Capítulo 8: Hotel Golden, 1 de enero
Hotel Golden, Nueva York, 9:00 am del 1 de enero de 2017
Albert Brown se sentó en la mesa del hotel. Después de la fiesta de Año Nuevo que había tenido en el lugar, las 9:00 no era una muy buena hora para despertarse, pero Albert tenía cosas que hacer en Nueva York. De hecho, él no había participado en la fiesta. Él odiaba la fiesta. Sin embargo, la música alta no le había dejado dormir como él habría querido. Sus tareas de aquel día requerían su máxima atención, por lo que cuando la camarera llegó para pedirle nota, Albert no dudó en pedir algo para despejarse:
- Una taza de café, negro, con dos cucharadas de azúcar. Mejor que sean dos –dijo mientras trataba de no dormirse.
Albert estaba seguro de que tenía una pinta horrible, pero no podía hacer nada más que beber todo el café que tuviera para no dormirse durante la reunión que tenía con algunos de los científicos más destacados del país. El hecho de haber ganado el premio Nobel de Física le había situado en la cumbre de la ciencia. La ceremonia había tenido lugar un mes después de la fiesta del asesinato, por lo que Albert había tenido tiempo suficiente para reorganizar su vida. El hecho de que Tom Black no había confesado su secreto le había ayudado mucho, pensó Albert con una sonrisa mientras acababa su taza de café.
Entonces la vio. Llevaba una camisa informal de color azul y un pantalón vaquero que parecía muy cómodo. Su cabello rubio contrastaba a la perfección con sus ojos azul turquesa que evidenciaban su procedencia rusa. Su palidez, en vez de parecer mortecina, le daba una apariencia como de princesa. Estaba guapísima, pensó Albert mientras levantaba la cabeza para saludarla.
- Buenos días, princesa –dijo provocando en ella una sonrisa sincera.
- No sabía que estabas en el hotel –afirmó ella consciente de su mentira.
- Ni yo que tú estabas en él, mi querida Vesta.
Vesta Gold sonrió mientras le besaba en los labios dulcemente.
Bywater, 24 de octubre de 2016
Todo había comenzado dos meses antes. Albert se hallaba en Bywater pasando los días, preparándose para la fiesta del asesinato. Cualquier cosa podía pasar, y él sabía a la perfección de lo que Tom Black era capaz. Había leído en el periódico lo que había hecho para cazar al Asesino de Bywater. Albert sabía que él mismo estaba en la lista de sospechosos, por ello se había dedicado a averiguar cualquier cosa acerca de Tom Black. Así había descubierto que era él quién los chantajeaba y quién les había enviado aquellas horribles cartas. Tampoco le había costado mucho, pensó. Cualquier persona con cerebro se habría dado cuenta.
Albert respiró el aire fresco de la montaña en la que se encontraba. Estaba en una especie de retiro de calma y paz, y había decidido encontrar el río que antaño cruzaba Bywater. El propio nombre del pueblo lo decía: By-water, por el agua. Albert sabía que el pueblo entero había sido movido de sitio después de una terrible inundación ocurrida en 1850. A Albert, estar en la naturaleza le recordaba a su infancia en Bywater. Había vivido los primeros siete años de su vida en el pueblo. No recordaba apenas nada, excepto algunos fugaces recuerdos. Y no todos eran buenos.
Albert subió costosamente por el empinado camino que tenía delante. No estaba muy habituado al ejercicio físico, por lo que le estaba resultando bastante complicado buscar el río. Tendría que haberse llevado agua embotellada, pero se había olvidado el dinero en la habitación, y cuando había querido comprarse una botella ya estaba demasiado lejos del hostal. Así pues, concentrado como estaba, Albert no se dio cuenta de la persona que bajaba rápidamente por el camino. Y la rubia tampoco. Ambos chocaron, rodando por el camino.
- Ay, perdone usted, ha sido mi culpa –se disculpó la joven.
Parecía una princesa, pensó Albert. Su rubia cabellera, su blanca tez y sus ojos turquesa.
- Hola –dijo Albert, emocionado-. Me llamo Albert Brown.
La rubia sonrió y se presentó.
- Yo soy Vesta Gold.
La sonrisa de Albert quedó paralizada. Estaba ante una de las sospechosas de ser el Asesino de Bywater, al igual que él. Y probablemente estaba invitada a la fiesta del asesinato. Así que no se anduvo con formalismos y fue directo al grano.
- ¿Conoces a un tal señor Black?
Esta vez fue la sonrisa de Vesta la que se quedó paralizada.
- Creo que tenemos que hablar –dijo-. ¿Un café?
Albert asintió, y ambos empezaron a caminar en silencio.
De vuelta en el presente
Vesta sonrió al rememorar como se habían conocido. Después de una charla larga y tendida sobre Tom Black, la química era palpable, y ambos habían dormido juntos. Sin embargo, después de eso, tenían el pequeño problema de Tom Black. No debía enterarse de su relación secreta. Así que Vesta ideó un plan. Y Albert lo aprobó.
- No he tenido la ocasión de felicitarte por tu magnífica actuación de la fiesta del asesinato –dijo Vesta-. Realmente parecía que te estabas enamorando poco a poco de mí.
- Muchas gracias. Tú tampoco estuviste nada mal. Aquel beso en el baño se sintió como el primero... Tengo curiosidad, ¿por qué lo hiciste?
Vesta sonrió ante los cumplidos, y se sonrojó ligeramente ante la mención del beso. Por supuesto, todo era completa actuación. No le atraía Albert, simplemente actuaba así porque quería salir viva de los tejemanejes del señor Black.
- Nunca se sabe quién puede estar mirando...
- Fue increíble. Y aquello de acusarme de ser el asesino, no era verdad, ¿no?
Vesta sonrió de nuevo. Por supuesto que era verdad. De hecho, seguía sospechando de Albert, aún y cuando tenía coartada para el asesinato que había ocurrido aquella noche. Vesta se acababa de enterar. Una familia de tres había muerto mientras celebraba la nochevieja.
- ¿Cómo iba a ser verdad? Dijo mientras le besaba la nariz como a un niño.
Era tan fácil manipularle...
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