NIÑO DE LA NOCHE
Relato ganador del reto del dibujo del grupo "Tesoros ocultos de Wattpad". Escrito en Noviembre de 2016.
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Mil años transcurrieron y, sobre estos otros mil más volvieron a pasar, desde que los antiguos dioses se marcharon de la tierra, los elementales se ocultaron en las profundidades y los hombres dejaron de creer en la magia.
Cuentan que ocurrió en un pequeño pueblo irlandés, otros dicen que el mismísimo Rey Arturo presenció los hechos allá en la vieja Britania, aunque los pueblos escoceses de Tierras Altas tienen su propia versión, transmitida por generaciones, pero eso no nos interesa. Lo importante es que sucedió en una aldea y que fue tan real como el aire que respiras.
Todos en la aldea comentaban lo mismo: Faolan era un niño raro. Un niño de la noche. Un niño cambiado.
También hablaban de las brujas. Decían que habían sido ellas las que tocaron el vientre de su madre y la hechizaron causándole la muerte durante el parto. Y decían que el conjuro había entrado en el cuerpo del niño no nacido y lo había convertido en uno de sus hijos, por eso Faolan era un niño marcado con la maldición.
Era cierto que la noche lo hizo suyo y dejó su marca en él. Cuando nació era tan pálido que su piel parecía hecha de nieve, sus ojos grises como nubes de tormenta y el cabello tan fino como filigrana de plata. Hubiera sido un niño de una extraña belleza si las brujas no hubieran dejado su huella en la frente: Se trataba de una mancha de nacimiento con la forma de una estrella grisácea a la que los aldeanos le atribuían el mal de ojo, por eso evitaban mirar al niño a la cara temiendo que los tocara con la mala suerte.
La familia de Faolan también sabía que él era diferente a los otros niños: Nunca se quejaba, nunca lloraba, nunca pedía nada. Su comportamiento independiente y obstinado provocaba el temor de los aldeanos. No era un niño malo, al contrario, era obediente y bondadoso, pero prefería la soledad.
Faolan no tenía amigos puesto que los otros niños lo evitaban y sus hermanos mayores se aburrían con él porque era demasiado silencioso. Su padre, un granjero de aspecto bonachón, se preocupaba demasiado por esas cosas, pero al niño poco le importaban porque sus amigos eran las criaturas peludas que habitaban en el bosque.
Todos en la aldea los llamaban lobos y les temían por su ferocidad. Faolan los llamaba amigos y había encontrado entre ellos el calor y la alegría que el resto de los humanos jamás le habían dado. Un lobo no te juzga por el color de tus ojos y una marca de nacimiento, un lobo te juzga por tu carácter e intenciones.
Faolan quería a los lobos y los lobos a él, no existía manada más leal y compañía más agradable que aquella en todo el mundo. También tenía otros amigos en el bosque, como las lechuzas, los pequeños insectos y una comadreja.
Pero, entre todas las criaturas que poblaban los bosques, a la que más amaba era a la dama blanca.
La conocía desde siempre, aprendió a pronunciar su nombre antes que decir "papá". Ella estaba presente en cada ciclo de la naturaleza y era más antigua que el hombre más viejo que el niño hubiera conocido aunque su apariencia fuera la de una niña que apenas está rozando la adolescencia.
Se llamaba Arianrhod y solo era posible encontrarla por las noches.
Faolan no entendía por qué todos temían a la oscuridad de la noche y buscaban refugio en sus cabañas, a él le encantaba la noche porque las estrellas brillan formando figuras en el cielo.
Si entraba en las profundidades del bosque persiguiendo a las luciérnagas podría encontrar a la doncella blanca y su corte de diminutas damas. Y a Faolan le gustaba jugar con la doncella, perseguir a sus damas aladas y montar a lomos de los lobos recorriendo los bosques.
Pero eso era un secreto que nadie debía saber.
Casi todas las noches Faolan huía de su casa para correr a los brazos de la doncella.
Así pasó el verano y el invierno, un nuevo año comenzó con el cambio de sus estaciones, con épocas de siembra y de cosecha. Faolan creció algunos centímetros, cumplió un año más, pronto dejaría de ser niño y se convertiría en hombre.
―Pronto no podremos volver a vernos ―dijo la dama.
―Estaré aquí, no iré a ningún lado. Podremos seguir jugando todo el tiempo que quieras ―respondió el niño inocente.
―No. Cuando crezcas dejarás de creer en la magia, entonces ya no podrás hablar con los lobos, ver a las hadas y jugar conmigo. Te convertirás en adulto, como los demás hombres, te enseñarán sus ciencias y me olvidarás.
Faolan abrazó a la dama blanca con tristeza pues ella era su amiga y no quería olvidarla aunque fuera un viejo sin dientes, calvo y jorobado. La dama blanca le sonrió y cabalgaron a lomos de los lobos ascendiendo sobre las nubes blancas, tan alto que las casas se veían tan diminutas que Faolan imaginó que podía aplastarlas con la palma de su mano.
Cuando llegó Faolán de regreso a su casa encontró frente a su puerta una muchedumbre armada con palos y azadones; mazos y piedras. Todavía era de noche, así que algunos cargaban consigo las antorchas.
Faolan sintió miedo y se ocultó en el granero, desde ahí vio los rostros macilentos de mirada furiosa de todos los aldeanos.
―¡Entréganos a tu hijo! –Clamaban enardecidos.
―El muchacho no les hizo nada. ¡Déjenlo en paz! ―La voz temblorosa del campesino se alzó, pero rápidamente fue aplastada por las protestas de los demás aldeanos.
―Debiste devolverlo a las brujas el mismo día en que nació. Ese niño ha causado todas nuestras desgracias. Tuvimos una mala cosecha y los animales no producen leche.
―Eso es culpa de la sequía del verano, no de Faolan ―respondió el campesino.
―Tu hijo atrajo la sequía. Danza en el bosque por las noches atrayendo los malos espíritus, espantando a la lluvia y las bendiciones divinas. ¡Entréganos a tu hijo y se lo devolveremos a las brujas!
La muchedumbre furibunda arremetió contra la humilde casita.
―¡Es diferente! ¡No es como nosotros! ―Gritaban mientras sacaban al campesino y a sus otros hijos a golpes.
Faolan temió por la vida de su familia, así que con agilidad salió del granero y se entregó a la muchedumbre. Vio que su padre lloraba y sus hermanos intentaban hacer algo para que no se lo llevaran, pero nada resultó.
Faolan no entendía por qué la gente le tenía tanto miedo. Tampoco entendía por qué decían que era diferente a ellos si él también tenía una cabeza, dos ojos, dos brazos y dos piernas. No entendía por qué aquellas personas que nunca se interesaron por él, lo acusaban ahora de su mala fortuna. Él nunca dijo a las vacas que no produjeran leche, nunca dijo a la lluvia que se negara a regar los campos.
Pero la irracionalidad humana casi siempre arrasa con la inocencia. Faolan solo era un niño. Un niño con mala suerte. Fue llevado a lomos de un caballo a la cima de una montaña rocosa donde solo un viejo y torcido roble había crecido.
Allí, a la vista de todos los aldeanos, Faolan fue juzgado y condenado por ser un hijo de la noche. Un niño diferente. Un niño que hablaba con los lobos y que todavía creía en la magia de las hadas.
Cuando la noche cayó, los lobos aullaron alrededor del árbol. Arianrhod descendió de los cielos acompañada por su séquito de hadas y abrazó el cuerpo inerte del muchacho mientras su rostro se bañaba en lágrimas.
Arianrhod le pidió a La Muerte que volviera a su amigo humano a la vida, pero La Muerte no pudo cumplir su petición. Conmovida por aquellos fuertes lazos de amistad, La Muerte decidió hacer algo para compensar a la doncella blanca.
―¿Si volvieras a nacer, qué te gustaría ser? ―Preguntó La Muerte al espíritu de Faolan.
―Quiero ser un lobo. De esa manera nunca seré un aburrido humano adulto y nunca tendré que aprender ciencias, así siempre podré ver a las hadas, hablar con los lobos y jugar con Arianrhod.
La Muerte sonrió y suplicó al creador que hiciera de Faolan un lobo. No cualquier lobo. Un Espíritu Lobo que pudiera quedarse junto a Arianrhod por el resto de la eternidad.
Cuando la doncella blanca se reunió con su amigo se marcharon a su reino lunar y no se volvieron a ver vagando por la tierra.
Desde entonces los lobos aúllan a la luna cantando su solitaria canción, contándole anécdotas y secretos a Faolan, esperando que algún día regrese a la tierra para disfrutar de su compañía.
Los antiguos decían que en la noche que haya luna llena, si tienes un deseo debes pronunciar tres veces el nombre de Faolan, entonces el gran lobo se presentará para recoger tu deseo y llevarlo consigo ante Arianrhod, la diosa de la luna. Ella lo escuchará y responderá a todas las plegarias; pero cuidado: Faolan solo recoge los deseos de las personas inocentes y puras. Si lo invocas innecesariamente se enojará, se llevará tu alma y la perseguirá por los laberintos lunares por el resto de la eternidad.
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