28. Oh, darling, please

KRESTEN

Georgina aprendía rápido. En tan solo una semana ya los había superado a los chicos nuevos en casi todo. A diferencia de Alex, que se hacía un lío con los billetes de cinco y que me provocaba ansiedad verlo cerca del dinero, Georgina controlaba la caja perfectamente. Tenía una actitud amable y seria con los clientes, se ocupaba de tener el espacio de trabajo limpio, adelantaba cosas cuando no había clientes y siempre estaba ocupada. Podría decir que había encontrado a la empleada perfecta, salvo que, a veces, forzaba tanto las sonrisas que parecía estar a punto de mandar a alguien a la mierda.

A Sergio no le molestó que la contratara, de hecho, le pareció buena idea porque, tal y como yo le había avisado antes de abrir, estaba yendo justo de personal. Las libreras iban bien, pero el trabajo de la cafetería era demasiado.

Cuando llegué a las diez de la mañana, Georgina servía a una pareja de británicos jubilados, que le explicaban, con mucho entusiasmo, la ruta que estaban siguiendo por la costa española. El nivel de inglés de la chica era básico, gracioso y adorable. El hombre había sacado un mapa, y la muchacha, sonreía y asentía con cordialidad, mientras la esposa de él le insistía en que no era necesario que explicara todo el viaje. "Oh, darling please", mascullaba la esposa, avergonzada a la vez que risueña. Pero el hombre siguió hablando, porque Alex, se unió a la conversación para hablar de calas. A ese muchacho le gustaba mucho charlar.

Georgie me saludó ligeramente con la mano en cuanto me vio entrar. Nunca me acostumbraría a verla con los cabellos recogidos; ese día se había hecho una trenza, pero la tarde anterior llevaba una coleta alta. Tenía una cara preciosa. Y jodidamente tentadora. Le devolví el saludo y me dirigí a la librería, donde Paulette y Míriam organizaban las novedades recién llegadas y retiraban algunos libros para el almacén.

—¡Buenos días! —las saludé.

Paulette me contestó con entusiasmo. Miriam se limitó mirarme con desdén y volvió a lo suyo.

Me enervaba. Había estado hablando con Sergio sobre ella, porque no entendía por qué estaba en la tienda. Era una niña rica como él, que se lavaba el pelo con un champú caro y no había limado en su vida. Mi amigo me contó que ella se había revelado con sus padres y que ahora compartía piso en el centro con cinco personas y que estaba ganándose la vida por sí misma. Quería demostrarle a sus padres que no los necesitaba.

Que hiciera lo que le diera la gana, pero que no me tocara las narices. Si su actitud afectaba a mi autoridad en el negocio, íbamos a tener problemas.

Tuve trabajo en el despacho hasta bien entrado el medio día. Esa misma semana comenzábamos con los eventos literarios, y el primero sería la presentación de una autora bestseller de romance. Quería empezar con algo que me llenara el edificio y eso, prometía.

Revisé la librería después de comer y me entretuve con algunos clientes que pedían recomendaciones literarias. Descubrí que me gustaba y vendí un par de ejemplares de misterio a un hombre que buscaba lecturas para llevarse a la playa.

Encontré a Georgina sentada en un lado de la cafetería cuando fui a ver que tal les iba. Era su tiempo de descanso y en lugar de salir, estaba enfrascada en unas anotaciones mientras miraba gráficos en la pantalla de su teléfono.

—¿Qué haces? —le pregunté, con cierta curiosidad.

Ella levantó la mirada.

—Estudio resistencias y soportes de algunos títulos que me parecen interesantes.

—¿Y eso es?

Se rio.

—Mercado de valores —me aclaró, mostrándome los gráficos—. Tienen que ver con la subida y bajada de títulos.

—¿Títulos como Shares en inglés? —le pregunté, pues no tenía muy claro si era eso de lo que hablaba—. ¿Stocks?

Asintió con una adorable sonrisa.

—Ajá.

Wow, broker girl! —exclamé y me senté frente a ella—. ¿Cómo funciona?

Su mirada se iluminó, e ilusionada, comenzó a explicar:

—Pues las resistencias son el precio en el que una acción deja de subir para volver a bajar y los soportes, al contrario, son cuando las acciones dejan de bajar para subir de nuevo. Y puedes llegar a estrategias de inversión con ellas porque ayudan a prever, un poco, el futuro de la fluctuación. Mira.

Cambió las fechas del gráfico que estaba analizando y señaló las acciones que se detallaban en la parte inferior de la pantalla.

—Estás son las mías —me explicó—. No son de verdad, es un simulador. Pero si ves el historial de compra de estas acciones, siempre las he comprado en soporte y, por eso, de momento no tengo pérdidas.

Eso sonaba interesante. Yo no tenía ni idea de inversiones, pero siempre había oído hablar de caídas y bajas de la bolsa en las noticias.

—¿Es una forma de invertir seguro? —le pregunté, crucé los brazos y apoyé los codos sobre la mesa.

—No, porque los soportes y resistencias pueden cambiar. No hay nada seguro en bolsa, pero hay menos riesgo.

—Vaya, qué interesante.

Acaba de descubrir que la inteligencia de Georgina me excitaba y no era una buena noticia. Estaba siendo muy complicado ignorar mis sentimientos cuando la tenía cerca cada día.

«Kresten, céntrate. Te rechazó».

Porque no quise nada más con ella, y desde entonces, no había podido dejar de pensar en qué hubiese sucedido si le hubiese dicho que la invitaría a salir y que, si le apetecía, podía quedarse a dormir en mi casa otra vez después de aquello.

«Tú no tienes novias».

Dayana me hizo una señal con la mano, así que, muy a mi pesar, dejé a Georgina con sus estadísticas y subí las escaleras hasta la zona superior de la librería.

—Kresten, no es buena idea —me dijo la morena.

—¿De qué hablas?

—Georgina es simpática, pero, ¿has pensado en la tensión?

Resoplé.

—Dayana, Georgina necesitaba un trabajo y yo necesitaba alguien más en la cafetería, ¿cuál es el problema?

Ella se llevó una mano a la frente y resopló también.

—Míriam no es un problema —le aclaré, porque tenía muy claro que iba a hablarme de eso.

—Para ti no lo es.

—¿Qué quieres que haga?

—Hablar con ella y decirle que lo sientes —me dijo por lo bajo, casi entre dientes.

—¡Ya lo he hecho! —exclamé, en un susurro—. ¡Varias veces!

—Pues hazlo otra vez, porque eso de que no os habléis es muy incómodo. Y ahora, traes a tu nuevo ligue al trabajo.

No iba a discutir con ella sobre lo caprichosa que era su mejor amiga. ¿Qué más quería de mí?

—Georgina no es mi ligue —le aclaré. Ni lo sería. Tenía suficiente con una chica con el corazón roto. Me gustaba muchísimo Georgie, pero si lo intentaba y salía mal como con Míriam o con Killian no me lo perdonaría. Era mejor dejarla estar—. ¿Quieres que hable con Míriam? Okay, hablaré con ella. Pero deja a Georgie en paz, no la metas en esto porque no tiene nada que ver.

Dayana se cruzó de brazos, indignada.

—Claro que no tiene nada que ver. Aquí el que tiene que arreglar el mal ambiente eres tú.

Resoplé de nuevo, alejándome de ella.

—Tengo mucho trabajo, Dayana. No tengo tiempo para estar enredado en un círculo vicioso.

Dayana suspiró.

—Ya sé que Míriam es un poco tozuda, pero me gustaría que mis amigos volvieran a ser los de antes y a hablarse, bromear, pasar bien el rato. ¿Puedes intentarlo por mí? ¿Por favor?

Eso cambiaba las cosas.

—Lo intentaré, pero no voy a arrastrarme.

Sonrió, enseñando los dientes.

—Gracias, hablaré con ella para que ponga de su parte. O dimitiré, ¡porque no os soporto!

Me pasé la tarde intentando acercarme a Míriam, pero cada vez que lo intentaba ella se escurría a hablar con algún cliente o dejarme con la palabra en la boca. Solo me escuchaba cuando le daba órdenes como superior y, a veces, ni eso. Era como si mi voz fuera un murmullo de lluvia molesto al que de vez en cuando y si le venía en gana decidía hacer caso. Maldije a Sergio por empeñarse en contratarla.

¿Por qué no podía ser Míriam como Matías? Él se había olvidado de mí en dos días.

Esa noche, cuando fui a cenar con Manuela, al sentarme en el sillón del balcón me dio la impresión de que podría quedarme allí dormido. Estaba agotado.

—¡Ay, qué carita! —exclamó Manuela, que había preparado nuestra cena como cada martes—. ¿Qué no estás durmiendo bien, muchacho?

—Estoy casado.

Se río con carajadas melodiosas.

—Ojalá lo estuvieras diciendo de verdad, pero te has equivocado.

Tenía problemas con las palabras que solo se diferenciaban con una s. Como cansado y casado o pesado, pecado y pescado. El español era una tortura.

—Cansado, quise decir cansado.

Tenía más que asumido que no sería la última vez que confundía esa palabra.

—Tener un negocio es muy complicado —me explicó ella—. ¿Te he hablado alguna vez de nuestra tienda?

Fruncí el ceño y me incorporé. Manuela había preparado croquetas y eran mis favoritas. Agarré una.

—No.

Manuela siempre tenía algo nuevo que contar. Ya fuera sobre su juventud, su matrimonio, sobre los primeros televisores, la posguerra, o el evento más singular e irrelevante de su vida, incluso ahí, sabía sacar una historia.

—En el ochenta y cuatro, abrí una merecería. Al principio no iba muy bien, porque había otra mercería cuatro calles más abajo y la dueña era una arpía. Doña Isabel era... uf —puso los ojos en blanco y gesticuló, exageradamente, con las manos—, ¡Nadie quería meterse en su terreno! Pero su calidad no era buena, y eso la gente lo notaba. Entre ella y yo, todas las vecinas del barrio estaban entretenidísimas.

—La guerra de las medias.

—Yo la gané, porque mi producto sí era de calidad. ¿Sabes qué pasa? —hizo una pausa, señalándome con el dedo índice—. Haz las cosas bien. Si eres honesto con tus trabajadores y tus clientes, tienes una gran parte del trabajo hecho. No hay nada mejor en la vida que tener personas con las que contar, incluso aunque sean clientes fieles que disfruten de ir a tu cafetería-librería, solo porque la habéis hecho mágica.

Eso sonaba bien.

—Gracias por el consejo, Manuela.

🌻🌻🌻

Cuatro días más tarde, todo seguía igual. La librería se sumía en un silencio insoportable cuando Míriam y yo compartíamos espacio. Las risas y bromas se extinguían y Dayana me dedicaba miradas preocupadas desde detrás de las cubiertas.

Georgina seguía sirviendo cafés, riéndose con Alex y los otros chicos de la cafetería. Era como un girasol, llevándose la luz a la planta inferior o a la terraza, en función del día, mientras la librería seguía sumida en penumbra y polvo. Qué egoísta, por su parte, quedarse toda la alegría.

La presentación de esa tarde fue todo un éxito. El local se llenó y la escritora decidió alargar el horario de firmas para que le alcanzase a dedicar los ejemplares de todas las personas que esperaban, ilusionadas por su dedicatoria.

Georgina tenía la mirada fija en la fuente de los dos amantes melancólicos cuando el evento terminó. Se había encargado de repartir dulces a los presentes.

Me acerqué a hablar con ella. Ni siquiera sabía de qué, pero cualquier cosa me servía.

A mí no me dedicó ninguna sonrisa. Los girasoles se iban cuando estaba junto a mí. Me gustó pensar que era porque conmigo ya no necesitaba fingir.

—Creo que voy a leer ese libro de la presentación —me dijo.

—Llévate uno, puedes devolverlo después.

—Gracias —apretó en sus labios. Se abrazó a sí misma y perdió la mirada en la fuente de nuevo—. Tengo que ir a ver a mi madre este fin de semana —no sonó entusiasmada—. Va a celebrar una fiesta de compromiso.

—No suenas muy feliz.

Suspiró. No lo estaba.

—Soy una hija horrible.

—No es verdad.

Ella negó con la cabeza repetidas veces, como si estuviese intentando sacudir sus pensamientos y de ese modo pudiese obligarlos a marcharse.

—Sí, lo es, porque lo que más me preocupa es que llevo un mes sin conducir y tengo miedo de ir hasta allí sola. He pensado en pedirle a mis amigas que me acompañen porque mi hermano se niega a ir.

—Yo te llevaré —ni siquiera dudé.

Su mirada abandonó la fuente y se posó en mí.

—¿De verdad? —preguntó abriendo los labios.

Me encogí de hombros.

—No tengo planes para el sábado por la tarde.

Las facturas a proveedores podían esperar para otro día.

Georgina pestañeó varias veces, incrédula, antes de volver a llenarse de girasoles. Esos eran de verdad.

—Gracias —Se puso de puntillas y me dio un beso en la mejilla que me llenó de cosquillas—. Eres un trozo de pan, ¿lo sabes?

La tomé de la cintura por acto reflejo. Su cercanía alivió a cada célula de mi cuerpo que la había echado de menos. Ella se estremeció y se apoyó en mis hombros antes de susurrar:

—Kresten...

—Lo sé. —Y la solté.

No la miré cuando se marchó de la terraza, dejándola tan vacía como me sentía yo.

Ay Kresten, si estas deseando invitarla a salir. Que la pobre tampoco pidió tanto jajaja 

Mil gracias por leer, 

Noëlle 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top