5. Cascada artística

A veces siento que nadie me entenderá, y todas las veces que creí ser entendida, el resto me leyó como querían ellos y no como lo necesitaba yo.

Me hace sentir muy sola pensarlo, pero puede que esté bien naturalizar esa incomprensión. Una vez que se acepta que uno solo se tiene a sí mismo en el nivel más íntimo de los sentimientos, deja de buscar llaves para abrir puertas y aprecia la vista que tiene desde la ventana.

Con Sawyer es así. Es una de mis ventanas, no la llave de la puerta.

—¿Necesitas dinero?

Dejo de pensar en mi novio para encontrar a mi padre recargado en el umbral de mi cuarto. Su turno terminó esta tarde, pero cuando bajé a saludarlo estaba al teléfono. Sin decir nada o siquiera mirarme, levantó un dedo para que le diera un segundo al escuchar que me acercaba.

Pasaron tres horas y veinte minutos, y sé que no estuvo esa cantidad de tiempo pendiente de la línea telefónica porque lo escuché reír con Marion mientras veían una película en la sala. Sabía que volvería a levantar su dedo si intentaba saludarlo, así que opté por cubrir el piso de mi nueva habitación con periódicos y decorar mis macetas.

Mi madre asegura que de los sentimientos reprimidos nacen las mejores piezas de arte. Al acabarlas, cuando uno ya vació su cabeza de las ideas y drenó la impotencia a través de sus manos, permite que los pensamientos tengan el espacio suficiente para tomar distancia unos de otros. Por separado resulta más fácil lidiar con ellos que cuando están enmarañados.

Además, tenemos la pieza artística como instructivo con el cual analizarlos.

—Hola. —Sonrío, dejando el pincel.

Me pongo de pie para saludarlo, pero levanta una mano y las cejas al mismo tiempo.

—No quiero que me manchas la ropa, cariño.

Bajo la mirada a mi delantal y veo que tiene razón. Soy un enchastre, aunque estaba vez entiendo la justificación. De otra forma siempre soy un desastre ante sus ojos, sea como luzca o lo que esté haciendo.

—Definitivamente te dejaré dinero arriba de la mesa. —Ríe mientras lucho para desatar el moño a mi espalda—. No desperdicies tu tiempo pintando. Pide que lo haga tu madre o alguien que sepa. Quedará mucho mejor.

Mis dedos quedan inmóviles sobre el lazo ya flojo. Intento que mi rostro no muestre cuánto dolió el comentario. «Alguien que sepa. Alguien que lo hará mejor».

—No me molesta, es divertido —aseguro.

Aunque no es divertido, es un forma de lidiar con los problemas. No se lo digo porque no lo entendería.

—Lo divertido no le interesa a la universidad de Medicina —recuerda paseando los ojos por el cuarto—. Deberías pasar más tiempo estudiando y menos confeccionando una jungla dentro de la casa. Ni que Tarzán te hubiera encargado una remodelación.

Nos reímos, pero su risa es distinta a la mía. El nudo que tengo en la garganta es uno que no sé cómo desatar a diferencia de aquel que logré deshacer del delantal. Me quito este último con cuidado, pero en cuanto doy un paso hacia papá, alguien aparece en el corredor.

—¿Cómo le va al Derek Shepherd de Sweet Wind?

Mi progenitor sonríe complacido por ser comparado con el apuesto e inteligente doctor de Grey's Anatomy. Ruedo los ojos cuando estrellan puños.

—Mi hija no sabrá elegir pasatiempos útiles, pero sí novios lameculos. —Le da una palmada en el hombro antes de volverse hacia mí—. Te dejo dinero para que ordenen algo de cenar, aunque Marion dijo que a Gretha le gusta cocinar. Tal vez puedas aprender algo de ella.

Ignoro lo que dice nuevamente y opto por caminar hacia él para saludarlo de una vez, pero se marcha dejándome con el delantal en la mano.

—¡Adiós, Sawyer! Si encuentras a Cora en la jungla, tráela de regreso a la civilización —bromea.

Freno junto al umbral, viendo su sombra proyectada en la pared alejarse mientras baja las escaleras. Sé que regresará tarde de su cita y cuando me levante por la mañana se habrá ido al club de golf. Es probable no lo vea hasta dentro de otras veinticuatro horas, y cuando estas se acaben llegará otra excusa y me seguiré guardando el abrazo que quería darle hasta alguna ocasión donde no pueda escapar de mí, como Año Nuevo o mi cumpleaños.

Sawyer esconde las manos en los bolsillos. No me muestro entusiasmada por su aparición. Toda mi fuerza para cualquier interacción humana se la lleva mi padre aunque no la corresponda.

—Creí que te habías ido a tu casa —miento.

En cuanto entré luego de empujarlo a la piscina, me di cuenta de mi error. Fui a buscar toallas y ropa seca, pero cuando regresé lo vi desde la ventana de la cocina siguiendo a Gretha al cobertizo.

Me dio vergüenza irlo a buscar y mi orgullo no cooperó con la situación, así que esperé. Pasaron 15 minutos. Luego, 30. A la hora me di por vencida. Después de la terrible actitud que tuve no lo culpo por querer pasar el rato con alguien que lo trate decentemente, y aunque la idea de él con mi hermanastra no me agrada, sabía que no estarían solos. Vi a un muchacho escuálido y a Liv, una chica que detesto, llegar antes.

Papá me avisó que Gretha y sus amigos hacen reuniones. También que el cobertizo es el único lugar de la propiedad que no puedo pisar a menos que sea invitada.

—Que se instalen dos extraños en tu casa puede ser muy agobiante. Respeta su espacio. Esa era la antigua oficina de su padre y Marion dijo que lo extraña mucho. No quiero que Gretha piense que venimos a adueñarnos y borrar su antigua vida —dijo el doctor Brown.

A veces por cuidar con tanto esfuerzo a las nuevas personas que entran en nuestra vida, descuidamos a las que ya están en ella hace tiempo. No queremos que los recién llegados tengan una mala impresión, pero tendríamos que recordar que si hay algo peor que un desconocido marchándose sin darte la oportunidad de mostrarle quién eres, es una persona que ya te conoce y se va porque siente que dejó de hacerlo.

La gente cambia de forma constante y está bien. No pueden controlar que sus perspectivas, sentimientos, opiniones y prioridades varíen según lo que van aprendiendo y les va sucediendo, pero está en su poder dejar a las personas ser parte de sus transformaciones.

Él a mí no me incluyó en las suyas.

En el fondo pulula este pensamiento sobre que, si sigue dando por sentado mi presencia, notará mi ausencia. Le quiero decir que cada día le regalo una nueva oportunidad para no perderme, pero la realidad es que me estoy aferrando a él porque guardo la esperanza de que volvamos a ser lo que una vez fuimos.

Tengo que aceptar que no es el padre que conocía, pero cuesta mucho cuando a ese lo amé tanto.

—No me fui. Estuve con Gretha.

Su respuesta me obliga a dejar de pensar en papá, aunque las lágrimas de impotencia que me cristalizan los ojos se quedan conmigo. Le doy la espalda a Sawyer para que no lo note y vuelvo a ponerme el delantal manchado con pintura.

—Y sus amigos —añade cauteloso.

Odio que sienta que debe darme explicaciones, pero prefiero que crea que estoy enojada con él por ver a otra chica antes que contarle con 17 años mendigo tiempo y amor a mi padre como si tuviera 5. Es cobarde de mi parte, pero no puedo abrirme tanto con él. Además, el Doctor Brown dice que todos, especialmente las mujeres, deben tener confianza en sí mismas luego de que la sociedad se las arrebatara por tanto tiempo. Según él, las personas inseguras están destinadas a fracasar a menos que cambien. Ante Sawyer siempre me presenté como una de estas muchachas confiadas, fuertes y que saben lo que quieren.

Si supiera que con mi progenitor soy todo lo contrario, podría sentirse engañado.

—¿Puedes mirarme, Cora?

Inhalo hondo. Papadeo con fuerza para alejar las lágrimas. Tomo asiento y vuelvo a pintar. Lo bueno de construirse una reputación es que llega un punto donde nadie la pone en duda. Sé que lo frustra mi actitud distante. Debe pensar que estoy haciéndome la difícil para que me suplique perdón. Parte de mí quiere explicarle la verdad:

1. Solo intento que me veas con los mismos ojos de siempre, y no con otros si te cuento que estoy llena de problemas.

2. Aunque no me gustó que te le quedaras viendo a esa chica, me sobrepasé. No tendría que haberte abofeteado o empujado, pero mientras discutíamos recordé la forma en que ella cerró su chaqueta y cruzó los brazos. La incomodaste. La hiciste hacer algo que no quería (por más que hablemos de subir un estúpido cierre), porque vaya a saber uno si se sintió avergonzada en su propio cuerpo o amenazada e impotente, queriendo protegerlo de tus ojos al cubrirse. Conozco esa sensación demasiado bien y la reviví, pero no puedo explicártela porque eres un chico. Jamás entenderás lo que es que un hombre te mire y sientas, por más de ser consciente que no es así, que lo estás provocando. No puedes imaginar lo que es querer encogerte hasta desaparecer.

—Al menos ten la cortesía de abrir la boca y pedirme que me vaya. —Suspira.

Da media vuelta. Está por marcharse y no pienso detenerlo. Prefiero que hablemos otro día, pero regresa e incluso entra en la habitación. Me cuesta sostener la paleta de colores sin que note que mi mano está temblando.

«Gretha tiene el pulso de un cirujano. Ella simularía mejor».

—Yo... —Se pasa una mano por el cabello enmarañado—. Siento mucho que malinterpretaras la situación, yo también lo hubiera hecho, pero no es lo que piensas. La próxima vez me gustaría que no me arrastres en público como si fuera un perro, a quienes por cierto tampoco deberían arrastrar porque son animales geniales, y habláramos como dos personas civilizadas que están en una relación. Sin bofetadas y empujones de por medio.

Termina con la respiración levemente agitada y aunque no es el momento, me rio.

Una de las cosas que más me gusta y exaspera de Sawyer, es que sabe hacerte reír cuando no quieres. Puedes estar demasiado enojado, triste o frustrado que aún así su humor cavará en tu tierra mental hasta encontrar agua. Hará aflorar y fluir los sentimientos. Te convertirá en una cascada, y la gente no se enamora de ellas por ser estables. Les atraen porque caen con fuerza y hacen mucho ruido antes de serenarse; muestran que golpearse contra las rocas es un espectáculo necesario si queremos un gran final.

—¿Qué es tan gracioso? —pregunta desde el desconcierto.

Niego con la cabeza. Que trajera en medio de una discusión su amor por los animales y los defendiera cuando estábamos hablando de una cosa que no tenía nada que ver, resulta tierno. Lo mejor es que me dio el tiempo suficiente para drenar las lágrimas de mi rostro.

Ya confiada con que mi cuerpo no me delatará, lo miro.

—¿Por qué hay narices de renos en tus tetillas?

Baja la vista a su suéter. Una sonrisa tira de las comisuras de sus labios con suavidad, y así establecemos una paz momentánea. Sigo pintando y él toma asiento en mi cama. Se queda mirando la lámpara de tortuga y dicha sonrisa empequeñece pero no desaparece, pensando en quién sabe qué.

Tal vez en nosotros.

—No soy un mal chico, es solo que no puedo contarte todo de mí.

Detengo el pincel antes de que su punta acaricie la cerámica. Busco qué decir, pero sus palabras explican muy bien lo que siento, así que las reutilizo:

—No soy una mala chica, es solo que no puedo contarte todo de mí.

No estamos de ánimo para discutir o tener una charla profunda. Decidimos dejar la conversación ahí mediante un acuerdo tácito. Sin embargo, no se me escapa que ninguno de los dos añadió un «por ahora», «de momento» o «aún» a la oración.

Me pregunto si hay cosas que jamás podremos decir en voz alta o es cuestión de hallar a la persona adecuada para hacerlo.

¡Hola, paragüitas! ¿Qué tanta energía tienen hoy del 1 al 27?

1. ¿Quieren dedicarse a algo relacionado con el arte? Tanto si la respuesta es positiva como negativa, ¿a qué?

2. ¿Tienen personas que los hagan sentirse una cascada?

3. Tres películas que podrían ver una y otra vez.

Con amor cibernético y demas, S. ♥️

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