Capítulo 16: Venganza
Una vez todos los presentes se sentaron, el honorable juez Calares pidió al fiscal pronunciar su alegato inicial. Suzaku se puso de pie y se plantó frente al jurado y se inclinó. «Demuestra que eres respetuoso ante el jurado», le había indicado el fiscal Guildford cuando Suzaku era apenas un pasante. «No tema reducir el espacio entre ustedes. Haga que sientan que eres parte de ellos». Suzaku agarró con firmeza el pasamanos delante del estrado y examinó cada uno de los rostros de los miembros del jurado. Dio inicio a su alegato con voz alta y clara:
—Soy el fiscal público designado, el fiscal Suzaku Kururugi, voy a estar aquí para asistirlos a hacer el juicio. Con el fin de ayudarlos a entender, he preparado una presentación —Suzaku apretó el botón del mando, la pantalla al lado del estrado se iluminó y fueron apareciendo los hechos criminales sujetos al juicio. «Cuando pronuncia su alegato inicial, no solamente está enumerando hechos, está contando una historia. Sé que es complicado, pero trate de convertir el caso en una frase, en un tema, en una palabra, para que así tus palabras salgan de la boca del jurado cuando esté en la sala de deliberaciones»—. La madre del acusado fue encontrada muerta en su casa hace diecisiete años. La investigación determinó que la causa había sido suicidio, no obstante, el acusado declaró, durante un juicio, que fue un asesinato orquestado por Charles zi Britannia, el padre de la víctima, Euphemia li Britannia, aun cuando nunca fue comprobado. Años posteriores, el acusado —Suzaku recorrió la tribuna con la mirada. Había dejado a Lelouch para el final. «Siempre mire directo a los ojos del acusado. Si no es capaz de hacerlo mientras lo llama "culpable", ¿cómo espera que el jurado lo haga?». Suzaku alargó el brazo hacia quien fue su amigo—, este mismo acusado, a quien ustedes ven, conoce y tiene una relación formal con la víctima y después, el 8 de septiembre del 2027, cerca de las 2:14 de la tarde, la envenenó. Al matar a la víctima, el acusado se vengaría de su padre haciéndole saber el dolor de perder a un ser querido. Hoy, aquí, considerando toda la evidencia, tengo la intención de presentar a los miembros del jurado las pruebas de los cargos. En una visita a la casa de la víctima, el acusado pone arsénico en su vino, se asegura de que lo beba y enseguida, con el propósito de no ser atrapado, trata de huir. Sin embargo, es atrapado in fraganti. En su propia declaración el acusado confesó que, efectivamente, estuvo en la casa de Euphemia y que intentó escapar al avistar a la policía. De acuerdo con el artículo 250 del código penal, la fiscalía acusa al acusado de asesinato —cerró Suzaku, tajante. Era evidente que esas palabras estaban destinadas a él y quería que lo supiera.
«Por encima de todo, no debes llamar al acusado por su nombre. Da igual si suena reiterativo. Esta no es una clase de lengua y literatura. Nombrar a alguien lo humaniza. Es compadecerlo. No quiere que el jurado se apiade del acusado, ¿o sí, fiscal Kururugi?». Nada más uno de los consejos del fiscal Guildford Suzaku nunca siguió. Ese. Pensaba que incluso el acusado más despreciable tenía derecho. Ya no estaba tan seguro de eso. Suzaku regresó a su silla. El juez acercó la boca al micrófono:
—Abogada, ¿admite la acusación hecha por el fiscal?
La abogada se puso de pie y respondió con tal seguridad que disipó todos sus nervios:
—No aceptamos los cargos. El acusado se declara inocente.
—Está bien. Defensa, proceda con su argumento.
La abogada Stadtfeld asintió y se posicionó frente a la tribuna del jurado. «No olvides que el alegato inicial es una historia que tú ya masticaste, tragaste y digeriste y debes regurgitar para dársela al jurado», le había puntualizado C.C. mientras removía su vaso con el meñique. «Y, sobre todo, no olvides que el narrador es el personaje más vital: es quien controla la historia»
—Soy la abogada del acusado, Kallen Stadtfeld. Antes de comenzar mi presentación, quisiera felicitar al fiscal Kururugi por el estupendo trabajo que realizó por encontrar la verdad —dijo forzando una sonrisa rígida y volviéndose momentáneamente al susodicho, que parecía poco receptivo ante el elogio. Prosiguió—: Saben, al inicio, cuando estudié minuciosamente toda la evidencia, reconozco que yo también concluí que el acusado era el culpable; pero al poner atención a los detalles y al hablar con el acusado descubrí demasiadas dudas para poder dar por sentado que es culpable. Huir de la escena no es prueba de que pretendía evadir la justicia. Nada más estaba aterrorizado: había visto a su amada morir delante de él y había recibido un disparo. No lo habían interrogado siquiera y estaban tratándolo como sospechoso. No como el primer testigo —explicó—. La muerte de Euphemia li Britannia fue una tragedia. Era una joven hermosa, brillante y tenía varios años por delante. Es natural sentirse tristes y enojados. Es natural desear arreglarlo de algún modo. Es natural ansiar que alguien pague el daño. Pero Lelouch Lamperouge no hizo nada malo. Y quiero repetirlo para que no haya ninguna duda: Lelouch Lamperouge no hizo nada malo. Él es inocente. Toda la evidencia no demuestra que el acusado asesinó a la víctima. Es circunstancial. ¿Su reacción fue la correcta? Por supuesto que no. ¿Le hubiera gustado ser más valiente y permanecer en la escena? Por supuesto que sí. Pero no se puede retroceder el tiempo. Así como el fiscal se va a esforzar por mostrar que el acusado es culpable, presentaré pruebas que refutarán la afirmación de la fiscalía. El hecho de que no existe ninguna evidencia directa que señale su culpa será nuestra base para negar los cargos. Muchas gracias.
Concluido su alegato inicial, Kallen fue a sentarse. La había fastidiado que Suzaku se apoyara en material audiovisual y se lamentó por no ingeniársela en su fuero interno. Se sintió mucho mejor tras dar su alegato.
Y, sin más, la fiscalía presentó su primera prueba.
—En conformidad con el historial de llamadas de la víctima, la última persona en hablar con ella no fue otro que Lelouch Lamperouge y, alrededor de las 1:45 PM del día 8 de septiembre del 2027, él fue a su casa. En la escena, el acusado sirvió vino a ambos y echó veneno en uno de las copas. Exactamente fue arsénico. Le dio la copa con el veneno a la víctima y la mató —narró Suzaku con aire grave. La pantalla pasó imágenes de la botella de vino, de las copas medidas y etiquetadas cada una y del cadáver totalmente reseco. Varios miembros del jurado y el público no consiguieron reprimir una mueca—. En la botella y en las copas había huellas pertenecientes al acusado. La autopsia reveló que la causa de muerte fue una dosis mortal de arsénico. El mismo día del siniestro fue incautado del bufete de abogados que el acusado dirigía y hallamos arsénico —la pantalla cambió mostrando un plano general del arsénico—. Tenía en su posesión la cantidad suficiente para matar a alguien...
—Maldito perro infeliz —musitó Kallen sin retirar los ojos de la pantalla—. ¡No puedo creer que usara imágenes a color!
Lelouch, por su parte, no estaba impresionado ni molesto. Suzaku le había prometido que se vendría armado hasta los dientes. Aquello le había servido para tener una idea de cuál era su estrategia: influir en el jurado mediante el impacto. Muy probablemente lo hubiera hecho él. No su amigo. Esto era nuevo. Suzaku confirió al juez sus evidencias y tomó asiento. Le tocó el turno de la defensa.
—La víctima fue quien llamó y el acusado le respondió. Si estaba planeando asesinarla aquel día, ¿no debió realizar la llamada el acusado y quizás atraerla a un escenario en que estuviera más cómodo? —la abogada se quedó en suspenso dejando que la pregunta flotara por un rato para que el jurado se la replanteara en sus mientes—: entiendo que las huellas en la botella y en las copas y el arsénico en su oficina señalen al acusado como sospechoso y que tal vez sea el culpable o tal vez todo esto significa que alguien tramó todo esto para que Lelouch parezca el asesino. Si todo ocurrió como el fiscal afirma y el crimen fue premeditado, el acusado tuvo que ser meticuloso; empero, la cantidad de evidencia que reunieron resulta demasiado obvia y es absurdo que alguien tan inteligente la pudiera dejar. Parece que alguien quiere que él —la abogada señaló a su defendido y sin permitirse treguas se dirigió de nuevo hacia el jurado— aparezca como culpable. Si ignoramos la posibilidad de que el responsable es otro, estaríamos cayendo en su trampa. Y, cuando existen suficientes motivos para creer que podría haber otro sospechoso, entonces el acusado debe considerarse inocente. Inmediatamente después de que el crimen fue revelado, la policía y la fiscalía pusieron todas sus sospechas en el acusado sin tener en cuenta ningún otro sospechoso en su investigación. En el momento del hecho, en la escena, pudieron estar otras personas, además del acusado —la pantalla volvió a enseñar las fotos de la botella y las copas—. No solamente las huellas dactilares de Lelouch estaban en la botella y las copas, estaban también las de Naomi Inoue, que es ayudante de cocina, y otras huellas sin identificar. Algo que no mencionó el fiscal es que la botella de vino que Euphemia y Lelouch bebieron es de una viña que es propiedad de la familia —la abogada pasó las fotos de la aludida viña—. De esta viña se producen entre 400 y 800 galones de vino por acre que almacena en el bodegón de la mansión Britannia, al cual todos los empleados y miembros de la familia tienen acceso, del mismo modo que a la vajilla de la casa. Tampoco podemos dejar de lado que Ayame Futaba reportó un crimen a la policía a las 2:00 de la tarde de ese día y justo quince minutos después, según el informe de autopsia, murió la víctima, ¿no es inusual? ¿Acaso sabía lo que iba a pasar?
Kaguya asintió de forma perceptible y susurró algo en el oído de la persona que tenía al lado y que estaba garabateando algunas cosas en su libreta. Nunnally que contenía la respiración por la angustia sintió que pudo liberar la presión acumulada. Sayoko le frotó afectuosamente la espalda. Por culpa de la intriga visceral, Nunnally sentía que los minutos iban sucediendo a cuentagotas. C.C. sabía que era prematuro cantar victoria. Fiel a su naturaleza prudente, se decantó por aguardar para ver con qué salía la fiscalía.
Suzaku se había quedado mirando a la abogada sin pestañear. Había estado oyendo su alegato atentamente. Cuando tuvo que responder ante la sugerencia que estaba planteando la defensa, se explicó con remanso de tranquilidad:
—Como dijo la abogada, es verdad que nosotros descartamos que hubiera otros sospechosos. No fue necesario que ofrecieran coartadas ya que la defensa desechó todos los motivos para sospechar de cualquiera de ellas. Las huellas de Naomi Inoue estaban en la botella y en las copas porque es la asistenta de cocina y suele manipular la vajilla de la casa. En consecuencia, si hubiera perpetrado el crimen sería la primera sospechosa, lo que no coincide con el perfil del asesino inteligente y meticuloso que no comete errores tan obvios. Ayame Futaba sí hizo la llamada porque escuchó a Euphemia y al acusado discutir. Una declaración que es apoyada por los demás testigos que rindieron testimonio a la policía. Remitiéndome a lo expuesto por la abogada, el asesino no puede ser alguien descuidado. Teniendo en cuenta todo lo anterior, ¿no deberíamos descartar a estas dos mujeres de la lista de sospechosos? —Suzaku lanzó una dura mirada por encima del hombro a la mesa de la defensa—. Fundamentar sospechas sin evidencia alguna únicamente los perjudica. Deberían saberlo —añadió él, lapidario. Otra vez se volvió al jurado y remató—: podrá haber sospechosos. Pero, de todos, el más sólido y con evidencias reales es el acusado —ahí podría haber finalizado y habría sido estupendo ya que dio una estocada fatal. No obstante, Suzaku quería enterrar más hondo el filo de su espada y dijo al juez—: ahora bien, su señoría, me gustaría convocar al estrado a mi testigo, la señorita Ayame Futaba.
El juez Calares otorgó su consentimiento. Kallen rumió con ojeriza el nombre de Suzaku tan bajo que ni Lelouch, que estaba a su lado, la escuchó. Tamaki pudo escupir su resentimiento: «Maldito fiscal». Una ligera convulsión corrió por las facciones de Shirley. La fiscalía había arrinconado a la defensa.
En cuanto la testigo ocupó su puesto, Suzaku le preguntó si era cierto que había telefoneado a la policía el día del siniestro. Ella lo confirmó.
—¿Por qué?
—Había escuchado que un hombre estaba gritándole a la señorita li Britannia. Aunque estaba en la cocina, sus gritos eras perfectamente claros. Me asusté, fui a ver y comprobé que estaban peleando. Temí que él la agrediera. Fue por eso que llamé a la policía.
—¿Podría decirnos qué fue lo que escuchó con exactitud?
—¡Sí! Lo recuerdo muy bien —repuso moviendo vigorosamente la cabeza—. Él dijo: «si de verdad piensas que puedes hacer justicia en un sistema corrupto y que la sangre que derramó Britannia Corps se quitará con agua eres una estúpida».
Lelouch bufó. En apariencia, su rostro era la imagen perfecta de la calma, cuando, en realidad, estaba luchando por mantener al margen sus emociones. Había dicho algo similar, sí. Aunque no había proferido con exactitud esas palabras. Para que pudiera habérselas escuchado tenía que haber estado en una distancia relativamente cerca. Espiando a lo mejor. Lelouch apretó tan fuerte la mandíbula del coraje que creyó que iban a partírsele los dientes. Todos lo habían escuchado insultar a Euphemia. Pero nadie salió a atender sus gritos de auxilio.
—¿Puede identificar al hombre que estaba junto a su difunta ama?
—Sí —asintió—. ¡Ese hombre que está ahí! —afirmó señalando a Lelouch con el dedo.
—Eso es todo, su señoría.
—Abogada de la defensa, por favor, interrogue —dijo el juez Calares, fingiendo que leía el análisis de huellas consignado por la fiscalía.
La aludida se levantó pasando por alto el desdén del juez y se plantó cara a cara con la testigo, al término que Suzaku se marchaba.
—Usted acaba de decir que vio a Lelouch Lamperouge pelear verbalmente con la víctima y sobre Britannia Corps, la empresa de su familia.
—Sí.
—¿Y está segura? Podría estar equivocada ya que escuchó que le decía eso desde la cocina. Estaba bastante lejos.
—No, yo estoy segura.
—Ya veo. Si su memoria es tan buena, supongo que recordará cómo iba vestido. Después de todo, pudo identificarlo, ¿no? ¿Puede decirnos de qué color era su traje?
—¡Uhm! Azul
—¿Segura?
—Sí, sí, muy segura.
La abogada no dijo nada y la pantalla proyectó la respuesta: Lelouch había cambiado de ropa cuando lo arrestaron. Aun así, la policía se apropió del metraje del CCTV instalado afuera de la mansión, en el cual había capturado imágenes de Lelouch cuando tenía el traje y la abogada logró hacerse con ellas. El traje era negro. «Negro, él siempre usa negro», le hubiera gustado enfatizar. En vez de eso optó que la testigo reconociera su error.
—Testigo, ¿de qué color es el traje?
—Negro —balbuceó la testigo, anonadada.
—¿Todavía está segura de lo que vio y oyó?
—Bu-buen-bueno, n-no...
—¡Objeción, su señoría! —se quejó Suzaku—. El color de la ropa que llevaba el acusado ese día no es pertinente, sino lo que escuchó y el rostro de la persona que vio.
—Su señoría, esto es vital para verificar la credibilidad del testimonio —arguyó la abogada.
—Bien —cedió el juez forzando un suspiro—. El jurado objetivamente tomará el reclamo de ambos lados en consideración —previno, girándose hacia al jurado a su derecha al referirse a ellos—. Esto concluye con el interrogatorio de este testigo.
Tamaki sonrió con aires de suficiencia. Por fin, la defensa había golpeado a la fiscalía. Milly y Rivalz intercambiaron una mirada llena de entendimiento. La abogada lo había hecho bien desacreditando al testigo del fiscal. Suzaku no lucía feliz. No le había gustado que Kallen lo derrotara en esa ronda. Con todo, eso no mermó su ánimo. No tendría piedad para su siguiente ataque. Llamó al presidente de Britannia Corps y hermano de la víctima como testigo. Tenía algo que decir.
—...Decidí acercarme y estudiar el carácter del hombre que había cautivado el dulce corazón de mi Euphie. A priori, me había dado una buena impresión. Parecía un hombre inteligente y cordial, pero desconocía mucho de él y me embargaba una sensación de que nos habíamos visto antes. Cuando lo confronté, me lo ratificó. Dijo que quería vengarse por el asesinato de su madre, Marianne Lamperouge, y por todas las penurias que él y su hermana padecieron. «Mi sangre clama por justicia y voy a tomarla como sea», eso dijo textualmente. Yo me había preocupado por la vida de mi padre. Nunca imaginé... ¡Dios! Nunca me atreví a pensar que hablaba de tomar la vida de Euphie. ¡Ella era inocente en todo esto! —gimió—. No obstante, sí pasó por mi cabeza una cosa: grabar nuestra conversación. Aquí la tengo...
Lelouch había desviado la vista durante el testimonio del presidente Schneizel. No era ningún misterio que este juicio había sido urdido por su hermano para deshacerse de él. Por ende, no se molestó por unos argumentos más huecos que la cáscara de una nuez. No bien, la evidencia en vídeo encendió las alarmas y Lelouch le envió una mirada de súplica a Kallen que protestó de inmediato:
—¡Objeción, su señoría! La evidencia no fue admitida antes del juicio.
—Pude conocer la existencia de este metraje y convencer al testigo de que la presentara en la corte anoche —se excusó Suzaku—. Me disculpo por no haberlo notificado con antelación.
—¡Su señoría, esto es inaceptable! —insistió la abogada.
—De acuerdo —tronó el juez Calares—. No voy a reproducir el metraje ahora mismo, pero aceptaré la descripción de los contenidos.
Suzaku hizo entrega del vídeo e invocó a un testigo más: el acusado. La expresión de Lelouch había sido impertérrita en casi todo el juicio. Estaba escuchando el desarrollo el proceso sin enfocar la vista en nada. Nomás, cuando los labios de Suzaku articularon su nombre, Lelouch levantó sus ojos y se cruzó con los suyos, que ya estaban haciendo un agujero en su cráneo. Lo captó al instante. La intención de Suzaku era golpear más abajo. Se incorporó despacio y se dirigió hacia al atril de los testigos. De refilón vio el mar de rostros en el fondo. La mayoría apostaría las uñas que era un asesino. Daba igual. La opinión del jurado era la única que debía importarle. El trayecto se le hizo eterno. Mas Lelouch avanzó con seguridad y cierta altivez. El miedo no penetra en el corazón cuando se sabe qué se enfrenta. Juró decir la verdad y nada más que la verdad y se dejó caer en el incómodo asiento. Dedicó una mirada a Kallen, cuya preocupación había transformado su semblante, y después a Suzaku, de pie, con los hombros rectos y el ceño fruncido. Fue en ese punto que nuestro héroe se vio a sí mismo desprotegido a merced de su destino. Tal cual diecisiete años atrás, Lelouch estaba solo en el juzgado y las personas que creían en él, que no buscaban hacerle mal, no podrían ayudarlo.
—¿Usted tuvo una relación romántica con la víctima, Euphemia li Britannia?
—Sí.
—¿Usted sabía que su padre era Charles zi Britannia, el hombre que, según usted, ordenó el asesinato de su madre?
Lelouch gruñó. Ya veía a dónde conducía su interrogatorio. Tenía que decir la verdad. Nadie iba a creerle si mentía. Euphemia era una socialité.
—Sí, pero yo...
—Conteste sí o no, acusado —lo atajó Suzaku.
—Sí, lo sabía —murmuró Lelouch, renuente.
—¿Es cierto que en el juicio de hace diecisiete años usted declaró en el tribunal que Charles zi Britannia planeó asesinar a su madre?
—¡Objeción! —protestó la abogada Statdfeld saltando—. La fiscalía está haciendo preguntas fuera de lugar para obtener las respuestas que quiere.
—Su señoría, esto conlleva al motivo —se justificó Suzaku.
—Objeción revocada. Prosiga, fiscal.
Frustrada, la abogada Stadtfeld se derrumbó en su asiento con brusquedad y cerró los puños. Suzaku no era su único adversario. También el juez. El juicio estaba arreglado. Kallen lanzó una mirada ansiosa a C.C., que inclinó la cabeza. Era la señal que aguardaba impaciente.
—Le repito la pregunta... —retomó Suzaku—. ¿Es verdad que en el juicio de hace diecisiete años usted declaró en el tribunal que Charles zi Britannia planeó asesinar a su madre?
Lelouch observó con fijeza a Suzaku como si no tuviera la respuesta consigo en ese momento. No, como si estuviera desafiándolo. Suzaku le sostuvo la mirada. Lelouch se tomó su tiempo y bajó la cabeza. Sus cervicales no aguantaban más mantenerla recta. Suzaku era consciente de cuán peligrosa era la elocuencia de Lelouch. No podía permitir que engañara al jurado con sus mentiras. Fue muy cuidadoso preparando las preguntas para el interrogatorio.
—Sí.
—Desde luego que sí —confirmó casi con sorna, como si no hubiera dado crédito a sus oídos, como si era indispensable afirmarlo por segunda vez. Se giró sobre sus talones cambiando su foco de atención hacia jurado, al juez y al público y con una vehemencia involuntaria, dijo—: el acusado regresa a Pendragón, su ciudad natal, diecisiete años después de la muerte de su madre y, por azares de la providencia, conoce a la víctima, Euphemia li Britannia, la hija del hombre que acusó de asesinato en el pasado, y tiene la oportunidad de vengarse de él...
—No es cierto. Yo no mataría a la mujer que amaba —siseó Lelouch.
—...Así que solo aguarda el momento preciso para llevar a cabo su atroz crimen que fue la tarde del 8 de septiembre del 2027...
—¡Objeción! —exclamó la abogada.
—¡Denegada! —rechazó el juez Calares.
—...La grabación del día anterior es su declaración de intenciones. No tengo más preguntas. He acabado con este testigo —expresó Suzaku recalcando cada palabra.
Suzaku inclinó la cabeza con pesar ante el juez y se echó en su silla. Agotado o abismado en sus pensamientos o abatido por la víctima, su amada, Euphie.
—Está bien. ¿La defensa va a interrogar al testigo? —preguntó el juez Calares con apatía.
—No, su señoría. Prefiero convocar al nuestro.
—No he sido informado de que la defensa traería un testigo —rezongó el juez poniendo mala cara. Desvió la mirada a Suzaku—. ¿Cuál es la opinión de la fiscalía?
—No podemos aceptarlo ya que no tuvimos una consulta previa.
—Encontramos a este testigo esta mañana, de modo que no pudimos seguir el procedimiento —aclaró la abogada Stadtfeld—. Su señoría, por favor, acéptelo. La posición de este testigo justifica su testimonio que es crucial para esta audiencia. Si el problema es la credibilidad de su declaración, le garantizo que su posición desvanecerá sus dudas.
El juez Calares se mesó la barba. La frente de Suzaku se pobló de arrugas pensando en quién podría tratarse. Lelouch avizoró de hito a hito a su abogada. No le había participado nada de esto. Deliberadamente, Kallen evitó devolverle la mirada. A la larga, el juez preguntó:
—¿Quién es el testigo?
La curiosidad pudo más. Tal como habían previsto. La abogada esbozó una sonrisa triunfante.
—El expresidente de Britannia Corps y el padre de la víctima, Charles zi Britannia.
Al pronunciar esa respuesta, había conjurado al dueño de ese nombre famoso o infame, según el punto de vista de cada quien. Las puertas del juzgado se abrieron y desfiló a través de ellas el patriarca de los Britannia. Se desplazó en dirección al estrado robando las miradas de todos. Parecía un dios que acababa de hacer su primer acto de aparición que un testigo importante.
—¿Estás viendo lo que yo veo? —indagó Rivalz meneando el hombro de Milly—. ¿No estoy soñando que el presidente Charles está aquí?
—Si es un sueño, entonces todos estamos dormidos.
—¡Mamá! —exclamó Tamaki, boquiabierto.
Entretanto, Cornelia exigía explicaciones a su hermano...
—¡Schneizel, ¿qué significa esto?!
...Que no podía dar porque no las tenía y porque estaba haciendo el sobrehumano esfuerzo por controlar la sensación visceral que se expandía dentro de él. Había palidecido. No por la sorpresa, como se había convencido Cornelia; sino por la cólera. Suzaku estaba en shock. Su expresión se había vuelto ausente. Se había convertido en una estatua. A Lelouch se le desorbitaron los ojos como si lo hubieran bañado en agua helada; si bien, en contraste con Suzaku, no estaba paralizado del todo. Siguió con la mirada al presidente que se detuvo enfrente del juez, quien estaba igual de asombrado que el resto:
—Juez Calares, me gustaría hacer una declaración. Ustedes tienen al hombre equivocado —indicó el presidente y engarzó su mirada sonriente con la de su hijo para añadir incontinenti—. El abogado Lamperouge es inocente.
—Bien. Apruebo la solicitud —convino el juez, cabeceando—. El testigo puede pasar.
Ni la máxima autoridad del juzgado era capaz de decirle que no al expresidente de Britannia Corps. Este asintió respetuoso en agradecimiento. Inevitablemente, el acusado pasó a su lado. No se resistió a dirigirle una mirada furtiva. El candidato presidencial, su padre, fue esquivo. Lelouch se sentó en el asiento reservado para el acusado y empezó a asimilar todo. Teniendo en cuenta que el presidente le había ordenado a Kallen ganar el juicio para que se lo remitiera, no era ningún disparate ni tampoco era una sorpresa en el hecho de que fuera a testificar. Las preguntas que tenía que hacerse era: ¿quién tuvo la idea? ¿Él se lo habría propuesto a Kallen cuando se vieron? Y, siendo así, ¿ella no se lo habría consultado? Lelouch sintió la rabia salir disparada por sus venas. ¿Qué habría pedido a cambio? ¡¿Por qué lo estaba ayudando?! No podía ser por los lazos de sangre que los unían. En su cabeza nada más cabía la oscura certeza de que Charles zi Britannia quería algo de él.
—¿Hay alguna razón por la que diga que el acusado no es el culpable? —interrogó la abogada Stadtfeld.
—Sí, la hay: conozco la identidad del culpable y no es él —replicó resuelto—. Quien asesinó realmente a mi hija fue Naomi Inoue, una de nuestras empleadas.
—¿Cuál fue el motivo?
—Estaba resentida conmigo por mis últimas declaraciones hacia los japoneses. Malinterpretó mi mensaje. En mis discursos jamás he dicho que en mi administración no quería japoneses en nuestro suelo; ellos son bienvenidos, ciertamente, siempre y cuando sean personas de bien y estén documentadas. A los japoneses que expulsaremos son los que ingresan al país por vía ilegal. No la culpo del todo por pensar lo peor de mí: los medios suelen descontextualizar las noticias y distorsionar la verdad.
«Verdad». Lelouch torció el gesto. Daban gracia las promesas de un mundo transparente del presidente Charles, el mismo hombre que había mantenido en secreto su verdadero origen a él y Nunnally. Que no fuera un puto chiste radicaba la jocosidad del asunto.
—¿Por qué no informó esto a la policía y prefirió venir a aquí a testificar?
—Es una excelente pregunta —despuntó el presidente, sonriente, y por el modo en que movió la cabeza lo había practicado a ciencia cierta. Todo había sido preparado—. Tan pronto como supe esta pavorosa verdad, obré como cualquier ciudadano responsable hubiera hecho en mi lugar: la persuadí de entregarse y solo hasta el último minuto conseguí mi cometido. Al fiscal debería llegarle un mensaje. Luego me apresuré en venir acá para solucionar la desgracia que mi empleado provocó. Primero que nada, quiero disculparme de todo corazón con el abogado Lamperouge que ha sido acusado erróneamente por mi culpa y quisiera, además, disculparme con la nación que ha sufrido tanto como nosotros, los Britannia, la pérdida de nuestra Euphie. Ustedes merecen la verdad —afirmó el presidente Charles, condescendiente.
El aplomo que transmitía su voz le imprimió la fiabilidad a su testimonio. Incluso en el más escéptico de los espectadores había sembrado la duda.
—Sobre el juicio de hace diecisiete años en que el acusado lo acusó de participar —intervino la abogada cuando los cuchicheos del público sonaban muy fuertes—, ¿tiene algo que decir?
—¡Ah! El abogado Lamperouge y yo pudimos conversar al respecto. Me dijo que su dolor lo había cegado en ese entonces; pero que al crecer había aprendido a aceptar la realidad. Ya no guardaba rencor contra mí y tampoco yo. Hoy más que nunca siento esa aflicción.
Con expresión de tortura infinita, el presidente cerró los ojos y se pasó por la frente la mano.
—Fiscalía, defensa, ¡al frente! —llamó el juez Calares. La abogada se acercó al estrado en el acto. Suzaku se quedó congelado en su sitio—. ¡Fiscal! —el grito de barítono del juez sacudió al aludido haciéndolo volver en sí. Fue al estrado también—. Fiscal, ¿ha recibido información sobre el testigo del presidente Charles zi Britannia?
—Todavía no he revisado...
—Un sospechoso acaba de entregarse —interrumpió la abogada Stadtfeld—. Está claro que esta investigación debe reabrirse y ampliarse. Por tanto, este juicio no tiene sentido.
—Sí, eso parece —musitó el juez. Refunfuñó, derrotado—. De acuerdo. Vayan a sus asientos.
El fiscal Kururugi y la abogada Stadtfeld obedecieron sin rechistar. El juez Calares carraspeó atiplando la voz y dijo:
—El presidente de Britannia Corps, Charles zi Britannia, vino hasta acá para dar un valioso testimonio. Le pediré a la fiscalía que examine estrictamente la credibilidad de...
—No hace falta, su señoría —cortó el fiscal, esquivando el contacto visual. Su expresión era serena e inescrutable—. La verdad es que me gustaría presentar pruebas adicionales.
—Fiscal, no creo que este sea...
—¡Había otra copa en la escena! —continuó el fiscal alzando el tono para que lo tomara en serio. La mayoría de los miembros del jurado, como Kaguya, fruncieron el ceño, incrédulos; los periodistas se apresuraron a tomar notas; la abogada Stadtfeld y Lelouch fijaron la mirada en él, expectantes. El fiscal sacó una copa empaquetada dentro de una bolsa de plástico y la exhibió a los presentes—. Esta copa fue encontrada en un lugar diferente unos días después de la primera. El análisis confirmó que en ambas había ADN de la víctima, pero es imposible que haya bebido en las dos; por lo que una tiene que ser falsa.
—Fiscal, ¿por qué está revelando esta evidencia ahora mismo? —indagó el juez, confundido.
El fiscal Kururugi suspiró. Para entonces, había un asomo de una sonrisa triste en sus labios.
—Excluí esta evidencia a propósito porque, para mí, ganar el juicio era más importante que la verdad —la audiencia respondió ante la penosa confesión del fiscal Kururugi con un jadeo rápido—. Como sea, si hay dos evidencias iguales, ambas son inadmisibles; lo que conlleva, según el artículo 255 del código penal, a la fiscalía desestimar la acusación.
Dicho y hecho, el fiscal Kururugi regresó a su posición y se puso a recoger las cosas con un nerviosismo que hubiera preferido evadir.
Una nube de confusión se formó en torno a las cabezas de los asistentes del público que fue extendiéndose por todo el tribunal, transformándose en un ambiente de complicidad. «¿Qué? ¿Qué ha pasado?». «¡El fiscal retiró los cargos!». «¿Significa que van a liberar al asesino?». Fueron algunos de los comentarios que llegaron hasta los oídos de Suzaku. Ignoraban que las dimensiones de la sala eran tan descomunales que se producía eco. Evidentemente. El fiscal se sentó y tuvo unas ganas locas de gritar. Había salvado a Lelouch de un destino insalvable. Hizo todo lo que había calculado: sabía que su código moral, tarde o temprano, lo empujaría a registrar la mansión, que localizaría la copa y que su mismo código lo obligaría a retirar los cargos. No era como Lelouch. No podía «voltear a otro lado». ¡No podía condenar a alguien cuando la penumbra de la duda razonable se cernía sobre él! Suzaku se sintió abrumado por la aberrante sensación de que Lelouch era una sombra de que iba explayándose cada vez más aumentando su poder y de la que jamás conseguiría escapar. Así que se conformó con fruncir los labios. Primero. Y, segundo, amagar una sonrisa sombría.
Horas previas al juicio, Suzaku se manifestó en la oficina del fiscal jefe con ambas copas, las colocó sobre su escritorio y le contó todo. Su búsqueda, su descubrimiento, la problemática que acarreaba y la delicada disyuntiva que lo comprometía. El fiscal Waldstein lo miraba con creciente interés. El fiscal Kururugi no era tonto. Informar al fiscal jefe que había violado las órdenes que le impuso era firmar una sentencia de muerte o una carta de despedido, en este particular. ¿Cuál era su intención? Se aguantó que Suzaku le cediera el turno y lo interpeló:
—¿Por qué me participa esto, fiscal Kururugi?
—Para decirle dos cosas —repuso Suzaku con firmeza y se levantó de pronto—: voy a revelar la verdad cuando el momento sea preciso, en primer término. No soy como usted. No puedo cruzar los brazos y fingir que no sé nada. En segundo, cerraré el caso de los guardaespaldas asesinados. Nadie más que Lelouch y Zero sabrán lo que pasó esa noche. En tercero, si usted se reúne con el presidente Schneizel, avísele que lo veré en su próxima tertulia. Le agradeceré si me cumple ese favor. Es todo, señor fiscal.
Suzaku inclinó la mitad del cuerpo en señal de respeto y se largó discreto. El fiscal Waldstein se quedó de piedra en su asiento. Aquel no era el azorado fiscal Kururugi que estuvo ayer en su oficina. Podrían lucir como dos réplicas y escucharse igual; pero no eran la misma persona. ¿Habrá sido su última charla que había activado algún botón de reinicio en esa cabeza tozuda? ¿O algo más había ocurrido en el transcurso de la tarde hasta ahora? De cualquier manera, ya no podía transferirlo ni quitarle el caso de Zero como prometió. En tanto se atusaba el bigote con aire abstraído, sus labios curvaron una sonrisa ambigua. Había descifrado el mensaje. El niño había muerto para que naciera el hombre. Bismarck se echó a reír con orgullo.
El fiscal no estaba lejos de la realidad. Ciertamente, aquella confidencia había producido un efecto en Suzaku. Aunque no fue el factor determinante. Había sido un conjunto de ellos y el más importante, irónicamente, había sido el propio Lelouch. En el primer juicio en el que se enfrentaron. En aquella confrontación verbal en el baño. Lelouch había usado el juicio como un gran escenario donde se desempeñaba como el actor principal. El juicio era un juego sucio, para él. Y, a su pesar, las victorias de Lelouch le habían dado la razón y lo habían convencido. Así que si quería ganar debía jugar con igual ventaja.
Los Britannia fueron los primeros en abandonar el juzgado. Sabían que serían bombardeados con preguntas de la prensa por el inesperado resultado final del juicio y el presidente Charles había dicho todo lo que tenía que decir en su testimonio. Agregar más pecaba de redundante. Por otra parte, la directora Cornelia y el presidente Schneizel estaban con un humor de mil demonios. No tenían paciencia para seguirle la corriente a los reporteros ni las energías para soportarlos. Cornelia estuvo conteniendo su rabia durante todo el trayecto. Aun cuando había sido el fiscal quien desestimó la acusación, nunca podría olvidar la atroz ofensa que su padre cometió al testificar a favor del acusado. Las copas y el nuevo sospechoso le tenían sin cuidado. Conocía muy bien a su padre para estar segura de que mentía descaradamente. El porqué no le interesaba. Lo que había hecho era imperdonable. Lelouch era el verdadero asesino. No le cabía menor duda. Y Charles zi Britannia lo había defendido. Un asesino era más importante que la sangre de su sangre. Ese fue la línea de pensamiento que estuvo reproduciéndose por su mente en bucle. Cornelia temblaba indignada desde que salió del tribunal. Incluso al salir del auto en vez de haberse aplacado estaba tan henchida de coraje que tenía que sujetarse del brazo de su hermano. Aguardó que estuvieran en casa para entregarse sin remordimientos al paroxismo de furor que la carcomía; por lo que estuvieron sumidos en un tenso silencio en el viaje. No habían llegado a la planta de arriba cuando la leona rugió:
—He pasado por alto mil cosas que ningún hijo te hubiera perdonado, Charles zi Britannia. Tu negligencia y que me hayas usado como una herramienta para satisfacer tus fines porque, aunque seas un cabrón, eres mi padre. Pero, ¿ves esto? —preguntó, acercándose para que se percatara de las lágrimas que preñaban sus ojos. El presidente, que se había girado despacio a medias entonces, la observó, expectante—. Hace años que no lloro. No lloré ni cuando mi madre falleció ni cuando mi perro murió ni cuando me rompía los huesos en las prácticas de judo; pero desde que me dieron la noticia de que Euphie fue asesinada no he parado de llorar. En sus veintiocho años me dio todo lo que tú no pudiste en mis treinta y cinco años. El único consuelo al que podría aferrarme las noches que he estado en vela ha sido el deseo de ver al tipo que asesinó a mi Euphie pudriéndose detrás de las rejas, esperando su turno para ir a la silla, porque sabía que mis lágrimas no iban a traerla devuelta a la vida ¡y tú me quitaste esa justicia! —estalló Cornelia y ríos corrieron por sus mejillas—. ¿Con qué derecho tú te atreves a arrebatarle el dulce descanso a Euphemia? No pudiste ser un buen padre para ella, ¿por qué no le concediste eso, por lo menos? ¡¿No podías continuar indiferente como siempre lo habías hecho?! Tan solo tenías que permanecer en tu estudio, ¡¿qué te llevó a salir, maldito infeliz?! —vociferó Cornelia, enrojeciéndose. Aquel grito pudo haber desgarrado sus cuerdas vocales, pero la rabia y el dolor alimentaban sus fuerzas. Hizo una pausa para sorberse la nariz—. Has estado llorándole a los fantasmas por casi toda la vida ¡y a nosotros, a tus hijos, que estamos vivos, nos has dado la espalda...!
—Cornelia...
—¡CÁLLATE! ¡No mereces el derecho de palabra! ¡Esto no es sobre ti, es sobre Euphemia, la sangre de tu sangre! —espetó, resintiéndose—. Tanto que te envaneces de honrar el lema familiar y no tienes siquiera la decencia de ir al funeral de tu hija. ¡Eres un hipócrita, Charles zi Britannia! El legado que quieres preservar es una mentira —masculló con amargura. Sintió resequedad en la garganta y se humedeció los labios con la lengua—. Te odio, miserable. No tiene perdón lo que has hecho hoy. Nos humillaste enfrente de todos y te reíste de nosotros. A partir de ahora, estás muerto para mí —tomó una bocanada de aire, se cubrió la vista con la mano y entrevió a su hermano que observaba el curso de la disputa en silencio—. Lo siento, Schneizel. Me mudaré de casa. No puedo convivir en el mismo lugar que ese ser repugnante.
Cornelia prosiguió de largo y se metió directamente en su cuarto donde comenzó a empacar, sin más preámbulos. Con relación al presidente Charles, Schneizel no podía asegurarse de su estado. A simple vista, no parecía especialmente afectado. Su expresión era inefable. Tal vez era el estupor o tal vez estaba encubriendo sus emociones reales. Charles zi Britannia nunca se permitía mostrarse vulnerable delante de nadie. O tal vez su hermana se hallaba en lo cierto y no le importaba lo que sus hijos pensaran de él ni que lo detestaran. Cornelia. Su aguerrida hermana Cornelia. Hermosa como una valkiria. Feroz como una amazona. Con quien había crecido. En quien se había apoyado. Se iba a ir. Quizás para siempre. Y por culpa de su padre. Schneizel se pellizcó el puente de la nariz. La muerte de Euphie había marcado un antes y un después en la familia Britannia. Y no había sido un buen principio.
—Lelouch... Lelouch... Le...lo...u...
Una moribunda Euphemia le obsequió una sonrisa a Lelouch y la piel se le estiró hasta dejarle los huesos de la cara marcados, las mejillas adquirieron un tono pálido y los ojos, estragados por las lágrimas, se le cerraron. Aunque sabía que era un sueño, Lelouch lloraba y le suplicaba que se quedara con él. De repente, ya no era Euphemia quien yacía en el piso, era Nunnally que se sujetaba el abdomen con ambas manos y se desangraba en el estudio de su vieja casa. Anonadado, Lelouch pegó un salto atrás. Apenas comprendía lo que había sucedido cuando el sonido de un disparo llenó la habitación y la sangre salpicó su rostro y su camisa. Y Naoto se desplomó a sus pies con una lentitud desgarradora. El hombre se arrastró hasta él con sus últimas fuerzas. Sus labios se separaron solo para arrojar un borbotón de sangre. Levantó el dedo señalando detrás de él. Quien sea que le hubiera disparado estaba allí. Lelouch se dio la vuelta y divisó al asesino oculto en la penumbra con el arma en su mano. Nunca conseguiría ver su rostro porque entonces el celador abrió la celda. Hoy lo liberaban.
Lo escoltaron afuera. Le devolvieron su ropa y demás objetos personales. Lelouch se atavió con gabardina, la remera negra, los jeans, el reloj y las zapatillas. Cuando se abrieron de par en par la puerta oxidada del centro penitenciario, no lo recibió un sol radiante ni unas aves cantoras ni la brisa fresca besó sus mejillas. El cielo estaba nublado. A decir verdad, le pareció que una gota le había caído en el rostro (una señal de que no sería buena idea quedarse demasiado tiempo). Olía a mierda y orina. Los perros y los vagabundos les gustaba esa zona para defecar y mear. Extrañamente, el mundo exterior le pareció más pequeño que su celda. No todo resultó chocante y horrible. Había un comité de bienvenida que estaba allí para recibirlo: Kallen, C.C., Tamaki, Rolo, Urabe, Minami, Sayoko y Nunnally. Recordó que ella estaba en el juicio, ¿por qué narices C.C. había permitido que fuera? Más tarde se lo reclamaría. Todos lo saludaron con una sonrisa radiante. En un rapto de emoción, Kallen se estrelló contra él echando sus brazos en torno a su cuello. A Lelouch se le dilataron las pupilas.
—Bienvenido —la escuchó susurrar en su oído por encima del clamor de su corazón.
La pelirroja se apartó. No sin deslizar suavemente sus manos por sus brazos antes de dejarlo ir. No habían roto el contacto visual cuando Tamaki espichó la burbuja, en la cual Lelouch y Kallen se habían aislado distraídamente, pasando su brazo por los hombros del abogado con efusividad y carcajeándose fuerte. Lelouch se bamboleó.
—¡Bienvenido devuelta, compadre! Estábamos esperando por este momento con muchísimas ganas —gorjeó—. Te hemos organizado una fiesta. Bueno, la idea fue de tu hermanita. Nos la tenías bien escondida, ¿eh? ¡No sé por qué no nos la habías presentado! Es simpática y ya veo que las ideas geniales es cosa de familia. Claro, yo aporté algunas cuantas y ella dijo...
Lelouch se desatendió del parloteo de Tamaki y esparció la mirada por alrededor. Nunnally estaba riendo y charlando animadamente con Sayoko, C.C., Urabe y Minami. Tres criminales que había rescatado de las cárceles con el único fin de que trabajaran de forma incondicional para él y que no temieran ensuciarse las manos por él. Y, ahora bien, estos peones planearon celebrarle una fiesta. En verdad, se habían ceñido a su papel de peones y él al suyo: el de rey. Puede que esas piezas no igualaran en valor al rey, claro que desperdiciarlas en movimientos absurdos era un lujo que no podía darse, pues cada una era útil a su modo y que, desde luego, podía servir en otra ocasión; pero conforme el tiempo andaba y decidía conservar sus peones por otro día, pensaba que sacrificarlas cada vez resultaba más difícil, sobre todo en momentos como aquel. Sintiéndose traspasado por una mezcla de sentimientos encontrados, Lelouch se zambulló en una laguna mental. Tardó unos segundos en recordar dónde estaba y qué estaban haciendo. Notó a Rolo, que seguía sin acomodarse en el conmovedor retrato familiar, al igual que una pieza de rompecabezas sin encontrar su lugar. A lo mejor no sería tan malo tener una fiesta.
Eventualmente, la recepción se transformó con suavidad en el pequeño agasajo que Nunnally había planeado. Lo habían organizado en la firma por efectos prácticos. Habían colgado una pancarta en la sala de espera de cara hacia la puerta, de manera que cuando él entrara la viera. En ella estaba escrito: «Bienvenido». La caligrafía era de Kallen. Si había sido sorteada o se había ofrecido como voluntaria era una respuesta que estaba fuera de su poder deductivo. Sus ojos no habían acabado de pasar por las gigantes letras cuando dispararon un cañón de confeti sobre él y Sugiyama y Yoshida hicieron sonar unas matracas. No fue hasta que estallaron los aplausos que la celebración arrancó oficialmente. Todos los aperitivos y bebidas alcohólicas que, por supuesto, no iban a brillar por su ausencia los habían llevado a la cocina. Entendió enseguida que el punto de reunión sería ahí y que, por esa razón, la sencilla decoración en la sala de estar fue un preludio.
—Seguro te lo han dicho montones de veces, pero bienvenido a casa —lo saludó Sugiyama, dándole unas palmaditas amistosas en la espalda—. Estamos muy alegres de tenerte devuelta. ¡Oye! —Sugiyama se tocó cerca del ojo, extrañado—. ¿Cómo te hiciste esa bonita cicatriz?
—Fue un regalo, cortesía de Luciano Bradley —murmuró Lelouch en un tono inaudible para que su hermana no lo oyera.
—¿Verdad que le queda bien? Resalta su masculinidad —intervino C.C., guiñándole el ojo.
—¡Pues sí! Estás más macho ahora —confirmó Tamaki—. ¡Oigan! Prepararé unos cócteles, ¿les gustaría?
—¡Oh! Sírveme uno, por favor —pidió Nunnally.
—¡Nunnally, nunca has bebido alcohol! —tartamudeó Lelouch, alarmado.
—¿Y no es esa la razón perfecta para hacerlo ahora? —lo cuestionó ella—. ¡Oh! No molestes, hermano. Si no me gusta, lo dejaré y ya. Beber un vaso no me matará.
—Sí, Lelouch. Tiene veinticinco, no quince. Aflójate el corsé y déjala vivir —secundó C.C.
Siguieron a esas palabras un coro de risas, incluyendo a Nunnally. Lelouch, que nunca había sido en su vida sermoneado en público ni cuando era niño, y que menos hubiera imaginado que el regaño iba a venir de su pequeña hermana, se vio obligado a tragarse sus palabras entre tanto sus mejillas ardían. Tamaki entregó el primer lote de mojitos a Lelouch, Kallen, C.C. y Nunnally. Estaba tan helado el vaso que temió que su mano se quemaría. Se apremió en sacar su pañuelo para agarrarlo más cómodamente y se le cayó al piso. Rolo, que estaba más cerca, lo recogió y se lo devolvió.
—Muchas gracias..., este...
—Rolo —repuso con su voz desapasionada.
—¡Rolo! Tu nombre no me suena, perdona, ¿eres acaso nuevo?
—Sí, es mi nuevo secretario —respondió Lelouch, interponiéndose entre ellos—. Kallen me ha contado acerca de tu buen desempeño. Me hubiera gustado verlo por mí mismo ya que era tu primer caso con nosotros, pero confío en su evaluación. ¿No te sentiste incómodo?
—En absoluto. No dejo que esas cosas perturben mi zona de trabajo y todos fueron amables —admitió Rolo. Tamaki interrumpió su relato para darle su vaso—. Gracias.
—No imaginaba que sabías de coctelería, Tamaki —comentó Kallen ingiriendo un trago.
—Bueno, las mujeres no son todo lo que me gusta en la vida. Cuando me radiqué aquí, soñaba con abrir un bistró en que las camareras serían mujeres guapas y cada día estuviera reventado de gente. En tanto llegaba ese día, estuve recopilando billullos verdes trabajando duro como barman. Luego, sucedieron montones de cosas y no pude seguir en el negocio de las bebidas alcohólicas. Lo extraño, ¿saben? Me gustaba estar ahí. Es curioso que uno no sepa cuándo es feliz hasta que es miserable —suspiró—. Aunque una noche de tragos, hierbabuena, setas, carne de caballo y una mujerzuela mamándome la verga pondría una sonrisa en mi rostro —se rió.
Lelouch frunció el ceño. No le gustaba que dijera palabras malsonantes ni mencionara drogas frente a Nunnally. Le ajustaría cuentas más adelante.
—Eso te mataría, amigo —señaló Urabe.
—¡Ah! Pero sería una linda forma de morir. Ojalá tuviéramos poder sobre la muerte, ¿no les gustaría? Nos ahorraríamos tener una muerte súper chunga. ¿A ti cómo te gustaría, compa?
—¿A mí? ¡Todas son horribles! Quizás me muera en una balacera. Y tú, Rolo, ¿cómo crees que te morirás?
—No lo sé —replicó, encogiéndose de hombros.
—Sobredosis, tiroteos, ¿están locos o qué? —preguntó Minami, horrorizado—. ¿Soy el único normal que quiere morirse de viejo en una cama de dinero? C.C. o Lelouch, díganme alguno de ustedes que también prefiere una muerte tranquila.
Lelouch vio por el rabillo del ojo a C.C. y esperó que diera una de sus espontáneas e hilarantes contestaciones. Se desconcertó al encontrarla reconcentrada en un profundo silencio como si se hubiera desconectado de todo. Era la primera vez que la había visto así. ¿Adónde se habría desviado el curso de sus pensamientos? Lelouch abrió la boca para responder, aun cuando el tema no era de su agrado, todos estaban pasándosela muy bien y no iba ser quien arruinara el humor festivo del ambiente, y justo en eso tocaron la puerta.
—¡Aj, no! Veré quién es y le cerraré la puerta en la nariz —gruñó Minami con fastidio.
Colocó el mojito en la mesa, se secó las manos en los pantalones y se fue a zancadas. Dentro de poco, él regresó acompañado por una bella mujer de cabello anaranjado: Shirley. La joven veterinaria se estancó en el umbral cuando sus ojos de lechuza se detuvieron en Lelouch y en las personas que lo rodeaban. Se fijó en las botellas y en la comida sobre la mesa y captó que había interrumpido una celebración. Abochornada, volvió la vista atrás tratando de encontrar un modo de irse discretamente ya que algunos habían notado su presencia.
—¡Oh, disculpen! No pensaba que estaban en medio de algo... ¡Volveré en otra ocasión!
—¡No, Shirley! —disintió Lelouch con gentileza, le entregó su vaso a Tamaki y se encaminó hacia ella—. Sería un despropósito que hayas venido desde tan lejos para nada. ¿Qué querías decirme?
—Solo vine a devolverte esto que habías dejado en mi clínica...
Shirley le tendió una bolsa de papel. Lelouch aceptó y ojeó el contenido. Era su traje. Cuando había llegado herido de casualidad a su clínica, ella le dio de manera provisional un conjunto para que se cambiara. Notó que había lavado su traje (no sería tan descortés para devolvérselo manchada de sangre). Recordó que en el bolsillo de su traje estaba su cartera y allí guardaba una tarjeta con su nombre y la dirección de su bufete. Probablemente, Shirley la había leído y supo adónde ir. Lelouch se abstuvo de sacarlo y revisarlo. Tenía suficiente con haber atraído la atención sobre ellos para ser objeto de habladurías.
—¿No era que ibas a cerrarle la puerta en la nariz? —le preguntó Tamaki a Minami.
—¿Estás bromeando? No podía faltarle el respeto así a una señorita —graznó, frunciendo el entrecejo y mirándolo como si estuviera loco. Tamaki rompió a carcajadas.
—Bueno, no te culpo. Tiene un rostro de ángel... ¡Eh! Un momento —exclamó Tamaki. La estaba observando someramente cuando algo hizo clic en su cerebro—. A ti te he visto antes. Estoy seguro. ¿Tú no estuviste en el juicio de Lucho?
—Sí, así es —asintió ella con la cabeza.
—En serio, ¿estuviste? —la interrogó Lelouch, sorprendido. Shirley sonrió, complacida.
—No pretenderías que iba a permanecer en casa sabiendo que tu destino se decidiría ese día.
—¡Entonces, viste como Kallen le pateó el culo a ese fiscal! ¡Ah! Fue maravilloso. Desearía que lo hubieran visto —exclamó Tamaki extasiado dando una alegre palmada y volviéndose a sus pares—. Esperó hasta el último minuto para sacar su comodín. Le hizo creer que había ganado cuando anunció que la defensa tenía un testigo.
—Fue un logro merecido. La abogada Stadtfeld trabajó bastante duro en este caso —observó Urabe. La felicitó alzando el pulgar.
—Tan duro que se mudó de su casa al bufete para no despegarse del escritorio. Incluso hizo del baño su lavabo personal —intervino C.C. hundiendo su sonrisa maliciosa en su cóctel.
—¡C.C.! —chilló una Kallen enrojecida en un volumen demasiado alto del requerido.
—Vaya, abogada Stadtfeld. No debió hacer tremendo sobresfuerzo —apostilló Shirley—. El descanso también es importante.
—No se trata de eso... —musitó Kallen ladeando tan rápido la cabeza que algunos mechones rojos se corrieron a su rostro.
—¿Entonces qué?
—Estoy teniendo algunas ligeras «discrepancias» con mi «casero» —se obligó a responder, aún sin haber reunido el valor de mirarla.
Kallen se mordió la lengua, arrepintiéndose. Había decidido aclarar la situación ya que odiaba estar avergonzada. No pensó que explicar el problema podría empeorarlo. Ahora le inspiraría lástima. Hubiera deseado que existiera algún método para borrar de sus cabezas lo que habían escuchado. Iba a agregar algo, sino fuera porque Shirley la interceptó:
—¿Quieres decir que no tienes dónde vivir?
—Por ahora, no...
— Tengo un cuarto disponible en mi apartamento. Podría alquilártelo o sino podrías quedarte por esta noche, por lo menos, para que no tengas que dormir en una oficina, ¡sin pagar, claro! O, si te es más cómodo, quédate el tiempo que necesites, mientras consigues un nuevo hogar.
—¿De veras? ¿No tienes inconveniente? —preguntó Kallen, atolondrada.
Repentinamente, sentía que todos los problemas que la habían estado ahogando aquellos días desaparecieron porque alguien chasqueó los dedos.
—No. Necesitas una mano amiga y me sentiría mal conmigo misma si no intentaba ayudarte.
—¡Vaya! —expresó, conmovida—. Es un gesto muy desinteresado de tu parte. Gracias...
Ingenuamente, fue en ese preciso instante que Kallen se percató de que no conocía el nombre de su arrendadora. Shirley reparó en ello.
—¡Shirley! Lo siento, debí empezar por ahí. Bueno, si estás de acuerdo ven a mi apartamento y lo discutiremos más tranquilamente, no tiene que ser ahora, puede ser luego. Yo nada más vine a darle a Lelouch algo...
—¿Qué? ¡No! ¡Alto! ¡Alto! ¡Alto! —protestó Tamaki—. Todo estaba muy bonito, muy bien, ¿por qué tienes que arruinarlo diciendo que ya te vas sin habernos contado cómo conociste a Lelouch? Apuesto mi mano de que sabes algunas anécdotas interesantes...
—No tienes idea —murmuró C.C. para sí misma, sonriente.
—¡Vamos! ¡Únetenos! Estás tan feliz como nosotros de que liberaran a Lelouch. ¡Celébralo con nosotros! —insistió Tamaki con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Apoyo la moción! —terció Nunnally—. Además, acabas de llegar, ¿dónde estaría nuestra hospitalidad si dejamos que te vayas así sin más?
—Confieso que también me gustaría que te quedaras. Esta vez te lo pediré yo —dijo Lelouch.
Shirley no tenía ninguna razón para rechazar la invitación. Lelouch era perfectamente capaz de desbaratar cualquier pretexto que diera. Él sabía, asimismo, que su sonrisa era su talón de Aquiles y él estaba sonriéndole ahora mismo. Al igual que el resto. Tamaki le sirvió un cóctel y ella lo aceptó con gusto.
La Torre de Babel era una de las infraestructuras con más antigüedad en Pendragón. Situado en los suburbios de clase alta, era casi con certeza el complejo comercial más renombrado de la ciudad. A todos les gustaba entrar a admirar los aparadores; pero no todos podían salir con las manos llenas. Era una ironía que poco se comentara del Avalon, un lujoso bar en el sexto piso. Quizás era debido al acceso restringido. El presidente Schneizel lo solía «alquilar» para sus reuniones. Pese a que Suzaku conocía la ubicación del complejo, el presidente insistió en ir juntos. Según él, no era adecuado que fuera solo en su primera reunión; por lo que Suzaku tuvo que acceder. Quería cambiar el sistema judicial desde adentro y quería encausar a todos los infractores de la ley y, por extensión, a Lelouch. Para ello, su poder debía aumentar. Debía amistarse del presidente de Britannia Corps. Apenas llegaron, los congregados los saludaron. Todos ya estaban ahí. Todos eran rostros familiares: el presentador Reid, la detective Nu, el abogado Gottwald, el fiscal Waldstein y el profesor Asplund. Supo que lo estaban esperando. A él. De camino a la Torre de Babel, el presidente Schneizel le había indicado que estaba a punto de conocer el verdadero Pendragón. Suzaku no descifró el significado de sus palabras entonces y tampoco quiso preguntar. Ahora todo adquirió sentido. Ellos salieron al encuentro del presidente. El halagado les agradeció el gesto sonriendo. Puso una mano en el hombro de su protegido y así el presidente lo presentó en esa sociedad:
—A partir de hoy, el fiscal Suzaku Kururugi va a acompañarnos en nuestras reuniones.
A todos los había tratado. No hacía faltan las presentaciones. Sin embargo, actuaron como si esa fuera la primera vez que interactuaban. Procedieron a recibirlo cortésmente.
—Es un honor conocerlo, fiscal Kururugi —dijo el abogado Gottwald con aspecto serio y le estrechó la mano con pereza como si estuviera sosteniendo un pez resbaladizo y muerto—. Había tenido el placer de oír que para ser japonés no lo hace nada mal como fiscal y, siéndole franco, tenía curiosidad en enfrentarlo en un juicio. Lástima que no ha habido oportunidad.
—Bueno, algún día surgirá.
Suzaku ignoró la insinuación maliciosa de su comentario. En esa habitación, él era el único con raíces japonesas. Aquel no era el primero ni el último acto de discriminación que sufría. Habían sido tantos que Suzaku aprendió a no sentirse mal por ello.
—Bienvenido, fiscal Kururugi —prosiguió la detective Nu quien prefirió mantener los brazos cruzados bajo el pecho.
Suzaku tenía en cuenta que ella y el abogado eran bastante cercanos. A lo mejor compartían el mismo prejuicio contra los japoneses.
—¡Bienvenido, fiscal! —le sonrió el presentador Ried, apretándole la mano con gran energía y propinándole unas palmaditas amistosas en el brazo.
Y así fueron uno por uno. Había algo ligeramente distinto en sus actitudes que si Suzaku no fuera tan perspicaz se le habría saltado el detalle. Si bien, en el pasado había sido respetuosos con él, jamás se instaló entre ellos una sensación de camaradería. Lejos de ponerse cómodo, los instintos de Suzaku se activaron. Se había prohibido olvidar que estaba en territorio hostil. Sabía, además, que era esclavo y enemigo de su lengua. Debía andar y hablar con cautela. El fiscal Waldstein fue el único que no le siguió el juego a los demás y lo saludó con normalidad.
—Es un gusto volvernos a encontrar aquí, fiscal Kururugi.
El fiscal enfatizó intencionalmente ese «aquí». Fue el instante justo que eligió para sonreírle.
—Lo mismo digo, señor. Le pido me disculpe. Me había equivocado con usted. Me gustaría que comenzáramos de nuevo, si no guarda rencor contra mí —pidió con humildad.
Estaba siendo sincero. Suzaku no era tan buen mentiroso como Lelouch. Si quería engañarlos debía ser honesto, irónicamente.
—Desde luego —lo tranquilizó—. Este es un maravilloso comienzo.
—Soy partidario de esa opinión —añadió el presidente Schneizel—. Definitivamente, lo es. En cuanto el fiscal Waldstein me comunicó su decisión, compré este obsequio de bienvenida para usted. Es de la misma edición que la mía. Le aseguro que el abogado Lamperouge tiene el suyo y lo pone debajo de su almohada para dormir con él todas las noches.
Kanon entregó un paquete envuelto en papel al presidente que a su vez dio a Suzaku. Por las dimensiones, era fácil de adivinar que era un libro. Lo abrió con presteza. Era un ejemplar de El Príncipe. Suzaku le echó un vistazo. Naturalmente, la recepción no estaría completa si el presidente mismo no le daba la bienvenida.
—Bienvenido.
—Gracias, señor presidente. No debió molestarse. Ahora será para mí más humillante... —Suzaku flexionó las rodillas y se arrodilló delante de él. No conforme con eso, apoyó también la cabeza y plantó las manos a ambos lados— solicitarle su ayuda. Quiero hacer de este país para sus ciudadanos y las generaciones del porvenir un mundo de misericordia y nadie más que usted tiene el poder para hacerlo realidad. Por favor, ayúdeme y yo a cambio le juro mi lealtad eterna.
—¡Oh, cielos! No es necesario llegar a tales extremos —profirió el presidente, ayudándolo a levantarse. La alarma en su voz no coincidía con el brillo en sus ojos—. Puedo darle lo que quiere con una condición: que se una a nuestra familia.
Era el mismo trato que le ofreció a Lelouch. Él lo sabía porque había escuchado la grabación entera y también comprendía el mensaje entrelíneas: tenía que renunciar a su propósito contra Britannia Corps. ¿Su deseo de enjuiciar a Lelouch era mayor que el de enjuiciar al presidente Charles? Quizás. Suzaku no pensó. Ya tenía la respuesta. La retuvo en la punta de su lengua. Solamente fingió considerarlo. Luego, asintió con la cabeza despacio.
—Será un honor, señor presidente.
—Muy bien —afirmó el presidente—. Es curioso que no me haya caído en cuenta sino hasta ahora que tiene la edad del abogado Lamperouge. Hubiéramos podido ser hermanos.
—Todavía podríamos serlo.
—Es verdad —le sonrió—. ¿Celebramos su integración con un brindis? Venga.
El presidente lo arrastró hacia una elegante mesa de pino redonda situada en el centro. Suzaku contó siete sillas posicionadas en torno a la misma. El barman, adelantándose al pensamiento del presidente, ya había descorchado una botella de vino y lo estaba sirviendo. Para cuando los reunidos se acercaron, tapó la botella, la limpió y se alejó. Todos ocuparon sus respectivos asientos. Al parecer, cada quien tenía una silla. Suzaku se sentó entre el presidente Schneizel y el profesor Asplund. La única silla vacante. Impresionado con el orden y la minuciosidad, comentó:
—Avisé un día antes que venía y pudieron preparar todo para mi llegada...
Divertido por su ingenuidad, el profesor Asplund le aclaró sarcástico:
—En realidad, en esa silla se sentaba el pobre Dr. Aspirius. De todos modos, no importa. No la usará más.
La revelación tuvo el mismo efecto de un puñetazo directo en la nariz. Era cierto. Le constaba que el Dr. Aspirius formó parte de la caterva del presidente Charles hasta que se deshizo de él. Su suicidio habría suscitado mayor impacto en el medio si su fecha de muerte no hubiera coincidido con la de Euphemia. Suzaku fue el único que lamentó su partida y la acogió como otro incentivo para su designio personal. Se sentía algo mal debido a que su salida había sido su boleto de entrada. Ahora, decidiría el destino del país en su lugar...
—Fiscal Kururugi.
El profesor Lloyd le tendió una copa. Suzaku la aceptó. Acto seguido, se inclinó para chocarla contra las demás consolidando su unión. Tenía que seguir adelante porque, tal como le había escrito el presidente en la primera página de El Príncipe, «el mundo en el que vivimos no es un lugar para los hombres amables, queramos o no estamos obligados a adaptarnos a él».
Dos horas más tarde, la humilde celebración en el bufete de abogados llegó a su fin. Shirley fue la primera en despedirse. Kallen prometió ir a su apartamento posteriormente, pues quería ayudar a limpiar. De igual manera, Lelouch le pidió a su hermana regresar a casa. Dado que no podía hacer mucho por ellos, accedió. Por lo cual el personal del despacho fueron los que se quedaron. Con la colaboración de los colegas de Tamaki, acabaron en un abrir y cerrar de ojos. Nada más faltaba botar alguna que otra cosa. Aprovechando que Rolo y los otros fueron a sacar la basura, Lelouch se escabulló en la cocina donde Kallen estaba sola. Ella no advirtió enseguida la presencia de Lelouch. Su mirada se había ensimismado en el sol mortecino que descendía lentamente entre los edificios. «¡Hermano, lo logré! Gané el juicio. Tuve que hacer cosas de las que no me siento muy orgullosa, pero, al menos, pude demostrar la inocencia de mi cliente. Voy en camino de convertirme en la mejor abogada de Pendragón. ¡Tal como te prometí! Ojalá que, en donde quiera que estés, estés orgulloso por mí». Entendiendo que ella no iba a hablar si él no tomaba la iniciativa, dijo con voz ronca:
—Hiciste un trato con Charles zi Britannia.
—Tenía que hacerlo —replicó serenamente sin volver la vista.
—Te pregunté si confiabas en mí... —empezó suave.
—Y te respondí que sí —lo atajó, entreviendo adonde estaba encauzando la conversación—. Y yo te dije, además, que no confiaba en Suzaku. Eso no cambia aún después de acceder a tu petición —apuntó Kallen, encarándolo finalmente. Juntó las cejas rojas—. ¿No te fijaste? Si no fuera porque llevé a Charles zi Britannia como testigo, Suzaku jamás hubiera admitido que había estado ocultando evidencia. Te quería en la cárcel a como diera lugar y se alió con el presidente Schneizel para conseguirlo —recalcó, encaminándose hacia su interlocutor—. Yo conversé con él. Está firmemente convencido de que tú asesinaste a esa mujer. Vi la sed de venganza en sus ojos y me asusté —meneó la cabeza al prevenir un escalofrío—. Lelouch, sabes que no me asusto fácilmente...
—¿Y no es venganza lo que quieres, Kallen? —la interpeló él. El ánimo de Kallen que estaba ganando en su argumento se enfrió—. Esa sed que mencionas la vi también en tus ojos en la fiesta de la mansión Britannia cuando casi apuñalaste al presidente Charles por tu hermano. Por ello, te urgía sacarme de la prisión, ¿no? Tengo el plan que tú necesitas.
Kallen observó a Lelouch de hito a hito. Sus insinuaciones la habían herido. Aun así, procuró armarse de determinación. Este debate debía ganarlo.
—No —increpó tragando saliva—. Quería sacarte porque eras inocente, porque confiabas en mí y porque no me perdonaría nunca defraudarte. El presidente Charles vino hasta mí por su cuenta y aproveché la oportunidad. Solo así podría anular el juicio —le explicó con una nota de exasperación—. Dijiste que la justicia no existe a no ser que la hagamos y tú tenías razón. El juicio estaba amañado, el veredicto iba a salir a favor de la fiscalía y no era justo. Lo que yo quiero es un mundo de justicia en donde los culpables sean castigados y las víctimas sean indemnizadas. Me prometiste que juntos lo lograríamos: tienes que cumplir tu palabra.
—Dices que actuaste conforme a mis principios, pero no mencioné que había que unir fuerzas con los corruptos —observó con frialdad—. No soy un oportunista, Kallen.
—Tal vez deberías serlo si eso garantiza tu libertad. ¿O no crees que es más importante que tu orgullo? —discutió. Lelouch iba a refutárselo cuando cambió de idea. Kallen siguió—. Creí que entenderías por qué lo hice. Pero tú estás enfadado conmigo.
Lelouch soltó una risotada que aturdió a Kallen. Sacudió la cabeza, dio un paso hacia adelante y colocó sus manos sobre sus hombros y se los masajeó con cariño. Sintió a Kallen enervarse. Le había disgustado que ella se asociara con su enemigo y que urdiera un segundo plan a sus espaldas. Era cierto. Pero también era cierto que la justicia no existía a no ser que la hicieran. Fue su orgullo, además, lo que lo orilló a este problema y lo que mató a Euphemia. No podía olvidar. Kallen le había dado una importante lección y él se lo había retribuido torturándola. Era su deber rectificarse.
—No, Kallen. Estoy feliz porque por fin lo entendiste —la contradijo, sonriéndole—. Abriste los ojos e hiciste lo que tenías que hacer. ¿Cómo te sientes?
—Estaba meditando sobre eso... —musitó. Su mirada retornó a la ventana.
—¿Y bien?
—Sentí que una pequeña parte de mí había vuelto a la vida. ¿Tiene sentido?
Ella le sonrió con cansancio y sus ojos azul fuego relampaguearon. Era el fuego de su interior desplegando su apasionado, sensual y, sobre todo, hermoso baile que había concentrado toda su atención en más de una vez. Lelouch había visto una obscuridad latente debajo esa belleza y aun cuando no fue sencillo consiguió hacerla emerger. Ahora que Kallen se había abrazado a ella, nada podía extinguirlo. Suzaku se equivocaba. Lelouch no la había convertido, le había enseñado quién realmente era. Y Kallen había visto esa oscuridad temible en Lelouch, pero no la intimidaba; por el contrario, le parecía hermoso todo lo que lograba hacer con ella.
—Lo tiene, abogada Stadtfeld.
La sonrisa de Kallen se amplió derritiendo la fría muralla de hielo que Lelouch había erigido entre ellos. Cualquier atisbo de enfado había sido evaporado por el cálido fulgor en sus ojos.
—Gracias por todo. Estoy seguro de que tu hermano estaría muy orgulloso de lo que has logrado hoy —añadió Lelouch—. Y no te preocupes. Él recibirá la justicia que merece.
Kallen asintió. Lelouch detectó que algo sucedía cuando sus hombros se estremecieron. Bajó la cabeza y vio un par de lágrimas pendiendo de sus pestañas. Ella se rió con afán de restarle valor y se apremió en enjugárselas.
—Perdón, pensar en mi hermano todavía me trae dolor.
—No intentes reprimirlo —aconsejó, entregándole el pañuelo de su chaqueta. Ella lo aceptó.
—¿Cómo dices? —inquirió, perpleja.
—El dolor es bueno para ti, Kallen.
—¿Por qué?
—El dolor te endurece —respondió él con voz lejana, metiéndose las manos en los bolsillos.
—Y te construye una armadura —terció C.C., asomándose en el umbral—. ¡Oigan! Detesto interrumpirlos. Pero tienen que ver algo.
Y desapareció tan pronto como vino. No les estaba dando más opciones que seguirla. Lelouch espiró, unió sus manos detrás de su espalda y fue el primero en salir. Kallen fue detrás. C.C. los esperaba sentada en la esquina del escritorio de la oficina de Lelouch donde Rolo también estaba. Al lado de C.C. había una gran caja de cartón.
—¿Qué es eso?
—Dínoslo tú —dijo C.C. enroscando un mechón largo de pelo alrededor de su dedo.
Lelouch frunció el ceño. Acuciado por la intriga, agarró unas tijeras del portalápiz y cortó de un tajo limpio la cinta adhesiva que cerraba la caja y la abrió. Adentro había un cuaderno con anotaciones y algunos documentos. Leyó por encima las páginas. La caligrafía era angulosa, sobrealzada y exageradamente dextrógira. El espacio entre las letras era estrecho y los trazos, acerados. No la reconoció.
—¿Dónde encontraron esto?
—Aquí mismo —contestó Rolo—. Pensé que era una de las cajas que la señorita Lamperouge había traído hasta que me fijé que estaba cerrada.
—Cerramos el bufete cuando terminamos de trabajar y en ninguno de estos días la cerradura fue violada. Nadie entró —agregó C.C.—. Aunque esta mañana fue que devolvieron todo lo que confiscado. Alguno de esos policías, mejor dicho, alguien disfrazado pudo haber dejado este paquete.
—Si lo deseas puedo investigar las identidades de los oficiales —propuso Rolo.
—No. C.C. se encargará de eso —discrepó cerrando de golpe el cuaderno—. Tú tendrás otra tarea. Esto es un registro de mensajes del celular de Villeta Nu. Aparentemente, programó una cita con Kanon Maldini, el asistente del presidente, para el lunes de la próxima semana en el Vermillion. Verifica su autenticidad. Podría ser crucial para nuestro siguiente objetivo.
Si a Rolo le ofendió o no que su jefe declinara su ofrecimiento, no lo demostró: su expresión permaneció inalterable. Agarró el cuaderno, asintió y se fue. Lelouch observó a C.C. y Kallen que no habían desalojado la oficina.
—¿Sospechas de Rolo? —preguntó Kallen.
—Sospecho de todos.
—Sí sospecha de Rolo —confirmó C.C. encendiendo un cigarrillo.
Rolo era un espía enviado por su hermano y enemigo, Schneizel. Era el sospechoso principal, por defecto. Sino fuera porque era un hecho contraproducente que el presidente de Britannia Corps le hiciera llegar información comprometedora de sus aliados: el presentador Reid, el fiscal Waldstein y la detective Nu, a quien concernía la cita, por cierto, estaría seguro de que era él. Quienquiera que fuera el remitente conocía su propósito y de seguro él o ella confiaba en que utilizaría el conocimiento que le proporcionaba. En teoría, era un aliado. Pero, siendo así, ¿por qué no se daba a conocer? Estaba escondiendo algo y eso lo inquietaba. No quería preocuparse por un nuevo enemigo. A no ser que no lo fuera y estaba tratando de despistarlo, lo que insinuaba que ya había visto su rostro. ¿Quién y por qué lo ayudaba desde las sombras? ¿Acaso podría ser...?
—Bueno, ya estás libre, ¿ahora qué? —preguntó Kallen, cruzándose de brazos—. Sin querer sonar pesada, creo que deberíamos pensar cuál será nuestro próximo movimiento.
—No, estás en lo cierto —concedió Lelouch—. Lastimosamente, me veo obligado a descartar mis planes originales. Pues el factor sorpresa no sirve: los Britannia averiguaron quién soy y conocen mis intenciones y la llave con que pretendía entrar no está —indicó con una nota de dolor—. Si bien, hoy hemos frustrado sus planes, Britannia Corps sigue estable.
—¿Así que...?
—¿Les he contado cómo me libré de los niños que me molestaban en mi escuela? —preguntó. Kallen hizo un mohín. No entendía por qué había salido con eso de la nada. C.C. se limitó a fumar—. Tal vez esta revelación las sorprenda, sin embargo, no fui muy popular cuando era niño. Los otros chicos envidiaban mi condición de genio y me fastidiaban en grupo. Siempre que podía Suzaku me defendía, aunque su ayuda no era suficiente y me incomodaba depender de él y me di la tarea de cambiar eso empezando a observar mi entorno. Me fijé que ellos se solían sentar juntos al fondo y que, a diferencia de demás, no guardaban sus cosas preciadas en los casilleros, sino en sus pupitres. Un día, una de las consolas de uno de ellos desapareció y el dueño pensó que había sido su compañero de al lado quien la robó, aun si él aseguró que no había sido. Los chicos se pelearon y nunca más volvieron a hablarse. Ahí debió de terminar todo, pero continuaron desapareciendo cosas. Llegó el punto en que los niños se enemistaron y, como ninguno se atrevía a molestarme solos y menos con un Suzaku que estaba figurando prometedoramente en el karate, me dejaron en paz —contó—. La estrategia la descubrí en un libro de Maquiavello que estaba leyendo en aquel momento y se ha sintetizado y extendido en dos palabras que deben estar resonando en sus mentes: divide et impera. Es justo lo que haremos. Desmantelaremos a Britannia Corps y pondremos a sus aliados en su contra.
—¿Y cómo pretendes hacer eso? —preguntó C.C. liberando una bocanada de humo.
—Averiguando sus secretos —señaló con simpleza—. No será difícil enfrentarlos. Britannia Corps no se acercó a ellos por su talento ni su trabajo duro. Se acercó por su ambición. Porque eran las personas más indicadas para cumplirle ciertos favores. Britannia Corps los encumbra y ellos le guardan el secreto. Tú y yo sabemos que los secretos son un activo invaluable. Se compran, se pagan, dan poder. Quien maneja un secreto, conoce la vulnerabilidad del otro y a Britannia Corps no le gusta sentirse vulnerable. ¿No sería propio de esa empresa deshacerse de sus aliados para proteger sus secretos? ¿Y eso no les daría a ellos motivos para vengarse?
—¿Y crees que traicionarán a Britannia Corps y al presidente? —indagó C.C. con aprensión.
—Yo creo que sí —intervino Kallen, dando unos golpecitos con la punta de su tacón el piso—. La confianza, por muy sólida que parezca, todavía es un muro que puede desintegrarse. Si pudimos enemistar a Bartley Aspirius con el presidente Charles, que era un seguidor devoto, ¿por qué no podemos hacerlo otra vez?
—Exacto —indicó Lelouch animadamente, tronando los dedos—. Escucha a Kallen, C.C. Tus enemigos no son las personas que te odian, son las que conocen tus secretos y, para nuestra suerte, Britannia Corps tiene a varios —sonrió con picardía—. Y, gracias a nuestro misterioso patrocinador, —Lelouch tamborileó la superficie de la caja— tenemos nuestra primera pista.
—¡Ja! Conozco esa mirada. Mejor cúbrase bien, abogada Stadtfeld —recomendó C.C. pisoteando la colilla del cigarrillo en el cenicero del escritorio de Lelouch—, se nos avecina una tormenta.
Kallen sonrió y asintió con la cabeza. Se sentía lista desde hace años. Pero realmente estaba preparada desde hace poco. Lelouch juntó las manos sonoramente.
—¡Bien! Esto sería todo por hoy, señoritas. Les recomiendo que vayan a descansar. Yo haré lo mismo. Nos vemos por la mañana.
—¡Oye! —farfulló Kallen. Lelouch, que ya estaba más cerca de la puerta que de ellas, se giró hacia la pelirroja, que se rascó la nuca—. No dijiste qué hiciste con lo que robaste...
Los ojos de Lelouch relampaguearon. Antes de irse, esto le respondió:
—Vendí todo y me compré un libro de ajedrez y unas cintas para Nunnally.
Al otro día, Lelouch partió en la madrugada al centro penitenciario para visitar a Mao. Tenía que interrogarlo sobre el Proyecto Geass. Necesitaba con premura averiguar más al respecto. Qué era exactamente, cuál era su finalidad y cuál era su relación con Charles zi Britannia. Él contaba con que Mao divagara e incluso fingiera desconocimiento del asunto. No obstante, estaba preparado. Tirar la lengua de otros era un arte que manejaba con pericia y ponerlo en práctica dentro de un límite de tiempo era un desafío tentador. Para lo que Lelouch no estaba preparado era su liberación y eso le notificaron cuando pidió verlo. Agradeció la información y se fue. Marcó el número de Tamaki y lo llamó. Le ordenó agruparse con sus pares y rastrear el paradero de Mao y hacerle saber cuanto antes. Movido por la curiosidad, Tamaki preguntó por qué y en qué ayudaría en su encrucijada. Lelouch se reservó las respuestas y le colgó (así no prolongaría el cuestionario).
Seguidamente, regresó a su apartamento. Llegó más o menos rápido debido al escaso tráfico. Nunnally había despertado y estaba desayunando con Sayoko tortillas francesas. A quien no vio sentada en la mesa atiborrando sus pulmones con nicotina fue a C.C.
—¡Oh, hermano! ¡Estás aquí! ¿En dónde andabas?
—Fui al mercado a comprar frambuesas. Tenía ganas de hornear tu postre favorito. Pero las frambuesas que vi no lucían muy apetitosa. Lo siento.
—¡No te preocupes! La intención es lo que cuenta —lo tranquilizó—. Si no has desayunado, puedes venir y servirte. Hay suficientes tortillas francesas y están deliciosas —le aseguró. En esto, se inclinó y rodeó su boca con una mano. Lelouch entrevió a Sayoko que estaba sacando leche del refrigerador y se agachó a la altura de Nunnally—. Aunque las tuyas siguen siendo las mejores —añadió en un susurro. Lelouch se rió y se enderezó—, ¿cuándo harás tú?
—Ya ha pasado mucho tiempo desde la última vez que cociné tortillas francesas, ¿no?
—Sí —asintió—. ¿Recuerdas que hubo una época en que únicamente me preparabas tortillas francesas porque no quería otra cosa?
—Sí, me acuerdo. Asistíamos a Ashford.
—En esa época formabas parte del club de ajedrez. ¡A ti te encantaba! —apostilló la joven—. ¿Recuerdas que soñabas con ser un gran maestro? Estoy segura de que lo hubieras logrado. En aquel entonces y ahora. Eres un jugador talentosísimo y el mejor que conozco.
—Lo soy.
—Pero no el más humilde.
—Nadie es perfecto —se excusó con una sonrisa encantadora y encogiéndose de hombros.
—Hermanito, escuché que recientemente va a celebrarse un torneo por aquí cerca. ¿Por qué no participas? —sugirió Nunnally. Conque a ese punto quería llegar—. ¡Yo te acompañaré!
A Lelouch le temblaron las comisuras de los labios. En esa época que soñaba con convertirse en un gran maestro, su madre estaba viva y su hermana podía caminar y ver. Tal vez si aquella tragedia no hubiera tenido lugar, habría perseguido sus sueños de niño y su madre y Nunnally lo habrían ido a apoyar en cada torneo. Ahora mismo, le resultaba imposible hacerlo. Había decidido invertir su energía en una causa más grande. Sin duda, lo conmovió ver a su hermana tan emocionada como él lo había estado alguna vez y, visto que no quería aplastar esa ilusión enseguida, contestó con dulzura:
—Lo reconsideraré y te comunicaré mi decisión. Bueno, iré a cambiar mis vendajes.
—Hazlo luego de comer algo para que Sayoko te ayude.
«Puedes hacerlo luego. Ahora come conmigo. Es la primera vez que desayunamos desde que volviste». Nunnally amplió su sonrisa al escuchar que su hermano halaba la silla y se tendía.
—Está bien —afirmó—. Oye, Nunnally, ¿sabes dónde está C.C.?
—¿Uhm? Creí que estaba contigo.
¡O sea que no estaba ni en su habitación! No era raro que C.C. se fuera a algún sitio, sin decir adonde, de la noche a la mañana. De vez en cuando se desaparecía. Nunca tan temprano, eso sí. Habría querido preguntarle si tenía algún indicio de la ubicación de Mao. No obstante, el sujeto de la pregunta tenía que cambiar: ¿dónde estaría C.C.?
Mao se encontraba en la parada del autobús con los dedos engarzados en las presillas del pantalón admirando sus zapatillas con una óptica inusitada, como si fuera la primera vez que estuviera viéndolos, cuando habían estado con él desde que tenía uso de razón. Estaban muy desgastados. En esto, una enorme sombra se cernió sobre él. Mao levantó la vista. Avistó un Honda negro enfrente de él. El vidrio se bajó descubriendo a C.C., quien traía puestas unas gafas oscuras. La mujer giró la cabeza hacia él, le regaló una de sus sonrisas traviesas y le abrió la puerta del copiloto. Mao se montó. C.C. aguardó pacientemente que cerrara y se pusiera el cinturón para prender el motor. Condujo en dirección al motel de mala muerte que había reservado con antelación. El viaje fue corto. C.C. era buena conductora. Por cuestiones de utilidad, había memorizado las rutas de escape cuando solía ganarse la vida falsificando y robando; de manera que había aprendido a escabullirse con una agilidad increíble, sea en la acera o en la autopista. Había puesto sus habilidades al servicio de Lelouch. Bajo su punto de vista, no había salido del todo del negocio y ocasionalmente las empleaba para sí misma como aquella. El volvo de Lelouch le gustaba mucho más, sin embargo, si lo cogía prestado tenía que rendirle explicaciones que no estaba dispuesta a dar y Lelouch era un dolor de muelas cuando quería serlo. No correría riesgos. Por tanto, se las arregló para «obtener» otro y fue a recoger a Mao.
Una vez pasaron por recepción, subieron por el ascensor y se encerraron en su cuarto maloliente. Allí Mao se distrajo vislumbrando los hermosos rosados dedos del amanecer acariciando el cielo. Luego empezó a acomodarse quitándose las lentillas. Por fin. Al volverse, pilló a C.C. sirviendo un Bushmills. Había decorado la botella con un lindo lazo amarillo alrededor del cuello.
—Creí que sería adecuado celebrar que hubieras salido de la cárcel con algo de licor.
—Es un detalle dulce, mi adorada.
Mao se sentó en el otro sillón. C.C. colocó a un lado la botella y sacó un cigarro. Iba a sacar el yesquero, pero no estaba en dónde lo guardó. Extrañada, se palpó los bolsillos de su abrigo y en el de su blusa y tampoco estaba ahí. Estaba creyendo que lo había olvidado cuando Mao se lo tendió.
—¿Lumbre?
—Sí, por favor.
No sabía cómo narices se lo había hurtado ni en qué instante. El motivo era deducible: a Mao le gustaba hacerle favores y le gustaba sentir que le hacía falta. Aprovechó en sacarle jugo a la situación. Ella sujetó entre sus labios el cigarro y se inclinó sensualmente sobre el yesquero que Mao encendió.
—Gracias —le sonrió y se acomodó el abrigo sobre los hombros mientras se arrellanaba. Al cruzar las piernas, la orilla de la falda se remangó enseñando parte de sus muslos desnudos—. ¿Pensaste lo que harás ahora que eres un hombre libre?
—Te lo dije en la cárcel en tu primera visita: reunirme contigo. No he deseado otra cosa más intensamente en estos dos años que eso —dijo mientras sus ojos resbalaban por sus piernas. Se relamió—. ¿Y tú? ¿Vas a seguir adelante con tu venganza?
—No se pregunta lo que es obvio.
C.C. descruzó las piernas y se puso de pie. Marchó hacia la ventana.
—Con Lelouch —gruñó Mao, resintiéndose.
—Mao...
—¿No te gustaría que tus días fueran así siempre? —la interpeló—. No necesitas a Lelouch. Tienes ingenio y determinación. Eres más que una subordinada. Con tu intelecto y mi Geass, podríamos vencer a Britannia Corps o podríamos conquistar el mundo si así nos placiera o podríamos largarnos de aquí y hacer nuestras vidas, podríamos hacer lo que quisiéramos —Mao se incorporó. C.C. observó sus escalofriantes ojos carmín a través del vidrio acercarse— y tú no tendrías que mentir ni manipular ni fingir ser lo que no eres conmigo porque sabemos quiénes somos, ¿qué dices?
—¿Hacer nuestras vidas? —se burló C.C. Mao acarició sus hombros huesudos—. ¿A qué te refieres con eso? ¿A cumplir objetivos? ¿A fabricar nuevos sueños? ¿Eso para ti es vida? La vida es un círculo de degradación y violencia que nuestros sueños y objetivos nos obligan a repetir una y otra vez —sentenció. Se dio la vuelta—. Sería mejor si hiciéramos lo contrario. Todos. Sería mejor si rompiéramos nuestros sueños, si desecháramos nuestros objetivos, si dejáramos de reproducirnos y camináramos piano a piano hasta nuestra extinción.
—Bueno, dime qué es lo que quieres —le sonrió—. Dilo y yo te complaceré.
Y se filtró entre ellos el silencio. Transcurrieron unos minutos en que Mao solo miró a C.C. y C.C. solo miró a Mao. La bruja aplastó la distancia que los separaba presionando sus labios sobre los suyos. Él agarró su cintura con la suavidad con que debía ser tratada una diosa y la estrechó contra él. Le devolvió el beso y una corriente electrizante ascendió por su columna. Se estremeció. Fue ella quien deshizo el beso. Intercambiaron una mirada taciturna. Todavía tenían las frentes pegadas la una a la otra. Mao podía ver sus bellas pestañas negras y largas. Se le ocurrió bajar los ojos y oteó la mano de su amada hendir su carne con una daga, la que tenía escondida debajo de su falda.
No había sido una corriente electrizante.
Volvió a levantar la mirada. Los ojos ambarinos de C.C. ahora eran fríos y crueles. Él tosió y un hilito de sangre le corrió por la barbilla.
—Lo siento, Mao. No puedo hacer esto sin Lelouch. Él es la clave de mi plan. Necesito que aprenda a dominar su Geass. No puedo dejar que lo mates ni que estropees mi progreso —le susurró C.C. en sus labios. Enterró más profundo la daga—. Yo una vez tuve un sueño. Hace mucho. Empero murió antes de que pudiera ir tras él. Ahora solo tengo un objetivo: vengarme de Charles. Él me arrebató mi nombre y mi vida. Yo le arrebataré todo lo que tiene y todo lo que atesora. Y cuando lo haga no tendré nada que me ate a esta vida y podré ser libre.
C.C. le desencajó la daga con brusquedad. Mao se desmoronó sobre la cama detrás de él. Sus extremidades comenzaron a aletargarse. Sin dar tregua, C.C. pasó una pierna por encima de su cuerpo, sentándose a horcajadas, y hundió fulminantemente la hoja en su pecho. Con gran esfuerzo, la sacó disparando un chorro de sangre sobre las sábanas y su ropa. Se preparó para apuñalarlo otra vez cuando Mao atajó el mortal avance de la daga atrapándola con sus manos. Un río de sangre fluyó por el filo y tres gotas de sangre cayeron de una en una. Sobresaltada, C.C. luchó por desasirse. Creyó que Mao iba a empujarla cuando...
—¡Maldita tonta, tonta, tonta! Te arrepentirás —resolló. Los labios de Mao dibujaron una de sus sonrisas dementes—. ¿Qué no te das cuenta que Lelouch es preso de sus remordimientos y sus pasiones? Si no se desprende de ellas, no podrá convertirse en el monstruo que destruya a los Britannia. Tu venganza habrá sido para nada.
Mao apretó el filo, haciéndose con el control del arma, y automáticamente puso una mueca. El dolor venció su resistencia y la hoja perforó su corazón. Un pequeño suspiro escapó de los labios de Mao y después no se movió más. Una densa niebla cubrió sus ojos. Todo finalizó. C.C. estaba toda temblorosa como la hoja de un árbol. Vislumbró el cadáver que sus rodillas tenían sujetas. Quiso cerrarle los ojos como último gesto, y algo se lo impidió. C.C. se aprestó a bajarse de la cama y corrió directamente al baño. Azotó la puerta al cerrarla. Enajenada, la mujer esparció la mirada en torno suyo, las piernas le flaquearon y se dejó caer en el retrete. Con ambas manos se cogió la cabeza y respiró afanosamente. Notó la humedad en sus manos y se las miró. Estaban empapadas de sangre. Abrió las piernas y encontró las mismas manchas en su falda. Se precipitó en rasgarla y botó los pedazos en la basura. De todas maneras, tenía una muda de ropa. Había planeado cuidadosamente todo. De golpe, la fustigó un frío coletazo de aire que puso la piel de sus muslos como carne de gallina. Al mismo tiempo, C.C. reparó que su mano seguía unida a su daga. En su interior se engendró un malestar que la poseyó y casi sin darse cuenta permitió que su tristeza fluyera por su mano realizando una incisión que se alineó con las demás cicatrices. La sangre se escurrió por su piel y una sonrisa enfermiza remplazó la expresión angustiosa. C.C. recordó el motivo por el que solía cortar su carne: el dolor le proporcionaba una alegría siniestra que ni el alcohol ni el cigarro ni ningún otro vicio podía darle. C.C. ardía. No porque se había librado del acosador que la estuvo atormentado por años al fin, sino porque la culminación de su plan estaba más cerca.
A partir de ese instante, su sangre quedaría ligada por siempre a su venganza.
N/A:
Descripción de la épica entrada de Charles al juzgado con memes:
Charles:
Todos:
Schneizel:
C.C.
Kallen:
Lelouch:
Suzaku:
[Perdonen el meme tan largo, no me resistí, tenía que hacerlo xDDDDDDDDD]
¡Habemus nuevo capítulo y no! No está equivocado. Hoy es martes. No lunes. ¡Esta vez hemos alterado el orden natural de las cosas! ¿Por qué? Porque el capítulo no estaba listo ayer. Aunque ya tengo varios capítulos adelantados. Me gusta leerlos y corregirlos antes de publicarlos. Dichas correcciones incluyen modificaciones parciales o totales, lo que me lleva cierto tiempo hacerlas. Aunque también el ligero atraso de esta vez se debe a otras dos razones: primero, el mal tiempo (estos días han estado muy lluviosos y, por medidas de seguridad, evito prender mi computadora que es donde escribo) y, segundo, y el principal, mi estado de ánimo. Yo tengo un temperamento melancólico. A veces hay periodos en que me siento tan deprimida que no tengo ganas de escribir ni hacer nada y estos periodos han sido frecuentes a lo largo de este año y este mes de julio lo he sentido muy intenso. Actualmente, estoy escribiendo el capítulo 28 de esta novela y no he podido avanzar porque mi humor no cooperaba y no traté de esforzarme porque sabía que iba a ser en vano y porque un escritor necesita estar en óptimas condiciones para escribir (deshagámonos de esa etiqueta romántica de que la melancolía es buena para el proceso creativo). No quise obligarlos a esperar otro lunes porque ustedes llevan aguardando casi un mes por este veredicto y este capítulo, así que decidí mover la actualización para hoy. Además de que me moría por actualizar. No sé ustedes, pero yo sentí que julio pasó extremadamente lento. Incluso me daba la impresión de que la última actualización fue hace meses. En fin, ¡aquí está el capítulo y aspiro de corazón que les haya gustado!
Este es uno de mis capítulos favoritos de este segundo libro ya que explica el origen del título de esta parte —a mí me gusta entender por qué un autor selecciona cierto título para su libro—. Aun cuando el segundo libro se titula Lelouch of the Re;venge, vemos que no se trata solo de la venganza de Lelouch, es la venganza de Suzaku, es la venganza de Kallen y es la venganza de C.C. Y la venganza es el tópico principal de Code Geass: Bloodlines. Por lo que este capítulo es como el corazón de esta novela. Adicionalmente, este capítulo tiene una de mis escenas preferidas de este segundo libro: la conversación entre C.C. y Mao y su posterior asesinato. Lamento no conocer más a fondo sobre las filosofías de Schopenhauer y Nietzsche porque, a mi juicio, hubiera nutrido al personaje de C.C. Todo lo que sé es lo básico y es lo que tenemos en esa conversación. Ni qué decir del juicio por asesinato de Euphemia. Fue una de las primeras escenas que se me ocurrió desde los génesis de esta historia. Necesitaba convertir el caso de Euphemia en un juicio en que Lelouch fuera el acusado, Suzaku, el fiscal (el papel no podía ser más clavado) y Kallen, la abogada (otro papel que calzaba como anillo al dedo). Aun así, escribí esa escena muy lentamente. Escribir las escenas de juicio es agotador. Ojalá ustedes hayan sentido emoción leyéndola.
Hay muchísimo que comentar de este capítulo y si formulan las preguntas o los apuntes adecuados en sus comentarios a lo mejor pueda hacer algunas revelaciones del proceso creativo. Pasaré a dejarles las preguntas correspondientes por si gustan responderlas: ¿por cuál de las cuatro venganzas sienten más intriga? ¿Qué les ha parecido el juicio? ¿Les gustó la entrada sorpresa de Charles? ¿Esperaban que Suzaku retirara los cargos? Suzaku se ha acobijado bajo el ala de Schneizel, ¿qué tan fructífera creen que será esta suerte de mecenazgo? ¿Coinciden con Kallen: creen que él está cegado por la venganza, creen que ella lo está o que C.C. o Lelouch lo están o lo estarán? ¿Quién les parece que tiene más posibilidades en tal caso? ¿Al presidente Charles lo afectaron las palabras de Cornelia o no? La charla de Kallen y Lelouch después de la fiesta es mi segunda escena favorita de este capítulo, por cierto, teniendo en cuenta eso, ¿qué opinan de esa escena? ¿Se percataron del detalle? ¡La caja misteriosa! ¿Quién y por qué dejó esa caja? ¿Cuál es su teoría? ¿Logrará Lelouch convencer a los aliados de Britannia Corps traicionar a la empresa y, por extensión, al presidente Schneizel? ¿Y qué quiso decir Mao al morir? ¿Y cuál habrá sido el sueño de C.C.? ¿Por qué quiere vengarse del presidente Charles? ¿A qué se refiere con que él le arrebató el nombre? Es hora de que dejen su teoría aquí. Concluyo con las preguntas de rutina: ¿cuál fue su escena favorita? ¿Qué expectativas tienen para el próximo capítulo?
En unos días estaremos en agosto que es un mes especial para mí y lo será para ustedes porque tendrán doble actualización. Tienen cita este 16 de agosto para leer el capítulo 17 de esta historia: «Deseo». ¡Así es! Una semana antes de lo habitual. Estén atentos.
Hasta ese día, ¡nos estaremos leyendo! Y si les gustó este capítulo, háganmelo saber con un comentario. Agradeceré todo el amor y el apoyo que quieran enviar al fanfic. Saben que me animan un montón a continuar la novela. ¡Besos en la cola, malvaviscos asados! ¡Se me cuidan!
Posdata:
Salvaje spam: malvaviscos asados, si les gusta Code Geass, les informo que hace no mucho abrí una página de comunidad en Facebook. Dicha página nació de mi iniciativa de encontrar a más fans de esta maravillosa serie, compartir con ellos y pasar un buen rato. Sé que esta serie no tiene tantos fans en este lado del charco, lo cual es una lástima porque Code Geass es uno de los mejores animés que hay. Pero los fans que tiene son muy leales, por lo que he decidido crear un espacio para reunirlos y poder expresar nuestro amor a Code Geass. Desde la base del respeto y la tolerancia, huelga decir. Les dejaré el link en Enlace Externos por si quieren seguirla.
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