas —menos a su padre que rara vez regresaba a casa. Oficialmente, era su cómplice y ella lo disfrutaba. Eso sí, no todos estaban igual de encantados. Desconfiaban de sus lealtades. Luciano era uno de ellos. Estaba de cara a una ventana cuando fue en su busca. Observaba a dos matones sacar el automóvil. C.C. reptó hacia él con dos vasos en una mano y una botella de brandy en la otra.
—¿Vas a algún lado? —inquirió. Luciano la ignoró. C.C. resopló poniendo los ojos en blanco y probó otra vez—. ¿El presidente te dio la orden de capturar a Nunnally?
—Sí.
—¿Viva o muerta?
—Viva.
—¡Lástima! Pensaba invitarte un trago. Tendré que beber sola —C.C. empujó con la cadera una silla detrás de Bradley y se tendió sobre ella. Colocó la botella sobre la mesa, la abrió y se sirvió en uno de los vasos—. El presidente se toma muy en serio el lema familiar, ¿eh?
—Es un hombre que valora a su familia —replicó, encogiéndose de hombros.
—¿Y qué es lo que valora usted, Sr. Bradley? —preguntó. Se bebió todo el contenido de su vaso de una sentada.
Luciano se volvió lentamente hacia la Wicca que lo miraba expectante. Sus labios aún no se habían separado del borde de vidrio. Sus ojos ambarinos eran lo único que había quedado a la vista. Él le lanzó una sonrisa canallesca.
—Lo mismo que todas las personas: la vida —contestó Luciano, echándose en la silla frente a ella—. ¿Cuántos han traicionado a otros por vivir un poco más? ¿Cuántos se han ensuciado las manos por continuar respirando?
—Una mayoría significativa —coincidió C.C. poniendo el vaso sobre la mesa y sirviéndose otro trago—. Aunque algunos han encontrado propósitos más grandes a los cuales aferrarse, a costa de renunciar a su vida. Lelouch, por ejemplo. De nada te serviría que lo amenazaras o que lo torturaras. Él vendió su alma para destruir a Britannia Corps. A él no le importa lo que le suceda a su cuerpo. Lo sé. Lo he estudiado por años —recordó C.C. dejando el brandy y agarrando el vaso resueltamente—. Cuando Lelouch se entere de que raptaron a Nunnally, no estará quieto: moverá cielo y tierra hasta recuperarla y, apenas lo haga, vendrá por ustedes no solo con hambre de justicia, también con sed de sangre —declaró C.C. con un énfasis tan contundente que erizó los vellos de los brazos de Luciano. C.C. dio un sorbo a su brandy.
—¡Tsk! Él no...
—Él mató a un hombre para proteger a Kallen, ¿qué no hará por su hermanita lisiada y ciega? —le espetó C.C., impacientándose. Tras una breve pausa, en la que su lengua bífida y roja se entretuvo jugando con sus siguientes palabras, se colocó el cigarrillo en un ángulo de la boca y trató de encenderlo protegiendo la flama con la palma de la mano—. Si quieren que Lelouch no se levante contra ustedes, deben romperle las piernas. No hay de otra. Y no. No lo lograrán. No como pretenden hacerlo.
El cigarrillo prendió y C.C. fumó lento con chupadas regulares. Deliberadamente. El viento que entraba por la ventana revolvió algunos cabellos de la bruja y empujó el olor de cigarrillo hasta Bradley cuyos ojos se habían ensimismado en ella. Aun si le incomodaba admitirlo, esa mujer extraña le había inspirado un temor que ni el presidente Charles ni Schneizel le habían provocado. Cerró la mandíbula que se le había caído inconscientemente, tragó saliva y dijo:
—Solías ser una ladrona y estafadora que se crio en las calles hasta que el Proyecto Geass te utilizó como sujeto de prueba y el presidente Charles te convirtió en su Mata Hari y, después, pasaste a ser la secretaria y cómplice de su hijo, Lelouch. Si no es el dinero ni la lealtad, ¿qué es lo que valoras más?
—Los nombres.
—¿Qué?
C.C. no respondió de inmediato. Disfrutó su cigarrillo antes un rato. Súbitamente, se lo sacó.
—Luciano es un bonito nombre. En su versión femenina lo es más aún, en mi opinión —dijo con gesto descuidado, lanzando una bocanada de humo—. De seguro tu madre estuvo meses pensando en cuál nombre ponerte y se decantó por ese, al final. A lo mejor en tu adolescencia lo habrías odiado. Y ahora ya te debe dar igual —C.C. hizo como si iba a meterse el cigarrillo en la boca cuando bajó la mano—. ¿O no? ¿Te gusta tu nombre?
—¿Qué carajo?
—Te he preguntado si te gusta tu nombre —repitió estirando las pausas entre los términos.
—No sé, me da igual —repuso, huraño. «¿Por qué diablos estoy tan nervioso? ¡Es absurdo!».
—Qué bueno. Me hubiera encantado decir si mi nombre me gusta. Sabes, solía también llevar uno. Mis padres debieron habérmelo dado antes de dejarme huérfana. Por una época, era todo lo que tenía hasta que el presidente me lo arrebató —manifestó. Estaba mirando a lo lejos sin enfocar nada en particular ni reparar en el asesino. El hombre se preguntó qué estaba mirando exactamente, incluso se había vuelto para ver qué había a sus espaldas—. Planeo recuperarlo.
Nunca en su vida Luciano había estado más incómodo, menos con una mujer, y lo sulfuraba no saber por qué. Para su suerte, llegó Rolo. Un momento de respiro.
—Ya estamos listos...
—¡Qué bien, maldita sea! —exclamó Luciano, irguiéndose con brusquedad.
—Aguarde. El presidente Schneizel cambió de parecer. Decidió que era mejor que fuera yo, quien llevara a cabo la misión...
—¡¿Qué?!
—Deberá permanecer en la mansión hasta que reciba nuevas órdenes —prosiguió Rolo. Con tal tono objetivo y racional nadie podía enfadarse con él o adjudicarle la culpa de algo, a no ser, claro, que el interlocutor fuera Luciano—. Me disculpa, Sr. Bradley. Me tengo que ir.
Rolo se inclinó con respeto y se retiró de la estancia. Luciano luchó por contener la rabia que crecía dentro de él jadeando afanosamente. El asesino se metió el puño en la boca cuando ya sonaban muy fuerte los jadeos. De refilón, oteó a C.C. que estaba fumando. No lo pensó dos veces y se largó a zancadas. Era mejor estar en cualquier parte de la mansión que aguantar otro minuto más al lado de aquella loca de atar. C.C. se rió entre dientes. Mientras aplastaba la colilla del cigarrillo en la ventana, meditaba: «lo siento, Lelouch. No me dejas elección. Si no quieres renunciar a tu corazón, voy a tener que destruirlo».
https://youtu.be/52MyfphGa5M
Hasta el punto que ella y Lelouch ingresaron en el Centro Médico de Britannia, Kallen no se había percatado de la cantidad de sucursales de Britannia Corps que existían en Pendragón. De modo instintivo, tenía conocimiento de que todos y cada uno estaban en la ciudad. Solo que no se había puesto a sacar un inventario. Aunque el hospital era de acceso a todo público, los empleados de la empresa tenían el beneficio de ser atendidos allí. Kallen y Lelouch sabían que eso podría convertirse con facilidad en un arma de doble filo. Llegar hasta Tianzi no fue tan problemático como ella había pensado que sería. Nada más los obligaron a usar una bata desechable y una gorra de mallas por medidas de seguridad y les concedieron cinco minutos. A Lelouch le pareció perfecto: según sus cálculos, terminarían temprano.
Tianzi reposaba en la cama. Estaba ataviada con la misma indumentaria que les habían dado. Para desconcierto de Kallen, la líder del sindicato era increíblemente joven. Sin embargo, su enfermedad había chupado el rubor de sus mejillas y socavado sus fuerzas. Sino fuera por el brillo milagroso de sus ojazos enormes y líquidos, la palidez cadavérica de su piel la hubieran asustado. Tianzi, por su lado, no disimuló su sorpresa al verlos. No los conocía y Li Xingke no le había participado nada. Los examinó. El hombre era increíblemente apuesto y tenía una mirada inteligente y una sonrisa de ganador. La mujer también era guapa, aunque lucía más seria que el hombre. Temió que fueran abogados de Britannia Corps y que esa visita resultara ser otro intento de negociación. Tianzi esperaba estar equivocada.
—Disculpen, ¿quiénes son ustedes?
Como era costumbre, Lelouch tomó la iniciativa.
—Unas personas que quieren únicamente su bien.
Tianzi juntó las cejas. Kallen se apresuró a aclarar la respuesta confusa de su compañero:
—Buenas tardes, señorita Tianzi. Nosotros somos los abogados Kallen Stadtfeld y Lelouch Lamperouge. Venimos de parte de la reportera Ashford.
La chispa del reconocimiento iluminó el rostro exangüe de la mujer que abandonó su actitud cautelosa y les sonrió.
—¡Oh! Ya entiendo. Díganme qué puedo hacer por ustedes.
—Por nosotros, muy poco. Por usted, nosotros podemos hacer mucho —le indicó Lelouch dedicándole una sonrisa cómplice—. La reportera Ashford nos contó que Britannia Corps se niega a reconocer las condiciones inseguras de la planta química culpando sus enfermedades a la mala salud. Debido a ello, se han resistido a pagar las facturas médicas y el seguro.
—Y que, además, la están amenazando a usted y a los otros empleados que aquí residen para desalojar el hospital, a menos que firmen un acuerdo en que declaren que su enfermedad no es por un accidente laboral —agregó Kallen.
—Sí. Es correcto —asintió Tianzi tristemente, entrecerrando los ojos.
—La extorsión es un delito, señorita Tianzi —intervino Lelouch—. No le mentiré. Llevar al presidente Schneizel al estrado de los acusados será una odisea; pero no es imposible y usted puede acelerar el proceso: la próxima vez que el Sr. Maldini o el abogado Gottwald vengan con intención de chantajearla grábelos. En una corte, puede presentar eso como una evidencia de las tácticas sucias que usa Britannia Corps contra sus empleados y, aquí entre nosotros, le compartiré un secreto que solo algunos conocen: los jueces aman las evidencias que pueden ver y escuchar. Son contundentes, al punto de que suelen decidir el veredicto de un caso.
—¿Ustedes quieren que grabe al Sr. Maldini o al abogado Gottwald? —inquirió Tianzi, cuya mirada oscilaba de Kallen a Lelouch y viceversa.
—No se trata de lo que la abogada Stadtfeld y yo queramos, sino lo que ustedes, los empleados de Britannia Chemicals, quieren —la corrigió Lelouch con gentileza—. Ganar la demanda, ¿no? Esta no es solo su lucha; es la lucha de miles de trabajadores. Sería terriblemente injusto que todos esos meses de huelga concluyeran en nada. Ustedes necesitan el trabajo y la paga. Bajo ese punto de vista, pareciera que ustedes son los que tienen más que perder; cuando la verdad es que el poder reside en ustedes, ¿o por qué sino están tan exasperados por concertar un acuerdo? —indagó dirigiéndole una mirada elocuente a Tianzi. Su respiración se aceleraba conforme iba acercándose a la respuesta, pero Lelouch quería reservarse para él ese gusto—. Exacto, porque saben que ustedes los pusieron en la cima y pueden bajarlos de ahí. Britannia Corps necesita mano de obra, después de todo —recalcó—. ¿No es una cosa extraña el poder? Es un juego de sombras que varía según la perspectiva.
—La reportera Ashford nos pidió venir creyendo que nuestra asesoría legal podría serles útil —dijo Kallen, entregándole una tarjeta—. Puede que ahora no necesite un abogado, pero en el futuro sí. Le dejaré nuestra tarjeta. Por si algún día quiere contactarnos.
—Le ruego lo piense, señorita Tianzi. Nosotros nos comprometemos con nuestros casos muy en serio, al igual que con nuestros clientes. Nuestra tasa de éxito lo garantiza.
—Gracias —musitó Tianzi leyendo los números.
No era menester cambiar la opinión a Tianzi ni solicitarle nada. Ella no había sido engañada como el exvicepresidente Taizo Kirihara. Tampoco era una ferviente asociada del presidente Charles como el Dr. Bartley Asprius. Era, por el contrario, una víctima de Britannia Corps al igual que el resto de empleados de la planta química. Lelouch los necesitaba tanto como ellos a sus servicios de abogado. Aun cuando no iban a dejar que supieran eso, quería convencerlos de que iban a tener a recurrir a su bufete para asegurar la victoria. Por lo pronto, todo lo que los empleados de Britannia Chemicals podían hacer ya estaban haciéndolo. Entretantos, ellos mantuvieran ese curso de acción, estarían bien.
En cuanto se despidieron, Lelouch y Kallen fueron a vestirse de nuevo con las que ropas con que originalmente habían llegado. El abogado salió primero. Visto que la experiencia le había enseñado que las mujeres demoraban más en prepararse, se sentó a aguardar a Kallen en uno de los bancos. El cansancio pesó sobre sus párpados y, de repente, sin querer, dormitó. Estaba adormilándose últimamente. Era un signo de sus noches de insomnio producto de la frecuente e inquietante pesadilla que lo asediaba desde que fue liberado de la prisión. Aquella pesadilla extraña que era una mezcla del recuerdo del asesinato de su madre y una fantasía macabra de la muerte de Naoto. Solo conseguía dormir consumiendo pastillas. No quería desarrollar una dependencia, de manera que se abstenía de tomarlas de cuando en cuando. Lo que lamentaba al día siguiente. Lelouch fue despertado esta vez por algo que estaba sacudiendo su pierna enérgicamente. Abrió los ojos con pereza y observó a un niño flacucho y de cabello negro.
—Disculpe, señor, mi Glasgow cayó por debajo de su banco. ¿Quisiera recogerlo? Por favor.
No, no quería ni podía. Era débil. En sus días de estudiante, los otros chicos se habían burlado de él por las reiteradas caídas y golpes que se daba en los deportes. Su figura era más flexible y bien formada. Extrañamente, Lelouch se vio incapaz de despachar al niño, por alguna razón indeterminada. Vaciló. ¿Estaría dispuesto a hacer el ridículo frente a un mocoso?
—¿Vas a pedirle a él que te ayude? —intercedió Kallen, quien ya había salido—. Mejor deja que alguien más competente se haga cargo, ¿no? Hazte a un lado, Lelouch.
Él obedeció. Ella cogió el banco, por un lado. Lelouch admiró con una pizca de envidia como Kallen levantaba el mueble. El niño se agachó y agarró un robot de juguete.
—¡Muchas gracias, señorita!
El niño se fue corriendo exhibiendo una amplia sonrisa. Bastante complacida consigo misma, Kallen apoyó sus manos en sus caderas con orgullo y miró a Lelouch, que apartó la vista con cierta vergüenza y se puso en marcha. Fueron hacia donde Lelouch estacionó su auto que no era su flamante volvo negro, pues ese había sufrido la furia de los ciudadanos contra él por el caso de Euphemia. Entretanto lo reparaban, había alquilado un Volkswagen descapotable ya que no podía trasladarse por el laberíntico y retorcido Pendragón sin un vehículo. Kallen y Lelouch se subieron al auto y partieron. El incidente con el niño en el hospital podría ser el inicio de un mal día: en el trayecto notó que motones de nubes grises se estaban cerniendo sobre ellos. Lelouch anhelaba que estuvieran en el hotel para cuando lloviera. Inopinadamente...
—¿Cuál crees que será la siguiente movida de Britannia Corps? —lo interpeló Kallen.
—Continuarán presionando a sus empleados. Recién superaron su crisis con otra crisis. Están en el ojo del huracán. No sería inteligente salirse haciendo algo que atraiga la atención de los medios y la policía. Cuando la situación sea insostenible, seguramente intentarán sobornar al fiscal. Pero no te preocupes —se anticipó Lelouch, adivinándole el pensamiento—. El fiscal es Gino Weinberg. Si es amigo de Suzaku, debería compartir sus valores y principios. Y el colíder del sindicato está encabezando las protestas. Es un tal Li Xingke. Estuve escuchando sus declaraciones para KT-TV y me fijé que un hombre carismático, perceptivo y valiente. Es el tipo de líder que los empleados requieren. Sabrá mantener altos los ánimos.
—Ojalá. Sentí compasión por los empleados —confesó Kallen, languideciéndosele la voz—. Al igual que mi hermano, se ve que confiaron en Britannia Corps y en el presidente. Odiaría que tuvieran el mismo final que él. ¿Crees que Zero podría ayudarlos?
Lelouch entrevió por el rabillo del ojo el retrovisor en donde su mirada se encontró con la de Kallen, quien lo estaba observando inquisitivamente.
—Podría, es un justiciero que clama defender a los desamparados; aunque no se me ocurre cómo: su modus operandi, basándonos en lo poco que hemos logrado a apreciar, es exponer a los corruptos ante el país y atraparlos. ¿Debería encerrar a Schneizel en una de sus cajas?
—Sería divertido de ver.
https://youtu.be/P0ohJJVZlwM
Lelouch prefirió zanjar el asunto ahí y cambiar de tema. Había algo que deseaba preguntarle. Algo que le había estado rondando la cabeza durante un largo rato. Si se sujetó la lengua fue por cosa de pudor. Se dijo que estaba exagerando. De esta forma, se atavió de valor y soltó:
—Kallen, ¿por qué una luna roja?
—¿Cómo?
—Tu tatuaje —balbuceó Lelouch, arrepintiéndose de haber preguntado—. Pudiéndote tatuar otros objetos, ¿por qué una luna roja?
—¡Oh! —exclamó Kallen con una repentina timidez—. Por mi apellido, Kōzuki. Kō significa «carmesí intenso» y tsuki es «luna», en japonés. Así siempre mi identidad formaría parte de mí adonde quiera que fuera, sin importar lo que los demás dijeran.
—Ya veo. ¿Y por qué en la cadera?
—Porque quería rebelarme contra mi madrastra, pero me asustaba su reacción. La cadera es un lugar discreto y visible —respondió, sonrojándose—. Era una adolescente y era una tonta, ¿sí?
Justo entonces una gota de agua azotó la frente de Kallen. Millones de ellas estaban cayendo. La lluvia no quiso aguantarse hasta que llegaran el hotel. Lelouch presionó el botón del techo convertible, pero no hizo caso. O no lo oprimió con suficiente fuerza o estaba dañado. Volvió a presionarlo otra y otra vez. Con más desesperación en cada nuevo intento, al mismo tiempo que la lluvia se intensificaba. Lelouch profirió una maldición. Tuvieron que salir y buscar un refugio. Desprovistos de un paraguas, Lelouch se apuró en quitarse la chaqueta y la desplegó sobre ambos. Kallen se apegó a Lelouch envolviéndolo con sus brazos, para cubrirse también. Terminaron guareciéndose bajo el techo de una tienda de ropa. Estaban empapados hasta los huesos. Debido al agua, la blusa de Kallen se había ceñido a su torso y a cada segundo se le hacía más transparente. Una ola de recuerdos de la noche anterior fustigó a Lelouch con una suavidad similar a una caricia. En eso, percibió que la pelirroja estaba a solo un aliento de él. Tenía las mejillas rojas, los labios entreabiertos y los ojos iridiscentes. Estaban tan cerca y, a la vez, tan lejos. La lluvia encendió una llama dentro de él. Sus pensamientos no pudieron más que derretirse. Kallen había empezado a cortar la distancia entre ellos cuando Lelouch agarró sus brazos, reteniéndola.
—No...
—¿Por qué no? —inquirió Kallen, arrugándosele la frente.
«¿Por qué no?». Era una excelente pregunta. ¿Por qué arriesgaría su vida? Deliberadamente, él la había puesto en peligro. Negar que no tenía conocimiento de las implicaciones negativas lo hacía hipócrita. ¿Por qué lo distraería? Si fuera el caso, ¿qué cambiaría impedir su avance? ¿Por qué priorizaría a Kallen por encima de su guerra contra el presidente Charles y Britannia Corps anulando su juicio? Sería la justificación más razonable entre todas, sin embargo, ¿no le había prometido que juntos fundarían un mundo de justicia? ¿No era ella un incentivo más para destruir el mundo corrupto que Britannia Corps había fecundado?...
—Lelouch —musitó Kallen, sacándolo de su trance—, ¿por qué le dijiste a tu hermana que salíamos?
—¿Qué?
—Estos días me invitó a tu apartamento y me dijo eso. Quería averiguar si era verdad. Sabes, soy menos renuente a las mentiras que en el pasado, pero pienso que me debes decir las cosas si vas a usarme de coartada. Y, para ser sincera, me he estado preguntando por qué le dijiste eso a tu propia hermana...
—Yo..., lo siento. Suzaku la visitó y le metió unas ideas raras en la cabeza. Tuve que decirle eso para tranquilizarla. No fue mi intención causarte líos.
—¿Y por qué yo? ¿Por qué no C.C.? —siguió interrogando Kallen con una ansiedad palpable.
—Porque, si decía otro nombre, Nunnally jamás me creería —indicó. Su voz era un deshielo.
—¿Por qué?
—Porque...
Lelouch se distrajo observando el agua fluir a través de los mechones de su cabello rebelde. Algunas gotas de agua aterrizaron sobre sus mejillas. La mano de Lelouch voló detrás de la nuca de Kallen y, antes de que pudiera ser consciente, su pulgar estaba enjugando la humedad de su rostro con dulzura. Instintivamente, su pulgar resbaló por la piel de Kallen llegando hasta la abertura que creaban sus labios carnosos. Se acentó el rubor en las mejillas de Kallen y, en lugar de apartar a Lelouch, dejó caer sus pestañas y levantó su cabeza. Su aliento era dulce, igual al rocío en la primavera. Sin poder evitarlo, la otra mano de Lelouch se deslizó por la espalda de Kallen, recorriendo su figura, la línea de su columna y asentándose en su cintura y presionándola contra él, cerrando el espacio entre ellos. Kallen se arqueó. Su cuerpo estaba frío y empapado. Todo el calor se había acumulado en sus labios que estaban implorándole ardientemente un beso. El corazón de Lelouch golpeaba contra sus costillas como cada vez que veía a Kallen, cada vez que la tenía cerca de él, cada vez que veía sus labios que deseaba con desesperación reclamar como suyos. Ahora más que nunca. Lelouch entornó los párpados y se inclinó. Le faltaba menos para besarla cuando su celular repicó. Abrió los ojos. Kallen también. Lucía desorientada y ligeramente abatida. Lelouch se separó y sacó su dispositivo móvil. Era C.C.
—Perdón —expresó. Suspiró y recibió la llamada—. Habla, C.C. ¿Qué...?
—Corre a tu apartamento. No puedo darte detalles. ¡Tu hermana está en peligro! Schneizel ordenó secuestrarla. ¡Date prisa!
La sangre en las venas se le enfrió a Lelouch y esta vez la lluvia no había sido. Oteó su celular de reojo y leyó el nombre de C.C. transcrito en la pantalla. «¿Sus oídos lo querían engañar? ¿Su mente había distorsionado las palabras? ¿Había escuchado bien?». Cayó en su estómago una sensación de vacío que le quitó el habla. Si Luciano Bradley y los matones de Britannia Corps estaban en su apartamento, si alguno de ellos había puesto uno de sus pringosos dedos sobre Nunnally, su venganza podría irse al diablo hasta que las entrañas de aquellos malditos y su hermano estuvieran esparcidas por todo Pendragón.
https://youtu.be/YByHabes8cQ
Todas las tardes, Nunnally se encerraba en su dormitorio y se dirigía al rincón en donde sabía que estaba una estatua de la Inmaculada Concepción, rodeada del dulce perfume de delicadas y hermosas blancas flores de lis y de algunos cirios encendidos. Por media hora, le agradecía por todo lo que tenía y por las cosas buenas y luego rezaba por su hermano, por Sayoko, por C.C. y por los afligidos y desamparados que la necesitaban. Recientemente, había empezado a orar también por Kallen y por Rolo. Si aún quedaba tiempo, se ponía a leer algunos pasajes de la biblia escritos en braille. En el pasado, fue casi una rutina diaria y era Lelouch quien se los leía. Era una de las tantas formas que tenían para pasar tiempo juntos. Su pasaje favorito era el libro de Job. La historia del hombre que aun habiéndolo perdido todo se mantuvo fiel a Dios. Sobraba decir que Nunnally se sentía identificada con Job. De alguna manera, ambos habían sido abandonados por sus padres. Ambos eran buenas personas que habían soportado las más duras y dolorosas calamidades. Ambos se habían enfadado con la vida ante su injusto sufrimiento exigiendo una respuesta. No obstante, Job había entendido que las motivaciones de un ser supremo escapaban de los límites de la comprensión de un mortal. Nunnally quería creer que Dios reservaba unos planes para ella y su hermano y que, así como ocurrió con Job, al final de ese sendero largo y tortuoso una luz los aguardaba. Nunnally se persignó. Para sus adentros, se preguntó qué hora era. Supuso que Rolo estaría por llegar. No había faltado ni un día hasta la fecha. Él conocía su número, por lo que tenía que haber avisado de una vez si no podía ir. Nunnally se dijo que no iba a inquietarse prematuramente. Pensó en ir a la cocina y pedirle a Sayoko un vaso con agua. Tomó impulso y salió de su cuarto en su silla de ruedas. Iba moviéndose por el pasillo cuando unas extrañas pisadas activaron sus instintos. Nunnally había aprendido a distinguir las pisadas de su hermano, Sayoko y C.C. para evitar tropiezos. Estas pisadas eran silenciosas. Se imaginaba que los pies prácticamente sobrevolaban el piso. Un par de pies alados. Sean quienes fueran, daban la impresión de que querían maquillar su presencia. Definitivamente, no eran las pisadas de ninguno de los miembros del apartamento. Aquello le produjo una sensación de muy mala espina.
—¿Quién anda ahí?
Su corazón se le disparó hasta la garganta al oír un chasquido metálico responder su pregunta.
Nunnally enterró sus uñas en los brazos de su silla. Sabía que el teléfono estaba instalado al fondo; pero, aunque pudiera llegar hasta él, ¿podría usarlo? ¿Tenía que hacerlo? Súbitamente, sintió el aire a su alrededor moverse y con él detectó una mezcla de olor a metal y aceite que se le hizo muy familiar. Su respiración fue acompasándose a los suaves latidos de su corazón que estaban desacelerando. Coincidió, en esto, con el sonido de un golpe seco, sucesivo a un crujido que erizó sus vellos. Era Rolo que le había clavado el codo con fuerza en las costillas de uno de los matones que vino con él y que, en el acto, le había doblado el cuello. Ese había sido el crujido enfermizo que había llegado a sus oídos. El matón se desmoronó a sus pies y Rolo, no conforme con eso, lo pateó en la mandíbula. Rematándolo. El otro matón levantó el arma contra él. Rolo capturó su muñeca y se la desvió. La bala traspasó un florero a velocidad fulminante. De inmediato, Rolo desenfundó su pistola y le disparó en el pecho, el hombro, la pierna y el abdomen. El matón se derrumbó muerto. El asesino se encorvó y se agarró de sus rodillas por un instante. Jadeó y luego se volvió hacia Nunnally que estaba totalmente quieta. Allí mismo, Rolo fue sorprendido por un ramalazo de ira. Olvidando que tenía delante a una joven ciega y discapacitada, le gritó como nunca le había gritado a nadie en toda su vida:
—¡¿Qué mierda pasa contigo?! ¡¿Por qué no hiciste nada?! ¡¿Por qué no llamaste a la policía o pediste auxilio?! ¡¿Por qué no sospechaste cuando nadie te respondió a la pregunta?! ¡¿Eres tonta o es que quieres morir?! ¡Esos hombres iban a secuestrarte!
—Te reconocí, Rolo —repuso Nunnally simplemente.
—¿Qué? —resolló Rolo poniendo una mueca.
—Por tu olor —explicó y sus labios dibujaron una sonrisa—. Tienes un olor inconfundible a metal y aceite. No sabía de qué era, pero ahora sí. Es por tu arma, ¿no? —indagó. Estupefacto, Rolo miró la pistola que continuaba en su mano—. Debes sostenerla mucho y limpiarla con frecuencia para que tus manos huelan así...
Todas las personas, absolutamente todas, despendían un olor especial con que Nunnally solía identificarlas. Su hermano, por ejemplo, olía a los perfumes caros que le gustaba comprar, a pesar de que esa fragancia emanaba solo de su cuello porque sus manos olían a los libros que leía; C.C. olía a cigarrillo, a queso, jamón y salsa debido a las pizzas con que se atragantaba; Sayoko olía a detergente y jabón, los desinfectantes con los que más trabajaba; Suzaku olía a café, del que bebía de seguro para mantenerse despierto en las madrugadas y poder trabajar; Kallen olía a una mezcla de cremas, no cosméticos, se atrevería a decir que eran ungüentos, era el olor que menos tenía claro, y Rolo, por supuesto, olía a eso.
—Discúlpame por haberte preocupado —sollozó Nunnally—. Tienes razón. Fui lenta. Tuve que haber gritado por ayuda. Es que cuando supe que estabas ahí, me sentí segura y...
—Nunnally, tócame —la atajó Rolo con una pequeña constricción en la garganta. Nunnally se petrificó—. Por favor —agregó entre balbuceos.
Nunnally sintió a Rolo hincarse de rodillas despacio como un caballero postrándose ante una princesa. Vacilante, Nunnally alargó su mano sin saber adónde llevarla con exactitud. Él tuvo que agarrar su muñeca y guiarla. Nunnally plantó su palma sobre su mejilla y la acarició con reserva como si temiera lastimarlo. Intentó llevar su otra mano a su rostro. De nuevo, él tuvo que ayudarla. Sus dedos vagaron nerviosos por su frente, sus párpados, sus pómulos, su nariz, sus labios, su barbilla. Era joven. Tal cual se escuchaba. Rolo podía sentir la piel de su rostro hervir. El resto de su cuerpo se había puesto rígido. Era una sensación emocionante y extraña. Nunnally se inclinó ligeramente hacia delante y los mechones de su sedoso cabello ondulado lo rozaron. Percibió que Rolo estaba conteniendo el aliento. Se quedaron congelados en esa posición. Con las manos de ella acunando su cabeza y sus rostros a una escasa distancia de diferencia.
—¡¿POR QUÉ ESTÁS CON MI HERMANA?! ¡APÁRTATE DE ELLA!
https://youtu.be/c8GIM-MJ7lM
Un Lelouch con un talante feroz había aparecido en el umbral. Veloz cual un relámpago llegó hasta donde estaba Nunnally empujando a Rolo. Tamaki se quedó inmóvil mirando el desarrollo de la escena.
—¡¿Estás bien, Nunnally?! —jadeó—. ¿No estás lastimada? ¿No te hizo nada?
Lelouch pasó revista a Nunnally con rapidez. Tenía los hombros enervados y la frente perlada de sudor. Sin hacer mención que jadeaba ruidosamente. A leguas se notaba que había venido corriendo directamente desde la calle. Lejos de aliviarse de hallar a Nunnally a salvo, los ojos de Lelouch estaban inflamados por la ira. Nada que ver con las cordiales y tiernas expresiones fraternales que le había prodigado a lo largo de los meses. «¿Por qué?». Lelouch haló a Rolo hacia él agarrándolo por el cuello de su traje, violentamente.
—¡¿Qué coño pretendías acercándote a mi hermana, maldito bastardo?!
—¡Lelouch! ¡Detente! —chilló Nunnally—. ¡Rolo no me hizo daño! ¡Él me salvó!
Los ojos de Lelouch se agrandaron por un brevísimo instante. Al segundo siguiente, su ceño seguía igual de fruncido.
—¡¿La salvaste?! —escupió Lelouch con incredulidad—. ¡¿Por qué?!
—¡Porque somos amigos, idiota! —replicó Nunnally, quien ya empezaba a enfadarse.
El insulto de Nunnally, aunque leve, pareció haber herido a Lelouch, porque enseguida liberó a Rolo con cierta aprensión. Más por un favor a su hermana que por su propia voluntad. En la medida que iba recuperando el control de sus emociones desatadas, esparció la mirada. Se fijó en los matones de Britannia Corps que yacían sin vida por los alrededores y en el florero roto. Constatando, de ese modo, que Nunnally decía la verdad.
«Ya veo por qué dicen que los callados son los más traviesos: secretario de día; amante de la hermana de su jefe en la tarde y asesino de noche». Tamaki estaba muriéndose de ganas por dejar caer aquel comentario y carcajearse alegremente. Si no se atrevió fue porque no quería enfrentar la mirada asesina de su compadre y el Lelouch desenfrenado de hace unos instantes lo atemorizó. Tamaki podría no ser el tipo más listo de la ciudad, empero sabía que provocarlo no era una buena idea. Y, por encima de todo, quería vivir.
En esto, Rolo se incorporó con torpeza y se encaminó hacia la puerta. Lelouch actuó deprisa y lo agarró del hombro justo cuando el secretario ponía su mano sobre el pomo de la puerta.
—¡¿Adónde crees que vas?!
—Debo volver al lado del presidente e informarle. Si no regreso, sabrá que soy un traidor.
—Pero si le dices que fallaste también va a sospechar.
—Entonces, ¿qué hago? ¡¿Qué les digo?! —preguntó Rolo con un deje de angustia.
Tanto Rolo como Tamaki fijaron los ojos en Lelouch aguardando nuevas instrucciones. Era el único que podía idear una solución a este monumental programa. Así fue como un silencio incómodo se adueñó de la estancia. Lelouch se hundió en sus lucubraciones. Estaba sintiendo unas ideas aisladas rascándole su lóbulo frontal. Nada concreto. Apenas una pequeña noción que podía ser el principio de un plan que resultaría muy bien o muy mal; no obstante, primero, había algo que necesitaba hacer. Algo por lo cual se odiaría a sí mismo.
https://youtu.be/3jNvk8bDXU0
—Ya sé lo que haremos —anunció. Tamaki volvió a sonreír. Rolo sintió que la presión de su pecho se distendía. Nunnally no bajó la guardia. Había una nota lúgubre en la voz de Lelouch que no le gustó por su imperceptibilidad. No le inspiraba confianza—. Empezando con...
Lelouch se encaminó hacia su hermana a paso decisivo. Pasó un brazo por sus hombros y el otro por debajo de sus piernas y la levantó de su silla de ruedas. Por acto instintivo, Nunnally rodeó su cuello con sus brazos. Se la llevó consigo. Tamaki y Rolo los observaron ofuscados.
—Hermano, ¿qué estás haciendo? —tartamudeó—. ¿Adónde vamos?
Lelouch entró en el dormitorio de Nunnally y la depositó en su cama. Salió de ahí, ignorando las preguntas que ella proseguía formulándole y con un tono cada vez más alto y chillón. La puerta se cerró con un desolador golpe sordo que dejó bien en claro a todos cuál era la primera fase del plan. Lelouch trabó la puerta instalando una silla. Nunnally vociferaba en carne viva. «¡Lelouch! ¡No! ¡Déjame ir! ¡No puedes encerrarme! ¡Sácame ahora mismo! ¡LELOUCH LAMPEROUGE! ¡¿ME ESTÁS ESCUCHANDO?! ¡LIBÉRAME!». Lelouch se giró hacia Tamaki, quien dio un respingo.
—Tengo las llaves de todas las habitaciones del apartamento colgadas al lado de la entrada. La del cuarto de Nunnally es plateada y pequeña. Cuando la tengas, échale cerrojo a la puerta y llama a los muchachos. Que vigilen la puerta las veinticuatro horas del día. Nunnally tiene estrictamente prohibido salir. Nadie que no sea ustedes puede entrar y será solo para...
—¿Vas a convertirla en una prisionera en su casa? ¡No! ¡De ningún modo! —protestó Rolo.
Lelouch sacó la pistola de la funda de Tamaki y amenazó a Rolo. Tenía los ojos vidriosos y enrojecidos. Parecían los ojos de un alucinado. Estaba irreconocible.
—Perdón, no recuerdo haberte consultado —se burló Lelouch forzando una sonrisa. No logró mantenerla. Impostó su voz y les dijo en un tono duro, de ultratumba, de esos que no admitían derecho a réplicas—: soy su hermano. Solo yo sé lo que es bueno para ella ¡y esto es lo mejor! ¡¿Están conmigo o en mi contra?!
Rolo estaba petrificado. La verdad era que no se le ocurría ningún plan. Su lógica y su agudo y letal instinto, con que siempre había contado para sacarlo de aprietos en sus trabajos, no le servían de nada. Tamaki se mordió el labio, profundamente apenado. Asintió. Rolo lo imitó.
—¡Lelouch! Te lo suplico —gimoteaba Nunnally, ahogándose con sus chillidos huecos del otro lado de la puerta—. No quiero estar encerrada. Lo odio. No me gusta. Por favor, sácame. Te prometo que juntos pensaremos una solución. Estoy tan asustada. Hermanito, ¿estás ahí?...
Nunnally dejó de insistir y se abandonó al llanto. Lelouch bajó la pistola con una exhalación. La sala se bamboleó. Demoró un minuto en entender que habían sido sus piernas. «Es por su bien». Una lágrima lo traicionó al correr por su mejilla. Se la enjugó con el dorso de la mano. ¿Cómo iba a perdonarlo Nunnally algún día, si él se sentía incapaz de perdonarse?
https://youtu.be/CKF-WloTskg
El presidente Schneizel esperaba a Nunnally sentado cómodamente detrás de su escritorio en su pequeña oficina en la mansión Britannia. Estaba algo ansioso por conocerla. Era su medio hermana, al fin y al cabo. No la había visto más allá de las fotos. Jamás había interactuado con ella. No tenía idea de qué le gustaba. De ahí que ordenó preparar todo tipo de bocadillos. Se daría la tarea de averiguar a fondo sus gustos cuando hablara con ella. Las conversaciones existían para eso. El poco conocimiento que el presidente Schneizel manejaba sobre ella era lo que Kanon había investigado. Nunnally iba a misa todos los domingos y salía por ahí tres o cuatro veces a la semana en compañía de su criada. No tenía una rutina. El resto del tiempo lo pasaba en casa. No imaginaba cuán difícil debió haber sido su infancia. Era cruel privarle a una pequeña niña que recién comenzaba a vivir su vista y sus piernas. Empero consideraba más cruel haberla dejado vivir. Este mundo engullía sin piedad a personas débiles como ella. Podía entender por qué Lelouch la protegía tan celosamente. Quizá la motivaría a salir de su burbuja, en vez de retenerla con él. O quizá no. ¡Qué diablos podría saber lo que haría en esa situación traumática si no la había vivido! En ese momento, entró Rolo. Solo. Mal signo. El asesino saludó al presidente reverenciándolo.
—¿Y bien? ¿Dónde está Nunnally?
—Mi señor, lamento informarle que no pudimos traerla.
Iracundo, Luciano Bradley se levantó de un brinco. Desparramada en un sofá, C.C. continuó inmersa en su trabajo. Desconectada de su entorno. Estaba limando y dándole forma a las extensiones postizas sobre sus uñas. Ahora que ya no fingía ser la mucama del presidente Schneizel, podía hacerse las uñas acrílicas que tanto le gustaban.
—¡¿Cómo tienes el descaro de mostrar tu cara por aquí y decir eso?! —lo incordió Luciano.
—Lo siento...
—¡¿Lo siento?! ¡¿Crees que resolverás todo con disculparte, cabrón desvergonzado?!
—Todo indica que fuimos traicionados —informó Rolo desdeñando el reproche de Luciano.
El presidente Schneizel miraba fijamente al asesino que se empeñaba en mantener el contacto visual. Rolo atisbó la línea dura de su mandíbula arrogante contraerse. Se le habían formado algunas arrugas en torno a los ojos. Estaba meditando. En algún punto indeterminado, Rolo sintió los músculos de su cuello agarrotarse por tener la cabeza recta tanto tiempo. A la larga, el presidente cambió la mirada de Rolo a Bradley y de Bradley a C.C. La bruja no pescó la indirecta de inmediato y pagó el precio. C.C. arrojó la lima y sacó el cuchillo; pero, poco antes de que pudiera llegar con el presidente, fue detenida por Luciano y Rolo. El cuchillo resbaló de su puño. Ella forcejeó. Entre los brazos de sus captores, parecía un pajarito luchando por su libertad.
—Retírenla de mi vista —ordenó el presidente—. El Sr. Maldini se hará responsable de ella. Yo tengo otros asuntos que atender.
—¡Sí, señor!
Luciano y Rolo se llevaron a rastras a C.C. El presidente Schneizel se reclinó en su sillón y se frotó los párpados. A fingir otra vez que nada ocurría allá afuera.
https://youtu.be/82NzmREdkpg
Cuando Kallen fue con Suzaku para preguntarle sobre la historia de Lelouch, él le había dado el número de contacto del jefe de policía. «Si le dices que vas de parte mía, él te dará acceso al archivo del caso del suicidio de la madre de Lelouch», le había indicado. Kallen no acudió a la comisaría porque pensaba que lo que leería en aquel informe no se ajustaría a la opinión de Lelouch y prefirió obtener toda la información de él. La confrontación directa era su estilo. Naturalmente, desde que formaba parte del bufete de Lelouch eso había cambiado bastante. La buena relación entre el fiscal Kururugi y el comisionado Tohdoh era conocida. Tanto así que algunos citadinos afirmaban que el sentido del deber y la visión de la justicia de Suzaku lo había aprendido de él. El comisionado Tohdoh no había tenido hijos ni se había casado, a no ser que su compromiso con Pendragón para erradicarla de todo mal contara como tal. Era posible que el joven fiscal fuera el hijo que nunca tuvo. Kallen desconocía cuán íntimos eran. Supuso que mucho. No visualizaba al comisionado haciéndole aquel favor a cualquier amigo. Veía al jefe de policía tan severo e inflexible que se preguntó en plan bromista cuándo fue la última vez que había sonreído.
Confiando en Suzaku, Kallen fue a la estación y se presentó ante el comisionado como una amiga del fiscal y realizó su solicitud. Ya que Suzaku identificó una relación entre el juicio de hace diecisiete años y los objetivos de Zero, Kallen decidió iniciar su propia investigación partiendo de allí. El comisionado la evaluó atentamente y luego hizo una llamada. A Suzaku, dedujo. Fue corta. Por un segundo, la pelirroja creyó que iba a negarse. No fue así. La condujo afuera de su despacho, a través de un pasillo y delante de una puerta. Era el cuarto en donde tenían archivados todos los informes de los casos que trabajaban. Allí le pidió que lo esperara y Kallen obedeció. Regresó con un expediente al término de media hora. Muy amablemente, el comisionado Tohdoh se lo ofreció. A punto de agarrar el archivo, lo retiró de su alcance y le preguntó:
—¿Por qué el fiscal Kururugi quiere exhumar un caso que debería estar más que muerto?
—Es que el fiscal Kururugi sospecha que este caso está conectado con Zero —contestó ella con el mayor acento de convicción que pudo emplear.
El hombre hizo un mohín.
—No me extrañaría. Este caso ha tenido ya muchas singularidades —meditó el comisionado en voz alta. Kallen se sintió tentada a preguntarle a qué se refería, ya cuando iba a arriesgarse, él dijo—: vayamos a mi oficina. Tenga cuidado con eso. Esta es la única copia del expediente. El original no lo pudimos recuperar.
Kallen enarcó las cercas. ¿Qué había sucedido con el original? Temía que el comisionario le contestara mal o se retractara de su decisión y le negara ver el archivo. Se obligó a contenerse. Suficiente estaba haciendo con permitirle ver un expediente. Volvieron al despacho. En tanto Kallen leía, el jefe de policía se volcó en sus cosas. En lo que sea que estuviera haciendo con anterioridad. Kallen estaba pensando que no movería su trasero de ahí hasta que lo llamaron. Tenía que ir a algún lugar. No especificó adonde. Él le prometió que dentro de quince minutos se desocuparía y se largó. Kallen no podía llevarse el expediente de contrabando y leerlo con más serenidad lejos del escrutinio del honesto comisionado; lo que sí podía hacer era tomar algunas fotografías. Exactamente no sabía que andaba buscando, no obstante, anhelaba que el pasado le proporcionara pistas.
https://youtu.be/JFzhSgsUWG8
C.C. estaba tumbada de lado con las muñecas atadas en su espalda, al igual que los tobillos, en el sótano de la mansión Britannia. Tenía un ojo amoratado que estaba hinchándosele y la sangre derramándosele por la nariz —cortesía de Luciano Bradley—. Habría bastado con que le pegara un puñetazo en el estómago. Solo tenía que contenerla. Pero él golpeó su cara. Una mujer podía tener las piernas torneadas o los pechos más redondos y blancos o la cintura más fina o el culo más enorme y bonito, pero su cara era un reflejo de su belleza. Luciano lo sabía o quizá ella estaba intentando de usar la lógica en las acciones de un animal salvaje. Mal para él. C.C. no se consideraba a sí misma hermosa, aunque algunos hombres sí lo pensaban y ella había sacado ventaja de eso. No le importaba cuán feo había quedado su rostro. El dolor, en contraste, era lo malo del asunto, sobre todo porque no tenía cómo tratarse.
En la mansión, no había nadie más que el presidente y sus empleados que estaban al tanto de sus actividades secretas —hacerse los ciegos y los sordos era una cualidad indispensable del buen sirviente que formaba parte del contrato—. El presidente Charles rara vez estaba en su casa y tampoco recibían visitas a diario. La habían encerrado en el sótano no para esconderla, sino para despojarla de su valor. ¡Si supieran! Esta no era la primera vez que ella se arrastraba como un gusano en la oscuridad. Sí, un gusano, una forma de vida repulsiva y aparentemente insignificante, sin manos ni pies. El pensamiento la hizo reír. El flequillo se le había rodado al punto de taparle los ojos, confiriéndole un aspecto siniestro. Luciano contrajo la expresión como si hubiera tragado una medicina amarga.
—Tú eres una mujer jodidamente extraña. ¿No te asusta saber que cada minuto que transcurre es un minuto menos que te queda de vida?
—¿Por qué habría de tener miedo si conozco cuál es mi destino? El miedo solo existe cuando hay incertidumbre —explicó—. Creí que ya habíamos tenido esta conversación, Sr. Bradley. Mi vida no es lo que más valoro.
—Ciertamente, no es lo que tú más valoras —asintió Luciano. Y se inclinó para susurrarle—. Pero, ¿será lo que más valora Lelouch?
La sonrisa de C.C. se tensó. Procuró no demostrar su cambio de humor inspirando y diciendo con parquedad:
—No. A él le importa menos. A sus ojos, no soy más que una torre que ha sido capturada por su oponente.
—¿Ah, sí? Pues veamos si eso es cierto. Aquí tengo su número —señaló agitando delante de C.C. su celular—. ¡Quién iba a decir que algún día esto me iba a servir de algo! —gorjeó. El guardaespaldas marcó con intencional calma el número de Lelouch. C.C. podía sentir que el sonido de cada tecla era una punzada en el corazón. Presionó el botón del altavoz y extendió la mano para que el teléfono estuviera entre los dos. Repicó por unos largos segundos y luego cayó la llamada—. ¿Hola? ¿Lelouch? ¡Lelouch! ¿Estás ahí, malparido?
—Sí, aquí estoy, Bradley. ¿Qué coño quieres? Más te vale que seas rápido y conciso que no me gusta atender llamadas mientras conduzco.
—Okey. Solo quería decirte que atrapamos a tu espía, C.C. —dijo Luciano, agachándose para acariciarle el cabello a C.C.—. ¿Deberíamos matarla o te gustaría que negociáramos un trato para dejarla ir con vida?
—¿Qué? ¿Tienen a C.C.? ¡No es posible! Pásamela. No, espera. Olvídalo. Haz lo que desees con ella. Una espía descubierta no me es de utilidad.
—¡Oye, hijo de puta, no seas cruel! —lo amonestó, rascándose la barba—. Creí que tendrías más aprecio por las personas que te rodean que cualquiera dadas tus circunstancias; si es que me entiendes —añadió, dibujándosele una sonrisa ladina.
—No soy cruel. Soy pragmático —corrigió—. Si fuera cruel, la habría dejado pudrirse en el hoyo de donde la saqué y si fuera piadoso, le habría abierto un hoyo en la cabeza; si es que me entiendes. Y vuelve a hablar así de mi madre y seré yo el que te corte la lengua —intimidó en un tono súper casual—. Disculpa, estoy perdiendo la conexión. Voy a colgar. Gracias por avisarme de esta pérdida.
Lelouch cortó. La pantalla se iluminó indicando que la llamada había finalizado. Sorprendido y hasta cierto punto divertido con lo que acababa de oír, el guardaespaldas puso una mueca. C.C. veía fijamente el teléfono. En esa posición incómoda, no tenía donde esconder la mirada.
—¡Joder! Tenías razón. ¡Le importas una mierda! ¿Cómo se siente eso? —se mofó Luciano con saña. C.C. no cayó ante sus provocaciones—. ¿No vas a decir nada? ¿Ni una lágrima vas a soltar? —los ojos avellanos de C.C. permanecieron secos e inexpresivos. Luciano chasqueó la lengua—. ¡Qué mujer más fría! Ni en el día más helado de diciembre me calentaría contigo.
—¿Por qué no me dices tú lo que se siente si soy tan fría? Deberías saberlo mejor que yo.
—¿Qué mierdas estás balbuceando ahí, mujer estúpida? —gruñó Luciano ante la insinuación.
C.C. se esforzó por volver a sonreír haciendo un lado el dolor físico y el clamor de su corazón.
—¿Por qué el presidente Schneizel mandó a un asesino asalariado y no a su matón personal y gratuito a traer a su hermana? Porque no confía en ti —se contestó a sí misma sin concederle tiempo a darle vueltas—. ¿Y quién lo haría? Tú no eres verdaderamente leal a esta empresa ni a su presidente, sino a tu sed de sangre. Estaba equivocada con Schneizel. No tiene lo que necesita para liderar a Britannia Corps ni a esta familia. Es un hombre falto de voluntad...
—¡Cierra la boca, perra maldita!
Luciano le descargó un puntapié en el estómago. A consecuencia de la brutal paliza, la bruja rebotó hacia atrás. Rápidamente, se desbrochó el cinturón y la fustigó con todas sus fuerzas. Su cinturón de cuero restalló sobre sus piernas, sus brazos, sus pechos, su rostro, enrojeciendo su piel y abriendo heridas que le escocían. El dulce olor a sangre atestó las fosas nasales de C.C. y su sabor a acre empapó su lengua. Se había mordido la lengua. Al hastiarse, Luciano tiró la correa y cogió a C.C. por el cabello. A las serpientes había que sostenerlas de la cabeza para arrancarle los colmillos que destilaban veneno. C.C. estaba sudorosa y sus ojos se habían tornado acuosos. Iba a matarla cuando Rolo intervino capturando su muñeca en el aire.
—Permíteme que la mate, Sr. Bradley. Fue mi misión y ella la saboteó —pidió formalmente el joven—. Quiero vengarme.
—¿Vengarte? ¡No seas absurdo! Eres una máquina asesina que le vale verga todo, ¿qué te va a importar que sea yo que la mate si no es la tarea por la que se te ha pagado?
—Ahora sí, Sr. Bradley —terció una tercera voz. Era Kanon que estaba bajando los escalones en dirección al sótano—. He aprobado que el Sr. Haliburton sea quien la mate.
—¡Maldita sea! —se quejó Luciano soltando a C.C. con brusquedad.
—No en este momento. Después —replicó Kanon—. Le aconsejo que se dirija al bufete, Sr. Haliburton. El abogado Lamperouge es un hombre perspicaz. No nos conviene subestimarlo.
—Está bien, Sr. Maldini. Estaré devuelta en unas horas y cumpliré con mi encargo.
Rolo realizó un asentimiento con la cabeza y subió las escaleras. Conque en unas horas iba a ser ejecutada. Esta vez sería la definitiva. Ningún milagro acudiría para salvarla.
https://youtu.be/TXaRHzfPAeQ
A petición de Lelouch, Kallen iba con relativa asiduidad a la pizzería de Ohgi para vigilar a la exdetective Nu. Aun si había establecido una tregua, no podían confiar totalmente en ella. Alguien debía estar pendiente de sus movimientos sin que suscitara sospechas en Villeta. Por su relación con Ohgi, Kallen era la indicada para desempeñar la tarea. Ella aceptó. Le gustaba sentir que contribuía al Escuadrón Zero y, en adición, quería que Lelouch sintiera que podía contar con ella. Aquello le serviría de pretexto para acercarse; si bien, no se limitaría a echar un ojo. Anhelaba discutir con Villeta el informe del caso de hace diecisiete años y preguntarle ciertas cosas. Esperaba que fuera sincera. Ya no le debía nada a Britannia Corps, ¿qué sentido tenía que siguiera mintiendo por ellos?
Era mediodía cuando se apeó en la pizzería. Era la hora de descanso. Era perfecto porque así podían conversar tranquilas. Ohgi la saludó con simpatía. Como siempre. Ella le devolvió el gesto tibiamente —a Kallen no le salía tan bien como a Lelouch y a C.C. la frialdad—. Villeta estaba limpiando algunas mesas. Lucía diferente con el pelo suelto. Suavizaba enormemente sus facciones afiladas. Casi era otra persona. Excepto que, cuando abría la boca, volvía a ser la mujer altanera, ambiciosa y antipática que recordaba. Al menos, no rechazó su invitación de sentarse a dialogar. Villeta fue al grano.
—Bueno, ¿sobre qué quieres hablar?
—Leí tu informe sobre el caso del asesinato de Marianne Lamperouge —empezó Kallen. La mujer rodó los ojos. La sombra de ese siniestro había trascendido los años atosigándola hasta el presente. Quizás era hora de aceptar que aquel caso estaba maldito—. Es impecable.
—Gracias, aunque no creo que hayas venido para felicitarme por mis notas.
—Sí, es verdad —asintió Kallen con la cabeza—. Quería preguntarte si no habías falsificado evidencias o saboteado la escena de crimen...
—¿Qué diablos te has creído? —inquirió. Su voz era tan áspera como una piedra—. Esos son delitos que acarrean graves consecuencias. No iba a comprometer mi trabajo. Mucho antes de que el presidente Charles me propusiera ese trato, yo ya me encontraba investigando ese caso y debo admitir que hubo ciertas cosas que no pude explicarme —acotó ella. Su voz se había limado, para ese momento. Prosiguió dejándose guiar por sus recuerdos—: cuando me presenté en la escena del crimen, había unas gotas de sangre que estaban fuera de lugar.
—¿Por qué fuera de lugar?
—Porque las gotas de sangre son señal de movimiento y no podía pertenecer a alguna de las dos víctimas. Marianne estaba en el centro de su estudio y la autopsia declaró que murió ipso facto. Su hija estaba en el umbral y era incapaz de desplazarse: la bala se había alojado en su médula espinal. Así fueron localizados los cuerpos.
—¿Y la sangre estaba en...?
—Entre ellas —contestó abruptamente.
—¿Fueron implantadas? —sugirió Kallen.
—Eso asumí al principio, salvo que nada respaldaba mi teoría y no implantas una evidencia porque sí. Alguna intención hay detrás —dijo. Villeta cruzó los brazos bajo el pecho. Kallen se fijó que sus ojos habían retrocedido en el tiempo—. Han transcurrido años desde que me gradué —divagó en voz alta— y aún recuerdo que uno de mis profesores decía que la sangre contaba la historia. Las gotas de sangre trazaban una línea recta hacia el librero del fondo, lo que planteaba más incógnitas: ¿venía de allá o iba hacia allá? ¿Y para qué? ¿Para esconderse? ¿Acaso huía? ¿De qué o quién? Todo se volvió más extraño tan pronto el análisis forense arrojó que aquella sangre pertenecía a un hombre que no era Lelouch ni Luciano. Sospechamos que había alguien más y, de acuerdo con la declaración de Lelouch, esa persona parecía ser Naoto Kozuki, a quien jamás pudimos contactar.
Kallen inspiró temblorosamente. Lelouch le había revelado que habría muerto esa noche sino fuera por Naoto, que había venido a su casa como un matón de Britannia Corps. No le estaba contando nada nuevo. Aun así, ella sentía reabrirse los puntos de sutura de su herida.
—¿Y lo dejaron así?
—Sí. Era un callejón sin salida —enfatizó y parecía hablar sinceramente cuando dijo—: fuera de ese rastro, todo parecía indicar que Marianne tuvo un arrebato de locura, disparó a su hija y se suicidó. Lo escribí así diecisiete años atrás en mi informe y si tuviera una máquina que me permitiera volver en el tiempo lo escribiría otra vez y en otros veinte años más tarde sería mi misma respuesta. Puedes decirle eso a Lelouch cuando vayas con él.
—Detective, si estabas tan segura de que fue un suicidio —Kallen alzó de pronto las manos y las mantuvo arriba como si no supiera qué hacer con ellas. Parecía que las iba a poner sobre sus mejillas y las acabó echando sobre la nuca— ¿por qué aceptaste la oferta del presidente Charles?
—¿A cuántas detectives mujeres conoces? —preguntó, socarrona.
—Ninguna aparte de ti.
—¿Y por qué? Ese es el punto —bufó ella con renovada amargura—. La policía es una fuerza del orden basada en una anticuada y estúpida jerarquía que antepone al hombre sobre la mujer y que se articula a partir de un montón de reglas tácitas y ridículas creadas por unos hombres viejos y engreídos que le arrebataron a las mujeres cualquier mínima oportunidad de escalar posiciones. No llegas a la cima a fuerza del trabajo duro ni demostrando que eres la más ruda del departamento; llegas gracias a una palanca y eso era lo que quería del presidente Charles. A él no le importa quien se siente en la silla del superintendente mientras haga todo lo que ordene. ¿Es honesto? No. ¿Me enorgullece? Para nada. ¿Tuve otras alternativas? No las tuve. No inventé las reglas, ellas estaban ahí cuando vine y yo solo jugué con ellas para ganar.
—En ese sentido, es mejor que te hayas ido y perdón que interfiera en sus asuntos —intervino Ohgi con timidez—. Si no reconocieron tu valor antes, no lo iban a hacer después.
—Entonces, ¿qué? ¿Qué querías que hiciera, Ohgi? ¿Qué me fuera? ¡Es igual en todas partes! El mundo en el que vivimos es cruelmente injusto —replicó Villeta a la defensiva.
Kallen recordó que en la prestigiosa firma donde ella antes trabajaba no había tantas abogadas como abogados. Algo peculiar considerando el número parejo entre graduandos y graduandas el día en que les entregaron los diplomas. No tenía idea de cuánto eran sus honorarios de un grupo y otro ni si eran más o menos equitativos. Imaginó que para llegar hasta la posición en donde estaban cada fiscala o jueza o abogada había tenido que subir muchos escalones y cada paso no había sido una elección fácil. Kallen agradeció a Villeta por responder a todo y partió sin entretenerse con preámbulos directo al bufete. Había una cosa que quería comprobar.
https://youtu.be/nE1yfNkiUPo
El viaje le tomó hora y media. Kallen cerró la puerta con cuidado, casi como si tuviera miedo de soltarla, y se giró. Había estado yendo y viniendo por ese bufete cientos de veces sin notar nada extraordinario. No fue hasta hoy que revisando las fotos archivadas en el expediente del caso de hace diecisiete años que se enteró que ese lugar había sido el hogar de Lelouch. Que probablemente había sido el sitio donde su hermano murió, por consiguiente. ¡¿Por qué coño Lelouch se lo calló?! ¡¿No entendía lo que significaba esto para ella?! Con las sienes mojadas de sudor y la respiración agitada, Kallen franqueó la sala de espera y veloz como una flecha se encauzó a la biblioteca jurídica del bufete que alguna vez había sido el estudio de la antigua casa de Lelouch. Escrutó el entorno. ¿Podía ser ese el último lugar en que Naoto había estado? ¿Qué habría en el librero que captó su interés? Kallen observó que aquel recinto no había sido remodelado. Los muebles estaban donde mismo, según recordaba haber visto en las fotos. Apostaba que los libros no los habían sacado de sus estantes. Kallen ojeó los títulos escritos en los lomos. «Código civil..., Derecho mercantil..., Diccionario jurídico elemental..., Formulario de sucesiones...». La mayoría de los libros eran de derecho, lo que tenía sentido. Marianne Lamperouge era abogada. Encontró unos cuantos libros de ficción como El Conde de Montecristo, Hamlet, La Divina Comedia y Crimen y castigo y algunas joyitas como Aperturas modernas de ajedrez, Fundamentos del ajedrez y Cómo la vida imita al ajedrez. Definitivamente, Lelouch había vivido en esa casa. Sonrió. En su recorrido, los ojos de Kallen tropezaron con la pequeña estatua de piedra de la Dama de la Justicia. La acarició instintivamente. Estaba fría al tacto. A Kallen no se le venía a la mente nada de lo que estaba por pasar a continuación. El librero ubicado justo al final se movió, deslizándose por debajo del librero vecino. Kallen se asomó, boquiabierta. El librero era, en realidad, una puerta secreta que escondía unas escaleras. Impulsada por su curiosidad, bajó.
El trayecto la llevó a una habitación nueva. Bueno, parcialmente. Estaba amueblada. Kallen la inspeccionó, conforme penetraba en la pieza. Distinguió algo que refractaba contra la luz. Hipnotizada por el brillo, se acercó. Era un armario de cristal. La sangre se fugó de su rostro al reconocer el traje de Zero guardado en su interior.
—¿Qué haces aquí, Kallen?
La aludida se volvió hacia dónde procedía aquella voz clara y profunda. Sentado en un sillón rojo de terciopelo, estaba Lelouch con una pierna echada sobre la otra y los brazos reposando. La mitad de su rostro permanecía detrás de un velo negro. ¿Cómo demonios no se había dado cuenta que estaba ahí? Kallen montó en cólera.
—¡Tú eres Zero!
—Lo soy —admitió sin inmutarse.
—¡¿Por qué no me lo dijiste?! —exigió saber—. ¿Es por qué crees que delataría tu identidad? —inquirió Kallen con avidez ante el silencio de Lelouch—. ¡¿No confías en mí?! ¡¿No te he demostrado de qué sería capaz de ir contigo hasta el infierno si tú lo quisieras?! ¡¿Qué mierda necesito hacer para probarte que te soy completamente leal?!
Kallen sintió como la fría calma de Lelouch exacerbaba su furia y su dolor.
—¡No es por eso! —quiso aclarar—. Ya te había dicho que conocí a tu hermano y que nuestro encuentro no fue resultado de una cadena de eventos aleatorios. No podía decirte de una vez que era Zero. Era demasiado dos sorpresas en un día —procedió Lelouch a esclarecerle, igual de impávido—. Adicionalmente, estabas mejor así por el momento. Cuanto más sepas sobre mí, eres más vulnerable.
—¡Pues eso debiste barajarlo antes de buscarme y es algo que también debí contemplar antes de aceptar unirme a ti! —espetó pateando el piso—. ¡Maldición, Lelouch! ¡¿Somos socios o no?! Creí que ya habíamos superado la etapa de los secretismos y las mentiras, ¿o es que hay más cosas que no me has dicho?
—Por favor, Kallen, no había prisa para que lo supieras...
—Sí, se me había olvidado que decides para los demás lo que es bueno y lo que no —rumió—. ¡¿Y cuándo pensabas decírmelo?!
—Ahora —contestó, descruzando las piernas e incorporándose—. Tú trataste la herida en mi hombro. No pasaría demasiado tiempo para que asociaras mi herida con la de Zero. Eres lista. Si no creyera que podrías mantener mi secreto a salvo, te habría mandado a matar o te habría extorsionado, ¿no te parece?
—O sea que si no resultaras herido todavía estaría ignorando todo como una gran pendeja —gruñó Kallen colocando las manos en sus caderas—. Dime, Lelouch —pidió, tomando aire para calmarse—. ¿Tú me salvaste de caer porque querías o porque era tu deber como Zero?
«Por favor, por favor, dime que no me equivoqué sobre ti. Dime que significo algo para ti, dime que no aluciné que gritaste que no querías perderme». Lelouch dio un paso hacia adelante, revelándose. La luz mortecina se derramó sobre su semblante. Kallen vislumbró que sus cejas se habían juntado y las comisuras de su boca las tenía bajas.
—Porque no podía dejarte caer —susurró.
—¿Qué es Zero, Lelouch? ¿Por qué lo creaste? ¿Es un símbolo de justicia para dar esperanza a los ciudadanos o una pieza más de tu plan contra Britannia Corps? —indagó, escrupulosa. Era una serie de preguntas que la atemorizaba, pero necesitaba conocer las respuestas.
«Nuestra lengua fue hecha para mentir; nuestros ojos, para decir la verdad. Ellos lo expresan todo: deseo, alegría, rabia, dolor, amor». Kallen le sostuvo la mirada a Lelouch con dificultad. El fulgor en sus astutos ojos violetas se había apagado. Apenas era una mácula de lo que fue. Sus labios continuaron sellados en una expresión inefable de tristeza. En una ciudad podrida en que cada quien velaba por su propio culo, a Kallen la había entusiasmado que existiera alguien que saliera a combatir contra la iniquidad, autoproclamándose defensor de los desamparados. La devastaría que esa persona había actuado realmente por un deseo egoísta y que todo lo que había visto y oído no fue sido más que otra de los engaños de Lelouch. Por una vez, Kallen prefería que Lelouch mintiera.
—Esto, disculpen mi intromisión... —manifestó Rolo con su distintiva voz maquinal, lo que hizo que Lelouch y Kallen dirigieran su atención a él—. Tengo la droga que ordenaste. Me topé con Tamaki de camino acá y me la dio. Pronto me marcharé a la mansión Britannia.
Rolo les enseñó un frasco transparente tan grande como la palma de un niño con un líquido incoloro en su interior. A simple vista, lucía como el agua y, sino fuera porque Rolo se refirió a tal contenido como «droga», Kallen no lo hubiera pensado de otro modo.
—¡Excelente! —asintió Lelouch, agradeciendo internamente la intervención de Rolo—. ¿Por qué Tamaki no está contigo?
—Dijo que tenía unos asuntos que atender. No explicó cuáles.
—Será mejor que lo llame —suspiró Lelouch, metiéndose la mano en el bolsillo—. No quiero hacer nada de lo que me arrepienta más adelante. Espero que no se fuera del apartamento sin que alguno de los miembros de la pandilla lo haya relevado...
—¿Qué droga? —interrogó Kallen, alternando la mirada entre Lelouch y Rolo. Su confusión era mayor a su ira, razón por la cual no había estallado—. ¿Alguno quiere actualizarme?
—C.C. es rehén de Britannia Corps —puntualizó Rolo—. Le dije al presidente Schneizel que era una espía, pero está bien. Lelouch tiene un plan para rescatarla.
—¡¿Qué carajo?!
—¡Shhhhh! —chitó Lelouch que había sacado el celular y lo tenía apretado contra la oreja—. ¡Tamaki! ¿Dónde estás?
El volumen estaba tan alto que Lelouch no necesitaba ponerlo en altavoz para que oyeran.
—¡Ah, hola, compadre! Estoy cerca de llegar a tu apartamento. Lamento no estar ahí. Tuve un imprevisto. No te preocupes. Ya lo solucioné. Si te tranquiliza, Yoshida y Sugiyama están con Nunnally. Los envié hace bastante rato.
—Preferiría que fueras tú quien estuviera. Te lo encargué a ti.
—¡Bueno, estoy cerca! Me vas a perdonar de nuevo, mi compadre, tengo que colgar. Estoy atravesando un túnel y la señal se está cortando. Te llamaré cuando esté allá.
https://youtu.be/QoE8fGssLgs
Tamaki colgó y colocó remisamente su teléfono sobre la mesa, al lado de un plato de ramen humeante. Sin tocar. Acto seguido, Tamaki le echó una mirada, a través de la cortina de vapor que ascendía al cielo, a su anfitrión sentado en el otro lado de la mesa.
—Me sienta mal obligarlo a cortar esta llamada. Sé bien que no quería hacerlo —expresó el presidente Schneizel con franca pesadumbre.
—Si lo siente de verdad, dígame qué es lo que putas quiere para que me pueda ir a hacer mis vainas —rezongó, azorado—. Pero —hizo hincapié acusándolo con el dedo—si está tratando de comprarme, no resultará. Se lo advierto. No soy esa clase de hombre.
—Por supuesto que ya no lo es —le sonrió con amabilidad el presidente—. Tiene varios años que no trabaja para el Rey Negro ni se dedica a esas actividades ilícitas. Mi hermano lo sacó de ese mundo a usted y a los suyos para meterlos en la cárcel, rescatarlos y convencerlos de trabajar para él a manera de redimirse y de retribuirle el favor. Verdaderamente astuto, ¿no? Incluso a mí me da escalofríos.
El presidente hizo un ademán y uno de los hombres de negro sacó de su chaqueta una carpeta de manila que trajo a la mesa. Tamaki puso una mueca. Aquello lo había pillado por sorpresa, evidentemente. A la retaguardia, Urabe y Minami lucían expectantes.
—¿Qué es esto?
—Su expediente —le contestó el presidente Schneizel, revolviendo el vino en su copa—. Mi hermano reunió todas las evidencias de los crímenes que usted y sus compañeros cometieron y armó esta carpeta y otras más. Planeaba jugar esta carta en caso de que alguno lo traicionara.
—¡Tsk! No es...
—Es la verdad —lo contradijo—. Mi hermano se ha vuelto un hombre insanamente suspicaz. Hubo demasiadas personas que traicionaron su confianza —subrayó el presidente Schneizel con un matiz melancólico. Tamaki se obstinó en conservar su expresión de pocos amigos—. ¡Por favor, no me vea así, mi buen hombre!
—¿Cómo le gustaría que lo vea entonces, presidente con nombre de salchicha alemana?
—Como a un amigo que quiere ayudarlo —indicó entre risas—. Léalo si gusta que para eso se lo estoy mostrando. Esta carpeta la obtuvo el señor Rolo Haliburton del despacho de mi hermano para mí.
El hombre dio un vistazo receloso al dossier. En su pecho se retorcía la tentación de abrir la carpeta y leer todo. En ese mismo acto, Tamaki se reprendió a sí mismo por dudar de Lelouch.
—¡No lo haré! Lelouch es mi compadre. ¡Usted puede irse al...!
La bala perforó el cráneo de Tamaki. Pedazos de sesos, fluidos y sangre se desperdigaron por doquier. Tamaki se derrumbó sobre el plato. Su mejilla se bañó de ramen. El presidente tenía los ojos abiertos como platos. Había visto un flashback comprimido de su vida entera desfilar frente a él. ¡Maldición! ¡Una milésima más y esa bala lo habría alcanzado! ¡Ese pudo haber sido él? En cuanto superó la conmoción, sacó un pañuelo de su bolsillo del pecho con la mano temblorosa. Aún el eco del disparo retumbaba en sus oídos. Se limpió las gotitas de sangre que lo habían salpicado. Urabe, por otra parte, no se había recuperado del shock. Ninguno de los guardaespaldas del presidente entendía qué había sucedido. Minami empujó a Tamaki de su silla con el pie y se tendió su asiento.
—A mí sí me interesa su ayuda. Cuénteme qué hizo Lelouch exactamente.
N/A: tomemos un minuto de silencio por Tamaki.
Espero que los haya hecho reír la broma de la salchicha alemana porque fue la última risa que nos sacó Tamaki en este fic. Aquí los personajes no resucitan por caprichos de otros ni los protege ningún aura mágica ni los beneficia la trama, por más entrañable que sean. El buen Tamaki estaba programado para morir. Precisamente, por su lealtad incondicional a Lelouch. Solo sopesaba si tenía lugar en el segundo o en el tercer libro y me decanté por el segundo porque necesitaba preparar el escenario para la recta final de esta parte. Soy pupila de George R. R. Martin. Les prometo que rodarán cabezas. Considérense advertidos... Okey, no xD Es broma.
El final de este capítulo contrasta notablemente con el inicio en que teníamos una escena en clave cómica en que Lelouch, Kallen y C.C. trataban de engañar a Suzaku haciéndole creer que habían tenido un trío sexual. Fue una escena que acudió a mi mente mientras estaba escribiendo el primer libro y me las apañé para incluirla porque amé amalgamar el ajedrez y la sexualidad (soy un genio de la comedia). Esto es un homenaje de mi parte al fanservice sexy que a Sunrise le gusta meter en CG (así es el buen fanservice, Sunrise; nada de primeros planos forzados de los atributos de las chicas).
Me agotó corregir este capítulo; pero disfruté leerlo más que escribirlo (es la parte más satisfactoria del trabajo). Hay un par de escenas más que me gustaría destacar antes de pasar a la ronda de preguntas. La primera es la escena que comparten Kallen y Villeta. Uno de los títulos tentativos del fanfic era Code Geass: Rastro de sangre (yo ya les había participado que anhelaba que la sangre formara parte del título porque es una imagen poderosa en mi historia y esta escena, aun siendo corta, es importante). Eso me recuerda que, en la conversación incómoda que sostienen C.C. y Luciano, C.C. dice que Lelouch vendrá por los Britannia con sed de sangre y ese fue otro título tentativo de la historia, aunque esa opción no resonó tanto en mí. La segunda es el momento específico en que Lelouch decide encerrar a su hermana en su cuarto. La improvisé sobre la marcha. La decidí incluir porque potenciaba el mensaje que quería transmitir en este segundo libro y beneficiaba el arco narrativo de Lelouch.
¡Oh! Huelga decir que esa reunión entre los apandillados de Lelouch y Schneizel es una reimaginación de la reunión de los Caballeros Negros con Schneizel en el anime. Fue un momento que me destrozó el corazón y que no podía ser distinto en este retelling ya que fue la gran caída de Zero que derivó de los errores de Lelouch.
Ahora, sí. Pasemos a la ronda de preguntas que esto ya se ha extendido mucho: el título alude a la caída de Lelouch metafóricamente hablando, ¿está justificada la traición del Escuadrón Zero? ¿Cómo la ven en comparación con el anime? ¿Les dolió la muerte de Tamaki? ¿Tienen algunas palabras de despedida para él? ¿Qué opinan de la decisión de Lelouch de encerrar a Nunnally? ¿Podrá Lelouch proteger a su hermanita? ¿El Rolo x Nunnally es real? Okey, no xD Esa pregunta no cuenta. ¿Le dan la razón a Kallen en su enfrentamiento con Lelouch? ¿Las palabras de C.C. en su charla surtirán efecto en Luciano? ¿Lelouch salvará a C.C. de su ejecución inminente? Aunque debería dejarla morir teniendo en cuenta que ella instigó el asesinato de Nunnally, ¿les parece que fue muy lejos manipulando a Bradley? ¿Qué les pareció la intensa charla entre Schneizel y Charles? ¿Adivinaron que fue una estratagema o fueron engañados? ¿Qué significa el rastro de sangre en el crimen de hace diecisiete años? ¿La farsa que montaron Lelouch, Kallen y C.C. los hizo reír? ¿Qué expectativas tienen para el próximo capítulo? ¿Cuál fue su escena favorita? La mía es el casi primer beso entre Lelouch y Kallen (soy cursi, no me juzguen).
Bueno, mis malvaviscos asados, nos estaremos leyendo el 13 de diciembre en el capítulo: «Misericordia» o, como me gusta llamarlo, «Un mundo de misericordia». ¡Así es! Dos semanas después de esta actualización, no tres. Será mi pequeño regalo de navidad por adelantado.
Si les gusta esta historia, no olviden apoyarla con un comentario. ¡Se me cuidan todos! ¡Besos en la cola!
PD: ¿cuál es la obsesión de estas chicas con su nombre? Primero, C.C. quiere recuperar su verdadero nombre y, luego, nos enteramos que Kallen se tatuó una luna roja en alusión a su apellido japonés (espero que no me odien por este cambio).
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