34. Besar un 'te quiero'

GEORGINA 

A pesar de mis insistencias, Kres se negó a dejarme ir sola en tren a esas horas y se mantuvo pensativo, con la palabra en los labios durante la media hora que tardamos en llegar a la ciudad en la que yo vivía. De vez en cuando chasqueaba la lengua, y en un par de ocasiones me pareció que iba a hacer una pregunta que no llegó.

—Gracias por el trayecto, la verdad es que ha sido más rápido que el tren —me despedí en cuanto llegamos.

—Era lo menos que podía hacer.

Durante unos segundos me quedé allí, de pie, junto a la puerta del coche, sumida en un embrujo. Esperando que dijera eso que no se atrevía a pronunciar.

No dijo nada.

Cerré la puerta del coche y me alejé hacia el portal. No esperaba que él me siguiera. Me di la vuelta.

—¿Kres? —la comisura de sus labios se estiró ante la abreviación de su nombre —. ¿Pasa algo?

Él tomó aire y se plantó frente a mí, pensé que podríamos convertirnos en estatuas, o que ya lo éramos porque el tiempo se detuvo.

—Te fuiste sin hablar conmigo —dijo.

Se me desbocó el corazón.

—Kresten... íbamos a fingir.

—Quiero darte mi versión.

—¿De qué?

El aire atascado por el calor hizo que fuese complicado respirar. Y eso que parecía difícil superar la tensión que había reinado en su despacho durante toda la tarde.

—Sea lo que sea que te ha contado Míriam —explicó, consternado—. Solo es su versión.

Me había contado que se había acostado con ella y que ella estaba enamorada de él. Que la dejó ilusionarse y luego no quiso nada. Míriam me advirtió de que Kres solo quería meterse en mi cama. Y hasta la fecha no se había equivocado del todo. Aunque, si de verdad eran esas sus intenciones, se implicaba de formas verdaderamente extrañas.

—No es asunto mío —dije.

No me fiaba del todo de Míriam, pero... Kresten parecía alérgico al amor y eso no me ayudaba en nada.

—Pero mío sí —replicó él.

Toda mi piel se erizó. Asentí, rendida y dispuesta a escucharle.

—Bien, habla.

—Me acosté con ella, sí —odié el pinchazo que me atacó el corazón tras su confesión—. Fue el otoño pasado y solo fue una vez. En ese entonces éramos amigos desde hacía casi dos años. La conocí poco después de que terminara el confinamiento por la pandemia. Sergio me la presentó. Al principio apenas hablaba con ella y de hecho siempre había pensado que estaba enamorada de Sergio. Tienen una amistad muy cómplice y cercana. Pero me equivoqué. Esa noche estábamos de acampada. Ya sabes. Son esos planes que se le ocurren a Sergio. Hablamos hasta tarde y pasó. Pensé que ella solo quería sexo, como yo, y de hecho, lo hablamos, pero... no nos entendimos. Ella creyó que estaba hablando con indirectas.

»Ella se enfadó muchísimo cuando, por la mañana, le aclaré que eso se quedaba ahí. Sergio me presionó mucho y yo no quería fastidiar la amistad que tenía con ella, así que pensé que podía intentarlo. Tuvimos una cita, pero no funcionó, yo no... no sentía nada. Las cosas con ella no han vuelto a ser como eran. Y yo no tengo follamigos. Ya la jodí una vez con ella, no quiero volver a verme en esa situación, porque decir que los sentimientos no se meten por medio acaba siendo una mentira. Poco después conocí a Matías. Desde el principio supe que era más capullo que yo y nuestra relación se basaba únicamente en el sexo.

No sabía cómo sentirme con respecto a todo lo que me había dicho.

—Gracias por contármelo —le dije—. Aunque... no entiendo por qué necesito saberlo.

El pinchazo de celos que tenía clavado en le pecho tampoco lo entendía.

—Porque decir que los sentimientos no se meten por medio, acaba siendo una mentira —repitió y dio un paso en mi dirección—. El sexo siempre ha sido una forma de desahogarme. Una liberación de estrés. No podía hacer eso contigo en mi despacho —hizo una pequeña pausa que aumento esa tensión insoportable que nos rodeaba—. Porque hubiese sido otra cosa —apartó la mirada y sonrío con amargura antes de hablar en inglés—. Qué irónico, ahora soy yo el que siente.

—Pero... tú y yo vamos por caminos diferentes y me dijiste que... —estaba muy confundida. Tanto que ni siquiera supe si lo que estaba diciendo tenía coherencia.

—A la mierda con lo que te dije en la inauguración. Soy un idiota —me tomó la mano y la puso sobre su pecho. No me resistí—. ¿Crees que esto es fingir? —Su corazón latía tan rápido como el mío—. Yo no me preocupo de esta forma por nadie. Yo no siento esto por nadie que no seas tú.

Se acercó un poco más. Lo justo para que nuestros rostros pudiesen sentir la caricia de nuestras voces. Todos mis sentidos se centraron a él y en la calidez nerviosa que se arremolinaba en mi interior.

—¿Qué es lo que quieres de mí, Kresten? ¿Una noche? ¿Horas? Yo no...

Todo. Lo quiero todo.

Me dio un vuelco el corazón porque eso parecía una declaración de amor y yo quería corresponderla.

Todo. Lo quería todo.

—Dame una razón para que no te bese —rogó, ante mi silencio—. Dámela porque voy a volverme loco si sigo pensando en ti a cada puta hora y sé que no me lo merezco.

—Tengo miles —susurré.

—Y todavía no has dicho ninguna.

¿Y qué iba a decir? ¿Por qué estoy enamorada de ti? ¿Por qué creo que te quiero? ¿Por qué no quiero que me rompas el corazón?

No quería vivir con miedo.

Su frente se posó en la mía. Cerré los ojos, porque era la única forma de mantenerme de una pieza. Las rodillas me temblaron y, cuando él me acarició la cintura, no pude hacer más que sujetarme en su camisa. Apreté los puños ligeramente antes de susurrar:

—Si lo que intentas decir es que me quieres, bésame.

Y lo hizo. Podría jurar que era el primer beso de toda mi vida, porque consiguió que mis labios olvidaran que alguna vez habían sido besados, incluso por él. No pidió permiso, pero se deleitó, como si el sabor de nuestras bocas fuera lo único que pudiese dar sentido al remolino de sentimientos que nos sacudían.

Su lengua se deslizó por mi labio inferior y no fui capaz de contener un gemido. Me apretó fuerte contra él. La mano que tenía en la mejilla se movió hacia mi nuca, donde me agarró suavemente del cabello y se encargó de guiar los movimientos de mi cabeza. Sentí que volaba, junto con las enredaderas de mi estómago, que se enzarzaron con mis costillas y no encontraban la forma de liberarse.

El beso se intensificó. Él parecía tener intención de arrasar conmigo. De tomarlo todo.

Y yo quería dárselo.

Di un paso hacia atrás y quedé arrinconada entre él y la pared del portal. Ese beso era más de lo que había estado esperando, y no sabía si sería capaz de olvidarme de él. Me tomaba del rostro con cuidado y al mismo tiempo, no se deshacía de esa firmeza y decisión que solía acompañarlo.

—Debería irme —susurró en mis labios.

«Oh, no. Ahora no vas a ir a ninguna parte».

Lo agarré más fuerte de la camiseta. Había dicho que me quería.

Me había besado un "te quiero".

No podía irse.

—No te vayas —le pedí.

Él apoyó la mano en la pared, junto a mi cabeza, y se separó un poco para mirarme. Su rostro estaba bañado en cariño y deseo.

—Si me quedo, haremos algo más que besarnos —me aseguró.

—Quédate. Aunque sea una vez.

No me hizo falta pedírselo de nuevo.

—¿Y si no es sólo una? —se inclinó un poco para susurrarme el oído—. Todo, Georgie. Si subo contigo, lo quiero todo. Hoy, mañana y...

No le dejé continuar.

—Kresten, no me hagas ilusiones.

—Soy yo el que se las está haciendo.

—Entonces, ¿ya no vamos a volver a fingir? —le pregunté con el temor en los labios. Sonaba demasiado bonito para ser cierto.

—No podría aunque quisiera —respondió.

Subimos hasta mi casa, donde nos escabullimos en silencio hasta mi habitación. Por suerte no me topé con mi hermano ni con papá. Estaban en casa, se escuchaba el televisor encendido del cuarto de mi padre y una línea de luz salía del inferior de la puerta del cuarto de Arnau.

Una vez estuvimos en mi cuarto, puse en marcha el ventilador. No sabía si el calor era por el verano, que ya atacaba fuerte, o por Kresten y... esa jodida intensidad suya.

Antes de que pudiese quitarme los zapatos, Kresten ya se había abalanzado sobre mí, agarrándome de las nalgas con ambas manos. Caminó, mientras yo me sujetaba de sus hombros, hasta la cama, donde cayó encima de mí. Tuvo que sujetarse en la pared porque estuvo a punto de golpearse en la cabeza.

Vaya bruto.

—No tenía pensado traer a nadie aquí —aclaré, aguantándome la risa. Mi cama era individual, así que dormir ahí iba a ser una aventura.

—Presiento que voy a acabar en el suelo esta noche —bromeó. Se acomodó sobre mí, con una pierna a cada lado de mi cadera y las manos junto a mi rostro.

—Es muy fresquito. Seguro que lo disfrutas.

Negó con la cabeza, apretando los labios en una sonrisa canalla.

—Eres una...

—¿Una?

—No sé la palabra en español.

—Yo te la digo. Lo que quieres decir es que soy maravillosa.

—No, esa no es.

—Sí, admítelo.

Tiró de mi labio inferior con los dientes, provocando que soltara un pequeño quejido que hizo vibrar todo mi cuerpo. Se rio.

Le tapé la boca con la mano, pero él se encargó de agarrarme de la muñeca y jugar a dejar besos por mi antebrazo. Desconocía por completo que la piel de mis brazos fuera tan erótica.

—Sh, están mi padre y mi hermano en casa —le dije, luchando por no derretirme ante los besos que subían por mi brazo—. No hagas ruido.

Me dedicó una sonrisa seductora, mientras arqueaba una ceja.

—El que va a hacer ruido no seré yo.

Ególatra.

Su boca subió hasta mi hombro.

—Estás como un tomate —añadió, divertido. Antes de tirar del lóbulo de mi oreja y bajar sus besos hasta la zona más sensible de mi cuello.

—Dios mío, no vas a pa...¡ah! —Mi voz se extinguió, junto con mi capacidad de pensar con claridad porque sus besos bajaron a mi escote.

Mi camiseta acabó en el suelo minutos más tarde junto con la suya. No podíamos dejar de besarnos mientras nos deshacíamos de la tela que separaba nuestros cuerpos. Mi sujetador también terminó en el suelo, junto con mis pantalones y los de él.

Allí, prácticamente desnudo sobre mí, se me antojó muchísimo más grande de lo que me parecía. Sus músculos tonificados eran una tentación que quería acariciar, besar y...

Estaba paralizada. Quería responder a él, todo mi cuerpo lo anhelaba y a pesar de que mis caderas respondían a las suyas, mis manos, no sabían que hacer, aparte de mantenerse en su nuca y aferrarlo a mí. Le solté los cabellos, que cayeron en cascada en ambos lados de su rostro, acariciándome la piel.

Su boca se cerró sobre uno de mis senos, mientras él los masajeaba. Estábamos ardiendo. Él, yo y su lengua juguetona que se deleitaba con mi piel.

Ni siquiera podía pensar con claridad y él, volvió a rogarme que le regalara mis gemidos. Que los susurrara todos para él.

Sin separar sus labios de mi pezón, bajó sus caricias a mi entrepierna, anhelante, que lo esperaba. Esa vez quería llegar hasta el final. Me acarició por encima de la tela y cerré las piernas alrededor de sus caderas. Él enredó los dedos en la última prenda que me quedaba, e hizo ademán de bajarla.

Me estremecí.

Él se detuvo y dejó un camino de besos desde mi antebrazo hasta mi boca.

—Georgina, ¿eres virgen? —susurró en mis labios. Directo y sin tapujos.

Mierda. Eso era lo último que esperaba que dijese.

Me sonrojé, llena de bochorno y vergüenza. ¿Tan evidente era?

Contarle la verdad implicaría sus preguntas, y no sabía si quería que él supiese que él había sido el primero de todos los chicos con los que había estado, que realmente me había hecho sentir. Mis sentimientos eran míos y no quería compartirlos. No quería hablar de mis dificultades para excitarme.

Pero no contárselo era una inmadurez, porque, efectivamente, se había dado cuenta. Así que me tapé el rostro, como pude. No necesitó más para entender que sí, que lo era.

Él separó un poco el rostro. Sus ojos eran insoportables. Y yo no tenía escapatoria.

—¿Por qué no me lo has dicho? —preguntó.

—¿Vas a rechazarme? —bajé la mirada a los tatuajes de su pecho—. Me vas a rechazar por ser virgen o te da morbo, ¿cuál de las dos?

—Ninguna de las dos opciones, Georgie —contestó, muy serio—. Pero... hace... joder, ¿por qué no me lo has dicho? Podría haberte hecho daño.

—Mi virginidad es asunto mío. No tuyo.

—Sí, es cierto que es asunto tuyo. Pero... pero... —él parecía estar a punto de tener un cortocircuito de pensamientos—. La primera vez. Hace una semana me pediste tu primera vez y yo te dije que no. Y ahora...

—¿Vas a volver a decirme que no?

No se había separado de mí. Me tomó de las mejillas y aunque su mirada seguía siendo igual de intensa que antes, nunca la había sentido tan íntima.

—¿Te hice daño? El otro día, en mi despacho. Te estremeciste —concretó—. ¿Te hice daño cuando...? Necesito saber que no te hice daño.

—No me hiciste daño.

Siguió sujetándome de las mejillas. Sus rodillas se hundieron en el colchón. Hice ademán de bajar las piernas, que seguían enrolladas en su cintura, pero sus muslos hacían presión contra mí y no pude.

—No me mires así, me avergüenza —me quejé. Y aparté lo único que podía controlar: la mirada.

—¿Qué es lo que te avergüenza? —él parecía tan confundido que dudé de si mis inseguridades eran coherentes.

—Tengo veinticuatro años y... la gente me hace sentir como si hubiera algo raro en mí porque no me he acostado con nadie. No había querido hacerlo hasta... —suspiré— ti.

Con él todo era distinto porque me sentía a gusto, segura y... en casa. Nunca me había sentido así con otro hombre.

—Georgie, eres como un monumento —susurró de vuelta—. Cada vez que te miro encuentro algo nuevo e interesante. No hay nada malo en ti. La gente tiene muchos prejuicios y a mí me dan igual todos.

—No lo digas para hacerme sentir mejor.

Los chicos con los que había salido, habían estado más preocupados de sus pollas que de mí. Por eso, en cuanto los besos subían de nivel, mis ganas bajaban. Se habían excitado con mi virginidad como si eso fuese un trofeo, hasta que decidí que fuese mi secreto. No me querían a mí, querían lo que yo podía darles.

Nunca había sido una chica de sexo casual, a pesar de lo mucho que lo había intentado. Eso no era para mí. Así que genial para quien lo disfrutara.

—Me han juzgado muchas veces porque soy bisexual. Me han dicho cosas muy desagradables e incómodas. La verdad es que no elijo de quién me enamoro y que disfruto de mi sexualidad de la forma en que funciona para mí. Hay personas a las que es mejor no hacer caso porque están llenas de prejuicios e ignorancia —explicó Kresten—. Nunca diría algo tan importante solo para que no te sintieras mal. Créeme cuando te digo que haces que me cuestione todo lo que soy y nunca estoy a la altura.

Le acaricié la mejilla y retiré un mechón de cabello que tapaba sus hermosos ojos azules. Otra vez, me había reconfortado con sus palabras otra vez.

—Lo estás, solo tienes que intentarlo.

Él se mordió el labio.

—Me aterroriza hacerte llorar, Sunflower.

—No te veo capaz de hacerme llorar.

—¿Y si fallo?

—¿Y si fallo yo?

No hubiese pensado que ese hombre estaría lleno de inseguridades. Quería abrazarlas todas, al igual que él abrazaba las mías.

Me haces sentir jodidamente especial —confesó en inglés—. Y no sé cómo manejarlo.

—Tan solo déjame seguir haciéndolo.

Me besó con tanta veneración que podría haberme convertido en arte. Perdí todo el miedo residual que me quedaba. Voló, como cenizas al viento.

Nos deshicimos de todo lo que quedaba entre nosotros. Su cuerpo viril, atractivo y musculoso se lanzaba sobre mí, imponente y experimentado.

No me dio tiempo a sumirme en mis inseguridades de nuevo, porque me agarró de los muslos y hundió la cabeza entre mis piernas. Sus besos llegaron enseguida, y su lengua, que tenía la intención de llevarse toda mi cordura. No se limitó a besar y succionar, sino que decidió seguir penetrándome con sus dedos, hasta que me vi obligada a morder la almohada para no deshacerme en gemidos que escucharían hasta los vecinos del apartamento más alejado.

Sus besos volvieron a mis labios mientras intentaba recuperar el aliento. Me atreví a ser yo quien lo tocara. Estaba duro y firme. Descubrí que su lengua sabía mejor cuando venía acompañada de jadeos y gemidos que eran solo para mí.

Babe —me encantaba que me pusiera motes cariñosos—, vas a tener que parar, porque no quiero acabar tan pronto.

Él se acomodó entre mis piernas y noté su excitación rozar la mía. Mi cuerpo se tensó, y a pesar de las ganas que tenía de sentirle dentro de mí, temía que fuera a dolerme.

—¿Estás bien, Georgie? —susurró, atento.

—Estoy nerviosa.

Él se mordió el labio.

—¿Estás segura de que quieres...?

—Sí —lo quería. Lo anhelaba. Deseaba que se encajara a mí y nos impregnaramos el uno del otro. Que su olor a madera se mezclase con mis girasoles.

Me dio un beso cariñoso en la frente.

—Avísame si te duele, por favor —aquello sonó como una súplica. Asentí.

Se introdujo lentamente, llenándome. Sentí una punzada de dolor que me hizo sisear y él se detuvo de inmediato. Le pedí que se moviera, pero no siguió entrando. Salió de mí y me permitió acostumbrarme a él con movimientos cortos y lentos, hasta que fui yo quien alzó las caderas, para sentirlo por completo. El dolor desapareció minutos más tarde, dando paso a un placer que nunca había sentido.

Kresten me besaba los labios, el cuello, los hombros y los pechos como si mi piel fuera oxígeno y después volvía a empezar. Se movió lentamente dentro de mí, llenándome de un placer lento y apasionado. Nos unimos. Y yo me aferré a él, con los brazos sobre su espalda, las uñas en sus hombros y las piernas alrededor de sus caderas.

Y los girasoles que tanto me gustaban comenzaron a girar. A bailar. A llenar la habitación de preciosos pétalos amarillos.

Kresten se dejó caer sobre mí cuando llegamos al clímax, primero él, luego yo. Entrelazó sus manos con las mías.

—Ha estado bien —bromeé, divertida.

Él, que tenía los ojos cerrados, negó con la cabeza, sonriente.

—¿Solo bien? —abrió un único ojo para mirarme.

—Maravilloso. Increíble —respondí—. ¿Cuándo repetimos?

—Dame cinco minutos —jadeó, exhausto, mostrándome la palma de su mano abierta. Me eché a reír por lo gracioso que me pareció.

Cinco minutos más tarde estaba más que preparado para repetir. Hicimos el amor de nuevo y después nos encajamos entre recuerdos y confesiones, el uno enredado en el otro.

PORFIIIIN. Yo es que me muero de lo tiernos que son. 

Se hizo de rogar pero se consiguió jajaja qué adorables son. 

¿Qué os ha parecido este capítulo?

Mil gracias por leer, 

Noëlle

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