21. Extrañar tu voz

Si cualquiera de mis amigos hubiera aparecido, podría hablar sobre Cora, pero no puedo hacer eso con Sawyer y me siento culpable de que haya acudido a mi auxilio para no obtener respuestas acerca de por qué necesitaba ayuda en primer lugar. Sin embargo, respeta mi decisión y no insiste.

—¿Me acompañarías a un lugar?

Frunzo el ceño y, con la mano en el bolsillo del abrigo, señalo hacia su auto.

—Creí que me llevarías a casa.

Es peligroso que compartamos tiempo, mucho más ahora que expusimos la existencia de una fuerza desconocida que nos empuja el uno hacia el otro. Pienso en Cora. Ella está asustada y Sawyer debería acompañarla. A pesar de eso, sé que él tiene su teléfono consigo y que no recibió ningún llamado —es el tipo de persona que jamás silencia el móvil—. No puedo contarle que mi hermanastra lo necesita sin revelar un secreto que no me pertenece. Todo lo que puedo hacer es esperar.

¿Me odiará cuando se entere y sepa que no le dije?

—¿A…? ¿A dónde?

A pesar de que fui clara al decir que no podía estar tan cerca, no quiero ir a casa. Deseo dejar de pensar en mis problemas y, aunque luche contra el sentimiento, siento una punzada en el estómago que no es por hambre. Es por emoción.

Hace mucho que no sentía eso.

—A ver volar libélulas de tinta.

Recuerdo nuestra conversación sobre su hermana. Dijo que le gustaba la idea de un tatuaje y lo animé para que fuera con Cora porque creí que era lo correcto; son nuestros seres más cercanos quienes deberían estar con nosotros en los momentos importantes.

Sin embargo, hoy necesité a alguien y él apareció. Aunque me gustaría atribuir mi asentimiento a que solo me siento en deuda, no es así. Quiero ir, y eso es algo nuevo. No suelo querer cosas, al menos no para mí misma.

Me concedo permiso. Siempre le digo a las personas que merecen descansar y este puede ser mi descanso antes de volver a la carga con la vorágine emocional que me espera en casa.

Subimos al coche y serpenteamos por las calles de Sweet Wind en el silencio que me prometió. Me relajo en el asiento cuando la calefacción nos abraza y la adrenalina por la situación con mamá se drena de mi cuerpo. No sé muy bien cómo funciona el mundo de los tatuajes, pero los locales suelen tener horarios. Por la hora y porque no parece llevar una autorización de sus padres consigo teniendo en cuenta que es menor de edad, asumo que se lo hará un amigo. Al menos así es como suelen obtener tatuajes los chicos y las chicas de la escuela.

Si quiere hacer esto en honor a su hermana, no entiendo por qué no se lo dice a sus papás. Creo que ellos lo apoyarían. No es un capricho.

Me sorprende que estacione frente a una librería e intercalo la mirada entre él y la ventanilla del coche.

—Si por libélulas de tinta te referías a recortar las páginas de libros en forma de libélulas y hacerlas volar como avioncitos de papel, llamaré a la policía —advierto.

Ríe y se desabrocha el cinturón.

—Sin ofender, no creo que la policía se tome tanta molestia por los libros.

Tiene razón. En la capital de Irak, Bagdad, los libreros dejan los libros apilados en las calles porque saben que a los ladrones no les interesan y los lectores no roban.

Al salir del coche, me acerco al escaparate para espiar los títulos. Veo a Sawyer en el reflejo del vidrio, con las manos en los bolsillos. Me sonríe y le devuelvo la sonrisa antes de que haga un ademán con la cabeza en dirección al callejón que hay adjunto. En otra circunstancia tendría miedo de estar a solas con un chico en medio de un lugar desértico, por entrar a quién sabe dónde y encontrarme con más desconocidos, pero no me siento insegura con él.

Un muchacho con expansores, piercings y el cabello multicolor oculto bajo un gorro de lana negro nos abre la puerta al cabo de un minuto. Le da un abrazo muy sentido a Sawyer que me lleva a crear hipótesis de cómo se conocen y, mientras creo escenarios mentales, escudriño los brazos completamente tatuados del chico. A pesar del frío, lleva puesta una musculosa del mismo color que el gorro. Me saluda con un beso en la mejilla y se presenta como Levi antes de invitarnos a pasar y ofrecerme té.

Mientras hablan acerca del diseño del tatuaje, recorro el lugar empapelado con dibujos, fotos de los clientes, pósters de películas, vinilos y frases de canciones. La habitación es una caja de zapatos. La silla y la máquina para tatuar ocupan la mayor parte del espacio. Hay un viejo sofá de cuero junto a una puerta que lleva a la pequeña cocina donde hierve el agua para el té y cuya ventana da al callejón. Hay otra puerta entreabierta hacia otro cuarto, pero antes de que me pueda acercar, Levi me hace una pregunta.

—¿Tú también te tatuarás, Gretha?

—Solo estoy aquí como apoyo moral.

—Eres un maldito bebé —le dice a Sawyer—. Ahora, descámbiate. Tenemos que cambiarte el pañal.

El novio de Cora empieza a desprender los botones de su chaqueta mientras bromea con el tatuador. No sé muy bien qué hacer conmigo misma. Me siento torpe de pie en medio de la sala, mientras Levi va y viene preparando los materiales y Sawyer no para de hablar. Cuando tira del dobladillo de su camiseta manga larga, me doy la vuelta para darle privacidad y me concentro en las frases escritas en las paredes.

Entonces noto que no son frases de canciones. Son de libros. Leo unas cuantas y las reconozco, hasta que llego a una que comienza con «En un beso...»

—Estoy listo. Que venga el apoyo moral, alias Gretha.

Me sobresalto. Cuando lo miro, está acostado de lado en la silla, que reclinaron para convertir en una camilla. Me acerco cuando me indica con la mano que lo haga mientras Levi prepara la piel de las costillas.

—¿Estás bien, apoyo moral? —indaga con diversión, antes de añadir con más seriedad—: ¿Quieres irte? Porque puedo regresar otro día si…

Niego con la cabeza.

—Apoyo moral se queda aquí. Sino, sería un terrible apoyo moral.

Sonríe de lado. Tengo el impulso de apartar el cabello que cae sobre su frente, pero me limito a dejar mis manos a mis lados. Cuando llega el momento donde la aguja debe perforar su piel, el dolor se refleja en su expresión. Aprieta la mandíbula y quiero ayudar, pero no hay cómo.

Entonces, roza su antebrazo con el mío. Es un roce tan ligero que me recuerda a un fantasma porque uno debe preguntarse si está allí o es producto de su imaginación. Las yemas de sus dedos se deslizan por mi muñeca y luego presiona su palma contra mi piel. Sin detener el movimiento en espiral, cuyo bucle anhelo en silencio que no acabe, encaja su mano con la mía. Transforma cada centímetro que toca en algo precioso, aunque solo sea ante sus ojos y no los de todo el mundo, incluidos los míos. Cuando nuestros dedos se entrelazan en una unión firme, su mirada está hecha de miel y sol.

Me trajo para que lo ayude y al final parece que me está ayudando a mí. Creo que este es uno de mis momentos favoritos.

Él podría ser una de mis personas favoritas.

Me gusta que me trate con cuidado. Le da un respiro a las partes de mí que no conocen más que maltratos.

—¿Por qué no cierras los ojos si duele? —susurro entre divertida y conmovida.

—Porque duele menos si te veo sonreír.

Mi corazón se comprime un poco.

Le advertiría, tal como lo hice en la gasolinera, que no debería decir esas cosas. Sin embargo, tiene una aguja perforando una y otra vez su piel, así que aprieto su mano y prolongamos el silencio que venimos practicando durante el tiempo que a Levi le lleva hacer el tatuaje. O, al menos, hasta que hierve el agua.

—¿Podrías quitar la pava del fuego, Gretha? Sírvete como si estuvieras en tu casa y toma un descanso que seguro este idiota te acalambró la mano, por favor. Sawyer puede aguantar diez minutos sin ti.

Obedezco. Al llegar a la cocina, encuentro una taza lista. La lleno y noto que solo hay azúcar. Preguntar si tiene edulcorante me parece descortés, además que podría molestar a Levi, que está ocupado. Me llevo conmigo el té sin endulzar porque soy buena en conformarme incluso con lo que no me gusta. 

Mientras el tatuador y el cliente charlan, vuelvo a acercarme a la frase que no pude terminar de leer, pero la puerta entreabierta capta mi atención en el trayecto. Veo estantes y me percato que esta en la parte trasera de la librería, lo cual es extraño. Es bastante inusual que no usen esta habitación como depósito.

Mi curiosidad le gana a mis modales solo porque siento el aroma a madera. Me deslizo a través de la puerta, en la penumbra. Mi padre rentó una librería así de pequeña por una noche cuando era niña, en una de sus impulsivas ideas. Hicimos una pijamada y, como no podíamos leer todos los libros en lo que duraba la noche, abrimos todos y leímos una frase de cada uno.

Dejo el té junto a la caja registradora y voy hacia los escaparates cálidamente iluminados por luces pequeñitaa. Apenas llego a leer un par de títulos cuando escucho pasos que no provienen de la sala de tatuajes. Cuando me doy la vuelta avergonzada para buscar a quién le pertenecen, hallo a un chico con un par de libros bajo el brazo, helado a cuatro pasos de distancia.

—¿Gretha?

No sé de quién es este cuarto. Ni siquiera sé a quién le pertenece esta casa. Suelo confiar en que mis amigos —¿son mis amigos o solo las chicos con las que me junto?— no me llevarán a lugares peligrosos. Al menos, los sitios donde termino lo son. ¿Las personas? Quizás, pero sé que no estoy con alguien que representa una amenaza.

La cocina se convirtió en una pista de baile para los borrachos. Apenas podíamos entender lo que decía el otro sobre la popular y repetitiva canción que sonaba. Vinimos aquí para charlar con tranquilidad, pero cuando oigo la puerta cerrarse, me inquieto.

—¿Quieres que la deje abierta? —ofrece.

Que lo pregunte hace que me relaje. Es un buen chico. Todavía tiene los ojos enrojecidos tras el llanto. Me contó que las lágrimas nacieron a partir de una acumulación de cosas: murió su abuela, quien lo crió, y debió volver a vivir con su padrastro y su madre. El hombre no lo quiere a pesar de que Charlie intenta tener un vínculo con él. Dice que lo ve como basura porque tiene una adicción a las drogas en la que se rehabilita y cae, una y otra vez.

Niego con la cabeza y me acerco a la ventana. Aparto las cortinas y observo el patio. Hay una pareja besándose al borde de la piscina. La imagen es dulce y permito que me llene ese amor ajeno para compensar la amargura del propio.

Charlie llega a mi lado para mirar a través de la ventana.

—«En un beso sabrás todo lo que he callado» —dice y cuando ladeo la cabeza con curiosidad, añade con un sonrojo—: Pablo Neruda. Lo siento, a veces el mundo real me recuerda a cosas que leo en el ficticio.

Dejo caer la cortina.

—¿Memorizas las frases?

—Tengo un frasco lleno de mis favoritas en mi habitación. Cuando me siento mal, las releo. Me hacen sentir esperanzado o me ayudan a sacar el llanto.

Recuerdo cuando papá vivía conmigo. De niña, una vez, alquiló una librería y nos pasamos la noche leyendo.

Me gustan las ideas de Charlie.

Sonrío y me devuelve el gesto, hasta que su sonrisa decrece a medida que sus ojos abandonan los míos y se posan en mi boca.

La mayoría de las personas de mi edad están acostumbradas a besar a gente que no conocen. No tiene nada de malo, pero a mí siempre me pareció algo frívolo. Creía que, más allá de un placer momentáneo, no podías sentir algo por un chico o una chica cuya existencia en el mundo desconocías hace un par de horas.

Estaba equivocada. 

No sé cómo será para el resto, pero lo primero que vi, escuché y toqué de Charlie fueron sus tristezas. Aunque suene retorcido, me gustó; no que sufriera, sino que sintiera y no me lo escondiera. La vulnerabilidad muestra un corazón que siente y un corazón que siente despierta empatía en otro. Es la reacción en cadena más importante para el ser humano.

—Si piensas tanto, vives poco —dice cuando mis ojos viajan de sus pupilas a sus labios con indecisión.

—¿Crees que esta es la forma en que se cura el amor no correspondido, las adicciones y la muerte, Charlie?

—No. Creo que es una manera para convertir el dolor que esas cosas provocan en algo mejor.

Busco una señal que me diga que no debería hacer esto con un extraño. Tomo el móvil del bolsillo de mi falda pero no hay notificaciones. Mis amigos no notaron que me fui, lo cual no es ninguna sorpresa, y me pregunto qué mensaje estoy esperando si para lo único que me escriben es cuando quieren hablar de sí mismos o tienen un problema.

Me quita el teléfono con suavidad y lo deja en el marco de la ventana, acercándose. No dice nada porque sus silencios lo dicen todo. Espera a que me decida sin apartar la mirada.

—No le puedes decir a nadie —advierto con nerviosismo.

—¿A quién le voy a contar? Ni siquiera sé tu apellido, y tampoco es algo que haría. Lo que pasa entre dos personas, se queda entre dos personas. 

—Lo que pasa entre dos personas, se queda entre dos personas —repito más para mí que para él.

Charlie es una supernova, una estrella que prefieren arder en una explosión estelar antes que desvanecerse en la oscuridad. Opta por sentir, aunque duela, antes que ignorar la realidad. En cierta parte, soy igual, a excepción de que no elijo ser una supernova; acumulo tantas cosas que me terminan por quemar y me obligan a explotar.

—¿Charlie? —Temo pestañear y que desaparezca.

Es él.

Es él.

Es él.

Le di mi primer beso y, si me lo hubiera pedido, también le habría dado el último. Más que por querer, fue una necesidad mutua de sentir caricias sobre las heridas y liberación tras la opresión. No le importó que nos conociéramos hace un par de horas y a mí tampoco. Al final, todos comenzamos como extraños. Para el momento donde levantó mi falda, ya no se sentía como un desconocido.

Creí que sería el tipo de extraño con el que te cruzas una vez en la vida. Seríamos líneas perpendiculares que se encuentran por un beso y algo más en la noche y se dicen adiós por la mañana. En mi cabeza, no volveríamos a vernos ni a hablar. Nadie sabría lo que habíamos hecho e incluso él se olvidaría con el tiempo.

Pero no olvidó. Eso fue lo que hizo que yo no me olvidara de él tampoco.

Creo que es lo que queremos todos: ser recordados. No solo a gran escala como que nuestro nombre no desaparezca de la faz de la tierra cuando la muerte toque la puerta, sino también en el día a día. Anhelamos que pregunten y quieran quedarse a oír la respuesta porque se preocupan. Deseamos que nos piensen y nos vayan a buscar para hacer de la imaginación una realidad. Queremos significar algo importante para alguien y sentirnos especiales todos los días. 

Nos endulza la idea de ser dos personas contra cualquier adversidad, como un equipo de superhéroes, porque el mal es más fácil de vencer con ayuda. Incluso si debemos enfrentarnos a las cosas por nosotros mismos y sin esa ayuda, la compañía lo es todo.

Solía tener el cabello azabache hasta el mentón, atado sin cuidado con una media cola de caballo, pero se ha rapado. Ya no viste con sudaderas desteñidas y jeans agujereados, y tampoco tiene ojeras o camina encorvado. Parece más maduro. Más sano.

—Te extrañé.

Recuerdo que fue él quién no quiso más compañía, aunque, ahora que lo veo, creo que fue una gran decisión.

—No hiciste nada para dejar de extrañarme —susurro con una débil sonrisa.

Contesta con el suspiro de quien ha llegado a casa tras un largo viaje.

—Dios, extrañé tu voz.

—También te extrañé —aseguro—. Todo de ti.

Entonces, cometemos un error.

¡Hola, paragüitas! 🥰 ¿Cómo están del 1 al 44? ¿Les gusta la rutina o prefieren improvisar? ¿Qué es algo que no pueden estar un día sin hacer?

1. ¿Alguna vez conectaron con una persona y jamás la volvieron a ver? ¿Les resulta fácil abrirse con extraños?

2. Opiniones, teorías y primeras impresiones sobre Charlie. ¿Creen que es bueno? ¿Cómo ven su relación con Gretha? ¿Lo prefieren a él o a Sawyer?

3. ¿Tienen algún lema o frase que les guste mucho y los ayude en malos momentos? ¿Algún consejo que les hayan dado y lo tengan grabado en la memoria?

4. Recomienden una serie o película ☕

Con amor cibernético y demás, S. ♥️

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