12. Elegir lo que duele

Hace un tiempo era feliz.

Desde pequeña me han gustado los deportes, así que cuando se presentó la oportunidad para ser animadora hace tres años, la tomé. Sabía que las chicas y los chicos del escuadrón no eran malos, y me recibieron con los brazos abiertos. Por supuesto que había una que otra persona que no tenía la mejor actitud, pero de esas hay en todas partes.

No se reduce a un estereotipo la mayor parte del tiempo, aunque la sociedad nos diga lo contrario.

El caso es que, hasta el año pasado, consideraba que tenía una buena vida. Amigos, promedio excelente, buena relación familiar y, lo más importante, me sentía bien conmigo misma. Me gustaba quien era. Me agradaba lo que veía en el espejo.

No estaba exenta de problemas, pero no me consideraba uno.

Entonces, llegó el juego de cierre de temporada.

No solemos darnos cuenta en el día a día, pero la vida es como una catarata bajo la cual ahuecas las manos. Según qué tan firmemente juntas estén, el agua no se deslizará entre tus dedos, pero en tal caso rebalsará tus palmas en algún momento. Sea cual sea la forma —fluyendo entre grietas o con un gran splash al desbordarse—, la vida que tenemos es modificada hora tras hora. Todas las gotas, es decir las situaciones y personas, cuentan.

Muchas son reemplazadas por otras.

No me di cuenta de lo fuerte que sostenía las manos —de lo linda que era mi vida— hasta que la catarata se enfureció y rompió mi agarre. Splash. Ahora es muy difícil alcanzar y reconciliar esas dos partes de mí misma, sobre todo bajo una cascada en la que todo lo que veo son calorías a pesar de que el agua no tiene ninguna.

El caso es que, después de aquel partido, no veo la escuela con los mismos ojos. Los que creía que eran mis amigos se alejaron... ¿O me alejé? ¿O ambos lo hicimos? Ya no disfruto su compañía ni puedo hacer ejercicio frente a otras personas, porque todo me hace revivir ese momento en el campo de fútbol. Desde hace un año solo tengo ojos y oídos para Liv, Arlo y Timmy cuando estoy en este lugar. El resto de las personas no existe, o eso pretendo.

Si les diera importancia sé que terminaría por romperme, porque eso sucedió esa noche.

También intento concentrarme en las clases, pero a veces no funciona. Por eso estoy mirando el mensaje de Arlo bajo el pupitre cuando me llega uno nuevo, de un remitente desconocido:

Señorita Fisher, ¿no sabe que usar el móvil durante está prohibido?

Levanto la vista. Casi todos mis compañeros están sumidos en la explicación de Bianca, la profesora de historia. Yo también debería. Es muy estricta, así que no me sorprende que el único valiente —o idiota— que esté dispuesto a arriesgarse y enfrentar su ira, sea Sawyer.

Está tres bancos a la derecha, inclinado hacia atrás en su silla cuando cruzamos miradas y reprime una sonrisa. Respondo:

¿Me guardas el secreto?

Guardo lo que gustes, sobre todo si es comestible.

Advertencia: eso último no tiene devolución.

Lo tendré en mente. ¿Cómo conseguiste mi número? Estoy segura que Cora no lo tiene.

Ante cualquier emergencia, mi madre y su padre insistieron en que debíamos tenernos agendadas. Escribí mi número en una nota y la dejé pegada en su puerta antes de irme a dormir hace unos días. Cuando me desperté al otro día, la nota no estaba hecha un bollo en el piso, pero seguía doblada y aferrada a la madera, como si ni siquiera la hubiera abierto.

Todavía sigue ahí.

Se lo pedí a Timmy cuando lo crucé en el corredor. Le pregunté si podía ir a la reunión de esta tarde y dijo que lo hablaría con ustedes, ¿ya tienen los jueces un veredicto?

Aún no. Y no le pidas cosas a Timmy. Siempre las olvida y esta no fue la excepción. Consultaré a mis colegas y te haré llegar la resolución.

La espero con ansias, hermanastra de Cora.

Echo un vistazo a la profesora antes de volver a bajar la vista para textear a Arlo. Está en clase de Arte y el profesor Ruggles tiende a dormirse mientras espera que sus alumnos terminen de pintar. Esa es la única razón por la que le hablo. Sé que no se meterá en problemas.

¿Tu padre utilizó la trampa al final?

Sí, pero no atrapó nada porque rescaté el conejo a tiempo. Lo traigo en la mochila.


¡¿Qué?! Arlo, no permiten animales en la escuela.

Tampoco hablar por teléfono en clase, pero míranos.

Resisto el impulso de poner los ojos en blanco:

Suenas como Sawyer. Hablando de él, me preguntó si puede venir a la próxima reunión.

¿Cora lo dejó que tiene tantas ganas de deprimirse en grupo?


No, y no seas tan malo. Todos necesitamos hablar. No importa la magnitud de los problemas si estos te afectan.

Aceptaré solo si dejas que Camello se quede contigo. Como siga ocultándolo en una caja de zapatos y mi padre se entere, me succiona el alma con la aspiradora.


Trato.

Bloqueo el móvil, pero al instante vuelvo a desbloquearlo y escribir:

Espera, ¿le pusiste Camello porque Timmy le teme a esos animales?

Pues claro.

Sonrío, pero dicha sonrisa se borra de mi rostro al levantar la vista y encontrar a la profesora de pie frente a mi banco.

—Conoce las reglas, señorita Fisher. ¿Con quién hablaba?

Los profesores saben que la mayoría de las veces, los alumnos textean a otros alumnos. Una forma eficaz para que nadie use el móvil es esta: exponer a tu amigo y que también lo saquen de clase. A nadie le agradan los bocones, así que se puede decir que el método, sea ético o no, funciona.

Sin embargo, hay dos problemas. En primer lugar, no me gusta meter en problemas a la gente. Suficiente ya tienen con los de la vida diaria, por más que se busquen más. En segundo lugar, Bianca es la madre de Arlo y su relación apenas subsiste de un hilo.

—Déjame adivinar, estabas hablando con la señorita Archer, ¿verdad? —dice molesta.

Mi amiga, que está en la primera fila, se gira en su silla para mirar a la mujer.

—Mi teléfono está en mi bolsillo, no lo saqué en ningún momento —se defiende entre dientes—. Usted lo hubiera visto de hacerlo.

Casi olvido mencionar que Bianca odia a Liv y Liv a Bianca.

—¿Como vi a Gretha usarlo por quién sabe cuánto tiempo antes de decirle algo? —Enarca una ceja—. No me tomes por tonta, Liv. Ninguno de ustedes, en realidad. —Barre el aula con la mirada—. No es ninguna noticia que los seres humanos, especialmente los adolescentes, saben ocultar cosas a simple vista.

No soy la única que quiere hacer un comentario al respecto. Es muy hipócrita de su parte decir aquello.

El año pasado, al finalizar el último juego, se rumorea que Bianca esperó a un alumno en el estacionamiento y tuvo relaciones con él. Más que un rumor, creo que es un hecho más allá de que no existan pruebas concretas. El padre de Arlo la echó de casa y empezó a ser violento a partir de ese momento. El muchacho con el que estuvo la profesora era de último año y ya está muy lejos, en alguna universidad, por lo que la ira de Wes Washington recae en su hijo.

En realidad, no tendría que recaer en nadie, pero así lo veo yo: no puede desquitarse con el chico cuyo nombre desconoce y tampoco con su esposa, así que lo hace con la única persona que puede controlar y no lo meterá en problemas.

Mientras tanto, Arlo intenta restarle importancia al asunto al asegurar que en cuanto cumpla 18, se largará.

Me preocupa que pinte de rosa situaciones que son de color rojo. Algunas personas minimizan lo que les ocurre y cómo los afecta, y por más que sepas que un libro es de terror, no puedes adivinar todos los sustos que el lector podría llevarse si no lo lees. Arlo tiende a escribir con una letra pequeña, y temo que empequeñezca lo que le pasa hasta el punto en que no seamos capaces de leer nada.

Me da pánico levantarme un día y ver que ha dejado de escribir.

Arlo no te protege con su escudo; te lo cede y a la hora de hacer frente al dragón, no lo pide de regreso. Se expone en toda su vulnerabilidad. Le arrojan fuego y se deja quemar. No corre porque es sabido que los dragones pueden volar, así que sería alcanzado de todas formas.

Siempre creí que si Liv, Timmy y yo uníamos fuerzas, podríamos salvarlo, pero a los héroes les lleva tiempo darse cuenta que a veces el enemigo es mucho más grande de lo que parece y que la pelea uno-a-uno no siempre es justa.

Por él, declararíamos la guerra en una tierra donde la paz ya no es una opción, pero es difícil entrar a una batalla a la que no te dan acceso. La idea de irrumpir en ella es tentadora, pero podría terminar mal.

Atacar sin plan es peligroso. Le puede costar la vida al héroe.

—No estaba hablando con ella —aseguro.

Para Liv la escuela es importante. Es su futuro. Ante la mínima equivocación, pierde la cabeza, y la Liv sin cabeza no es una que le haga bien a sí misma ni al resto.

—Entonces muéstrame la conversa... —Bianca extiende la mano para que le entregue el móvil, pero el chirrido de una silla siendo arrastrada la interrumpe.

Sawyer está de pie, con su teléfono levantado a la altura de su rostro. Aparece mi nombre en la pantalla.

—Hablaba conmigo. Lo siento.

La profesora se cruza de brazos y echa una prolongada mirada a Liv antes de suspirar.

—Su padre no estará contento, señor Wallace.

Sawyer Wallace. No sabía su apellido, mucho menos que era hijo del nuevo director. Sin embargo, la relación de parentesco no nos salva de estar en detención, por lo que emprendemos el viaje al aula asignada para los castigados.

Él silba una canción mientras busco las palabras:

—Gracias por eso —digo antes de llegar a destino—. No deberías haberlo hecho, pero estoy segura que Bianca hubiera retirado a Liv de clase, y si hubiera visto que hablaba con Arlo habría sido peor.

Se encoge de hombros con las manos en los bolsillos como si no fuera gran cosa. Tal vez no lo es para él, pero para nosotros significa galaxias enteras.

—¿Por qué detesta a Liv y dices eso de Ar...? —su pregunta es interrumpida cuando el susodicho aparece doblando el corredor, con la mochila colgando de un hombro y una nota arrugada en la mano.

—El vejestorio de Ruggles no estaba tan dormido hoy —explica.

La culpa deja caer su peso en mi estómago.

—Lo siento, no debería...

Menea la cabeza para que no me preocupe, pero en cuanto la puerta del aula se abre, se congela.

De todos los profesores, es su padre el que cuida a los castigados hoy.

—¿Pero qué mierda? —dice el hombre entre dientes, en voz baja al ver a su hijo.

Arlo se tensa. El único movimiento que hace es retorcer la correa de la mochila, pero es suficiente para saber que está nervioso por lo que puede pasar al llegar a casa.

Estoy por decir que fue mi culpa cuando Sawyer se nos adelanta dando un paso al frente:

—Hey, coach, ¿vio el juego anoche? Bendito sea ese Travis Kelce. —Torna los ojos hacia el techo como si de verdad le estuviera agradeciendo al cielo—. Y lamento meter en problemas a Arlo, es que no podía aguantar hasta el receso para hablar de...

—¿De cómo le dimos una paliza a los Broncos, Wallace? —adivina el hombre, con una pequeña torciendo sus labios

Sawyer hace un ademán con la palma abierta hacia el adulto, mientras mira a Arlo.

—¿Cuánto tiempo ibas a esperar para presentármelo fuera del campo, amigo?

Arlo, quien odia el fútbol, le sigue la corriente por instinto de supervivencia, pero a mí me cuesta no quedarme boquiabierta. ¿Desde hace cuánto el novio de Cora está en el equipo?

Wes, mucho más tranquilo, apenas parece enfadado porque estamos en detención cuando Sawyer lo guía dentro del aula con un parloteo exhaustivo y una mano en su hombro como si fueran viejos amigos. Cuando el coach se distrae, le dice un par de cosas a Arlo para que las repita, y así logra lo impensable: entablar una conversación, aunque sea media falsa, entre padre e hijo. Eso basta para saber que Arlo estará seguro al llegar a casa, al menos por hoy.

—Mientes muy bien —susurro al chico cuando se sienta a mi lado.

No es un cumplido, es una observación.

—Para hacer el bien, a veces hay que hacer un poco de mal. —Se encoge de hombros.

Entiendo el punto, pero tengo la necesidad de aclarar algo para el futuro, porque su facilidad para mentir me asusta un poco:

—Gracias, de nuevo, pero... Sabes que a nosotros no debes mentirnos, ¿no? Estamos acostumbrados al mal.

—Tal vez exactamente por eso debería. Merecen algo de bien al final del día.

—No puedo hablar por todos, pero preferiría algo que lastime a una cosa que no merezca.

Frunce el ceño y se cruza de brazos. Yo no quito el ojo de Arlo y Wes.

—¿Crees que no mereces cosas buenas?

—Creo que no merezco mentiras.

—Tampoco mereces que algo duela, Gretha —responde con más fuerza de la usual, como si estuviera a la defensiva.

Le sostengo la mirada. Lo evalúo. Busco el error, la trampa, el desliz.

No encuentro nada.

—Prefiero elegir lo que me duele, no que lo elijan por mí —aseguro serena a pesar de que por dentro no lo estoy.

¡Hola, paragüitas! 💕 ¿Qué tal la semana? ¿Se les hizo eterna? ¿Deben seguir sin descanso? ¿Cuál es su forma ideal para recargar energía? 🔋

1. ¿Alguna vez le mintieron a alguien porque no querían lastimarlo? ¿Le dijeron la verdad luego?

2. ¿Usan el teléfono estando en clase?

3. ¿Usualmente tienden a sentir que la vida se les escurre entre las manos o que los rebalsa?

4. Dejen un piropo para su crush (así nos reímos un rato) 😂

Con amor cibernético y demás, S. ♥️

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