36. Todas las formas de romper un corazón
GEORGINA
El tren olía exageradamente mal ese medio día. El final de julio nos había invadido con una ola de calor y había gente que parecía desconocer lo que era una ducha y un buen desodorante. Barcelona estaba a reventar, tuve que embarcarme en una carrera de obstáculos en plena Plaza Cataluña que se alargó hasta Portal del Ángel para llegar a tiempo, ya que el tren se había retrasado. Así que, cuando llegué a The bookclub's café, estaba sudada, sedienta, cansada y seguramente, todo mi maquillaje se había ido a la mierda. Menos mal que me había recogido el cabello.
—¿Agua? —me preguntó Míriam que pasó junto a mí.
—Por favor.
Ella no tardó ni un minuto en ofrecerme un vaso de agua. Eso sí fue un beso de los dioses. Maravillosa agua.
—¿Qué tal por la librería? —me preguntó. Su tono desinteresado no funcionó conmigo.
Hacía una semana que estaba trabajando en la librería, después de que Kresten me contase que estaba desesperado con las cuentas de la librería por culpa de ella. También me contó que le había exigido que le diera mi posición, y que él se negó. Kresten no quería ceder a las peticiones de ella. Se lo había tomado como una guerra personal, en la que si yo me cambiaba con ella, él perdía la batalla.
Ella estaba molestando a mi chico y no iba a quedarme de brazos cruzados mientras Sergio presionaba a Kres para encontrar la forma de tapar el descuadre en las cuentas que debían mostrarle a su padre. Así que le insistí en que me cambiase por ella, y desde entonces, yo misma había descubierto varias irregularidades.
Sergio era un idiota por no echarla, pero no podía culparlo. Porque yo todavía seguía guardando el secreto sobre las sospechas de mi hermano.
A veces, cuando el delito se cruza con el amor, es muy difícil combatirlo. Y él la quería como a una hermana.
—Bien, va muy bien —le dije—. ¿Y a vosotros qué tal os va por aquí?
Alex puso los ojos en blanco por detrás de Míriam. Para él, un suplicio, sin duda.
—Genial —contestó ella, satisfecha.
Dejé el vaso sobre el mostrador cuando terminé de beber, di las gracias y me dispuse a marcharme a la librería donde ya comenzaban a juntarse las personas de la presentación y firma que teníamos ese lunes.
—Oye, no tengo ningún problema contigo —me dijo Míriam—. Me caes muy bien y además, no suelo enfadarme con otras mujeres por idioteces que hacen los hombres. Mi problema es con él.
—Vaya, eso es un alivio —no escondí mi ironía.
Fastidiar el ambiente laboral a todo el equipo no me parecía la mejor forma de que sus problemas fuesen solo con él.
Ella se mordió el labio, con lo que me pareció arrepentimiento.
—Siento mucho haberte hecho sentir rara —dijo.
¿La verdad? Su pequeña aventura con Kres me tocaba bastante la moral. Y no porque estuviese celosa o creyese que podía haber algo entre ellos, sino porque, debido a ella, lo mío con Kresten era secreto. Ella seguía pensando que a mí solo me gustaba él, o lo que fuese que se le había metido en la cabeza.
No quería ni imaginarme qué tipo de tensión invadiría a toda la librería -cafetería si ella se enteraba de que estábamos saliendo.
Le sonreí, falsa.
—No te preocupes.
—Por cierto —prosiguió ella, que se retiró los cabellos cortos tras las orejas—, le he pedido a Sergio que incluya el especial Míriam en la carta de cafés. ¿Te apetece que le busquemos un nombre más literario?
«Me importa una mierda ese café».
—Ponle el que más te guste.
Ella se encogió de hombros y se dio la vuelta, mientras yo me subía las escaleras a la librería. Estaba indignada con su actitud. Me parecía infantil y absurda. Dejé mis cosas en la zona de empleados y saludé a Dayana, que estaba tras el mostrador de la primera caja.
—¿Puedes encargarte de organizar romántica? —me preguntó desde allí.
Alcé la mano, asintiendo.
Dayana era la antítesis de Míriam. Trabajadora, simpática y sincera hasta la saciedad. Su amistad era todo un misterio para mí.
La sección de literatura romántica estaba en un rincón, y al igual que la sección de literatura juvenil e infantil, tenía un sofá en el centro para que la búsqueda del libro perfecto fuera mucho más cómoda para el lector.
No me encontré con Kresten hasta media tarde. Cuando se acercó al mostrador. Su mirada estaba fija en mí, y esperé, por el bien de mi cordura que no dijera nada fuera de lugar delante de las chicas. Se limitó a saludarnos a todas y yo me dediqué a cobrarle a un cliente aunque sabía que su mirada estaba fija en mí. Lo podía sentir analizando mi cuerpo, recorriendo cada centímetro que días atrás había tocado. Y el calor en mis mejillas compitió con el de los termostatos. No había aire acondicionado que pudiera competir contra Kres.
No nos habíamos vuelto a acostar. Enrollarse en secreto en una librería era bastante complicado.
Estuve a punto de acercarme a hablar con él, pero Sergio pasó junto a él y llamó a Dayana para que los siguiese. La chica los siguió y volvieron a encerrarse en el despacho. Aproveché para buscar unos libros al almacén y cuando volví a dejarlos en recepción, apenas había clientes. Por eso aproveché para volver al almacén a revisar los libros que íbamos a devolver a la distribuidora.
Sergio, Kresten y Dayana seguían encerrados en el despacho.
Sonó mi teléfono cuando entré al almacén. Era un mensaje de mamá. No habíamos vuelto a hablar desde su fiesta de compromiso, cuando estallé frente a ella.
Quería quedar conmigo para que hablásemos sobre lo que sucedió en la fiesta. Se ofreció a venir a verme a mi nuevo trabajo y propuso dar un paseo por el centro de la ciudad. Le dije que sí y me prometió que, al terminar mi turno del día siguiente, estaría allí esperándome.
Volví a mi trabajo, algo tensa. Quería pensar que mi madre había recapacitado sobre lo que le dije, pero tenía miedo de que al verla al día siguiente me encontrara con que seguía teniendo la cabeza en las nubes.
Intenté llenarme de ilusión y esperanza, pero me fue casi imposible.
¿Debía decirle a mi madre lo que sospechaba de Arnau?
No podía acusarlo de algo sobre lo que tan solo tenía unas gafas como prueba poco fiable. Guardar ese secreto me estaba matando.
«Eres una cobarde».
—No soy una cobarde. Es solo que... —me dije a mí misma—. Vale sí, soy una cobarde incoherente. Ya está, Georgina, lo hemos asumido.
—No creo que seas una cobarde —dijo alguien a mis espaldas—. ¿Por qué dices eso?
Di un traspié ante esa voz profunda y extranjera que conocía tan bien.
—¡Ay, me has asustado! —exclamé abrazándome a mí misma en un impulso. Se me había subido el corazón a la garganta.
Kresten se acercó a mí.
—¿Por qué dices que eres una cobarde?
No podía contarle lo de Arnau. No hasta que no tuviese más certezas.
—Uhm... porque... llevo mucho tiempo sin conducir. Debería dejar de evitarlo, pero... a veces me resulta más fácil evitar las cosas aunque luego me atormenten.
Y eso tampoco era mentira. Conducir seguía en el fondo de mi mente, como ese reto no superado que, con cada día que pasaba, me hacía sentir más cobarde.
—¿Quieres que volvamos a conducir juntos? —me preguntó con interés y una pizca de diversión coqueta—. Ya no me desagrada tanto la idea de que me raptes.
Estaba frente a mí, y no parecía tener intenciones de darme espacio.
—No, no hace falta.
Pareció inquieto por mi declaración, y volvió a insistir:
—¿Seguro?
—Sí.
Por el momento no me sentía preparada para volver a subir al volante. Él se acercó a mí.
—Dayana será la nueva encargada —me informó—. Yo no puedo con todo, llevo más de dos semanas sin un solo día libre.
—¿Por qué siempre vais justos en todo?
—Porque Sergio es un cabezota, que hasta que no ve el problema en sus narices no se da cuenta de que yo tenía razón. Espero que a partir de ahora comience a hacerme caso. Y que nos libremos de Míriam pronto.
No tenía ganas de hablar de Míriam.
—¿Tendrás días libres? —le pregunté, esperanzada. Me gustaba verle cada día en el trabajo, pero quería estar con él sin que fuese clandestino.
Él asintió, satisfecho, y me tomó de la cintura. No espero más para besarme. Estaba poseído por pasión y hambre. Con ese fervor era complicado no deshacerme en temblores. Llevábamos una semana entre besos clandestinos y susurros.
Kresten tenía una boca muy romántica.
Y sucia.
No habíamos hablado de si íbamos a ir en serio, o de si solo nos estábamos dejando llevar por la marea de sentimientos que se movía entre nosotros.
Cada una de las palabras de Kresten parecía una promesa de amor, y no quería sentenciar que estábamos pisando suelo firme hasta que no me hubiese deshecho de la sensación de que todo podría ser una ilusión.
Porque parecía demasiado bonito para ser cierto.
—¿Sabes? —susurró en mi oído—. Tengo muchas ganas de empotrarte contra la mesa de mi despacho. Llámalo fantasía, pero cada vez que me acuerdo de ti sobre esa mesa me desconcentro.
Y no era para menos. Mi primer día en la librería terminó con un orgasmo sobre esa mesa, y una risita juguetona suya que dijo: "te dije que a la protagonista le gustaría desde detrás".
No habíamos vuelto a acostarnos porque Sergio estuvo a punto de pillarnos, y desde entonces, quería evitar a toda costa que la gente pensara que me estaba acostando con él. Sobre todo que me acostaba con él en el trabajo. Además, yo estaba pasando todos mis ratos libres en la frutería de mi padre y él estaba ocupadísimo también.
—Dios mío... —susurré.
Me sujetó con firmeza de la cintura y de un movimiento impulsivo me pegó a él. Mi pecho tembló con mis carcajadas nerviosas.
—O aquí mismo —prosiguió y acercó su rostro al mío—. Podría ahora mismo.
—Nos van a pillar... —hacerme la fuerte era complicadísimo porque era un experto en encontrar mis puntos débiles.
Noté su sonrisa sobre mi cuello, como preludio de su lengua juguetona.
—Ven a dormir a mi casa esta noche —me rogó, arañándome la piel con los dientes.
—No puedo.
Aunque me moría de ganas. Arnau estaba distante, tenso y rarísimo conmigo desde que Kresten se quedó a dormir a casa y la única explicación que encontré para eso, fue que realmente estuviese implicado en el atraco. ¿Se acordaba del chico que lo lanzó al suelo?
Quería pensar que mi hermano era inocente. Luchaba por hacerlo, pero él no ayudaba en nada.
Kresten se quejó con un gruñido.
—¿Y mañana? —insistió, bajando sus besos por mi hombro.
—Eh... mañana... —«Sí, sí, sí».
—Uhm... ¿mañana? —se hizo el despistado y cuando apretó los dedos en mi cintura perdí toda la fuerza de voluntad que me quedaba— ¿Duermes conmigo?
—Sí.
Soltó una exclamación de victoria y me besó de nuevo, con una sonrisa enorme.
🌻🌻🌻
Cuando llegué a casa, Arnau aún no había llegado. Papá acababa de preparar la cena y ordenaba algunas verduras que había traído de la tienda. Le di un beso en la mejilla y me retiré a ducharme. El calor iba a matarme. Y estaba perdiendo la batalla contra el sudor.
Ugh. Que alguien trajera el invierno ya, porque si de verdad el cambio climático iba a someternos a estar a treintaiseis grados hasta octubre, iba a morirme.
O a pedirle a Kresten que me exiliase a Oxford con él, a diez maravillosos grados menos. Estaba tan desesperada que por un poco de frío me hubiese ofrecido a ser la criada de su madre.
Me duché con agua congelada, y al salir, mi hermano ya había llegado. Papá y él hablaban por lo bajo en el salón, en un tono tenso y casi imperceptible. Me escurrí por el pasillo desde el baño hasta mi habitación y en cuanto abrí la puerta, me quedé quieta, sin entrar. Estaban hablando de mí.
—¿Vas a decírselo a Georgina ya? —le preguntó Arnau a papá—. Te deberías esperar, le va a sentar muy mal.
—No podemos seguir escondiendo cosas de tu hermana —contestó mi padre.
¿De qué estaban hablando? Me quedé anclada, con el puño alrededor del pomo de la puerta.
Arnau refunfuñó.
—Se va a poner histérica, ya sabes cómo es—replicó mi hermano.
—Tienes muy poca confianza en ella y en mí —dijo nuestro padre—. Te he pedido varias veces que pongas un poco de tu parte y en esto necesito que te dejes de tonterías y lo hagas. Sé que estas enfadado y que quieres que cambiemos, pero nosotros necesitamos que tú nos ayudes.
Lo único que escuché de la contestación de mi hermano fue un leve gruñido disconforme, pero no logré saber si había dicho algo más.
Irrumpí en el comedor, sin siquiera vestirme. El agua me chorreaba del cabello sobre el albornoz.
—¿De qué estáis hablando? —les pregunté, con la voz temblorosa.
Arnau palideció y negó con la cabeza.
—Nada —dijo—. Tonterías de papá.
Lo había hecho. Había atracado el banco. Era eso de lo que estaban hablando, porque no había nada más que pudiesen estar planteando.
—¿Papá? —me dirigí a mi padre, que tenía los labios apretados. Él no palideció, es más, se llenó de una seriedad extraña en él.
—Tenemos que hablar, Georgina —dijo. El corazón me latía tan fuerte que apenas podía respirar. Miré a Arnau, que estaba molesto, pálido y no me miraba a los ojos.
—Arnau, has hecho...
—No tiene nada que ver con Arnau —me aclaró papá y por fin pude volver a respirar, aliviada, pero confundida. Si no era por Arnau, ¿por qué estaban discutiendo? ¿Qué era lo que me escondían? ¿Y por qué iba a ponerme histérica?
Papá se sentó en el sofá, y me hizo una señal para que me sentara a su lado. Lo hice.
—Voy a cerrar la tienda. Tu primo Víctor lleva tiempo ahorrando y me ha comentado que le gustaría alquilar el local para emprender en su propio negocio. Me ha hablado de algo sobre co-working y no sé qué digital. Él dice que puede funcionar. Con la renta que saque del alquiler y la ayuda por la discapacidad, llego a final de mes.
La noticia me tranquilizó, aunque seguía inquieta por el comportamiento de mi hermano.
—Yo te ayudaré, papá —le dije, algo más tranquila. Era una buena noticia. Ya era hora de que papá dejase ir la tienda—. Si no llegas, si hace falta algo, sabes qué...
—Déjame terminar —me cortó—. Haré esto con una condición.
—Sí, claro dime.
—No te haces idea de cuánto te quiero, pero necesito que te vayas de casa.
—No.
—Princesa, quiero que te vayas de casa porque necesito distancia.
—No.
Negó con la cabeza y apretó los labios mientras yo hablaba. Tomó una fuerte bocanada de aire con la que cerró los ojos, y, sin ser capaz de mirarme, me rompió el corazón:
—Georgina, ¿sabes por qué estoy siempre en el cuarto? No soporto que mi hija me mire con lástima y culpabilidad todos los días, que se prive de hacer su propia vida porque se siente demasiado culpable de algo que no es su responsabilidad.
Su mirada estaba triste y la angustia de su tono era tan fuerte que creo que podría resquebrajarme el alma. Me deshice en lágrimas silenciosas que no pude controlar.
—Yo solo quiero ayudarnos a todos a mejorar.
—Princesa, y yo quiero ayudarte a ti, pero siento que estamos en un círculo vicioso que no nos deja avanzar a ninguno. Necesitamos distancia. Mira lo feliz que es tu madre ahora. Se estaba consumiendo, pero tú vas por un camino mucho peor que ese.
No, yo no era como mi madre. Yo no abandonaba, seguía luchando hasta el final. Y para mi padre, eso era un problema. Nunca había sido el tipo de persona que se muerde las uñas, pero en ese momento estuve a punto de hacerlo.
—Yo estoy bien, papá —la desesperación habló por mí, arrastrándome por las profundidades de mi arrepentimiento—. No me eches.
«Por favor».
—Lo hago por ti. ¿No ves que nos pasamos el día recordándonos el uno al otro lo que nos cuesta avanzar? He hablado con Arnau. Él se va a quedar conmigo, y ha aceptado ayudar si te marchas. He hablado con tus amigas, y siguen teniendo una habitación para ti.
No es que no quisiera vivir con Claudia y Anna, es que no quería dejarlo a él, ni a Arnau.
—Pero... —ni siquiera fui capaz de hablar.
—Solo ayudaré si te vas —mi hermano se metió en la conversación—. Te lo prometo, Georgina.
—Georgina, es hora de que hagas tu vida —concluyó papá, como si ya no hubiese más asuntos que discutir—. Y de que nosotros hagamos la nuestra.
Y no pude hacer nada, porque mi padre ya había dictado sentencia.
Este capítulo me pone un poquito triste, pero creo que era necesario para Georgina.
Espero que lo hayais disfrutado,
Mil gracias por leer,
Noëlle
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