Prólogo: La muerte visita al dentista
- No hay peor muerte que la muerte en vida -dijo el prestigioso psicólogo del nuevo programa de la tele, "Dentro de la mente"-. Creemos que la muerte es lo peor que le puede pasar a un ser humano, pero estamos muy equivocados. Mi equipo y yo estamos intentando explicar la llamada "muerte en vida". Existen casos documentados de personas que, tras un fuerte trauma, dejan de tener emociones, y pasan a un estado de muerte en vida en el que son como zombis: simplemente trabajan, se alimentan y duermen. Vamos a intentar encontrar una explicación científica a estos sucesos.
El presentador dijo algo, pero Ezra no lo oyó por culpa del infernal ruido del aparato de aire acondicionado. Ezra bufó, bajando de la cama rápidamente. Tres días. Tres días llevaba haciendo ese horrible ruido, y por mucho que Ezra había intentado, el ruido no cesaba. Había llamado a la empresa para que mandaran un técnico, pero le habían dicho que estaban sobre ocupados. Lo peor de todo no era el ruido, sino que el aparato no se apagaba, y estaban en marzo, que no era un mes cálido, sino más bien uno fresco. Ezra había considerado en romperlo o desconectarlo, pero su casero lo echaría del motel. Y no podía romperlo por "ese tema"
"Ese tema" era el nombre que Ezra daba a su separación cuando hablaba de ello con sus hijos. Según su mujer, él era demasiado posesivo y misógino. ¡Ja! ¡Incluso se había montado la clínica dental en su propia casa para vigilar a los niños mientras ella daba vueltas por el mundo tirándose a todos los hombres que pillaba y emborrachándose en ciudades extranjeras! Ni siquiera su trabajo de supervisora de subastas compensaba sus múltiples gastos en alcohol y sexo que ni siquiera trataba de enmascarar. ¡Y luego había tenido la desfachatez de denunciarlo por violencia de género y de pedir el divorcio! Ella misma se había golpeado la cara contra diferentes partes de la casa, con tal de que pareciera que él le había pegado.
Ahora Ezra se había quedado solo, y había perdido su casa y su clínica dental. Y también su dignidad. Su mujer había pedido una orden de alejamiento, tenía que ver a sus hijos a escondidas y toda su ropa se había quedado en su antigua casa. Su nueva residencia era un motel de mala muerte en el que había alquilado una habitación. Literalmente una habitación. Ni siquiera tenía baño o armario. De todas formas, no tenía ropa ni trabajo, y era un paria social. Nadie querría contratarlo nunca. Por eso se gastaba el poco dinero que le quedaba en lo mismo que su mujer durante aquellos días de despilfarro a su costa: alcohol y prostitutas.
Muerte en vida. Ese era el término técnico, aunque él aún podía sentir emociones: placer, vergüenza y tristeza. Era un hombre roto, pensó con resignación mientras apuraba la lata de cerveza. La sexta en una hora. Muchos pensarían que sería preferible la muerte, pero Ezra no quería darle esa satisfacción a la zorra de su ex. En algún momento se vengaría. De hecho, en los últimos días había tramado un plan macabro y vengativo. Mataría a su ex mujer con lo único que le había dejado: una placa de metal en la que ponía: Ezra Sky, Dentista. Sería poético.
En ese instante llamaron a la puerta. Su casero entró con recelo y mala cara:
- Tienes una llamada.
Ezra se levantó, y sin pudor alguno -llevaba unos calzones y ya está- se dirigió hasta la entrada del motel. Y cogió el teléfono.
- ¿Dígame? -preguntó algo curioso, ya que nadie sabía que estaba allí.
Primero solo oyó una respiración, lenta y pausada, y cuando ya iba a colgar una voz distorsionada respondió:
- Soy La Muerte. Y vengo a por ti, Ezra Sky.
- Si esto es una broma, no hace gracia -dijo el antiguo dentista.
- No es una broma, ni mucho menos.
- Marcela, no te ha sido suficiente quitarme mi vida y mi dignidad, ¿ahora también quieres que te tenga miedo?
- Que equivocado estás. Espérame a las 23:00 en tu habitación. Llegaré puntual.
Ezra ya iba a colgar, furioso, cuando oyó como la voz volvía a hablar:
- Ah, y... Facilis descensus averni.
Ezra colgó el teléfono, aterrorizado. Lo había oído en las noticias. Lo había dejado en su último escenario, en Nochevieja. Era la firma del Asesino de Bywater.
A las 22:59 Ezra lo preparó todo. Había reubicado la posición de los dos únicos muebles de la habitación: una cama y una silla, de manera estratégica para que al asesino le fuera imposible pasar por la habitación sin tropezar con los muebles. Además, Ezra había contratado a una prostituta para que le sirviera como escudo humano. A las 23:00 en punto llegó la prostituta, un poco más tarde de lo que había dicho. En cuanto abrió la puerta la hizo pasar inmediatamente.
- Uy, cuanta prisa -dijo la joven morena.
- Ahora vas a callar, ¿entendido?
- Parece que tenemos a un dominante por aquí... -dijo esta con una sonrisa provocativa-. Solo tengo una hora, así que si quieres que pruebe todas mis artes tendremos que comenzar ya.
Ezra intentó quitársela de encima, pero ella se quitó la ropa quedándose completamente desnuda. Ezra la miró asombrada mientras ella comenzaba a masturbarlo. Entonces, en medio del placer sintió una terrible oleada de dolor, y vio como la prostituta le había clavado un puñal justó en corazón. Ezra trató de moverse, pero se lo quitó y se lo clavó otra vez. La prostituta se levantó con cuidado de no dejar restos de ADN, y tras vestirse y limpiar toda la cama por si acaso, se quitó la peluca e hizo una llamada.
- El objetivo ha muerto.
Su interlocutor sonrió. Incluso hablando por teléfono se le notaba la sonrisa.
- Has hecho un trabajo genial, Beatrice.
- Ha sido un juego de niños.
- Ya sabes lo que tienes que hacer ahora.
Beatrice colgó, y tras ponerse unos guantes de látex recogió toda la sangre que pudo y la utilizó para pintar tres palabras en la pared:
Facilis descensus averni.
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