Capítulo 15: Eclipse Solar
Faltan 36 horas para el juicio
La noche del miércoles fue la peor noche de Suzaku en muchísimo tiempo. Tenía el estómago revuelto y la cabeza ardiendo. Y, para colmo de males, estaba sudando. Temió que se tratara de fiebre; pero, a medianoche, se sintió mejor cuando vomitó. Al parecer, había sido el licor. Desafortunadamente, no pudo volver a dormir después. La imagen del rostro demacrado de Euphemia aparecía para herirlo en cuanto cerraba los ojos, así que descorchó algunas botellas de ron y bebió hasta perder el conocimiento. Al otro día, se preparó para ir al gimnasio como siempre sin demasiados ánimos. Le había vuelto la jaqueca. No obstante, la idea de quedarse en casa lo enervaba y él necesitaba libertad. Necesitaba aire. Se dio una ducha fría, desayunó algo ligero y fue. Entrenó con el saco del boxeo. El saco se sacudía furioso por cada puñetazo y patada. Suzaku había decidido practicar boxeo para drenar sus emociones y, en vez de eso, la cólera crecía dentro de él. Conforme la intensidad de sus ataques incrementaba, la arenilla del saco se escurría más aprisa. Al sentir que se asfixiaba, se arrojó al saco y boqueó en busca de aire. Algunas hebras húmedas se le adhirieron a la frente. Se miró los puños vendados tras reponerse. ¡¿Por qué estaba más enojado que antes?! ¡¿Por qué no funcionaba?! ¡¿Qué estaba haciendo mal?! Suzaku le metió un puñetazo al saco y gritó.
Kallen miraba a Suzaku a cierta distancia con recelo. Las dudas la hacían retroceder. Todavía pensaba que era inútil hablar con él. No creía seriamente que la escuchara. No eran tan amigos como lo habían sido Lelouch y él. Además de que Suzaku podría adivinar que Lelouch estaría detrás de ella y desconfiar con más razón. Aun así, Kallen Stadtfeld nunca se rendía sin pelear y le había prometido a Lelouch intentarlo. Estaba comprometida doblemente. En conclusión, Kallen inspiró hondo y se aproximó a su objetivo.
—¡Suzaku! —lo llamó. El aludido se frenó en seco. Justo cuando ya el pobre saco no resistía otra paliza—. Tenemos que hablar.
Suzaku se limpió las perlas de sudor de la frente con la orilla de la camiseta y se volvió hacia su interlocutora con las facciones endurecidas. Había un brillo salvaje en sus ojos verdes que alertó a Kallen. Fue un misterio para ella como logró disimular el escalofrío que atravesó su espina dorsal.
—¿De qué quiere hablar Lelouch? —preguntó con frialdad.
—¿Lelouch? Soy yo la que vino a conversar contigo, ¿por qué crees tal cosa?
—Eres irrevocable con tus decisiones y la última vez me dejaste en claro que no te apetecía verme hasta el juicio en donde «ibas a aplastarme».
—Si presumes que me conoces bien sabes que no me gusta ser la recadera de nadie —gruñó Kallen, sintiendo que se le trababa la lengua. Ese no fue un buen comienzo—. Estoy por mi cuenta. Estaba revisando mis notas para el caso y reparé en algo que si no me hubiera parecido importante no me habría tomado la molestia de buscarte —recalcó—. Si en tu investigación el vino dio positivo para veneno, ¿por qué Lelouch no está muerto? ¿No te has planteado la posibilidad de que la copa de la víctima pudo estar envenenada?
—Las copas fueron procesadas en laboratorio y arrojaron resultados negativos. La evidencia sugiere que Lelouch sirvió vino en las dos copas, echó veneno en la de Euphie y luego en la botella para confundir.
—Eso pudo suceder o alguien cambió la copa de la víctima.
—¿Insinúas que un miembro de mi equipo fabricó evidencia? —rumió Suzaku y Kallen juró haber visto la línea de su mandíbula tensarse—. ¿O que yo lo hice?
—No, tú no —aseveró. Su serenidad contrarrestaba con la rabia contenida de Suzaku—. Eres un buen fiscal —susurró ella. Se asombró de su confesión. Lo dijo indeliberadamente. Debía ser verdad. Cuando las emociones la dominaban, mentía pésimo—. Yo admiro tu pasión y tu tenacidad, Suzaku, y está bien si no me crees —agregó Kallen. Él se limitó a mirarla de hito en hito. En su fuero interno, deseaba ferozmente creerle—. Creo que si hubiera más policías y fiscales como tú nuestro sistema judicial sería muchísimo mejor. Por desgracia, la realidad es que no todos tienen tu integridad. Tú sabes cómo es Britannia Corps y de lo que es capaz su presidente. No le costaba nada sobornar a algún policía o inspector para que plantara pistas falsas. ¿Por qué no considerar esta hipótesis?
—¡Porque no tiene ningún sentido! —replicó a la defensiva.
—¿Ah, no? ¿Ya la comprobaste? —cuestionó—. El Suzaku que estudió conmigo y me apoyó cuando me degradaron no descartaría nada y habría ido a registrar la escena porque sabe la corrupción del sistema y que sus fallas afectan a los involucrados en el juicio.
—¡¿Es eso lo que Lelouch quiere?! ¿Que vaya a la escena del crimen ahora que implantaron la copa? —preguntó Suzaku con hostilidad—. Kallen, ¡abre los ojos! ¡¿Qué es esta oscuridad que hay en ti?! Es Lelouch que te está corrompiendo. ¡Tú antes no eres así! Tú actuabas según lo que te dictaba tu corazón. Las opiniones de otros no influían en ti porque tenías bien asentadas tus convicciones. ¿Qué te ha sucedido? ¿Han cambiado tus ideales?
El dolor en la última pregunta lastró la entonación de Suzaku. Kallen conocía la respuesta. Y si le daba la razón arruinaría su esfuerzo.
—¿Qué tal si Lelouch no me corrompió y esa oscuridad a la que te refieres siempre ha estado dentro de mí y él fue el primero que la divisó? ¿Qué tal si Lelouch me conoció mejor en dos meses que tú en seis años? ¿Uhm? No te lo habías planteado, ¿eh? —debatió. Suzaku frunció el entrecejo—. ¿Por qué no mejor hablamos de tu oscuridad? —cambió de tema—. Yo actúo en función de los intereses de mi cliente. ¿En qué te basas tú? ¿En tu deber como fiscal o en los deseos del presidente Schneizel o en los tuyos? —preguntó con gravedad—. En el pasado, a ti te daba igual ganar o perder el juicio. Tú decías que la verdad debía prevalecer sobre los intereses personales. ¡Mírate! Ya no eres tú mismo desde que estás con el presidente Charles. ¡Date cuenta de quién es el verdadero enemigo!
Para su disgusto, aquella frase sonó como una súplica, pero ya no podía revertirla.
—Eso hago, Kallen. Todo este tiempo he llevado una venda sobre los ojos y ahora que me la he quitado me doy cuenta de que mi verdadero enemigo siempre estuvo a mi lado —masculló Suzaku y, al hacerlo, fijó en ella una mirada tan filosa que Kallen se sintió traspasada.
Por el odio que destilaba, Kallen supo instantáneamente que cualquier intento sería en vano. En aquello, intervino una tonada. Provenía de su celular. No estaba de humor para atender.
—No es verdad. Tú no sabes nada, Suzaku...
Por más que trataba de ignorar su celular, este insistía sonando. Decidió recibir la llamada de mala gana y, por alguna razón, se quedó pegada al teléfono. Su rostro se descompuso. Suzaku intuyó que algo andaba mal. Kallen cortó y no retomó el hilo. No podía. Por lo cual, Suzaku fue el que se pronunció:
—Creo que deberías irte.
—Será un placer —bramó, decepcionada—. No quiero interrumpir más tus ejercicios.
Y, sin más dilación, Kallen se marchó con la misma determinación de la que hizo gala en los juzgados seis meses atrás. En aquel juicio ominoso. Él había ido. Desde temprano, él estaba al tanto de que ella tenía en sus manos un caso complicado. No bien no empezó a manifestar interés real hasta que se enteró de que había rechazado el trato de la fiscalía porque quería declararse inocente —aun si le convenía lo contrario—. A diferencia de algunos compañeros que comentaron la necedad de Kallen, Suzaku fue discreto con su opinión. Sí, creía que había cometido un error. Pero, secretamente, Suzaku tenía la ilusión de que ganara y les enseñara a todos que los equivocados eran ellos. Por tal motivo, se presentó en el día del juicio. Lástima que el destino no favoreció a Kallen. Y la situación degeneró y agredió al juez. Suzaku nunca aprobó aquella reacción de Kallen. Había trasgredido el límite. La suspensión fue merecida. No le mentiría para consolarla. De igual forma, nunca fue demasiado duro. Entendía por qué lo hizo. El comentario fue machista y estuvo fuera de lugar. Adicionalmente, le fue inevitable reírse cuando el juez Calares se desplomó como personaje de caricatura japonesa. Y cuando los policías se aprestaron para socorrerlo, Suzaku les puso una zancadilla. Tampoco estuvo correcto. No iba a tener el cinismo de negarlo. Aquel gesto podría ser su acto de rebeldía más grande y no se había arrepentido. Suzaku no se lo contó a Kallen, pensando que no tenía caso. Y jamás lo iba saber.
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Faltan 32 horas para el juicio
Desde que tenía uso de razón, Lelouch destacó entre todos los niños. Absorbía conocimientos al igual que una esponja absorbía agua. En un corto periodo, había aprendido a tocar el piano y a hablar y escribir en inglés, francés y japonés, era capaz de resolver ecuaciones de segundo grado e inclusive se había coronado como campeón estatal de ajedrez. Y todo lo había logrado sin cumplir los diez años. Lelouch era un genio en toda definición y su madre le había inculcado enorgullecerse por su inteligencia, asegurándole que se abrirían para él montones de puertas y Lelouch lo había creído así. Después de todo, si se había granjeado el orgullo de su madre y la admiración de Nunnally, ¿qué no podía tomar el mundo? La verdad fue que en la escuela hizo el cruel descubrimiento de que su preciado don no era una bendición como había dicho su madre, sino una maldición que la vida le había impuesto injustamente. Le resultaba difícil comunicarse con otros niños. Era como si navegaran en dos dimensiones paralelas. Podían verse, mas no hablarse. Fue en ese entonces que nació en Lelouch el deseo de despojarse de su gracia con tal de ser normal. Un deseo que no se esfumaría hasta hacerse amigo de Suzaku.
—Aprendes rápido, Naoto. Pronto estarás listo para hacer el examen en la universidad.
—Muchas gracias, señora Lamperouge —había sonreído Naoto—. Aunque el crédito no es totalmente mío. No lo hubiera logrado sin su ayuda.
—¡Mamá! ¡Mamá!
Marianne y Naoto se volvieron a ver a Lelouch que se acercaba a ellos pisando fuerte. Había venido por el camino envuelto en una nube oscura y tan sumido estaba en su disgusto que no había advertido que su madre estaba conversando con alguien.
—¡Oh, Lulú! No escuché cuando regresaste de la escuela.
—¡Estoy harto! No quiero ser más inteligente —había chillado tirando su mochila al piso—. Ningún niño quiere ser mi amigo. Todos me ven como un bicho raro. ¡Me haré bruto!
Furibundo, Lelouch estrelló la cabeza contra la pared. Para su desgracia, el golpe no cortaría el flujo de pensamientos sobre cosas que no le incumbía, movimientos nuevos de ajedrez y recuerdos de datos banales. Aunque sí se ganaría un chichón. Lelouch volvió sobre sus pasos tambaleándose y se sobó la zona afectada con los párpados apretados. Al abrirlos, el invitado se hizo visible. Las orejas del niño mudaron de color y las brasas de la ira se enfriaron.
—Buenos días, señor —había balbuceado, abochornado—. Disculpe por no haberlo visto.
—Está bien. Todos tenemos días malos —le había sonreído, comprensivo—. ¿Eres Lelouch?
—Sí, señor.
—¿Señor? Tan solo te llevo algunos años. Llámame Naoto. Me da gusto conocerte —Naoto inclinó la mitad de su cuerpo en señal de cortesía. Visto que no le había extendido la mano y no quería quedar como grosero, Lelouch lo imitó, lo que le arrancó una risa a Naoto—. ¡Qué niño más simpático! Con razón, estás tan orgullosa de él.
—Sí. Él y su hermana son la luz de mi vida —había confirmado Marianne, sonriente.
Lelouch les devolvió una sonrisa tímida. Le gustaban los elogios. Aún más si se los echaran en presencia de su madre. Y Naoto lucía como un sujeto agradable. Era fácil sentirse cómodo con él. En cuestión de tiempo, Lelouch olvidó la razón de su furia. Repentinamente, la imagen se difumó. Todo fue oscureciéndose y, al cabo, se quedó mirando el interior de sus párpados. Estaba dormido. Fue un sueño muy extraño. Si es que lo fue, ¿no? Era imposible. Él no había conocido al hermano de Kallen hasta la noche que su madre fue asesinada. Eso sí, recordaba vagamente esa pataleta. Su primer berrinche. Salvo que era Nunnally quien estaba ahí. Quizá su mente había mezclado los recuerdos. Lelouch se forzó a abrir los ojos. Pestañeó numerosas veces hasta acostumbrarse a la luz. «¿Dónde estoy?». Lelouch dejó que sus pupilas vagaran por los alrededores. Notó que ocupaba una cama de una larga hilera. Algunas de ellas tenían cortinas. En el aire había disperso un olor a salsa, queso y jamón. Pizza. Supuso que el hambre le estaba jugando una mala pasada. Dedujo que estaba en una enfermería. Y, en efecto, había una mujer vestida con el uniforme de enfermera a su lado que estaba inyectándole algo en su brazo. Lelouch la entrevió con la vista nebulosa. Al principio, la mujer era una forma borrosa. Pero cuando el cabello verde y los rasgos de la enfermera empezaron a hacérsele familiares, agudizó la vista.
—¿C.C.?
No obtuvo ninguna respuesta. Acabó el trabajo. Colocó la jeringa sobre la bandeja que había traído en un carrito y se fue.
—¡No! ¡Espera!
Lelouch alargó el brazo queriendo alcanzarla y lo lamentó enseguida. Fue electrocutado por un relámpago de dolor que recorrió desde su mano hasta su ojo izquierdo. Su brazo cayó sin fuerzas sobre la cama y los párpados se le vinieron abajo. Intentó abrirlos, y no obedecieron. Su cuerpo estaba débil; pero su mente empezó a procesar todo vertiginosamente. ¿Qué había sucedido? ¿En dónde estaba Mao?
—... ¡Fuera de mi camino, estúpido! ¿Qué no ve? Esto es un permiso de visita por fax. Tenga.
Kallen irrumpió de golpe en la enfermería. Su corazón que ya palpitaba enloquecido, en parte por la velocidad con que venía, en parte por el terror que la había infectado aquella llamada, se paralizó al posar sus ojos en Lelouch.
—No se preocupe, señorita. Fue solo fatiga —le explicó una voz cantarina a la pelirroja. Muy posiblemente una enfermera—. Se pondrá bien apenas haya comido y reposado lo suficiente.
Kallen se sorbió la nariz y, sin dirigirse a su interlocutora, la reprendió en un hilo de voz:
—Debieron avisarme de inmediato. Soy su abogada. Tengo derecho a estar en conocimiento del estado de salud de mi cliente.
—Sí. Discúlpenos.
—Bien —repuso ella, suavizando el tono con el afán de disipar cualquier tensión—. Gracias.
https://youtu.be/UEZ-apKKDKQ
La enfermera fue a hacer otra cosa o habría salido silenciosamente porque no retornó a hablar. Escuchó que algo raspó de manera ruidosa la superficie y supuso que Kallen había arrimado una silla para sentarse junto a él. Estudió a Lelouch. Tenía los labios crispados y el entrecejo fruncido. Algo inquietaba su sueño. ¿Qué podría ser? Entonces, reparó que se había inclinado sobre Lelouch instintivamente. No se enderezó. En su escrutinio, sus ojos azules pasaron de su semblante a su mano. Aunque estuvo insegura, acabó agarrándola entre las suyas. Lelouch aguantó la respiración temiendo estremecerse. Kallen no se dio cuenta.
—Tus manos están frías —susurró Kallen—. Conque te desmayaste. El médico me dijo que la razón más segura era porque no habías dormido. Añadió que debiste experimentar algunos mareos antes de colapsar. Es por el juicio, ¿no? Yo tampoco he descansado bien —admitió—. Tu salud es más importante que ese estúpido juicio. ¿Tienes idea del miedo que cogí cuando me notificaron que te habían internado en la enfermería o de qué solo habrá un juicio? Uno. Me asusta fallarte a ti y a mí. Me asusta no ser tan buena abogada como creo lo soy. ¡Desearía tener tu templanza! He seguido tus lecciones al pie de la letra, pero no sé si eso será suficiente ¡y no quiero acudir al juicio sin ti! —a Kallen se le atoró un sollozo en la garganta. Tuvo que dejarlo salir para seguir—. Maldita lengua viperina, ¡quisiera golpearte! Me frustra no poder hacerlo, así que, por favor, recupérate... Te necesitamos en el despacho. Yo te necesito.
Kallen colocó el brazo sobre la cama y recostó su cabeza. Allí se desahogó con total libertad. Sus manos permanecieron unidas. Lelouch, quien había estado atendiendo sus sollozos y sus dudas, entornó los ojos y la vislumbró conmovido. Comprendía el peso de la cruz que Kallen estaba llevando a cuestas. Salvo que él había aprendido a reprimir sus emociones. No quería eso para ella. Kallen era una fuente de luz y calor. Si se apagaba, sería muy oscuro y frío para ambos. Quiso acariciar su cabeza. Pero se contuvo. Lelouch decidió poner fin a su falso sueño desperezándose. La mujer lo soltó pegando un respingo.
—¿Kallen? —preguntó. La ronquera le imprimió la verosimilitud que la mentira requería.
—¡Lelouch! ¡Despertaste! ¿Cómo estás? —balbuceó, emocionada. El alivio le había ganado a su prudencia. En otras circunstancias, lo había disimulado. Esta vez ni siquiera lo pensó.
—Algo cansado —contestó—. Tú no te ves mejor que yo. Espero que no te hayas desvelado preparando el juicio.
—¡Mira quién lo dice! —gruñó haciendo un mohín.
—Perdóname, tengo que ser honesto, aun si no soy el más indicado. Vas a necesitar todas tus energías para el juicio. Es mañana. No te olvides —le riñó con cariño. Kallen estuvo a punto de sacarle la lengua como una niña chiquita, de no ser porque pensó que se vería muy infantil. Prefirió asentir con fastidio—. ¿Qué pasó? ¿Por qué estoy en la enfermería?
—Deberías ser tú quien me respondieras a eso —resopló—. Tuviste una pelea con otro preso.
—¿Y dónde está él?
—En el hospital. Tenían que estabilizarlo porque le hincaste un cepillo de dientes en el cuello. Se recuperará. No creo que vayan a adjuntarnos cargos por daños corporales; pero, de todos modos, ¡¿en qué estabas pensando?! —le reprochó vivamente—. ¿Cómo quieres que te saque de la cárcel si no me ayudas?
«Así que todavía está vivo. Eso es una lástima y también es una ganancia. Mencionó ciertas cosas que me gustaría saber más. No estoy seguro de que las haya dicho por sembrar caos en mi cabeza. Incluso su locura sigue una lógica particular», meditaba Lelouch. «Como sea, no voy a molestar a Kallen con las necedades de un lunático. No por ahora. No si considero que no vale la pena».
—Lo lamento. No era mi intención meterme en problemas; pero él se metió conmigo. Y debo agradecerte —le explicó Lelouch, regalándole una sonrisa coqueta que había robado más de un suspiro femenino—. Si no fuera por tus consejos de entrenamiento, creo que habría sido yo a quien hubieran trasladado al hospital.
—¿Ah, sí?
Fue por un efímero segundo, sin embargo, Lelouch observó cuando una bella sonrisa iluminó la expresión de Kallen. La pelirroja se apremió en sustituirla por una de sorpresa. «¡Ah! Tal como esperaba, le ha gustado mi comentario. Eso significa que ya puedo abordarla...».
—Sí —ratificó—. Oye, charlatana, de casualidad, ¿tu hermano quería ser abogados?
—No que yo sepa. Admiraba a los abogados y estaba interesado en estudiar en la universidad. No me llegó a decir qué carrera —respondió, rascándose la nuca—. ¿Por qué preguntas?
—Por nada en especial. Ni sé por qué pregunté —se rió Lelouch—. Sabes, Tamaki me visitó días atrás y me habló de tu buen desempeño.
—¡Ja! Me sorprende que lo hiciera —graznó Kallen—. Él y los otros no han hecho otra cosa que mirarme con desconfianza y cuchichear a mis espaldas desde que lidero el bufete.
—Tamaki es un alma sensible. Me guarda mucho aprecio. No te lo tomes personal, charlatana —la tranquilizó Lelouch—. Los otros te respetarán cuando pruebes tus aptitudes ¡y lo harás! Eres la más adecuada para defenderme en la corte: me salvaste la vida en dos oportunidades
—Sí, te salvé de una puñalada y un huevo podrido —coincidió ella, medio en broma, medio en serio—. Me parece injusto que tenga que probarme ante otros para obtener su respeto. No necesito su aprobación. ¡Necesito sacarte de este infierno! —afirmó esparciendo la mirada—. Por cierto, tal vez sea inapropiado decirte esto porque estás convaleciente. Sin embargo, mi intuición me dice que no me perdonarás si no te lo dijera en el momento: el presidente Charles se topó conmigo y me ordenó ganar el juicio. ¿Por qué crees que me lo dijo?
El rostro de Lelouch se ensombreció. Lo último que hubiera aguardado o le hubiera apetecido oír era información sobre su enemigo.
—¿Dijo algo más? —indagó con voz gélida. A Kallen se le erizó los vellos de los brazos.
—No.
Lelouch frunció el ceño. Con lentitud, flexionó las rodillas y se dobló hacia adelante para sentarse. Olvidándose de que estaba de reposo y que no estaba solo. La pelirroja extendió las manos por si necesitaba ayuda. No hizo falta.
—Eso no puede ser. Estoy aquí porque Britannia Corps lo dispuso. ¿Pretende confundirnos? Si fuera el caso, ¿cuál es el propósito? Schneizel me tendió su oferta amable y yo la rechacé. Fue por eso que me envió a la cárcel —musitó Lelouch para sí. Con aire pensativo, se mordió el pulgar—. Solo hay una explicación: Schneizel y Charles navegan en distintas direcciones. Aunque eso no contesta a la pregunta. ¿Por qué a Charles le interesa mi liberación? Él debe ya estar al tanto de quién soy, ¿en qué lo beneficia? ¿Y por qué quiere que lo sepa?
El ceño fruncido de Lelouch se acentuaba mientras más le daba vuelta a la situación. El efecto de los calmantes disminuía su concentración y las ideas burbujeaban en su mente como el agua hirviendo. Paradójicamente, se sentía más lúcido que nunca con aquel descubrimiento. Estaba librando dos batallas diferente en una misma guerra. ¡El lema de la familia Britannia era una farsa! Si, en realidad, era como deducía y no era el único enemigo de Charles, aquella información podría serle de utilidad en el futuro.
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Faltan 24 horas para el juicio
Este iba a ser el primer juicio con jurado que Suzaku tendría. Había ido como espectador en un par de ocasiones y, en algún punto de su carrera universitaria, había conseguido participar en calidad de jurado, así que más o menos comprendía la mecánica. Kallen sería la abogada de Lelouch. La había enfrentado en algunos juicios. En varios él había ganado. En otros había perdido. Era una abogada contundente; pero no era especialmente difícil. De cualquier forma, el error más nefasto que podía incidir era subestimarla. Kallen estaba determinada a ganar a como diera lugar. Importante. Seguramente, la mano de Lelouch estaría moviendo los hilos de la defensa desde las sombras. Él era el primero que quería salir. Un ligero descuido y todo su trabajo se iría a la mierda. Por tal motivo, Suzaku resolvió pedir ayuda a su fiscal superior. El fiscal Guildford lo había estado monitoreando en algunos casos cuando realizó pasantías para la universidad. En un mejor contexto, habría revivido sensaciones agradables.
—La narrativa es importante. Procura mostrarse humilde cuando haga la lectura de cargos. Hágalos pensar que el juicio es su responsabilidad —le recomendaba el fiscal Guildford.
—Bien. No me supondrá inconvenientes. Nunca he sido bueno para presumir ni siquiera mis triunfos —asintió Suzaku—. Ahora bien, he estado pensando que podría enseñar su registro de llamadas y la declaración del policía que lo atrapó infraganti.
—¡Uhm! No. Deja eso de lado —disintió el fiscal ladeando la cabeza—. Es evidencia difícil de concretar y muy tediosa. Mejor, impresiónalos con algo visual. Una imagen permanecerá en la mente del jurado más que cualquier cosa que presente.
—Las cámaras de la casa Britannia están afuera. No pudieron grabar nada de interés. Veré si convoco al estrado algún testigo que haya oído a la víctima y al sospechoso discutir. Lo más impactante que tengo son fotografías del cadáver. Lelouch..., el sospechoso tenía suficiente arsénico en su poder para matar a una persona.
A Suzaku le supo fatal imaginar las fotos de Euphie, a quien el veneno le había chupado hasta convertirla en una momia reseca, proyectadas en el tribunal a la vista de tanta gente. La prensa asistiría y apostaba que un puñado de gente también. Sin contar al juez y al jurado. No cabía duda de que manipularía emocionalmente al jurado y alimentaría el morbo. Le desagradaba la idea. Pero tenía que admitir que así estaría más cerca de ganar.
—Presiento que la defensa intentará sembrar la duda razonable —continuó Suzaku.
Habló de «presentir» para relativizar. Tenía la completa certeza de que ese sería su enfoque.
—¡Bien! Aférrese eso. Acepte todos los sospechosos de la defensa. Lo beneficiará.
Suzaku iba a elaborar otra pregunta. Desafortunadamente, no lograría expulsarla de su boca. El fiscal Waldstein exigía verlo. No se le podía decir que «no» al fiscal jefe de la división de crímenes. Agradeció al fiscal Guildford su orientación y partió a su oficina. Presumía que lo citaba para una actualización del caso con la excusa de su magnitud. Halló al fiscal Waldstein en su escritorio firmando algunos papeles. Su semblante era severo. Igual que siempre.
—Fiscal Kururugi, por favor, tome asiento —pidió el fiscal, desplegando un ademán. Suzaku se tendió en el sillón frente a él—. Intuirá por qué lo he llamado. Bien. ¿Cómo va el caso?
—Bastante bien. Logré recolectar evidencia sólida contra el sospechoso: tengo la declaración de un testigo...
—No, no preguntaba por el caso de la joven Britannia —lo interrumpió cortésmente—. Debí aclararme. Permítame reformular: ¿cómo va el caso de Zero? Por respeto al fiscal Guildford, le asigné ese caso, a pesar mío, ya que tenía otro caso igual de complicado. Aspiro que no lo haya abandonado.
—No, señor. Estoy trabajando en ello también —farfulló, atónito—. Nos habíamos quedado atrapados en un callejón sin salida tratando de seguir el rastro de las primeras cajas. Empero, cuando el caso de la joven Britannia se conectó con el de Zero, al ser quien trajo el sospechoso a la comisaría surgieron nuevas evidencias. La policía está investigando la escena en que el sospechoso fue emboscado por Zero, actualmente. Me informarán cuando tengan algo.
—O sea, que no tiene nada. De acuerdo —sentenció el fiscal Waldstein uniendo los manos y apoyándolas en el mentón. No estaba satisfecho—. Siga trabajando, fiscal Kururugi. Y tenga cuidado. Varios guardaespaldas de Britannia Corps fueron asesinados en la escena. Si usted no puede demostrar que Zero fue el responsable, le sugiero voltear hacia otro lado. ¿Bien?
«¿Voltear a otro lado?». Los fiscales corruptos estaban habituados a hacer eso. Suzaku había condenado categóricamente esa actitud. Es más, había luchado contra ella. No quería voltear a otro lado. No podía. Era una traición a sí mismo. Suzaku escuchó sus nudillos tronar. Había apretado los puños, inconscientemente. El fiscal Waldstein esperaba.
—¿Bien, fiscal Kururugi? —repitió.
—Bien —masculló.
—Eso necesitaba saber —asintió—. Ojalá gane el caso. De otro modo, no habría valido todo el esfuerzo que usted invirtió sacrificando un deber por otro y habría perdido dos casos.
A Suzaku se le desorbitaron los ojos.
—Perdón, ¿lo estoy malinterpretando o me está queriendo decir que si pierdo este juicio me quitará el caso de Zero?
—Afirmativo. Si no pudo resolver un caso complejo, no podrá hacerlo con este. No es el más capacitado para manejarlo. Tengo otros fiscales que bien pueden ocuparse y darme resultados inmediatos —explicó, lacónico—. No quiero parecer que desprecio sus sueños, pero yo tengo el mío: hacer de este país un lugar libre de impunidad. Y a fin de cumplirlo deseaba trabajar con los fiscales más competentes de la República. Usted parecía ser uno de ellos —el fiscal Waldstein haló el primer cajón del escritorio, sacó un control remoto y encendió la televisión. Suzaku se giró sobre sus talones. Estaban retransmitiendo clips de la entrega de su premio al «Fiscal del año» y del mitin del presidente Charles, el momento en que él salía estrechándole la mano. El reportero hablaba acerca del caso de Euphemia y que él sería el fiscal a cargo—. Fue por esa razón que lo puse a prueba asignándole este caso. Me decepcionaría si fallara.
A Suzaku lo sulfuró el denigrante tono de su voz.
—Decepcionado debería estar de usted mismo que forma parte de la corrupción que quiere erradicar.
No fue hasta después de que lo escupió que cayó en cuenta del peso de sus palabras. Si bien, había murmurado para sí mismo, fue lo suficientemente alto para que el fiscal jefe escuchara con claridad. No se ensañó. Se lo tomó con filosofía.
—Yo lo comprendo, fiscal Kururugi. También me frustré contra el sistema y sus funcionarios cuando empezaba mi carrera como fiscal. Era un niño con la cabeza llena de ilusiones. Pero luego me hice hombre y me percaté de que era lo que había. No importaba adonde fuera. La corrupción está en todos lados. ¿Y qué podía hacer? Unirme a ella y cambiarla desde adentro —se sinceró. Suzaku se volvió hacia su interlocutor con estupor. El fiscal Waldstein le dedicó una sonrisa—. ¿No están hechas las vacunas del mismo virus que pretenden erradicar?
Suzaku parpadeó como tratándose de despertar de un sueño.
—Lamento mi lenguaje rudo, señor. No lo volveré a hacer. Trabajaré más duro en el caso de Zero. Si eso es todo lo que tenía que decirme, me retiro.
Suzaku se inclinó solemne y se marchó a paso precipitado. Aquello había sido escalofriante. Por un instante, su jefe había sonado igual a él y él había querido contestarle como Kallen. Cambió de opinión con una sacudida de cabeza. Para sus adentros, Suzaku se regañó por tener la osadía de ocurrírsele semejante disparate. ¡El fiscal Waldstein y él eran muy diferentes! Bruscamente sacó su celular y contactó a la inspectora Croomy. Le solicitó reunirse con él en la escena del crimen del caso de la señorita li Britannia.
Había algo que le gustaría cerciorarse.
https://youtu.be/82NzmREdkpg
Faltan 23 horas para el juicio
De forma análoga, Kallen y C.C. estaban examinando y discutiendo las notas del caso en el despacho de Lelouch con la ingenua y absurda esperanza de que hubiera suelto en el ambiente algún residuo de la inteligencia de Lelouch que pudieran absorber. C.C. había estado presente en varios de sus juicios desde que era un abogado novato. Era su confidente. Y quien mejor conocía sus secretos y sus técnicas. Por lo tanto, su asesoría resultaba valiosísima. Era como si proviniera del mismo Lelouch. O esa era la impresión que abrigaba Kallen. Claro, Lelouch no hubiera aparecido con una caja de pizza margarita y dos Jameson y a Kallen le producía pavor que su asesora se emborrachara. Lo que Kallen desconocía era que, en la noche en que pusieron bajo arresto a Lelouch, C.C. se había encerrado en el baño para embriagarse, fumar y orinar. Todo a la vez, sin hacer desplazamientos largos y en privado —el baño era su lugar favorito por ello y más.
—Lelouch logra meterse en el bolsillo a todos porque es carismático —disertaba., entre tanto encendía el yesquero y acercaba el extremo de su cigarrillo a la lumbre—. A las personas les resulta encantador porque sabe dejar caer las palabras en el momento justo. No te ofendas. Tú no derrochas carisma. Bueno, no, eres tradicionalmente carismática. Podrías potenciar esa cualidad imitándolo en ciertos aspectos —la bruja cruzó las piernas y fumó. Mantuvo el humo en la boca un rato, aguardó que le hiciera esas cosquillas agradables en la nariz y exhaló una perfecta nube de humo. Prosiguió—: es de suma importancia que te ganes al jurado desde el comienzo. El argumento inicial es tu carta de presentación. Te aconsejaría elogiar al fiscal. De este modo, darás la imagen de que eres una persona racional y objetiva.
—¿Debo elogiar a Suzaku? ¡Aj! —graznó Kallen arrugando la nariz con asco.
—No es agradable, así es. Pero el juicio y la sociedad son un juego de apariencias y creo que no necesito recordarte que estás en desventaja: tienes toda la evidencia en tu contra.
—Sí, lo sé —suspiró.
—Y Suzaku es un excelente fiscal e irá con todo para sentenciar a Lelouch a la pena máxima.
—Sí, sí, ya sé.
—Y que, además, está siendo respaldado por ricitos de oro que movió sus fichas para asignar como juez al tipo que le partiste la nariz.
—¡Que sí, lo sé! —aulló, jalándose el pelo desde la raíz—. ¿Estás haciendo esto a propósito?
—Solo te digo la verdad —se justificó con indiferencia, dándole una mordida a su pizza—. El panorama de este juicio es como mi vagina: oscuro, aterrador y sin ningún sobreviviente a la vista.
C.C. fumó otra vez. Kallen clavó los codos en sus rodillas, se metió la barbilla en la garanta, se agarró la cabeza con ambas manos y se alborotó el pelo rojo. Resopló con frustración.
—Al menos, si lo elogio no parecerá forzado. Suzaku ha hecho una profunda investigación gracias al presidente Schneizel —apuntó Kallen con sarcasmo—. Tengo todas las de perder. A estas alturas, no me queda otra opción que despertar la duda razonable. Es la manera más efectiva de convencer al jurado de la inocencia de Lelouch. Pero si trato de desviar la atención hacia otro sospechoso y la fiscalía impugna esa posibilidad, estaré en aprietos y Tamaki y los suyos no han conseguido nada útil de ninguno de los otros testigos. ¡Esto no está ayudando!
—Bueno, yo te dije que nuestras ideas circularían aún mejor si nos poníamos las camisas de Lelouch. Fuiste tú la que no quiso —bromeó C.C., encogiéndose de hombros. La pelirroja la fulminó con la mirada, huraña—. Tomemos un break. ¿Quieres whiskey?
C.C. desentumeció su cuerpo, estirándose con pereza. Sobre la mesita delante de ellas estaban dos vasos de vidrio atiborrados de cubos de hielo, dos Jameson, una jarra con agua y la caja de pizza abierta, la cual había desaparecido la mitad en el estómago de C.C. La Wicca cogió una de las botellas y se sirvió un tercio y vertió agua. La pelirroja miraba obstinadamente los documentos relacionados con el caso, pensando que así las hojas iban a revelar algún secreto.
—No quiero nada de eso.
—Entonces, ¿qué quieres, Kallen?
—Quiero liberar a Lelouch como sea.
C.C. le lanzó una mirada con visos de interés a la pelirroja que tenía inclinada la cabeza y las palmas unidas, confiriéndole un aspecto pensativo y calculador que jamás había visto en ella. La Wicca dejó la jarra y agitó el vaso. Por unos segundos, todo lo que se oía eran los cubitos de hielos chocando los unos contra los otros.
—Como sea —repitió C.C., desenfadada—. Esas dos palabras juntas implican muchas cosas. ¿Tienes algún plan?
—Un plan no. Una idea. Me gustaría «usar» a Charles zi Britannia, salvo que no sé cómo —repuso ella apoyando su adolorida y cansada espalda contra el respaldo del sofá—. ¿Tú cómo convenciste a tu acosador de que atacara al doctor Aspirius? No fue porque le gustaba asustar a las personas, ¿o sí?
—No, eso no fue. Le dije que si me cumplía un favor haría un pequeño performance erótico. Lo típico. Jugar con los botones de la camisa, acariciarme, sonreír. Bueno, me estoy extendiendo con los detalles. Imaginarás el resto. No hay verdad más vieja que la mejor arma de una mujer está entre sus piernas —C.C. se detuvo para ingerir un trago. Kallen sintió que volvía a ser una adolescente cuando le dieron su primera charla del sexo. Se mordió el labio. La bruja sonrió traviesamente al ver a Kallen sonrosada—. Pero a ti lo que te interesa de esta anécdota es el subtexto. Mao llevaba años solo y me deseaba. Cuando conoces lo que otros quieren, puedes empujarlos hacia donde quieres —explicó C.C. bajando el vaso y alisándose la falda. Se pasó la lengua por las comisuras de su boca que tenían restos de whiskey—. ¿Y qué es lo que quiere el presidente Charles?
—La liberación de Lelouch.
—¡Es nuestro mismo objetivo! —señaló la Wicca abriendo los brazos—. Ahí está. ¡Hay que hacerlo nuestro aliado!
—¡Pero no quiero que soborne al juez o al jurado o algo por el estilo! ¡No voy a romper mis principios!
—¿Y quién dijo que iba a sobornar a alguien? —preguntó, sonriente. Prácticamente riéndose de la inocencia de Kallen—. Charles zi Britannia no hará lo que se le antoje mientras nosotras estemos ahí. Él hará lo que nosotras le pidamos —aclaró—. En una ocasión, Lelouch me dijo una frase de Stalin que me gustó mucho: «En tiempos de debilidad, negociamos con nuestros enemigos y cuando hayamos recuperado nuestras fuerzas actuaremos implacables». Tendrías que encargarte ya que eres la abogada. Aunque, si quieres, te puedo acompañar. Creo que no se pierde nada con intentarlo —comentó—. Pero la decisión final es tuya.
Ambas guardaron silencio. C.C. dio una chupada a su cigarrillo. La abogada movía el pie con inquietud. Al llegar al límite de su paciencia, se incorporó y deambuló por el cuarto. No podía quedarse sentada. En una de sus vueltas, Kallen se fijó en el tablero de ajedrez en el escritorio. Las piezas blancas habían penetrado en territorio enemigo y arrinconaron a su rey. El caballo blanco estaba en una amenazante posición aventajada que gritaba «jaque». No obstante, había una abertura por la que podía entrar la reina negra y comerse al caballo. La partida no estaba acabada. Y era el turno de las fichas negras de jugar. C.C. le dirigió una mirada furtiva.
—A Lelouch le gusta jugar al ajedrez, ¿no?
—¡Uh, sí! Él adora jugar. Póker, caída libre, damas chinas, blackjack, shōji... ¡Juega de todo! Sin embargo, el ajedrez es especial. En oposición a los juegos de cartas, el tablero de ajedrez puede girar 180°, lo que le permite al jugador ver desde el punto de vista de su adversario y darse una idea de cuáles son las estrategias que empleará y, de esta manera, elaborar un plan de ataque. Es un razonamiento que puede trasladarse a la vida diaria. O eso dice él.
Aun cuando no hubiera hecho la acotación y era C.C. quien respondió, Kallen podía escuchar la explicación directamente de Lelouch. Eran sus palabras. Había jugado el ajedrez algunas veces. No era una jugadora excelsa. Ni el juego le resultaba demasiado atrayente para seguir practicando. De hecho, solo lo jugaría si estaba lloviendo y no había otra cosa qué hacer bajo techo. Por ejemplo. Kallen oteó a un peón negro que estaba detrás de la reina. Bien sabía que su apariencia era engañosa. Podría ser clave en momentos decisivos. Desde luego, frente a la poderosa reina el peón era débil y el rey necesitaba la ayuda de una reina. Siendo así, ¿cómo se movería?
—La justicia que buscas no la encontrarás tienes que hacerla —observó ella con voz lejana.
—¿Uhm? ¿Dijiste algo?
Si se equivocaba en su próximo movimiento, Lelouch iría a la cárcel y sería separado de su única familia. Su madre había sido asesinada y Suzaku y Lelouch no mencionaron un padre. Kallen asumió que estaba muerto. Eso o Lelouch estaba en malos términos con él.
—Tú ganas, C.C. Iremos a ver al presidente Charles con una condición.
—¿Condición? ¿Cuál?
—Te lo diré más adelante. Por ahora, movámonos.
La sonrisa de C.C. se amplió; aunque, al volverse a Kallen, su rostro con forma de diamante se mostraba impertérrito. Como era normal. Kallen atravesó el umbral y C.C. fue detrás.
https://youtu.be/jrli8huuWy8
Faltan 21 horas para el juicio
El trágico asesinato de Euphemia li Britannia había sido el único caso cuya escena del crimen no había ido el fiscal Kururugi. Como pretexto, dijo que no quería tener problemas con el fiscal Waldstein y que confiaría en el trabajo de la policía. Al comparecer en el lugar de los hechos, fue desgarrado por un hondo dolor. Incluso en sus más mínimos pormenores, cada elemento en la escena del crimen era tal cual recordaba. Excepto por la silueta de la víctima dibujada en el suelo en donde debió yacer Euphemia. Eso era nuevo. ¿A qué vino hacer ahí? Era lógico que no iban a hallar nada. Estaba derrochando el tiempo. ¿Por qué no se largaba? Ni siquiera tenía la menor idea de qué estaban buscando. Suzaku les había ordenado a los policías que registraran todo nuevamente ya que algo podría habérseles escapado, de modo que fueron a inspeccionar afuera, entretanto él y su inspectora se quedaron adentro. El fiscal Kururugi se había puesto a peinar, según la costumbre, la cocina de un extremo a otro con el ceño fruncido murmurando absorto de cuando en cuando alguna que otra pregunta, sin interrumpir su paseo. ¿Cuál sería el mejor lugar para ocultar una copa? En sus años de experiencia había aprendido que muchas veces el mejor escondite era el menos razonable: a plena vista de todos. Por ende, se encaminó hacia la alacena, se colocó sus guantes y la abrió. Las copas estaban organizadas en filas y por tipos en los estantes superiores. Todas las de vino estaban en el primero. Una a una las fue examinando con cuidado y poniendo sobre la encimera. Fue entonces que agarró una copa que someramente lucía como las demás de no ser por un pequeño detalle: las marcas de unos labios en el borde. ¿De qué color era el labial que Euphie llevaba ese día? La terrible reminiscencia lo atacó. Rosa. Ese era su color. Suzaku se aferró a las esquinas de la encimera y bajó la cabeza con pesadumbre. ¿Cuántas veces la policía había revisado la escena? Tantas que había perdido la cuenta y nadie reparó en la copa porque a ninguno se le ocurrió mirar la alacena o porque había sido plantada. Casualmente, justo después de su reunión con Kallen.
«Alguien pudo fabricar evidencia e implantarla para que la vieran. ¿Qué narices digo? Nadie tiene acceso a esta área a excepción de la policía. ¿Alguno de estos oficiales sería infiltrado de Lelouch? No. Los conozco por años. Todos trabajan para el departamento. Aunque nadie es exento de recibir sobornos... ¡Me estoy volviendo paranoico!».
Suzaku se pasó la mano por el rostro. ¿Podría ser? ¿Podría ser que Lelouch estuviera diciendo la verdad? Era renuente a considerarlo. Sin embargo, y aquí radicaba lo irónico, una pequeña parte de él se rehusaba fervientemente a ignorar aquella evidencia. Suzaku liberó un gruñido. Vencido por su avasalladora curiosidad y su ética, se dirigió a la inspectora Croomy y le dijo, entregándole la copa empaquetada:
—Por favor, lleva esta copa al Centro Forense. Quiero que le hagan un análisis en toxicología y que extraigan el ADN de estas marcas y que este sea comparado con una muestra del ADN de Euphemia li Britannia. Infórmame de los resultados tan pronto como sea posible y mantén esto en confidencial.
—¿Confidencial? ¿Por qué? —inquirió la inspectora, confundida.
—Porque encontré esta copa a unos metros de la escena del crimen donde la policía localizó otra y que etiquetó como la que había bebido la víctima el día que murió. Temo que tengamos un topo. No quiero encender la alarma ya que hasta ahora no hay nada confirmado.
A la inspectora se le desencajó la mandíbula. Perturbada ante la posibilidad. Mas no demoró demasiado en recobrarse y contestó:
—Entiendo. Iré ahora mismo.
La inspectora se retiró. Suzaku se quitó los guantes desechables. Siendo honesto, lo aterraba el resultado que pudiera arrojar el análisis. No tanto porque eso podría determinar el veredicto de Lelouch —¡maldita sea! No existía nadie más culpable que Lelouch—, sino porque estaba inseguro de lo que él haría si eso pasaba.
https://youtu.be/d6UR0FRL_q4
Faltan 20 horas para el juicio
A la espera de que la policía desalojara su casa, la familia Britannia se estaba hospedando en un hotel. El expresidente de Britannia Corps le había suministrado a la abogada la dirección de su hotel por si necesitaba reunirse. Aquello eximió a Kallen y a C.C. de la tarea de buscar en qué hotel estaba registrado. Su capacidad de leer en frío los deseos incomodaba a Kallen. Le recordaba a Lelouch. El otro día había notado que eran en varios sentidos semejantes: la presencia, la mirada penetrante, la personalidad magnética y el carisma que desprendían. Eso sí, la sensación que conjuraban era diferente y Kallen se aferraba a ello. No le gustaba ni una pizca compararlos. El presidente Charles les dio la bienvenida y ellas tomaron asiento. Kallen clavó su mirada fijamente en el asesino de su hermano. No tenía pruebas. No bien, de alguna forma, tenía la certeza de que él era el responsable. Qué fácil sería en estos momentos romper el vaso que descansaba felizmente sobre la mesa y cortarle la garganta. Kallen se imaginó a sí misma apuñalándolo. Incluso visualizó el chorro de sangre que saldría disparado. Disolvió aquella visión meneando la cabeza. Había ido a cerrar un trato con él, no a matarlo. A ciencia cierta, ella no era una asesina; aun si la muerte era el mejor castigo que Charles zi Britannia se pudiera merecer. «¿Podré convencerlo de que me ayude?»
—¿Cómo hago para que el presidente no se entere de que lo necesito? —le había preguntado Kallen a C.C. en el trayecto—. Si sabe que tiene el poder, establecerá sus condiciones y...
—Confundiéndolo. Si no sabe qué es lo que quieres no adivinará lo que harás. Ese es el único ingrediente en la receta de lo impredecible. Así es como he sobrevivido durante toda mi vida —le había contestado C.C.—. Ese es mi mayor secreto.
Kallen inspiró hondo. No creía que el plan de Lelouch iba a funcionar, no tenía fe en Suzaku y no podía aguantarse hasta ver si tenía éxito: sería demasiado tarde para entonces. Estaban a contrarreloj. Tenía que urdir su propio plan de contingencia. Por Lelouch tenía que ceder a sus verdaderos sentimientos. «Sí, puedo hacerlo. Tengo qué».
—Gracias por recibirnos, señor presidente —sonrió Kallen educadamente—. ¿Nos esperaba? No parece asombrado de vernos.
—Imaginé que pronto nos volveríamos a hablar. Dejamos varias cosas en el tintero la última vez. No estábamos en el sitio adecuado para discutirlas.
—Es verdad. Mañana se celebra el juicio. Romper el ritmo de la fiscalía será un reto: estamos ahogados de evidencia. En líneas generales, en casos como ese, uno de dos escenarios sucede: o el acusado es culpable o alguien lo está incriminando. Ese será mi argumento —explicó—. Estoy segura de que puedo eliminar la evidencia. La mitad de ella es circunstancial y la otra es fabricada; pero sospecho que la fiscalía está esperando que saque esa carta. Verá, si señalo otro sospechoso y el fiscal presenta una coartada nos dañará. Es un arma de doble filo.
—Entiendo, abogada. ¿Y qué es lo que propone?
—Sembrar la duda razonable —lo atajó Kallen con vehemencia. Descruzó las piernas—. Por más alto que sea el riesgo, es todo lo que podemos hacer. Como le dije, toda la evidencia nos aplasta. Solo que no basta con descartarla. Para que exoneren a Lelouch hay que mostrar algo más contundente. Propongo adelantarnos usando la estrategia de la fiscalía en su contra.
—¿Eso es lo que quiere de mí?
Kallen no respondió rápidamente. Antes dio un sorbo al Pommery que el presidente Charles había ordenado traer a la suite. Le parecía algo tétrico beber champagne con un desconsolado padre cuando su hija fue enterrada hace un día. A lo mejor el presidente y su familia bebían champagne como los mortales bebían agua y aquello no significaba nada. De todas maneras, no estaba ahí para juzgar. Kallen aprovechó también en arrellanarse en el sillón beis de cuero y en echar un vistazo a la suite. Tampoco todos los días estás en un hotel de cinco estrellas.
—Los dos sabemos que el verdadero asesino no se va a entregar y queremos que absuelvan de todos los cargos a Lelouch —reanudó Kallen—. Si él no aparece, otro tiene que ocupar su lugar. Así el juicio se inclinará a nuestro lado. Y, para que eso se haga realidad, será menester que haga una declaración...
—¡Un segundo, Kallen! —intervino C.C. que estaba husmeando aburrida por la habitación—. No podemos olvidarnos que fue por culpa de este hombre que Lelouch perdió a su madre. ¿Cómo nos consta que va a ayudarnos y no es una trampa?
—Señorita, excluyo mi responsabilidad de cualquier crimen atroz del que se me acuse. Hasta que no lo dictamine un juez, me amparo bajo el principio de presunción de inocencia, ¿lo dije correctamente, abogada? —inquirió el presidente Charles, girándose hacia la interpelada con una sonrisa misteriosa y agregó—: pese que estoy devastado por la pérdida de mi hija y deseo que alguien sufra un castigo, sé que el abogado Lamperouge es inocente y no quiero acumular cargos en mi consciencia.
—Siendo así, no tendrá reparo si firma un documento que nos sirva a modo de constancia — insinuó Kallen con un gesto.
El presidente se echó a reír en respuesta. Kallen y C.C. intercambiaron una mirada fugaz de soslayo. Conocían el significado de esa risa. C.C. sacó el documento ya listo de un portafolio. El candidato firmó con el bolígrafo que tenía en el bolsillo del pecho. Sellaron el acuerdo con un apretón de manos. Kallen creyó que devolvería el almuerzo sobre el presidente, de no ser porque C.C. le dirigió una mirada significativa desde atrás. Su mente reprodujo sus palabras en la firma. «En tiempos de debilidad, negociamos con nuestros enemigos y cuando hayamos recuperado nuestras fuerzas actuaremos implacables». Tenía razón. Si le hubieran dicho que en el futuro haría una tregua con el presidente Charles y que Suzaku la declararía su enemiga, se habría carcajeado histérica. ¿En qué jodido punto el mundo se había puesto del revés?
https://youtu.be/SfLH5_Y3PzE
Faltan 17 horas para el juicio
Suzaku estaba de regreso en su casa. Sentado en el suelo de su cocina con las rodillas pegadas al pecho y la nariz hundida en los brazos que se cerraban en torno a sus piernas. Sus ojos vidriosos inyectados en sangre se asomaban por encima de sus brazos. Sobre la mesa del comedor estaba un tazón repleto de hojuelas de maíz nadando en un lago de leche. No tenía ganas de preparar una cena y tampoco estaba muy hambriento; pensó que estaría satisfechos con unos cereales. Había comenzado a comer de buen grado. Masticaba lento, saboreaba el maíz y dejaba que se diluyera en la boca. Progresivamente, fue incrementado la velocidad con que cogía hojuelas y se las metía en la boca como si estuviera atacando al plato. Y, de pronto, estaba librando una batalla. Apartó el tazón. Ya no tenía hambre, mas le quedaba espacio en el estómago para el licor. Pensó en darse fuerzas con un Gordon's y así lo hizo. Le supo como si le hubieran pegado con un palo. Se sentía astringente en la lengua. Intuyó que era mejor reservar la ginebra para la mañana. Lo comprobaría después. Ahora mismo, tenía una tensión en lo más profundo de su estómago y el alcohol era el único capaz de aliviarla. Tragar y esperar. Esa era la rutina de Suzaku para aflojar el nudo en su interior. Al cabo, los sentimientos remitían poco a poco. Logró vaciarse dos botellas. Estaba echándose más ginebra en el vaso cuando se le ocurrió añadir un chorrito de vermut. Iba a llevársela a la boca cuando se distrajo observando la danza de las motas de polvo tocadas por la lánguida luz artificial. ¿Qué iba a hacer si el resultado era positivo?
—¿Tienes miedo? —le había inquirido Cécile al verlo tamborilear nerviosamente sobre el volante.
—¡No! No, yo... —la había desmentido con brusquedad exagerando los ademanes, como si no supiera qué hacer con ellas.
Fue cuando Cécile tomó una de sus manos, le sonrió y lo miró directo a los ojos.
—No lo tengas. Tú siempre sabes lo que es correcto —lo había confortado ella—. Es lo que te distingue de otros fiscales. Es por lo que yo te admiro, Suzaku.
Ella lo había malinterpretado. Pensaba que su angustia se derivaba de que había un topo que comprometía la investigación. Suzaku sentía que, en el caso de arrojar un resultado positivo, estaba en el deber de admitir su error y retirar los cargos. El problema residía en que el asesino de Euphemia saldría en libertad, y si decidía esconderla: ¿podría vivir por el resto de sus días como si nada? «No, Cécile, antes sabía que era correcto, ya no». Suzaku se sentía perdido en la inmensidad de aquella noche que traslucía a través de la ventana de su cocina. ¿Adónde se había ido la estrella que lo cuidaba? A mal momento, acudió a su memoria el terrible consejo del fiscal jefe: «le sugiero voltear hacia otro lado». Lo que lo reconcomía no era el consejo en sí; sino que, de veras, lo mordía la tentación de hacerlo. Estaba avergonzado de sí mismo.
Justamente, un ruido seco lo sacó del trance. La gata andaba por ahí. Era posible que hubiera tropezado con algo. Buscó la fuente. Arthur había tirado unas carpetas de acordeón que tenía sobre un estante metálico y que contenían trabajos de sus años escolares. Suzaku se agachó para recogerlas. Algunas hojas se soltaron. Puso una mueca. Las cogió. Al meterlas de nuevo a la carpeta, las iba revisando y, de improviso, su mueca se transformó en una tenue sonrisa. Las hojas eran dibujos de su infancia. No era un buen artista, pero le gustaba dibujar de niño. Se fijó que la mayoría de los dibujos eran sobre el «Caballero de la Justicia». Era un personaje que había concebido. Una versión superheroica de sí mismo, con exactitud. El nombre rayaba en lo genérico. Lo sabía. A Suzaku no se le daba tan bien inventar nombres como a Lelouch. Él sí tenía una vena creativa. Y él, por otra parte, había creado a su propio personaje. En uno de los dibujos apareció junto al «Caballero de la Justicia». Suzaku se quedó helado ante el gran parecido que tenía con Zero. El traje al estilo victoriano, los guantes, la capa, la máscara. Incluso el nombre. Arthur maulló. Suzaku frunció los labios, la guardó y lo puso en su sitio.
—No molestes, Arthur. No estoy de humor —graznó.
Pero Arthur perseveró en su maullido. Suzaku se volvió con rapidez en dirección del animal que estaba a varios metros sentado.
—¡¿Qué no entiendes?! ¡Te dije que te largaras! ¡No estoy bien! ¡Euphemia está muerta!
Instintivamente, Arthur orientó las orejas hacia arriba y se irguió. Suzaku casi podía apercibir la ilusión titilando en sus ojos amarillos. Ofendido ante la grosería y embrutecido por el licor, caminó hacia el minino. Trató de explicarse:
—¡¿Estás sorda?! ¡Lee mis labios! ¡Euphemia no está aquí! ¡Ella no va a volver nunca más! ¡Está muerta! —clamó. Al flexionársele la voz, Suzaku tuvo que tragar saliva—. ¡Euphemia está muerta, maldita gata! ¡ENTIÉNDELO DE UNA PUTA VEZ! ¡Y YA VETE! ¡QUIERO ESTAR SOLO! ¡FUERA DE AQUÍ!
El hombre sintió su cólera afluir hacia su torrente sanguíneo cuando este hirvió con la misma intensidad con que profería aquellas palabras. Perdió la razón. En un paroxismo febril, cogió un jarrón y se lo lanzó. No llegó a atinarle. Arthur se puso en guardia, arqueándose y observó a su dueño con los ojos abiertos de par en par. Pese a todo, no se movió de su sitio. Suzaku no supo detenerse. Sin mirar qué cogía, continuó aventándole a Arthur los objetos que tenía al alcance de la mano. No fue hasta que le propinó una patada que le rozó el lomo que Arthur salió corriendo, se retrepó en una silla y saltó por la ventana. La huida despavorida del minino hizo reaccionar a Suzaku, quien intentó enmendar el daño persiguiéndola e implorándole que regresara como si fuera capaz de comprender el lenguaje humano:
—¡No, por favor! ¡Vuelve, Arthur! —gimió, contrito.
La gata no respondió al llamado. Estaba lo bastante lejos que no podía oírlo. Suzaku chocó contra la ventana y buscó desesperado a la gata con la mirada. No la localizó. Insistió. Arthur era todo lo que le había quedado de Euphie. Se inclinó tanto sobre el borde que casi se caía.
—¡Arthur, por favor, regresa! Me equivoqué —imploraba—. Lo siento. ¡Arthur! ¡Arthur!
—Cierra la ventana, Suzaku. Sabes bien que no volverá.
Un espasmo golpeó el estómago de Suzaku al reconocer aquella voz dura que no había oído por un largo tiempo. Bueno, realmente la había oído por última vez ayer. Solo que lo descartó porque era imposible que él estuviera ahí. Meneó la cabeza y persistió en lo suyo.
—¡Arthur! ¡Arthur, perdóname! ¡Te lo suplico, ven!
—No finjas que no me has oído y date la vuelta.
Fue más escalofriante escucharlo por segunda vez porque era la confirmación de que estaba perdiendo la cordura. Hizo caso y cerró la ventana lentamente, con pereza, como aguardando que el dueño de la voz cambiara de opinión y se giró sobre sus talones con brusquedad, para confrontar a su visita sorpresa. Aunque estaba refugiado en las sombras, la luz alcanzaba a recortar la mitad de su rostro. Suzaku se horrorizó.
—¡¿Qué demonios?!
—Eso es. Muy bien...
—¡No, no es cierto! Nada de esto está bien. ¡Tú no eres real! ¡Te vi cuando te sepultaron bajo tierra! ¡Tendrías que ser un costal de huesos!
—Pero no estoy allá ni me ves los huesos, ¿no, Suzaku? Estoy aquí, enfrente de ti, y te puedo jurar que soy yo, tu padre —afirmó dando un paso hacia adelante para que lo observara mejor.
Suzaku buscó la cicatriz en su mano. No tardó mucho en hallarla. Hubiera suspirado de alivio sino fuera porque Genbu Kururugi estaba frente a él. Suzaku lo estudió desde los pies hasta la cabeza. Su padre no flotaba. Por el contrario, sus pies estaban firmemente fijos en el suelo. Su aspecto no era pálido ni transparente. Lucía más vivo que nunca e igual que hace diecisiete años. Incluso conservaba la mancha fresca de sangre sobre su chaqueta donde la bala perforó su pecho. El detalle más espantoso. Si así los fantasmas eran, entonces eran peor que los que el folklore los había descrito.
—¿Por qué estás aquí?
—Estoy aquí para disuadirte de que cometas el segundo mayor error de tu vida —le explicó Genbu mirando de reojo y con desprecio la ventana por la que saltó Arthur—. A duras penas pudiste darte cuenta que fue un error estúpido matarme para salvar a tus amigos y ahora estás a punto de arrojar todo por la ventana, ¿no has aprendido nada? Ni sabiendo lo que es capaz de hacer ni que mató a la mujer que amabas, puedes «voltear a otro lado». ¿Es más importante protegerte a ti mismo que cumplir tu deber como fiscal y hacer justicia?
—No me protejo a mí mismo —rebatió Suzaku con todos sus bríos—. Estoy cumpliendo mi deber como fiscal reinvestigando la escena del crimen. Si el análisis de resultados de la copa es positivo para veneno voy a retirar los cargos. Es así que deben hacerse las cosas.
Genbu cerró los ojos con desaprobación y con un gesto mecánico meneó la cabeza.
—No importa si han pasado diecisiete años y te veas y hables como un hombre: eres el mismo niño ingenuo al que le temblaba el pulso cuando cogió mi pistola y tiró del gatillo. Si lo dejas ir, no tendrás otra oportunidad —enfatizó—. No puedes abrazar tus principios y tus objetivos al mismo tiempo, hijo mío. Debes decidir cuál tiene prioridad.
Y presionaron el timbre. Suzaku desvió la mirada fugazmente hacia la puerta por un segundo verificando que no era otra alucinación producto del alcohol.
—¡Reconócelo, Suzaku! No atrapas a Lelouch porque no puedes, sino porque no quieres —sentenció su padre con crueldad. Suzaku echó a temblar como si lo hubieran fustigado en la espalda—. Es hora de que mates al niño y dejes salir al hombre.
https://youtu.be/OE9jSVbkvwg
Suzaku volvió la vista atrás. Pero, cuando sus ojos regresaron hacia su padre, él había desaparecido. Sonó otra vez el timbre. ¿Quién podría ser? Fue a abrir. No era el presidente Schneizel ni sus compañeros fiscales. Era...
—¡¿Shirley?! ¿Cómo averiguaste dónde vivo?
—Hola, Suzaku. Tu amigo, el fiscal Gino Waldstein, me dio tu dirección. ¿Puedo pasar?
—¡Eh, sí! Adelante.
¿Gino le suministró una información tan delicada a una desconocida? Por suerte, era Shirley; pero si hubiera sido otra persona con intenciones maliciosas... Suzaku agregó la nota mental de que tenía que hablar seriamente con Gino. Era peligroso que se guiara por las apariencias atractivas. Shirley pasó adentro. Ojeó su entorno. Las botellas no le pasaron inadvertidas; sin embargo, se abstuvo de comentar.
—Mi sentido pésame, Suzaku —empezó Shirley—. No pude evitar sentirme mal cuando la noticia llegó a mis oídos. Aun cuando no la conocí bien, me hubiera gustado hacerlo. Me dio la impresión de que era una mujer muy simpática. No imagino el dolor que estás soportando. No sé cómo tus superiores pudieron asignarte este caso, ¿no tienen corazón?
—Aun si no lo hubieran hecho, habría luchado para que me lo dieran —objetó Suzaku.
—¿Ah, sí? —inquirió Shirley, anonadada. A lo que Suzaku contestó asintiendo.
—Sí —ratificó Suzaku—. Euphie fue asesinada. ¿Cómo podría consentir que me excluyeran de la investigación? Soy fiscal, ¡¿es o no es mi deber capturar a los infractores de la ley?! No podía quedarme quieto y limitarme a observar. ¿Quién más que yo puedo darle la justicia que su alma necesita? —cuestionó con amargura.
—Acerca de eso... —vaciló Shirley—. Existe algo que me gustaría platicarte. Tiene que ver con el acusado, el abogado Lelouch Lamperouge. Yo lo conozco.
—¿Lo conoces? —repitió Suzaku. Era su turno de estar sorprendido.
—Sí. Fuimos buenos amigos y novios. Estudiamos en la misma institución educativa. Sé que no puedes compartirme ningún detalle de la investigación y no te pediré que me cuentes nada. A decir verdad, pensaba hablar solamente yo. Quería decirte que, independientemente de los motivos, Lelouch sería incapaz de matar a alguien —declaró con aplomo—. Debes creer que soy una insensible —susurró agachando la cabeza—. Quieres arrestar al asesino de Euphemia y yo estoy echando tierra sobre el único sospechoso que tienes...
Hubiera querido ser mezquino y explicarle quién era en verdad Lelouch Lamperouge. Era la oportunidad ideal para desenmascararlo. En cambio, la tranquilizó:
—No, Shirley. Si estuviera en tus zapatos, lo más seguro es que hubiera abogado por él. ¿Qué no haríamos por los que amamos?
—Eres un sol, Suzaku —Shirley le sonrió con indulgencia.
El corazón de Suzaku dio un vuelco. «Eres un sol, Suzaku», así se había referido ella también. El sol era una estrella. Una gigante que irradiaba calor. Pero, al fin y al cabo, era una estrella. Era más fácil localizar las estrellas en el cielo si había varias, pues juntas brillaban con mayor intensidad. Antes había una justo a su lado, ¿en dónde estaba?
—¿Quieres un abrazo? —inquirió Shirley—. Se ve que lo necesitas.
Suzaku parpadeó. Shirley interpretó aquel gesto como una respuesta afirmativa y lo estrechó contra ella. Suzaku no se hizo rogar y le devolvió el abrazo. Había perdido casi todo su brillo; no obstante, gracias a la humedad, todavía le quedaba algo de él en las mejillas.
https://youtu.be/9pa7L-62d24
Saliendo del hotel, Kallen le pidió a C.C. que la presentara con la hermana de Lelouch: quería charlar con ella. Cuando C.C. le había preguntado por qué, Kallen repuso:
—Porque conozco el infierno que está viviendo y creo que puedo adivinar qué le gustaría en este mismo momento.
«Nada me hubiera gustado más que alguien me asegurara que todo estaría bien; cuando mi hermano, de la noche a la mañana, desapareció», reflexionaba Kallen. C.C. intuyó el mensaje implícito. Lelouch le había contado sobre el hermano de Kallen y cómo lo había salvado. Sin proporcionar detalles. No quiso averiguar: no quería exceder el límite e igualmente el pasado de Kallen no era de su especial interés; por lo cual, complació su deseo.
La última y única vez que Kallen fue al Pent-house de Lelouch no llegó a entrar. La invadió la curiosidad. Se preguntó qué hallaría. ¿Qué pinta tendría el hogar de Lelouch? ¿Cómo sería su hermana? ¿Sería tan guapa como él? ¿Tendría su cabello oscuro y su mirada inteligente? Casi riéndose de sí misma, Kallen se dijo que el aspecto de la señorita Lamperouge no sería más importante que la clase de persona que era. Eso la intimidaba. Kallen se devanó los sesos intentando recordar qué había dicho Lelouch sobre ella y cayó en cuenta que, aun si a leguas se le notaba que veneraba a su hermana al referirse a ella, no sabía la gran cosa. ¡Ni siquiera su nombre! El mayor tesoro de Lelouch era también su mayor secreto. Y su talón de Aquiles. Ya cuando ingresaron en el apartamento, Kallen inspeccionó el lugar someramente. Era una pieza de buenas proporciones y de un diseño blanco y negro —para sus adentros, se preguntó si los colores habían sido una variable que había jugado en la elección de Lelouch—. Estaba lujosamente amueblada. Se quedó con la boca abierta al ver un bar y una pequeña chimenea. Asimismo, había otros elementos en la pieza que eran distintivos de Lelouch: el descomunal librero que sería la envidia de cualquier lector y, claro, el tablero de ajedrez. Le era imposible calcular el valor del mobiliario —qué demonios sabía ella de decoración de interiores. Kallen se maravilló con la cristalería. Ciertamente, Lelouch tenía una fijación por la transparencia. Por lo bajo se escuchaba las tristes y dramáticas notas de la suite de El lago de los cisnes.
—¡Nunnally! Estoy en casa —exclamó la Wicca—. ¿Puedes venir? Vengo con alguien que se muere por conocerte.
Nunnally no estaba lejos. Se encontraba tomando aire frente a la enorme ventana panorámica que ofrecía una hermosa vista de la avenida. Kallen lo juzgó normal. C.C. entrevió al instante que algo andaba mal. Y, en efecto, los pensamientos de la pobre Nunnally no podían apartarse de la celda del centro penitenciario en que estaba su hermano recluido. No había pensado en otra cosa que en él y en su sufrimiento. Obedeciendo a la cortesía, Nunnally las fue a saludar. En el fondo, la joven Lamperouge estaba agradecida de que hubieran aparecido: el silencio era tan violento que la estaba enloqueciendo.
—¡Oh, C.C.! ¡Por fin, llegas! ¡Me da gusto! ¿Trajiste un amigo?
Kallen se sumió en un hondo estupor cuando vio a Nunnally acercándose a la luz con los ojos cerrados y en silla de ruedas. No era lo que había concebido. Menos mal que C.C. estaba ahí para meterle el codazo.
—Hola —balbuceó Kallen—, mi nombre es Kallen Stadtfeld, soy la abogada de Lelouch. Es un placer conocerte.
—El placer es mío. Yo soy Nunnally, sino es molestia, ¿podrías agacharte? Me gustaría saber cómo eres.
Nunnally le extendió sus manos como una niña pequeña. La mujer no captó enseguida lo que pedía de ella y le lanzó una mirada interrogante a C.C., quien inclinó la cabeza. No sin cierta extrañeza, Kallen se arrodilló, poniéndose a la altura de Nunnally, que tomó su rostro entre sus manos. Al tiempo que sus dedos finos se anclaban detrás de las orejas, pasó sus pulgares lentamente por su rostro, sus mejillas, sus pómulos, su nariz, sus párpados, su frente. Su tacto era tan etéreo que le hizo cosquillas. Fue en ese preciso instante, en el que unos centímetros se interponían entre ellas, cuando Kallen comprendió por qué sus párpados estaban cerrados y por qué Lelouch se había portado tan reservado al respecto. Su estómago se encogió.
—Te oyes y te sientes como una mujer joven. Tus rasgos son finos —le manifestó Nunnally, soltándola—. Eres muy hermosa.
—Gracias —replicó, ruborizándose.
—De nada, ¿Kallen? —le sonrió Nunnally con dulzura—. ¿Así dijiste que te llamabas? Creo recordar que mi hermano te ha mencionado.
El corazón de Kallen dio un vuelco ante aquella grata revelación. ¿Lelouch le había platicado a su hermana sobre ella? ¿De qué exactamente? Le urgía saber.
—¿Ah, sí? —farfulló, pasmada.
—¡Sí! Tú trabajas para su bufete, ¿no?
—¡Sí, así es!
—¿Y fuiste tú la que recibió esa puñalada por mi hermano? ¿La que los salvó de aquel asalto? —murmuró, enseriándose de golpe.
—Bueno, yo no diría... —se aturulló. Quería menguar la grandeza de su hazaña, pero tenía la mente en blanco. No fue para menos. Probablemente hubiera reaccionado igual a Nunnally si se enteraba que alguien arriesgó la vida por su hermano—. Sí —confirmó, abochornada.
—¡Vaya! En este caso, estamos en doble deuda contigo... —observó Nunnally.
—¡Ay, no! Hice lo que me correspondía sin pedir retribuciones. Me halaga representarlo. He aprendido mucho de él desde que trabajamos juntos. Es un abogado muy experimentado.
—Eso demuestra que eras la indicada para ser su abogada. ¡Mi pobre hermanito! —Nunnally suspiró, a pesar del nudo en su garganta. Echó la cabeza atrás y se agarró de la falda—. De veras, me alegra que haya alguien que defienda a Lelouch. Desde que nuestra... Desde que...
A la joven le faltaron las fuerzas para completar la oración. Para ese punto, estaba enterrando las uñas en su palma y arrugando su falda.
—¿Desde que su madre murió? —inquirió Kallen con timidez.
—¿Él te contó? —indagó Nunnally, dirigiéndose hacia donde escuchaba que procedía la voz cantarina—. Eso quiere decir que confía en ti. Mi hermano es un libro cerrado. Sí —confesó, volviendo a dejarse caer en su asiento—. Desde que nuestra madre murió, tuvo que aprender a cuidarse a sí mismo y a mí. Recuerdo todas las veces que se quemó cocinando y se pinchó los dedos cosiendo. Y, si bien es cierto que los dos sufrimos bastante, él se llevó la peor parte. La vida ha sido terriblemente injusta con él. Él siempre sostuvo la carga más pesada ¡porque no podía sostener ni la más mínima parte! —por primera vez, Nunnally habló con amargura y golpeó los brazos de su silla—. Las envidio en el buen sentido, chicas. Ojalá pudiera hacer tanto como ustedes. Mi hermano ha renunciado y ha dado todo por mí y yo no he podido hacer lo mismo por él. Soy una inútil.
—No eres inútil, Nunnally —intervino suavemente—. Tú eres su motivación. Él está tratando de mantenerse fuerte por ti y, mientras él regresa, nosotras debemos mantenernos igual —le susurró. Kallen enjugó las lágrimas ardientes que rodaban por las mejillas de Nunnally y le apretó las manos—. Te prometo que Lelouch volverá a tu lado antes de que te imagines. Voy a ganar ese juicio por ustedes —aseguró. Un gemido le quebró la voz.
—Gracias, abogada —murmuró, sonriéndole.
Esperando que la respiración de la joven Lamperouge se acompasara, permanecieron en esa posición. En lo que duró aquella visita, Kallen la examinó. Su aspecto era femenino y grácil. Era linda. De pie no debía medir más de 1.60. Quizás se estaba dejando llevar por la fragilidad de su figura. Kallen había inspirado con alivio al corroborar que Nunnally no había heredado la combinación letal que caracterizaba a Lelouch: la aguda perspicacia y la lengua plateada. Halló, por el contrario, pedazos de niños en su semblante. Empezando por sus ojos redondos y demasiado grandes para su pequeña carita cuyos rasgos eran simétricos y tenía la forma de un diamante al igual que su hermano. Ahí veía el parecido entre ellos. Eso sí, su sonrisa gentil era celestial. Si acaso los ángeles tenían labios, supuso que debían sonreír así. Su expresión se iluminó tan pronto una sonrisa floreció en su boca. Aquello tuvo un eco en la pelirroja que sonrió unos segundos después. Era mágico. La hizo tomar consciencia de cuán especial era Nunnally para Lelouch. Él era para Nunnally lo mismo que Naoto había sido para ella.
https://youtu.be/BD4vMPe9YaE
Kallen se despidió y C.C. la acompañó hasta la salida del edificio.
—Lelouch es un buen hermano, ¿no? —apostilló Kallen.
—Lo es —bufó C.C. poniendo los ojos en blanco—. Él haría cualquier cosa por ella.
—Y ella por él. Puede que no vea todo lo que padece Lelouch, pero en su corazón lo siente. Los une una suerte de conexión. Fue por ello que no me atreví a contarle.
—¿Qué cosa?
—¡Ah, sí! ¡A ti tampoco te lo dije! —expresó Kallen, dividida por el desconcierto y la pena—. A Lelouch lo internaron en la enfermería de emergencia.
Los ojos ambarinos de C.C. se agradaron del tamaño de los platos momentáneamente. Logró controlar con rapidez sus emociones antes de que Kallen lo advirtiera.
—¿Y está...? —comenzó a preguntar con ansiedad.
—Está bien. Lo verás mañana en el juicio. Intenté postergar el juicio usando eso como excusa y mi solicitud fue dimitida —le contó contrayendo los labios con malestar por un instante—. Gracias por tus consejos y por tu apoyo, C.C. Lo aprecio mucho. Espero que todos nuestros esfuerzos den sus frutos.
—Lo harán —aseguró con resolución—. A Lelouch lo van a liberar.
—¿Cómo puedes estar tan segura? ¿Es que tu sexto sentido lo percibe o lo viste en un sueño? —bromeó, sobreponiéndose a sus nervios.
—Algo así.
—¿Algo así? ¿Cómo es eso? ¿Posees una percepción extrasensorial o eres una bruja?
—Lo soy. Una Wicca —confirmó calmadamente—. No es nada de lo que debes preocuparte. No es tan distinto al sintoísmo. Ambas somos servidoras de la naturaleza.
La abogada repitió para sus adentro la palabra para cerciorarse que no lo había alucinado. «Wicca». ¿Y qué sabía sobre las Wicca? A su mente volaron miles de conceptos e imágenes como paganismo, magia, hechizos, rituales, pentagramas, hierbas.
—No tenía idea...
No se le ocurrió algo mejor para decir.
—No profeso mi religión abiertamente —indicó, ladeando la cabeza—. Nuestra comunidad sufre contaste rechazo por nuestras creencias.
—¿Eso quiere decir que somos cercanas? —titubeó Kallen—. ¿Qué somos amigas?
—Eh, ¿por qué no? —vaciló C.C., enroscando un mechón de su cabello con el dedo. La había tomado por sorpresa aquella pregunta y, al unísono, la había emocionado. Nunca había tenido una amiga y tuvo la sospecha de que Kallen tampoco. Se aclaró la garganta—. Como sea, no es nada. Reconozco que fue divertido dejando de lado las circunstancias. No eres una estirada como Lelouch. Me gustaría darte un consejo más, Kallen, quizá es el más importante de hoy: nunca hagas caso a los consejeros. Son los primeros que conspiran contra ti.
Kallen hizo un mohín como si las cuentas no le hubieran cuadrado en su repaso mental.
—C.C., tú me aconsejaste durante todo el día. Eso es como decirme que era mejor no oírte.
—Escuchar consejos no implica necesariamente seguirlos y nuestra relación es diferente —aclaró—. Tú y yo somos amigas, ¿no?
—Sí, lo somos —asintió—. Bueno, nos vemos mañana en el juicio.
Kallen se despidió con la mano, un ademán que la Wicca correspondió, y se marchó. Las dos pensaban que aquel último diálogo había sido extraño y lindo. Mañana iba a ser un día crucial. Debían descansar y renovar sus energías para el gran enfrentamiento.
https://youtu.be/GZ2HUXckxq4
Faltan 15 horas para el juicio
Lelouch estaba tumbado en su camastro a la espera de que el sueño se posara en sus párpados. Tenía las muñecas entrecruzadas sobre la nuca y la vista fija en el techo. Bien que de vez en cuando lanzaba miradas a hurtadillas al tragaluz atestiguando cómo oscurecía el día. Lelouch había tenido mucho tiempo para pensar en la enfermería. Recordó haber visto un documental que había dicho que la naturaleza había dado a las presas los ojos en ambos lados de la cabeza ya que debían estar en guardia. Los depredadores, por su parte, no tenían esa necesidad. Ellos siempre miraban al frente. Sin temor. Decidió adoptar esa actitud despreocupada. Al menos, mientras estuviera ahí. El truco le había funcionado. Al salir, los otros presos evitaban cruzar la mirada con él y le dejaban su espacio. O eso podía ser porque la voz había corrido. Primero, Luciano; segundo, Mao. Aquellos días había vivido sucesos extraños y los que se llevaban la corona, sin duda, eran sus encuentros con ellos. Si recientemente se hubiera caído en un barril de desechos tóxicos, habría pensado que adquirió poderes. A Lelouch lo hizo reír la idea.
¿Cómo Mao supo lo que estaba pensando? ¿Cómo pudo averiguar tantas cosas de él? Cosas que no había compartido con nadie. Ni siquiera a C.C. ¿Y qué demonios era el Proyecto Geass? ¿Acaso le había dado ese poder a Mao? ¡¿Cómo?! Lelouch no quería creer en Mao; no obstante, cuando la ciencia no podía explicar un fenómeno, solo lo sobrenatural podía llenar ese vacío...
En mitad de sus reflexiones, abrieron su celda y le ordenaron salir. Para ese punto, había pasado la medianoche. Lelouch exigió saber por qué y el centinela lo mandó a callarse. Lelouch jugó con las posibilidades. Las más sonadas eran un traslado, alguna visita importante y su ejecución. No estaba desencaminado de la realidad. Lelouch fue empujado al interior de la sala de visitas y le cerraron la puerta.
https://youtu.be/mYTO8JaM8xs
Del otro lado del cristal, en un cubículo estaba sentado el presidente Charles. A Lelouch lo invadió una ola de cólera caliente; mas su odio hacia él era superior y frío, por lo que su rabia se vio aplacada. Por ahora. Se moría por escupirle tantas cosas en su contra. Había llegado el momento. Lelouch ocupó la silla delante de su enemigo y dedicó un par de minutos a observar aquel semblante que hacía reverberar sus más negros sentimientos y que estaba sonriéndole. Había un atisbo de burla en la comisura elevada de su labio. Estaba seguro.
—¿Vienes para mofarte de mí? —musitó Lelouch con encono cuando fue capaz de articular palabras. El presidente de Britannia Corps se echó a reír, divertido.
—No. Vine porque mi hijo está aquí detenido.
—Entonces, ¿vienes para visitar al hijo que abandonaste? —inquirió, mordaz—. Se activó tu instinto paternalista un poco tarde, ¿no?
—Cuando no puedes optar por algo mejor, el único modo de proteger a los que te importan, irónicamente, es alejándolos. Quizás no lo entiendas. Da igual. No vine a implorar tu perdón. Eres mi hijo. La distancia y el tiempo no cambian eso. Te guste o no —enfatizó el presidente Charles con subyugadora serenidad—. El día en que te pusieron bajo arresto, yo perdí a una hija y otro hijo mío fue inculpado siendo inocente. Esa es la realidad y fue un duro golpe para nuestra casa y para mí. Honestamente, deseo que ganes. Se lo comuniqué a tu abogada. Tuve la suerte de conocerla —apostilló. Sus finos labios se estiraron formando una sonrisa brillante y maligna que acució la rabia de Lelouch—. Es una mujer de carácter y determinada con un rostro muy bonito y un buen cuerpo. Me recordó a Marianne. Creo que tenemos los mismos gustos por las mujeres.
—Yo no me parezco en nada a ti —masculló Lelouch con aversión—. Yo no habría permitido que mi hija muriera bajo mi propio techo.
—No, Schneizel fue el que asesinó a Euphemia —discrepó el viejo—. Yo no tuve nada que ver. Lo sabes.
—¿Tampoco fue tu culpa que mantuvieras en secreto que Euphemia y yo éramos hermanos? —lo interpeló Lelouch, iracundo—. ¡¿Qué mi madre y tú eran amantes?! ¡¿Qué Nunnally y yo éramos tus hijos?!
—Ya tendrías que haber supuesto por qué jamás me desposé con tu madre ni te reconocí a ti ni a Nunnally; pero, te lo diré de todas formas —suspiró el patriarca entrecerrando los ojos—. Yo crecí en un ambiente engendrado de la mentira. Desde muy joven, me tocó lidiar con las traiciones de las personas que más amaba. Me tocó aprender a sobrevivir en el infierno. Solo podía confiar en mi hermano. Lastimosamente, al igual que nuestra madre, sucumbió ante la ambición y la envidia. Sin embargo, mi tragedia era un episodio de una historia que se había repetido una vez y otra vez. Durante generaciones, miembros de la familia se habían matado los unos a los otros por sentarse en la silla que hoy en día está tu hermano. Sin importarles que en sus venas corría su misma sangre. Sí, Lelouch. Tu familia está muy enferma de poder. Esa es la enfermedad que nos ha asolado. No la tisis ni la gangrena como mucho se especuló. Ese es el secreto familiar. No hay motivo para enorgullecerse de apellidarse Britannia ni tiene nada de glorioso heredar un legado de sangre y mentiras. Ese fue el hogar en el que nací y del que te salvé. No era el lugar donde Marianne y yo queríamos que Nunnally y tú se criaran. Coincidimos que estarían mejor viviendo con ella como una familia de clase media. Y si tú eras inteligente, eventualmente, ibas a descubrir tus verdaderos lazos de sangre y fue lo que acabó sucediendo —indicó el presidente—. No son mis esclavos, Lelouch. Son mis hijos. Si Schneizel mató a Euphemia fue porque era necesario. Su maldad es la consecuencia directa de las elecciones de su vida y tú, a diferencia de tus hermanos, naciste con una ventaja que ellos habrían matado por tener: no vivir como mi hijo. Ahora podrías haber estado viviendo en algún lado con tu sueldo de abogado, casado, con hijos. O podrías haber sido un Britannia honorario si hubieras aceptado el trato de Schneizel. Pero estás aquí porque tú quisiste casarte con Euphemia, aun sabiendo que era tu hermana. Estás viviendo la vida que tú elegiste.
De repente, Lelouch se paró violentamente y estampó la palma contra el vidrio. El presidente lo observó con una fría tranquilidad.
—¡No fue mi elección perder a mi madre! ¡FUE LA TUYA CUANDO LE ORDENASTE A TU MATÓN DESHACERSE DE TU AMANTE Y DE TUS HIJOS! —lo encaró Lelouch—. Dime, ¡¿eres o no el hombre más poderoso de este maldito país?! Si lo fueras, habrías tenido el poder para impedir esa tragedia y el hecho de que no lo hicieras es la prueba de que eres un hombre ruin. Si no lo fueras, no eres todopoderoso como pretendes. ¡¿Cuál es la verdad?!
El viejo león se levantó despacio, con gran majestuosidad, y fijó sus fríos y penetrantes ojos demasiado violetas en su cachorro. Su sonrisa se había desvanecido.
—Averiguar lo que sucedió aquella noche es tu tarea; pero antes deberás adquirir la sabiduría para reconocer quién es el verdadero enemigo. Y otra cosa. No me odies, Lelouch. Mientras más me odies, más te parecerás a mí. Es la única lección que te daré.
Y dichas las palabras el presidente se dio la media vuelta y se fue. Lelouch, enloquecido por la rabia, azotó el vidrio reiteradas veces.
—¡No! ¡Tú no te puedes ir! ¡REGRESA! ¡TIENES PREGUNTAS QUE CONTESTARME!
Los policías irrumpieron. Atraparon a Lelouch. Al poner resistencia, lo sometieron pegándole con las macanas en las costillas, el estómago y el pecho. Así lo forzaron a regresar a su celda.
https://youtu.be/Wa6vvYOq-gE
El juicio
Milly y Rivalz habían logrado acceder al juzgado en donde se llevaría a cabo el juicio. Tenían terminantemente prohibido grabar y tomar fotos del proceso judicial; pero podían presenciar todo desde el fondo de la sala. Si se hubieran sentado en el piso de arriba, se habrían topado con Shirley, a quien las ansias habían devorado desde que se enteró de la infortunada noticia. Su corazón creía ciegamente en la inocencia de Lelouch. Anhelaba que ganara el juicio. No podía aguardar hasta el veredicto. Sentía que era su deber estar con Lelouch y apoyarlo. Por lo que decidió no abrir la clínica y acudió al tribunal. Shirley se instaló en uno de los asientos delanteros. Los miembros del Escuadrón Zero llegaron temprano. C.C. fue presentada a Rolo por Tamaki. C.C. había venido con Nunnally y Sayoko. Se sentaron en los primeros asientos del lado derecho del tribunal que correspondía a la defensa. Paralelamente, en contraposición, en el costado de la fiscalía, estaban sentados el presidente Schneizel y la directora Cornelia. Faltaba la figura ingente del presidente Charles. Su desinterés había sido una insolencia que Cornelia no perdonaría. Schneizel actuó más comprensivo y la tranquilizó diciendo que quizá llegaría más tarde. Cornelia no quedó convencida, pero no insistió con el tema. El jurado ya estaba en su posición. Y el fiscal estaba sumido en un hosco silencio. Tenía los brazos cruzados sobre su escritorio, el ceño fruncido y miraba enfurruñado el suelo. Lelouch lo contemplaba. Ninguna persona era un misterio profundo para él. Sin embargo, no tenía poderes telepáticos. Le hubiera gustado leer la mente de Suzaku. Aun así, Lelouch poseía plena confianza en sus conocimientos. Suzaku siempre hacía lo correcto al final.
Se volvió al otro lado. Kallen estaba gesticulando con los labios sin llegar a pronunciar sonido alguno mientras repasaba sus notas. Lelouch se percató de que sus manos temblaban al pasar las hojas. No la culpaba. Aun si no lo demostraba, él también estaba nervioso. Entre el juicio, la visita de Charles, el enfrentamiento con Mao, el vivo recuerdo de la muerte de Euphemia, el suicidio del Dr. Aspirius... Pero, de nuevo, Lelouch tenía que ser el fuerte. Seducido por un impulso, cogió su mano bajo los refulgentes ojos de serpiente de C.C. Boquiabierta, la pelirroja se giró hacia Lelouch que tenía su mirada en ella. Él le sonrió. A Kallen se le encendieron las mejillas y apretó su mano tímidamente. Le sonrió también. Iba a decir algo cuando el juez Calares apareció y todos se pusieron de pie para recibirlo. Lelouch le devolvió a Kallen su mano pensando en cómo aquel apretón había acelerado los latidos de su corazón de un modo singular. Kallen, aún azorada, se enfocó en el juez Calares a fin de poner en orden sus pensamientos. Se habían visto en el pasillo previamente. El juez pegó un respingo y volvió sobre sus pasos disimuladamente. La mujer experimentó un placer malvado. Ni Tamaki ni sus hombres pudieron dar con nada que les fuera de utilidad para desplazar al honorable juez. Por lo tanto, aquello sería lo único de lo que podría ufanarse. Para ganar, dependía solo de sus habilidades y su as secreto.
—Siéntense todos —ordenó el juez con su voz carrasposa—. Vamos a comenzar el caso del asesinato de Euphemia li Britannia.
N/A: ¡malvaviscos asados, esto ha sido todo por el capítulo de hoy! Lo sé, lo sé, los dejé en el momento más esperado de este segundo libro. A mi defensa, alego que el juicio era muy extenso y donde me hubiera gustado cortar estaba bastante lejos. Temía no poder subir el capítulo para el día acordado ya que estoy en la recta final de mi semestre y me están apretando las tuercas inundándome de deberes. Empero los astros se han alineado para que pudiera darme tiempo de leer, corregir y publicar el capítulo. ¡Bravo!
Me gustaría aclarar la divergencia que presenté con respecto a la serie. Sé que Suzaku no disparó a su padre, sino lo apuñaló. Aquí decidí que le disparara para que se cortara con el martillo y le quedara una cicatriz. El significado es claro y, por ende, no me voy a explicar. Prefiero que ustedes piensen y analicen. Cada metáfora, cada decisión, cada detalle tiene una razón de ser. Por cierto, hemos descubierto que la voz que le hablaba a Suzaku el anterior capítulo ¡era su padre! Y, hablando de padres, Lelouch y Charles tuvieron su primer diálogo. En la serie ellos no interactúan hasta la segunda temporada. No lo planeé deliberadamente, sin embargo, tenía que ser así. Lelouch necesitaba saber sus verdaderos lazos de sangre para enfrentarlo. Eso sí, la pulla que Lelouch le lanza es la misma que su joven contraparte canónica le suelta. Ese es el origen del resentimiento de Lelouch y no podía cambiarlo. Esas dos discusiones filiales sumado a los diálogos de C.C. y Kallen se constituyen en mis escenas favoritas (las disfruté escribiendo). Siempre fui fan de la relación de C.C. y Kallen y aquí me he dado el gusto de ahondar en eso —¡viva el Girl Power!—. ¡Oh, bueno, la escena en la enfermería fue adorable! :3
Dicho sea de paso, en este capítulo conocimos la razón por la cual el fiscal Waldstein (o Bismarck) se asoció con el presidente Charles y es, básicamente, ¡la misma de Suzaku! Ahora bien, ¿por qué? Porque me basé en CG. En lo poco que nos muestran al Knight of Round #1 nos dejan claro que es un tipo con una ideología pacifista y eso es algo que comparte con Suzaku y Tohdoh. Me pareció muy interesante considerando que Suzaku quiere su puesto y lamenté que no interactuaran más allá de que lucharan en el capítulo 22 de R2. Por consiguiente, decidí solucionarlo aquí. El fiscal Waldstein representa todo lo que Suzaku quiere ser y todo lo que odia. Y, para hacerlo más interesante, les di una relación de mentor y alumno —¡Cristo, Suzaku! ¿Cuántas figuras paternas tienes? Tu propio padre, el comisionado Tohdoh y ¿ahora el fiscal Waldstein? ¿También contamos al presidente Charles?—. Díganme en los comentarios qué opinan de esto.
En fin, estas son las preguntas que corresponden y que pueden contestar si desean: ¿por qué creen que este capítulo se titula así? Ya sabemos cuál será el resultado del análisis, so, ¿Suzaku volteará a otro lado o hará lo correcto? ¿El fantasma que vimos es Genbu? ¿Deberíamos preocuparnos por su consumo de alcohol? (¡Estuvo borracho dos veces en este capítulo!). ¿Kallen logrará demostrar la inocencia de Lelouch al jurado? ¿Qué les ha parecido su desempeño hasta la fecha? ¿Kallen hizo bien al aliarse con el presidente Charles? ¿Habrían actuado igual? ¿Les gusta su dinámica con C.C.? ¿Qué creen que hará Lelouch con la información que le dio Mao? ¿Quién creen que será el enemigo de Lelouch al que se refirió Charles? No es por adelantar, pero esa es una incógnita muy importante para este segundo libro. ¿Qué opinan de la conversación entre padre e hijo? Asumo que es el encuentro más esperado por toda Latinoamérica unida. No preguntaré por sus expectativas para el próximo capítulo porque es lindamente obvio, de modo que, preguntaré en su lugar, ¿cuál es el veredicto que Lelouch recibirá? Expresado de otro modo: ¿ganará Kallen o Suzaku? Ustedes intenten adivinar el resultado y añadan quién les gustaría que ganara. Y, como siempre, ¿cuál es su escena favorita?
Conoceremos el veredicto el 26 de julio en el capítulo titulado: «Venganza» (¡ojito! Ese es el nombre que da título al segundo libro). Para entonces estaré de vacaciones y espero adelantar bastante el fanfic y concluirlo este año. ¡Recen porque así se dé, malvaviscos asados! Mientras tanto, nos estamos leyendo. Agradezco que sigan la historia. Significa mucho para mí. ¡Cuídense! ¡Besos en la cola!
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