16. Pescar tu mejor reflejo
Apenas logré dormir anoche. No sé cuánto tiempo se supone que duerme un humano promedio durante toda su vida, pero no creo alcanzar ese monto de horas alguna vez porque mis pensamientos me desvelan con facilidad.
Vi dormir a las trillizas, desparramadas en los asientos de mis amigos, y a su hermano, desde mi mecedora la mayor parte de la noche. También acompañé a dos de ellas al baño, aunque no estoy segura de cuáles eran.
—A veces odio la vida —susurró una cuando se mojó el calcetín al pisar una gotera, enfadada.
Sonreí. No había sensación más horrible que mojarse los calcetines. Sin embargo, la preocupación por Timmy me persiguió y lo sigue haciendo. Cuando escondí el bote de pastillas en la boca del alce embalsamado del cobertizo, solo podía pensar en qué hubiera sucedido si se las hubiera tragado todas.
Una parte de mí quiere decirle a sus padres y que alguien lo vigile cuando no soy capaz. Me sentiría culpable si algo que pude prevenir le sucediera, pero la parte que es fiel a él, quiere confiar en que fue cosa de una vez y que no lo volverá a hacer si no es con un psiquiatra y recetas de por medio.
En algunas ocasiones, cuando las personas no están mentalmente en el lugar correcto para tomar decisiones, es necesario que alguien las tome por ellas. El problema es que la línea entre lo objetivo y lo subjetivo es casi inexistente. Al final uno no sabe si decidir por otro le corresponde. Más tarde, si lo hace, debe lidiar con las consecuencias... ¿Y si estas son catastróficas? ¿Y si no tomarlas también deriva en algo catastrófico?
La contradicción es constante. No hay más solución que decidir algo y aceptar lo bueno o lo malo que conlleve dicha decisión.
—Piensas mucho.
Echo una mirada sobre mi hombro. Estoy como copiloto en la camioneta del padre de Arlo. Sawyer se encuentra inclinado sobre sus rodillas en el asiento trasero, hablando desde el hueco contra la puerta.
—Tú también, solo que sabes ocultarlo mejor —susurro.
Escucho su sonrisa en la carencia de palabras.
El lago al que llegamos es una solitaria lágrima que cayó tras una discusión en un inmenso jardín, antes de que su dueño echara a correr. El otoño desfila en las hojas que caen de los árboles y practican acrobacias en la brisa, mientras el sol se empeña en secar la blanda tierra en la que hundimos las botas de lluvia cuando se apaga el motor.
Venimos aquí de vez en cuando. Ayer envié un mensaje pasada medianoche a Liv y Arlo. Pregunté si alguno quería venir a pescar en la mañana porque Timmy no estaba bien. Ninguno contestó. En su lugar, aparecieron en cuanto los pájaros empezaron a cantar a pesar de que es sábado. Llegaron equipados para un día de camping y trajeron donas para desayunar.
La amistad no tiene una definición aunque el diccionario insista en que sí, pero si tuviera que darle una, diría el nombre de mis amigos.
—¡En fila, equipo Cuevas! —grita Arlo al abrir el maletero.
Las trillizas se chocan una contra la espalda de la otra. Nunca la vi tan emocionadas por algo.
Hasta vuelven a parecer niñas y no fantasmas.
—Niña 1, tú te encargas de esto. —El chico deposita una caja de pesca en los brazos de Viena, a quien Liv le endereza las coletas que hice apurada más temprano, para que queden simétricas—. Niña 2, te tocan las cañas. —Se las pasa a Valencia. Sawyer se echa hacia atrás y tira de la capucha de Timmy para que retroceda, porque su hermana casi les quita un ojo al dar media vuelta y echar correr con las cañas al hombro—. Niña 3, cuida con tu vida la carnada.
Arlo se pone en cuclillas para estar a la altura de Venecia. Le entrega un frasco con unos agujeros en la tapa. Las lombrices se retuercen dentro de él y, en lugar de estar disgustada, la cría pega la nariz al vidrio.
—Me gustan. Son lindas.
Reprimo una sonrisa, pero me cuesta mantenerla cuando Liv saca la canasta del maletero con una mueca:
—A mí me parecen bastantes horribles. Asquerosas, a decir verdad. ¿Cómo siquiera se les ocurre tocarlas?
Desvío la mirada cuando empiezo a retorcer las palabras en otro contexto. Sé que está hablando de las lombrices. Sé que es Liv y que jamás le diría eso a una persona. Sé que es mi amiga. Sé que nadie está pensando o sacando las mismas conclusiones que yo. Sé que todo está en mi cabeza..
Horrible, asquerosa, intocable.
Horrible, asquerosa, intocable.
Horrible, asquerosa, intocable.
Empiezo a caminar hacia el lago. Cuento los pasos y eso acalla el pensamiento.
Hay ciertos adjetivos que no puedo escuchar sin asociarlos a cosas que duelen, así que evito decirlos. No me salvo de que los digan los demás, pero tampoco puedo hablar al respecto. Es una exageración de mi parte reaccionar así, lo sé. Nadie debería cambiar un modo de hablar que está completamente bien y es lo más corriente del mundo solo porque mi cabeza está hecha un lío de inseguridades.
—Hubiera sido gracioso ver a Cora intentar pescar algo más que mal humor —dice Sawyer, alcanzándome.
Cuando la pareja regresó mientras Arlo iba a cargar gasolina, pasaron por el cobertizo para anunciar que ya podía salir de ahí. Les comenté de la pesca y ella se limitó a asentir. Él dijo que le pediría al doctor Brown unas botas de lluvia prestadas para venir. Cuando echó a correr entusiasmado, Cora me sostuvo la mirada: no me dio gracias por cubrirla, aunque tampoco esperaba que lo hiciera.
Tenía la invitación en la punta de la lengua. Quería preguntarle si le gustaría unirse, pero callé. Recordé que llamó a mis amigos inmaduros que se victimizan y no tienen problemas reales. Sus palabras me dolieron, y la idea de darle acceso a las personas que más me importan y que las haga sentir como me hizo sentir a mí, me retuvo.
Ellos no necesitan más heridas de las que tienen. Aunque un comentario de mi hermanastra podría no afectarlos, no puedo arriesgarme.
Cuando Sawyer regresó y le preguntó si vendría con nosotros —tan él colarse sin consultar y colar a otros también— mi hermanastra dijo que las pescaderías existían para algo y que no cazaría su propia cena como en la prehistoria.
—Yo me encargo de la pesca, tú cuida a los niños —respondió el chico con voz exageradamente grave, depositando un beso en su frente—. Pero la próxima te toca a ti. Recrearemos la historia con igualdad de género.
Me costó no sonreírles, sobre todo cuando ella puso los ojos en blanco y rió. Eran tan dulces que podrían endulzar todos los tés del continente.
—Me gusta eso de ti. —Escondo las manos en los bolsillos del abrigo.
Se me adelanta y comienza a caminar en reversa, así nos vemos a los ojos.
—¿De qué hablas? Porque tengo mil cosas que podrían gustarte.
—Me gusta que hagas sonreír a Cora como si no fuera complicado.
Yo jamás podría lograr que me mostrara ni medio diente incisivo.
—Sonreír no es complicado, Gretha.
Hace una demostración y toca con sus índices las comisuras de sus labios. La brisa le alborota el flequillo que sobresale del gorro de lana gris. También le abre la chaqueta de jean que lleva sobre el abrigo de cuadrillé escocés. El estilo de leñador se interrumpe por las botas de lluvia amarillas, pero se ve adorable.
—Para algunas personas, en ciertas circunstancias, lo es. Además, hay gente que sonríe sin sonreír de verdad —argumento.
Cora no sonríe mucho. Al menos, no cuando estoy cerca. Sería lindo que lo hiciera. Tiene una de las sonrisas más bonitas que vi, y siempre estoy más cómoda cuando me sonríen. No siento que me juzgan tanto.
Sawyer deja de caminar y saca su teléfono. Su expresión es seria, como si yo hubiera cometido un delito.
—En ese caso, más vale que sonrías de verdad para mí, hermanastra de Cora.
Me hace reír y aparto el móvil. No me gustan las fotos. Cuando alguien saca una e intenta mostrármela, busco una excusa para no verla.
Me gusta pretender que no existen.
—No vinimos aquí para que juegues al fotógrafo —regaña Liv, pasando junto a nosotros.
La seguimos hacia la orilla del lago, donde Arlo intenta poner orden: las trillizas le robaron los coloridos señuelos y fingen que son aretes mientras improvisan un desfile sobre un tronco caído, en cuya punta se sienta su hermano con la mirada perdida en el agua.
—¿A qué vinimos exactamente? Es decir, fue un viaje demasiado improvisado y no es el clima más agradable para pescar —comenta Sawyer.
Hago un ademán con el mentón a los chicos.
—En el grupo hay reglas para cada uno de ellos, y consecuencias —explico.
Asiente despacio. Sus ojos caen en Timmy con cautela, como lo hicieron esta mañana mientras el chico se desperezaba en el sofá. No pregunta qué hizo ni qué haremos a continuación. En su lugar, ladea la cabeza y examina al resto.
Arlo debe enviar un mensaje antes de dormir todos los días para hacernos saber que está bien. Liv tiene que llamar cuando está teniendo un ataque de ansiedad. Timmy no puede automedicarse y de tener pensamientos de autolesión, tiene que presentarse en mi casa.
Si no siguen las reglas, están o estamos obligados a hablar. No solo entre nosotros, sino también con un adulto que ayude desde afuera.
—Dijiste que hay una para cada uno de ellos. Eso te excluye, ¿por qué?
Me encojo de hombros como si fuera pura casualidad. Siempre puse reglas porque son mi red de seguridad. Creo que los protejo con ellas, y aunque ellos no tengan ninguna para mí, no quedo libre de regulaciones porque tengo mis propias reglas. Lo que las diferencia es que son autoimpuestas.
—¿Y cuál será mi regla? —indaga en otra dirección al ver que no respondo.
Sawyer es complicado de leer a veces. Se invita solo en ocasiones, pero en otras pide permiso; otorga espacio, pero presiona cuando menos lo esperas; es abierto y parlanchín, pero sabe cerrarse y desviar los temas de conversación con facilidad, lo que es igual a hacer silencio pero con ruido.
—¿Me dirías qué está roto?
Frunce el ceño.
—¿Roto en dónde?
—En ti. Necesito saber qué sucede en tu cabeza para protegerte un poco de ella.
Su sonrisa es lenta y rápida a la vez, como los amaneceres.
—No estoy roto, Gretha.
Miro el lago. Mis amigos tampoco parecen rotos por fuera.
—No por completo, pero tiene que existir alguna parte de ti que lo esté.
Cuando vuelvo a mirarlo, su sonrisa empequeñece. Ambos pensamos en la hamaca paraguaya que es mecida por la brisa que se cuela por la puerta del cobertizo al ser abierta.
—Gracias por estar ahí mientras ensayaba. Es fácil tenerte solo a ti como espectadora porque siempre haces que todo parezca menos pesado y complicado, pero creo que estoy listo para un escenario con más audiencia, ¿no crees?
Ni siquiera me permite responder. Me arrastra hacia su público. El suave contacto de su piel me pone nerviosa. Que me tome de la mano se siente como si una bombilla de luz cálida le pidiera bailar a una de luz fría. El gesto puede iluminar, pero lo hace de una forma para él y de otra muy diferente para mí.
Me zafo de su agarre antes de que alguien lo note. Me acomodo las solapas del abrigo para que no piense que lo dejé ir a propósito.
No se siente bien que esté cerca, precisamente porque sí lo hace y eso me lleva a pensar en Cora.
—¿Dará un anuncio, su majestad? —pregunta Liv sin una pizca de interés o gracia cuando él se sube al tronco con elegancia.
—¿O nos contarás un cuento? Porque amamos los cuentos —asegura Valencia.
—¿O será un chiste? Porque también amamos los chistes —sigue Viena.
—Aunque sean malos, como los de Patri... —Venecia, con el frasco de lombrices abrazado al pecho, es silenciada por Timmy de inmediato, que sale de su trance mental al oír un casi nombre.
Liv, que usa de asiento la caja de pesca, arquea una ceja e intercambia una mirada conmigo. Patri será algo en lo que indagar más tarde.
Las trillizas, sentadas sobre un par de rocas, elevan la barbilla en la espera de que Sawyer les regale un espectáculo de entretenimiento gratuito. Arlo se sienta contra un árbol y voy a su lado. Me recibe sacándose el gorro de pesca y ajustándolo en mi cabeza.
La estrella del show inspira hondo:
—La primera vez que fui a una de sus reuniones, me pidieron una foto de mi tra... —Echa un vistazo de reojo a las niñas y se aclara la garganta—: De mis colinas. Querían asegurarse que no revelaría ningún secreto fuera de las paredes del cobertizo, lo cual estuvo bien porque no confiaban en mí. Y, aunque es evidente que no gané la confianza de todos... —Liv deja de sacar comida de la canasta con un suspiro, prestándole atención por fin —. Ustedes se ganaron la mía. Me gustaría contarles sobre Barbie, mi hermana menor.
Apoyo la cabeza en el hombro de Arlo.
—Se fue al cielo hace casi dos años porque estaba muy enferma —explica a las niñas, y me gusta la forma en que suaviza su voz para hablarles, como si las invitara a hacer preguntas sin miedo—. En lugar de usar señuelos como aretes, usaba el trapeador como peluca. —Ríe.
Siempre admiraré a quienes hacen de la situación más triste, la menos —pero aún así— triste. Sawyer parece ese tipo. Si su hermana compartía eso con él, debió tener el corazón hecho de estrellas como para brillar cuando su vida se estaba apagando.
—Me quedé con un «te amo» que no pudo oír y del que no puedo deshacerme, porque la única persona que podía recibirlo era ella y ya no está. Siento el peso de las palabras cuando me levanto y cuando me voy a dormir. Desde que falleció me prometí que jamás volvería a tratar mis sentimientos como si fueran un secreto. —Mira sobre su hombro a Timmy, luego a Liv y por último a Arlo—. Decírselo a ustedes no es lo mismo, pero es algo.
—Debes sentirte muy expuesto ahora —reflexiono.
Asiente. A pesar de la distancia, sus ojos queman cualquiera sea el lugar en que se posan en mi rostro.
—Sí, pero también me siento más real. Cuando digo las cosas en voz alta, sé que no serán olvidadas. Si mantienes todo para ti, en algún momento desaparecerás, y esas cosas se convertirán en nada. —Se encoge de hombros con dulzura—. Y no estamos vivos para ser nada, Gretha. La vida se trata de dejar algo al final para la cantidad de personas que sea. —Baja los ojos a las niñas y levanta el índice—. Aunque solo sea una.
Caigo en cuenta de lo que está haciendo cuando a Timmy se le cristaliza la vista.
Abrirse sobre su hermana era matar dos pájaros de un tiro: mostrar que confía en nosotros, y ayudar a que Timmy hable. Debió atar cabos y sospechar que si sus hermanas estaban en el cobertizo esta mañana, no era pura casualidad.
—Creo que olvidé el conejo de Arlo en el coche, ¿pueden ir a revisar por mí, señoritas? —pregunta Sawyer, y las trillizas marchan sin chistar.
Incluso se llevan las lombrices, como si fueran de ayuda para encontrar a Camello, que está dentro de la cesta que trajo Liv.
El silencio se asienta y todos los pares de ojos caen en Timmy, que niega con la cabeza una y otra vez.
—Mis padres toman a menudo pastillas para el dolor de cabeza, porque se la pasan trabajando y sin descansar —susurra—. El año pasado le dijeron a las niñas que eran confites para adultos cuando ellas preguntaron si las tomaban porque estaban enfermos. ¿Qué...? —Una lágrima cae por su mejilla. Liv atraviesa la distancia y se sienta a su lado, para acariciar su espalda—. ¿Qué hubiera sucedido si encontraban mis pastillas y las tragaban creyendo que eran esos tontos confites?
Sawyer baja del tronco y se pone en cuclillas frente a él. Una de las rodillas de Timmy tiembla con nerviosismo a causa de ese temor recién engendrado, así que el nuevo integrante posa una mano sobre ella para que deje de moverla.
—Podría haberme quedado con tres «te amo» sin oír —añade.
No dice nada más, aunque eso no quiere decir que no lo esté pensando.
La enfermedad de Barbie no era algo que se pudiera prevenir, pero el casi accidente con las trillizas, sí. La culpa es agua en las mejillas de Timmy. Dicen que las lágrimas tienen el propósito de limpiar y ayudarnos a ver con claridad, aunque duela; y a él le duele lo suficiente como mirar al cielo porque ya no puede soportar mirar a ninguno de nosotros.
Siento una mano sobre la mía. Arlo me da un apretón que acarrea emoción porque Timmy está abriéndose.
Se lo devuelvo.
Nos asemejamos a un espejo destinado a quebrarse ya que nunca somos la misma persona todos los días. Algo, aunque sea minúsculo, cambia con el paso de las horas; aprendemos y desaprendemos. Vivimos reconstruyéndonos de una o varias piezas a la vez, por lo que es necesario rompernos para unir los trozos de forma distinta y obtener un espejo que refleje los cambios que hacemos por dentro.
A veces esos cambios no son lindos. Parecen no tener forma o propósito, y nos frustra ver caos en lugar de orden. La falta de claridad puede hacernos perder la cabeza, pero poco a poco, nos acostumbramos a ser un rompecabezas inacabado, y encontramos belleza en el proceso. Llega un punto donde la comprensión nos asegura que no hace falta tener todo resuelto de inmediato.
De eso se trata ser una mejor y más sana versión de nosotros mismos: constante trabajo.
—Soy el encargado de cuidarlas, pero a veces siento que estar conmigo las pone en riesgo porque me paso la mayor parte del tiempo en mi cabeza. —Sus ojos se cristalizan tanto que parecen una capa de vidrio sobre otra—. Es solo que... Estar presente en la vida real a veces es demasiado difícil. No veo el punto en sentir cosas que no quiero.
No lo dice, pero sentir cosas que no quiere se traduce a no querer odiar a sus padres por olvidarse de él, sus hermanas, y obligarlos a crecer por su cuenta.
—Necesitamos lo que no queremos para alcanzar lo que sí —asegura Sawyer, con el ceño fruncido en señal de concentración y la voz todavía hecha terciopelo—. No puedes vivir en vacíos por miedo a experimentar sentimientos negativos. Tienes que permitirte sentirlos, debes estudiarlos, exteriorizarlos y transformarlos, porque no hay forma de llegar a lo bueno si no es a través de lo malo, amigo. Así que lidia con la lechuga para obtener el helado, pero come que la vida sin comida no tiene mucho de vida, si es que eso tiene algo de sentido...
Come.
Come.
Come.
El chico cuyas manos son un complejo de avestruz toma una inhalación temblorosa.
—Creo que puedo intentar con la lechuga —accede Timmy—. Una hoja a la vez.
«Intentar» no es un verbo que estuviera en su vocabulario hasta este momento.
—Greth, no empieces a llorar —susurra Arlo con una diversión tranquila, inclinado hacia mi oreja.
—No voy a llorar.
Intercambiamos una mirada y luego regresamos a ver a Timmy. Puede ser un paso estúpido y pequeño para la mayoría, pero hoy se siente como un triunfo para los que lo hemos visto vivir en piloto automático hace meses.
Estoy orgullosa.
—De acuerdo, puede que llore solo un poco —acepto.
Arlo ríe por lo bajo y se lleva nuestras manos a los labios. Deposita un beso en mi dorso antes de ponerse de pie y llevarse dos dedos a la boca. Silba para llamar la atención de las trillizas.
—Ya pescamos suficientes sentimientos por hoy, es hora de pescar cosas tangibles y que pueda cocinar—dice con una sonrisa diminuta dedicada a Timmy—. ¡Niña 1, niña 2, niña 3, repórtense! —grita usando sus manos como megáfono—. ¡Sacaremos el pescado más apestoso del lago en honor a su hermano!
¡Hola, paragüitas míos! ☔💜 ¿Están tapados como un burrito por el frío o suplicando que llueva helado por el calor? ¿Hay algún problema al que le estén dando muchísimas vueltas últimamente? Pueden desahogarse, ¿sí? 🤗🤗🤗
1. ¿Alguna vez fueron a pescar? ¿Sacaron algo? Yo un cangrejo 🦀
2. ¿Cuántas horas de sueño tienen al día? ¿Suelen levantarse con energía o les cuesta? ¿En qué les gusta pensar antes de dormir?
3. Hasta este punto de la historia, ¿con quién se sienten más identificados y por qué? ¿Tienen un favorito?
4. ¿Qué interacciones entre cuáles personajes les gustan más o cuáles esperaban leer?
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
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