Capítulo 17: Deseo
Sucedió una semana desde el juicio por el asesinato de Euphemia li Britannia. Los ciudadanos de Pendragón no se habían tomado bien la resolución del caso y se alzaron en protestas. Un grupo se plantó de cara a la fiscalía y el tribunal sosteniendo en alto sus carteles, mientras un vocero exigía justicia para Euphemia mediante un altavoz. Cuando el juez Calares o el fiscal Kururugi pasaba por allí, la muchedumbre les arrojaba huevos podridos y los abucheaba. En las redes sociales, la tensión hervía con más intensidad.
Tampoco Lelouch se salvó de la furia de la gente de Pendragón. A su hermoso volvo negro le destrozaron las ventanas y lo rayaron. Fue una sorpresa desagradable. En la fachada de su despacho, llegaron a escribir: «Asesino». Incluso le habían enviado amenazas de muerte. Lelouch fue bastante tolerante. Su verdadera preocupación radicaba en que sus atacantes agredieran a Nunnally como un acto de represalia contra él. Además, tenía otros problemas en los que pensar como las confusas pesadillas que asediaban sus noches, que mezclaban la muerte de Euphemia y la tragedia en que perdió a su madre, y el misterioso Proyecto Geass, del que menos tenía idea a medida que avanzaban los días. La pandilla de Tamaki no había tenido éxito rastreando a Mao y Lelouch era incapaz de planear sus movimientos sin una mente despejada. Se engañaría a sí mismo si dijera que no lo esperaba. Aun cuando el fiscal no hubiera retirado los cargos, aun cuando el juez lo hubiera exonerado, recibiría un veredicto de «no culpable», no de «inocente» —conceptos claramente diferentes—. Era un estigma que lo perseguiría toda su vida. Inclusive perjudicaría su carrera de abogado (en ese instante, Lelouch se alegró de que Kallen fuera abogada y formara parte de su bufete). Todo esto le sentaba amargo, así que, para afinar el paladar, comenzó a ingerir zolpidem. La relación de Lelouch con las drogas no era para nada nueva. Cuando estudió en la universidad, siempre tenía. No para ingerirlas; sino para venderlas y un buen vendedor no consume su propia mercancía. Las drogas eran la manera más efectiva para trabar amistades y para obtener cierta información y Lelouch estaba bastante interesado en eso.
Los mismos medios que habían dado pie a la cacería contra él se encargaron solitos de soterrar el asesinato de Euphemia bajo una montaña de nuevas noticias: el número de desaparecidos aumentaba como la espuma y la corrupción y la delincuencia no perdonaban ni una noche. Un cadáver sin identificar fue rescatado de la alcantarilla recientemente. Todo parecía indicar que era un hombre que había sido asesinado y llevaba dos meses muerto, de acuerdo con el informe de la autopsia. El reporte indicó que había recibido tres impactos. Pero Lelouch sabía que eran cinco porque él los había contado cuando descargó el arma. Al poco tiempo, se averiguó que se trataba de uno de los guardaespaldas del presidente Schneizel, lo cual avivó el pánico entre los ciudadanos. Hasta ese punto, los desaparecidos eran indigentes, prostitutas y drogadictos, ¿ese era su destino? ¿Significaba que nadie estaba salvo? Si las instituciones eran incapaces de protegerlos, sus esperanzas se concentraban en Zero.
Por las calles se propagaban las historias de Zero. Al principio, se limitaban a contar cómo había atrapado a los malhechores. Abundaban distintas versiones. En todas no hizo ninguna falta la sangre y la violencia con que se formaron los narradores, lo cual derivó en cuentos grotescos. Después las historias divagaron más al describir las hazañas de Zero combatiendo contra la injusticia y el caos. Cada vez era más frecuente toparse con niños vestidos con sus disfraces improvisados del justiciero enmascarado jugando a encarnar sus aventuras. Ni sus padres ni sus maestros ni nadie les decían nada, ¿por qué iban a hacerlo? Si habían sido los primeros en sucumbir a los encantos de Zero.
A Suzaku le hervía la sangre reconocerlo; mas no podía desmentirlo cuando la verdad era del tamaño de un sol. En este lapso, se dedicó en cuerpo y alma a la investigación del vigilante. Había perdido en el juicio del exvicepresidente Kirihara y el de Euphemia, ese caso era todo lo que tenía y si fracasaba otra vez no solo se fallaría a sí mismo, sino al país, a su gente. Era una amarga derrota que no podía permitirse. La policía había procesado la escena en que Zero apareció por última vez; así como la caja en que había sido encerrado Lelouch y el CCTV de la estación. La grabación enseñó la placa del camión que Zero manejó; sin embargo, tal como ocurrió en la vez anterior, fue una pista que los llevó a otro callejón sin salida, pues en unas calles al este la policía halló al vehículo. Respecto a la caja, el análisis dactilar resultó negativo. El detective Asahina estaba centrando todos sus esfuerzos por identificar la marca de la caja creyendo que podría trazar un camino que lo guiara hasta Zero. Suzaku, por otro lado, estaba en seguimiento de otra pista. Cuando Lelouch estaba bajo custodia durante el desarrollo del caso de Euphemia li Britannia, pidió al técnico forense analizar la ropa que traía. Si realmente hubo una confrontación entre Zero y Lelouch, debía haber una transferencia. Su deducción había sido correcta. En su ropa había un pelo verde que de seguro le pertenecía a Zero. Ahora, necesitaban la muestra de ADN de algún sospechoso. Sintiendo que la suerte le sonreía, el buen fiscal creyó que podía obtener más información de dicho pelo y lo envió al departamento de rastreo. Los resultados fueron alentadores: había rastros de un champú Oribe de edición limitada. Era un producto costoso e importado que tan solo podía ordenarse directamente y dado que a duras penas unos cuantos lo compraban, la inspectora Croomy logró obtener la lista de personas que lo solicitaban.
—Esta es la lista de personas que están en espera.
—Gracias, Cécile.
Ella le tendió la lista y él la agarró. La leyó. Entre los nombres que figuraban el único familiar era el de Cornelia li Britannia, lo que la descartaba de inmediato. ¿Quién más tenía acceso al champú? Nadie cuyo cabello fuera de color verde. ¿Qué relación tenían las víctimas de Zero? Bartley Aspirius fue testigo en el juicio de Marianne Lamperouge y años más adelante sería defendido por su hijo, Lelouch, quien sería el principal sospechoso del asesinato de Euphemia li Britannia. Él fue su novio. Por tanto, pudo acceder al baño de la mansión. Pero Lelouch no pudo meterse en una caja con una herida de bala en el hombro y menos mandarse a la jefatura y su cabello obviamente no era verde. Quien sí lo tenía de ese color era la mujer que estaba con él y con Kallen en la pizzería en aquella oportunidad que quedaron juntos para almorzar. A quien el propio Lelouch presentó como su secretaria. Su «leal» secretaria. Suzaku se había traído el dibujo que Lelouch hizo de su personaje en su niñez. Aquel que era tan jodidamente similar a Zero. ¡Incluso lo había llamado «Z»! El diseño era temible, pues Lelouch lo había concebido como un villano para que fuera el antagónico de su personaje: «El Caballero de la Justicia». Irónico considerando que Zero se autoproclamaba aliado de la justicia. Quizás por eso suavizó su estilo. Suzaku estaba admirando el dibujo cuando la inspectora Cróomy dejó en su escritorio el vaso de café y se fijó en «Z».
—¿Dibujaste a Zero? —le preguntó Cécile cogiendo la hoja del escritorio.
—No, yo no. Fue el abogado Lamperouge. Lo dibujó cuando tenía nueve años.
—¿Hizo un dibujo de Zero cuando ni siquiera existía? ¡Guau!
—Es un visionario —señaló Suzaku, sarcástico.
—¿Sospechas que es Zero?
—Es una coincidencia demasiado grande, ¿no? —insinuó el fiscal entrelazando los dedos.
—Quizás lo sea —dijo ladeando la cabeza—. Peter Parker era Spiderman, Matt Murdock era Daredevil, Stephen Strange era el Dr. Stranger y Lelouch Lamperouge es Zero. P.P., M.M., S.S. y L.L.
—No sabía que tenías ese sentido del humor, Cécile —resopló Suzaku.
—Hay mucho que te falta por conocer de mí —se justificó ella, sonriéndole ampliamente.
—Lástima que en un tribunal no pueda alegar que Lelouch es Zero porque sus iniciales son las mismas e hizo un dibujo de Zero en su infancia. Jamás me lo admitirán como prueba. Van a creer que les estoy tomando el pelo.
—Es una lástima —concordó. Se hizo silencio—. Oye, tan solo bromeaba. No te enfades —le pidió. El fiscal no respondió—. ¿En qué piensas?
Cécile conocía al fiscal Kururugi lo suficiente para darse cuenta de sus cambios. Su expresión solía ausentarse cuando meditaba profundamente sobre algo. A simple vista, era absurdo que Lelouch fuera el abogado del Dr. Aspirius si lo había capturado; pero, de hecho, tenía sentido: era una buena forma de asegurar un veredicto de culpabilidad sin atraer sospechas. Tampoco podía olvidar que Lelouch admitió haberle tendido una trampa para encerrarlo. Tanto él como Zero compartían ese modo de pensar: los malvados merecían ser castigados por sus crímenes sin importar cómo. Adicionalmente, era muy extraño que Lelouch, en su niñez, pudiera haber dibujado a Zero cuando ni siquiera existía.
—Cum finis est licitus, etiam media sunt licita* —murmuró Suzaku sin mover los labios.
Lelouch también había dicho que los guardaespaldas de Britannia Corps intentaron matarlo. Al entregarse, se estaba poniendo a salvo y, a su vez, eliminaba cualquier atisbo de sospecha sobre él. Era una jugada astuta. Claro, él podría estar equivocado. No excluía esa posibilidad. Una hebra de C.C. no probaba que ella era Zero ni había evidencia concreta ligada a Lelouch. Estaba especulando y ninguna de sus suposiciones explicaba cómo el champú de la familia Britannia llegó a manos de la secretaria de Lelouch..., a no ser...
Suzaku se levantó violentamente sobresaltando a Cécile. Se aprestó en descolgar del perchero su chaqueta y se la puso.
—¿Adónde vas?
—A ver al presidente Schneizel.
Sin ahondar en los detalles porque cada segundo que dejaba atrás valía oro, el fiscal Kururugi abrió la puerta y atravesó el umbral.
—¿Y qué tal estuvo la crema de calabaza?
—¡Exquisita! El presidente Schneizel tiene un don para adivinar los gustos de las personas. Por favor, dele las gracias de mi parte.
—¡Ja, ja! Concuerdo con usted. El presidente sabe leer a las personas como un libro. No he conocido otro hombre con un talento similar. Se lo comunicaré. Estoy seguro de que a él le encantará oírlo.
https://youtu.be/6C2mFcXNPyU
La detective Nu y el jefe de sección Maldini acordaron almorzar juntos el lunes tras el fin de su primera jornada laboral. Por lo general, la detective almorzaba en su lugar de trabajo. Le supo bien cambiar de aires. Ambos sabían cuán absorbente podía ser el trabajo. Y, en cuanto Villeta le participó que nunca había tenido el placer de picar la comida francesa, Kanon supo adónde invitarla. Villeta y Kanon poco tenían en común. Sus círculos sociales eran distintos; sus estatus, diferentes; sus trabajos no estaban vinculados de ninguna manera. Pudieron haber vivido el resto de sus vidas sin haberse conocido y nada habría cambiado, pues tampoco eran íntimos. Se trataban con el respeto y la cordialidad que exigían las normas sociales y eso era todo. Por tanto, ¿de qué podían conversar dos personas diametralmente opuestas? Acerca de lo único que compartían: su asociación con Britannia Corps. La detective Nu se sentía capaz de predecir los ademanes y los diálogos que sucederían tal como si los hubiera repasado en un guion. Este no era el primer almuerzo que habían tenido y seguramente no sería el último. Fue por tal razón que ella se adelantó insinuando::
—¿Habrá alguna manera de retribuir su generosidad?
—Me alegra que preguntara —le sonrió el asistente colocando su taza de café en la mesa—. Probablemente esté al tanto del alboroto en la planta química...
—Sí, he oído que están exigiendo una admisión por accidente industrial. Sinceramente, no le presté importancia: pensé que sería un problema menor. Es difícil obtener un reconocimiento y, en todo caso, ¿qué problema existe que el dinero no pueda resolver? —inquirió la detective de forma retórica, sonriente.
Había una nota cómica en la pregunta. Villeta era consciente de que había vendido su ética y sentido de la justicia a Britannia Corps hace muchos años y ella sabía que él lo sabía. El fuego no imbuía en la sangre de Kanon, a diferencia de Luciano; en lugar de tomárselo como una indirecta, su sonrisa se hizo más amplia. El hombre tenía sentido del humor, ante todo.
—Ojalá fuera tan fácil como lo plantea, señorita Nu. Verá, nos inculcan que el capitalismo es un sistema de explotación en el cual el empleador se enriquece a costa de los trabajadores. La realidad es que ellos son los que tienen el poder. Un solo movimiento y el duro trabajo de un año, de una década, de un siglo se va al traste. El detalle está en que ignoran ese poder.
—¿Está queriéndome decir que Britannia Corps no tiene cómo renovar las instalaciones?
—Estoy diciendo que nuestro plato principal está aquí —indicó con un gesto encantador.
Dos camareros se acercaron con dos bandejas. Sus ojos eran pequeños, oscuros y angulosos. Japoneses. Era el tipo de trabajo que conseguía la mayoría: porteros, obreros, conductores de autobuses, limpiadores, en fin, trabajos mal remunerados, trabajos que nadie les gusta hacer. Villeta se había acostumbrado a verlos por doquier. Bueno, japoneses hubo siempre; pero en estos años se habían multiplicado o esa era la impresión que ella había acogido. Había tantos britanos que querían producir para su país y no podían porque los japones habían robado las fuentes de trabajo. Eso la sulfuraba. Los camareros les sirvieron cazuela de cerdo y se fueron. Uno de ellos disimuladamente movió un reloj de péndulo que estaba sobre una mesa delante de los comensales al pasar cerca.
—Debe ser un sistema muy débil para desmoronarse por las protestas de algunos —comentó Villeta picando la carcasa de cerdo con el cuchillo y metiéndose un trozo en la boca.
—Lo es. Todas las estructuras de poder son frágiles. Cuanto más poderosa es, más vulnerable es y a veces esa caída puede ser provocada por un solo hombre como el expresidente Odiseo.
—¿El hermano mayor del presidente Schneizel?
—Sí, él asumió la presidencia primero. Al ser primogénito era el heredero. Su administración no fue buena, con el perdón del difunto expresidente Odiseo. Detesto hablar de las personas que ya no están aquí... —Kanon suspiró cerrando los ojos, como si estuviera lamentándose—. Él realizó pésimas inversiones, no vendió las acciones de Textiles Luoyang a tiempo y pidió demasiados préstamos. Britannia Corps estuvo a punto de hundirse en la bancarrota.
—De no ser por el presidente Schneizel.
—Exacto. El presidente Schneizel restituyó la fortuna de la familia y el prestigio del apellido Britannia. Pese a todo, la situación financiera no está del todo saludable. El daño infringido por el expresidente Odiseo fue grave. Por ende, si se admite el accidente industrial habrá una cadena de demandas que podría empujar a la empresa a otro periodo oscuro.
—Básicamente, es elegir entre la vida de los empleados y la seguridad de la compañía.
—Ser la persona más importante de la ciudad es divertido hasta que toca escoger la decisión menos mala entre un conjunto de opciones desagradables —reflexionó en voz alta el asistente cerrando sus dedos en torno a la taza—. Es por eso que admiro al presidente Schneizel. Para tomar decisiones difíciles, hay que tener un estómago de hierro. No un súper cerebro, como la gente tiende a creer —Kanon bebió un trago largo—. El presidente Schneizel planea poner fin al seguro de salud y espera que su propuesta de privatización médica sea aprobada. No lo satisface la resolución; empero, es la mejor alternativa para la empresa y es ahí cuando usted interviene, detective —señaló dejando a un lado el café—. Es un hecho que los trabajadores introducirán una demanda en nuestra contra y nos gustaría que enterrara estos problemillas.
Kanon se limpió la espuma de las comisuras de los labios con una servilla. La detective lo vislumbró expectante. Kanon sacó de debajo de la mesa una bolsa anaranjada que tenía en la fachada la imagen de una crema de calabaza y el logotipo del restaurante y se la deslizó. Ella la agarró sin pronunciar palabra. No la abrió. No era menester. Podía calcular el monto con sostenerla. Tampoco iba a rechazarlo: no se podía rechazar un generoso regalo del presidente de Britannia Corps ni era tonta para hacerlo. El dinero no la tentaba especialmente, pero había un favor que le gustaría pedir a Britannia Corps.
—Estaré encantada de ayudar al presidente y a la compañía —expresó lacónicamente—. Solo que esta vez el dinero será insuficiente...
—¿Y qué hace falta para completar nuestra solicitud? —inquirió Kanon, tranquilo.
Villeta agarró el asa y meneó el café suavemente trazando movimientos circulares. Sus ojos brillaron cuando acercó la taza a sus labios.
—Me alegra que preguntara —se complació la mujer de devolverle sus palabras a Kanon—. Quisiera que Britannia Corps me respaldara en mi promoción a superintendente.
—Informaré al presidente Schneizel. En lo personal, creo que aceptará de buen grado.
Kanon ensartó una loncha de tocino y le dio un mordisco. La sonrisa de Villeta se ensanchó exhibiendo los dientes y sorbió el café. Lelouch observaba el desarrollo de la conversación desde la camioneta de Tamaki. Horas previas, los camareros, mejor dicho, Urabe y Sugiyama implantaron el reloj en la escena que contenía una cámara espía. Lelouch desarmó el reloj la otra noche para insertar el pequeño dispositivo. La lente de la cámara no enfocaba al asistente, sino a la detective, aunque había grabado todo lo que decían. Tamaki estaba en el asiento del conductor también mirando y escuchando. Lelouch sonrió con malicia.
—Tamaki, voy a transferir esta grabación a una memoria USB. Se la mandarás al comisario Tohdoh. Asegúrate de que parezca que es un regalo de Zero. A él le encantará saber esto.
https://youtu.be/4UWquO_BjmY
Al mismo tiempo, el presidente Schneizel estaba en mitad de un asunto crucial. Un potencial inversor había venido desde China interesado en Britannia Corps. Estuvieron animadamente conversando, entretanto el presidente lo llevaba a recorrer las instalaciones de la compañía. Estaban despidiéndose en la entrada cuando irrumpió el fiscal Kururugi. Los guardaespaldas del presidente, Luciano Bradley y Marika Soresi, le cerraron el paso. El presidente les ordenó en el acto dejarlo. Despachó al inversor chino y luego él y el fiscal fueron a su despacho. El presidente se dejó caer detrás de su imponente escritorio e invitó al fiscal a tomar asiento con amabilidad. Él prefirió estar parado.
—Le agradezco que me haya recibido, señor presidente. Sé que para reunirme con usted debo pedir una cita. Pero, de verdad, si esto no hubiera sido urgente, lo habría hecho.
—Lo imaginé —asintió, comprensivo—. Dígame, ¿qué puedo hacer por usted, fiscal?
—Por mí, nada. Soy yo el que viene hacer algo por usted —aclaró. El presidente inclinó la cabeza, desconcertado—. Tengo la sospecha de que Lelouch ha infiltrado un topo en su casa.
—¿Y en qué se basa su corazonada?
—Tengo prohibido suministrar información sobre los casos en los que estoy trabajando, pero esto lo amerita. Me encuentro investigando a Zero. Ya que Lelouch fue secuestrado y enviado a la jefatura, mandé a analizar sus ropas en busca de alguna evidencia que nos proporcionara alguna pista de su identidad. Los forenses hallaron un cabello verde con rastros de Oribe, un producto de edición limitada que su familia solicita cada tanto. Primero pensé que era extraño que un producto así estuviera al alcance de Lelouch y a razón de que el pelo no podía ser de él, deduje que debía pertenecer a Zero, más específicamente a su secretaria. Yo la conocí por meras casualidades y su pelo era verde. Lelouch pudo haber planeado su propio encierro para protegerse y descartar sospechas. Quizás crea que estoy precipitándome, sin embargo, en mis años de experiencia he aprendido que las mejores evidencias son las rutinarias y si su espía lleva largo tiempo en su casa puede que haya adoptado este hábito.
—Entiendo —dijo el presidente Schneizel entrecruzando los dedos, con aire meditabundo—. Es una posibilidad curiosa que no había barajado. Lelouch, sospechoso de ser Zero —agregó para sí—. Estaré atento. Gracias, fiscal. ¿Algo más?
—No, señor. Es todo. Me retiraré: no quiero robarle más su preciado tiempo.
El fiscal inclinó la cabeza. Se fue tan rápido como vino. Luciano que había estaba situado en uno de los lados de la puerta oyendo todo aguardó que se largara para acercarse a su jefe.
—No sé si es buena idea confiar en él, señor. Es un fiscal. No se unió a la señorita Euphemia simplemente porque estaba enamorado de ella: está detrás de usted y del presidente Charles, quiere acabar con la empresa —siseó Luciano con los ojos fijos en la puerta por la cual había desaparecido el fiscal Kururugi.
—Lo sé. Es por eso que lo necesitamos cerca, muy cerca —enfatizó el presidente Schneizel, reclinándose sobre el respaldo. Sus dedos juguetearon distraídamente con el primer botón de su chaqueta—. Por ahora, desea atrapar al abogado Lamperouge como sea. Está convencido de que él mató a Euphie. No hubiera venido a nosotros por otra cosa.
—¿«El enemigo de nuestro enemigo es nuestro amigo»? —sugirió con una nota suspicaz.
—De alguna manera —repuso—. De casualidad, ¿sabe cómo atrapar a un pez, Sr. Bradley?
—¿Con una buena carnada? —inquirió confundido poniendo una mueca.
—¡Exacto! Con una buena carnada —confirmó, lanzándole una breve mirada de soslayo—. Si mi padre testificó a favor de mi pequeño hermano sus razones tendrá. Estoy seguro de que algo quiere de él. No sé qué podría ser. No tratemos nada y mantengámoslo vigilado. El fiscal Kururugi será el cebo perfecto para pescar a nuestro abogado. No me preocuparía por nuestro amigo fiscal si fuera usted —observó el presidente Schneizel tras una pausa—. Es un hombre honesto, pero ambicioso y el camino a la grandeza es un camino autodestructivo.
—¿Lo compadece?
—Tengo curiosidad, nada más —corrigió frunciendo los labios—. Hay una cierta belleza en la autodestrucción que no se puede poner en palabras —afirmó con una sonrisa misteriosa—. De verdad, desea hacer de la ciudad un mejor lugar para vivir. «Un mundo de misericordia». Desafortunadamente, no va a lograrlo si es retenido por su lado blando.
—Debe dejarlo ir.
—Así es —asintió—. Sus dos lados van a estar en conflicto y solo ganará el más fuerte. Me gustaría saber quién prevalecerá al final. Todo dependerá de cuán intenso es su deseo.
El presidente Schneizel echó un vistazo a su celular, donde tenía una agenda organizada con todas las actividades que tenía pendientes a lo largo del día. En ese mismo momento le tocaba una reunión con los accionistas en la sala de conferencias. Se incorporó, se acomodó el cuello de su chaqueta y abandonó su despacho, seguido por su guardaespaldas.
https://youtu.be/-tlE9BbWxsE
Urabe no era un gánster. Fue un policía. De los buenos. Honesto y disciplinado. Fue admitido en la unidad de investigaciones especiales a cargo del teniente Kyoshiro Tohdoh. Se granjeó la confianza de su jefe y trabó amistad con varios camaradas. Amaba ser un oficial. Un infeliz incidente destruyó todo. Durante un simulacro de secuestro, disparó a dos de sus compañeros, hiriéndolos de muerte. Su arma estaba cargada con balas reales y no de fogueo. Fue encerrado y condenado a tres años de prisión por homicidio negligente. Todo gracias a la buena fe y la petición del teniente Tohdoh, así como también a la pericia de su abogado, Lelouch, a quien había conocido por azares del destino. Urabe estaba seguro de que había seguido el protocolo. Nunca supo quién cambió su munición de fogueo por una real ni creía que iba a averiguarlo. Independientemente de eso, sentía una enorme culpa. Había sido él quien mató a sus queridos compañeros. En sus manos tenía su sangre y sus muertes lo iban a perseguir hasta el final de sus días. Así pues, tras abandonar el departamento de policía, se unió a Lelouch. Una de las pocas personas que estuvo de su lado desde el principio, quien lo liberó de la cárcel y quien le desgració la vida —aunque eso lo ignoraba—. No le había jurado lealtad ni estaba en deuda con él, en contraposición con Tamaki y el resto de la banda. No obstante, había sido atraído por la promesa de redención. Mentiría si dijera que alguna vez se arrepintió. Lelouch era un líder ingenioso, carismático y con planes ambiciosos. Nunca los había obligado a hacer nada ominoso y era un hombre que cumplía su palabra. Algo muy raro y difícil de conseguir en el mundo de hoy. Urabe lo admiraba y lo respetaba.
De vez en cuando, Urabe visitaba a sus antiguos colegas policías, a los que todavía eran sus amigos, normalmente para comer; por lo cual, el detective Asahina no sospechó nada cuando Urabe lo invitó a almorzar. Lelouch les había ordenado localizar a Mao, un presidiario al que recientemente le otorgaron libertad condicional. No habían tenido mucha suerte en las calles y Urabe pensó que sus contactos en la policía podrían saber. Contaba con que Shōgo pudiera soltar algo después de unos cuantos tragos, dado que no iba a procurarle todos los pormenores del caso. Tampoco pretendía insultarlo con sobornos. Sus camaradas no eran de esa clase. A sabiendas de que las multitudes estresaban al detective, lo trajo a un restaurante japonés poco concurrido. Se sentaron en la terraza, pidieron, se actualizaron, almorzaron, intercambiaron anécdotas, bromearon, cantaron, brindaron. Entrados en calor, se pusieron a hablar de trabajo. Su plan era tirarle de la lengua hasta que no se diera cuenta que había dicho demás. A Urabe no le preocupó que su estrategia fuera sencilla. Soluciones simples a problemas complicados era un método efectivo. Entonces, Urabe le comentó que un tipo raro estuvo acosando a una amiga en el bulevar de Kawaguchi y que había ido varias veces con el objeto de identificarlo y no se había tropezado con él. Al describirlo, un destello de reconocimiento relumbró en los ojos de Shōgo por una ráfaga.
—¿Alto, desgarbado, cabello blanco y pálido? —enumeró el detective—. Por curiosidad, ¿tu hombre usaba auriculares, gafas oscuras y pendientes dorados?
—¿Lo conoces?
—Se parece a un hombre que tengo en la morgue.
—¿Fue asesinado?
—Es muy probable. Ya sabes que este trabajo me lleva a conocer a la gente en el peor día de sus vidas —suspiró Shōgo, mientras enrollaba los fideos en sus palillos.
—¿No saben quién lo mató?
—Me gustaría decir que sí. El asesino nos dejó bastantes evidencias. Determinamos a nuestra primera sospecha por un cabello verde que hallamos en la escena, pero la descartamos: resulta que lleva muerta más de una década.
—¡Ese asesino está jugando con ustedes plantando evidencia falsa! —exclamó Urabe.
—Eso también creo. Además, explicaría por qué fue tan descuidado. Como sea, ¿no te parece extraño? Nunca ningún asesino se molestó...
—¡Miren a quienes tenemos aquí! —lo atajó una voz melodiosa.
Urabe y Shōgo se volvieron en dirección de la voz que provenía de la retaguardia. Se trataba de una mujer de cabello corto, ojos oscuros y vestida con el uniforme de oficial de policía.
—¡Oficial Chiba! ¡Qué agradable sorpresa! —la saludó Urabe, sonriendo—. ¿Gustas sentarte y comer con nosotros? —indagó con amabilidad, arrimando la silla que estaba a su derecha—. Nos encantaría disfrutar tu compañía.
—No, gracias. Lo lamento. Ahora mismo me dirijo a la planta química de Britannia Corps a evaluar una situación. Tan solo me pasé para saludar y a desearles buen provecho —dijo ella, vagando superficialmente los ojos por la mesa. Se lo agradecieron asintiendo con la cabeza—. No todos los días tengo esa oportunidad. Debes visitarnos más a menudo.
—Sí, tienes razón. Intentaré hacerlo —afirmó—. Bueno, me gustó verte hoy.
—Digo lo mismo. Nos vemos al rato, Asahina.
Con esta encantadora interrupción, el tema de conversación había muerto. Lamentablemente. El detective Asahina se percataría de que se le había ido la lengua y se la mordería. Con todo, a Urabe no le fastidió que Nagisa le cortara la nota. Siendo honesto, le gustaba ver los rostros de sus viejos colegas. Le acarreaba buenos recuerdos de la temporada que pasó en la estación de policía. De repente, Urabe arrugó la nariz. Era ese olor a Pendragón otra vez. ¿A qué olía Pendragón? A una mezcla de cloacas, a vómito de algún borracho, a smog, a basura y a rata muerta. Era difícil de definir en una palabra. Prefería denominarlo simplemente como «olor a Pendragón». Urabe miraba a los camiones de basura transitar por las calles todos los lunes y la ciudad siempre apestaba, ¿adónde se llevaban la basura? ¿Hacían de verdad su trabajo? Asqueado, hundió la nariz en el sake e inhaló hasta que se le aguaran los ojos.
https://youtu.be/O3PYBJdNOAs
Lelouch descansaba en la butaca de terciopelo de su cuarto secreto con una pierna extendida y la otra ligeramente flexionada, su dedo índice se apoyaba a su sien con tal fuerza que parecía que deseaba perforar su cráneo. Los dedos de su otra mano tamborileaban sobre su muslo al ritmo del segundero. A esta hora, el vídeo ya debía estar en manos del comisionado Tohdoh. Lelouch podía visualizar la escena en su mente. Al principio, el viejo policía habrá vacilado con desconfianza, mas la curiosidad serpentearía por su pecho y estrujaría su corazón hasta hacerlo cambiar de parecer y abriría el enigmático sobre. Sacaría la memoria USB, la metería en la computadora, reproduciría el vídeo y una arruga aparecería entre sus cejas. Una sonrisa diabólica vagó por los labios de Lelouch. Miró su mapa esquemático. La foto de Bartley Aspirius estaba tachada con una gran equis roja. La de Villeta Nu, igual. La tinta era reciente.
Lelouch llevaba solamente dos días de haber recuperado la consciencia y ya estaba harto del hospital, de la comida que le servían, de estar tumbado en la cama guardando reposo el santo día, de los medicamentos, de la condescendencia de su doctor y las enfermeras que lo trataban como si se hubiera golpeado la cabeza. Todo lo que deseaba era estar con Nunnally, quien se enteró que estaba recluida en otra habitación, e ir a la jefatura y denunciar el asesinato. Nadie había querido decirle que su madre estaba muerta ni que su hermana estaba grave. Lo enojaba que le ocultaran información. Se alegró, por esa razón, al conocer a la detective Nu. Cuando fue a visitarlo, Lelouch fingió no haberla visto ni manifestó curiosidad por la desconocida ni por lo que fuera que estuviera platicando con el doctor. Estaba agobiado de los adultos. Ella les pidió dejarlos a solas. Nadie salió de la habitación hasta que prometió que iba a ser breve. Se quedaron ella, un oficial y el niño. La detective arrastró una silla junto a la cama.
—Hola, Lelouch. ¿Cómo estás?
—¿Cómo cree que estoy? —inquirió el niño alzando una ceja.
—No muy bien por lo que se ve —repuso la mujer con suavidad. Inmune a su malhumor—. Yo soy la detective Villeta Nu y él es el oficial Andreas Darlton. Somos del departamento de policía de Pendragón.
—¿En serio es detective?
—Así es. Hemos venido para hacerte unas preguntas. ¿Quisieras contarnos lo que te acuerdas antes de desmayarte?
Lelouch notó que el oficial Darlton, de pie detrás de la detective, había sacado una libreta y un bolígrafo. Eso motivó al chico a apartó las sábanas de un manotazo con arresto y a sentarse sobre sus rodillas. Les contó con pelos y señales: en dónde estaban Nunnally y él cuando su madre llegó mojada, su actitud extraña y su prisa, el disparo, la violeta irrupción de Luciano y su frenética búsqueda por una tarjeta de memoria. Lelouch les proporcionó una descripción precisa para que pudieran atrapar al asesino. Tenía el evento fresco en las memorias. No tuvo la necesidad de regresarse a corregir algún detalle. Únicamente mintió acerca de su escondite. A lo mejor era una tontería considerando que no tenía por qué mantener el secreto, pero pensó que sería intranscendente. La detective lo dejó narrar tranquilamente. Tan solo lo interrumpió cuando Lelouch mencionó al presidente de Britannia Corps como el contacto al que Luciano llamó. Ella frunció el ceño como solían hacer los adultos escépticos.
—¿Cómo estás seguro de que era el presidente de Britannia Corps?
—Porque sé quién es. Lo he oído hablar todas las veces que mi mamá me traía a su oficina. Ella trabajaba para él —contestó Lelouch. Su voz se quebró hacia el final conforme asimilaba el sentido de su frase. Tenía que conjugar el verbo en pasado a partir de ahora al referirse a su madre. El niño se obligó a volver en sí meneando la cabeza—. ¡Investíguelo! Debe haber algún registro o algo que los ayude a establecer la conexión.
—Está bien, está bien —susurró la detective Nu, colocando las manos en los brazos del chico. Se los frotó con cariño—. Lo investigaré; pero necesito que te calmes, ¿de acuerdo? Gracias por tu testimonio. Eres un niño muy valiente.
La detective Nu intercambió una mirada con su colega. Caballerosamente él le abrió la puerta y la cruzó luego de ella. Lelouch se recostó. Sus hombros huesudos se desmoronaron. Sentía que había cumplido con su parte. Repasó punto por punto, para sus adentros, la historia que le contó a la detective a fin de asegurarse que no había omitido nada importante. Fue entonces cuando acudió a su mente el sonriente rostro de Naoto Stadtfeld. No había sabido nada de él desde que Luciano y sus matones los acorralaron en el callejón, ¡quién sabe lo que le habrían hecho! Lelouch brincó fuera de la cama. A excepción de una contusión en la cabeza y unos raspones en las piernas, estaba bien. Se fue. La detective y el oficial habían desaparecido del radar visual. Corrió hacia el ascensor. Este estaba fuera de servicio; por lo cual, tuvieron que tomar las escaleras. Se precipitó sobre ellas y sonrió aliviado al volverlos a ver. Lelouch abrió la boca para llamarlos y...
—¿No podemos pedir una autopsia? —inquirió el oficial Darlton.
—Ya no —disintió la detective Nu con la cabeza—. El cuerpo fue cremado ayer.
—¿Ayer? Creí que eso no sería hasta después del juicio.
—Iba a ser así hasta que el presidente Charles adelantó la fecha.
Los labios de Lelouch se cerraron solos. Su expresión que se había iluminado hace menos de un rato se empezó a apagar. Los siguió sigiloso.
—Es extraño que el presidente de Britannia Corps moviera sus influencias por una cosa que, en teoría, no tiene nada que ver —observó Darlton con fingida ingenuidad.
—¿Y? ¿Cuál es el punto? —objetó la detective Villeta con desdén—. Darlton, es un niño con una herida en la cabeza. Estuviste en la escena del crimen al igual que yo. No hay que respalde su declaración. Es su palabra contra la declaración del sospechoso y las evidencias.
—Entonces, ¿no investigaremos?
—¿Quieres interponerte en el camino del presidente Charles? —preguntó entrecerrando los ojos. La respuesta del oficial Darlton fue un silencio nervioso. Bastante claro—. ¡Eso pensé! Lo mejor para nosotros es apresurarnos a cortar por lo sano y transferir el caso al fiscal...
La detective Nu y el oficial Darlton continuaron bajando las escaleras entretanto su charla se prolongaba. El muchacho estaba estático. Había perdido todo el color de sus mejillas. A decir verdad, parecía una estatua de piedra. Su corazón martilleaba en sus oídos. Sin saber cómo, salió de su trance. Sus párpados revolotearon su entorno cual si recordara de golpe en dónde estaba y qué hacía. Corrió hacia su cuarto y lloró con amargura debajo de las sábanas.
https://youtu.be/blI1nD_Oaws
Un Lelouch adulto oyó un escalón de madera crujir. Alguien estaba bajando al cuarto secreto. Aguzó los oídos. No existían dos pisadas exactamente iguales. Lelouch aprendió de Nunnally a identificar las pisadas de sus allegados a fin de que ninguno lo pillara desprevenido. Odiaba eso. Se familiarizó más rápido con ellas al comprender que sus pisadas eran un reflejo de sus personalidades que él conocía bien.
—¿Qué novedades tienes, Minami?
Decidió hablar. No le gustaba cuando otros alargaban el suspenso.
—Le quitas lo divertido a la vida haciendo eso —gimió Minami.
—Detesto cuando hay demasiado silencio —replicó Lelouch con parquedad.
—Si no fuera por ese silencio, no podría llevar a cabo ninguna de las tareas que me asignas a mí o a los otros. Bueno, que no vine a quejarme de eso —bufó zanjando el tema—. Tamaki quería decirte que ya envió el paquete al jefe Tohdoh y fue a consultar con sus contactos ese asunto que le encomendaste. Pronto te reportará.
—¿Es todo?
—No. Le pregunté cuál era ese favor y me asombré. O sea, ¿para qué tienes una pandilla de gánsteres si no empleas sus servicios? Así que estoy aquí para ofrecerme.
—¿Serías capaz de dispararle a un hombre al que conoces y con el que has trabajado codo a codo sin más? —preguntó agravando el tono.
—Sin más, no. Preguntaría por cuánto —lo corrigió. Lelouch lo miró con fijeza. Él se encogió de hombros—. Por dispararle a un compañero de trabajo los honorarios deben ser más altos.
—¿No lo harías por tu jefe?
—¿El jefe que no nos comparte todos los detalles de sus planes? No —contestó Minami con una franqueza dolorosa que traspasó a Lelouch—. No te preocupes. No te guardo rencor. Te entiendo. Te han traicionado, no confías en nadie. En el suburbio en el que crecí había una leyenda urbana que decía que cuando eras traicionado sentías una puñalada en el corazón. La razón de eso es porque cuando alguien dentro de la mafia del Rey Negro era traicionado, esa persona era apuñalado en el corazón literalmente —explicó fragmentando la última palabra en dos para imprimirle más emoción a su relato. Lelouch presintió que avanzaba—. ¿Cuántas puñaladas debiste recibir para que no confíes ni en tus propios hombres? Hay noches en que me lo pregunto.
Minami no siguió dándole vueltas. No le concernía y sabía que Lelouch no se lo iba a revelar. Por otra parte, la expresión de Lelouch se avinagró. Era problemático un peón que no fuera devoto a su rey. Por no decir que le disgustaba que entreviera a través de sus intenciones.
—Dime, Minami. ¿A qué eres leal? ¿Al dinero? A esa cosa tan inconstante. ¿No te basta con el propósito que les di?
—El propósito es bello. No me malentiendas. Sino me hubiera inspirado, no te habría seguido de tan lejos. Alimenta mi alma, pero no mis bolsillos.
Una sonrisa divertida tiró de los labios de Lelouch. El pragmatismo de Minami era lo que le había caído bien de él cuando se conocieron.
—De acuerdo. Voy a pensar en tu proposición. ¿Algo más?
—Sí. Urabe obtuvo más información de tu hombre con la policía: según parece, lo asesinaron. Encontraron unos cabellos verdes de una mujer. Me sentí intrigado; así que también me puse a averiguar y me acerqué a la morgue. Al pobre tipo lo acuchillaron varias veces en el torso, ¡tsk! Hablando de puñaladas. Creo que es muy obvio lo que pasó, ¿no?
—Gracias, Minami —gruñó Lelouch, enfurruñado.
Al igual que Tamaki, Minami pecaba de confianzudo. Aunque eso no era lo que lo molestaba en ese instante. Tan solo una persona en la ciudad tenía interés de matar a un esquizofrénico que recién acababa de salir de prisión y, además, sacar beneficio. Lelouch se levantó, agarró la chaqueta, se la colocó y se largó. Necesitaba respuestas.
https://youtu.be/BuNY2zXoe9o
Sentada en la alfombrilla del baño con la espalda pegada contra la bañera y las rodillas juntas, una C.C. semidesnuda estaba admirándose las cicatrices en los muslos. Su mano apretaba el mango de su daga. Tenía el brazo colgando dentro de la tina. Lo había dejado así para que la sangre se escurriera. No podía contestar desde cuándo estaba sangrando ni tampoco distinguir si ahora era de día, tarde o noche. Había perdido por completo la noción del tiempo y el rayo de luz mortecino que se colaba por la ventanilla no clarificaba sus dudas. Estaba en medio de uno de sus rituales de purgación. Habitualmente, duraban una o dos horas. Dependiendo. CC inspiró y exhaló hondo. Echó la cabeza hacia atrás y clavó sus ojos ambarinos en la lámpara. Entrecerró los párpados. Ni el cigarrillo ni el alcohol aminoraban el dolor de su corazón como el dolor físico. C.C. sentía el fuego de su dolor fugarse a través de la brecha y surgir en forma de vaho. Quizá estaba alucinando: la tina estaba cerca de la ventanilla. Presumía que el vecino fumaba hierba. A veces, debido al viento, entraba al apartamento mediante la ventanilla del baño C.C. había escuchado en cierta ocasión que nadie se sentiría con vida hasta que estuviera al borde de la muerte. C.C. quiso sentirse viva. Fue así cómo se acabó cortando por primera vez. El experimentó falló, mas, en su lugar, encontró un escape a su miseria.
C.C. se puso de pie con torpeza. Tenía las piernas agarrotadas. Decidió que había sido suficiente y no quería forzar a Lelouch limpiara su estropicio. Se vistió, se enjugó la sangre, se vendó el brazo como pudo (o sea, mal apretado) y retornó a su cuarto. Se sorprendió al descubrir a Lelouch sentado en su cama con Cheese-kun. Estaba observándolo con curiosidad.
—¿Cuándo compraste este muñeco?
C.C. pestañeó. Confundida ante la pregunta extraña.
—No lo compré. Tú me lo regalaste a un año de conocernos. Vino como un obsequio en uno de esos cupones de pizzería. Notaste que me gustó y me lo diste —explicó con una sonrisa. Lelouch no se la devolvió.
—¿Y qué más recuerdas?
—Esa fue la noche en que me contaste cómo fue que tú y tu hermana perdieron a su madre, cómo ella perdió su vista y sus piernas, cómo les arrebataron la justicia —susurró.
—Fue la noche en que me contaste que jamás conociste los nombres de tus padres, que toda tu vida la pasaste en las calles y tuviste que robar, estafar y engañar a otros para sobrevivir... —dijo con una voz extrañamente ronca. Se volvió hacia ella con parsimonia. Dejó a Cheese-kun y caminó en su dirección—. Supiste quién era yo y yo supe quién eras tú.
—Y empezamos a confiar el uno en el otro.
—Desde entonces, no ha habido secretos ni mentiras entre nosotros.
—Lo sé.
—¿Lo sabes? —cuestionó Lelouch y sus ojos se clavaron como la punta de una daga en ella. Estaban a un brazo de distancia—. ¿Y por qué me ocultaste que mataste a Mao?
«Tú me ocultaste que habías matado a aquel hombre», hubiera querido soltarle. Sin embargo, C.C. optó por tragarse su orgullo herido y ceñirse a su papel haciendo frente a la acusación.
—Iba a decírtelo cuando encontrara el momento adecuado —se justificó. Lelouch frunció el ceño con incredulidad—. ¡Tuve que hacerlo! Iba a matarnos. No podía permitir que ocurriera
El entrecejo de Lelouch se acentuó. No tenía que dar ninguna explicación. No obstante, C.C. se vio en la necesidad de hacerlo. Su expresión ceñuda era insufrible. Lelouch empezó a dar vueltas en círculos por toda la habitación, con las manos unidas detrás de su espalda. Estaba sopesando sus palabras para determinar la verdad tal cual un juez que estaba a punto de dictar sentencia. De pronto, se giró hacia ella con rudeza. La bruja mantuvo su temple no sin evitar que un escalofrío la sacudiera.
—¿También pretendías ocultarme sobre el Proyecto Geass?
—No, iba a decírtelo cuando estuvieras listo.
—¿Cuándo estuviera listo? —repitió con sarcasmo.
—Veo que no me creerás si no te lo muestro... —murmuró, circunspecta.
El chal beige rodó fuera de sus hombros y cayó en torno a ella sigilosamente. Se desabotonó su blusa gris con movimientos rápidos y seguros. Al cabo, terminó en el suelo también.
—¿Qué estás...? ¡Oye, no! Vuélvete a poner... —tartamudeó Lelouch con un manoteo. C.C. no hizo caso y siguió desvistiéndose. Incomodándose, Lelouch se tapó la boca con una mano.
Le siguió a la blusa el cinturón de cuero marrón cuya hebilla tintineó al chocar contra el piso. Por último, se deshizo de su falda larga color ocre. C.C. dejó caer sus brazos a ambos lados de su cuerpo y se quedó quieta. Durante unos segundos, no se oyó más que las respiraciones agitadas de los dos. Inicialmente, Lelouch se resistió a apartar sus ojos amatistas de los suyos; pero en la medida que marchaban los segundos y la respiración de la bruja se acompasaba él entendió que no progresarían hasta que viera lo que ella quería enseñarle. Por tanto, procedió a bajar la mirada escrupulosamente como si temiera hacerle daño. C.C. y él se conocían desde hace cinco años. Quizás si fueran unos extraños le resultaría más sencillo —a final de cuentas, él había desnudado sin problemas a varias mujeres que había conocido en una noche.
https://youtu.be/TRsHBIGVB_Q
Lelouch quedó horrorizado al vislumbrar el sinfín de cicatrices repartidas por todo su cuerpo. Cortes, moratones, quemaduras. Algunas de sus cicatrices atravesaban su torso al grado de dar lugar a una serie de deformaciones grotescas. La más notoria era una que estaba debajo de su seno izquierdo. Tenía la forma de un ave desplegando sus alas y estaba ensartado por una espada. Lelouch miró fijamente a C.C. Ella se levantó su flequillo y él reparó que era el mismo pájaro sin la espada atravesándolo por el medio. Era exactamente igual a la que tenía entre sus dos clavículas. Lelouch no cayó consciente de que había deslizado su mano desde su boca hasta su propia marca de nacimiento hasta que tragó saliva.
—Te conté casi todo sobre mi pasado. En verdad, soy huérfana y crecí en las calles. Lo que no te conté sobre mí fue un periodo de mi vida que me pasó entre mi niñez y mi adolescencia —advirtió C.C., desviando la mirada—. Un día me desperté en un lugar desconocido. Era un laboratorio ultrasecreto. Yo solía dormir en cualquier lado. Pudieron haberme recogido en la noche. Quién sabe. Estuve sometida a múltiples pruebas que superé apenas con vida por parte de un grupo de científicos. Tuve suerte. La mayoría de los sujetos no sobrevivían. Mao era mi compañero de celda y un usuario Geass, cuyo poder se descontroló. Él y yo logramos huir de aquel infierno; aunque, lamentablemente, el infierno nunca se fue de nosotros. Mao enloqueció a consecuencia de las frecuentes torturas, el hecho de vivir encerrado casi toda su vida y las voces que continuamente escuchaba todo el día. Su Geass le permitía leer mentes.
—Bueno, ya comprendo cómo te hiciste esas cicatrices —dijo Lelouch—, pero, ¿acaso estás queriendo decirme que fuiste una de esos desaparecidos de Pendragón?
—Es correcto —asintió, dirigiendo su atención a él.
—¿Quién y por qué te hizo esto, C.C.? —inquirió Lelouch con algo de urgencia en la voz.
—El por qué no lo sé. No iban a compartirme el propósito de su proyecto. Yo era una simple rata de laboratorio. Pero sí te puedo decir el qué: el Proyecto Geass consiste en la producción de usuarios de Geass, ¿o por qué crees que tiene ese nombre?
—¿Geass? —repitió con aprensión—. ¿Qué es eso?
—Es un poder especial y se manifiesta de manera diferente en cada persona. Los científicos elaboraron diferentes teorías para explicar dicho fenómeno. Su favorita sugiere que el poder obtenido está ligado al último deseo del usuario mientras lucha por aferrarse a la vida durante las experimentaciones. Supongo que es como dice ese filósofo alemán que tanto te gusta leer: «lo que no te mata te hace más fuerte» —proclamó C.C. con un falso tono solemne. Hizo una pausa para estudiar el rostro de Lelouch. Le tuvo compasión. Le estaba costando digerir que las tramas de ciencia ficción y la realidad ya no eran tan distintas. Probó bromear con él para relajarlo—. Míralo de esta forma, Lelouch: los atletas tienen sus esteroides; los transgéneros, sus hormonas y nosotros, el Geass. Bueno, corrijo, nosotros no; tú, sí —la bruja se encaminó hacia Lelouch en zigzag. A él le recordó al modo de desplazarse de las serpientes. C.C. estiró la mano para tocarlo y Lelouch retrocedió un paso. C.C. fingió no afectarse—. Sospeché que tú podrías ser un usuario de Geass cuando dijiste que había un periodo de tu vida en blanco, con cada año que transcurre mis memorias sobre ese sitio van borrándose, es posible que tu mente haya bloqueado esos recuerdos tan dolorosos para protegerte, y cuando mencionaste que sufrías con frecuencia jaquecas supuse que podría ser por el Geass. Aun así, no estaba segura hasta que te libraste de Luciano por ti solo. ¿Cómo pasó?
—Tan solo le ordené que lo hiciera —respondió. Lelouch rascó sus memorias frotándose la cabeza. Al tantearse, se tocó el párpado izquierdo—. Ese día me ardía este ojo. Me comenzó a doler cuando vi a Euphemia morir en frente de mí.
—¿Ese es tu Geass? ¿De ser un loco obsesionado con el control pasas a ser un auténtico controlador? ¿Das una orden y tienen que obedecer sí o sí? ¡Pues vaya! Te pega bastante. Eso quiere decir que tienes poder sobre los demás. Tú puedes torcer su voluntad a merced de la tuya. A lo mejor el asesinato de Euphemia activó tu Geass ya que te recordó el de tu madre —analizó ella en tono razonable—. Y esto nos lleva a tu primera pregunta: quién —Lelouch concentró su penetrante mirada en ella. C.C. se sintió intimidada bajo su escrutinio y rompió el contacto visual—. Creo que ya lo sabes.
—Bien. Digamos que todo lo que dices es cierto porque tenemos la misma cicatriz y la actitud de Luciano fue muy extraña. Eso no explica por qué Charles experimentó conmigo.
—Quizás sus ínfulas de grandeza se combinaron con sus creencias familiares y se dejó llevar —insinuó C.C., encogiéndose de hombros—. Querría tener una familia de superhéroes.
—¿Y por qué me dejó ir a mí y a ti no?
—Tal vez pensó que eras otro fracaso y tú eres su hijo, sea lo que sea. Tal vez él sí te ama a su extraña manera.
Lelouch puso mala cara. Esa posibilidad era mezquina. Se negaba a admitirla o considerarla rotundamente. Cambió de tema.
—¿Cómo funciona? ¿Tiene limitaciones? ¿Reglas?
—¿El Geass? No sé. Es probable que seas el único portador de Geass que tuvo éxito y sigue vivo —repuso con despreocupación—. Te tocará descubrirlo.
—De acuerdo —afirmó Lelouch. No lucía desanimado por esa respuesta. Más bien, todo lo contrario: sus ojos relucieron con repentina astucia—. No me deja otro remedio que probarlo.
Lelouch esbozó una de sus sonrisas felinas. C.C. conocía el significado de aquel feliz gesto.
—¿Tienes un blanco en mente?
—Algo mejor. Ven conmigo cuando estés lista.
«¿Qué podía ser mejor que un blanco?». Lelouch y sus acertijos. El hombre salió a paso veloz de la habitación para que pudiera vestirse con total calma. C.C. se inclinó a recoger su falda. Miró de soslayo el espejo de pie de la esquina que la reflejaba. Cuando Mao y ella se largaron del Proyecto Geass, cada uno se llevó algo consigo y dejó otra cosa detrás de sí. Mao se llevó su Geass y renunció a su cordura. C.C. se llevó todo el dolor y renunció a su antigua vida, su nombre y su corazón. Era un cascarón resquebrajado y hueco. El alcohol y los cigarrillos la habían ayudado a sobrellevar la ansiedad y las pesadillas. Pero algunas veces era insuficiente. Se había vuelto tan dependiente al dolor que le causaban los experimentos que debía cortarse para sentirse de nuevo bien o algo parecido a esa sensación. Esa era la razón por la cual había fracasado en las pruebas, por la cual era indigna para adquirir un Geass. En la fría mesa de metal nunca luchó por su vida. Nunca creyó que estaba perdiendo algo valioso. Tras conocer a Lelouch, ya no tuvo por qué cortarse. Ya no quería hacerlo. De alguna forma, Lelouch había conseguido sacarla de su apatía. La había hecho sentirse viva.
https://youtu.be/O9fBNr8M6tI
Hay un versículo en la biblia que reza de la siguiente forma: «Mas si así no lo hacéis, he aquí habréis pecado ante Jehová; y sabed que vuestro pecado os alcanzará». En la casa de Lelouch había dos ediciones de la biblia: una en braille para Nunnally y otra escrita en su idioma para él, ya que Nunnally insistió que tuviera la suya. Él la leyó. Más allá de complacer los deseos de su hermanita, por disfrute personal. Total, que no fuera creyente no le impedía apreciar la escritura sagrada y existían muchos pasajes que, a su juicio, eran poéticos. Aquel lo subrayó en rojo. Hubiera querido dedicárselo a Villeta. Hubiera querido estar en la oficina del jefe de policía y constatar por sí mismo su reacción. Al menos, su imaginación lo había compensado y tendría el placer de saber que las cosas estaban ocurriendo tal cual había planeado; pues un muy indignado comisionado Tohdoh ordenó investigar el contenido del vídeo y presentar un informe. Por lo pronto, fue suspendida. Villeta se vio forzada a dar su placa. Estaba aterrada. En cuanto la investigación cerrara, sabía que iban a emprender acciones legales contra ella. Sus días de libertad estaban contados.
Desesperada, Villeta apareció en la mansión Britannia y solicitó una audiencia con el presidente Schneizel, pero él estaba indisponible. La mujer no iba a rendirse y ante la negativa pidió reunirse con el presidente Charles. Debía verse aunque sea con uno de los dos presidentes. Él aceptó de buen grado. Eso sí, antes de permitirle estar a solas con él, la catearon. A ella le pareció una exageración. Supuso que las medidas de precaución aumentaron desde el anuncio de su candidatura a la presidencia. No había conversado con él desde ese entonces. De hecho, desde un largo periodo. Todos sus asuntos los resolvía directamente con el presidente Schneizel o su intermediario, Kanon. El presidente Charles estaba en su butaca negra en su estudio. Villeta no vaciló en humillarse hincando las rodillas en el piso.
—¡Señor presidente, se lo ruego! Solo usted puede resolver esta situación. Ayúdeme y tendrá mi gratitud eterna.
El presidente escuchó la petición de Villeta imperturbable. No se hallaba conmovido ni asombrado. Él ya esperaba que le solicitara ayuda. Estaba algo cansado de la misma promesa.
—¿Y por qué debería solucionarlo, señorita Nu? Usted fue detective. ¿Qué no era su trabajo fijarse en todo? ¿Por qué no tuvo cuidado? No creyó que cada vez que le surgiera un problema podría venir hasta mí y suplicarme y yo iba a tronar mis dedos para que se desvanezca.
—Señor presidente, el nombre de Britannia Corps está implicado. Es tan problema mío como suyo —jadeó Villeta, alzando la cabeza hacia él—. Ya debería tener presente que sin mi placa no podrá contar con mi ayuda para los incidentes de su planta química.
—Señorita Nu, debería estar al tanto de que en este mundo nadie es imprescindible —indicó el presidente Charles. El fantasma de una sonrisa curvó en sus labios momentáneamente.
Sucumbiendo a la angustia, Villeta se incorporó con tal rapidez que sintió que la sangre se le había subido a la cabeza por un segundo. El presidente no estaba interesando en negociar ni en ayudarla y ella estaba quedándose sin nada más que ofrecer.
Tan solo podía responder con su última carta.
—Si piensa que no tengo escapatoria y debo hundirme que así sea; pero no me iré sola. Antes revelaré todos nuestros tratos secretos...
—Hágalo —animó el presidente con una sonrisa. La sorpresiva incitación fue un duro azote para Villeta, cuyo rostro se descompuso. El león se puso de pie con lentitud y la miró directo a los ojos—. Eso seguro sumará más años a su sentencia, si es que le creen.
Y, ahora sí, ya no tenía con qué contraatacar. Villeta tembló de ira. Al viejo Britannia no lo asustaban las amenazas. Estaba tan seguro de su posición que creía que no surtirían. La mujer no replicó al instante. Le sostuvo la mirada por unos minutos en lo que trataba de controlarse. No soportaría que la voz se le fuera al hablar. Apretó los puños.
—Veremos si me creen —rumió por lo bajo.
Villeta se giró destempladamente. Su larga cola de caballo rozó al presidente sin querer. No se disculpó. Se retiró del estudio como una flecha. Para el presidente, el valor de un hombre se medía en función del cumplimiento de sus amenazas. Sabía que Villeta era un cabo suelto peligroso. No tenía trabajo ni ética profesional. En cambio, tenía un pie en la cárcel y el otro afuera. Con un resentimiento contra él cociéndose en sus entrañas, estaba seguro de que ella llevaría adelante su amenaza. No tenía nada que perder y el presidente Charles sabía que esa era clase de hombres eran peligrosos. De ahí que el patriarca Britannia solicitara enseguida la presencia de Luciano Bradley. El vampiro de Britannia Corps acudió al llamado en el acto. Yuki estaba trapeando el pasillo cuando él pasó a su lado. Aguardó que no hubiera moros en la costa, metió la fregona en el exprimidor y se la llevó. Sacó el teléfono y llamó a Lelouch...
https://youtu.be/BRdG89gaBiA
Media hora más tarde, ese mismo día, Villeta estaba estacionada en la intersección a la espera de que la luz del semáforo mudara a verde. El reloj marcaba las seis. El cielo había adquirido una tonalidad anaranjada y el sol había bajado para acariciar las montañas. Su enorme sombra molestaba a Villeta. Otro día que se muere. En el ocaso se le antojaba beberse un cóctel bien frío para refrescarse. Esta vez no era diferente, salvo el motivo. Quería combatir el fuego que reverberaba en las paredes de su interior con el fuego del alcohol. ¿Cómo el presidente pudo abandonarla? La desechó cual si fuera un objeto. Se había aliado con la basura del presidente Charles, había sido cómplice de sus negros secretos, había encubierto sus pecados ¿para qué? Para que al final le cortaran las alas. Para que se burlaran de ella. Para recordarle que la gloria nunca le pertenecería. «O se es rico o se es nada», rezongaba. En esto, su celular, en el asiento del copiloto pitó, lo que la sobresaltó ya que estaba tan ensimismada que había olvidado todo lo demás. Se asomó a ver. El número era desconocido. ¿Quién podría estar llamándola y por qué? Se rascó la nuca. No se le vino ningún nombre a la mente. Movida por la intriga, atendió.
—¿Sí?
—Detective Nu, cuide sus espaldas. El presidente Charles ha ordenado su muerte para hoy.
—¿Qué diablos? ¡¿Quién es usted?! —inquirió ella, sintiendo que sus instintos se activaban.
—Soy alguien que quiere proteger su vida. Es todo lo que tiene que saber.
—Mire, —masculló Villeta, sulfurándose por la evasiva respuesta de su interlocutor— si esto es una broma le juro que...
—¡Oh! ¡Ojalá lo fuera! —la atajó él, zumbón—. Ojalá su amenaza al presidente Charles zi Britannia lo fuera, pero él no bromea con esas cosas ni acepta esas bromas de otros.
—¿Cómo sabe...? —Villeta se mordió la lengua. Esa voz la había oído en alguna parte. Hizo memoria. Se pasó el celular a la otra oreja—. ¡Es el abogado Lamperouge! ¡Maldito asesino! No sé cómo demonios obtuvo mi número, no me importa, no vuelva a llamar y guárdese esas historias de miedo para quien se las crea.
—Está bien. De todos modos, no es mi vida la que está en riesgo.
El abogado colgó privándole el placer de insultarlo más y desquitarse. Observó con extrañeza el celular. ¿Cómo obtuvo su número? Todavía esa pregunta rondaba por sus mientes. ¿Cómo pudo enterarse que amenazó a Charles zi Britannia? La respiración de Villeta se aceleró. No le estaba gustando esto. De repente, sonó un claxon proveniente de una furgoneta que estaba estacionada atrás de ella. El semáforo había dado luz verde.
—¡Sí, sí! ¡Voy! —gritó de malhumor.
A Villeta la enojaba que perturbaran sus reflexiones. Encendió el motor. Intentó recuperar el hilo de sus pensamientos. Puestos a elegir, a ella le mortificaba más que el abogado hubiera sabido que amenazó al presidente Charles. Era un hecho reciente. ¿Habría usado micrófonos o cámaras? ¿En la mansión Britannia o en su ropa? ¡¿Aquel cabrón tuvo la osadía de colarse en su casa y hurgar en su ropa?! Villeta iba a revisarse la camisa allí mismo cuando descartó aquella idea por estúpida. Era una policía. Sabía trabajar con micrófonos. Habría reparado en ello si ese fuera el caso. Se dijo que tenía que tranquilizarse para pensar en frío. Fue cuando la furgoneta detrás de ella la chocó deliberadamente.
—¡Maldita sea, si tiene prisa rodéeme y váyase...!
La chocó de nuevo.
—¡¿Cuál es su problema?!
Villeta presionó el freno para bajarse y armarle lío al otro conductor que no sabía con quién se había metido. Una escalofriante sorpresa se llevó cuando percibió que no podía detenerse. La defensa de la furgoneta la estaba empujando. Villeta pisó el freno otra vez con más fuerza. Si se quemaba el hule del neumático o el asfalto era la menor de sus tragedias. Se apoderó de ella una febril impaciencia al notar que su coche continuaba avanzando. Villeta, que tenía los ojos enfocados abajo, miró hacia donde la estaba llevando el desquiciado. Se le dilataron las pupilas. Delante de ella estaban los rieles del tren. Sin otra salida, se desabrochó el cinturón de seguridad, abrió la puerta y saltó. La furgoneta le puso un alto a la funesta marcha. No lo confrontó. Estaba desarmada y para que aquel quisiera empujarla hasta los rieles del tren era porque deseaba matarla. Huyó por su vida. No fue muy lejos porque entonces un coche negro se interpuso en su camino. Luciano Bradley emergió de él con un táser, le disparó, Villeta se bamboleó y, acto seguido, se desplomó inconsciente en sus brazos. Él fingió abrazarla con el fin de que nadie que casualmente estuviera echando un vistazo al vecindario sospechara, le hizo una seña a otro matón y entre ambos la introdujeron en el auto. Y así, ellos y los hombres que iban en la furgoneta se dieron a la fuga en un parpadeo.
La desaparición de Villeta no tardó en ser investigada. Digamos que una furgoneta y su auto varados en medio de la calle interrumpiendo el flujo normal del tráfico no eran precisamente muy discretos. Adicionalmente, el detective Senba identificó el auto de Villeta apenas lo vio. Para colmo, la zona en donde había desaparecido no disponía de cámaras de seguridad. Quien sea que se la había llevado conocía la zona; de manera que no tenían la menor idea de adónde se la habían llevado y quién lo hizo. El sentimiento general del departamento fue de pánico, pues, dadas las circunstancias, era para asumir que Villeta se había convertido en otro de los desaparecidos de Pendragón. Sin embargo, el comisionado Tohdoh estaba en conocimiento de algo más: el vídeo que grababa a Villeta aceptando sobornos había sido enviado por Zero. ¿Y qué tal si su intención había sido más que prevenirlo de la corrupción de su departamento? ¿Qué tal si fue un modo de comunicarle que la castigaría si ellos no lo hacían primero? No coincidía con su modus operandi actual. No bien, no había por qué descartarlo. Zero se creía la representación de la justicia y si no podía confiar en las autoridades, él mismo juzgaría a los criminales y les daría sentencia. Con el propósito de hallar más rápido a Villeta dieron a conocer mediante la prensa su desaparición.
El fiscal Kururugi vio el anuncio en internet, se puso en contacto con el comisionado y este le participó su sospecha. Él era el fiscal asignado en el caso de Zero, después de todo. Aquella posibilidad fortaleció la hipótesis de Suzaku de que Lelouch podría ser el enmascarado que buscaba, ya que la desaparecida estaba conectada con el Dr. Aspirius y Lelouch, ¿y cuál era el denominador común? Un juicio hace diecisiete años. ¿Lelouch estaría tan cegado por su venganza para secuestrar y torturar a una mujer que había cometido perjurio? A Suzaku le asustaba incluso pensar en la respuesta. Si él no podía convencerlo de detenerse había una persona que sí podía hacerlo entrar en razón, alguien que Lelouch estaría dispuesto a escuchar. Primero, tenía que charlar con ella. No suponía ningún inconveniente hacerlo porque ya lo había invitado la anterior vez que estuvieron juntos...
https://youtu.be/LDYYMs72Zms
Siguiendo al pie de la letra las indicaciones de Nunnally, Suzaku llegó al lujoso pent-house en que la joven y su hermano vivían. El fiscal se entretuvo golpeado por la nostalgia. Cuando eran unos niños, él y su padre vivían en un pent-house de lujo como ese, mientras que Lelouch y Nunnally habitaban en una casita más modesta. ¡Cómo cambiaban las cosas! A juzgar por el barrio, Lelouch se había coronado como un abogado exitoso. Siquiera había alguna verdad dentro de la parafernalia de Lelouch. Suzaku suspiró y llamó a la puerta. Sayoko, la mucama de los Lamperouge, le abrió. Nunnally estaba contenta de recibirlo. Le ofreció tomar asiento, té y algunas galletas de miel que habían horneado. Suzaku se enterneció con su hospitalidad. Llegó a sentirse mal. Ella estaba portándose tan linda con él pensando que era una visita de viejos amigos en que iban a sentarse y recordar cosas que les hicieran reír cuando Suzaku iba a atomizar esas felices horas. Meneó la cabeza con malestar. Se dijo que lo hacía por su bien.
—Nunnally... —vaciló Suzaku entrelazando los dedos y apoyando los codos en los muslos. No tenía idea de cómo decírselo. Quizás simplemente debía dejarlo ir y que tomara forma—. Te agradezco tu atención. Eres un alma amable...
—¡Oh! ¡No tienes que darme las gracias!
—...Pero estoy aquí por trabajo.
—¿Uhm? ¿A qué te refieres? —inquirió enarcando las cejas.
—Yo soy fiscal de la división de crímenes. Mi superior me consignó el caso de Zero desde su primera aparición. Desde entonces, ando tras sus pasos. Mi investigación me lleva a pensar que Lelouch es el hombre al que busco —explicó él cabizbajo, como si tuviera vergüenza de mirar a Nunnally, lo cual era ridículo considerando que era ciega.
—¿Por qué sospechas de mi hermano? —interrogó Nunnally calmadamente.
—Los blancos de Zero han estado relacionados con el juicio de su madre. El Dr. Aspirius era su psiquiatra y dio testimonio de que su depresión postparto estaba muy grave y la detective Nu cubría el caso y en el tribunal declaró que las evidencias indicaban que ella se suicidó. La cosa es que, actualmente, el Dr. Aspirius murió y la detective Nu está desaparecida.
—Pero, Suzaku, esas son coincidencias. ¡Suposiciones! —refutó ella sonriendo aliviada.
—¿También es una coincidencia que Zero luzca idéntico a «Z», el personaje que él inventó?
—¿Te refieres al supervillano que mi hermano creó cuando éramos niños? Quizá el verdadero Zero le copió la idea o ideó un concepto similar. Si no me falla la memoria, esos personajes eran conocidos por todos en la escuela. Si eso es todo, no hay nada que sugiera que Lelouch es Zero, ¿o sí? ¿Y no fue él secuestrado y enviado a la jefatura por ese criminal?
—No, si él fingió su secuestro para entregarse a la policía de forma segura.
—¡Estás especulando! —acusó Nunnally, azorada. Las comisuras de sus labios le temblaron.
—No, Nunnally. Existen indicios de que es probable. Él mismo me confesó que había perdido a propósito el juicio del Dr. Asprius porque era culpable. Le tendió una trampa para hacerlo confesar. «¿Cómo podría estar en paz conmigo mismo sabiendo que un asesino salió impune por mi culpa? Tomé una decisión, actué conforme a mis creencias y se hizo justicia». Fueron sus palabras. Esa es la ideología de Zero: tomar la justicia por mano propia —afirmó Suzaku con tristeza—. ¿Acaso hay otra forma mejor de asegurarse que el Dr. Asprius vaya a la cárcel que siendo su abogado luego de haberlo capturado? Tengo que reconocer que es una buena manera de despistar, ¿no es mucha coincidencia que Lelouch asistiera como abogado defensor del hombre que supuestamente cometió perjurio diecisiete años atrás? —preguntó. El hombre hizo una pausa. Divisó que la joven se había desconectado de la charla, parecía extraviada en sus pensamientos—. ¿Lelouch no te lo dijo?
—No —susurró con voz cascada, más para ella que para el fiscal.
—¿Tampoco te dijo por qué defendió al vicepresidente de Britannia Corps?
—Me dijo que había accedido a defenderlo porque no quería que otra persona fuera víctima de esa empresa.
—Lamento decírtelo, pero eso es parcialmente cierto. El abogado defensor de ese caso iba a ser Jeremiah Gottwald, el abogado de la empresa, hasta que a último minuto el vicepresidente firmó con Lelouch. La situación se repitió con el Dr. Asprius. Se toma demasiadas molestias, ¿no? Honestamente, ¿no lo sabías? ¿Te has preguntado cuánto sabes de él que sea cierto? —Suzaku dejó la pregunta abierta. Todo lo que quería era que la retuviera en su mente. No que la respondiera—. ¿Dónde estaba Lelouch cuando Zero secuestró y torturó al Dr. Asprius?
—Divirtiéndose, ¡con una de sus amigas! —farfulló Nunnally.
Era una trampa. Sabía dónde estaba. Es más, el mismo Suzaku podía ser su coartada ya que lo había visto salir del casino con una mujer agarrándole el brazo. Su intención era averiguar cuánto Nunnally sabía de Lelouch.
—¿Y dónde está él en este momento?
—¿Qué insinúas, Suzaku?
—Nunnally, estoy quebrantando una docena de reglas contándote esto. No lo haría si no fuera por nuestra amistad y porque yo te aprecio infinitamente —reconoció Suzaku. Carraspeó con fuerza cuando su voz presentó una ligera inflexión descendente—. Mira, la venganza siempre inicia como una herida personal que luego se transforma en una necesidad tan esencial como respirar, tan absorbente y tan asesina como inhalar monóxido de carbono, y cuando no puedes más emprendes la acción; pero al tiempo que te decides corregir lo erróneo te obsesionas con la retribución y después ya no hay vuelta atrás... —el aire se le agotó a Suzaku para el final. Aun así, Nunnally oyó perfectamente—. Ese es el camino que Lelouch eligió. Pero aún puede salvarse si lo disuades platicándole del daño que está haciéndose. A ti te oye. Eres la persona, sino la única, que más ama —aseguró cogiendo su mano. Ella tocó la suya, tanteó su pulso—. Te lo ruego. Una persona está desaparecida. Podría estar en peligro. Esto quizás la ayude.
Nunnally inspiró afanosamente. Cogió los brazos del sillón donde estaban los suyos como si hubiera olvidado que los tenía descansando allí, no, como si la hubiera invadido las ansias de aferrarse a algo antes de que su mundo se desvaneciera. Lo liberó.
—Agradezco que te preocupes por mi hermano —dijo con un tono serio, desusado por ella—. pero verás que no puedo creer en tu acusación sin pruebas. Ahora, debo pedirte que te vayas, con el temor de sonar grosera.
—Está bien —asintió, comprensivo. Se levantó—. Una vez más, gracias por todo. Me gustó pasar el rato contigo.
—A mí también.
Sayoko compareció para escoltar a Suzaku a la puerta. De buena gana, él fue con ella. Había cumplido con su objetivo. Nunnally tenía la decisión en sus manos. Tampoco quería perturbar la poca tranquilidad de la pobre que estaba sufriendo inmerecidamente. Se volvió por encima del hombro. Nunnally estaba masajeándose la frente. Había tantos vacíos en los pretextos de Lelouch que la duda razonable había engendrado sola. Se apiadó de ella. Era una cruel ironía que la venganza partiera del deseo de obtener justicia y acabara con un final injusto para la víctima y los implicados. Suzaku se subió al ascensor y el cansancio pesó sobre sus párpados.
https://youtu.be/0tjzO7CL6bI
Lelouch tenía a tres de sus peones espiando a la detective. Infirió que cuando el comisionado Tohdoh revisara el material iba a tomar medidas suspendiendo a la Villeta y ella apelaría la ayuda del presidente Schneizel, él se la negaría y, consecuentemente, ordenaría su ejecución. Lelouch necesitaba a Villeta con vida; así que, para no perderle el rastro, les ordenó a Tamaki, Urabe y Minami seguirla y reportarle cada media hora su paradero. Cuando fuera secuestrada por Luciano, ellos únicamente tendrían que avisarle, seguirla y esperar nuevas instrucciones. No importaba que estuvieran presenciando un delito ni cuán fea fuera la tortura, les prohibió determinantemente intervenir. El sadismo de Luciano les concedería unas horas entretanto el resto Rolo y Lelouch se unían a ellos. A fin de matar el tiempo, Minami, Uarbe y Tamaki se pusieron a jugar a los acertijos.
—¿Qué tiene más sentimientos: Rolo o una piedra? —preguntaba Minami.
—¡La piedra! —contestaban Tamaki y Urabe al unísono.
El muelle era el lugar predilecto de Luciano para llevar a sus víctimas, torturarlas y matarlas. Lelouch podía hacerse una vaga idea de por qué: por lo regular, estaba desierto; se localizaba prácticamente a las afueras de la ciudad y el mar golpeaba tan duro las rocas y las olas rugían de forma tan desaforada que podría ahogar hasta el alarido más intenso. Por más que Luciano se sintiera tentado a trasladarla a su cómodo escondrijo, no iba a arriesgarse. Zero sabía dónde estaba. No podía darse el lujo de otra interrupción. De manera que la condujo a un almacén, la ató a una silla con unas sogas de cáñamo y mediano grosor para sujetarla bien fuerte y que, además, pudieran abrirle la piel cuando forcejeara por intentar librarse. Con el taser le aplicó varios breves electrochoques en los brazos, piernas, hombros, pecho y abdomen. A un voltaje relativamente bajo: no quería causarle la muerte. Ya luego de que se aburrió de electrocutarla, cogió un martillo y golpeó sus costillas. Seguidamente, se las pellizcaba con fuerza. Luciano imitaba los aullidos de la mujer. Burlándose de ella con maldad con esas atronadoras y locas carcajadas de hiena. Podría ser un error no amordazarla, pero ¿cuál era el chiste de una tortura sin gritos que eran la máxima expresión de dolor?
—¿Cuánto te pagó el presidente Charles para que me mataras? —gimió Villeta, a duras penas recobrando el aliento.
—¿Por qué? ¿Vas a ofrecerme el doble para que te deje ir? —preguntó Luciano sacando una cinta de embalaje—. ¿O te interesa conocer tu precio?
—Intento entender a mi asesino —resolló—. ¿Qué te impulsa a torturar y matar a otros? ¿Es solo placer en la violencia? ¿O hay algo más? ¿Dinero? ¿Poder?
—Me basto con mi humilde sueldo. No soy ambicioso. Y yo ya tengo poder.
—¿Te ríes de mí? ¿Cómo vas a tener poder? ¡Eres un guardaespaldas, de la clase media, igual que yo! ¡¿Cómo puedes compararte con el presidente Charles o con el comisionado Tohdoh?!
—Tonta —desaprobó Luciano chasqueando la lengua—. El poder económico no es el único poder que hay. Al que yo me refiero es el poder de la vida y la muerte —explicó, risueño—. Dígame, detective Nu, ¿qué es lo que más valoran las personas? —preguntó. Villeta lo miró como si fuera un estúpido. No se lo estaba tomando seriamente. El asesino no se ofendió. Le encantaba responderse a sí mismo esa pregunta— la vida —siseó, sacándose un pañuelo del bolsillo—. Mis padres eran cristianos y me inculcaron su religión. Según estipulan las leyes sagradas, nadie puede quitarle la vida de nadie porque ese es un poder reservado de Dios y ¿sabe algo? Se me hace más atractiva la idea de ser un Dios que ser el dueño de una compañía.
Luciano metió ese pañuelo en la boca de Villeta. Extendió la cinta y la cortó con los dientes en dos trozos. Se los pegó en el rostro. Uno desde la punta de la nariz hasta la coronilla. Otro de la barbilla hasta la base del cuello. Le arrancó el pañuelo. La boca le había quedado abierta de tal suerte que era incapaz de cerrarla. Encajó la parte del sacaclavos en uno de sus incisivos y tiró duro hacia él. Jalaba, descansaba, jalaba, descansaba y así prolongando la tortura. Ella sintió que sus cuerdas vocales se desgarraban al gritar. Los ojos se le habían aguado. Luciano continuó en ese vaivén hasta que le arrancó el diente de un dolorosísimo tirón. A Villeta se le hizo sangre la boca. Luciano iba por el otro incisivo cuando fue herido por un rayo de luz en los ojos. Alguien había abierto el almacén. Luciano se protegió la vista con el brazo.
—¡¿Qué mierda?! —vociferó Bradley con los ojos entrecerrados, dirigiéndose a los matones que habían venido con él y les había ordenado vigilar para que nadie los molestara—. ¡¿Quién de ustedes fue el cabrón que abrió la maldita...?!
https://youtu.be/Awat3O078kg
Un disparo le cerró la boca. Uno de sus propios hombres le había disparado. Tenían un traidor entre ellos. Lo fusilaron ipso facto. Era el castigo dado a los traidores. Luciano se mordió la lengua reprimiendo un gemido de dolor. Se abrió la camisa bruscamente de un tirón. La bala se había alojado en su costado izquierdo. Maldijo al tirador entre dientes. Una segunda ráfaga de tiros estremeció el aire. Dos traidores más. Luciano mató a uno sin clemencia disparándole en la rodilla, en el pecho y tres veces en la cabeza. El otro corrió con la misma suerte que el primero. Siendo acribillado. Cayó sin vida junto a los cuerpos de sus compañeros. Distraídos, los matones no advirtieron a una camioneta entrar. Los neumáticos rechinaron al girarse en un ángulo de quince grados antes de frenar aparatosamente.
—¡P-F, P-B, A-F capturen al objetivo! —ordenó Lelouch—. ¡A-C ve al centro! Ya sabes lo que tienes que hacer.
Rolo, Minami, Urabe y Tamaki bajaron y abrieron fuego resguardándose detrás del vehículo. Los matones de Britannia Corps rompieron filas y se desperdigaron para buscar cobijo. Ellos contestaron con fuego y sangre en cuanto pudieron.
—¡Hermanito, adelántate! —gritó Tamaki—. ¡Minami y yo te cubriremos!
—Bien.
Rolo aguardó que la tormenta de plomo y tierra aplacara y se arrojó hacia delante. Pisándole los talones, iban Tamaki y Minami que fueron relevados por Lelouch que salió del auto para apoyar a Urabe. Con una puntería infalible, Minami mató a dos matones. Rolo corría directo hacia su objetivo. Luciano Bradley. Era extraordinariamente ágil. Iba tan veloz que sus pies rozaban el suelo. Dejó muy atrás a sus protectores en cuestión de segundos. Sin moverse de su sitio, Luciano disparó a Rolo con el fin desesperado de matarlo. Pero el joven logró llegar hasta él y lo desarmó. Intentó pegarle una patada en la mandíbula. Luciano le agarró el tobillo y se lo torció. Su adversario se giró en el aire evitando así que le rompiera el hueso y le aventó una patada con el otro pie. Los reflejos de Luciano fueron lentos y recibió el golpe. Tornó a abofetearlo con la culata de su pistola. Luciano gruñó de dolor. Rolo hizo girar con habilidad su arma para dar el remate. No alcanzó a hacerlo porque su pistola salió volando de su mano. Rolo sintió un escozor en su brazo. Se lo vio por el rabillo del ojo. Su manga se había rasgado dejando a la vista una hendidura.
—Quieto —profirió una voz. La del portador del arma que le había disparado, la misma con que lo estaba apuntando—. Date la vuelta.
Rolo se volvió muy despacio con los brazos en alto. El matón puso el dedo en el gatillo. Rolo había sido entrenado para mantener los nervios controlados en situaciones bajo presión y, en efecto, su semblante se mostraba impertérrito. El matón iba a jalar el gatillo justo cuando un estruendo golpeó el corazón de Rolo. De la nada, una bala había perforado el pecho del matón y salió por el otro lado. La sangre del hombre salpicó el piso y el casquillo rebotó produciendo un chasquido metálico. El matón borbotó sangre por la boca. Los ojos se le pusieron blanco. Se bamboleó y se desmoronó. Rolo sintió que los acontecimientos se superponían en cámara lenta. Parado detrás estaba Lelouch sosteniendo una pistola que humeaba. Él lo había matado. Él lo había salvado. Lelouch se le acercó y le sacudió amistosamente el hombro. Rolo parecía estar en shock. Lo observó con ojos desenfocados como si estuviera mirando a través de él.
—¡Rolo, ¿estás bien?!
—¿Tú me salvaste?
Por el tono de perplejidad, Rolo ni se lo creía.
—¿Cómo preguntas eso? —bufó Lelouch, medio mosqueado por la pregunta, medio aliviado por ver que Rolo volvía en sí—. ¡Por supuesto! Eres de los nuestros.
—¡Se está escapando Bradley! —alertó Minami.
—¡Urabe, ve con él! ¡Tamaki, ve a desatar a Villeta!
Urabe y Minami persiguieron a Luciano que se había ido cojeando. Tamaki sacó una navaja que tenía guardada en el zapato derecho y se apuró en cortar las sogas que sujetaban a Villeta. Estaba semiinconsciente. Su pulso era débil. Le urgía ser tratada. Urabe y Minami regresaron. Luciano se había ido como el sucio cobarde que era. Lelouch les pidió ayuda para transportar a la mujer a la camioneta. Debido a su herida en el hombro, no podía hacerlo solo. Entretanto, Urabe y Tamaki se ponían de acuerdo para ver quién cargaba y Minami se tendía en el asiento del conductor, Lelouch miraba a hurtadillas a Rolo. No estaban ni remotamente cerca el uno del otro, pero Lelouch leía las contradicciones en su rostro y leía las pulsaciones de su alma. Podía comprenderlo y analizarlo. Podía, inclusive, predecir lo que sucedería próximamente. Nada iba a ser igual entre ellos.
https://youtu.be/L1L7KQdtR8o
Luego de descubrir que tenía un Geass, Lelouch pidió a C.C. convocar al azar a cuatro de los subordinados de Bradley fuera de la mansión Britannia, haciéndoles creer que era él. Decidió que serían sus conejillos de india. A uno le ordenó disparar a Bradley cuando escuchara que la puerta se abría. Lelouch quería saber si sus órdenes podían cumplirse en la posteridad y no al instante necesariamente. En teoría, no le había ordenado disparar a matar. Lelouch pensaba que Bradley podía serle de utilidad en algún momento y, claro, deseaba encargarse de él en persona. Si acaso moría, su muerte le habría ayudado a determinar cuán preciso debía ser en el futuro al dictar órdenes. A un par les ordenó dejar entrar a él, independientemente del sitio en donde estuvieran, y rebelarse en cuanto vieran a Luciano torturar a Villeta. Lelouch quería saber si era capaz de dominar a más de uno. Al último le dio una orden muy especial...
—A quien veas atacar a Luciano, desármalo y dispárale.
—¿Alguien sería tan idiota para pelearse con Luciano Bradley? —había cuestionado la bruja, cruzándose de brazos. Había estado mirando a Lelouch usar el Geass durante ese tiempo.
—Sí, Rolo lo hará.
—¿Y por qué él haría algo tan descabellado?
—Porque yo se lo ordenaré.
—¿Llevarás a Rolo a una de tus misiones? ¿Quiere decir que confías en él? Discúlpame, por esta vez no te estoy siguiendo.
—No hago esto porque confío en él, hago esto porque quiero que él confíe en mí —le había explicado Lelouch—. Le haré creer que lo salvé de la muerte. Eso lo conllevará a sentirse en deuda conmigo de por vida —había proseguido. Sus labios amagaron una sonrisa diabólica—. Rolo ya se siente cómodo con nosotros. Lo he notado en sus ojos. A él le gusta el ambiente agradable del bufete. Este será el último empujón para hacerlo cambiar sus lealtades.
—¿Y por qué no empleas el Geass en él? —lo había interpelado ella—. Ahora que tienes una forma infalible de dominar a las personas, no sé para qué te complicas.
—Es cierto. Podría utilizar el Geass y ahorrarme este show, pero ¡uhm! No sería tan divertido —había admitido haciendo un mohín—. Quiero que mi alfil me siga por su propia voluntad. Me gusta que mis peones decidan por sí mismos seguirme. Llámalo soberbia o como quieras. Usaré el Geass en él para deshacerme de él, ya cuando no me sirva de nada o cuando intente algo estúpido contra mí. Lo que suceda primero...
Acabada la tercera parte de su plan, Lelouch invocó a los hombres adecuados para hacer con el trabajo. Les contó sus intenciones y les ilustró punto por punto la operación arriesgada que había urdido para rescatar a Villeta. Fue honesto con ellos. Les advirtió que sería una cruzada peligrosa, casi suicida. Pero enfatizó que harían una buena causa. Inmediatamente, Urabe y Tamaki estuvieron adentro. Minami se sumó al proyecto sabiendo que iban a disparar algunos cuantos. A Rolo lo incomodó que Lelouch supiera que había servido a la marina por un corto tiempo. De todos modos, no contrarió a Lelouch y accedió a participar. Acomodadas todas las piezas en su lugar, Lelouch tan solo tuvo que pedirle a Rolo ocuparse de Luciano y dejar que las cosas siguieran de acuerdo a su meticuloso plan.
Lelouch siempre expresó una necesidad de dominio. Quizá eso era lo que más le fascinaba del ajedrez. Desde niño le gustaba sentir en sus manos que poseía el destino de aquellas indefensas piezas, las cuales se movían a su antojo y existían nada más para satisfacer sus propósitos egoístas. Básicamente, ese tablero de sesenta y cuatro escaques blancos y negros era un reino sobre el que tenía absoluto poder y el cual Lelouch se erigía como el rey indiscutible. Esa sensación lo imbuía de seguridad y satisfacción. En un mundo controlado por los adultos, el ajedrez era lo único que podía controlar en su vida. De adolescente, Lelouch aprendió a expandir ese poder hacia las personas. De adulto, literalmente había adquirido el poder para hacerlas suyas y manejarlas igual que sus piezas de ajedrez. Era fascinante y, a la vez, aterrador la forma en que podía disponer de los demás y después botarlos como si no fueran nada, como si fueran... Eso mismo. Piezas de ajedrez. Lelouch intuyó que fue gracias a esa habilidad previa por la cual la vida lo había premiado (o castigado) otorgándole el Geass. Ciertamente, tenía sentido de que ese fuera su poder. Como sea, anhelaba seguir probando el Geass. Todavía le quedaban muchas cosas por descubrir de él.
«Ojalá no llegue nunca el día en que Rolo actúe como imbécil», pensaba Lelouch. «Si voy a desechar a mi alfil, me gustaría ofrecerlo como un hermoso sacrificio. Será mi último regalo en honor a Euphie».
https://youtu.be/jrli8huuWy8
Lelouch y su modesta tropa fueron a la clínica veterinaria de Shirley. Visto que los matones del presidente Charles andaban dándole caza a Villeta para matarla, seguro registrarían cada hospital de Pendragón y con los recursos que Britannia Corps disponía la iban a localizar en un dos por tres. A ninguno se le ocurriría revisar en las clínicas de animales. Adicionalmente, para ellos, la existencia de Shirley era desconocida. Sería un despropósito no aprovechar esa ventaja. Shirley abrió tamaño ojos al ver a Tamaki y Urabe entrar por la puerta trasera de la clínica llevando a Villeta, cual si fuera una muñeca cuyo cordón se rompió.
—Cuando accedí a hacerte ese favor que me pediste, en absoluto imaginé...
—¿Puedes ayudarla? —la atajó Lelouch, cortante.
Shirley se recogió un mechón de su largo cabello anaranjado detrás de la oreja, avanzó hacia el sofá donde Tamaki y Urabe la habían ubicado y se flexionó de rodillas junto a ella. Se las arregló para desabrocharle el chaleco y la camiseta. La examinó inquisitivamente y en ciertas partes la tocó. No presionó muy fuerte y, así y todo, Villeta hizo algunas muecas de dolor.
—Tiene algunas quemaduras, contusiones y posiblemente una costilla rota. Sin una serie de rayos equis ni un doctor podría realizar un diagnóstico decente —expresó con seriedad—. Es mejor trasladarla a un hospital.
—No, nada de hospitales.
—Lelouch... —Shirley se preparó para replicarle golpeándole con la mirada.
—Querían matarla. Se hubieran salido con la suya, de no ser porque llegamos a tiempo. Si la internamos en un hospital le estaríamos despachando un mensaje a sus asesinos dónde está y vendrían a completar su tarea —advirtió con voz tensa—. No te gustaría eso para ella, ¿o sí?
Shirley miró a Villeta moribunda, su frente perlada de sudor, y miró a Lelouch, que esperaba que anunciara su decisión. Durante un minuto, escucharon la respiración irregular de Villeta tornándose más y más pesada y sus gemidos de dolor. La gravedad de sus heridas confirmaba la historia de Lelouch y no tenía motivos para desconfiar de él. Suspiró con resignación.
—Bien. Veré qué puedo hacer.
—Gracias, Shirley —le sonrió—. ¿Crees que estará mejor mañana? Me urge hablar con ella.
—Si su voluntad es más fuerte y ella responde bien a mi tratamiento de emergencia deberías hacerlo. De todas formas, puedo avisarte si está en condiciones.
—Perfecto.
Lelouch reiteró sus agradecimientos y le preguntó si podía prestar su botiquín a su secretario, que había sido herido. Atolondrado, el susodicho se rehusó y les aseguró a los presentes estar bien y que manejaba conocimientos de primeros auxilios, además de tener su propio botiquín en casa. Podría abastecerse por sí mismo. Dicho todo, se despidieron de Shirley cortésmente.
—Bueno, eso ha salido bien —apostilló Tamaki mientras iban saliendo.
—Casi bien —discrepó Lelouch—. Minami mató a dos hombres. Les dije que las armas eran para neutralizar. ¿Qué tipo de perfil bajo vamos a mantener si dejamos rastros adónde vamos?
—Esos matones no iban a tener la misma piedad con nosotros. Iban a matarnos. Eran nuestras vidas o las suyas, ¿qué preferías?
—Prefiero que pienses antes de actuar. Tus errores son los detalles que yo paso por alto. Son el precio que todos pagamos y en esta ciudad el precio es la sangre, ¿quieres que sea la tuya?
https://youtu.be/7H9A4996g4U
Tenía a Minami cara a cara. Era la oportunidad apropiada para usar el Geass sobre él. Sobre todos. Realmente, lo consideró. Cambió de opinión. En su memoria tenía fijo el recuerdo de los ojos vacíos de los matones de Britannia Corps. Los anillos rojos alrededor del iris jamás iban a compararse con el destello que chisporroteaba en las miradas de sus peones. No quería títeres. Quería «peones» leales que lo siguieran porque veían en él la mejor alternativa y que lo admiraran. Lelouch se dijo a sí mismo que tal vez iba a lamentarlo algún día; pues era la opción inteligente, la práctica. El presidente Schneizel tenía razón cuando lo alertó sobre su ego, refiriéndose a él como su peor defecto durante aquella partida de ajedrez en la mansión Britannia. Lelouch y Minami se disputaron en un feroz duelo de miradas hasta que el segundo bajó la suya y reculó a manera de disculparse. Lelouch tenía la última palabra. Como siempre. Los demás observaban. No lo estaban juzgando con la mirada. Más bien, parecían expectantes. Pensó que a lo mejor había sido demasiado severo, que quizá había actuado en represalia por su reciente charla en el bufete y esa fue la ocasión que vio para sacarse dicha espinita. Minami lo había analizado muy bien aquella vez.
Diecisiete años atrás, destrozaron su confianza, lo destruyeron a él. Quedó hecho pedazos. Trató de reconstruirse con los años. Sus pedazos mal sanaron y fue así que aprendió que había heridas que el tiempo no podía curar. Lelouch aceptó que estaba roto y si no podía volver a soldar sus grietas, se fabricaría la armadura más fuerte jamás hecha y, en efecto, eso hizo. Y, desde entonces, cada vez que salía de casa, se la ponía. Tan solo se la quitaba en casa en donde estaban las dos únicas personas que había consentido que lo vieran sin ella.
https://youtu.be/3jNvk8bDXU0
A propósito, qué bueno que por fin estaba en casa. Lelouch se permitió sonreír. La intensidad del día había avivado en él el anhelo de un poco de calma.
—¡Nunnally, he vuelto!
—Estoy en la sala.
Lelouch se despojó de su chaqueta y de su armadura. Colgó la primera en el perchero al lado de la puerta. La segunda se disolvió en el aire. Fue a la sala. Su sonrisa se ensanchó aún más al ver a su hermana sentada en el sillón. La saludó con un beso en la frente.
—¡Hola! ¿Cómo estuvo tu tarde? —preguntó. Al punto, apercibió dos tazas de té y la bandeja de galletas de mantequilla sobre la mesilla. Las migajas desparramadas eran señal de que se las había comido. Nunnally solía comérselas poco a poco—. ¿Tuviste visitas?
—Así es. El fiscal Kururugi vino esta tarde.
Lelouch se congeló. ¿Por qué rayos Suzaku había estado en su casa? Se propuso averiguarlo.
—¿Ah, sí? ¿Vino a verte? —repitió, atónito.
«¿O vino a verme a mí?», lucubraba Lelouch.
—Sí, para hablar sobre ti —contestó. Nunnally poseía algunos talentos de su hermano como ese: el de leer los pensamientos. Nunca le había supuesto una molestia y, francamente, estaba preguntándose si debería preocuparse por eso a partir de ahora—. Está convencido de que tú eres Zero.
Lelouch palideció y se alegró de que Nunnally fuera ciega. Se maldijo a sí mismo por cruel. ¿Qué palabras o qué acción o qué desliz había cometido él para que Suzaku discurriera en tal cosa? Se recompuso tan pronto como pudo y preguntó tratando de sonar risueño, como si le pareciera graciosa semejante ocurrencia, para encubrir sus verdaderas emociones:
—¿Y por qué cree algo así?
—Por tu regreso a la ciudad, por las mentiras que has dicho, por el parecido entre «Z» y Zero, por los clientes que has atendido, por los casos que te has robado y la conexión entre ellos —contó Nunnally—. ¿Es verdad que la última persona a la que defendiste fue Bartley Aspirius?
Lelouch se hacía ideas de que podía haberle comentado Suzaku sobre ese caso. Comprendió hacia donde estaban señalando las flechas. ¿Cómo procedería a continuación?
—Sí.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—No te cuento todo sobre mis casos.
Nunnally vaciló. Él había sido honesto y ella lo sabía. Pensó bien en lo que iba a contestar.
—Este caso en particular debías hacerlo —bramó—. No solo tú conocías a ese hombre, yo también. Su testimonio en el juicio de nuestra madre perjudicó el veredicto.
—Lo siento, no era mi deseo angustiarte —musitó, apenado.
Si Nunnally hubiera podido ver, habría notado que las cejas de Lelouch se tocaron. El hombre se arrodilló en el suelo y queriendo calmarla, cogió su mano. Estaba helada. La apretó entre sus manos para calentarla. Se la besó con afecto.
—¿Y también tomaste ese caso porque, al igual que con el vicepresidente de Britannia Corps, temías que a él le sucediera algo? —inquirió con un deje de ansiedad, como si le asustara no oír la respuesta que deseaba.
—Sí...
—¡¿Y por qué perdiste?! —lo encaró—. Hermano, nunca has perdido en los cinco años que llevas ejerciendo. Eres inteligente, meticuloso y trabajas muy duro. Estuve investigando más el caso y creo que pudiste haber ganado. Todas las evidencias contra él eran circunstanciales, ¿no es así como tú me dijiste que se llamaban aquel tipo de evidencias que al contrario de las directas se basan en inferencias y no en hechos? ¿Y que esas se pueden refutar si el abogado es lo suficientemente astuto?
A Lelouch lo lastimó que Nunnally empleara sus propias palabras en su contra. Su memoria era tan buena como la suya, por desgracia. Adrede, Lelouch había eludido preguntarle si ella creía en la acusación de Suzaku o si tenía evidencia contra él. En parte, para no aumentar las sospechas si acaso las tenía. En parte, por miedo. La imagen que Nunnally tenía de él era de un gentil y bondadoso hermano. Por nada del mundo podía dejar que aquella imagen también se hiciera añicos. Era todo lo que tenía Nunnally, pero mentirle le hacía sentir despreciable. ¿Qué haría?
—Soy humano, Nunnally, me puedo equivocar. Algún día iba a suceder...
—¡¿Y por qué Suzaku inventaría tales historias?! ¡¿Con qué beneficio?! —chilló Nunnally. Su voz sonaba herida. Lelouch sentía que el coraje con el que se había armado para mentirle a su hermana se estaba fracturando—. Él dijo que lo habías admitido. Llegó a repetirme tus palabras: «¿Cómo podría estar en paz conmigo mismo sabiendo que un asesino salió impune por mi culpa? Tomé una decisión, actué conforme a mis creencias y se hizo justicia». Dijo eso sin titubear ni corregirse una sola vez y añadió que esa que era la mentalidad de Zero.
—Suzaku está resentido conmigo, Nunnally. Su amor por esa joven lo ha cegado. Quiere que alguien sea castigado por lo que le hicieron y ha redirigido toda su rabia y su dolor en mí. Ya que Suzaku no pudo encerrarme porque no había pruebas concluyentes, lo hará de otra forma.
De improviso, Nunnally se arrojó a los brazos de su hermano. De modo tan abrupto que temió que cayera de su silla. Aturullado, le correspondió el abrazo. Cepilló su cabello y acarició su espalda con ternura para tranquilizarla, tal cual solía hacer cuando tenía una pesadilla o sufría un ataque de ansiedad. De niña aquellos episodios fueron muy constantes.
—Quiero creerte, hermano. No hay nada más que desee —le susurró al oído. La oyó sorberse la nariz. Se separó y apoyó su mano en su pecho—. Pero, ¿cómo puedo creerte si tu corazón palpita así? ¿Qué te asusta?
Le tembló el labio a Lelouch. No lo abrazó buscando afecto, fue una estrategia para escuchar su corazón desbocado. Así como había verificado el pulso de Suzaku para verificar si mentía. Siendo ciega, su hermanita había desarrollado sus otros sentidos mejor que cualquiera. Había caído en el trágico error de subestimarla. Siempre había sido su dulce niña, su muñequita de porcelana, su pequeña hermana. Ella lo sabía y se había aprovechado de eso. Su hermano se separó y la miró con los ojos desorbitados.
—Tengo dudas, Lelouch —confesó, atragantándose con las palabras—. No pude ni decirle a Suzaku dónde estabas hoy cuando me preguntó.
Suzaku. El nombre del único que había sido capaz de vulnerar su armadura impenetrable. En frente de la jefatura, al cruzarse con aquella mirada de odio, la fisura se abrió y en la sala de interrogatorios se ahondó más. Lelouch sintió como su fisura se agrandaba cuanto más veía el dolor tallado en el dulce rostro de Nunnally. Tragó saliva.
—Nunnally —tartamudeó—, yo...
—Estuve la tarde entera pensando qué pudo haberte impulsado a tomar venganza y creo que sé por qué. Es por mí, ¿no? —gimió. Alargó la mano buscando su mejilla—. Te hice prometer un mundo de justicia porque soltaron al asesino de mamá. No quiero un mundo de justicia si tú no estás en él. Eres mi mundo —sollozó. Lelouch observó cómo gotas de agua se formaban en sus pestañas—. ¡Por mi culpa no has podido tener una vida normal! —chilló—. Olvídate de lo que te dije. Olvidemos todo. Vayámonos, sí. ¡Vayámonos! Volvamos... ¡No, salgamos de este país!
—Pero, Nunnally, soy feliz —aseguró Lelouch, notoriamente compungido. Enjugó frenético las lágrimas que se derramaban por las mejillas calientes de Nunnally con ambas manos, pero a esas le salían más y más—. No podemos irnos. Aún no. Por favor. Permíteme, por lo menos, decirle a mi novia...
—¿Novia? ¿Cuál novia? —cortó Nunnally. Quería asegurarse de que había oído bien.
—Mi novia —repitió—. Con quien hoy estuve en esta tarde.
—¿Quién es?
—Es Kallen.
—¿Kallen, tu abogada? ¿Aquella que te defendió? ¿Aquella que salvó tu vida?
Ahora era Nunnally quien balbuceaba. Lelouch le agarró la mano y le sonrió para sonar más seguro y emocionado. Asintió vigorosamente con la cabeza.
—¡Sí, ella!
—Pero, ¡¿cómo?! ¡¿Desde cuándo?!
—No tenemos mucho tiempo saliendo. No quería decírtelo. Deseaba que fuera una sorpresa. Perdóname por haberte preocupado.
—Conque eso era lo que intentabas decirme, ¡¿no?! ¡Tonto! Tuviste que haberme parado —le riñó, incapaz de contener el sollozo sordo que rompía su voz. Ella lo empujó en el hombro débilmente. Volvió a sonreírle mientras se frotaba un ojo—. ¡Prométeme que serás feliz! Que nada será más valioso para ti que tu felicidad.
—Te lo prometo.
Lelouch envolvió a su hermana entre sus brazos con tal violencia que casi la asfixiaba. Pero ella se echó a reír loca de contenta en respuesta. El semblante de Lelouch se había desfigurado en una mueca dolorosa. Lo que hubiera dado en ese mismo instante por arrancarse la maldita lengua de la boca para acabar con las mentiras que lastimaban a las personas que más amaba. Escuchó a Nunnally sorberse los mocos. Estaba más calmada. Lelouch siempre cumplía sus promesas. Tenía la seguridad de que respetaría su palabra. Le constaba.
Al igual que a C.C. que contemplaba con una insondable expresión, desde el resquicio de la puerta de la cocina, el conmovedor cuadro familiar. Estaba fumando cuando la discusión en la sala atrajo su interés. C.C. apagó el cigarrillo en el cenicero sobre la encimera, lo tiró a la papelera y lentamente se alejó.
* Cuando el fin es lícito, también lo son los medios utilizados
N/A: ¡y hasta aquí llegamos! Lo sé, lo sé, sé que no tengo excusa ni perdón. Dije que iba a actualizar ayer y lo hice hoy. Están en su derecho de sentirse molestos. Por esta razón no me gusta indicar cuándo voy a actualizar. No soporto romper corazones. Creí que, dado que tengo varios capítulos guardados, era más seguro decir cuándo actualizo. Pero ni así. ¿Qué ocurrió esta vez? Se me presentó una contingencia el sábado, el día en que iba a empezar a corregir, por lo que empecé tarde a leer el capítulo.
Debo decir que estos capítulos de la segunda parte son muy extensos. No sé cómo será su experiencia lectora, pero, hablando por mí, me agota leerlos y corregirlos. A veces me he sentido tentada a partirlos y si no lo hago es porque ya tengo varios guardados así en Word (actualmente, ando escribiendo el capítulo 30). Temo que si los fragmento, se me traspapelen al renombrarlos o se me pierdan, lo cual es peor. Así que para la tercera parte me comprometeré para que la extensión de los capítulos sea más o menos como de la primera parte.
Dejando eso de lado, tengo una buena noticia qué darles.
La primera es que prometí que este mes iba a haber doble actualización y lo habrá. Este 30 de agosto llegará el capítulo dieciocho titulado «Enemigo». ¿Por qué el 30? Porque cae lunes y es día de mi cumpleaños. Quiero compartan algo de su entusiasmo conmigo. Este año no ha sido muy bueno para mí.
Finalizada la cuña publicitaria, ¿qué podemos decir de este capítulo? Les confieso que este es mi capítulo menos querido de esta segunda parte. Aun así, hay ciertos momentos épicos que me gustaría rescatar: la conversación de Schneizel y Luciano, la tortura de Villeta y su posterior rescate (damnt! Me encantó la relación que establecí entre el Geass y el ajedrez). Se podría decir que son mis escenas favoritas de este capítulo.
Al igual que en el animé, Lelouch engaña a Rolo haciéndole creer que lo salvó a fin de ganárselo. Estuve debatiéndome si usar otra estrategia, y decliné. Yo disfruté en la serie este momento porque es uno de los cuales vemos la faceta más oscura de Lelouch y una de las contadas veces en que él se regocija en su propia maldad, haciéndonos sentir pena por Rolo. Fácilmente diría que es una de mis escenas favoritas de R2. Quería insertarla por eso y porque favorece al progreso del arco narrativo de este Lelouch.
Esto, a su vez, nos sirvió para que Lelouch utilizara el Geass voluntariamente. Tal como pudieron leer en la escena de Lelouch y C.C., verán que me he volcado hacia el campo de la ciencia ficción para atribuir una explicación al Geass. Lo vi más consistente para este mundo que he creado. No se preocupen si la explicación les pareció insuficiente. Iremos descubriendo cositas sobre el Geass en el transcurso de la novela. Lelouch, en la serie, se refiere al Geass como una forma de deseo aludiendo a su caso y al de C.C. que les permitió obtener lo que ellos deseaban. De ahí que yo tomé esa palabrita y se la conferí como título al capítulo en que teníamos un preámbulo de lo que era el Geass. Vemos, asimismo, que el deseo de este capítulo no solamente se reduce en la forma del Geass, sino en los deseos íntimos de Villeta, Suzaku y Nunnally.
Aclarado esto, procedo a dejarles las preguntas que corresponden para hoy. Ya si tienen alguna duda, díganme en sus comentarios y con mucho gusto hablaremos más sobre el proceso creativo. Bien, ¿qué les ha parecido este pequeño cambio con respecto al Geass? ¿Imaginaban que el presidente Charles estaba detrás de las desapariciones? ¿Por qué creen que experimentó con su hijo? ¿Qué opinan del nuevo descubrimiento del pasado de C.C.? (Vean cómo me las he ingeniado para que mis cuatro personajes principales tengan cicatrices). ¿Cuál lado de Suzaku creen que ganará: el abnegado o el ambicioso? (Esto es lo que me fascina de los personajes como Suzaku). ¿Les sorprendió que Lelouch engañara a Rolo tal como en el animé? ¿Quieren que lo sacrifique o no? Esto era algo que se cocía desde la charla con Minami, ¡por cierto! ¿Qué opinan de mis chicos: Urabe y Minami? ¿Les agradan? En el animé, eran personajes de telón de fondo. Aquí los he dotado con una personalidad propia. ¿Están de acuerdo con el castigo de Villeta: ser despedida justo cuando estaba a punto de ser promovida para ser abandonada por Britannia Corps más adelante? Huelga decir que en su castigo está incluida la tortura de Luciano. No sé por qué no les pregunté si estaban de acuerdo con el castigo de Aspirius. En todo caso, me dicen si les apetece. Yo, por mi parte, les confieso que me dio impotencia leyendo el flashback de Lelouch. ¿Echaron de menos a Kallen? ¡Yo sí! Necesitamos el capítulo dieciocho cuanto antes. ¿Qué repercusiones creen que traerá la charla entre Nunnally y Lelouch? ¿Qué pueden deducir del final de este capítulo? ¿Expectativas para el próximo? ¿Escena favorita de este capítulo?
¡Los estoy leyendo, malvaviscos asados! ¡Se me cuidan! ¡Besitos en la cola!
PD: Haré lo imposible para actualizar el 30 de agosto.
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