24. Desear(te)
Trepo sobre su regazo y hundo las manos en su cabello, tirando con suavidad de las hebras para que eche la cabeza hacia atrás y me permita entretenerme llenando de besos su cuello. Mis labios crean un camino que asciende entre su pulso y la tibieza de su piel hasta llegar a su mandíbula. Por cada beso que le regalo sus manos bajan un centímetro por mi espalda. Cuando alcanza el dobladillo de mi camiseta aprieto mis muslos contra los suyos y me abraza hasta que nuestras caderas encajan en la dulce presión de algo que no podemos tener. Siento lo mucho que desea esto, de la misma forma que yo.
—Por favor, no te vayas —suplica bajito—. No tengo a nadie.
Nos detenemos despacio, tal hilera de coches ante un semáforo que pasa del amarillo al rojo; sus manos desisten de colarse bajo mi ropa y las mías se desanudan de su pelo para arrastrarse en reversa sobre el trayecto que emprendieron. Las suyas acomodan mi cabello tras mis hombros con cariño mientras acuno el rostro que visita mi mente antes de dormir.
Le dije que debíamos dejar de vernos.
—Tenerme a mí es como no tener nada. No lo valgo, Arlo. Siempre mereciste algo mejor.
Cuando pienso en el tipo de amor que merece, imagino a alguien como Gretha. Ella no le sería infiel ni lo buscaría solo cuando necesitara escapar. Lo miraría como si fuera magia y le hablaría como si las palabras fueran caricias. No lo dejaría a la deriva cuando el océano se torne salvaje a manos del hombre que le dio la vida ni le diría que sí un día y que no al siguiente.
No sé dar ese tipo de amor.
Nunca supe elegirlo. Me avergüenza lo que mi padre piense de él y la forma en que podría mirarme si le digo que estamos juntos, porque los chicos como Arlo son la peor pesadilla de los padres como el mío. Nadie merece ser el secreto de una persona, mucho menos para siempre. Ahora no parece importarle, pero en el futuro lo hará. Le dolerá que no quiera tomarme una foto con él. Le dolerá que no se lo presente a mis amigos ni a mi familia. Le dolerá que lo esconda como si me diera pena que me vean con él.
Lo amo, pero no es la opción socialmente correcta, y como tengo miedo y la opinión del resto es capaz de hacer sangrar cada inseguridad que aparento no tener, me quedo con Sawyer.
—Las expectativas ajenas que intentas alcanzar siempre estarán más alto de lo que puedes saltar. ¿Sabes lo que significa eso? Infelicidad. —Sus ojos son como ver un otoño lluvioso a través de un cristal empañado—. Romper conmigo es otra prueba de que no eres dueña de tu vida. La verdadera Bella no haría esto. No dejaría que le dijeran a quién puede amar.
El nudo en mi garganta aprieta tanto que las palabras salen de a trozos.
—Tal vez no existe una verdadera Bella, sino solo la falsa.
Sonríe de lado. Es lo más triste que vi.
—Eso no es cierto. A mí me gustó la primera y no creo que me haya enamorado de una persona imaginaria.
Traza el contorno de mi ceja como si la dibujara desde cero. Ojalá pudiera borrarme de su vida, porque tal vez no puede existir una verdadera yo sin la falsa y eso significaría que jamás fui digna de su cariño.
Miro el salpicadero donde yace el test de embarazo. Dio negativo, pero el susto fue lo suficientemente grande como para tomar una decisión. No puedo seguir jugando con dos corazones. En realidad, con tres, porque el mío es una marioneta más aunque parezca que no.
Cuando le dije a Arlo que no me bajaba la regla, no se alteró. Me dio un abrazo que contuvo tanta calma que desaceleró mis pensamientos. Es la única persona capaz de frenar un cohete mental como si fuera un superhéroe espacial. Contarle fue tan sencillo como respirar, incluso si su situación, la mía y la de ambos en conjunto es la peor. En cambio, a Sawyer ni siquiera me imaginé diciéndoselo más allá que, aunque todo embarazo adolescente representa una situación complicada, estaríamos en una posición mucho mejor.
Su familia es dulce, le agrada a mi papá porque tiene un futuro brillante, posee el mismo nivel económico que nosotros y es el estereotipo de yerno perfecto…
Arlo es… Arlo. Su padre podría matarlo si supiera de la existencia de un bebé, por eso me pregunté si podría ocultarle la verdad por su simple supervivencia. Por suerte no llegamos a ese punto. Fui débil y no pude tomar el test sola, aunque ahora debo ser fuerte y confesarle la verdad.
Apoyo una mano en su pecho. Su corazón late con el ritmo de mi canción favorita.
—Te enamoraste de mi mejor versión, pero esa solo existe en tu cabeza. —No aguanto las lágrimas y tampoco sostenerle la mirada cuando sé el daño que le estoy por causar—. Yo… He estado saliendo con alguien y por momentos me olvido de ti. De a ratos, puedo disfrutarlo. Te engañé. Por eso no te veo tanto como antes. La culpa es grande y me alejó, pero el egoísmo es gigante y regreso aunque no merezca ni una partecita de ti.
La confesión no tiene una reacción física en él. No deja de tocarme.
—En ese caso no me engañas solo a mí. Te engañas a ti misma también.
«Sabes que tenemos algo más fuerte que los errores y las malas decisiones. Sabes que no amas a nadie como me amas a mí. Sabes que haces todo esto por tu padre e intentas encontrar placer en esa infelicidad porque de otra forma perderías la cabeza».
Regreso al asiento del pasajero. El ruido del motor se asemeja al zumbido de los tubos de luz que oyen los presos al caminar por el pasillo de la muerte. El aire que se cuela por la ventanilla, que por estar rota no sube del todo, corre los mechones de mi cabello y enfría mis orejas. El vaho que sale de nuestras bocas es la nube de pensamiento que aparecería sobre nuestras cabezas si fuéramos personajes de una ilustración.
Me da vergüenza decir que lo siento. Hice tantas cosas mal que parece un insulto pronunciar esas palabras. Le debo una vida de disculpas por no tratar su corazón como lo que es: un tesoro brillante perdido en las aguas de un océano violento y oscuro.
Estaciona a tres cuadras de mi casa. Nunca le di mi dirección porque no quería que papá lo viera merodear por ahí y mucho menos que nos atrapara y me alejara de una de las pocas cosas que me mantenía a flote. A él le ocurre lo mismo, por lo que tampoco sé dónde vive.
—Resiste unos meses —ruego al abrir la puerta—. Agacha la cabeza ahora y levántala después. Saldrás de ahí, lo prometo.
Observa la calle desierta a través del parabrisas. Grabo en mi memoria su perfil para dibujarlo con mis acuarelas los días que lo eche de menos.
—Y tú deja de agacharla. No resistas meses que podrían convertirse en una vida entera, Bel. Encuentra la forma de hacerle frente a tu padre. —Se relame los labios—. Cualquiera sea su reacción, jamás te hará lo mismo que el mío. Tienes opciones.
Siempre adoré las plantas. Tiendo a comparar a las personas con ellas. Cuando conocí a Arlo supe que era una planta que no necesitaba mucho cuidado. Soportaba escasez de agua y falta de sol; negado de amor y carente de una luz al final del túnel, aún se las arreglaba para mantenerse vivo y ser hermoso en todos los sentidos que una persona debería serlo.
Nadie lo cuidaba, pero él cuidaba a quien lo necesitara. Al menos, me cuidó cuando lo necesité. Por eso es tan duro dejarlo. Quiero cuidarlo de su padre, pero no puedo proclamarme su salvadora cuando le estoy clavando un puñal por la espalda con Sawyer.
Estoy por entrar a una casa que no se siente como una. Aunque corté las alas que podrían habernos llevado al cielo, pienso que la caída a la que nos arriesgábamos era peor. El amor no es egoísta y si he buscado mi propio beneficio durante tanto tiempo tal vez no sepa cómo amar. Sin embargo, mientras lo veo marchar arrastrando el sueño roto de volar juntos, saco la esperanza que guardo en el bolsillo.
No alcanza para ambos, así que la deposito en él.
«Algún día te amarán tanto que borrarán todo el daño que te hice», pienso.
Le deseo lo mejor.
Desearía no tener que entrar a mi casa, lugar que debería sentirse el más seguro del mundo, y que el miedo me obligue a encogerme de hombros.
Al estacionar la camioneta me tomé un segundo antes de bajar. Se divisaba la luz de la lámpara del living desde la ventana, por lo que supe que papá estaba despierto y no muy feliz con mi horario de llegada. Ahora que hace una seña con el índice a la cocina para que lo siga, me pregunto si debería haber ido caminando a encontrarme con ella. Así tal vez podría haber simulado que estaba en mi habitación todo este tiempo.
Descarto el pensamiento casi de inmediato. Hace frío, jamás dejaría que Bella se congelara. Ya me siento culpable porque los vidrios del vehículo no suben del todo y me pregunto si pescará un resfrío por mi culpa.
—Párate aquí. —Con un ademán del mentón señala una baldosa específica frente a la mesada.
Me aseguro de no mostrar vacilación. Eso lo enoja. Dice que los hombres no deben dudar.
Apoya su mano en mi hombro y la desliza por mi cuello hasta ahuecar mi nuca. Sus dedos se ciernen sobre mi piel con aquella tensión que anuncia un arrebato de ira.
—¿Estabas con la zorra de tu madre?
Niego con la cabeza.
Con la mano libre abre la puerta de la alacena a toda velocidad. La estrella contra mi rostro con un ruido seco. Apenas logro cerrar los ojos. Mi nariz empieza a sangrar y el dolor se extiende por cada centímetro de mi cara. Intento retroceder pero aprieta mi nuca para mantenerme inmóvil.
—¿Con quién estabas?
—Con…
Avienta la puerta otra vez. Por acto reflejo giro el rostro y quiero gritar por el golpe que recibe mi pómulo. Oprimo los labios, no quiero que note el temblor ocasionado gracias a mis ganas de llorar. Tengo tanta necesidad de hacerlo que podría drenar toda el agua de mi cuerpo. La sangre de mi nariz rodea y gotea sobre mi boca, dejando un gusto metálico a su paso. Su textura viscosa contrasta con lo ligeras que se sienten las lágrimas que acarician mi mejilla lastimada.
Apenas se me fueron los últimos moretones y ahora tendré otros nuevos. Nada en mí termina de sanar por completo hasta que es herido nuevamente.
—Puedo estar todo el fin de semana así. Dime con quién mierda esta…
—Con Sawyer.
Iba a decir el nombre de Gretha, pero no siempre su mención me salva de las palizas. En cambio, a papá le agrada Sawyer, o más bien lo que representa: su nueva adquisición talentosa dentro del equipo de fútbol y un pase para acercarse al director, ya que es su hijo.
La última vez que se enojó fue porque la factura de la luz había subido. Se quejó de su sueldo mientras rompía un juego de té —de las pocas cosas de mamá que quedaban aquí— y me hacía limpiarlo. Me piso la mano sobre la porcelana rota por no tener un trabajo y aportar para los gastos de la casa. Por un breve segundo me arrepentí de no aceptar el sucio dinero que mi madre me ofrece cada vez que me ve.
—¿Sawyer Sullivan? —pregunta curioso al soltarme, como si no acabara de tratar de desfigurarme.
Me trago la sangre con un desagrado familiar. Quiero escupirla sobre sus zapatos con rabia y repulsión, pero eso no sería mantener la cabeza gacha como Bella me aconsejó hacerlo. Aprieto las manos a mis lados e intento reprimir los temblores que nacen desde el interior. Todavía no entiendo cómo es capaz de ver a su hijo sangrar frente a él y que aún así no se le genere ni una arruga de preocupación en el rostro.
—Al fin haces algo bien. Vuélvete uña y carne con ese chico y el futuro nos sonreirá, Arlito.
Asiento. Mantengo el mentón lo suficientemente elevado para que las gotas de sangre no caigan en el piso mientras le ruego a la gravedad que esté de mi lado.
No le gusta que queden rastros de su bestialidad, la misma que creo que volverá a usar cuando amaga a alcanzar la puerta de la alacena.
—Vendrá a cenar el domingo —me apresuro a decir demasiado tarde como para ver que solo iba a cerrarla.
Me da una palmada en el hombro, orgulloso.
—Así me gusta. Cuando le hable maravillas de nosotros al puto del director puede que reciba un aumento o me invite a jugar al golf.
«Al menos así golpearás una pelota en lugar de mi nariz».
Se sirve un vaso de agua y me da las buenas noches. Espero a escuchar la puerta de su alcoba cerrarse para perder el equilibrio que tanto me costó conservar. Me apoyo en la mesada y escupo la sangre en el fregadero mientras tanteo por mi móvil en el bolsillo de mis jeans.
Atiende al primer timbrazo.
—¿Estás bien?
Cierro los ojos. Las lágrimas se escurren entre mis párpados.
—¿Puedes venir a verme?
—Llevaré el botiquín —susurra con el corazón roto a través de la línea, antes de que le cuelgue.
Es fácil en teoría decirle a una persona que se aleje de aquello que lo lastima, pero no en la práctica.
Me gradúo en dos meses, a dos días de mi cumpleaños número 18. Apenas me entreguen mi diploma, me largaré de aquí. No puedo hacerlo aún porque la policía me devolvería a casa —después de todo mi padre tiene una reputación intachable en la ciudad y lo respaldarían de la escuela, ya que se supone que ningún monstruo debe trabajar con niños—, por no decir que la paliza que conllevaría escapar podría ser de las peores. Tampoco puedo mudarme con mi madre o entrar a servicios infantiles por tan poco tiempo; sería un desperdicio de recursos que podrían usar en los pequeños más indefensos. Me alejaría de mis amigos y ese diploma. Además, contar del abuso a las autoridades no es una opción.
Bella sabe por qué. Mis amigos no, pero les pedí que confiaran en mí y no insistieran, solo que resistieran conmigo.
Gretha entra por la ventana de mi cuarto sin hacer ni el más mínimo sonido. No es la primera vez que viene en estas circunstancias. Cuando los golpes son graves o sé que serán muy notables si no los trato, no me queda más opción que llamarla ya que su madre trabaja en el hospital y siempre tiene un botiquín más completo que el hallable en un casa promedio.
Me siento en la cama y ella se arrodilla en el piso, entre mis piernas. Limpia, desinfecta, pone hielo, esparce pomada y hasta dispersa pequeñas banditas por mi rostro.
Una vez hasta debió coserme un tajo en el brazo. Quedé brevemente inconsciente por el dolor.
—Cada vez es peor, Arlo —susurra con un hilo de voz, más horrorizada que todas las veces anteriores que estuvo aquí—. Sé lo que pactamos, pero esto...
Rodeo sus muñecas y la miro a los ojos.
—Prométeme que no harás nada.
Traga el mismo tipo de nudo que se instaló en mi garganta.
—Greth, por favor —suplico.
—Me dejarás curar cada golpe de ahora en más. No me ocultarás ninguno, ni el más pequeño —negocia.
Asiento y cierro los ojos. Sus dedos llegan a mi nuca. A diferencia del tacto de papá, el de ella es suave y cariñoso. Lleva el cielo en las manos y hace, por un momento, que esta casa se sienta segura aunque haya una bestia a una habitación de distancia. Pega despacio su frente a la mía, cuidadosa de que nuestras narices no se toquen porque no quiere lastimarme.
—Te traje algo —susurra.
Abro los ojos. Sonrío aunque duele un montón, tanto por dentro como por fuera.
—Creo que sé lo que es.
Cuando termina de curarme nos metemos bajo las mantas. Acomoda las almohadas para estar más alta que yo y apoyo la mejilla en su pecho mientras la abrazo. Saca del bolsillo de su sudadera dos bombones de chocolate. El señor Fisher le envía una caja todos los meses y aunque son pocos los comparte solo conmigo. Pela el primero y me lo da en la boca antes de comerse el suyo.
Es nuestra tradición. El chocolate no mejora nada, pero tampoco lo empeora.
—Le dije a Bella que no me dejara porque no tenía a nadie —confieso avergonzado—. Fue estúpido. Estaba equivocado. Siempre estás tú.
Acaricia mi cabello hasta que el sueño me gana.
—Y siempre lo estaré.
¡Hola, paragüitas! 🥰 Estuvo duro este capítulo... ¿Qué sienten? ¿Qué piensan? ¿Qué necesitan? 😭
1. ¿Tienen la misma impresión de Cora que tuvieron en los primeros capítulos o cambió? ¿Para bien o para mal?
2. ¿Cuáles son las cosas/personajes/secretos que más los intrigan hasta el momento de la historia? ¿Están esperando alguna confrontación o revelación en específico?
3. ¿Alguna vez sintieron que amaban de forma incorrecta? ¿Creen que hay una manera correcta?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
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