Capítulo 9: El truco de los espejos
Tom suspiró.
- Bueno, no veo nada de malo en revelarlo. Pero primero el porqué de Jennifer y Vincent. Bueno, es muy sencillo. Están aquí porque he descubierto algo que va a cambiar todo lo que sabemos sobre el Asesino de Bywater. He descubierto, que el maníaco asesino tiene un cómplice.
El silencio reinó entonces en el túnel. Michael, Sylvia y Jennifer se miraron, confundidos.
- ¿Cómo has descubierto eso? Preguntó Michael Mustard.
Tom suspiró de nuevo.
- Tengo una grabación de mi casa del día antes de la fiesta del asesinato en la que una misteriosa figura vestida de negro tapa las cámaras con un spray negro. No pudo ser ninguno de vosotros, pues todos tenéis coartada.
Michael se enfureció de repente. No podía creerlo.
- ¿¡Sabías que el asesino tenía un cómplice desde antes de la fiesta del asesinato y no se te ocurrió decírnoslo?! Gritó el coronel.
Tom no dijo nada, simplemente se dio la vuelta y siguió caminando. Jennifer, confundida, le siguió. Sylvia, en cambio, se quedó al lado de un Michael muy, muy furioso.
- ¿Estás bien? –Preguntó la dulce joven-. Creo que todos tendríamos que mantener la calma, al fin y al cabo el asesino podía actuar en cualquier momento.
Michael quería con todas sus fuerzas criticar a Sylvia y a los demás hasta quedarse sin voz. Quería gritar todos sus problemas y todas las injusticias que él había vivido hasta que le doliera la garganta de tanto gritar. Y quería salir corriendo de aquella horrible casa y dejar atrás toda la muerte y las manipulaciones. Pero en vez de hacer caso a sus instintos, lo que hizo fue respirar hondo y calmarse.
- Gracias por quedarte conmigo –le dijo a Sylvia.
- ¡No hay problema, hombre! Fui la primera en "morir" en la fiesta del asesinato, y no os conozco demasiado. La verdad es que me caíste bien aquella noche.
Michael se sonrojó sin saber por qué. Él amaba a Lucy, aunque ella tratara de evitarle. Sin embargo, la dulce voz de Sylvia y su menudo cuerpo le hacía sentirse extraño. No sabía si se trataba de amor, pero lo que si sabía era que por alguna extraña razón, estaba nervioso...
Lucy abrió muy fuertemente la boca al leer la anotación del asesino que tenía delante, en el libro "Poirot investiga". Estaba leyendo tranquilamente página a página, sin prisa, buscando alguna pista, cuando lo vio. Su boca esbozó una O de sorpresa al verlo.
- Chicos... -dijo sin fuerza alguna, sobrepasada por la magnitud de su descubrimiento. Al ver que nadie la había oído, volvió a gritar, esta vez un poco más fuerte-. ¡Chicos!
Christine asomó la cabeza desde una de las estanterías cercanas a Lucy.
- ¿Ocurre algo malo, Lucy? Preguntó.
Lucy, en lugar de responder a su pregunta, simplemente la ignoró.
- ¡Chicos! Repitió esta vez, gritando todo lo que podía.
Oyó entonces pasos apresurados, y en dos minutos los cuatro estuvieron reunidos. Christine estaba apoyada en una estantería, preocupada, mientras que Vesta y Albert trataban de averiguar qué se trataba. Lucy los miró a todos antes de revelar su hallazgo.
- Estaba leyendo tranquilamente uno de los libros del asesino cuando encontré esto.
Vesta se acercó y cogió el libro para leer lo que Lucy les indicaba.
- "Me encuentro mal esta mañana... Creo que le enviaré otra vez... ¿Por qué estoy escribiendo esto aquí? ¿Por qué tengo que enviar a alguien más para que mate por mí?"
Lucy frunció el ceño y fue a decir algo, pero Christine le interrumpió.
- ¿¡Por qué simplemente no puede dejarnos vivir nuestra vida?! ¡¿Por qué?!
Christine comenzó entonces a hiperventilar, poniendo las manos en la cabeza y sollozando. Lucy se le acercó, cautelosa, mientras Vesta y Albert observaban la escena entretenidos.
- Christine, cálmate, por favor –dijo Lucy en un tono conciliador, pues ya sabía cómo tratar con personas con ansiedad.
- ¿¡Cómo quieres que me calme?! ¡El asesino tiene un puto cómplice!
Dicho esto trató de incorporarse, pero acabó cayendo contra la estantería. Dos libros cayeron entonces, y un ruido sacudió toda la habitación, haciendo a los cuatro girar sus cabezas rápidamente. Las estanterías comenzaron a moverse, aparentemente por algún mecanismo. Cuando pararon de reubicarse, cinco espejos gigantes habían aparecido formando una especie de hexágono al que le faltaba una pared. Albert se acercó muy poco a poco.
- ¿Cómo habrá logrado el asesino hacer eso? Dijo Albert, tratando de encontrar el mecanismo que había movido las estanterías y los espejos, sin éxito.
- Eso da igual. Lo que de verdad importa es la verdad que ocultan estos espejos –dijo Christine, levantándose y secándose las lágrimas con la mano.
- ¿Estás bien? Preguntó Lucy.
- Estoy mejor que nunca. Creo que este hallazgo me ha dado fuerzas suficientes para conseguir lo que me propongo. Voy a salir de aquí y voy a formar una familia –exclamó Christine con fuerzas renovadas.
Con cuidado, los cuatro se adentraron en el hexágono incompleto de espejos. Todos tenían una superficie lisa, excepto el que estaba delante de la entrada, que tenía un grabado.
- "La verdad se encuentra escondida en el reflejo del alma" Leyó Vesta.
Todos se pararon a contemplar sus reflejos, preguntándose quién era el asesino...
Vincent tiró tan fuerte del cajón que se rompió, revelando un archivo secreto. Estaba investigando la mesilla de noche en la que habían encontrado los archivos secretos. Sentía que faltaba algo. Vincent siempre había sido un chico fuerte y sin miedo, sobre todo después de aquel incendio que estaba tratando de olvidar. Tenía unos músculos increíbles con los que todas las chicas se lanzaban a sus pies. Los demás del grupo eran unos débiles. El médico gay aquel y el estúpido líder del grupo que no podía abrir ni una sola puerta. La única que parecía algo más dura era, irónicamente, la mujer ricachona con el pelo gris, justamente la última persona en la que pensarías para ser fuerte.
Vincent estaba pensando en aquello mientras abría el cajón, y al no controlar su fuerza había roto el cajón, cayendo estrepitosamente al suelo. Sus compañeros de equipo acudieron rápidamente a ayudarlo, pero él podía levantarse solo. Entonces sacó un único papel que se hallaba dentro del cajón y lanzó el cajón al suelo de nuevo.
- "Mi querido cómplice, este sería tu archivo oficial" –Leyó Vincent en voz alta.
- Oh, dios mío –exclamó Noah-. ¡Mi presuposición era cierta! ¡El asesino tiene un cómplice!
Vincent bufó al oír aquello. ¿Qué persona normal usaba la palabra presuposición? Aquellos listillos prepotentes le estaban hartando ya.
- ¿Tú qué opinas de esto, Alex? –Preguntó Alba. Al ver que Alex no se hallaba a su lado, se giró y lo encontró mirando la cama-. ¿Qué ocurre?
- Venid, rápido, y ayudadme a apartar la cama de la pared. Creo que he encontrado algo.
Noah fue rápidamente a ayudarlo, pero al ver que entre los dos no conseguían mover el mueble, Vincent fue y se ocupó del asunto.
Cuando la cama ya había sido cambiada, los cuatro vieron como la suposición de Alex era cierta. Un acertijo se hallaba en el papel de pared.
- "Las lechuzas no son lo que parecen" –Leyó Vincent, extrañado. ¿Qué significaba aquello?
Jennifer iba al lado de Tom Black, caminando por el oscuro túnel. La revelación del agente del FBI le había dejado estupefacta. Ella no era la cómplice, eso lo tenía claro. ¿Significaba aquello que el cómplice era Vincent? ¿Era el cómplice alguno de los 11 de la muerte? ¿O era alguien exterior? Montones de preguntas se arremolinaban en la cabeza de Jennifer. Solo había una persona a la que podía descartar por su afiliación con Tom Black: Noah Green. O quizás no... Porque Tom Black podía ser el asesino, y Noah Green su cómplice.
Jennifer desechó esa idea rápidamente de su cabeza. Puede que Tom Black fuera un manipulador, pero eso no le convertía en un terrible homicida en serie. ¿Pero si era así, por qué la idea era cada vez más factible? Cuanto más lo pensaba, más sospechaba Jennifer de Tom Black.
Y tan inmersa estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta de que el túnel se había acabado y de que habían llegado a otra habitación sin salida. Tampoco se dio cuenta de que Tom Black se había parado en seco. Y justo cuando la tierra se le acababa y no podía seguir caminando, fue cuando se dio cuenta. Y hubiera sido demasiado tarde si Tom Black no le hubiera cogido el brazo rápidamente, frenando su caída.
- ¡Cuidado, señorita Marple! Exclamó.
Jennifer miró a su alrededor. La habitación solo tenía paredes, pero además había un agujero en forma de pozo en medio de la habitación. Michael y Sylvia, que venían hablando, llegaron entonces.
- ¿Dónde estamos? Preguntó Sylvia, desconcertada.
Tom Black se asomó al borde del pozo, y al no ver el final, fue a levantarse, pero entonces vio una inscripción en el borde del pozo.
- "Las vírgenes son las únicas que pueden montar a los unicornios" –Leyó- ¡Parece que tenemos un nuevo misterio entre manos!
Christine se levantó rápidamente. Llevaban diez minutos reflexionando sobre la pista que tenían delante, y había llegado el momento de hacer algo.
- ¡Creo que ya tengo la solución! Anunció Christine, emocionada.
- ¿¡Qué?! Exclamó Albert, sorprendido y mosqueado a la vez de no haber resuelto el acertijo hasta el momento.
- Pensad bien. "La verdad se encuentra escondida en el reflejo del alma". ¡Eso significa que si rompemos el reflejo del alma, descubriremos el escondite de la verdad! –Exclamó Christine, orgullosa de su interpretación.
- No estoy muy segura de que ese sea un buen razonamiento –dijo Vesta, no muy convencida.
- A mí me vale –dijo Lucy-. Creo que Christine tiene razón. Acabemos esto rápido. Christine, haz tú los honores.
Christine fue rápidamente a la librería y cogió el ejemplar más grande que pudo encontrar.
- ¡Poneos a cubierto! –Gritó entonces.
Y lanzó el enorme y grueso libro sobre el espejo en el que se encontraba la inscripción. Este se rompió, provocando una reacción en cadena que hizo que todos los otros se tambalearan cayéndose. Los trozos rotos cayeron sobre Lucy, Vesta y Albert, quienes estaban en el suelo, agazapados, cubriéndose con las manos. Christine esbozó una sonrisa triunfal.
Y entonces, apareció un láser rojo. Y se oyó un disparo...
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