Capítulo 10: Hospital de Bywater, 23 de mayo de 2015

Hospital de Bywater, 5:00 pm del 23 de mayo de 2015

Alba estaba sentada en la sala de espera del hospital, esperando noticias. A su lado estaba sentada su suegra, muy angustiada, quién miraba a Alba en ocasiones con cara de asco y repugnancia, pues ni siquiera mostraba un mínimo atisbo de preocupación. Alba era consciente de esto, y cada vez que veía a su suegra mirarla, fruncía el ceño y movía un poco más las manos, para así parecer por lo menos un poco preocupada por su marido, quién estaba en el quirófano. Una operación de corazón abierto en el que había más posibilidades de morir que de sobrevivir.

Todo había comenzado un mes antes, pensó Alba. A su marido le habían diagnosticado un soplo en el corazón que debía corregirse fácilmente. Sin embargo, a lo largo de las semanas complicaciones habían surgido, y los médicos habían tenido que adelantar la operación. Y ahí estaba Alba, esperando a que le confirmaran la suerte de su querido marido Dick. Para ser sinceros, tampoco le importaba mucho lo que le sucediera. Dick, ese horrible segundo marido suyo, antipático, solitario y casi antisocial. Alba se había casado con él simplemente por el dinero.

Después de morir su primer marido, Alba había ido gastándose el dinero de la herencia, y necesitaba más. Porque, ¿Qué más podía hacer la viuda de un rico que se estaba quedando sin dinero? La ascendencia española de Alba –su bisabuela, Aurora, era de Sevilla- la había convertido en un premio para el más rico. Dick había sido el ganador.

Aunque Alba actuaba como si lo quisiera y se preocupara por él, en realidad le convenía su muerte más que su vida. Solo había un pequeño problema... Su madre. La controladora madre de Dick, aquella madre que había mimado y sobreprotegido a su hijo durante toda su vida. Conocía el testamento de Dick: la mitad para ella, la mitad para su madre. Y el testamento de Dorothea, la amadísima madre de Dick, se lo dejaba todo a su hijo. Así pues, si Dick moría antes que su madre, la mitad de su dinero iría a parar a esta. Y Alba no quería eso.

Esta era su última oportunidad. Debía acabar con Dorothea inmediatamente. Se había traído un bote de cisaprida, que sirven para los trastornos gastrointestinales, pero que en grandes dosis, podía causar ataques al corazón. Además, no dejaba apenas rastro. ¿Y quién iba a realizarle la autopsia a una pobre mujer de casi ochenta años muy preocupada por su hijo? Solo tenía que encontrar el momento propicio. Y pronto, este llegó.

- ¿Me podrías traer un poco de agua, Alba? Siento que no tengo fuerzas para levantarme en este momento –dijo Dorothea, con voz afligida.

Alba asintió y se dirigió hacia la máquina de agua. Y entonces, sin que nadie la viera, sacó el bote de cisaprida y puso un montón de pastillas en el agua. Entonces fingió que la llamaban al móvil, y se puso a hablar consigo misma. Quince minutos después oyó la voz de Dorothea.

- ¿Alba, ya vienes?

Alba miró el agua. Ni rastro de la cisaprida. Colgó el móvil y le dio el agua a Dorothea.

- Gracias –dijo ella llevándose el agua a los labios. Bebió un sorbo e hizo una mueca-. Esta agua sabe rara.

- Ya sabes cómo es el agua de los dispensadores –dijo Alba.

Esta explicación pareció convencer a Dorothea, quien se bebió toda el agua. Alba sonrió. Su plan iba tal y como quería. Entonces, un médico le cogió del hombro.

- ¿Es usted la mujer de Dick Tremayne? Preguntó el doctor.

- Si –dijo Alba, con el corazón en un puño. No podía ser, ahora que estaba tan cerca...

- Necesito hablar con usted, venga.

El doctor la condujo lejos de Dorothea. Mientras caminaban, Alba sintió mariposas en el estómago, que aludió al nerviosismo. El doctor Plum –eso era lo que ponía en su placa- paró en un pasillo.

- ¿Está Dick bien? Preguntó Alba rápidamente.

El doctor Plum vaciló un poco antes de contestar.

- Está estable, pero aún pueden pasar muchas cosas.

Alba se sentó en una de las sillas, fingiendo mucha preocupación. El doctor Plum se sentó a su lado y le puso una mano en su hombro. Fue entonces cuando Alba se dio cuenta de que las mariposas en el estómago no eran por Dick. Eran por el doctor Plum.

- ¿Cuál es su nombre de pila? Le preguntó de repente.

El doctor se sorprendió un poco, pero acabó contestando:

- Alex.

- Alex. Alex Plum... Dijo Alba saboreando el nombre.

Alba volvió a la sala de espera con un semblante serio. Dorothea se levantó rápidamente, con el rostro pálido.

- ¿Está mi Dick bien? Preguntó con un hilo de voz.

Alba puso un semblante aún más serio, casi llorando. Y Dorothea se desplomó en el suelo. Alba corrió a su lado.

- ¡Dorothea! ¡Dorothea! ¡Por el amor de Dios, que alguien traiga a un médico!

Nadie pudo salvar a Dorothea. Y dos días más tarde, Dick murió por complicaciones en el corazón. Fueron enterrados juntos. Alba compró el ataúd más barato que encontró. Al fin y al cabo, tenía que ahorrar dinero.

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