Capítulo 18: Enemigo
—Perdóneme. Perdóneme. Toda la culpa es mía, señor presidente. Le suplico que me dé otra oportunidad. Le juro por mi vida que esta vez no fracasaré.
Un Luciano Bradley temeroso se hallaba de rodillas con las manos plantadas a ambos lados de la cara y la frente flotando a unos centímetros del piso delante del presidente Charles, que estaba sentado en su majestuosa butaca negra. Lucía aburrido. A Luciano le temblaba el labio inferior y el pecho le subía y bajaba tan rápido cual si hubiera corrido un maratón por toda la ciudad. Había sido abatido por una bala. Había sido traicionado por sus esbirros. Había sido emboscado por el bastardo de Lamperouge. Pero a los oídos del presidente esas eran excusas que no le interesaba escuchar. Villeta había escapado por su culpa. Eso era todo lo que importaba. Era la hora de rendir cuentas y arrastrarse como una sucia e insignificante lombriz.
—¡Suficiente! —lo calló el león con un potente rugido, acelerando las palpitaciones del corazón de Luciano—. Si tanto quiere una nueva oportunidad, estaría en la calle buscándola en cada rincón; en vez de desperdiciar el tiempo entre lamentos y ruegos. A estas alturas, debería saber que el perdón no se pide, se gana. Vete. No estoy de humor para actos tan lamentables.
—Sí, mi señor.
Luciano se incorporó y se retiró de la vista del presidente Charles y de la mansión Britannia. Para cuando subió a su coche, tenía las venas visibles por los puños apretados, los labios fruncidos en una línea tensa y los carrillos temblando. Jamás había sido tan humillado en toda su vida. ¡Jamás había fallado! «No, eso no era cierto», le impugnó una vocecita en su interior. Aquella noche del 10 de julio del 2010, había dejado a Lamperouge vivo. Ese fue su primer error. Si hubiera acabado el trabajo, nada de lo sucedido habría podido ser. El rescate milagroso de Nu era una consecuencia de ese error.
Luciano llevaba tres horas conduciendo en la carretera a manera de drenar su furia. Frente a él estaba otro auto que iba a una velocidad insoportablemente lenta. Trató de rodearlo y rebasarlo, pero, como si hubiera adivinado cuáles eran sus pensamientos, el pequeño auto se le adelantó cerrándole el paso. Eso terminó de sacar a Luciano de sus casillas por completo. Pisó el acelerador a fondo y de forma deliberada aporreó la defensa, lo que, por supuesto, molestó a la conductora. Detuvo el vehículo. Bradley se bajó primero con una palanca que sacó de la cajuela y se encaramó sobre el capó.
—Escogió un pésimo día para cabrearme. Ahora quédese dónde está o saldrá lastimada.
Luciano se irguió, alzó la palanca y descargó una salvaje lluvia de azotes en la ventana. Sobrecogida, la mujer se tapó los oídos y cerró los párpados con fuerza sintiendo como suyos cada uno de los golpes. El terror le impedía gritar por ayuda. Bradley continuó apaleando el coche hasta que el vidrio se hizo añicos. Loco de euforia, Luciano aulló al cielo y jadeó exhausto con la lengua afuera. Miró a la mujer temblequeando. Sus labios se movían aprisa murmurando una sarta de cosas inaudibles. Rezando tal vez para que todo terminara. Luciano sacó su cartera del bolsillo del pantalón y le arrojó un puñado de billetes. Se inclinó, le regaló una sonrisa morbosa en señal de agradecimiento y se despidió mediante un ademán alegre. Bajó de un salto y arrastrando la palanca por el asfalto regresó a su Mustang rojo y la tranquilidad del mediodía se fue con él.
https://youtu.be/o7HDkA--R3Q
Lelouch giró el picaporte y entró en el cuarto. Villeta estaba sentada en el sofá con un cojín sobre el regazo. Esa tarde le había llegado un mensaje de Shirley avisándole que la detective amaneció parcialmente recuperada de sus heridas y podía conversar con ella. Él le respondió diciéndole que se presentaría enseguida. No le tomó más de quince minutos trasladarse desde donde estaba hasta la clínica veterinaria. Shirley les dio privacidad marchándose a otra habitación.
Lelouch se tendió en el sillón. Así estarían cara a cara. La examinó. Había perdido algo de color en las mejillas, sus labios estaban resecos, alrededor de su torso tenía unos vendajes, algunas zonas de su cuello y su brazo se habían oscurecido (sino fuera por la hinchazón ni lo hubiera apercibido: su piel aceitunada lo disimulaba bien). Los brazos cruzados y el modo ansioso en que balanceaba su pierna izquierda, montada sobre la derecha, de atrás hacia adelante eran signos de incomodidad. Si Schneizel era tan o más listo como fanfarroneaba debió haberles contado a ella y a los otros quién era él. Era lo que hubiera hecho en su lugar. Le dedicó una sonrisa sordina. No le preocupaba que estuviera al tanto de su identidad ni de sus intenciones. De hecho, era parte de su estrategia que lo tuviera en cuenta.
—Te advertí que el presidente Charles iba a matarte —ronroneó Lelouch, zahiriente.
—¿Cómo supiste? —preguntó con cara de pocos amigos.
Al menos, le había arrancado una respuesta. Sería cuestión de encauzar la conversación adónde quería a partir de allí.
—Del mismo modo que el presidente Charles se enteró de tus ambiciones —contestó ambiguo. Villeta continuó mirándolo con expresión arisca—. Relájate. Si hubiera querido tu muerte no habría ido a salvarte —agregó en un tono amistoso—. ¿Dormiste bien? ¿Ya comiste? Me pregunto si Shirley tiene café o alguna golosina. Creo que nos sentaría bien.
Lelouch se palmeó el muslo y fingió marcharse hacia la puerta. «Uno, dos», enumeraba mentalmente. Al tercer paso, Villeta pronunció su nombre con cierto recelo como quien conjuraba la presencia de un peligroso demonio. Tal como él aguardaba que hiciera. Se dio el gusto de ampliar brevemente su sonrisa, pues iba a asumir el papel de Mefistófeles y tal personaje le exigía brindar su interpretación más sofisticada.
—¿Qué es lo que quieres? —inquirió Villeta a la defensiva.
—Lo mismo que quieres tú —contestó, volviéndose hacia su interlocutora—. ¿Cómo te sentiste cuando Charles zi Britannia te traicionó? ¿Indignada? ¿Desconsolada? ¿Dolida? O todo lo anterior. Estoy familiarizado con la sensación —indicó con una amargura contenida y se dirigió hacia el sillón. Ella había ladeado la cabeza con incomodidad—. La viví hace diecisiete años, cuando tú, Aspirius, Reid y Waldstein vendieron mi confianza. Estás probando una cucharadita de lo que yo probé.
—¿Y tú qué diablos sabes lo que quiero? —bramó, fulminándolo con la mirada, no pudiendo aguantarse más.
—Quieres justicia —dijo Lelouch al término, repantigándose en su asiento apoyando los codos en los brazos del sillón y subiendo el tobillo sobre la rodilla—. Tenías veintiún años cuando te asignaron el caso de Marianne Lamperouge, ¿cierto? Estabas recién graduada de la academia, desbordabas de un entusiasmo juvenil y no habías tocado ningún dinero sucio. Entonces, aparece el presidente Charles y te hace una propuesta irresistible y la aceptas. Piensas que es el mejor negocio que has cerrado en toda tu vida y que tu futuro se resolvió. En unos años, has cumplido con los favores que te han pedido, a expensas de tu ética y de tu moral. De la noche a la mañana, todo por lo que has trabajado duramente se desvanecen y el presidente te da la espalda, ¿y qué te queda? La cárcel. ¿Es justo que te hayas ensuciado por él y solo a ti te castiguen? No lo es. Tú mejor que muchos deberías saber que la mierda no se remueve con un poco de agua.
Escuchando, Villeta olvidó apartar la mirada de Lelouch. En segundos, había sido absorbida por su voz hipnótica y sus ojos penetrantes. Eran de un violeta tan intenso que a Villeta le inspiró la impresión de que Lelouch estaba metiéndose en su piel y leyendo su alma. Experimentó un escalofrío. Villeta subió su mano hasta su brazo y enterró sus uñas en él.
—No puedes recuperar tu trabajo de detective ni restaurar tu reputación. Sin embargo, sí puedes quebrarles las piernas al presidente de tal forma que no pueda levantarse para cobrar venganza. Para ello, vas a necesitar ayuda. Mi ayuda.
—¿Vas a ayudarme, así como ayudaste a Bartley Aspirius?
—Yo no incité a Aspirius a suicidarse. Nuestra estrategia era acusar a Luciano Bradley como autor del crimen y que él nos acusara a nosotros. Ante la falta de evidencia, los dos quedarían exonerados. Aspirius desconfió de mí a último minuto y perdió la compostura en pleno juicio cavando su tumba, ¿sucumbió ante el remordimiento? —inquirió extendiendo las palmas hacia arriba y sonriendo con ingenuidad—. Quién sabe —repuso, encogiéndose de hombros. Villeta rompió el contacto visual. Lo estaba analizando. Lelouch se extendió en su perorata—: verás, Villeta, no tengo nada contra ti ni Reid ni Aspirius ni Waldstein ni Gottwald. Sé que si no hubieran aceptado la propuesta de Charles, habrían sido amenazados probablemente y tan solo un imbécil lucharía sin un plan contra el poder de Britannia Corps.
—Qué bueno que no eres ese imbécil —se mofó—. Así que, ¿quieres incluirme en tu plan?
Por primera vez, la mujer depuso la actitud beligerante con que se había armado. Incluso le pareció detectar cierto ápice de interés en su voz. Una sonrisita jugueteó en los labios de Lelouch. La suprimió con mucho esfuerzo. Ya pronto sería el momento de sonreír. Lelouch pestañeó, soltó algo que sonó similar a un «ajá» y unió las puntas de los dedos.
—Dime, Villeta, ¿cuánto te ofreció el presidente Charles en su primera reunión? ¿O fuiste tú la que estableció tu precio? ¿Viste a los chicos que vinieron conmigo? Pregúntales cuánto les pagué. Te responderán que nada. Esa es la diferencia entre Charles y yo. A Charles lo apoyan por dinero, a mí me siguen por lealtad y por convicción porque les ofrecí algo más valioso: un propósito. Y es lo que te ofrezco a ti —indicó, dedicándole una sonrisa cómplice—. A cambio, hazte mi aliada. Es mi única condición. Tú decides qué prefieres: unirte a mí y potenciar tu fortaleza o continuar por tu cuenta y ¿qué? ¿Denunciar a Charles con la policía? Te ruego no me malinterpretes, es la palabra de una exdetective corrupta contra un empresario de renombre y digno de respeto.
—Tengo pruebas —lo atajó Villeta, incisiva.
—¿Y crees que Charles zi Britannia va a dejar que vayas caminando hasta la estación? ¿Crees que él se habría desecho de ti sin haber encontrado un reemplazo? Por favor, tú eres más lista. Fuiste su apoyo en la policía por diecisiete años. Sabes cómo piensa —insinuó realizando un gesto femenino con la cabeza—. Actualmente, eres la persona más buscada en esta ciudad; no nada más por la policía, si entiendes a qué me refiero. Este no sería un buen momento para revelar todo lo que sabes. Este es el momento para que revises todas tus opciones y te preguntes quién es tu verdadero enemigo y elabores un plan.
Villeta se mordió el labio. Evitando mirar al frente, bajó la vista. Ahí estaban los ojos oscuros como el abismo de Lamperouge. Le inquietaba hundirse en ellos. Al cabo, tomó su decisión. No tenía mejor opción que Lelouch y él había tenido razón en todo. Iba a necesitar toda la ayuda posible para vengarse de Charles. Lelouch estaba contando con eso. A decir verdad, sospechaba que Villeta aprovechó esos minutos para tragarse su orgullo. Lelouch, además, estaba seguro de que aceptaría su oferta. Afortunadamente, nadie conocía su plan con Aspirius y él estaba muerto. La única versión real de lo sucedido era la suya. Por otro lado, pocos sabían que había sido el verdadero causante de las desgracias de Villeta y no iban a delatarlo. Si acaso alguno se atrevía a hacerlo, tenía literalmente el poder para impedirlo. Puede que Villeta se aliara con él más por necesidad que por placer, pero no importaba. Lelouch le había quitado a Britannia Corps uno de sus activos más valiosos y usaría su rencor contra su padre, en beneficio de su plan.
Lelouch le dio sus nuevos documentos de identidad, los cuales había encargado a C.C. hacer de antemano. A partir de ese día, viviría bajo el alias de Chigusa —la irritación contorsionó el rostro de Villeta; ya era bastante bochornoso haber sido degradada y recurrir a Lelouch, ¿tenía también que optar un nombre japonés? Era el colmo— y trabajaría como dependienta en una pizzería —el abogado se atrevió a bromear con ella sugiriéndole ensayar su sonrisa: no era la persona más feliz de Pendragón, sin ánimos de ofender.
—...Serán medidas temporales para mantenerte a salvo hasta...
—¿Hasta qué?
—Hasta que los rumores caigan sobre Charles zi Britannia y la atención mediática se focalice en Britannia Corps. Entonces, será tu señal para entregarte y negociar con la policía un trato. Mi bufete te representará y solicitará protección de testigos a la fiscalía. Tú tendrás que suministrarles información pertinente y ellos reducirán tu condena. Bueno, conoces el procedimiento —explicó—. No pensarás que ibas a estar oculta el resto de tu vida y unos rumores no van a destruir un imperio empresarial. Hacen faltan pruebas como las que tienes —Lelouch mudó la posición de su pierna y le tendió su mano—. De acuerdo, Villeta, ¿somos aliados?
Villeta miró la mano delgada y sus dedos largos y finos y luego miró al abogado Lamperouge. Exhaló profundo, descruzó los brazos y estrechó su mano.
—Más te vale que cumplas —rumió la mujer, sujetándole la muñeca.
—Descuida, les enseñaremos que se metieron con las personas equivocadas. Tú deja todo en mis manos.
La cereza del pastel era que Villeta no podía evadir sus crímenes. Para mandar al presidente Charles y a su caterva del mal a prisión, ella tenía que ir también. Era un giro irónico que le producía mucha gracia. El destino de vez en cuando mostraba sentido del humor.
https://youtu.be/NRVl-MCEWwE
Lelouch salió del consultorio. Shirley estaba en el mostrador comiendo una tartaleta de fresa como una de las tantas que él le había regalado en una adorable cajita con un lazo rojo cuando fueron novios. Ella había salido a comprarla entretanto. Dedujo que todo resultó bien por su sonrisa deslumbrante. No se equivocaba. Lelouch no cabía en sí mismo. Había mostrado un extraordinario dominio de la situación y, hasta la fecha, esa había una de sus mejores actuaciones. Incluso él hubiera creído que no guardaba un real resentimiento contra la detective. Lelouch esparció la mirada en torno suyo. Shirley y él eran las únicas personas que estaban en la clínica. Ella no debió abrirla ese día para cuidar de Villeta y alejar a los intrusos.
—Buen provecho.
—Gracias —le sonrió—. Supongo que todo salió bien con Chigusa.
—Mejor que bien.
—¡Me alegro! Oye, ¿cómo está tu herida en el hombro?
—Estable —respondió, echándole un vistazo de reojo a su hombro—. No imaginaba que una herida de bala tardara tanto en curarse.
—Es eso o es que tú no te tratas y dejas que se infecte o no descansas lo suficiente.
—Puede ser una mezcla de la segunda y la tercera opción —admitió, a las malas—. Lo desafortunado de esto no es que haya sido una herida de bala, sino que haya alcanzado mi hombro derecho. Ojalá fuera ambidiestro o zurdo.
—Al igual que Kallen, ¿no?* —añadió Shirley. Se acercó a él y posó su mano en su hombro suavemente—. Y no puedes hacer una pausa por más de cinco minutos.
—En mi otra vida, descansaré plenamente. En esta, tengo mucho por hacer. Lo siento.
—¡Lelouch, tienes que cuidarte! —le reprochó con deje cariñoso. Shirley dejó caer su mano por su brazo delicadamente y se abrazó a sí misma—. No es una herida ligera y no sé si sabes, pero nuestro hospital no acepta seguro médico.
—Está bien, doctora. Seguiré su consejo —accedió—. Fuera de broma, muchas gracias, Shirley. No sé cómo devolverte el favor.
—¡Uhm! Pues eres del tamaño de un siamés grande, así que aceptaré los honorarios del tratamiento de uno: $50 —indicó mostrándole los cinco dedos de la mano. Se rió al ver a Lelouch ser poseído por el asombro—. O podrías llevarme a comer o beber. Creo que te lo había sugerido.
Lelouch amagó esa sonrisa encantadora que la había metido en su cama hace diez años. Durante su época de novios, tenían la costumbre de alternarse las invitaciones. Así, cuando ella lo invitaba a un lugar, él debía invitarla la próxima vez.
—Sí, lo hiciste. ¿Te parece bien que te recoja mañana a las siete y vayamos a cenar en La Dolce Vita?
Los grandes ojos avellanas de Shirley chispearon. Él aún recordaba esa vaga promesa que le hizo de adolescente de llevarla a un restaurante italiano cuando tuviera suficiente dinero. Ella amaba la comida italiana y había escuchado buenas críticas de ese local. No había ido porque el costo estaba algo fuera de su presupuesto. Supuso que Lelouch sabría su respuesta. Ella no era ningún misterio para él. Shirley era un acertijo que Lelouch ya había descifrado. «¿Qué estoy haciendo?», pensaba Shirley. «De veras, ¿voy a enredarme de nuevo con el hombre que rompió mi corazón?».
A Shirley no siempre le gustó Lelouch. Para ser honesta, le caía mal. Le desagradaba su cinismo y su apatía. Cada día encontraba un nuevo defecto que atribuirle y cuando no se le venía a la mente ninguno del cual quejarse inventaba uno. Pero esas eran excusas para postergar una realidad innegable: el chico le gustaba. Y cuando interactuaron por vez primera en la biblioteca de la Academia Ashford él le sonrió tal como ahora y ella pensó: «Tal vez me equivoqué. Tal vez no sea tan malo». Luego de varios acercamientos, se sumergieron en un cóctel embriagador de amor, euforia, celos y dolor que culminó en una ruptura limpia y abrupta. Shirley asimiló una lección importante. Quien te ama nunca te hace llorar y se prometió estar más atenta a las señales en su próxima relación. Y aquí estaba.
«Es probable que él me haga trizas otra vez», gritaban las señales. «Sin embargo, yo...».
«Yo...».
https://youtu.be/LFuw-KVGeCo
Cuando observó a través de la cortina al afamado presentador de noticias, Diethard Ried, comparecer sorpresivamente en la mansión Britannia y penetrar en el estudio donde sabía de antemano que estaba el presidente Schneizel, C.C. se dijo que merecería la pena investigar a qué había venido hacer. Se acercó a la puerta del estudio disimulando que iba a sacudir el polvo de la mesita que estaba al lado y sacó detrás de una maceta un estetoscopio. No era el instrumento más discreto para auscultar, pero sí era el más efectivo y, ya que no disponían de un equipo de espionaje de última tecnología, tenía que conformarse con los métodos más rudimentarios. C.C. se cercioró de que no hubiera ningún intruso al acecho y, seguidamente, se agachó, se colocó el estetoscopio y lo apoyó en la puerta.
El presidente Schneizel y el presentador Ried charlaron extensamente acerca del incendio de la planta química de Britannia Corps., Britannia Chemicals. Según le estaba contando, tuvo lugar esa mañana. No se tenía una cifra precisa de los heridos y muertos, dado que aún los bomberos estaban conteniendo el fuego. Habían evacuado a varios que estaban muy malheridos, eso sí; por lo que se estimaba que sería un número elevado. «¿Por qué el presidente de Britannia Corps le pediría ayuda a Diethard? ¿Qué puede tomar de él?». C.C. se asomó con aprensión. El reportero Ried estaba sentado en el mullido sillón blanco frente al escritorio del presidente. Daba la casualidad que justamente el presidente Schneizel estaba deslizando sobre la mesita baja en su dirección lo que parecía ser una memoria USB. C.C. entornó los ojos tratando de distinguir mejor qué era esa cosa.
—Britannia Corps, por segunda vez, está en el punto de mira del país y, para nuestro mal, los rumores se propagan vertiginosamente y los medios van a filtrar toda la información que puedan recoger. Me temo que transcurrirá bastante tiempo para que la situación se regularice y si la suerte no cambia a nuestro favor, tendremos que cambiar el juego. Creo que esto le será útil.
El presentador Ried cogió la cosa y la guardó en su bolsillo. Sin hacer preguntas ni detenerse a ver. Tenía muy claro qué hacer.
—Lo es, señor presidente. No se preocupe. Yo me encargaré.
C.C. corrió a esconderse detrás de un recodo del pasillo cuando el presentador Ried salió. Visto que tenía un mejor plano en que el rostro del reportero era reconocible, pensó en sacarle algunas fotos y enviárselas a Lelouch.
—¿Qué está haciendo?
Le había preguntado una voz ascéptica. Surgía detrás de ella. C.C. supo al instante quién era el dueño de aquella voz. «¡Rolo!». Se giró para arremeterlo contra él y huir, pero él era un luchador veterano y muchísimo más veloz. La agarró por la nuca y capturó su muñeca. La estrelló contra la pared. C.C. gruñó de dolor. Rolo le arrancó la peluca. Su larga y liso cabellera verde golpeó su espalda. A Rolo se le arquearon las cejas.
—¿C.C.? ¿Qué estás haciendo aquí?
—Si me llevas con el presidente Schneizel se los diré a ambos.
C.C. bien pudo clavar su codo en su estómago, patearlo en la espinilla y someterlo. Vivir tanto tiempo en las calles le había exigido aprender a defenderse. Se sintió fuertemente tentada a hacerlo. No le gustaba la forma brusca en que la sujetaba. Si venció la tentación fue porque necesitaba hablar con el presidente Schneizel y aquella era la manera más creíble y segura de llegar a él.
Rolo la escoltó al estudio del presidente. No estaba impactado al verla. Más bien, se hallaba expectante. Quizás ya estaba sospechando de ella y le había montado una trampa, lo cual explicaría por qué citó a Ried ahí y no en otro lugar. Tenía que concederle puntos al hombre y su capacidad deductiva.
—Conque usted es la espía de mi hermano pequeño. Es un gusto conocerla. ¿Sería tan amable de decirme su nombre?
—Estaré encantada de decírselo si no le molesta ordenarle a su sicario que me suelte.
—Por supuesto —repuso el presidente con una sonrisa tan empalagosa como sus modales—. Rolo, por favor, sé gentil con nuestra invitada y ponla en libertad.
Rolo asintió y la soltó. C.C. le devolvió entonces la sonrisa al presidente en retribución. Se echó en el sillón que el presentador Ried había ocupado momentos atrás.
—¡Gracias, señor presidente! En honor a la verdad, quisiera responder a su pregunta. Yo solía llevar un nombre como todo el mundo hasta que me lo arrebataron y ya no recuerdo cuál era. Es por eso que todos me llaman C.C., que era como me decían esos ladrones que fueron mis amos por un largo, largo tiempo y le ruego que me llame así —el presidente Schneizel asintió, cortés. C.C. inclinó la cabeza—. Supongo que estoy en el derecho de preguntarle yo.
—Adelante —consintió medianamente intrigado.
—Bien. Ahora que me atrapó, ¿qué hará conmigo? ¿Le ordenará a su sicario que me asesine o me encerrará mientras piensa qué hacer? ¡Tiene tantas opciones que no sabría predecir cuál es mi destino! —afirmó C.C. con una inusitada emoción que perturbó al empresario—. No me malentienda. Mi vida ha estado tantas veces en el poder de tantos hombres poderosos que creo que puedo descifrar sus planes para mí mirándolos a los ojos. Pero esta vez no voy a actuar pasivamente porque estoy dispuesta a negociar mi libertad y algo más.
—¿Sería capaz de traicionar a su jefe?
—Soy una falsificadora, una ladrona y, por encima de todo, una mujer, señor presidente. No existe nada que aprecie más que mi vida y mi libertad —contestó con desparpajo. Su lengua había saboreado aquellas palabras tan palpablemente que el presidente Schneizel no puso en tela de juicio su declaración—. No soy una mártir ni soy una heroína ni soy estúpida.
—Claro que no. Y disculpe si la he ofendido con mi pregunta. ¡Estoy sorprendido! —confesó con franqueza, sonriente—. Esperaba más lealtad de los aliados de mi hermano.
—¡Oh! Ellos lo son. Es que yo soy diferente. Tal vez esto suene trillado y lo haya oído de los labios de miles de mujeres, pero usted no ha conocido a nadie como yo —aseguró cruzando las piernas y recostando sus brazos en los del sillón.
—Eso parece —confirmó el presidente Schneizel con un movimiento de cabeza—. ¿Y qué es lo que tiene por ofrecer?
—Información —contestó de forma automática— del Proyecto Geass.
C.C. vislumbró el fugaz destello en los ojos lilas del presidente. Había dado en el clavo.
—¿Qué sabe al respecto?
—Que es un proyecto científico mucho más grande de lo que su imaginación limitada jamás conseguiría concebir alguna vez, y que tiene toda la razón del mundo en temerle y que Lelouch Lamperouge es la prueba viviente de que funciona —soltó con un inopinado vigor, reclinándose en el escritorio. El presidente Schneizel no pestañeó ni una vez, salvo cuando mencionó el nombre de su hermano. C.C. retrocedió despacio y continuó más calmadamente—: verá, señor presidente, no soy nada más la espía de Lelouch. La noche en que Marianne murió, Lelouch fue trasladado a los laboratorios del Proyecto Geass, le hicieron unas cuantas modificaciones genéticas y lo convirtieron en un portador. El presidente Charles me dio la estricta orden de seguirlo y «estudiarlo». Ya sabe, para que le reporte cuando su Geass se active; por lo que, desde el día que «conocí» a Lelouch, no me he desligado de él literalmente.
C.C. metió su mano en el bolsillo de su delantal y sacó una pequeña tablet. Se la entregó. Al encenderla vio que era un mapa, similar a los de GPS. El presidente escudriñó el mapa por un rato. Sus dedos vagaban con avidez cada línea y símbolo en el afán de entender. La curiosidad era como una boa enroscada en torno al corazón que cuanto más tiempo pasa sin saciar el hambre de la incertidumbre, oprimía más duro.
—¿Qué es esto?
—La ubicación de Lelouch en este preciso momento. Yo misma le inyecté el rastreador —indicó esbozando una sonrisa pueril—. Puede quedarse con eso. De todos modos, no me sirve.
—¿Por qué? ¿El Geass de Lelouch despertó?
—Quién sabe —contestó, indolente—. Le di un adelanto de lo que sé. No creerá que le voy a decir todo la primera vez. Tendrá el resto en cuanto responda mi pregunta inicial y me haga su asesora.
—Efectivamente, eres una doble espía —afirmó el presidente Schneizel, pensativo—. Y es por ello que me resulta complicado acceder a su petición. ¿Qué garantías tengo de que no me traicionará como a mi hermano y a mi padre?
—No las hay. Tendrá que confiar en mí y en lo que le estoy ofreciendo —replicó, desenfadada. El presidente Schneizel tornó a encauzar su atención hacia la pantalla. C.C. se dijo que tenía que estimularlo. Optó por adular su ego. Los hombres Britannia tenían esa debilidad—. Señor presidente, para su padre, no soy más que una herramienta y, para su hermano, soy solo otra pieza de sus juegos. Sé que seremos buenos aliados porque usted los trata como sus iguales. Usted es diferente.
El presidente Schneizel le lanzó una mirada. De repente, advirtió relampaguear los ojos de serpiente de C.C. O quizás aquel brillo taimado siempre estuvo ahí y apenas estaba dándose cuenta. A lo largo de su vida, había tratado con muchísimas de mujeres al punto de que ya daba por sentado que las había conocido a todas. No obstante, debía admitir que ninguna era como C.C. Ni de cerca.
https://youtu.be/uYdjDm7XVWg
Kallen llevaba una hora y cuarenta y cinco minutos manejando. Transportaba a Villeta a su nuevo hogar. Para tal efecto, Tamaki le había prestado su camioneta —realmente Lelouch le pidió que le diera las llaves de su vehículo, ya que era más seguro para una convaleciente viajar en un auto que en una moto y Tamaki obedeció no sin cierta renuencia (aquella camioneta era como un bebé para él). Kallen echó de menos su moto. Se sentía extraña sin ella. Por no decir que tenía una larga temporada que no conducía un coche. Pero no protestó.
Tan pronto como Lelouch la presentó con Villeta, la exdetective hizo un mohín, decidiendo de esta manera que no le agradaba. Kallen asumió que se debía porque era japonesa. Había visto aquel gesto de desprecio en tantos britanos que podía identificarlo enseguida. Si bien, en la batalla de los genes se habían impuesto los de su padre, de tal modo que podía camuflar su mestizaje con mayor facilidad, era innegablemente mitad japonesa. Demasiado nipona para los britanos. Demasiado britana para los japoneses. Ese era el problema de los mestizos, supuso. No había conocido otro como ella. A excepción de su hermano y ya no podía preguntarle. Al menos, no estaban obligadas a convertirse en las mejores amigas para el final de la travesía. Otro punto positivo: Villeta aparentemente pensaba igual, pues se había limitado a sentarse en la parte trasera del vehículo y no hizo el menor esfuerzo por iniciar una conversación. Su disposición evasiva le aseguraba que estaba muriéndose para que todo acabara.
—¿Cuánto te pagó Lamperouge por servirme de conductora?
Quizás no sería un viaje tan silencioso. La desorientó la pregunta. Se cuestionó si también había puesto una cara de estreñida para que conjeturara eso.
—Nada. Lelouch no le paga a la mitad de sus empleados. Creo que ama al dinero tanto como se ama a sí mismo —aludió, sarcástica.
—¿Por qué estás con él, entonces? —preguntó apartando su flequillo.
Curiosamente, Villeta evadía el retrovisor que era hacia donde Kallen había enfocado la vista.
—Porque tiene un plan para destruir a Britannia. Los dos queremos un mundo de justicia y él me prometió que juntos le daríamos vida.
—¿No se te ocurrió que podría estar mintiendo?
—Eso es improbable —refutó la pelirroja con una vehemencia que irremediablemente atrajo la mirada de Villeta al retrovisor—. ¿Ya lo escuchaste hablar de sus planes? ¿No sentiste esa ferocidad en su voz? ¿No divisaste esa chispa de locura en sus ojos?
—¡Ah, sin lugar a dudas! Lamperouge está loco.
—Eso es lo que le imprime autenticidad a sus palabras. Está tan demente como para tramar una venganza por diecisiete años y está tan cuerdo como para no olvidar la afrenta que le hicieron —dijo Kallen con aire introspectivo observando al frente—. En un país sin un sistema judicial competente que nos defienda, solo nos queda tomar la justicia por nuestras manos.
https://youtu.be/oFxfWunOXdI
Villeta asintió a secas y tornó a echar la mirada por la ventana como si afuera sucediera algo interesante. Kallen apostó que ambas habían reprimido un suspiro de alivio cuando por fin se estacionó frente la pizzería. Aquel podría haber sido el viaje más terriblemente incómodo de sus vidas. Ohgi las aguardaba en el interior. Kallen hizo las presentaciones rápido. Él tenía una noción más o menos clara de quién era —lógicamente, ella no se mudaría a una casa sin consultarlo con el propietario con anticipación— y Villeta sabía lo básico de su hospedador —Lelouch se había encargado de ello.
—Bueno, Villeta, él es Kaname Ohgi, tu casero. Y Ohgi, ella es Chigusa, tu nueva huésped.
Aquello ameritaba una cortés reverencia, aunque quizás un buen apretón de manos sería más apropiado. Sin embargo, Ohgi estaba petrificado. Vislumbraba a Villeta con los ojos abiertos como platos como si nunca hubiera visto una mujer. A Kallen le dio vergüenza ajena. «¿Qué está haciendo? ¿Por qué se queda ahí como idiota?». Ya cuando estaba considerando pegarle un puñetazo en la nariz, para quitarle esa cara de subnormal, reaccionó con bastante torpeza. Primero, se limpió las manos en el pantalón para sacudirse una harina invisible. Luego, estuvo atrapado en un debate consigo mismo innecesariamente largo en que no sabía si inclinarse o tenderle la mano. Se decantó por la segunda.
—¡Hola! —tartamudeó—. Mucho gusto en conocerte.
—Lo mismo digo —respondió ella sin fingir que lo decía de verdad. Kallen pensó que debería ayudar en la trastienda: era imposible que sus habilidades culinarias resultaran peores que sus maneras—. ¿En dónde está mi habitación?
—En la segunda planta, recorriendo el pasillo, segunda habitación a mano derecha.
Esta vez Kallen se adelantó a Ohgi. Sentía que él ya la había cagado demasiado en la primera impresión.
—Gracias.
—¡Eh, oye! No te preocupes por tus maletas, las subiré a tu habitación en un... —Villeta se había marchado. Ya no podía oírlo. Posiblemente dejó de prestarles atención cuando Kallen respondió a lo que quería—. Creo que no le caigo bien —se lamentó, rascándose la cabeza.
—No te lo tomes personal. Sospecho que los japoneses no son de su simpatía. Te aconsejo no decirle que fue tu idea darle ese nombre. No parece que le guste demasiado —aclaró Kallen cruzando los brazos—. Bueno, gracias por este favor. Yo ya...
—Me contenta ver que estás bien, Kallen —la cortó—. ¿Qué sucede? Desde que te fuiste has ignorado mis llamadas y mis mensajes. ¿Estás enojada conmigo?
—¿Tú qué crees?
—Si esto es por la última discusión que tuvimos, te recuerdo que fuiste tú la que decidió irse.
—Lo sé. Decidí que esto era lo mejor para los dos: tú no estabas de acuerdo con mi asociación con Lelouch y yo no iba a renunciar a él —enfatizó, contumaz.
—Entiendo —susurró, cabizbajo—. Quizás fue lo mejor. No cambiaría nada de lo que te dije, incluso si supiera que esta sería la consecuencia. Sigo creyendo que el abogado Lamperouge no es de fiar.
—¡Tampoco yo hubiera cambiado nada de lo que pasó! Sigo creyendo que te equivocas con él —replicó Kallen entre dientes. Su voz había descendido a esa nota peligrosa que lo alertaba no seguir por ese curso de acción—. Disculpa que no me quede a charlar —agregó más suave—. Tengo que ir a devolver la camioneta. No es mía. Adiós, Ohgi.
En realidad, Kallen no tenía ninguna prisa por ir con Tamaki. Había sido una excusa para zanjar aquella plática que ya le estaba pareciendo insufrible. Sinceramente, estaba feliz porque Ohgi no se retractaba de nada. Así podría afianzarse en su posición con más terquedad y se despojaba de cualquier punzada de arrepentimiento. Cuando ella salió de la pizzería, por todos los medios evitó volver la vista atrás. No perdonaría a Ohgi que dijera eso para después desdecirse y mucho menos se perdonaría a sí misma.
https://youtu.be/3jNvk8bDXU0
En cuanto Lelouch regresó de la clínica veterinaria, se encerró en el baño y procedió a lavarse en el lavamanos. Había estrechado la mano de Villeta. La misma mano que apretó Charles zi Britannia hace diecisiete años. La misma mano por la que había pasado incontable veces dinero sucio. Y Lelouch podía sentir como aquella suciedad se había transferido de su piel a la suya, infiltrándose por sus poros. Sus dedos vacilaron en sus mancuernas al detenerse en aquella imagen. La desterró meneando la cabeza. Se desabotonó su camisa, se desabrochó su cinturón, se bajó los pantalones y los boxers. Mojó un paño y se lo pasó por los bíceps, los planos de su pecho, la espalda y en la cara interna de las piernas y los muslos. El agua corrió por todo su cuerpo marfileño. Lelouch procuró ser cuidadoso. No quería desgarrarse. Además, la herida de su hombro ralentizaba sus movimientos. Al final de su improvisado y refrescante baño, se puso unos nuevos interiores y su bata negra de dormir. Llamó a Sayoko. Estaba exprimiendo el paño en el lavamos cuando C.C. irrumpió. Sobresaltado, Lelouch se aferró al borde del lavabo.
—¡Mierda, C.C.! ¿Cómo entras así en el baño? ¿No se te ocurre que Nunnally o yo o Sayoko estemos a medio vestir?
—¿Qué me ocurre? ¿Qué te ocurre a ti? —lo confrotó con deje burlón—. ¿Se te olvidó que el otro día me viste en bragas? ¿Vas a tener remilgos conmigo?
—Es diferente. Aquella vez fue porque tú quisiste que te viera así —graznó Lelouch.
—Tranquilízate, gruñón, no lo haré de nuevo. Tampoco es que debajo de ahí tengas algo de qué presumir —insinuó C.C. señalando su cuerpo. La sugerencia le sacó los colores a Lelouch, quien desvió la mirada enfurruñado—. Dime, ¿para qué llamabas a Sayoko?
—Quería que me ayudara a lavarme el cabello. Sino fuera porque necesitara ambas manos ni me doliera cada vez que estiro el brazo hacia arriba, lo haría yo mismo.
—Sí, es mejor que no te pongas a experimentar; pues, te tengo dos noticias: la mala es que Sayoko está con Nunnnally ayudándola con sus ejercicios y no puede venir y la no tan mala es que yo puedo sustituirla.
—¿De veras quieres hacerlo? —cuestionó frunciendo ligeramente el ceño. Su incredulidad la ofendió hasta cierto grado.
—Claro, no es difícil. Aparte, ¿no he hecho peores cosas por ti? —lo interpeló. Lelouch permaneció callado. C.C. proyectó su barbilla hacia la tina—. Vamos, siéntate.
Lelouch no opuso resistencia. ¿Importaba quién lo ayudara? No. Era cierto que le había confiado tareas más delicadas y, siendo honesto, deseaba lavarse. Arrimó un taburete confinado en la esquina contra la bañera y se sentó. Echó la cabeza atrás. C.C. cogió la regadera y dejó que la lluvia se esparciera sobre su cabello. El agua dio saltos radiosos enjoyado de brillantes. Estuvo pasando una y otra vez sus dedos entre los mechones de su pelo hasta corroborar que estuviera totalmente empapado. Acto seguido, vertió un poco de champú en una de sus manos, se las frotó y masajeó su cuero cabelludo. Las manos de C.C. eran suaves y su tacto, dulce. Lo asaltaba la sensación de que lo estaba peinando. Lelouch evaluó atento el rostro de C.C. Parecía inmersa en su tarea...
—Tienes un cabello brillante —le comentó de la nada—. Es bonito. Me produce cierta envidia —sus dientes retuvieron una risita en su labio inferior—. ¡Joder, Lelouch! ¡Te ha salido una cana!
—No es verdad.
—Sí, lo es. Mira, aquí la tengo.
—¡¿Dónde?!
C.C. le enseñó una hebra negra que estrujaban dos dedos jabonosos y soltó una carcajada. Lelouch resopló, avergonzado. ¡Se había dejado embaucar como un niño!
—Ese fue un truco viejo.
—En el que igual caíste —le sonrió triunfal. Pasado unos minutos, ella se enserió y dijo—: te traje los informes que me pediste de los policías que participaron en la confiscación. Están todos limpios. Puedes revisarlos si gustas luego. A lo mejor detectas algo que yo no. Para eso había venido a buscarte. Creo que eso nos deja a Rolo como el enemigo encubierto, ¿no?
«Enemigo». Le había formulado esa pregunta a Villeta esa tarde. A priori, había sido Charles quien le planteó ese enigma: «antes deberás adquirir la sabiduría para reconocer quién es el verdadero enemigo». Naturalmente, no estaba aludiéndose a sí mismo. Lo confirmaría al día siguiente presentándose como testigo de la defensa. Un pacto que había acordado con Kallen clandestinamente. Si no era él ¿a quién se refería? ¿A Suzaku? El amigo traidor que había conspirado con el presidente de Britannia Corps para condenarlo a la pena de muerte, ¿a Schneizel? El hermano hipócrita que le había ofertado la paz, ¿al misterioso aliado? De quien todavía no tenía idea de su identidad, ¿a Rolo? El noble espía a sus servicios, ¿o a alguien más que no había tenido en consideración?
C.C. había terminado de restregarle el champú por todo el cuero cabelludo, se sacó la espuma de las manos en el lavabo y se aprestó a aplicar el enjuague con la regadera.
—¿En qué piensas? —preguntó otra vez. Ella siempre se percataba cuando algo lo turbaba.
—Estaba pensando en el Geass —susurró Lelouch con lentitud como si hubiera cambiado su respuesta—. Podría extraerle una confesión a Rolo. Aún más. Podría hacerlo mi subordinado. Ya constatamos que funciona y si mi Geass es real el de Mao también —C.C. lo miró por el rabillo del ojo. Lelouch prosiguió—: cuando estaba en la cárcel me topé con él. Me dijo que tenía un Geass que podía leer la mente. No le creí, al principio. Luego dijo algunas cosas, las cuales tan solo unos cuantos teníamos conocimiento y que era imposible que supiera. Una de ellas tuvo que ver con Bartley Aspirius. Me dijo que le leyó la mente y que había dicho la verdad. Luciano mató a Sawasaki. Él era inocente.
—¿Y qué con eso?
—¿Te lo tengo que deletrear? —espetó Lelouch con impaciencia y C.C. sintió que los vellos de la nuca se le erizaban—. Durante diecisiete años estaba seguro de que él y todos los aliados de Britannia Corps aceptaron el soborno sin más. Nunca se me ocurrió que hubiera otra razón. Suzaku estaba en lo correcto: juzgué a un hombre por sus antecedentes —masculló, retorciéndose las manos como si estuviera lavándoselas. La mandíbula se le había tensado—y lo mismo hice con él. Creí que por ser mi amigo estaría conmigo hasta el final. Por el amor de una mujer, me traicionó. La misma mujer que le dio la espalda a su familia por unirse a mí y que terminó muerta porque permití que mi orgullo y mi odio me superaran cuando Schneizel me propuso una tregua. Kallen tiene razón. Estoy dejando que mi ego se interponga en mi camino —Lelouch hizo una pausa para tragar la bilis que estaba escalando por su garganta. Su respiración temblaba. Cerró los ojos por un minuto—. Había visualizado cada jugada. Mis cálculos eran precisos. En mi mente, todo era perfecto. Y fallé y los que pagaron por mis errores fueron las personas que quería proteger. ¡¿Qué tal si mi sospecha sobre Rolo es errónea?! No quiero depender del Geass, C.C. Mi arma más poderosa es mi arma secreta. Si abuso de ella, la descubriré —C.C. divisó que sus manos se habían convertido en puños—. Temo estar perdiéndome en mi búsqueda por la justicia —gimió, cubriéndose la mitad de su rostro—. Recientemente he estado preguntándome eso: si no hubiera estado tan obsesionado en mi plan, ¿habría estado más atento a la realidad? ¿Los hubiera impedido?
C.C. colgó la regadera y agarró su cabeza con sus manos. Con gentileza, lo volvió hacia ella. Intercambiaron una mirada silenciosa.
—No importan los motivos que haya tenido Aspirius, su testimonio fue vital para el veredicto de inocencia; Euphemia li Britannia hubiera muerto de cualquier manera, su hermano no iba a dejar que siguiera viva habiéndolo desafiado y Suzaku sabía que estaba tratando con gente manipuladora. No podías hacer más, ya le habías advertido sobre ese camino —indicó con voz metálica—. Lo estás haciendo bien, Lelouch. No te detengas a mirar tus errores y admira tus hazañas. Castigaste al Dr. Aspirius de forma ejemplar; transformaste a una antigua aliada de Britannia Corps en la tuya, ya será cuestión de tiempo para que la arresten por sus crímenes y Rolo ya empieza a confiar en ti. Recuerda lo que dijiste —una rara nota cariñosa se deslizó por su tono grave—. Juraste destruir a Britannia costara lo que costara. Tu sangre es la atadura que te impide romper ese vínculo con tu destino. Si retrocedes ahora habrás vendido tu alma por nada.
—¿Y quién dijo que retrocedería?
https://youtu.be/Rt94_QVxyxg
Lelouch enderezó los hombros. El joven vulnerable se había vuelto a refugiar detrás de la máscara fría y serena del altivo abogado. «Eso es. Debo perservar y fortalecer mi voluntad. No será la última vez que engañe ni hiera a alguien ni puedo revertir lo hecho. A estas alturas, solo me queda seguir adelante si no quiero que todos mis esfuerzos se desperdicien. Esa sería mi verdadera derrota».. C.C. le dio espacio para que se levantara. Enseguida, la Wicca cogió la toalla y la arrojó sobre su cabeza. Lo ayudó a secarse. Él agarró la toalla a modo de señalarle que iba a ocuparse. C.C. bajó su mano con cierta reticencia. Lelouch era más alto por una cabeza, de suerte que su campo visual era abarcado por su pecho. Se fijó que el cuello de su bata tenía forma de «V», lo que exponía el símbolo del Geass. Acarició las alas del pájaro con las yemas de los dedos. Su piel era tersa y fría. Tal como imaginó que sería. Su corazón retumbó con un ritmo entrecortado en sus oídos. Lelouch apresó su muñeca antes de que su mano se aventurara a explorar lugares prohibidos. Le dio la vuelta.
—Se ve que estas cicatrices han acumulado tiempo...
Conque, ¿eso era lo que Lelouch estaba observando tan fijamente mientras lo lavaba? ¡Vaya! La mujer experimentó una pequeña decepción.
—Sí, te dije que me torturaron.
—He sido espectador de tu dependencia al alcohol y al tabaco por cinco años y nunca quise preguntarte por qué no podías dejarlo o por qué te empeñabas en zambullirte en el licor y asfixiarte en la nicotina. Presumí que tus razones eran muy personales y no me concernían; pero ayer te abriste a mí contándome el maltrato que sufriste y até los cabos. No creo que el alcohol y el tabaco pudieran amortiguar ese dolor, ¿o sí, C.C.? —indagó. La Wicca no dijo nada. Repentinamente, trató de zafarse. Lelouch frustró sus intentos aumentando la presión de su agarre—. Podemos hablar de esto. Yo puedo ayudarte. No dejaría que te emborracharas ni fumaras ni que nada ni nadie ni tú te hiciera daño.
—Lo sé.
—¿Y?
—Que no quiero tu ayuda.
—¿Y qué quieres, C.C.?
—Emborracharme, fumar, cortarme, drogarme, ¿por qué no? Tú también te drogas, ¿o crees que no me he fijado en tu pequeño arsenal de pastillas en el baño? No soy tu hermana, a la que fácilmente puedes engañar —sonrió sin alegría. Él arrugó la frente, lamentándolo. No por él—. Hazte a la idea, Lelouch —gimoteó. Su mirada era vidriosa por las lágrimas, como un hermoso vitral hecho añicos—. No puedes salvar a todos.
C.C. recuperó su mano violentamente y se largó. Lelouch no fue tras ella. Fue a la cocina y vació todas las botellas de alcohol en el fregadero, una por una. Tal vez C.C. no quiera salvarse a sí misma, pero este alcohol habría sido comprado con su dinero, al igual que lo paquetes con cigarrillo. De tal manera que estaba en su derecho de privarle de todas las tarjetas de crédito y débito y de hacer lo que quisiera con el licor. Si hubiera algo que estuviera a su alcance, lo haría.
https://youtu.be/yd8IMTzc2bI
Nada como dar inicio a un nuevo día entrenando. Hacía dos horas que Kallen había llegado al gimnasio y se había puesto a hacer calentamiento. Después de realizar tres series de flexiones de bíceps con pesas, se dirigió a las barras paralelas. Se había dicho que esa mañana trabajaría los músculos del torso, la espalda y los brazos. Ya la barra se había acostumbrado a la firmeza de sus manos, cuando Suzaku la encontró poniendo su cuerpo tirante de un solo movimiento. Vista de lejos, Kallen parecía una princesa amazona practicando para su próximo combate. La mujer se percató de su presencia al bajarse. Contrajo la boca. Había cambiado los días a los que iba a ejercitarse para no tener que cruzárselo. Aparentemente, también debía cambiar de gimnasio. Ella fingió que no estaba ahí y siguió en lo suyo. Cogió su botella de agua, bebió un sorbo pequeño y se roció un poco en el cabello.
—Kallen, me gustaría hablar contigo.
Había declarado Suzaku cuando Kallen pasó junto a él, ignorándolo por completo. El hombre no estaba de humor para un desplante. Agarró su muñeca. Kallen lo miró con los ojos abiertos de par en par. La mirada de Suzaku estaba llena de determinación.
—Por favor —recalcó, circunspecto.
—¿Qué quieres?
—¿En dónde estaba Lelouch la noche del miércoles?
Kallen infló las mejillas conteniendo una risita burlona. Suzaku no cambió su expresión.
—¿Por qué no se lo preguntas?
—Porque no confío en él —explicó poniendo mala cara, como si hubiera recordado algo que no quisiera.
—¿Y en mí sí?
—Te hice caso cuando me pediste ir a comprobar la escena del crimen por mí mismo.
—¡Y casi no confesabas que estabas ocultando evidencia! —replicó Kallen, exaltándose—. Si no fuera porque te tuve contra las cuerdas te lo hubieras callado.
—Eso no es verdad. Lo estaba reservando a último momento. Quería ver cuán lejos llegaría Lelouch con sus trampas y sus mentiras —Kallen puso los ojos en blanco. Fue el turno de él de fingir que no había visto nada—. Te estoy preguntando esto porque estoy siguiendo una pista —aclaró. Kallen frunció el ceño—. En la caja en que Zero metió a Lelouch y expidió a la jefatura hallaron unos cabellos verdes de mujer que empata con el de C.C., la secretaria de Lelouch.
—Eso quiere decir que estás sospechando de C.C. ¿O crees que Zero no puede ser una mujer?
—Hay más coincidencias extrañas: los dos objetivos de Zero están relacionados con Lelouch y el juicio por asesinato de su madre. Bartley Asprius acudió como testigo y Villeta Nu era la detective a cargo del caso. A uno lo secuestró y lo envió por caja a la fiscalía y a la otra la denuncia por sus delitos y luego desaparece misteriosamente —Kallen miró hacia otro lado con fastidio, tal cual haría alguien que se rehusaba a tragarse la sarta de tonterías que alguien estaba diciéndole. Sutilmente, Suzaku la haló hacia él a fin de atraer su atención. Su pulgar se deslizó con tal delicadeza por su antebrazo que desconcentró a la pelirroja por una ráfaga de segundo. Sus manos eran ásperas, como si fueran de hierro. Muy diferente a las de Lelouch que parecía que no hubiera hecho ningún trabajo pesado en toda su vida—. Kallen, eres una buena abogada. Sé que si lo investigaras darías con el resultado.
—¿Y por qué debería investigar tal cosa basándome en una especulación? —inquirió Kallen. Esta vez no había deje de burla, sino una verdadera incertidumbre.
—¿No fui a buscar una copa en la escena del crimen basándome en una especulación?
—¿Vas a usar eso como un arma contra mí? —refunfuñó.
—Solo será por esta ocasión. Hazlo como un favor a mí —concedió Suzaku—. Kallen, solías criticar a Lelouch. Decías que algo andaba mal con él y yo te lo negaba. Tú tenías razón y yo no. Escucha a tu yo del pasado —imploró, algo desesperado—. ¡Y mírate! Pareces el perro de Lelouch...
—Si soy una perra, deberías cuidarte porque podría atacar en cualquier momento —advirtió con voz queda—. No sabes una mierda, Suzaku.
Cuando las personas te pulverizaban con sus miradas, sentías que te golpeaban con un rayo. Con Kallen no era así. Cuando Kallen te miraba con sus ojos de fuego, sentías el ardiente y sofocante abrazo de las brasas. Inesperadamente, abrió la boca y se abalanzó sobre él como si fuera a morderlo. Suzaku permaneció inamovible, pero la soltó. Kallen tomó una ducha rápida y fue a recoger sus cosas. Por costumbre, ella revisó el celular. Lo tenía en modo vibrador para que no interrumpiera sus actividades rutinarias. Había un mensaje en el buzón. De ¿Nunnally? La sirvienta de los Lamperouge la debió haber ayudado, presumió. Lo leyó. Decía que deseaba verla en el apartamento. Tenía la pinta de ser una reunión social. Nada alarmante. ¿De qué le gustaría hablar con ella la hermanita de Lelouch?
https://youtu.be/82NzmREdkpg
Rolo y la pandilla de gánsteres habían recibido un mensaje de Lelouch. Los citaba en el despacho. Dijo que le apetecía discutir ciertas cosas con ellos. No especificó cuáles. Se enterarían en la reunión. Rolo vino de primero como siempre. Detestaba la impuntualidad. Se sentó en su escritorio en la sala de espera y aguardó pacientemente. Media hora después, Tamaki, Urabe, Minami, Sugiyama y Yoshida entraron. Su llegada fue precedida por un alboroto que le recordó a una jauría que recién había vuelto de una gran cacería. Ellos participaron en todas las reuniones mientras Kallen estuvo al frente del bufete. Al parecer, eran de por sí revoltosos. Rolo echó de menos el agradable silencio que lo abrigaba arrugando la nariz. La pandilla migró a un rincón del cuarto y allí se instaló a charlar sin hacer caso de él. No se lo tomó personal. Por lo regular, pasaba desapercibido en los grupos grandes. Era un talento natural que agradecía tener. Le incomodaba ser el objeto de interés general. De vez en cuando, Rolo les echaba unas miradas tímidas. Se preguntaba de qué podían estar hablando. No conseguía captar alguna oración completa con sentido porque muchos hablaban a la vez entre risotadas que eran contagiosas. No para Rolo, ¡en absoluto! Por otro lado, aunque sonara extraño y algo mezquino, encontraba interesante observarlos. Era como admirar a los animales en un zoológico.
Urabe no pasó de incógnito las miradas furtivas de Rolo y se lo hizo saber a Tamaki. Lelouch les había instado ser amables con él. A Tamaki no había que pedírselo dos veces: le agradaba el chico, aun con sus rarezas y actitud distante. Él se lo excusaba pensando que nunca había aprendido a divertirse. Si tuviera que compararlo con algún animal para describirlo sería con la hormiga. Por la fábula. Serio, riguroso, disciplinado, entregado al deber. Sin ser japonés, lo consideraba más japonés que él. Quizás por eso le simpatizaba. Claro que Rolo era una hormiga venenosa, por la forma en que casi dejó fuera de combate a Luciano. Fue ahí que se le ocurrió una forma inocente de integrarlo.
—¡Oye, hermanito! ¿En dónde aprendiste a pelear así?
Todos los gánsteres sabían pelear. A ningún mafioso que se le respetara le interesaba tener un matón que no supiera. No obstante, su estilo de pelea era callejero. Impulsado por el más básico instinto de supervivencia. Los movimientos de Rolo eran limpios. Coordinados por varias técnicas combinadas. Era arte. Los otros se giraron a él, intrigados.
—Serví al ejército durante un par de años.
—¿Y cómo supo Lucho eso?
Rolo se frotó los dedos, meditabundo.
—Es lo que me gustaría saber.
—¡Ja! Hablando del rey de Roma... —rió Minami.
El mismísimo rey demonio atravesó el umbral. Sus pasos silenciosos y elegantes lo guiaron a su despacho, de la misma manera que un rey se dirigía a su trono. Como si estuviera flotando sobre el piso porque estaba por encima de todo. El cuerpo rígido y, paradójicamente, desenvuelto enfatizaba en esa impresión. Urabe, Tamaki y por poco Rolo se pusieron de pie a modo de darle la bienvenida a su sala del trono. En el acto, cambiaron de idea pensando que estaban siendo ridículos y retomaron asiento. En su fuero interno, los tres se preguntaron qué los había impulsado a hacer semejante cosa. A Lelouch lo agasajó justo en el ego aquel gesto; pero no se envaneció de ello. El exceso de vanidad rayaba en la aversión. Así pues, reprimió una sonrisa y dejó la puerta abierta para que ellos entraran.
—Ya todos ustedes deben estar al corriente del incendio en la planta química de Britannia Corps esta madrugada. Hubo un saldo de más de cuarenta heridos. Hi-TV informó esta tarde afirmando que se presumía que el incendio fue resultado de la negligencia de una oficial que había ido a investigar una fuga de gas...
—¡¿Qué?! —tronó Urabe interrumpiendo a Lelouch, lo que causó que todos se volvieran hacia él momentáneamente—. Si es una fuga de gas en Britannia Chemicals, entonces esa oficial debe ser Nagisa. Sea lo que sea, esa noticia es mentira. ¡Ella es una buena oficial de policía!
—No lo pongo en duda, Urabe —expresó Lelouch, complacido de que hubieran ido al meollo de una vez—. Quien informó esta nota fue nada menos que Diethard Ried. El presentador estrella de Hi-TV y el aliado con más influencia de Britannia Corps. Un periodista reconocido por dejarse llevar por el sensacionalismo. Su nombre está en la nómina de sobornos de Britannia Corps que el exvicepresidente Kirihara me dio como pago por defenderlo y en muchos asuntos más que atañen a esta corporación...
https://youtu.be/OH1TVnW--XU
Lelouch se sentó en su escritorio y abrió el primer cajón, donde había guardado bajo llave el contenido de la caja que había aparecido por obra de los dioses en su oficina. Les mostró algunas fotos en que figuraba el presentador Ried junto al jefe de sección Maldini y el presidente Schneizel. Sacó de su chaqueta la que había tomado C.C. ayer y la arrojó con el resto.
—¿De dónde obtuviste estas fotos? —preguntó Sugiyama.
Ninguno de los gánsteres tenía idea de la caja. Era una información que manejaban únicamente C.C., Rolo, Kallen y él. Lelouch había decidido que era mejor no divulgarla.
—Que te cuente Rolo.
El susodicho frunció el entrecejo al escuchar su nombre. Una vez más, el punto de mira de los pandilleros se centró en el joven secretario.
—¿Perdón? ¿Es una de sus bromas?
—¿Me veo como alguien que bromea? —lo interrogó Lelouch, entrelazando los dedos—. Lo sé todo sobre ti, Rolo. Tú eres un asesino a sueldo que el presidente Schneizel contrató para matar a un testigo ocular en el caso del exvicepresidente Kirihara y para espiarme. Fuiste tú quien puso en mi escritorio la caja con información sobre los aliados de Britannia Corps el día en que fui liberado.
—¡No es verdad! —objetó Rolo con voz tensa—. Si lo dijera en serio, yo ya estaría muerto.
—Es cierto, Rolo. Todos aquí sabemos quién eres. De hecho, aquí yo tengo un arma. Es la única de esta habitación, por cierto —anunció. Precedido por sus palabras, sacó una pistola semiautomática calibre 22 de otro de sus cajones. No podía ser el lugar donde la guardara. Tuvo que ponerla ahí con anterioridad. El asesino siguió el movimiento de sus manos con sus ojos de águila. Lelouch lo apuntó—. Si yo quisiera, podría dispararte con ella. Pero no lo haré —afirmó Lelouch con una sonrisa felina y giró el arma entre sus dedos, volviéndola hacia él—. Pregúntate por qué. Necesitas hacerte las preguntas correctas para llegar lejos —aconsejó—. Una pista. Te dije que te conocía. No hablaba solo de quién eras y tu profesión. También hablaba de tus miedos y tus deseos. Lo he visto, Rolo —indicó. El secretario miró a Lelouch sin comprender—. El brillo en tus ojos en los almuerzos que hemos comido juntos y en las reuniones que hemos tenido. Te gusta estar aquí, porque eres uno de nosotros. Y lo sabes, en el fondo —Lelouch le ofreció la pistola, sujetándola por el cañón—. Ten. Cumple con tu trabajo.
Lelouch agitó la pistola, exhortándolo a agarrarla. Rolo obedeció no sin recelo. Con rapidez, repasó los rostros de los Caballeros Negros. No estaban sorprendidos ni lucían temerosos. Lelouch les tuvo que haber dicho quién era. Y, en efecto, los pandilleros no eran tan buenos actores como C.C. ni eran versátiles como Kallen. Para que su puesta en escena funcionara, les contó la verdad. Algunos tenían dudas con respecto a su decisión. A su juicio, el espía debía ser sentenciado a muerte. Entonces, Lelouch les prometió entretenerlos con un espectáculo.
—Ya que sé quién eres, te corresponde matarme.
—¿Tan idiota cree que soy? Si le disparo, sus apandillados me matarán enseguida.
—No lo harán.
—¿Qué...?
—Porque si alguien te hace daño, yo tendría que hacerles el doble de daño. Les ordenaría matarse y ellos me harían caso sin rechistar —explicó Lelouch. Al ampliar su sonrisa, sus labios se corrieron hacia atrás exhibiendo sus dientes blancos y relucientes—. Pero no harán nada de eso porque les pedí no dispararte. No quiero que mi gente muera por mí. Quiero que viva por mí. Y si tú dejaste esa caja y eres un espía, me dispararás con esa arma. Vamos.
Lelouch se incorporó, sacó el pecho, levantó la barbilla y dejó colgando a los lados del cuerpo sus brazos, adoptando una postura recta, como si estuviera poniéndose delante de una diana. Rolo entrevió la pistola trepidando en su mano y luego a Lelouch que estaba imperturbable. El único atisbo de nerviosismo de Lelouch fue eliminado al apretar los puños. Las expresiones de los pandilleros pasaban del terror a la admiración y viceversa. Rolo le había mentido a Luciano. Conocía el brillo en los ojos de sus víctimas, mejor dicho, de sus blancos, al morir. La chispa del miedo. Pero no había esa chispa en los ojos del abogado. Rolo también conocía a los demonios. Había pasado tiempo con ellos; había matado a algunos de ellos; él era uno de ellos. Lelouch, ciertamente, era un demonio, lo supo con una mirada la primera vez, solo que no era de la clase ordinaria. Un hombre que no le asustaba la muerte no era humano. Era algo temible. Matarlo era un insulto. A Rolo no lo intimidaba faltarle el respeto. Nadie estaba por encima de él, que era un emisario de la muerte. Empuñó la pistola y lo amenazó. No llegó a dispararle. No podía matarlo. Por otras razones. Lelouch sonrió con aires de suficiencia al ver su predicción materializarse.
—Te lo dije. No puedes matarme. ¡Eres de los nuestros!
La oficina prorrumpió en gritos de júbilo, vítores y carcajadas. Los gánsteres se acercaron a él. Los instintos de alerta de Rolo se activaron y se puso en guardia, temiendo que fueran a lastimarlo. Nada más lejos de la verdad. Lo que hicieron fue alzarlos en brazos, acogiéndolo calurosamente. Lelouch se tendió en la silla detrás de su escritorio, limitándose a contemplar el rito de iniciación de Rolo con una sonrisa. Urabe le hizo compañía.
—¿Cómo sabías que no iba a dispararte? —le preguntó. En sus ojos se leía que todavía estaba procesando lo que acababa de suceder. A Lelouch le hizo gracia.
—Lo sabía, simplemente.
—Aun así, eso fue increíblemente estúpido e increíblemente valiente —señaló, maravillado.
—Solo los que están dispuestos a morir tienen el derecho a matar, Urabe —afirmó, echando un vistazo al tablero de ajedrez que estaba a su escritorio. Agarró la pieza del rey negro y la desplazó una casilla comiéndose al alfil blanco—. Del mismo modo que tuve los huevos para dispararle a ese matón que iba a matar a Rolo, debía tenerlos para dejar que me disparara.
¿Cómo podía entenderse con los gánsteres sin hablar en su lengua? Un rey que no socializara con sus súbitos o sus soldados, en este particular, era un rey por el que no valía la pena luchar.
—Ojalá fuera así —comentó Urabe con añoranza—. ¿Investigaremos lo sucedido en la planta química? —cambió de tema.
Urabe no había apartado su mente de su amiga policía y su actual problema.
—No, no somos detectives privados ni policías —disintió Lelouch—. Esto está más allá de nuestra jurisdicción. Si salvamos a Villetta fue porque ningún otro podría. Fue nuestra buena acción de samaritanos por este año. Quien tiene que investigar este asunto es otro periodista. Aunque no lo creas, el trabajo de un reportero no es distinto al modus operandi de un detective y preferirás que un reportero se encargue. No uno cualquiera, claro. Un reportero ambicioso, con determinación, que esté comprometido con la verdad —indicó—. El mundo frívolo del periodismo es todavía más horrible que el de los abogados y el de los policías.
—¿Y tenemos algún reportero que lo investigue por nosotros?
La pregunta de Urabe fue contestada en ese mismo punto cuando alguien presionó el timbre. Pasmado, miró por encima del hombro. Lelouch esbozó una parca sonrisa al revisar su reloj de oro.
—Justo a tiempo —observó, satisfecho—. Rolo, ¿podrías abrirles a nuestras visitas?
https://youtu.be/x8w-8CEj8_A
Ante la orden enmascarada de petición, los gánsteres dejaron en paz al pobre Rolo. Su pelo perfectamente peinado se hallaba ahora revuelto. Lo mismo que su ropa, siempre impecable, estaba desordenada. Y su expresión era una manifestación de que había vivido una emoción muy fuerte. Como pudo, se adecentó, lo cual resultó gracioso porque no se había recuperado del todo del rito de iniciación —algunos gánsteres se rieron— y fue a abrir la puerta. Al cabo, llegaron con él un joven de semblante trigueño y pelo azul desenfadado y una despampanante rubia de caderas prominentes y pechos turgentes. A algunos se le dilataron las pupilas ante tan hermosa visita. ¿En dónde Lelouch conocía a tantas mujeres guapas? Primero, C.C.; luego Kallen, después Shirley y ahora ella. La rubia se quitó sus gafas oscuras y las colgó en su escote.
—¡Querido primo! —exclamó esbozando una sonrisa de oreja a oreja—. ¡¿Cómo estás?!
—Hola, Milly. Muy b...
Lelouch le había extendido la mano, pero Milly lo atrajo hacia ella de un fuerte tirón, lo abrazó con efusividad y le plantó un par de besos en ambas mejillas. El saludo del joven que acompañaba a Milly fue igual de alegre, aunque menos intenso. Se conformaron con estrecharse las manos y darse unas palmaditas en la espalda.
—¡Me alegra verte de nuevo, Lelouch!
—Digo lo mismo, Rivalz —afirmó, apretándole el codo en plan amistoso—. Caballeros, quiero presentarles a unos queridos amigos, Milly Ashford y Rivalz Cardemonde. Ambos trabajan en la estación de KT-TV.
—¡Hola a todos! —dijo Rivalz haciendo un amago.
—¡Un placer conocerlos, chicos! —les sonrió Milly.
—Milly, Rivalz, les presento a algunos miembros de mi personal: él es Rolo Haliburton, mi secretario y a Shinichirō Tamaki, mi asistente legal. El resto son amigos de Tamaki que tenían curiosidad por ver cómo funcionaban las cosas en un bufete —explicó Lelouch, locuaz. Había demasiadas cosas que discutir y ponerse de acuerdo y no veía la hora de empezar—. Los cité porque tenía un favor que pedirles —dijo, dirigiéndose a Rolo y los gánsteres.
—¿Esperando hasta el último minuto para explicarles a tus allegados tus planes? ¡Ja! No has cambiado nada, Lelouch Lamperouge —rió Milly, asentando una mano en su cintura—. La verdad es que me tomaste por sorprenda cuando mencionaste que nuestros trabajos iban a reunirnos...
—Prometí darte una exclusiva que trazaría la ruta a tu sueño, ¿no? —aludió Lelouch mirando de soslayo a la reportera.
—Sí, eso hiciste.
—Y de aquí no te irás sin tu exclusiva —le aseguró con una sonrisa traviesa que Milly sabía que auguraba problemas—. Ven.
Milly y Rivalz ocuparon los sillones frente el escritorio de Lelouch. Este regresó a su asiento. Les pasó la foto del presentador Ried. Se ahorró explicarles quién era. Diethard Ried era un modelo a seguir para los reporteros novatos, una sombra para los más veteranos y una leyenda en el mundo del periodismo. Era probable que Milly y Rivalz estuvieran hartos de él. Les dijo que esa fotografía le había sido enviada ayer y que el lugar donde había sido tomada era el pasillo de la mansión Britannia. Cuando Milly le preguntó quién era su fuente, Lelouch se excusó alegando que estaba obligado a proteger su identidad. Esa persona y él habían acordado que iba a transmitirle todas las movidas de Britannia Corps, siempre y cuando su nombre no se viera involucrado. Debería entenderlo, como reportera. Milly no insistió en el asunto. En cambio, le acució la curiosidad saber por qué Lelouch tenía un informante en la mansión Britannia. Seguidamente, Lelouch les indicó que, horas más tarde de que el presentador Ried saliera de la mansión Britannia, Hi-TV emitió una nota exclusiva sobre la negligencia de una oficial de policía que fue a investigar una fuga de gas en la planta química.
—...De inmediato que la nota se publicó se produjo un efecto dominó en las demás televisoras que volcaron su atención en la oficial Chiba. Ninguna de las cadenas está hablando de la causa del incendio. Si miran las noticias, verán que están totalmente enfocadas en un solo aspecto del incidente. Sospecho que Britannia Corps, con la ayuda del presentador Ried, está alterando el flujo de la investigación...
—¿Convirtiendo a la oficial Chiba en un chivo expiatorio? —indagó Milly queriendo cerciorarse.
—Exactamente.
—¿Y tú deseas que nosotros lo investiguemos?
—Bueno, Hi-TV está desinformando a la opinión pública en aras de ayudar a Britannia Corps a ganar tiempo. Es evidente que están encubriendo a los verdaderos responsables. Es tu deber como reportera responder a las familias de las víctimas cómo y por qué ocurrió el incendio y sobre todo encauzar la investigación a su rumbo correcto. Y es injusto, además, que la oficial Chiba asuma una responsabilidad que no es suya —dilucidó, arrellanándose—. Alguien debe limpiar su nombre.
—Y has pensado que ese alguien soy yo, ¿no? ¡Uhm! —subrayó Milly cruzando las piernas—. En resumen, propones que contraataquemos los informes de Hi-TV con más información. Va a ser una batalla ardua. Ried se ha adjudicado una credibilidad muy sólida, sin añadir que tiene en su poder un vídeo que respalda todas sus declaraciones.
—¡Me asombra oír esto de la misma Milly que no la detuvo las reglas ni los ultimátum del director para llevar adelante los magnos y estrambóticos festivales y eventos en la Academia Ashford en su periodo como presidenta! —manifestó Lelouch con entonación guasona. Pese que había admitido su asombro ante la vacilación de Milly, irónicamente, la sorpresa no destilaba en su voz. Milly, por otra parte, sonrió con una nostalgia que le llegó hasta los ojos—. Creía que entendías tan bien como yo que la verdad puede ser manipulada y que el éxito y la gloria de un hombre anteceden su gran caída.
Lelouch tumbó de un golpecito con el dedo la pieza del rey blanco. Milly pegó un respingo casi imperceptible al escucharla caer. El sonido vibró como eco en sus oídos. El silencio no era bastante hondo para descolocarse; fue el doble sentido de sus palabras lo que en ella había resonado. Los Ashford habían sido una familia burguesa. No al nivel de los Britannia; pero, indiscutiblemente, más que el promedio. La caída de la bolsa de valores del 2020 golpeó su fortuna y su posición social. Fueron días muy oscuros para ellos. Milly tuvo que hacer el sacrificio de renunciar a la prestigiosa universidad privada donde estudiaba y casi también a sus sueños de ser una afamada presentadora. Ella le había participado a Lelouch sus ambiciones en el último año en la Academia Ashford, cuando todos estaban aplicando los exámenes de admisión a la universidad. Aun cuando ya debería saberlo, le sorprendía que Lelouch se acordara. Ese zorro astuto estaba rascando su complejo de Lois Lane. La verdad puede ser manipulada. Le constaba que así era. ¿Lo decía por su madre? ¿No quería que aquella oficial sufriera una injusticia por culpa de Britannia Corps y, por ello, había organizado esto? No, Lelouch no era un filántropo. Se movilizaba por razones personales. Ella no. Bueno, no todo el tiempo. Milly toqueteó la foto con su uña pintada de azul.
—Está bien, Lelouch. Tú ganas —pregonó, sonriendo—. Lo investigaré.
No tenía ni la más remota idea de por qué Lelouch estaba haciendo eso; pero sí tenía certeza de dos cosas: odiaba las injusticias y sí quería estar más cerca de su sueño.
https://youtu.be/Ad3gVVCkHRw
Poco después del almuerzo, Kallen fue a ver a Nunnally. El mensaje no señalaba una hora determinada. Quizá lo había mandado así intencionalmente para que fuera ella quien decidiera el momento. Inclusive cualquier otro día. La verdad era que Kallen tenía más ganas de platicar con Nunnally que al revés. La había mordido el gusanillo de la curiosidad cuando leyó su invitación. No podía aguantarse.
Nunnally pidió a Sayoko servirles té de jengibre y limón y galletas de mantequilla. En los primeros minutos de su visita, intercambiaron algunas impresiones de la merienda en una atmósfera amenizada por las dulces y risueñas notas del «Vals de las flores». Kallen recordó que cuando se reunió con ella la primera vez sonaba El lago de los cisnes en las paredes. Eran músicas compuestas para ballet. Lelouch mencionó que ella amaba bailar. Kallen no se había percatado que conjugó el verbo en pasado y no cobró sentido para ella hasta que la conoció. No creía que fueran dos hechos aislados. ¿Había sido bailarina en alguna época de su vida?
—¡Agradezco que hayas podido venir en medio de tus ocupaciones, Kallen!
—Bueno, me hiciste una oferta que no podía rechazar —se rió ante su propia sinceridad—. ¿Todo está bien con Lelouch y contigo?
Quizás tuvo que haber formulado esa pregunta al inicio. Las ansias que cosquilleaban en su estómago le impedían pensar de forma clara y poner en orden sus ideas.
—Conmigo, todo ha ido bien, aunque se pondrá mejor —respondió Nunnally encerrando sus manos en torno a la taza—. Con respecto a mi hermano, deberías ser tú quien me contestaras. Él pasa más tiempo contigo.
—No es la impresión que me da, pero sí —replicó Kallen, atolondrada, queriendo rectificar. Ahora que se repetía la pregunta en su interior le pareció boba.
—No te preocupes. Es normal —la confortó Nunnally, apercibiendo el bochorno de Kallen.
—¿Normal? ¿Cómo?
—Normal en el sentido de que cuando dos personas están enamoradas sienten que el tiempo vuela —explicó. Kallen se sumió en el estupor. El silencio se extendió entre las mujeres. «¿Qué rayos? ¿Acaso dijo que yo, que Lelouch, que nosotros...?». Nunnally se echó a reír. Imaginaba que su expresión era de absoluta perplejidad, como si no hubiera oído—. ¡Está bien! Lelouch me contó. Ya no es secreto.
—¿Qué te contó? —farfulló Kallen, sintiendo cómo sus mejillas se calentaban.
—Todo. ¡Bueno, no es que hubiera demasiado! Dijo que llevaban un mes saliendo, ¿no?
Lelouch y ella habían empezado una relación y se había enterado hoy. Después de su hermana. ¿Cuándo y por qué le había mentido tan descaradamente a Nunnally? ¿Qué estaba tramando Lelouch? ¿Y por qué él la había implicado en aquello sin consultárselo? A Kallen no le gustaba mentir. Desde que su madrastra la forzó a comportarse como una señorita «de sociedad», había odiado con cada célula de su ser fingir lo que no era y detestaba aún más que la engañaran. Lelouch le había enseñado otro lado de las mentiras que desconocía o, más bien, que se negaba a reconocer. En el paso de aquellos meses que trabajaron juntos, aprendió que las mentiras eran necesarias para la supervivencia y eran inherentes al ser humano. Aquello había aminorado su resentimiento contra la mentira. Sin embargo, ¿por qué sentía aquella mentira como una punzada? ¿No era que las mentiras solían decirse para eludir las amargas verdades? Kallen tenía muchas preguntas y un minuto para que Nunnally advirtiera que algo andaba mal. Kallen tenía que decidirse. ¿Qué haría? ¿Continuar la farsa o decir la verdad?
—No, empezamos a salir luego de que lo liberaran. Serían dos semanas.
—¡Sí, es cierto! Eso dijo él. ¡Qué tonta! —rectificó Nunnally meneando la cabeza. Kallen se estremeció, ¿si hubiera respondido que sí habría descubierto que estaba mintiendo? ¿Le había puesto una zancadilla la dulce y cándida hermana de Lelouch? Se dijo que tenía que ser más cautelosa en sus siguientes contestaciones—. Quisiera preguntarte algo.
—Sí, claro.
—¿Quién de los dos le propuso a quién ser novios?
—Él, por supuesto —repuso Kallen cogiendo la taza de su té por el asa. A punto de sorber un trago, agregó con una sonrisa orgullosa—: pero yo me declaré primero.
—Sí, te creo totalmente —coincidió ella, dibujándosele una sonrisa lánguida—. Mi hermano es propenso a tomar las decisiones, sobre todo las difíciles. Desde que nuestra madre murió, él se ha hecho cargo. Debe haberte contado esa triste historia. No creo que estaría en una relación con alguien si no tuviera la iniciativa. Para serte sincera, me contentó muchísimo y, a la vez, me sorprendió cuando me dijo que tenía novia...
—¿Por qué?
Kallen temía haberse precipitado. Había supuesto que el peligro mayor había pasado. Esperaba que le contestara. Anhelaba saber por qué.
—Porque le aterra comprometerse. No porque no le guste. Es más por un problema personal —vaciló. Nunnally dio unos toquecitos a su tacita de cerámica, dubitativa. Estaba pensando cuál sería la mejor manera de abordar el tema, cuáles eran las palabras correctas para expresar lo que nunca había compartido con nadie—. Mi hermano tiene miedo de estrechar lazos con las personas —murmuró—. Nunca pudo volver a ser él mismo luego de que perdiéramos a nuestra madre. Él se sintió parcialmente responsable de su muerte.
—¿Qué? ¡Eso es ridículo! Él era un niño, ¿qué culpa tenía?
—Lo sé. Pero míralo de esta manera: nosotros crecimos sin un padre, que es una suerte de figura protectora. Por tanto, él era el único hombre en nuestra casa, así que pensaba que le correspondía el deber de protegernos. Nada de esto que te estoy contando él me lo ha dicho. Son conclusiones que he sacado —aclaró—. Mi hermano, además, amaba locamente a nuestra madre. Tiene un carácter apasionado, de seguro te habrás dado cuenta. Cuando él ama, lo hace con todo su corazón y su alma. De ahí que su terror más profundo sea perder a más seres queridos. Yo, por años, lo he estado animando a salir de la coraza en que se ha encerrado, pero si no quiere hacerlo no puedo hacer nada. Y creo que he agravado más la situación —la voz de Nunnally se extinguió al final. Se sorbió la nariz e inhaló, recobrando sus fuerzas—. Mi hermano me cuidó a partir de ese entonces. Me prometió que siempre estaríamos juntos. Creo que, al ver morir a nuestra madre y ser su única familia, desarrolló un instinto ultraprotector hacia mí. O quizá no. Es que, ¡mírame!, ni siquiera puedo hacerme cargo de mí misma. Tiene razón —gimió, sujetándose de los brazos de su silla como si fuera a levantarse. Se soltó—. Mi hermano se olvida de sí y deja de lado su vida para ocuparse de mí. Al pensar en todas las cosas que hubiera podido hacer y lo lejos que hubiera llegado si yo no le estorbara, siento mucho coraje e impotencia. Soy una carga. Un permanente recordatorio de aquella tragedia. A veces creo que hubiera sido mejor para los dos si yo hubiera muerto esa noche.
—¡No, Nunnally! No digas eso —contradijo Kallen, poniendo su mano sobre su muñeca—. No eres una carga para él. Eres su motivación, su fortaleza. Si tú no hubieras vivido, él habría tenido que soportar todo el peso del dolor en soledad, no habría tenido a nadie a quien amar.
Nunnally colocó su otra mano sobre la suya, agarrándosela afectuosamente. Con el pulgar acarició el dorso de su mano. Sus labios se crisparon en una sonrisa trémula.
—Eres una buena mujer. Te admiro y te envidio, ¡de una forma sana, quiero decir! De verdad, Kallen, deseo que tú y mi hermano sean tan felices como se merecen y su amor perdure —deseó. Se abismaron en un silencio conmovedor. Kallen notó que sus pestañas se habían cargado de lágrimas. Nunnally se las enjuagó rápidamente—. ¡Ay, discúlpame! Soy una tonta sentimental —rió—. El cumpleaños de mi hermano es el 5 de diciembre y su color favorito es el violeta, por si algún día quieres regalarle algo bonito. Hay más cosas que le gustan, claro, pero dejaré que tú las descubras. ¡Tampoco dejes que te lleve a un hotel! Si ustedes se cohíben por mi presencia, a mí no me importa irme del apartamento para que tengan su intimidad...
El tierno gesto de la hermana de Lelouch casi rompió la fachada de Kallen haciéndola llorar. Estaba impresionada consigo misma ante su capacidad de manejar la situación. «Puedes ser una buena mentirosa, charlatana. Igual que yo», le había asegurado Lelouch. Sus palabras se habían convertido en una profecía autocumplida. Ya no podía odiarlo por embustero. Pero lo extraño era que no se sentía mal por mentirle. Todo lo contrario. La sonrisa de Nunnally, el alivio de Nunnally, la alegría de Nunnally se habían extendido hasta ella, convenciéndola de que había hecho lo correcto. De vez en cuando, las mentiras podían salvar vidas.
https://youtu.be/ofliaarAlFc
Lelouch ordenó al taxi estacionarse en la acera frente a la clínica veterinaria. Le agradeció al conductor y le pidió esperar. Se bajó y se adentró al local. Eran las siete de la noche y Lelouch tenía pautada una cita. Se había puesto su mejor traje y adornado el bolsillo del pecho con un clavel; aunque temía que su corbata no estuviera recta. En el espejo del vestíbulo, se la ajustó.
—Shirley, estoy aquí.
—¡Salgo en un momento!
Lelouch sonrió, divertido. Cuando una mujer anunciaba que pronto iba a salir significaba que debía ponerse cómodo. Se cepilló el cabello. Le gustó la imagen que observó en el espejo. El único detalle que desentonaba con su bella y elegante apariencia era la larga cadena de tejido cicatrizado que atravesaba en diagonal su rostro de ángel. Lelouch movió su flequillo tratando de tapársela. Desistió al rato. Su personal se había burlado diciéndole que la cicatriz mejoraba su aspecto. A lo mejor tenían razón. La cicatriz le daba un aire más maduro. Se alejó y se dejó caer en el sofá. Apenas se estaba relajando cuando el fiscal Kururugi entró. Se envaró apenas lo vio.
—¡Fiscal Kururugi!
—Abogado Lamperouge —lo saludó con frialdad—. ¿Qué lo trae por aquí?
—Digamos que tengo una cita con el destino —dijo sonriendo—. ¿Y usted?
—Quería conversar de un asunto con la veterinaria —contestó. Se metió las manos en los bolsillos y se puso a deambular por la habitación con aire distraído.
—Lamento decirle que la clínica cerrará en unos minutos.
—¿La veterinaria tiene una cita con usted? —indagó Suzaku con fingido desinterés apartando las cortinas.
—Sí —respondió Lelouch con naturalidad y calma.
—¿Y estuvo con ella hace unos días?
—No, ¿por qué la pregunta?
Lelouch intuía por qué Suzaku estaba haciéndole aquellas preguntas. Veía claramente a través de sus intenciones. Se decidió seguirle la corriente y mostrar su aspecto más inocente. Algo que se le daba bien. Algo que irritaba especialmente a Suzaku. También tenía curiosidad en averiguar hasta donde quería llegar.
—Seguramente está al tanto de que la exdetective Nu está desaparecida desde el miércoles...
—Algo así había leído en los portales de noticias, pero ¿eso qué tiene que ver conmigo?
—Me preguntaba en dónde estaba ese día.
Suzaku se dio la vuelta y lo desafió con la mirada. Lelouch seguía sonriendo. Incluso sentado, su antiguo amigo emanaba un aura de superioridad. Era él quien tenía el verdadero control del interrogatorio.
—Sabe que no estoy obligado a responderle.
—Así es. Esperaba que me lo dijera voluntariamente.
—De acuerdo. Estaba en la Torre de Babel con una encantadora y hermosa mujer de nombre Matsuki Minase, por si gusta confirmar mi historia, si bien, tengo entendido que hay cámaras por todas partes en ese centro. ¡Ah! —exclamó chasqueando la lengua—. Nos fuimos de ahí cerca de las diez para continuar nuestra animada charla en un lugar más privado. ¿Prosigo?
—No, está bien. Tampoco esto es un interrogatorio —refutó Suzaku negando con la mano—. ¿Puedo hacerle otra pregunta?
—¿No la acaba de hacer? —contraargumentó Lelouch arqueando una ceja. Soltó una risita jueguetona al ver la expresión hosca de Suzaku—. ¡Ja, ja, ja! Era una broma. Adelante —animó con un gesto—. Me intriga saber cuál será.
—Estos días estuve revisando lo que había en mi casa y me topé, de casualidad, con un dibujo que había hecho bastante tiempo atrás. Uno de un siniestro y curioso personaje llamado «Z» que guardaba un asombroso parecido con «Zero», ¿no comparte mi extrañeza?
—No —repuso Lelouch frunciendo los labios—. A decir verdad, me acuerdo que yo dibujaba a «Z» cada cuando. Solía cambiar el diseño de su traje ya que siempre se me ocurrían nuevas ideas y yo llevaba esos dibujos a la escuela para enseñárselo. A los otros niños los atraía su curiosidad y se apiñaban para husmear. A alguno le debió haber gustado y lo copió. Recuerdo que incluso los maestros los vieron y me felicitaron. Yo era talentoso. Estoy seguro de que si me hubiera concentrado en perfeccionar mis técnicas habría sido un buen artista —aseguró entrelazando los dedos sobre su regazo—. Ahora, me gustaría preguntarle algo, fiscal Kururugi. ¿Usted no me guarda rencor por la resolución del caso? —inquirió con una lentitud intencional.
—¡No! En lo absoluto. En la corte examinamos el caso y concluimos que había insuficientes pruebas para determinar que era el culpable. Recibió el fallo que correspondía acorde con los preceptos de la ley y el proceso judicial. Así es como funciona el sistema.
https://youtu.be/jIsla-hNxf0
Lelouch se había inclinado sobre sus rodillas para estudiar a Suzaku. Su boca gesticulaba con fluidez. Las palabras afloraban solas como si fuera un discurso practicado. En tal sentido, era similar a las disertaciones de Schneizel. Salvo por el detalle que su entonación carecía de esa artificialidad sutil que tanto repugnaba a Lelouch. Su tono era sobrio y su postura era erguida como un caballero en guardia. Extrañamente, sus ojos brillantes lo contradecían. A Lelouch se le soltó la lengua antes de considerar si era buena idea:
—Eso no es cierto.
—¿Y qué es cierto?
—Está decepcionado del sistema porque lo ha abandonado. Pero no se atreve a reconocerlo porque destruiría su fe. Es la mentira a la que se ha aferrado para sobrevivir —afirmó Lelouch con firmeza—. Y usted y yo somos las grietas de un muro a punto de colapsar.
—¡Usted es la falla de este sistema! —lo increpó con creciente enojo—. Por personas como usted que creen que están por encima de la ley y que las cortes son un circo es que el sistema fracasa.
—¡Y son las personas como yo a la que usted se somete y es indulgente ante sus conductas delictivas en nombre de la justicia! Como funcionario, es una vergüenza —espetó Lelouch con crueldad, poniéndose de pie. Cual si lo hubiera flagelado con un látigo, Suzaku enrojeció, ¿de embarazo?, ¿de cólera? Cualquier respuesta era factible.
—¡Fue para obtener poder! —se justificó con rudeza—. Para bien o para mal, el poder es lo único que puede cambiar el sistema.
—Conque, al fin, está sacando a relucir sus verdaderos colores, ¿eh? —insinuó, provocador.
—No me malinterprete —le riñó Suzaku, agraviado—. El poder no corrompe a las personas. El poder muestra su verdadera naturaleza y yo soy un fiscal honesto y lucho desinteresadamente por la justicia.
—Sí, es cierto —se forzó a admitir Lelouch—. Pero, aun si existen fiscales, abogados, jueces y magistrados íntegros, el sistema está podrido y lo que está en estado de putrefacción, jamás vuelve a estar sano. Y si no se corta de raíz el lado malo, el lado bueno se acabará pudriendo también. Y, por desgracia, tal y como lo expresó Víctor Hugo, «la justicia solo es correcta si es perfecta» —sentenció—. Desengáñese, fiscal Kururugi: el sistema no puede dar la justicia que las víctimas buscan y usted es una marioneta de los gusanos que se comen al sistema.
«Y como no existe justicia perfecta me veo en la obligación de hacerla», remató Lelouch en su fuero interno.
Así y sin darse cuenta, Lelouch y Suzaku se habían trabado en un silencioso duelo de miradas fieras en que perdía quien parpadeaba primero y en que los dos estaban obstinados en ganar. Se le pintó en el semblante de Lelouch una sonrisa soberbia. Suzaku entornó sus ojos hostiles. Comprendió que no estaba luchando contra él. No, primordialmente. Estaba luchando contra sí mismo, contra sus ganas locas de golpearlo.
—¡Shirley! —llamó Lelouch—. El fiscal Kururugi quiere saber dónde estaremos esta noche.
—¿Uhm? ¿Cómo dices?
Shirley entró en escena. Estaba ataviada con un vestido verde vaporoso que le llegaba hasta las rodillas. Se había soltado el cabello y puesto una diadema que hacía juego con su conjunto. Miró primero a Lelouch y luego a Suzaku cuando presintió que había alguien más. Ella quedó desconcertada. Había una tensión tan palpable que juraba ver en el aire los colores que cada cual emanaban.
—¡Oh, Suzaku! ¡Hola! ¿Cómo estás?
—Hola, Shirley. Estoy bien dentro de lo que cabe.
—¿Y eso?
—Se trata de Arthur —respondió. Su mirada rebotaba de Lelouch a Shirley y a la inversa—. Se escapó hace unas semanas.
—¡Ay, no! ¿Por qué no me lo dijiste?
—Creí que iba a volver. He seguido echando agua en su tazón por si aparecía y sigue sin dar señales. Ya que no voy a hacer nada con la gatarina ni las cosas de Arthur, quería dejártelas en tu clínica.
—No lo hagas. Quizá la pobre está perdida. Hay que imprimir volantes de Arthur y repartirlos por la ciudad. Si más gente la busca, la encontraremos más rápido. ¡No perdamos la esperanza tan pronto!
—Sí, tienes razón. No hay que rendirnos sin pelear —coincidió. Pese a que estaba hablando con Shirley, tenía los ojos clavados en Lelouch, que se había marginado para no interferir y él, por supuesto, sabía que lo estaba mirando.
—¿No te molesta si elaboramos los volantes mañana temprano? ¡Me gustaría ayudarte! Pero, ahora, no puedo. Lelouch y yo iremos a cenar juntos en La Dolce Vita —dijo, enviándole una sonrisa a su pareja, que le devolvió al instante.
—Para nada, Shirley —la tranquilizó Suzaku, sonriendo para dulcificar su expresión—. Vete y disfruta tu cita.
—¡Gracias! Eres genial.
Shirley se volvió hacia su compañero. Lelouch le tendió su brazo caballerosamente. Shirley se colgó a él y le lanzó una seña a Suzaku para que los acompañara a la salida. Iba a cerrar la clínica y nadie podía quedarse adentro. Afuera, se despidieron. Shirley apercibió el cuello de Suzaku rígido y la sombra de una sonrisa socarrona en la comisura de los labios de Lelouch. Fue un momento incómodo. Con decir que al darle la mano a su exnovio su gesto resultó mecánico. Para sus adentros, se preguntó de qué estarían conversando antes. Encontraba sus actitudes bastante extrañas. Sin embargo, no quería pecar de entrometida preguntando a Lelouch y sabía que Suzaku no se lo revelaría. Lo que sea que hubiera sucedido sería un secreto entre ellos y las paredes del consultorio.
https://youtu.be/FKU6enL9TfE
C.C. sorprendió a Rolo en el modesto balcón con las manos unidas. Estaban en la mansión Britannia. No se inmutó cuando reptó hasta él. Había sentido su presencia. «¿Qué estará mirando?». Siguió la trayectoria de su mirada para descubrirlo. Delante de ellos se extendía una sublime vista cenital de la sala de estar. Sobrecogedor para quien admirara por vez primera el interior de la casa. Normal para quien vivía allí. «¿En qué estará pensando?». Su rostro inescrutable no le procuró ninguna pista. C.C. apoyó su peso contra la barandilla recostando los brazos en ella.
—Me enteré que te integraste oficialmente al Escuadrón Zero. Enhorabuena.
—Eso parece.
—¿Eso parece? —repitió C.C. con sorna, inclinando la cabeza—. Desperdiciaste por la borda una oportunidad perfecta para matar a Lelouch.
—¿Tú hubieras matado a un hombre que te lo habría pedido enfrente de los suyos? ¿Hubieras podido mirarlo a los ojos y tirar del gatillo? —preguntó, desafiante—. Yo no pude.
—¿No pudiste o no quisiste? —debatió C.C. con el mismo matiz audaz—. Fue porque no quisiste. Lo aprecias —lo encaró, girándose e hincando los codos en la barandilla. Equilibró su peso en ella—. Está bien, nadie te está juzgando. También soy leal a Lelouch.
—Sí, lo he visto.
Una sonrisa zumbona apareció como por arte de magia en los labios de C.C. Conque el inexpresivo Rolo podía ser sarcástico. El mundo estaba hecho de pequeños milagros. Quizás había luz al final del túnel. Lo mejor fue el tono casual en que lo dijo. No había ni un deje ácido en su voz. Casi como si la broma le hubiera salido por accidente, pero había estado presente en su reunión con el presidente Schneizel. No podía desmentirlo.
—¡Lo digo en serio! —se rió, jugueteando con su chal—. Estoy trabajando en un plan.
—¿Un plan? ¿Y Lelouch es consciente de él? Suponiendo que esto es para ayudarlo.
—¡Claro que es para ayudarlo! Sería incapaz de hacer algo en perjurio de él —garantizó con una severidad que muy pocas veces se escuchaba de ella.
—Entonces, ¿qué es lo que pretendes conseguir del presidente Schneizel?
—¡Jo, jo! ¿Ya te dio curiosidad mi plan? —se mofó—. Lo siento, no puedo compartirte nada...
—No te entiendo, C.C., ¿por qué me cuentas esto si es para nada? Será mejor que me digas qué es lo que quieres.
A C.C. le dolió la suspicacia de Rolo. Aun sabiendo que era un espía y un asesino y que era una reacción instintiva para él desconfiar de todos, él tenía que caer en su hechizo. Después de todo, los hombres depositaban su confianza en ella. Lelouch tardó un poco más que el promedio, pero, a la larga, lo hizo y ella se malacostumbró a ese trato indulgente. El lado bueno de aquello era que podía saltarse el cortejo incómodo. Era inmune a sus artes. Rolo tenía su misma mirada. La mirada muerta. La mirada de alguien que vive, pero no está vivo.
—¿Conoces el mito de Ifigenia?
—Mis conocimientos sobre mitología griega son prácticamente nulos.
—Bueno, de todas formas, iba a contártelo. Ifigenia era la hija de Agamenón, el rey de Argos y Micenas y el comandante del ejército aqueo en la guerra de Troya. Según narra el mito, en su viaje hacia las tierras troyanas, los barcos quedaron atrapados en las costas griegas debido a que la diosa Artemisa había detenido el viento. Para emprender su cruzada y calmar la ira de la diosa, un adivino le indicó que debía sacrificar a su hija. Agamenón no tuvo más remedio que hacerlo.
—¿Y a quién quieres sacrificar? —inquirió Rolo, dignándose a dirigirle una mirada por fin.
Hubo un intervalo en el que reinó sobre ellos un silencio tan pesado que ni las respiraciones de ambos se escuchaban. C.C. contemplaba a Rolo hito en hito. Ya no sonreía.
—A Nunnally Lamperouge.
—Lelouch nunca aprobaría asesinar a la única pariente que tiene con vida —advirtió Rolo con acritud—. Es más, si averiguara esta charla nos mataría.
—A Agamenón le horrorizaba la idea de asesinar a su hija, sin embargo, comprendía que su juramento era más importante —se excusó la bruja poniendo una mueca— y diez años después su deseo de ver a Troya arder hasta los cimientos se cumplió. Rolo, Rolito, —C.C. se empujó suavemente y rodeó a medias al asesino, colocó sus manos en sus hombros y le susurró al oído. Las facciones de Rolo se contorsionaron. Su aliento apestaba a cigarrillo— tú has trabajado para los Britannia. Sabes bien que Britannia Corps es el monstruo más grande y terrible que ha parido este país y que para destruir un monstruo hace falta otro monstruo mucho más grande y malvado; pero no surgirá mientras Lelouch conserve su humanidad —ilustró—. Quieres que Lelouch gane la guerra, ¿no?
Rolo perseveró en su silencio. C.C. aguardó paciente. El asesino de Britannia Corps basaba sus decisiones a partir de la fría lógica. Paulatinamente, él reconocería su atroz petición como la línea de acción más razonable
—¿Por qué me estás pidiendo esto? Tienes la determinación y la frialdad para hacerlo tú.
—¿Estás bromeando? He convivido con esa muchacha por casi cinco años. Sería como matar a mi hermanita —bufó C.C., escandalizada—. Tú eres un profesional. Creo que serías el único en el mundo que entendería por qué esa chica tiene que morir. Ves el mundo como yo.
—De acuerdo —asintió Rolo, apelando a un tono profesional—. ¿Alguna petición?
—¿Uhm?
—Estrangulada, apuñalada, de un disparo, si la quieres en una posición especial...
—Te dejo esos macabros detalles a ti —repuso, incómoda. Consecutivamente, deslizó su mano sobre la suya con coquetería neutral—. Solo asegúrate que parezca que fue una orden de los Britannia.
Rolo pestañeó en señal de haber comprendido. C.C. sonrió. Al alejarse del balcón, él miró que en su puño tenía un papel con una dirección. Ahora era el momento perfecto. Lelouch estaba en una cita con su primer amor. Iban a tener mucho de qué hablar, por lo que no retornaría a casa hasta la medianoche. Rolo tendría el apartamento para él solo. Fácilmente podía neutralizar a Sayoko y matar a Nunnally. Dos horas eran más que suficientes.
https://youtu.be/W2XCXFWpI0s
Siendo un asesino entrenado, Rolo se había especializado en el manejo de toda clase de armas —desde las clásicas como pistolas, cuchillos, cuerdas y venenos; hasta las más extravagantes como dardos, hachas y ballestas. Había que estar preparado para cualquier trabajo y adaptarse si la situación lo exigía. No bien, a Rolo rara vez había tenido tropiezo. Era meticuloso, metódico, despiadado, poco hablador y eficiente. El asesino perfecto. Se había ensuciado las manos ya antes de entrar en ese negocio. Curiosamente, no habían sido sus cualidades lo que lo catapultaron entre los mejores. Había sido una masacre en la que Rolo había luchado contra cinco mafiosos a la vez. Acabó con ellos con solo un tenedor. Esa fama fue lo que le granjeó clientes más prominentes. Es decir, el tipo de gente que no le dolía ni le pesaba desprenderse de uno o cinco millones aproximadamente para deshacerse de alguien. Sin duda, ese era el aspecto más divertida del trabajo: el precio que las personas fijaban a las cabezas de otros. Había matado políticos, criminales, amigos, amantes y familiares de distintas esferas sociales. Rolo no se esforzaba en entender por qué ciertas personas valían más que otras. Por ejemplo, un socio comercial comparado con un esposo. A sus ojos, todos eran idénticos. Todos terminaban igual: dentro de un ataúd, descomponiéndose a varios metros bajo tierra mientras servía de alimento para los gusanos.
Como sea.
En general, no intentaba comprender por qué sus blancos tenían que morir. Esa era una de sus reglas (Rolo había diseñado un conjunto de reglas para optimizar su rendimiento). Britannia Corps era uno de esos clientes que y contrató sus servicios. En aquella profesión gozar de un buen nombre y realizar un buen trabajo era lo único que contaba. Quien siguiera su trayectoria, hallaría puramente clientes satisfechos y un río de cadáveres. Rolo no tenía un arma favorita ni nunca un cliente le había permitido establecer las condiciones del asesinato. Bueno, este trabajo de por sí era especial, a la luz de que corría por cuenta propia. Rolo solía usar más armas de fuego. Había decidido que mataría a la hermana de Lelouch con una M-11 (un recuerdo del ejército).
Para irrumpir en el apartamento, tenía dos opciones. La sutil: llamar, esperar que le abrieran, incapacitar a la mucama, registrar la vivienda y asesinar a Nunnally. La violenta: forzar la cerradura (rudimentario, aunque eficaz). Rolo prefería la sutileza. Pero tenía que hacer parecer que fue un trabajo de Britannia Corps, así que podía ahorrarse los escrúpulos. Rolo tocó el marco de la puerta. Aunque no podía verlo, sentía que detrás de la puerta había una cadena de seguridad. Por suerte, él había traído consigo un alicate. Había deducido que Lelouch había todas las precauciones para proteger su tesoro. Así pues, Rolo sacó las ganzúas que guardaba los bolsillos y se puso manos a la obra. Enseguida, cortó la cadena con precisión. Ingresó y fue a buscar a Nunnally. Sacó su pistola con silenciador. Estaba cargada. Siempre lo estaba. El pasillo que seguía a la habitación de la joven se le hizo largo y tortuoso. Su corazón palpitaba contra sus costillas con una ferocidad que no había experimentado jamás. «¿Por qué ocurre esto?». Rolo intentó no pensar en nada. Una mente despejada era una mente que podía analizar en frío. El cuarto de Nunnally estaba al frente de su hermano, de manera que podía correr y entrar en él cuando quisiera. La débil luz no lo dejaba mirar con claridad. Para Rolo no suponía ningún inconveniente, sus ojos estaban habituados a la oscuridad.
Ella estaba ahí haciendo algo. No podía ver qué era porque estaba de espalda. A unos metros. El disparo podía hacerlo con los ojos cerrados perfectamente. Rolo contuvo la respiración. Su dedo estaba en el gatillo. Tieso. Sin ninguna intención de actuar porque ese asesinato no era igual a los otros. Había roto dos de sus reglas: conocía a la víctima (y a su familiar, aún más) y sabía por qué tenía que matarla. Rolo nunca antes había preguntado por qué su blanco tenía que morir. No era que los asesinos operaran de forma sistemática. Ese era Rolo que había creído que así podría hacer un mejor trabajo.
—¡¿Quién anda ahí?!
El asesino jadeó conmocionado. ¿Cómo demonios había podido saber que estaba allí? Nadie escuchaba a Rolo Haliburton aproximarse. Su trabajo no consistía en asesinar, consistía en ser discreto.
—Si no me dice quién es, gritaré tan fuerte que los vecinos tendrán que llamar a la policía... —lo amenazó, pálida de miedo—. A la una... A las dos... Y a las...
—¡No lo haga, señorita Nunnally! —tartamudeó Rolo, colándose en el cuarto. Sus dedos no habían soltado el arma—. Yo lamento haberla asustado...
—Esa voz me suena —expresó levantando la cabeza—. ¿Eres el secretario de mi hermano? Rolo, ¿cierto?
—Sí...
—¡Lo sabía! No olvido una voz —sonrió con alivio—. ¿A qué has venido aquí?
—Había venido para buscar un documento que su hermano dejó aquí. No quería importunarla, de veras. Mi intención era entrar, agarrarlo y salir sin que usted se diera cuenta. Una vez más, le ruego me disculpe.
—Está bien. No te sientas mal. No fueron tus pies los que te delataron. Fue tu respiración lo que oí —explicó con amabilidad—. Ya que soy ciega, he tenido que desarrollar mis otros sentidos.
https://youtu.be/aKDm3jHbMrk
Rolo también había aprendido a agudizar sus sentidos. Por otras razones, desde luego. Era ridículo el panorama a su alrededor. El asesino conversando animadamente con su víctima con pistola en mano y ella sin enterarse de nada. Se maldijo en sus mientes. ¡Había cometido un error de novato!
—Ya veo —contestó—. Bueno, no hallé el documento. Su hermano tuvo que haberlo puesto en otra parte. Regresaré para informarle.
—¿Te vas? —preguntó, desilusionada—. ¡No, por favor! Quédate y cuéntame por qué estás nervioso. Acabas de llegar. No estaría siendo una buena anfitriona si dejo que te vayas sin más.
—No lo sé. No creo que deberíamos...
—La verdad es que quiero que te quedaras porque me encantaría conversar contigo —agregó, rindiéndose a la sinceridad—. Habitualmente, estoy en casa y las visitas no son tan frecuentes como quisiera. Es por eso que me emociono cuando alguien nuevo llega, ya que suelo hablar con mi hermano, Sayoko y... ¡Uhm! ¿Qué ha sido eso?
Era Rolo que había acerrado el arma echando el seguro hacia atrás. Se la guardó en el cinturón y la cubrió con la camisa y la chaqueta.
—El viento. Nada de qué alarmarse —la calmó—. Creo que podría quedarme unos minutos.
De manera instantánea, casi por efecto de algún milagro, el semblante de Nunnally se iluminó. Aquellas palabras saboreaban a felicidad.
*Así es, tal como lo leyeron, Kallen es zurda. Esto no me lo estoy inventando yo. Esto fue mostrado en la serie y confirmado en su cuenta oficial en Twitter.
N/A: ¡hasta aquí el capítulo de hoy, malvaviscos asados! ¿Ya ven? Hoy es lunes y sí actualicé. Cumplí con mi palabra. Estoy satisfecha conmigo misma. ¿Cómo los trató la semana? A mí, fatal. Estuve indispuesta casi toda la semana. Temía que no iba a poder comer torta de cumpleaños. Para leer y corregir este capítulo, tuve que subirlo de una vez a la página y editarlo desde mi tablet porque no podía acercarme a la computadora sin que me doliera la cabeza (escribo para más comodidad en mi computadora). No recordaba que este capítulo fuera tan genial. Me consoló bastante leerlo. Definitivamente, algo que comparten el primer y el segundo libro es que los capítulos pares son los mejores (¿se repetirá en el tercer libro? Pronto lo sabré).
¿Podemos detenernos por un minuto a pensar que C.C. tiene engañados a Charles, Schneizel, Lelouch y Kallen y ha manipulado ciertos acontecimientos para que salieran a su favor desde las sombras? Confieso que he disfrutado escribir y leer todos sus diálogos en este segundo libro. Su conversación con Rolo y con Lelouch fueron mis escenas favoritas de este capítulo. Pero el momento que se llevó la corona fue cuando Lelouch encaró a Rolo y lo incitó a matarlo, para así ganarse su lealtad. Ni me voy a extender hablando de la escena que comparte con Villeta y la manera magistral en que puso en su lugar a Suzaku. ¿Cómo Lelouch puede caminar con las bolas que tiene? No me explico. Tengo que fundarles a Lelouch y a C.C. una religión para honrar cada una de esas escenas, aunque al Lelouch canónico ya lo tengo en un altar.
Bueno, basta, basta, da cringe que una autora alabe su propia obra. Me gustaría aclarar un par de puntos antes de proceder con las preguntas:
1. Los Ashford en la serie acogieron a Lelouch y a Nunnally porque apoyaban a la Emperatriz Marianne; para que en mi historia ellos pudieran quedarse con la tutela de los mencionados, decidí convertirlos en parientes de Marianne (de ahí que Milly se dirija a Lelouch como «primo»).
2. Milly en la serie era la chica del clima, pero, cuando Lelouch subió al trono, pasó a dar cobertura a eventos políticos (sí, reportar las acciones del Emperador). En esta historia, ella conserva su trabajo de reportera y Rivalz es su camarógrafo (no me sirve un barman; así que, para mantenerlo, cambié su profesión). Veo justo que Lelouch tenga sus contactos en otros ámbitos ya que necesita aliados en su guerra contra Britannia Corps y el presidente Schneizel tiene controlada la ciudad en casi todos los sectores.
Ahora sí, las preguntas: el capítulo se titula «Enemigo» en referencia al enigma que Charles le planteó a Lelouch y que él reflexiona en su charla con C.C., habiendo llegado a mitad del segundo libro, ¿quién les parece que es su verdadero enemigo: Charles, Schneizel, Rolo, Suzaku o C.C.? ¿O piensan que es alguien más? ¿Creen que Kallen hará caso a Suzaku y empezará a investigar a Lelouch? ¿Cuál fue el momento más impactante del capítulo, para ustedes? En este capítulo tuvieron lugar muchas alianzas, ¿cuál consideran que es más fructífera: Lelouch con Villeta, Schneizel con C.C., Lelouch con Rolo o Lelouch con Milly? ¿Qué tal el encontronazo entre Lelouch y Suzaku? Para el primer libro, deseaba hacerlos enfrentarse ya que las discusiones asientan las creencias de los participantes y en la serie eso era el pan de cada día; sin embargo, decidí reservármelo para cuando Lelouch y Suzaku se odiaran. ¿Qué opinan de mi Nunnally? Hay muchísimo que quisiera resaltar de ella y compararla con su contraparte del animé, pero esperaré hacerlo respondiendo a sus comentarios. Ya que Rolo falló en su misión de matar a Nunnally, ¿creen que volverá a intentarlo o C.C. discurrirá un nuevo plan? ¿Cuál fue su escena favorita? ¿Qué expectativas tienen para el siguiente capítulo?
El siguiente capítulo se publicará el 27 de septiembre. Retomaremos el hábito de actualizaciones mensuales para darme tiempo de recuperarme y de escribir más capítulos de la tercera parte. El capítulo lo había titulado originalmente «Ruleta rusa», mas voy a mordificarlo. Tal vez lo titule «Hipocresía» (debido a que este fanfic es una carta de amor a Code Geass me encantaría que hubiera un capítulo que responda a ese nombre).
Bien. Me despido. Hay una deliciosa torta y unas hamburguesas aguardándome y sería una descortesía dejarlas plantadas. Nos estamos leyendo, malvaviscos asados. ¡Besitos en la cola!
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