Capítulo 2: Bywater, 20 de octubre
Bywater, 20:00 pm del 20 de octubre
Con resolución, cogí el teléfono fijo de mi casa y la lista de números que tan celosamente guardaba, en el interior del cual estaban los números privados de famosos a los que había investigado. Ser agente del FBI también tenía sus beneficios. Mi teléfono era uno de esos antiguos, con ruedecita, el cual había comprado en una subasta por un precio exorbitado. Cuando era joven y tenía el dinero heredado de mis padres adoptivos, me había empezado a interesar por las antigüedades. Por suerte, este interés había ido descendiendo gradualmente junto a mi dinero. Si no, quizás ahora estuviera arruinado.
Mi mayordomo llegó junto a una taza de café que me apresuré en llevar a mis labios. Tras bebérmela de un trago, saboreé el amargo café en la garganta, al mismo tiempo que pasaba la lengua por las comisuras de mis labios, retirando los restos de café. Suspiré e hice un gesto a mi mayordomo para que se marchara. Es la persona más leal que conozco, pensé recordando todos sus gestos de amabilidad. Haría lo que fuese por mí. Incluso matar, si se presentara la ocasión. A veces parecía tener una veta oscura...
Descolgué de nuevo el teléfono y le di otro vistazo a la carta que el asesino me había mandado. Poseía suficientes conocimientos en psicología y psicoanalítica para hacer un perfil criminológico. El asesino de Bywater, como la prensa lo llamaba, era un narcisista y un psicópata. Probablemente había tenido una infancia triste, rodeado de padres que no lo querían, aunque con mucho dinero. Se necesitaba dinero para cometer todos esos crímenes, eso sin duda. El asesino de Bywater ocupaba un escalón alto en la sociedad... Médico, psicólogo, militar, pintor, policía, agente de la condicional, cura, científico o alguien de renombre en la sociedad o incluso en el mundo criminal.
La lista que me había enviado no dejaba lugar a dudas. Iba a matarme a mí primero, a su mayor amenaza, y luego iba a matar a los demás sospechosos. O quizás iba a fingir su muerte para quedar libre de culpa, quién sabe. Era muy peligroso. Y por eso mismo debía pararlo inmediatamente. Por eso había empezado los chantajes. Necesitaba una excusa para reunir a todos los sospechosos en un mismo lugar, y un poco de dinero nunca vendría bien. Así podría llevar a cabo mi plan maestro: desenmascarar al asesino de Bywater.
Descolgué el teléfono por tercera vez, en esa ocasión más centrado. Decían que a la tercera va la vencida. Sin titubear, marqué el número de Sylvia Grey. La afamada pintora contestó en francés:
- ¿Aló?
- Buenas tardes, señorita Grey. Soy Mr. Black, y le llamo porque su vida está en peligro. El asesino de Bywater le ha marcado a usted y a otros sospechosos como una de sus próximas víctimas, pero su vida podrá ser salvada si me escucha atentamente. El día 7 de noviembre voy a organizar una fiesta, una fiesta del asesinato. A ella acudirán todos los sospechosos, ergo, el asesino estará allí. Mediante la utilización de las mejores prótesis del mundo, seremos capaces de fingir nuestra muerte, tanto usted, como yo, como los demás sospechosos. Montaré un complicado juego de pistas en el cual iré fingiendo vuestras muertes. Como aliciente estará el nombre del asesino, ya que el propio asesino se delatará a sí mismo al intentar matar al último superviviente. ¿Me ha entendido bien?
Sylvia aceptó. Alba aceptó. Alex aceptó –él tenía que confirmar las muertes, así que era importante en el plan-. Christine aceptó. Vesta aceptó. Fernand aceptó. Eduard aceptó. Y Marcus aceptó.
De momento, tenía a todos los jugadores de la partida. Lucy, Michael y Albert eran los únicos invitados que no sabían nada, y había una buena razón para ello. No aparecían en la lista del asesino. Eso les convertía en los menos probables para ser los asesinos, ya que un psicópata tan inteligente como el asesino de Bywater nunca dejaría una pista tan clara de su identidad. La manipulación había comenzado. El asesino se delataría a sí mismo.
Ya iba a acostarme cuando recibí una llamada. Rápidamente, la cogí:
- Hola, Mr. Black.
Al otro lado de la línea había una voz fría de mujer que sin duda alguna estaba distorsionada.
- ¿Quién es? Pregunté receloso.
- Soy Beatrice, sirviente del asesino de Bywater.
Un escalofrío me invadió. ¿Sirviente? Su nombre, Beatrice, procedía de la Divina Comedia. Beatrice, la amada muerta de Dante Alighieri. Un nombre macabro y adecuado para un cómplice del asesino en serie más prolífico de la historia de los Estados Unidos.
- ¿Qué pretende el asesino de Bywater? ¿Por qué me has llamado?
- Tu mayor enemigo me encarga que te diga una cosa.
- Dila –ordené autoritariamente.
Beatrice soltó una risita antes de decir unas palabras que me helaron la sangre.
- Facilis descensus averni.
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