17. Botes de aire y magia

Mientras Arlo junto a Timmy enseñan a pescar a las niñas y Liv lee sus apuntes de Historia bajo el sol, regreso a la camioneta con la excusa de buscar el frasco para sacar la frase del día. En realidad, tengo tanto frío que los dedos de mis manos han comenzado a ponerse morados bajo los guantes y apenas puedo moverlos.

Ocupo el asiento del conductor y enciendo la radio. Una canción popularizada en mi infancia cuyo nombre jamás recuerdo llega a mis oídos. Me pregunto si todos los recuerdos que tenemos de cuando éramos pequeños seguirán intactos cuando seamos tan grandes que estemos más cerca del fin que del comienzo.

Crecer es bastante aterrador. Más que olvidar, temo no tener cosas que recordar.

Eso hace que me pregunte si estoy viviendo mi vida como se supone que debo, aunque no haya instructivo para hacerlo. En ocasiones me siento mal cuando no hago algo significativo en el correr de un día. Temo que esas 24 horas hayan sido un desperdicio, pero a la vez soy consciente de que no se puede tener aventuras con cada salida y puesta del sol.

Si viviéramos de magia, dejaríamos de percibirla como tal, ya que la daríamos por sentado como todo aquello que tenemos.

Con ese pensamiento acepto que los días aburridos y de responsabilidades son necesarios para tener los mágicos. Sin embargo, una pequeña parte de mí teme no estar apreciando la construcción de los trucos de magia, que son los días corrientes.

Lo intento, pero a veces me olvido.

Un leve golpe en la ventanilla del copiloto me hace girar la cabeza. Sawyer sonríe con una dona entre los dientes y apunta al pestillo de la puerta. Me estiro a través del asiento y le abro. La camioneta se sacude cuando se deja caer contra el cuero como si fuera el sofá de su casa. Se quita el gorro y lo lanza sobre el salpicadero.

—Vine a molestarte —dice antes de dar un mordisco.

—Es lo único que sabes hacer, era de esperarse —le sigo la corriente, a lo que me mira falsamente ofendido.

—Me hieres, hermanastra de Cora. —Se toma un momento para tragar—. Sin embargo, puedes compensármelo con algo. Te propongo un juego: yo te pido que me digas algo y tú contestas lo primero que te viene a la mente.

Le quiero preguntar por qué, pero me muerdo la lengua y asiento.

—Dime algo que te asuste.

—Las palabras vacías, ¿y a ti?

—Las palabras que significan algo.

Nos sostenemos la mirada con curiosidad. Las palabras vacías son la definición de una mentira, y la idea de que alguien sienta la necesidad de mentirme es aterradora porque hace que me cuestione qué tipo de persona proyecto ser si el otro siente la necesidad de mentir. ¿Cree que no lo aceptaré de otra forma? ¿Cree que lo juzgaré? ¿Cree que no lo entenderé?

Se supone que si alguien oculta algo, es porque esa persona no tiene la confianza suficiente para ser ella misma, aunque eso no evita que piense que no merezco dicha confianza.

La empatía es lo más importante en un ser humano. Que alguien crea que carezco de ella duele de formas que no sé explicar.

Sin embargo, le doy la razón. Las palabras que significan algo son más peligrosas que las vacías, por eso no me atrevo a decir la mayoría de las cosas que pasan por mi cabeza en voz alta, y me asusta lo que dice el resto.

—Dime algo que te entristezca.

—Que me oculten cosas, ¿a ti?

Sus ojos son dos faros que deciden quedarse quietos. Parece que iluminar una parte del océano haría visible a los monstruos marinos que han salido a la superficie por una bocanada de aire fresco.

—Tener que ocultar cosas —susurra.

La música viaja sin tránsito alguno, pues los dos volvemos a quedarnos callados.

Sé que hay algo que no me está diciendo, pero tarde o temprano, cuando esté listo, lo dirá. Todas las personas que conocí lo hicieron. Mientras tanto, no me atrevo a presionar porque eso no sirve. Suficiente es que admita en voz alta que retiene secretos.

Yo jamás podría siquiera insinuar que guardo uno.

Hay cosas que no puedo contarle a los desconocidos porque no los conozco —pueden inspirar confianza y comodidad, pero no las entenderían como necesito que lo hagan—, y luego están las personas que quiero, a quienes tampoco puedo decirles, precisamente porque me conocen. Así que acuno esos pensamientos y sentimientos contra el pecho; a veces con tanta fuerza que los siento clavarse en mi corazón. Otras veces, mis brazos se cansan y los dejo caer. Sin embargo, a mis pies, en mis manos o incrustados en mi pecho, no me dejan.

No quiero tenerlos conmigo para siempre. Pensar en eso me da ganas de llorar y hace que me duelan todas las partes que intento sanar.

Se siente como vendar una herida y ver con impotencia cómo la sangre se filtra. El blanco pasa a ser rojo, pones otra venda y esta sufre el mismo destino que la anterior. Por un segundo, crees que nunca dejará de sangrar.

El problema es que ese segundo se convirtió en una eternidad.

—Dime algo que te resulte contradictorio —continúa.

—Que haya personas que estén juntas, pero no enamoradas, y otras personas que estén enamoradas pero no juntas.

Sus cejas alcanzan su flequillo y no entiendo por qué me mira sorprendido, hasta que recuerdo a Cora. Niego con la cabeza enseguida y abro la boca. Estoy por decirle que no me refería a ellos, sino en general, y también estoy por enumerar la cantidad de veces que dije algo lindo de la pareja que forman para respaldar mi respuesta, pero se me adelanta:

—A mí me resulta contradictorio que transmitas tanta seguridad para el resto y aún así tengas tan poca para ti misma.

La canción en la radio está por llegar a su fin cuando digo:

—Esa es una suposición.

—Si no fuera verdad, dirías que es una mentira. —Ríe.

Jaque mate. Cierro la boca.

Con una sonrisa de autosuficiencia, se termina la dona mientras observamos a través del parabrisas a las niñas corretear por la orilla del lago con Arlo y Timmy haciendo un pésimo trabajo para mantenerlas bajo control. Las tres se quedan quietas cuando Liv pega un grito, imponiendo orden y respeto.

—Dime el nombre de alguien que extrañes, Gretha.

—Charlie.

Me entrega una sonrisa ladeada mientras se limpia las migajas de las comisuras de los labios con la manga de su abrigo. No debo decirle que es el chico del que hablamos en mi habitación.

—Dime algo sobre Charlie.

—No puedo olvidarlo.

—¿Y por qué deberías hacerlo?

—Porque si no lo quito de mi cabeza, no habrá espacio para nadie más. Ni siquiera para mí.

Pasó un año y aún me aferro a la idea de que volverá, como si fuera un ave migratoria y su regreso dependiera de las estaciones.

—Tienes suerte. Que alguien esté en tu cabeza no significa que esté en tu corazón, y es ahí donde van las personas que amamos en el presente. A veces confundimos el amor de un recuerdo con lo que sentimos.

Recuerdos. Tengo cientos de esos, y en la mayoría de los que me hicieron feliz, siempre aparece él.

Una noche hace unos años, estaba en una fiesta. No bebía alcohol, así que fui a la cocina por agua. Ahí había un chico sentado en la encimera. Bajó la mirada en cuanto entré, pero ya había visto que la gravedad estaba luchando para hacer caer sus lágrimas de una vez.

Podría haber fingido que no lo vi. Podría haberlo ignorado porque no lo conocía. Sin embargo, en cuanto a personas rotas y a mi corazón se trata, es magnético: me acerqué y negó con la cabeza, advirtiendo que no quería hablar.

Usualmente no se me ocurriría invadir el espacio personal de un desconocido —de nadie, en realidad— mucho menos cuando no parece de acuerdo con la idea, pero en ese momento no tomé una decisión. Fue algo automático. Un instinto. No pensé, solo lo abracé despacio para que supiera que me separaría si así lo decía.

Ni fuerzas para tensarse tuvo. Sentí su suspiro en mi cabello. Su aflicción era tanta que cerré los ojos en el intento de no llorar a pesar de no saber su nombre y mucho menos su historia.

—Me abrazas como si me quisieras y ni siquiera me conoces —murmuró.

Cuando me aparté, no supe si había cambiado de opinión y quería tener una conversación al respecto. Dudé porque siempre lo hago. Busqué respuesta en sus ojos, pero hablaban en un idioma desconocido, así que retrocedí. Cuando di media vuelta, añadió:

—Quédate. Quiero que me conozcas.

Analicé las oraciones.

—Eso implicaría que quieres que te quiera —bromeé para que su dolor no fuera lo único que ocupara espacio entre nosotros.

—¿Tan malo sería querer algo así? —dijo entretenido, sorbiendo por la nariz.

Una pequeña sonrisa se asomó en su rostro tal amanecer por el Este.

—No me conoces.

—Si te quedas, lo haré —objetó.

Lo hice. Me tendió su mano y se presentó como Charlie. Luego, guardó silencio. No le dije cómo me llamaba porque sabía lo que sucedería en cuanto lo hiciera. Tenía el presentimiento de que no existiría boleto de regreso, y mi parte lógica retuvo mi nombre:

«¿Segura?», preguntó. «Cuando no puedas hacer retroceder su dolor, te quebrará verlo consumirse por él. Sentirás más impotencia que alegría. Llorarás más de lo que reirás. ¿De qué sirve acompañar a alguien cuyo destino, por elección, siempre será una ciudad mental rota y llena de filos con los que cortarte aunque no tenga intención de hacerte sangrar?».

Pensé que las heridas se curan. Los filos se liman. Las personas deciden ser felices cuando se hartan de la infelicidad, pero a veces necesitan compañía. Sin nadie que les recuerde que existe más que tristeza, que pueden más de lo que creen, que son más de lo que piensan... Sin nadie a su lado, tal vez terminen por creer que merecen habitar en ciudades rotas.

Y su corazón, ese lugar al que llamaba ciudad, podía arreglarse. Solo precisaba de las herramientas para hacerlo.

Como Sawyer, quien parece estar en plena reconstrucción.

—Si él regresara, ¿sería una opción? —pregunta el susodicho.

Lo miro con el ceño fruncido. No sé cómo explicarle lo que siento, pero recuerdo algo que escribió papá. Saco el teléfono de mi abrigo y busco entre los emails intentando que no note el temblor de mis manos.

Le paso el móvil y bajo el volumen de la radio, donde el locutor promociona colchones en oferta.

De: CollinFisherEscritos81@gmail.com
Para: GrethalynFisher@gmail.com
Asunto: Fragmento del capítulo 19

—Siempre serás mi primera opción.

Había esperado años para oírla decir aquello, pero en cuanto la escuchó, la esperanza se terminó de romper. Se suponía que esas palabras solucionarían cada problema, y así lo hicieron, aunque de una forma distinta:

—¿Sabes cuál es el inconveniente? —Dejó ir sus manos—. En tu cabeza hay más de una persona. En la mía solo estás tú. Si sintieras lo que yo por ti, no me considerarías una opción.

Dolió. Había esperado la oportunidad de estar con ella por tanto tiempo, que jamás se planteó que sería él mismo quien destruiría lo que más anhelaba. Sin embargo, bajo los fragmentos del corazón roto que poseía, se hallaba la tranquilidad de haber hecho lo correcto.

Las cosas eran opciones, no las personas. Alguien podía tener apego por un objeto, pero no amarlo como se ama a una persona.

Y Cristoff merecía ser amado. Todos merecían sentirse como un destino, fueran o no el final. Para sentirse una parada, mejor quedarse en casa. No todas las aventuras lo valían.

Con galaxias de amor, Fisher 1.

—No lo sé, pero espero no toparme con opciones ni ser la opción de alguien más —explico.

Sawyer me devuelve el teléfono y no dice nada más hasta que salimos de la camioneta.

—Te vendría bien un descanso.

Ni siquiera despego la vista de mis apuntes cuando Arlo se sienta a mi lado en el tronco y toma una dona de la canasta, aunque por la vista periférica veo que tomó una del centro de la fila, no de los bordes. Eso causa un efecto dominó y todas quedan ligeramente inclinadas hacia la izquierda.

—Me vendría bien una beca completa en la universidad —replico intentando releer un párrafo.

Escucho sus incisivos despedazar el bollo de panadería. Sus dientes chocan y la saliva lo hace chasquear la lengua. Intento ignorarlo, pero no puedo. Empieza a picarme el antebrazo y cambio las piernas de posición dos veces.

—Tú no sabes quién eres sin tus sueños y yo no sé quién sería con ellos. Estamos tan jodidos.

Suspiro y dejo caer los apuntes sobre mi regazo.

Arlo no piensa en el futuro lejano, solo en el inmediato. Su situación es tan mala que a veces ese futuro no abarca más que sobrevivir al día siguiente. Su meta es terminar la secundaria y en cuanto cumpla 18 irse de casa. Fugarse en medio de la noche si hace falta, y no volver a hablar con ninguno de sus progenitores.

Si se quedara, a pesar de su bajo promedio, sus padres podrían hacerlo entrar a una buena universidad y no tendrían problema en pagarla completa. Mientras él tiene los medios y no los padres que necesita, yo tengo los padres pero no los medios que necesito.

Es curioso que lo que a uno le sobra, a otro le falte. A veces las personas sostienen que damos por sentado lo que tenemos en abundancia y vivimos quejándonos de lo que carecemos, pero a veces aquello que te falta es algo vital: padres, en su caso, y educación, en el mío.

Hay que ser agradecidos, coincido, pero nadie debería hacerte sentir mal por lamentar una circunstancia que te imposibilita vivir como quieres y mereces.

Estancarse en el lamento es diferente.

Imponer una cultura positiva puede ser tan peligroso como imponer una negativa. No podemos sonreír todo el tiempo. Es literalmente imposible. Se te acalambrarían los músculos, estornudarías o algo rompería la expresión. Tampoco podemos llorar sin parar. Nuestro cuerpo no lo permitiría. Por algo no podemos hacer esas cosas de forma infinita.

Tiene que haber un equilibrio, aunque en muchas ocasiones no se sienta como uno, entre lo que lastima y lo que sana; lo que nos hace tristes y lo que nos trae felicidad. Sin opuestos, nada existe.

—Algún día no estaremos tan jodidos —prometo.

Cuando traga y se limpia las migajas del pantalón, mi exasperación disminuye. Inhalo hondo y comienzo a acomodar las donas para que queden de forma vertical y alineada.

—Ellos no parecen tan jodidos. —Hace un ademán a su camioneta, donde están Gretha y Sawyer charlando.

Nos quedamos observándolos un rato.

No confío del todo en ese trasero blanco. Hay algo que no me gusta, pero no sé identificar qué. Es como cuando olvidas empacar algo y sabes que te falta una cosa, aunque no cuál. Me estresa no hallar el problema.

Por momentos me digo que tal vez no hay ningún problema y solo estoy siendo paranoica.

—Siento que la lastimará, sea queriendo o sin querer —confieso—. ¿Crees que Timmy, tú y yo tenemos tantos problemas que impusimos una moda y Gretha quiere tener uno ahora?

Arlo resopla y está por tomar otra dona del medio de la caja hasta mi mirada lo intercepta y su mano queda suspendida en el aire. Dirijo mis ojos al bollo del extremo y capta el mensaje. Cuando lo toma, la fila sigue intacta y en perfecto estado. Mi antebrazo deja de picar y relajo las piernas.

—Gretha es la mejor persona que conozco para manejar problemas —replica—. Por eso no tiene ninguno más que a su hermanastra gruñéndole como un mapache rabioso y el hecho de que no sabe decir que no.

En cuanto lo suelta, se arrepiente. Se le nota en la forma en que vacila para volver a hablar:

—Oye, eso no...

—Lo sé —susurro para calmarlo.

Con otra persona y en otra circunstancia, hubiera protestado y defendido a Gretha. Ella nos enseña a no minimizar nuestros problemas y sería hipócrita minimizar los suyos. Sin embargo, Timmy cayó en el pozo de la depresión porque sus padres pretenden que no existe, por lo cual se estaba automedicando a escondidas; el padre de Arlo saca la mierda de él a los golpes mientras su madre no hace nada al respecto, y la presión académica de la mano de una injusticia de la que no me gusta hablar me llevaron a desarrollar un trastorno obsesivo compulsivo.

O al menos eso creo que es, pero temo ir con un profesional porque eso conllevaría que mis papás se enteren.

Si se enteran, querrán que lo trate.

Si lo trato, debo quitar presión de mis hombros, y no puedo hacerlo. No ahora. Tengo que conseguir una buena beca. Luego, lo trataré.

Gretha no tiene esos problemas. Tampoco uno como Sawyer, quien perdió a su hermana.

—¿Qué crees que puso en el papel? —pregunta Arlo.

El día que llegó con un frasco vacío, además de pedir que dejáramos frases, titulares de diarios y palabras sueltas, nos pidió una confesión.

«Escriban sobre aquello que los rompió», dijo.

Hasta ahora, ninguno de nuestros papeles salió a la luz.

—El día que lo saquemos, lo averiguaremos. —Me encojo de hombros—. Pero si fuera tan grave nos lo hubiera dicho o lo notaríamos.

No afirma ni niega lo que digo. Miramos en dirección a la camioneta en un silencio cargado de preguntas. Recuerdo la última crisis que tuve, a la que llamó eclipse y me dijo que yo era el sol.

—La conozco hace mucho tiempo y jamás se quebró —reconozco.

—Es porque somos un bote y ella es el viento.

—Pero tiene que quebrarse en algún momento. Por algo. Por alguien. Por sí misma.

Arlo me regala una sonrisa muy pequeña.

—No puedes pedirle al aire que se quiebre. Solo que cambie de dirección y sople con más o menos fuerza. Tal vez, que se quede quieto. Pero el aire no deja de ser aire, Liv. Ella empujará el bote para alejarlo de cualquier tormenta, la suya incluida.

¿El viento se cansa de ser viento? ¿Debería hacer algo o hablar con...?

—¡Maldita sea! —chillo cuando mis apuntes salen volando de mi regazo ante una ráfaga de aire.

¡Hola, paragüitas! 🥰 Díganme qué fue lo mejor de su 2020 y qué cosas esperan con ansias del 2021. Además, ¿les gusta el café? ¿Dulce o amargo? ¿Con o sin leche?

Si ven errores, mis disculpas. Apenas tuve tiempo de revisar el capítulo, pero la historia significa mucho para mí y no quería que pasara mi cumpleaños sin actualizarla. ♥️ ¿Ustedes cuántos años tienen? ¿Cuántos creen que tengo? 😂

1. ¿Hay alguien que estén intentando superar pero no puedan? (Sea de forma amistosa, familiar o romántica)

2. Díganme algo que los asuste mucho

3. ¿Crees que Liv y Arlo están minimizando problemas o siendo realistas? ¿Cuál fue tu parte favorita del capítulo?

4. Díganme algo que los haga feliz, aunque sea mega chiquito

Con amor cibernético y demás, S. ♥️

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