Capítulo 11: Noche eterna

Aria Manson se recostó sobre la mesa de su despacho, exhausta y agotada después de aquella larga, larga noche... Una larga noche buscando a Tom Black, quién había vuelto a desaparecer aquella noche, al igual que los restantes de los 11 de la muerte. Tal y como había ocurrido en la fiesta del asesinato...

Aria recordaba aquella noche nítidamente. Tom Black le había enviado un críptico mensaje en el que aseguraba que iba a desenmascarar al Asesino de Bywater aquella misma noche. Aria había pasado aquella noche en vela, preocupada. En el mensaje ponía que no debía contarle nada a nadie, pero Aria dudaba. ¿Qué pasaría si Tom acababa muerto por no intervenir ella? Todas esas dudas y preguntas se disiparon cuando, a las seis de la madrugada, llamaron a su puerta.

Aria llevaba toda la noche despierta, así que inmediatamente abrió la puerta para encontrarse con un Tom Black pálido y manchado de sangre. Con temor, le examinó para ver si tenía alguna herida, pero la sangre resultó ser falsa. Aria le hizo sentarse, le sirvió café, y luego él se lo explicó todo.

Le explicó lo que había sucedido aquella noche, le explicó las muertes, tanto las falsas como las verdaderas. Se abrió ante ella, confesándole sus más profundos sentimientos: su esperanza de pillar definitivamente al Asesino, su frustración tras la muerte de Marcus Orange, y finalmente su decepción y tristeza al ver cómo tres vidas se habían perdido para nada.

Aria conocía la historia personal de Tom Black con el asesino, y por eso fue capaz de darle consuelo. Le dejó desahogarse delante de ella, y tras eso estuvieron mucho más cercanos que nunca.

Aria pensó en todo aquello mientras contemplaba la pantalla vacía del ordenador. Aunque ya había tenido sentimientos antes, lo que había sentido aquella madrugada era inexplicable. Había sentido una conexión. Se habían mirado a los ojos, y entonces ella se había sentido llena por primera vez en toda su vida. Estaba enamorada de Tom Black. Y por desgracia, él no compartía sus sentimientos. Lo sabía por la forma en la que miraba las fotos de Lucy Scarlet, embargado por una sensación romántica indescriptible.

Y mientras Aria pensaba en todo aquello, oyó un sonido proveniente de su móvil. Y cuál fue su sorpresa cuando al abrirlo vio un mensaje de Tom Black.

- "Esta es mi segunda oportunidad. No pienso fallar. No avises a nadie. Atentamente, Tom Black."

Aria sintió el mismo sentimiento que aquella noche. Y supo que por una vez, debía demostrar que ella no obedecía las órdenes de ningún agente. Ella era la jefa. Y debía hacer lo que considerara oportuno. Rápidamente descolgó el teléfono y marcó un número.

- ¿Dígame? Contestó una voz áspera de hombre por el otro lado.

- Sheppard, soy yo. Aria.

- ¡Aria, cuánto tiempo! –Exclamó la voz, con renovadas fuerzas-. ¿Ocurre algo malo?

- Lamento informarte de que sí. Esta va a ser una noche muy, muy larga...

El láser rojo se posó justo en la cabeza de Christine.

- ¿Pero qué? Dijo esta, sorprendida.

Y esas fueron sus últimas palabras. La bala impactó justo en su cráneo, y el impacto la lanzó al suelo. Christine cayó al suelo justo al lado de donde estaba tumbada Lucy Scarlet. El cadáver de la criada se quedó mirando al techo, con sus ojos desencajados y sin vida y su boca esbozando una última expresión de sorpresa. Lucy se quedó en shock un instante, contemplando el cadáver de Christine, que antaño había estado tan lleno de vida.

- ¡C-Christine! Gritó la joven psicóloga, asombrada y sorprendida al mismo tiempo.

Lucy se abalanzó sobre el cadáver, moviendo sus manos en algún intento de hacer algo, pero era demasiado tarde. Christine había dejado de respirar justo en el momento en el que la bala había atravesado su cráneo, y ya era imposible salvarla. Vesta lo sabía, y por eso se arrodilló rauda hacia donde estaba Lucy, quien golpeaba el cadáver con frustración.

- Lucy, no se puede hacer nada... Ya es demasiado tarde.

Al escuchar eso, Lucy se giró bruscamente hacia Vesta, con lágrimas en los ojos.

- ¡Ella iba a salir de aquí y formar una familia! ¡Ella tenía que salir de aquí y formar una familia!

Entonces Albert se acercó. Vesta se preparó para lo peor, pero sin embargo se sorprendió gratamente.

- Entonces, salgamos nosotros de aquí y formemos una familia –dijo Albert con voz suave.

Y Lucy dejó el cadáver de Christine en el suelo, y miró a sus dos compañeros. Y los tres, como en una especie de acuerdo tácito, se quedaron mirándose, sin hablar, en una especie de homenaje a Christine. Lo habían prometido. Iban a salir de esa casa y a formar una familia. Cueste lo que cueste, pensó Vesta. Cueste lo que cueste.

Sylvia miró de nuevo el acertijo, pensativa. "Las vírgenes son las únicas que pueden montar a los unicornios". De alguna manera, ese acertijo les llevaría a avanzar a la siguiente sala, en un intento algo desesperado de descubrir al asesino entrando en su propia casa. A Sylvia le parecía una auténtica tontería. El Asesino de Bywater era muy inteligente. Si Tom Black había conseguido encontrar su guarida, había sido porque el Asesino le había dejado. Así pues, era imposible que tuviera alguna pista clara de la verdadera identidad del Asesino. Lo más probable era que la casa estuviera llena de pasadizos sin salida, acertijos complicados y trampas mortales...

Sylvia estaba disfrutando más de la compañía que de los acertijos, eso sin duda. Entre el elegante Tom y el apuesto Michael, se quedaba sin lugar a dudas con el segundo. Michael desprendía una calidez y una ternura que despertaban un cálido sentimiento en el corazón de Sylvia. Y ella creía que era amor. Faltaba saber si Michael sentiría lo mismo por ella, pero todo indicaba a que sí. Sus miradas indicaban que sí.

Sylvia sabía que debía concentrarse en resolver el acertijo, pero no podía pensar en otra cosa excepto en Michael. Y sabía que ello estaba mal, pero, ¿quién podía culparla a ella de enamorarse? Las circunstancias eran las circunstancias, y Sylvia debía adaptarse a ellas. Y mientras pensaba en Michael, se le ocurrió una idea sobre el acertijo. Y cuando miró hacia el techo, lo vio todo claro.

- Creo que tengo algo, chicos.

Tom, Michael y Jennifer le miraron. Ellos estaban cada uno a un extremo de la habitación, concentrados.

- Pues dínoslo –dijo Jennifer, impaciente.

Sylvia trató de darle teatralidad al igual que hacía Tom Black, pero la impaciencia le carcomía.

- Pensemos en un momento en las vírgenes. Son chicas que no han sido desvirgadas. ¿Y alguien puede decirme un sinónimo de desvirgar?

Michael estaba confuso, pero Jennifer y Tom se miraron y articularon una palabra al unísono.

- ¡Desflorar!

Sylvia sonrió astutamente y procedió a explicar lo que había visto en el techo.

- Mirad hacia arriba –dijo con aire enigmático. Definitivamente podía acostumbrarse a esto de la teatralidad.

Los tres miraron hacia arriba, y la sorpresa se dibujó en su rostro. Una flor, una violeta, en concreto, colgaba del techo de una manera antinatural. Sylvia no tenía ni idea de cómo el Asesino había logrado perpetrar tal hazaña, pero el caso es que el resultado era misterioso y un poco surrealista.

- La flor de la virgen... -susurró Tom Black, con sus ojos brillando de tanto pensar.

- ¿Cómo se supone que vamos a llegar hasta ahí? –Preguntó Jennifer-. El techo no está muy alto, pero aun así ni siquiera Tom que es el más alto podría llegar.

Michael se arremangó y Sylvia contempló sus curtidos músculos con admiración y con mariposas en el estómago.

- Ven, Jennifer, súbete a mi espalda.

Jennifer obedeció las órdenes de Michael un tanto confundida, pero todo cobró sentido cuando vio que, subida a las espaldas de Michael, llegaba perfectamente a la flor. Con delicadeza, Jennifer cogió la flor del techo. Entonces, Michael la bajó cogiéndola de la cintura. Sylvia suspiró por la escena, deseando ser ella quien estuviera allí. Y este suspiro no pasó inadvertido a Tom Black.

- Ay mi alma –dijo Jennifer cuando estuvo abajo-. Lo he pasado fatal.

A Tom le brillaron los ojos durante un segundo. Su mente había hecho una conexión.

- ¿Qué has dicho? Preguntó emocionado.

- ¿Lo he pasado fatal? Dijo Jennifer no muy convencida.

- No, lo de antes –dijo Tom.

- Ay mi alma. Lo solía decir mi abuela.

Tom sonrió y empezó a dar vueltas por la habitación. Después de un minuto de cavilaciones, levantó la cabeza y comenzó el discurso.

- "Las vírgenes son las únicas que pueden montar a los unicornios". Esta frase es un poco extraña, pero no deja de ser un hecho. En las leyendas, solo las vírgenes podían tocar a los unicornios, y por supuesto montarlos. Vírgenes, jóvenes con su flor intacta. ¿Y por qué solo las vírgenes podían tocar a los unicornios? Bueno, las vírgenes eran símbolos de pureza, al igual que los unicornios. Y se decía que los unicornios eran jueces el del alma. Alma. Esta palabra me lleva a otra antigua leyenda, que dice que mirando a los pozos se podía ver el alma. Así pues, tenemos una flor y un pozo que hace la función de unicornio. ¿A qué esperamos para tocar al unicornio?

Dicho esto, le arrebató al flor a Jennifer, y con un gesto grácil, la tiró por el pozo. Y al cabo de un minuto, se oyó un estruendo y la pared del norte se cayó, revelando unas escaleras que bajaban.

- El infierno está aún más abajo, miladys.

Y bajo la guía de Tom Black, los cuatro emprendieron la bajada.

Lo primero que hizo Alex fue quitar el papel tapiz que cubría los misteriosos romboides. Y cuál fue su sorpresa al ver que debajo de ese papel, había unos romboides dibujados con rotulador permanente y unas extrañas muescas.

- Las lechuzas no son lo que parecen –repitió Noah-. ¿De qué me suena eso? Creo que de la televisión.

A Alba le brillaron los ojos.

- ¡Claro, Twin Peaks!

Entonces fue hacia el espejo, y de un codazo lo rompió. Cogió un montón de trozos y se dispuso a explicarse.

- La frase de "Las lechuzas no son lo que parecen" pertenecen a la famosa serie de televisión de los noventa Twin Peaks. En esta serie había un espíritu maligno que poseía personas y que solo se veía cuando se miraban en un espejo. Además, en la serie había un patrón característico: tres rombos en vertical, el del centro más grande, y dos triángulos a los lados del central formando dos colinas gemelas. Justo como este patrón.

Sin parar ni un momento, Alba puso las puntas de los trozos de los espejos dentro de las muescas, hasta formar el patrón ya dicho antes. Entonces, la pared entera se movió, desplomándose sobre sí misma. Una habitación secreta aparecía ante ellos.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top