Capítulo 14: Bywater, 9 de julio de 1998
Bywater, 2 am del 9 de julio de 1998
Vincent se despertó por el calor. Era pleno julio, y las temperaturas estaban registrando máximas inigualables. El calentamiento global, decían las asociaciones ecologistas como Greenpeace. Claro que, según el padre de Vincent, todas esas tonterías del cambio climático no eran más que chorradas, por supuesto. Excusas para que no compraran coches y así los comunistas se harían con el mundo. A Vincent le parecían chorradas lo que decía su padre, pero no lo decía. El único que se atrevía a plantarle cara era su hermano Cecil.
Vincent provenía de una de las familias más ricas de todo Bywater, los Poirot. Su apellido venía de los Reyes franceses, o al menos eso decía su padre. Vincent sabía que no era verdad. El Poirot más famoso era ficticio: Hércules Poirot, el famoso detective belga de las novelas de Agatha Christie. A sus hermanos les encantaban estas novelas, aunque tenían que leerlas sin que su padre se enterara, porque cualquier libro que no fuera de un autor norteamericano estaba prohibido en aquella casa. Por eso Vincent no había leído la famosa Harry Potter aún.
Su padre podía ser muy cabezota, y cuando discutía con alguien solía llegar a los insultos, pero, al contrario de lo que se podría pensar, nunca le había pegado ni a su mujer ni a sus hijos. Nunca perdía los estribos, tenía un límite de furia, como solía decir. Como mucho algún día le había pegado una bofetada a su hermano Cecil, pero solo cuando este llegaba a un grado de insolencia increíble. Y tampoco se las pegaba muy fuerte. Cecily le había dicho que si se estaba callado su vida sería más apacible.
Sí, su hermana se llamaba Cecily y su hermano Cecil. El único capricho no material de su madre que su padre había aprobado habían sido los nombres de sus dos primeros hijos. Claro que el nombre de Vincent provenía del abuelo de su padre, que también se llamaba así.
Vincent vivía en una enorme mansión, la mansión Poirot, o la Mansión Cerrada, como se la conocía en el pueblo de Bywater. La mansión tenía tres alas enormes de tres pisos cada una. En la primera vivían Vincent, su padre, su madre y sus hermanos. En la segunda vivían los abuelos de Vincent, unos viejecitos enfermizos a los que Vincent no veía casi nunca. En la tercera ala, la más pequeña, vivía el tío de Vincent y su mujer. Su mujer era hindú, y tenía un nombre casi impronunciable. En la tercera ala también vivían los criados. De hecho, su presencia era un castigo para su tío. Si por su padre fuera, les habría echado, pero el abuelo era el propietario de la casa, y aunque no quería echar a su propio hijo de casa, si le había dado el ala más pequeña y además con los criados como una especie de castigo por casarse con una extranjera.
La habitación de Vincent era grande y estaba llena de juguetes. Vaqueros, caballos de madera y juguetes tradicionales de niño, como decía su padre, lo que le correspondía a un buen americano. También tenía unos cuantos libros, todos escritos por autores americanos, que esperaba leer cuando tuviera la edad suficiente. Aunque ya sabía leer, muchos de los libros que tenía eran para mayores, y si su padre se enteraba de que los había leído podría quitarle sus juguetes, y Vincent no quería eso.
Aquella noche Vincent se despertó, acalorado. Sufría mucho cuando las temperaturas subían. Desde pequeño era así. Y sin embargo, en aquella ocasión, había algo diferente. El calor estaba mucho más presente, era una sensación indescriptible, que llegaba a gustarle a Vincent.
El niño se quitó la manta rápidamente y bajó de un salto de la cama, con la mala pata de que su pie cayó sobre la punta de uno de sus cubos de Rubik. Vincent dio una exclamación de dolor y las lágrimas comenzaron a aflorar, pero entonces notó el calor mucho más cerca y se enjugó las lágrimas con la manga. No debía llorar, él ya era un niño mayor. Rápidamente se incorporó y empezó a andar, teniendo mucho cuidado de no tropezarse ni pisar ningún juguete más. Por suerte, conocía su habitación por las tardes que había pasado jugando dentro. Así pues, y con un poco de dificultad, llegó hasta la puerta, y la abrió.
Una vez estuvo en el pasillo, un humo gris y horrible le invadió las fosas nasales, y el calor se hizo mucho peor. Vincent vio unos destellos rojos en el piso de abajo, pero no se molestó en darle un segundo vistazo, sino que corrió hacia la habitación de su hermana, que era la más próxima.
Su hermana estaba dormida, lo supo por su respiración. Rápidamente se puso a su lado y le sacudió ligeramente. Cecily dio signos de despertarse, pero volvió al sueño pronto. Así pues, Vincent puso su boca en su oreja y le sopló, cosa que bastó para despertarla.
- ¡Vincent! –Gritó-. ¿Qué ocurre?
- Hace mucho calor y hay un humo horrible en el pasillo.
Cecily se desperezó.
- Seguro que ha sido una pesadilla, ahora verás.
Pero cuando abrieron la puerta, Cecily se dio cuenta de que no era una pesadilla. Al inhalar el humo tosió y al ver el fuego en el piso de abajo pensó en alarmarse, pero se dio cuenta de que Vincent estaba a su lado, y reunió valor.
- Vamos a decírselo a Cecil, a ver si él sabe cómo solucionarlo. Yo le despierto, tú te quedas aquí, SIN MOVERTE, ¿ok?
- Ok –dijo Vincent débilmente.
Cecil se tapó la boca con la mano y abrió la puerta de Cecil.
- Cecil, hermano, despierta, hay un incendio.
Cecil, que tenía un sueño débil, no tardó en despertarse y en salir afuera. Una vez allí, Vincent dijo algo que les alarmó.
- Ese señor quiere que vayamos con él.
Cecily y Cecil se miraron.
- ¿Qué hombre? Preguntó el adolescente.
Vincent no hizo más que señalar. Un hombre vestido con un extraño traje azul apareció, con un mechero en su mano. Entonces se quitó la capucha y encendió el mechero.
- Hola, niños. ¿Queréis jugar con fuego?
Cecil reaccionó muy rápido.
- ¡Cecily, coge a Vincent y entra en mi habitación, rápido! ¡Tapaos la boca con lo que podáis! ¡Yo me ocuparé de este hombre!
Cecily obedeció a su hermano y entró en la habitación con Vincent de la mano. Una vez allí, puso el pestillo y se quedó en silencio, tapándose la boca a ella y tapándosela a Vincent para intentar no inhalar humo. Entonces se oyó un grito de dolor. El de Cecil. Las lágrimas vinieron a los ojos de Cecily, pero debía ser fuerte. Entonces se oyó como alguien embestía contra la puerta, y Cecily miró por la ventana. Solo había una salida. Reuniendo valor que no creía tener, se dirigió hacia un Vincent lloroso.
- Vincent, necesito que seas fuerte –dijo quitándole las lágrimas de los ojos-. ¿Ves aquel árbol? Pues necesito que saltes hacia él y que bajes luego al suelo, y necesito que lo hagas rápido. ¿Entendido?
Vincent asintió. La puerta estaba a punto de ceder.
- Niños... No tengáis miedo... Salid a jugar...
Cecily miró a su hermano, que había abierto la ventana colocándose en el alfeizar.
- Recuerda que te quiero –dijo Cecily casi llorando.
Entonces la puerta se abrió. Vincent oyó como Cecily gritaba, pero él saltó. Saltó con todas sus fuerzas. Por un minuto, pensó que iba a conseguirlo. Que iba a llegar al árbol. Pero entonces la gravedad hizo su magia, y Vincent cayó al suelo envuelto en dolor...
Tres días después
La señorita Rotten observó el nombre de la puerta. Vincent Poirot. Reconocía vagamente el nombre de una familia noble de Bywater. ¿Qué había ocurrido? Debía preguntárselo a la enfermera antes de llevarse a Vincent a su orfanato. Cuando vino la enfermera, la señorita Rotten no dudó en preguntárselo.
- Disculpe –dijo esbozando su mejor sonrisa-, ¿podría contarme lo que ha pasado con este niño?
La enfermera la miró incrédula.
- ¿No se ha enterado? Su mansión fue pasto de las llamas. Hay rumores de que fue el Segador Rojo. Sus hermanos, sus padres, sus abuelos y sus tíos perecieron en las llamas. Él sobrevivió al saltar por una ventana, pero se ha roto una pierna y aunque curará, tardará bastante.
La enfermera abrió la puerta y ambas entraron en la habitación. Vincent estaba en la cama, con la pierna en cabestrillo y una cara horrible. La enfermera se acercó a él.
- Vincent, ahora vas a irte con la señorita Rotten. Ella te llevará a su casa, donde podrás jugar con un montón de niños más.
La señorita Rotten esbozó una sonrisa forzada. Vincent estaba roto. Y su tarea era repararlo. Aunque dudaba que fuera a ser tan fácil...
A la noche...
Jorge llamó a la puerta con el código secreto. Annie le abrió rápidamente. Bueno, Annie era solo un pseudónimo. Nadie de los del club conocía su verdadera identidad, ni siquiera Jorge, que era el más cercano a ella. Solo sabían qué hacía un tiempo había tenido un hijo o una hija, pero no sabían ni su género ni su edad, tan solo que ya no vivía en casa. Cuando Jorge llegó, todos ya estaban sentados, y él tomo asiento.
- Bien –dijo Annie-. Comenzamos nuestra reunión mensual con nuestro Segador Rojo, "Jorge". Así que cuéntanos... ¿cómo te fue con los Poirot?
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