23. ¡Ríndete!

GEORGINA 

«Eso de irte sin despedirte fue lo más cobarde que has hecho en mucho tiempo».

Me había imaginado a Kresten con esa chica pelirroja, que era monísima y se me habían estrujado las tripas. Luego había recordado la mirada atenta del chico moreno y se me habían estrujado todavía más.

«Te gusto, Georgie».

Capullo. Capullo. Capullo.

¿A qué mierda estaba jugando?

Estaba frustradísima.

Llevaba años buscando la excitación que me recorrió cuando estuve con él, acorralada en la esquina de la terraza de The Bookclub café. No estaba contenta con la decisión del destino, o de quién fuese que había allí arriba, que había decidido hacerme sentir con quién menos lo esperaba.

Las estadísticas del mercado de esa última semana no me ayudaron a despejar la mente. Tampoco lo hizo la limpieza a fondo que hice en el salón y la cocina. A veces, necesitaba sacarlo todo de sitio, tirar y tirar cosas, despejar lo que tenía a mi alrededor porque sentía que esa sería la única manera de despejar mi mente. Salí con Claudia y Anna el sábado, pero seguí sintiendo que había algo que no encajaba.

Ninguna perdió oportunidad de mencionar a Kresten, pues ambas estuvieron muy atentas a nuestro encuentro, desde la otra punta de la terraza.

Claudia había tenido una noche un tanto incómoda, después de que Sergio le presentara a sus padres y ella, más tarde, le dijese que sería mejor que no volviesen a verse. Tal y como predije, el chico se había llevado un chasco, pero era de esperar. ¿Quién demonios presenta a sus padres a una chica después de verla tres veces? Ni siquiera eran pareja.

El domingo llamé a mamá, hacía semanas que no hablábamos. La última noticia que tenía de ella, era aquel absurdo mensaje anunciando su boda. Sabía que estaba bien porque se había pasado las últimas semanas subiendo fotos a sus redes sociales de sus maravillosos viajes de fin de semana.

No me respondió al teléfono. Me envió un mensaje, que decía "Tesoro, estoy en Viena. Mañana te llamo".

El lunes a las siete de la tarde todavía no había llamado. Arnau y papá habían ido al hospital y yo me estaba ocupando de la tienda con Sandra.

—Georgina, ¿quieres que me espere a que lleguen? —me preguntó Sandra cuando bajé la persiana de la tienda. Su jornada había terminado y me había contado que tenía exámenes esa semana, por lo que no quise hacerle perder el tiempo.

—Puedo cerrar sola, no te preocupes.

Sabía lo estresantes que eran las semanas de exámenes y como diez minutos o incluso media hora podían hacer la diferencia.

Sandra me dio un abrazo fuerte de despedida, envolviéndome con su cariño y se marchó, diciendo "¡Hasta mañana, cuñada!". Todavía me sorprendía que una chica tan alegre, responsable y simpática estuviese enamorada de mi hermano.

Subí a casa después de cerrar. Las luces estaban apagadas y el silencio reinaba en la estancia. Todavía no habían llegado.

Kresten [8:00 PM]:

Mi tarjeta no funciona

¡Otra vez!

Después de días pensando en lo que había pasado entre nosotros en la terraza, se dignaba a hablarme para eso. Creí que ya habíamos superado el modo cliente pesado.

Georgina [8:01 PM]:

Me encantaría saber qué mierda haces con la tarjeta para que te falle tanto.

No lo puedo mirar en casa. Llama a atención al cliente

Kresten [8:02 PM]:

Me gusta más hablar contigo.

Tú no me pones hold music.


«No, Georgina. No te emociones por esa mierda de mensaje».

Capullo.

Georgina [8:03 PM]:

Ojalá tuviese música de espera. Te sangrarían los oídos.

Kresten [8:03 PM]:

Qué mala eres.

Georgina [8:03 PM]:

Por normativa no puedo abrir tus datos desde mi casa.

Llama a atención al cliente o ven a verme a la oficina.

Kresten [8:04 PM]

Las excusas para verme se te dan fatal.

Si me echas de menos,

ven a verme tú a mí.

Ya sabes donde trabajo😏

Georgina [8:04 PM]:

No te echo de menos, creído.

Kresten [8:05 PM]:

Okay, Georgie🧐


No me molesté en preguntarle a qué demonios venían esos emoticonos.

Me duché. El calor del agua cayendo sobre mi cuello le recordó a mi piel cómo se sintió el aliento de Kresten chocando contra mis labios, su mano en mi cintura, expandiendo sensaciones sobre mi piel que no conocía y...

«La cena, Georgina, tienes que salir de la ducha y preparar la maldita cena».

Me apetecía muchísimo una ensalada de tomate con queso.

«Tienes cara de que te guste el tomate».

¡¿Por qué mierda todo me recordaba a él?!

Había dicho «no» a los hombres. Y este, en especial, me traía loca.

«Te gusto, Georgie».

No, no y no.

Solo le traería problemas a un corazón al que yo había prometido no volver a sacar a pista de juego durante una buena temporada.

El portazo de la entrada de casa anunció que habían llegado seguido de un violento "Joder" de Arnau. Los pasos de mi hermano resonaron a lo largo del pasillo, hasta su habitación. Papá lo siguió con el pisar amortiguado de su pierna ortopédica.

—Arnau, por favor —suplicó nuestro padre. Mi hermano respondió con otro portazo que me hizo dar un respingo.

Mi hermano tenía un problema con descargar su ira contra las puertas y yo no tenía ninguna intención de repararlas.

Solté el cuchillo sobre la tabla de cortar y salí de la cocina. Me encontré a Papá con la frente apoyada en el marco de la puerta del cuarto de mi hermano, su antebrazo descansaba sobre su cabeza.

—¿Qué pasa? —pregunté.

Papá se limitó a negar con la cabeza.

—¡Gina, métete en tu puta vida! —gritó mi hermano desde el cuarto—. ¡Qué pesada es, por Dios!

—Arnau... —advirtió mi padre. No estableció contacto con mi mirada cuando me acerqué a él.

—Papá, ¿qué ha pasado? —susurré.

Otra maldición salió del cuarto de mi hermano. Respondí a ella dándole un toque en la puerta:

—¡¿Quieres parar?! —exclamé.

—Princesa, déjalo. No te preocupes —Papá apartó la cabeza del marco de la puerta para mirarme—. No tiene importancia.

Arnau abrió la puerta de golpe, con el rostro desencajado. Papá dio un traspié, sorprendido, hasta apoyarse en el lado contrario del pasillo. Yo me encaré a mi hermano, poniéndome entre ambos, pero él me apartó de un empujón.

—¡¿No tiene importancia?! —le gritó mi hermano con los ojos desorbitados—. ¡¿Es esa la respuesta que vas a dar a todo?!

Papá negó con la cabeza, pero no le respondió. Se limitó a permanecer en silencio, con esa mirada suya de "ya hemos hablado esto". No necesité que me lo dijeran para saber que se habían pasado todo el trayecto en coche discutiendo.

—¡No es importante! —continuó exclamando mi hermano—. ¡Va! ¡Repite que te importa todo una mierda!

—No es eso lo que he dicho.

—¡No haces nada! ¡Eres un puto lastimero! ¿Qué mierda te duele? —gritó Arnau.

Papá siguió sin contestar.

—¡Habla, joder! —alzó las manos al aire, exasperado—. ¡Habla!

—Arnau, por favor. Para —le advertí, moviéndome hacia ellos. Arnau alargó el brazo, con un gesto de alerta que decía "no te acerques más".

Quería ponerme entre ellos y detener ese incendio que habían traído a casa, pero apreté los puños y me contuve.

Arnau se acercó a papá todavía más amenazante. Sus hombros se habían tensado y su pecho subía y bajaba violentamente, al tiempo que su nariz se hinchaba.

—¡Dime algo! —repitió.

—Hijo, no es tan fácil —contestó papá al fin.

—¿Y es fácil tener un padre que parece un puto zombie? ¡Lucha, joder!

—Arnau, para. —volví a pedirle.

Papá lo intentaba, pero no era tan fácil como levantarse un día y decidir que podía contra todo. Ojalá lo fuese.

—No te metas, Gina —me advirtió mi hermano.

—Hijo... lo siento —papá suspiró sin fuerzas. Arnau se llevó las manos a la frente exasperado. Papá se dirigió a mí—. Princesa, no te preocupes, ve a hacer lo que estabas haciendo —los intentos de tranquilizarme de papá, no funcionaron. Su expresión decía lo contrario a sus palabras. Decía que estaba cansado, que tal vez Arnau tenía razón y que, en realidad, no podía más.

Arnau chasqueó los dientes, negando con la cabeza antes de seguir con sus exclamaciones.

—¡No! —se dirigió a papá de nuevo—. ¡No vas a lamentarte conmigo como con el médico!

—¿Pero qué ha pasado? —pregunté, mirando a mi padre, esperando una respuesta por su parte.

—No te lo va a decir, Gina, no te esfuerces —masculló Arnau—. Lo que le pasa es que se pasa la rehabilitación sentado, diciendo que no puede, mirando a la nada como un imbécil. No mejora porque no le da la puta gana. ¡No me extraña que mamá se fuera! ¡Es insoportable!

No me digné a mirarle, no podía moverme, me escocían los ojos y solo podía mirar la pared.

—Deja de decir eso —le supliqué, tomándolo del brazo—. Se está esforzando, no es fácil. No...

—¿Recuerdas cuando tuvo ese accidente por ti? Ojalá se hubiera matado, total, ya está muerto.

Le di un bofetón.

—Basta —me convertí en lágrimas silenciosas.

Arnau se llevó la mano a la mejilla. Su mirada, que ya era furia, se transformó en hielo. Por primera vez en mi vida, sentí miedo de mi hermano.

—¿Sabes cuál es tu puto problema, Georgina? —se dirigió a mí, con los ojos entornados pero inyectados en ira—. Qué estás tan centrada en controlarnos a todos como si fuéramos tus marionetas, que no tienes ni puta idea de quién somos. Papá no quiere intentarlo. Mamá pasa de ti. Y yo te soporto porque me das pena. Pero sigue, tú sigue con tu mierda de discurso. ¡Estemos felices! ¡Solucionemos nuestros problemas! ¡Habla con mamá! ¡Sonríele a papá! Yo no voy a hacer nada.

Me quedé con las palabras en la garganta, atascadas porque no sabía qué decir. A pesar de su descaro, Arnau nunca me había hablado así.

—Yo solo...

—No me interesa lo que vayas a decirme. Ya lo sé. Las cosas nunca serán como antes, así que déjalo. ¡Mamá se folló a nuestro profesor! ¡Vale, genial! ¡No es tu puta culpa! ¡Deja de comportarte como si lo fuera! ¡Deja de tratar a papá como si arreglarle la vida fuera a hacerte pagar tus pecados! ¡Ríndete!

No era verdad. Eso no era verdad.

Pero si no era verdad, ¿Por qué se me había mojado el rostro? ¿Por qué estaba llorando en silencio otra vez?

No. Yo no lloraba. Yo seguía adelante. Yo sobrepasaba el dolor. Yo...

Me limpié las lágrimas.

—Lo siento —la voz me tembló. Me costó desviar la mirada hasta papá porque tenía los ojos tan mojados que me pesaban las pestañas—. Voy a hacer la cena.

Necesitaba salir de ahí. No podía mirarlos a los ojos. ¿Qué si me sentía culpable?

Sí. Cada día de mi vida. Me sentía culpable por haber tenido problemas en clase y que mamá hubiese ido a reunirse con mi profesor meses después del accidente de papá. Me sentía culpable de haber sido la causa por la que mamá encontrara alguien que fuera su vía de escape.

Y me sentía culpable por ser una miedica al volante.

Sabía que no era mi culpa. Pero mi corazón no funcionaba igual que mi cabeza.

—Esto es increíble —siguió Arnau—. Yo me voy.

—Pero Sandra tiene exámenes mañana —le dije—. No...

—Ya estás otra vez. Preocúpate de tus putos asuntos.

Arnau volvió a su habitación y salió minutos más tarde con una mochila. Ni papá ni yo fuimos capaces de hablar. Se fue, con otro portazo que hizo vibrar las paredes. Los cimientos de nuestro hogar se transformaron en cristal y su fragilidad pendía de un hilo.

Me dolía el corazón. Gritaba y agonizaba. Dentro de su jaula de cristal. 

—Papá, yo... —dije cuando por fin recuperé el habla—. Lo siento, siento haberlo fastidiado todo. Siento... siento que...

—Mi amor, no es tu culpa —me acarició la mejilla y me rodeó en un abrazo. 

Yo no podía devolverle la pierna, ni el matrimonio, ni la felicidad. Se lo había arrebatado todo en un solo segundo y no sabía qué hacer para arreglarlo. Mi familia estaba rota. Yo la había roto.

El día que mamá se fue, le prometí a papá que ella volvería. Él me dijo que no, que no volvería y que él tampoco quería que lo hiciese.

Tardé varios meses en creerle.

—¿Por qué no le has dicho nada a Arnau?

—Necesitaba gritar. 

¿Y él? ¿Por qué no nos gritaba? ¿Por qué no me odiaba?

Me separé de él.

—Papá...

—Lo estamos intentando —suspiró con una leve sonrisa—. No tienes la culpa, tesoro. Arnau solo está enfadado.

—Pero...

Negó con la cabeza. Sus manos temblaban cuando se posaron en mis mejillas. Me dio un beso en la frente.

—Buenas noches, princesa —me susurró—. Te quiero.

Me quedé quieta y sola en el pasillo. En cuanto entró en su habitación se oyó el ruido amortiguado del televisor. Sonaría toda la noche porque él era incapaz de dormir en silencio.

No quiso cenar. Y yo no insistí. No tenía derecho a hacerlo. Así que me retiré a mi habitación también, porque el salón estaba lleno de fantasmas y sombras enganchadas en recuerdos.

La ensalada supo a lágrimas esa noche.


Siento mucho que nos estemos poniendo serios. Os juro que no pretendía llorar con este capítulo, pero esta historia, me ha hecho llorar varias veces mientras escribo.

Espero que paséis una Feliz Navidad. 

Subiré el próximo el miércoles. 

Mil gracias por leer, 

Noëlle 

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