35. Confesiones
No me podía concentrar.
Tal vez porque había dormido poco, o porque las sesiones con aquel paciente, David Smith, siempre me ponían la piel de gallina. Era un hombre que tenía una escala de narcisismo bastante alta, y a pesar de que el tratamiento ayudaba a que no fuera peligroso para la sociedad, muchas veces intentaba manipular la situación.
Manipulación.
Era una palabra que se me quedaba enganchada al pecho después de lo sucedido con Nadia. Ella no era una psicópata, pero aun así me pregunté cuánto de ella realmente me había dejado conocer en esos años. En ese momento me pareció que no era más que una desconocida.
Nada como Laia.
Que entró en mi vida siendo nadie, encendió un fuego en mi interior, pequeño, del tamaño de una vela y ahora debía apagarlo.
Así que allí estaba, esperando que la sesión con aquel paciente se terminara, para poder hablar con Jenkins o para ver si podía tentar a la suerte y aprovecharme de que él no mencionara nada sobre mi petición de cambio de médico de Laia.
La había tramitado la mañana anterior. Pensé que la mejor manera de hacerlo era encontrar a otra doctora con la que ella pudiera congeniar, y pensé en la doctora Ana Martínez. Era una mujer española, por lo que podría hablar con ella en su idioma y quizás, eso la haría sentir más a gusto. Tuve que decirle que me enviaba Jenkins a informarla, aunque aquello no fuera cierto. Sí, había sido todo un atrevimiento, pero no quería volver a ver a Laia en una consulta.
—Kaas, ¿por qué han cambiado las citas con Laia Baldrich? —me preguntó Jenkins cuando el paciente se marchó y nos quedamos a solas—. Es curioso, porque no me has dicho nada, pero me ha llegado un mensaje de la doctora Martínez preguntando sobre algunos asuntos de su diagnóstico. ¿Cómo lo has hecho?
Suspiré. ¿Por dónde debía empezar?
Supongo que se dio cuenta de que la historia era larga, porque cerró la puerta de la consulta.
—Harald, ¿no te sientes capaz? —Se apoyó en la mesa y se cruzó de brazos.
—No es eso. Puedo hacerlo, pero...
Me pasé la mano por el cabello en un intento de buscar claridad.
—Es algo que puedes hacer, no te hago falta en consulta, de hecho.
—No se trata de eso. Es... más complejo que eso.
—¿Quieres asesoramiento?
—No, es que...
—¿Es por tu divorcio? ¿Necesitas unos días libres? Si es por eso, puedo...
No me había hecho falta decirle que me estaba divorciando. Hacía semanas que se había corrido el chisme por toda la planta de psiquiatría de que mi dedo anular ya no llevaba anillo. Al final no vendí el anillo, se lo di a Lennart y le pedí que se deshiciera de él y no me contara absolutamente nada de lo que había hecho con eso.
—No, no, Jenkins. Estoy bien. Mi divorcio no importa. Es... es otra cosa.
No sabía ni por donde empezar. Podía poner una excusa. Sí, pero ¿cuál? No se me ocurría ninguna.
—¿Te llevas mal con ella? Admito que fue repentino que te echara de consulta, pero no es para tanto.
Esa podía ser una buena excusa.
—Sí, no me siento cómodo atendiéndola.
—Ya.
Jenkins se cruzó de brazos y se reclinó sobre el escritorio. Me dedicó una de esas miradas analizadoras, de arriba a abajo y después suspiró, negando con la cabeza.
—La chica fue ayer a la consulta psicológica que le recomendé. Conozco a la psicóloga que la atendió y es una gran profesional. Nunca, jamás, me había dicho nada de sus pacientes. Por lo que es muy curioso que ayer por la noche me llamara preguntando por ti. Estaba muy preocupada.
Joder.
—¿Por qué preguntaba por ti? —continuó—. No lo entiendo.
—No lo sé —tragué saliva, en un intento de contenerme. Si hubiera podido invocar un agujero negro que me engullera en ese mismo instante, lo hubiera hecho.
¿Qué podría haberle contado Laia a la psicóloga? ¿Qué nos acostamos? ¿Qué la besé? ¿Que éramos amigos?
—¿Te has encariñado? ¿Es eso? Porque Patricia estaba muy convencida de que esa chica parecía enamorada de ti, y a decir verdad, no me sorprendería. Ayer no le di importancia, ¿sabes? Que una paciente tenga un flechazo con un doctor, pero este no le corresponda es algo normal, pero esta mañana me ha llegado el mensaje de Ana y eso sí que ha sido raro. ¿Tú lo sabías?
Respiré hondo, lo necesitaba si quería encontrar un modo coherente de explicarme sin complicar las cosas más de lo que ya estaban.
«Dilo de una vez, y que sea lo que tenga que ser».
Finalmente asentí.
—Sí, lo sabía.
—¿Qué clase de relación tienes con ella?
Apreté los labios y quizás eché un suspiro más sonoro de lo que pretendía. Los ojos oscuros de Jenkins estaban cautos sobre los míos.
—Siento cosas por ella. La conocí fuera del hospital hace un par de meses y desde entonces he entablado una especie de amistad. No puedo ser su médico.
Ya estaba dicho. Iban a echarme de allí. Iban a decir que me había aprovechado de la vulnerabilidad de mi paciente y ...
—Debí haberlo imaginado, pero pensé que tú nunca harías algo así.
—¿Cómo?
—Aquel día. Parecías un perro rabioso que no quiere que toquen su hueso, algo que nunca habías hecho con otro paciente, por mucho que te hubiera dado pequeñas libertades que luego te quitaba. Siempre me haces caso, Harald. Ese día no.
Asentí con lentitud. No podía excusarme, así que tampoco sabía qué decir.
—Debería reportarte —dijo.
Me temblaron tanto las piernas en ese momento que creí que me fallarían.
—Hazlo. Sé que... sé que me lo merezco.
—¿Desde cuándo pasa esto?
—Hace unas semanas. Yo... bueno, no tenía intención de que pasara nada. Todo empezó muy raro, no tenía intención, te lo prometo. No fui consciente de que estaba desarrollando sentimientos.
—¿Ha pasado algo con ella dentro del hospital?
—No, nunca. Te lo juro. Todo lo que ha pasado entre nosotros ha sido fuera de la consulta. Ni siquiera sé qué estoy haciendo, Jenkins. Me acabo de divorciar, se supone que debería estar lamentándome por ello y estoy perdiendo la cabeza por esa chica. Esto me ha explotado en la cara.
Jenkins asintió todavía con esa mirada analizadora en mí. El silencio que se cernió entre nosotros fue tan pesado que creí que podría ahogarme. No estaba perdiendo la cabeza por Laia, no estaba enamorado de ella. Ese calor en el pecho era una amistad pura y sincera que no sabía de dónde había salido, pero que me había mostrado algo nuevo.
Era más fácil que Jenkins creyera que estábamos enamorados a que le explicara esos extraños sentimientos que no sabía ubicar.
—Por eso no puedo seguir en la consulta. Solo hemos tenido unas cuantas muy escuetas, no ha sido... no ha sido tanto.
—Era suficiente para parar desde el principio, Hal. Cuando me pediste que estuviera contigo, ¿ya sentías algo?
—Sí —hablé más bajo de lo que pretendía.
—Debiste contármelo entonces.
—No es tan fácil.
—Lo sé, pero hay una ética laboral. Una moral. Tengo que pensar sobre lo que voy a hacer. De momento, sigue con tu trabajo. Hablaré con la doctora Martínez.
—¿Se lo vas a contar?
—No lo sé.
No dije nada más. Me limité a intentar leer la situación y entendí que ese era el momento en el que debía callarme. No habló, así que interpreté que sería mejor marcharme.
Estaba a punto de irme cuando volvió a hablar:
—Harald, enamorarse no es delito. Somos personas emocionales, y por mucho que intentes poner distancias, a veces encuentras el amor en los sitios más insospechados. No puedo culparte por eso. Sería distinto si fueras acostándote con cada chica que entrara al hospital, lo cual hablaría de una conducta bastante inestable, pero esto...
—¿No me vas a echar?
—No lo sé, pero lo que sí te digo, es que deberías habérmelo contado antes. Aun así, gracias por hacerlo ahora. Hiciste bien llevándola a otro médico, pero tendrías que hablarlo hablado conmigo.
—Lo entiendo. Yo...
—No puedes pasar por encima de mí, Kaas. Nunca más.
Asentí.
—Y sobre la chica. No es ético ni moral, pero sé que tú eso ya lo sabes. Debes ir con cuidado.
Lo sabía muy bien.
—Dependencia, ¿no?
—Exacto. Y hablo por ella, también hablo por ti. Acabas de salir de una relación.
—Gracias, Jenkins. Siento... siento haberte decepcionado.
—Estoy muy viejo para decepciones, Kaas. No te creas tan importante. Ahora vete al descanso o a donde quieras. Necesito pensar.
Me despedí con nerviosismo y algo de amargura, antes de salir de allí acompañado de un suspiro.
No sabía si había ido mejor o peor de lo que había imaginado. Fui a la cafetería, y me fastidió el hecho de que Kat no estuviera. Ella me hubiera tranquilizado.
Killian hablaba con Hannah en una de las mesas. Me uní a ellos con más pesar del que tenía planeado. No quería que la chica supiera sobre Laia más de la cuenta, así que agradecí que mi amigo no hiciera preguntas.
—Hay un concierto en The O2 este fin de semana, ¿te unes, Hal? —me preguntó Killian—. Hannah tiene dos entradas que revender.
—Me ha surgido algo y no podré ir —explicó ella—. Es un fastidio porque tenía muchas ganas, pero quizás podáis disfrutarlo vosotros.
Negué con la cabeza. No me apetecía en absoluto algo así. Aun así les pregunté.
—¿De quién es el concierto?
—Blake Atkinson —dijo Hannah.
—No sé quién es —confesé.
—¿En serio? —Hannah pareció sorprendida—. ¡Pero si es muy famoso! Tiene una canción que fue muy viral, seguro que sabes cuál es.
—Tal vez si la escucho me acuerde, pero, sinceramente, ahora mismo no tengo la menor idea.
—Ay... —dijo ella—. Las entradas son carísimas, os las dejo a cincuenta libras y así descubres quién es.
—No, gracias.
—¿No tienes a nadie que llevar? ¿Alguna chica? ¿Alguna cita de nuevo soltero? —intentó persuadirme.
¿Llevar a Laia a un concierto plagado de gente? ¿Después de anular las citas y que tal vez se enfadara conmigo? No, no era buena idea.
—Tal vez a Kat le interese —contempló Killian—. Le preguntaré.
—¿Y a Dave? Creo recordar que era fan de ese tipo de música —recordé una vez en la que Dave se pasó más de dos horas hablando con Nadia sobre música pop. A los dos les encantaba.
Killian se lo pensó unos segundos.
—Hannah, te las compro —dijo mi amigo.
Ambos realizaron su intercambio de dinero por entradas de concierto con bastante rapidez. En realidad, volví a sumirme en mis propios pensamientos mientras ellos hablaban. En cuanto Killian se marchó, Hannah sacó su teléfono y se empeñó en enseñarme algunos videos sobre ese cantante. Era un tipo pelirrojo, melancólico, que tocaba con la guitarra y al que parecía que una chica le había arrancado el corazón del pecho y se lo había comido para desayunar.
No me pareció interesante, aunque cantaba bien.
—Al parecer lo pasó fatal por su ex —contempló Hannah.
—Ya veo.
—Por cierto mi bubble tea, ¿dónde está? —me recordó y guardó el teléfono.
—Ya ha pasado el mes, más de un mes. No voy a darte más té.
—Qué pena. Me gustaba que me dieras té. Me sentía mimada.
—Yo me sentía estafado.
Torció una mueca.
—Quizás estuvo mal.
—Sí que estuvo mal.
Se acercó a mi oreja.
—Pero tú... Ay, Hal. Nunca pensé que fueras tan ilegal —susurró—. Guardaré tu secreto. Pero la próxima vez que necesites ver informes de un paciente, espérate a tu turno, tonto.
Se fue, riéndose, mientras negaba con la cabeza. Esa chica era rara.
Me quedé solo, así que seguí bebiendo mi café. Me había descargado una aplicación de libros digitales en la que había comprado una novela de fantasía. Ya me había terminado los que compré en la librería. No estaba mal ese formato, de hecho, era muy cómodo poder leer en cualquier momento, sin necesidad de ir cargando con nada. Después de todo, los libros de Lenn eran aburridísimos y no quería acumular más objetos hasta que no me mudara.
Seguiría leyendo en papel cuando tuviera la oportunidad, ya que había algo distinto en la experiencia, pero no descartaría leer en digital en el futuro.
Decir que me enteré de algo de lo que leía, sería mentir. Estaba tan preocupado porque me echaran, que no me enteré de nada. Leí y leí, mientras mi cabeza estaba en otra cosa. Había quedado con Laia esa misma noche en su casa para comentar El retrato de Dorian Gray. Compararía sushi de salmón como a ella le gustaba, y encontraría el modo de resolver la parte más complicada de todo el asunto de las consultas: explicárselo a ella.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top