Monstruos que comen hadas

Me siento viva después de tanto tiempo, pienso en que estoy tan cerca de mis presas que me estremezco. Un escalofrío de placer recorre mi columna mientras mi corazón palpita muy fuerte contra mi pecho, la excitación me está matando. ¡Quiero llegar ya!

Dos calles más y estaré ahí, saber donde vive cualquier persona de esta ciudad va bien de vez en cuando. Esa amargada al menos sirve para algo, será una cobardica pero es lista. En ocasiones como esta compartir cuerpo con ella no está tan mal.

Ya huelo la sangre de mis víctimas. Me siento en el tejado de delante de su casa, por fin...

Estoy apunto de echarme a reir cuando veo a la policía. Mierda ¿Por que esos inútiles están aquí? No hacen nunca nada pero ahora me tienen que molestar.

Sería tan fácil rebanarles el cuello y ver como mueren, pero no, estúpido contrato, no puedo matar a nadie que no sea uno de esos tres.

Tendré que esperar a que se vayan pero no aguantaré mucho más, mi sangre esta hirviendo de la impaciencia.

Que se vayan ya, que se vayan ya, que se vayan ¡YA!

Mis respiraciones se vuelven entrecortadas, estoy empezando a cabrearme y como esos no se vayan ya, a la mierda el trato, morirán también.

Mi expresión se relaja y vuelvo a respirar normal, parece que me hayan escuchado porque se están yendo.

Me dejo caer desdel tejado hasta la fría nieve del suelo, odio esta cosa blanca, solo hace que entorpecer mis movimientos. Cojo impulso y salto hacia el balcón más bajo de la casa, me balanceo adelante y atrás hasta que puedo subirme encima de este.

Miro por la ventana, es la habitación del niño, no es divertido matarlo primero pero puedo hacer que vea como mato a sus padres.

Una sonrisa ocupa toda mi cara, comienza la caza.

Entro sigilosamente a la cambra, el enano está completamente dormido. Resoplo. Esta gente no sabe como ser divertida, pero yo les enseñaré.

Me acerco al chiquillo y le despierto haciéndole un corte en la mejilla. Empieza a chillar cuando ve mi cuchillo ensagrentado delante de su ojo. Le dejo el suficiente tiempo para que sus padres se despierten y cuando creo que es suficiente le meto un peluche en la boca para que este callado. Sigue llorando, pero tiene tanto miedo que no se lo saca.

Oigo pasos de gente que sube las escaleras. Una sonrisa triunfal recorre mi rostro, me pongo detrás de la puerta y amenazo al niño con un gesto de muñeca para que se quede callado.

Cuando la puerta se abre el mocoso, se quita el peluche de la boca y grita. Pero antes de que su padre pueda reaccionar le clavo el cuchillo en el cuelo salpicándome la cara de sangre, me río ya sin disimular.

La mujer con cara de horror intenta huir pero le cojo de la trenza y la tiro al suelo de espaldas.

- Pero que mala madre, no no no, debería proteger a su hijo en vez de salir corriendo.- Se pone a llorar.

- Por favor, no me mate. Déjenos ir a mi hijo y a mi. No hemos hecho nada.

-Vamos, no llore.- Pongo mi cara más inocente.- De acuerdo les dejaré irse , dense prisa.

-Mu-muchas gracias.- Sigue llorando pero ahora con una expresión de alivio y esperanza en su cara.

Le doy la mano para ayudar a que se levante, pero antes de que se incorpore le clavo mi precioso amigo en el estómago.

- Me explicaré mejor, les dejaré ir al otro barrio.

Me cojo la barriga, me duele de tanto reirme.

Piso el cuerpo inerte de la mujer para sacar a mi pequeño que se ha quedado clavado en su sucia carne y me giro hacia el niño que sigue en la cama. Se ha agarrado la cabeza y la ha metido entre las rodillas. Me voy acercando a el mientras canto una canción.

- Duermete niño, duermete ya. Si no vendrá el coco y te matará.

Empieza a chillar y a dar coces encima de la cama para alejarse de mi hasta que toca el cabecero de la cama. Cuando se da cuenta que no puede seguir avanzando una expresión de terror pasa por su cara, sonrío.

-Tranquilo pequeño, esto acabará pronto.

Me relamo los labios manchados por la sangre, me acerco el niño, le abro la boca y antes de que pueda cerrarla le clavo a Ris (mi cuchillo) por esta hasta atravesarle hasta el otro lado.

Su rostro se queda con la mueca de miedo incluso al sacarle el cuchillo. No ha sido la noche más divertida pero tampoco ha estado mal.

Salto por el balcón de la habitación y me escondo en las sombras a la espera del cambio.

Cuando vuelvo en mi, vomito. Aún sin haber comido nada no puedo parar, los jugos gástricos me queman la garganta y caigo exhausta justo al lado de esa masa espumosa que he echado. Mis respiraciones son entre cortadas y no me puedo mover. Incluso en este estado al recordar lo que ha pasado vuelvo a expulsar líquidos por la boca.

Debería estar acostumbrada a esto, pero no soy un monstruo, jamás podré soportar hacer esto sin tener ganas de morirme al acabar. Me odio a mi misma por ser débil y mientras cae la nieve me pongo a llorar.

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